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La Colifata: radio libre

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La Colifata es un espacio de radio ignorado por el Estado (más allá de promesas esquizofrénicas), por las autoridades del hospital Borda (que no fueron internadas) y con apoyo del público, artistas y gente solidaria. Vida y obra de un proyecto que descubrió cómo de la política de represión y encierro, se ha pasado a la de expulsión para dejar a la gente en la calle. Mientras tanto, la radio les devuelve a los internos la posibilidad de voz, encuentro y reconocimiento, para combatir el sufrimiento y la impotencia. Alegres, pero no locos por el fútbol, ni por el Mundial, aunque lo tuvieron de invitado a Bilardo.
“Una mirada colifata y festiva de un evento que nos iguala en pasiones, donde todavía podemos coincidir en un espacio y momento para ser felices”.
Con esa alegría -que no tiene que ver con la “locura” que vociferan los medios- presentó La Colifata su espacio dedicado al Mundial de Alemania, esperando que Saviola, Riquelme y compañía hicieran lo suyo. El médico, técnico campeón del mundo y comentarista Carlos Bilardo y una gloria futbolera, el “loco” René Houseman, fueron los invitados a una derivación televisiva de la radio, el programa El living de Stellita. Stella Cross vive en la calle y conduce el programa desde una plaza de Belgrano, donde siempre hay un lugar para que se sienten los invitados. Bilardo participó desde “los estudios mayores” de radio La Colifata: el patio del neuropsiquiátrico José T. Borda.
Más que una FM, La Colifata es un gran espacio de comunicación para producir salud. O como lo define en charla con lavaca Laura Gobet, coordinadora del Proyecto, “un espacio de encuentro y empoderamiento que habilita la posibilidad de pensar los medios como canales de transformación”.
En 1986 desembarcó en el neuropsiquiátrico José T. Borda un grupo de personas dispuestas a trabajar para desdibujar las gruesas líneas que dividían el adentro del afuera. Se trataba del grupo Cooperanza, conocido en ese entonces como la Peña Carlos Gardel, donde trabajaba como voluntario Alfredo Olivera. Fue a él a quien se le ocurrió comenzar a grabar a los internos: “A partir de usar ese grabador –un Westinghouse enorme- se podía lograr que los internos del Hospital volvieran a tomar la palabra, que recuperaran la voz y que eso además quedase registrado”, explica Gobet.
Enterado de esa experiencia, una radio de San Andrés invitó a Olivera para hablar de la locura. Pero como no le cerraba del todo la idea, contraofertó: “¿Por qué no hacemos una columna en la cual hablen directamente los internos?”. Y se fundó así “La columna de los Internos del Borda”.
El nombre propio
Olivera pidió que le grabaran los mensajes de los oyentes que llamaban por teléfono. Ese casete permitía llevarle a los internos las opiniones de ‘los de afuera’. Pronto el nombre dejó de gustarles, tal vez porque sonaba demasiado solemne. Entonces, entre todos los que participaban de la experiencia, propusieron nombres alternativos: las opciones iban desde Westinghouse hasta Carlos Gardel. Pero finalmente votaron por la única propuesta -entre 40- que remitía a la locura: La Colifata. “Desde el inicio planteó una diferencia muy fuerte sobre lo que es el imaginario de la locura. Porque decir colifato es decir loco querible: qué loca que estás pero te quiero, esto obviamente sin negar el padecimiento”, opina Gobet.
En 1991 La Colifata empezó a convertirse en un proyecto autónomo, por fuera de Cooperanza, y a despertar el interés de una variada cantidad de personas, colectivos y personajes: un oyente obsequió la primera antena, el periodista Lalo Mir donó varios de los transmisores, hasta el Comando Sorpresa del ya extinguido programa de televisión Sorpresa y ½, irrumpió un día para renovar instalaciones.
Autoridades y autismo
Cualquier sábado del año, sin excepción, desde las 14.30 hasta las 19, se puede presenciar al aire libre la transmisión radial de La Colifata, que se realiza en el patio del Borda aunque haga frío o llueva. A la institución jamás le cayó muy simpático que se instalaran allí: “Somos como un granito de arena en el ojo”, subraya Gobet. Y agrega: “Por momentos ocurrió que La Colifata estaba tan legitimada afuera que entonces no podían funcionar de manera adversa a nuestro trabajo”.
Cuentan algunos enfermeros que a medida que el prestigio de la experiencia crecía, las autoridades comenzaban a intentar apropiarse de ella. Cuando venían periodistas para realizar notas por el entonces flamante proyecto, el director del hospital respondía como si fuese el coordinador de La Colifata. Además, en el cuarto piso del Borda, aún pueden verse las ruinas de lo que intentó ser una idea exclusiva, original de sus autoridades: un estudio de radio. “Ese intento de copiarnos no duró demasiado tiempo. Pero hay muchas más cosas absurdas… nos joden con los ingresos de las cámaras, con la posibilidad de trabajar libremente. Sin embargo, en ningún momento tomamos la política de enfrentarlos directamente, sino que tomamos la postura de hacer. Y el hacer fue tanto que terminó agotando cualquier posibilidad de jodernos”, relata Gobet.
Dignidad versus impotencia
Según cuentan, La Colifata nace como un espacio para rescatar la dignidad dentro de las llamadas instituciones totales, en donde se generan situaciones de olvido. Más allá de la alegría que trae el trabajo autónomo, el contexto es abrumador: un edificio alejado y solitario, semidestruido, con internos que viven hacinados, familias que los han depositado allí, especialistas que medican sin ofrecer tratamientos psicológicos o que conceden altas a pacientes que quedan en la calle. Una de los dilemas de los que coordinan la radio tiene que ver con lidiar con la tristeza y la impotencia que todo eso genera: “Siempre me acuerdo de la frase de uno de los chicos. Una de las primeras veces que fuimos al Borda, nos dijo: ‘La pasaron bien con los loquitos. Ahora se van y no vuelven’. Eso para mí fue muy fuerte, solo pensaba que tenía que volver. Hay situaciones donde uno realmente siente que tiene que ser Superman para poder transformar algo, cuando no hay familia o cuando la institución ofrece maltrato o directamente destrato. Es terrible cuando la persona tiene algo para dar pero no es escuchada y a nadie le importa”, relata Gobet.
En La Colifata creen que todos tienen algo para aportar. La salud -dicen- tiene que ver con potenciar lo más saludable de cada uno. Por eso trabajan con técnicas de inclusión de la locura o de lo que a simple vista parece delirante. En la radio tiene espacio todo aquel tenga algo para decir: “A veces en medio de un debate, se te acerca alguien al pasar y te dice: “No, porque yo sabía domar caballos”. A partir de ese saber de alguien que suele no hablar ni participar, uno le propone contar eso al aire. Y por ahí eso hace que esa persona, al próximo sábado, tenga un programa para enseñar a domar caballos. A esto nosotros lo llamamos rescate de subjetividad”, revela Gobet para demostrar cómo se va formando la programación.
Contra el sufrimiento
Unas 25 personas integran el colectivo La Colifata, tres de ellas se encargan de retransmitir microprogramas: graban lo que ocurre los sábados, lo editan con criterios políticos, éticos y estéticos, y lo envían a todos los pacientes internos y externos que participan del proyecto. El mismo material se transmite también vía internet. “Trabajamos en dos campos: hacia la comunidad en una función antiestigma y hacia los colifatos como colectivo, para que puedan empoderarse y generar algo distinto en relación a su sufrimiento”, aclara Gobet.
Una persona del grupo se encarga de las relaciones con los periodistas y de generar contactos para conseguir financiación. Otras dos ofrecen apoyo a los colifatos el día de la transmisión de manera voluntaria y una estudiante de psicología se encarga de las estadísticas: recoge la información sobre quiénes participan del programa para luego establecer un seguimiento de cada participante. Por último, Olivera y Gobet coordinan varias cosas, pero sobre todo las cuestiones más terapéuticas: realizan interconsultas con los profesionales del Borda y abrieron un espacio, cada viernes, para conversar con todos los internos que lo necesiten.
Manu Chao colifato
Si bien La Colifata lleva más de 15 años de trabajo, todavía no le encontró la vuelta a su financiación. La mayoría del dinero que ingresó durante estos años vino de donaciones de oyentes, amigos, periodistas o colectivos autogestivos. Todo eso apenas sirvió para los insumos y el mantenimiento. El Estado le otorgó premios y muchas promesas. “Pero nunca un mango”, dice Gobet con resignación y describe una de las consecuencias: “El equipo de trabajo cambió mucho a lo largo de estos años. Eso a veces es un dolor y es una imposibilidad como colectivo para organizarse y armar estrategias”.
Corría 1996, cuando un documentalista llegó a La Colifata para realizar un video. Luego de un tiempo se fue a vivir, como muchos otros jóvenes en aquella época, a España. Terminó haciéndose amigo del célebre Manu Chao, con quien una tarde de aburrimiento compartió aquel documental. El músico nacido en París quedó gratamente sorprendido y decidió mezclar sus canciones con audios de los colifatos para realizar un nuevo disco, que después pusieron a la venta los músicos que vivían de manera ilegal en España. “Apenas nos enteramos, nos pusimos en contacto con Manu Chao y con FM La Tribu para editar el mismo disco acá”, cuenta Gobet. En la Argentina, los vendedores fueron los propios internos que salían del hospital. El disco se llama “Siempre fui loco”.
Además, la radio ha realizado una convocatoria a todas las bandas independientes, grupos o solistas, que quieran participar en un nuevo disco. Para hacerlo hay que enviar un demo con hasta tres canciones originales, a las que se agregarán canciones y máximas colifatas grabadas en el espacio de la radio. Hay tiempo hasta el 14 de julio y las bases están en https://lacolifata.openware.biz/index.cgi.
El Estado de la nada
En 2005, el cantante llegó a la Argentina con una nueva propuesta: realizar un recital a beneficio del proyecto. Así fue como en noviembre ese año, uno de los shows de Manu Chao contó con la participación en el escenario de algunos internos que compartieron micrófono con él.
Gracias a lo recaudado en aquella ocasión Gobet -que trabaja en el proyecto desde 1991- pudo empezar a cobrar por su trabajo.
“Basta de que nos ayude siempre la gente. El Estado tiene que hacerse cargo aunque sea una vez. Venimos con muchísimas promesas, papeles firmados, presupuestos aprobados para terminar el estudio, construirnos un lugar… Pero nada. Si hoy nos regalan 15 sillas no tenemos donde guardarlas, estamos guardando los equipos debajo de la cocina del Borda, donde hay una humedad terrible”, reclama Gobet.
La casita en donde guardaban inicialmente los equipos fue incendiada el año pasado en circunstancias más que dudosas. Hay varias versiones sobre los responsables pero de eso mucho no se habla. “Se quemó todo pero todo: parlantes, equipos, etc, etc. Ahora todo nos anda muy mal. Por eso terminamos 2005 en una situación de mucho trabajo, muchas ideas, muchas ganas de seguir adelante y a la vez desmoronados”, recuerda. Como si fuera poco, les robaron una notebook de adentro mismo del hospital. Pero como el prestigio de La Colifata es tan grande, siempre hay una ola solidaria que la reanima: “Cuando fue el robo de la computadora, estábamos muy mal. Alfredo Olivera escribió un comunicado preguntándole a la gente cómo seguíamos y empezaron a llegar una infinidad de mails de ayuda: desde alguien que donaba su compu hasta alguien que decía que tenía autos antiguos, y podía hacer una exposición a beneficio. El grupo de teatro de San Telmo ofreció la recaudación de sus funciones, Jorge Guinzburg donó una máquina como la que nos sacaron… A nosotros nos alienta muchísimo todo eso”.
El desconocido y los astros
En 2004 La Colifata aterrizó en Telefé, para concretar La Colifata TV, que consistía simplemente en seguir haciendo radio pero esta vez para salir por televisión. La propuesta se llevó adelante gracias a Pedro Saborido, que se acercó a la radio con la intención de encarar un proyecto en conjunto y guió al colectivo para concluir en ese ciclo por el cual recibieron cerca de 2.000 correos del público.
En 2006 se renovó la posibilidad de emitir por televisión. Esta vez en el canal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Ciudad Abierta, donde comenzó a transmitirse El living de Stellita. La conductora es una mujer de unos sesenta y largos, madre de un ex interno del hospital, y también conductora del programa radial Visitas en La Colifata, con un estilo rebelde y contestatario. Stellita vive hace 15 años en la calle y desde la Plaza Belgrano, donde suele dormir, realiza su emisión televisiva, rodeada de un par de sillones, algunos invitados y otros colifatos que tienen sus propias columas. Allí se hizo la presentación del programa previo al Mundial, con René Houseman (el “loco” campeón del mundo en el triste 1978) y Carlos Bilardo (técnico de Argentina campeona en México, 1986), además de Fabián Ferraro, creador del club de fútbol callejero Defensores del Chaco, con el que busca convocar a los chicos de la calle e incorporarlos en un proyecto social y comunitario. La Colifata anuncia El living de Stellita con estos agregados: “El columnista (ex Hombre Desconocido) Alejandro “De la Sagrada Elión” Strassener nos brindará una visión global de la problemática y nuestra Astróloga Juliana Zuc de Batistuta nos aclarará cómo los astros zodiacales están siempre presentes”.
Entre la tierra y los astros, Gobet, como coordinadora y psicóloga, ocupa muchas veces el lugar abandonado por los profesionales y se ocupa de realizar interconsultas. “Llevamos al espacio de tratamiento lo que los internos traen al programa de radio. A veces, no hay tratamiento psicológico, sino farmacológico y lo mejor que puede pasar es que a partir de que uno se acerca, decidan ponerle psicólogo”.
Del encierro a la expulsión
La Colifata resulta así un espacio de identidad y pertenencia para los pacientes. Tal es así que varios de los que están en situación de transferencia –aquellos que se están reinsertando en la vida social- vuelven cada sábado para participar de los programas y continúan definiéndose como colifatos.
El eslogan de La Colifata, “rompiendo muros”, ha sido superado. Antes prevalecía la política del encierro, la represión y el aislamiento. Los neuropsiquiátricos eran un depósito de personas posiblemente enfermas, o diferentes, y de pobres.
Ahora todo cambió, y no precisamente para bien, según Gobet: “Está pasando algo en estas instituciones. Antes eran muy represivas, entonces había que trabajar para tomar la palabra y recobrar la identidad de la persona internada. Por eso la idea de romper muros. Pero hoy estos lugares son expulsivos y a muchos le proponen como único destino la calle. La Colifata dentro de esa lógica funciona como un espacio de intersección, que no está adentro del hospital pero tampoco afuera. Se volvió un medio muy fuerte para los internos pero a la vez un espacio de contención y encuentro para los que viven en la calle”.
El 100.1 de La Colifata pronto será 100.3 y seguirá escuchándose en un radio de 30 cuadras, pero mejor. También próximamente La Colifata se podrá escuchar por internet.
Para romper los muros, sin por eso quedar a la intemperie.
 

publicada 21/06/2006
La Colifata: radio libre
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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

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Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

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Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

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La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

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Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo: -No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

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Una muela, zapatos blancos y un charco. Un edificio llamado Máquina de escribir. Flores amarillas frente al mar, un dibujo de puño y letra. Lo narco las drogas. Su paso por Buenos Aires y la señora que venía de la verdulería. La memoria, lo real, las mujeres, el ambiente, el fin de la humanidad. El Nobel, los diluvios, las pestes, las guerras eternas. Las respuestas de la vida frente a los sordos poderes de la muerte. La cordialidad, la generosidad, el humor. Hace diez años murió Gabriel García Márquez, dicen. Lavaca publicó esta nota -estos recuerdos- aquel día, cuando se conoció la última noticia sobre ese escritor que nunca dejó de sentirse cronista, y decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Texto: Sergio Ciancaglini, lavaca.org
El señor Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo:
-No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

Yo sabía que García Márquez había rechazado contactos con un enviado de Times, con periodistas de la televisión japonesa, y con suecos indescifrables. Un humilde cronista argentino quedaba naturalmente fuera de juego. Le respondí que lo compadecía, y que frente a un dolor de muelas no había argumento, clemencia, ni ruego que esgrimir de mi parte. Cuando me estaba despidiendo desolado, me detuvo:
-Pero a las 3 de la tarde puede ser. Voy antes al dentista, a ver si lo soluciona.
Esa historia revolotea en mi cabeza desde hoy, cuando estaba con Osvaldo Bayer grabando el programa de radio Decí Mu, y nos interrumpió el teléfono. Osvaldo atendió, dio media vuelta, anunció: “Murió García Márquez”, y me dejó alborotados los ojos, las neuronas y el corazón.
Revolotea la historia porque aquella tarde me encontré con un escritor que cambió la historia de la literatura, que había ganado el Nobel, pero que fue capaz de decirme: “Todo eso está muy bien, pero yo me siento periodista”. Quisiera contar lo que aún no he olvidado de aquel encuentro para mí inolvidable.
García Márquez volvió efectivamente a las 3 de la tarde, bajó de su Mercedes, y miró preocupado el charco oceánico que un aguacero de Cartagena de Indias, Colombia, le había instalado en la playa de estacionamiento. Llevaba zapatos blancos, pantalones blancos y guayabera blanca, como cantante de sábado televisivo. Cruzó el charco apoyándose en los tacos. Al llegar a la otra orilla nos dijo “pasen por favor” a mí y al fotógrafo, enviados por una de las autodenominadas “revistas de actualidad” a cubrir las noticias sobre un asunto entonces llamativo, letal para los colombianos e incomprensible para nosotros: el narcotráfico.
No existían los celulares ni Internet, o sea que todo esto se ubica en la prehistoria de 1984, con la carambola de estar en el charco correcto, y de que un dentista providencial había rescatado del dolor a su paciente. García Márquez nos hizo subir. El edificio tenía balcones escalonados hacia la playa: lo llamaban Máquina de escribir. El departamento tenía dos ambientes, con vista al mar, una verdadera máquina de escribir (¿Olivetti, Remington, dónde estará la revista donde publiqué la nota?). El escritorio miraba al mar. Y había flores amarillas que siempre conviene tener a mano, explicó, para ahuyentar a la mala suerte.
Me planteó que no aceptaba hablar si lo grababa o si tomaba notas. Me dijo algo más o menos así: “No me gustan los grabadores, prefiero que conversemos con libertad, y que todo dependa de tu atención. Luego tú escribirás lo que te parezca, y eso es un beneficio para mí: los periodistas me mejoran. La memoria mejora a la realidad”.

Gabo en Argentina
La publicación original de Cien años de soledad ocurrió en Argentina gracias a una editorial llamada Sudamericana, que ya no existe. Fue en mayo de 1967, plena dictadura de Juan Carlos Onganía, y el lanzamiento fue acompañado por una entrevista realizada por Ernesto Schóo, editada por Tomás Eloy Martínez y publicada en tapa por la revista Primera Plana que dirigía Jacobo Timerman.
García Márquez me contó que el éxito del libro fue inmediato. “Ahí, en Buenos Aires, empezó todo”, me dijo. Sudamericana había dispuesto editar 5.000 ejemplares, lo que para Gabo era un despropósito y el augurio de un fracaso para el libro de un desconocido escritor colombiano. Pero esa primera edición se vendió en 15 días, y la segunda fue de 10.000 ejemplares. En junio Gabo llegó a Buenos Aires. Me contó que viajó con Mercedes Barcha, su esposa: “Estábamos en un café y vimos pasar a una mujer que llevaba la bolsa de sus compras, con lechugas y tomates y Cien años de soledad”. La pareja fue al Instituto Di Tella a ver una obra de Griselda Gambaro, y el público los ovacionó de pie. Mientras él me lo contaba, todavía asombrado, yo recordaba que eran tiempos de The Beatles, revolución cubana, hippies, peronismo clandestino, rebeliones nacientes y todos los embriones de cambio, desventuras y utopías que se desplegarían en los años siguientes.
Cien años de soledad fue el libro de la época, y de varias generaciones. Tengo las dos ediciones que mis padres compraron para poder leerlo en simultáneo. Macondo era una patria. Entre la feria y la intelectualidad, miles de libros seguían vendiéndose y además se exportaban. El éxito se contagió en Europa, esto avivó el interés por otros autores (Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa) y estalló el llamado boom de la literatura latinoamericana. “Buenos Aires fue generosa conmigo. Nunca volví. No sé por qué. Tal vez por una superstición: a un lugar donde todo fue tan perfecto, quizás convenga no volver” me dijo, o creo que me dijo, mirando el Caribe.

Periodismo, droga y entusiasmo
Aquel día de 1984 García Márquez me contó una novela que estaba intentando escribir. No tenía título. Al año siguiente la reconocí ya publicada: me había anticipado El amor en los tiempos del cólera. Pero me dijo que pese a todo se seguía sintiendo fundamentalmente un periodista. “Escribo literatura como periodismo, con método. Todos los días intento tener dos páginas listas” me dijo sobre algo que hoy habría que traducir a unos 5.000 caracteres. “Tienen que estar impecables, sin tachaduras. Y tengo un truco: siempre dejo escrito el comienzo de lo que pienso escribir al día siguiente, para que me resulte más fácil comenzar”. Pero varias veces explicó esa idea de no diferenciar ambos oficios. “La crónica es como un cuento o una novela sobre algo real”. Algo más: “Tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”.
Planteó una teoría sobre las redacciones de periódicos y revistas: para él están puestas de cabeza, invertidas. El staff de las publicaciones ubica en el rol principal a directores y jefes que engordan junto a un escritorio y editorialistas que monologan desde su propia jaula.
“Pero ese esquema debería ser exactamente a la inversa. Los cronistas son quienes cumplen la labor principal porque son los que están afuera, donde las cosas ocurren”. En vista del contexto colombiano le pregunté si alguna vez se había drogado para escribir y me contestó: “No me hace falta. Yo nací drogado”.
Un detalle: fue la única vez en mi vida que pedí un autógrafo. En Cartagena sólo conseguí un ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba. Le expliqué que no era para mí sino para mi novia. “¿Se llama la señorita?” Se lo dije. Dibujó un tallo, cinco pétalos, y escribió: “Para Claudia, con una flor. Gabo 84”.

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Aquel día, además, me regaló los seis tomos de su obra periodística, publicados por la editorial Oveja Negra. Y organizó todo para que, una vez en Bogotá, un auto con su chofer fuera a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. “Así van más tranquilos” dijo, y nunca supe si se le había cruzado alguna sombra para disponer ese viaje. Nunca pude evitar recordarlo como una persona amable, entusiasta, alegre, generosa.
Con el tiempo entendí que esa cordialidad, ese entusiasmo, ese interés por el otro, era un modo ético y hasta político de pararse frente a la vida.

Ideas
En sus obras periodísticas pude leer las primeras crónicas que publicó en El Universal, de mayo de 1948, cuando era un chiquilín de 21 años. La primera celebra que se suspendió el toque de queda militar, al que define como símbolo de una decadencia. “Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?” y plantea que quizás ahora la gente pueda ir a dormir mansamente “antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”. Luego escribe sobre indios, negras, retratos de la ciudad y de la época. Escribió sobre cine, sobre deportes, sobre todo. La pasión por conocer y por contar lo que el mundo estaba desplegando ante sus ojos.
A fines de los 50 García Márquez participó en Cuba con los argentinos Jorge Massetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo en los primeros pasos de Prensa Latina, idea que puso en marcha Ernesto Guevara, hasta que el lado soviético de la vida isleña desplazó a este elenco por otro más dócil.
García Márquez nunca perdió la afinidad con el propio Fidel Castro. El director argentino Eduardo Mignogna contaba que cierta vez, invitado a La Habana, estaba comiendo con García Márquez cuando el propio Fidel cayó de improviso y comenzó a hablar con sabiduría de crítico sobre la historia del cine argentino, mientras Gabo se quedaba irremediablemente dormido en un rincón. Pero más allá del sueño o de los discursos de Fidel, García Márquez se plantó en defensa de Cuba como una cuestión cultural y estratégica frente a los Estados Unidos y la densa idea de controlar vida y obra del resto del continente.

Las ventajas de la vida
Cuando me contó la noticia, le pregunté al propio Osvaldo Bayer sobre Gabo: “Tenía mi edad, pero yo aprendí de él. Es el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica. Aprendí con él a amar la literatura, ver las cosas que se pueden hacer y crear. Para mí fue un hombre que luchó por la libertad, o sea un libertario, y cumplió la misión que tiene un intelectual: escribir para todos, para mejorar la sociedad, y para seguir soñando”.
De todas las ideas y escritos de Gabo, frecuentemente abominados por las academias, no resulta demasiado conocida su exposición al recibir el Nobel de Literatura en 1982, llamado La soledad de América Latina, que resulta un manifiesto por la descolonialidad, para usar términos actuales. “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia” dijo ante la academia sueca. Repasa los golpes de Estado, crímenes y matanzas ocurridos en el continente. “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
Al recibir el Nobel de Literatura, García Márquez hacía periodismo sobre la realidad del continente, incluyendo la situación argentina: “Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años”.
Otro concepto: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Y otro: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Se preguntó por qué le habrían dado a él semejante distinción, y postuló que se trató de un homenaje a la poesía: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Mujeres, aborto y ambiente
Cuando le preguntaron sobre las prioridades de la humanidad para las próximas décadas, propuso que las mujeres asuman el manejo del mundo. “Alguien dijo: ‘si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería casi un sacramento’. Ese aforismo genial revela toda una moral, y es esa moral lo que tenemos que invertir. Sería, por primera vez en la historia, una mutación esencial del género humano, que haga prevalecer el sentido común –que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina- sobre la razón –que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas o abominables”.
Y luego plantea: “La humanidad está condenada a desaparecer en el siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo por su incapacidad de sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso la inversión de poderes es de vida o muerte”.
Son solo ideas sueltas para pensar, discutir, y leer, ahora que el reloj dobló no sé qué esquina, tras la malparida noticia sobre la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hace unas cuantas horas de soledad.  

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