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La Colifata: radio libre

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La Colifata es un espacio de radio ignorado por el Estado (más allá de promesas esquizofrénicas), por las autoridades del hospital Borda (que no fueron internadas) y con apoyo del público, artistas y gente solidaria. Vida y obra de un proyecto que descubrió cómo de la política de represión y encierro, se ha pasado a la de expulsión para dejar a la gente en la calle. Mientras tanto, la radio les devuelve a los internos la posibilidad de voz, encuentro y reconocimiento, para combatir el sufrimiento y la impotencia. Alegres, pero no locos por el fútbol, ni por el Mundial, aunque lo tuvieron de invitado a Bilardo.
“Una mirada colifata y festiva de un evento que nos iguala en pasiones, donde todavía podemos coincidir en un espacio y momento para ser felices”.
Con esa alegría -que no tiene que ver con la «locura» que vociferan los medios- presentó La Colifata su espacio dedicado al Mundial de Alemania, esperando que Saviola, Riquelme y compañía hicieran lo suyo. El médico, técnico campeón del mundo y comentarista Carlos Bilardo y una gloria futbolera, el “loco” René Houseman, fueron los invitados a una derivación televisiva de la radio, el programa El living de Stellita. Stella Cross vive en la calle y conduce el programa desde una plaza de Belgrano, donde siempre hay un lugar para que se sienten los invitados. Bilardo participó desde «los estudios mayores» de radio La Colifata: el patio del neuropsiquiátrico José T. Borda.
Más que una FM, La Colifata es un gran espacio de comunicación para producir salud. O como lo define en charla con lavaca Laura Gobet, coordinadora del Proyecto, “un espacio de encuentro y empoderamiento que habilita la posibilidad de pensar los medios como canales de transformación”.
En 1986 desembarcó en el neuropsiquiátrico José T. Borda un grupo de personas dispuestas a trabajar para desdibujar las gruesas líneas que dividían el adentro del afuera. Se trataba del grupo Cooperanza, conocido en ese entonces como la Peña Carlos Gardel, donde trabajaba como voluntario Alfredo Olivera. Fue a él a quien se le ocurrió comenzar a grabar a los internos: “A partir de usar ese grabador –un Westinghouse enorme- se podía lograr que los internos del Hospital volvieran a tomar la palabra, que recuperaran la voz y que eso además quedase registrado”, explica Gobet.
Enterado de esa experiencia, una radio de San Andrés invitó a Olivera para hablar de la locura. Pero como no le cerraba del todo la idea, contraofertó: “¿Por qué no hacemos una columna en la cual hablen directamente los internos?”. Y se fundó así “La columna de los Internos del Borda”.
El nombre propio
Olivera pidió que le grabaran los mensajes de los oyentes que llamaban por teléfono. Ese casete permitía llevarle a los internos las opiniones de ‘los de afuera’. Pronto el nombre dejó de gustarles, tal vez porque sonaba demasiado solemne. Entonces, entre todos los que participaban de la experiencia, propusieron nombres alternativos: las opciones iban desde Westinghouse hasta Carlos Gardel. Pero finalmente votaron por la única propuesta -entre 40- que remitía a la locura: La Colifata. “Desde el inicio planteó una diferencia muy fuerte sobre lo que es el imaginario de la locura. Porque decir colifato es decir loco querible: qué loca que estás pero te quiero, esto obviamente sin negar el padecimiento”, opina Gobet.
En 1991 La Colifata empezó a convertirse en un proyecto autónomo, por fuera de Cooperanza, y a despertar el interés de una variada cantidad de personas, colectivos y personajes: un oyente obsequió la primera antena, el periodista Lalo Mir donó varios de los transmisores, hasta el Comando Sorpresa del ya extinguido programa de televisión Sorpresa y ½, irrumpió un día para renovar instalaciones.
Autoridades y autismo
Cualquier sábado del año, sin excepción, desde las 14.30 hasta las 19, se puede presenciar al aire libre la transmisión radial de La Colifata, que se realiza en el patio del Borda aunque haga frío o llueva. A la institución jamás le cayó muy simpático que se instalaran allí: “Somos como un granito de arena en el ojo”, subraya Gobet. Y agrega: “Por momentos ocurrió que La Colifata estaba tan legitimada afuera que entonces no podían funcionar de manera adversa a nuestro trabajo”.
Cuentan algunos enfermeros que a medida que el prestigio de la experiencia crecía, las autoridades comenzaban a intentar apropiarse de ella. Cuando venían periodistas para realizar notas por el entonces flamante proyecto, el director del hospital respondía como si fuese el coordinador de La Colifata. Además, en el cuarto piso del Borda, aún pueden verse las ruinas de lo que intentó ser una idea exclusiva, original de sus autoridades: un estudio de radio. “Ese intento de copiarnos no duró demasiado tiempo. Pero hay muchas más cosas absurdas… nos joden con los ingresos de las cámaras, con la posibilidad de trabajar libremente. Sin embargo, en ningún momento tomamos la política de enfrentarlos directamente, sino que tomamos la postura de hacer. Y el hacer fue tanto que terminó agotando cualquier posibilidad de jodernos”, relata Gobet.
Dignidad versus impotencia
Según cuentan, La Colifata nace como un espacio para rescatar la dignidad dentro de las llamadas instituciones totales, en donde se generan situaciones de olvido. Más allá de la alegría que trae el trabajo autónomo, el contexto es abrumador: un edificio alejado y solitario, semidestruido, con internos que viven hacinados, familias que los han depositado allí, especialistas que medican sin ofrecer tratamientos psicológicos o que conceden altas a pacientes que quedan en la calle. Una de los dilemas de los que coordinan la radio tiene que ver con lidiar con la tristeza y la impotencia que todo eso genera: “Siempre me acuerdo de la frase de uno de los chicos. Una de las primeras veces que fuimos al Borda, nos dijo: ‘La pasaron bien con los loquitos. Ahora se van y no vuelven’. Eso para mí fue muy fuerte, solo pensaba que tenía que volver. Hay situaciones donde uno realmente siente que tiene que ser Superman para poder transformar algo, cuando no hay familia o cuando la institución ofrece maltrato o directamente destrato. Es terrible cuando la persona tiene algo para dar pero no es escuchada y a nadie le importa”, relata Gobet.
En La Colifata creen que todos tienen algo para aportar. La salud -dicen- tiene que ver con potenciar lo más saludable de cada uno. Por eso trabajan con técnicas de inclusión de la locura o de lo que a simple vista parece delirante. En la radio tiene espacio todo aquel tenga algo para decir: “A veces en medio de un debate, se te acerca alguien al pasar y te dice: “No, porque yo sabía domar caballos”. A partir de ese saber de alguien que suele no hablar ni participar, uno le propone contar eso al aire. Y por ahí eso hace que esa persona, al próximo sábado, tenga un programa para enseñar a domar caballos. A esto nosotros lo llamamos rescate de subjetividad”, revela Gobet para demostrar cómo se va formando la programación.
Contra el sufrimiento
Unas 25 personas integran el colectivo La Colifata, tres de ellas se encargan de retransmitir microprogramas: graban lo que ocurre los sábados, lo editan con criterios políticos, éticos y estéticos, y lo envían a todos los pacientes internos y externos que participan del proyecto. El mismo material se transmite también vía internet. “Trabajamos en dos campos: hacia la comunidad en una función antiestigma y hacia los colifatos como colectivo, para que puedan empoderarse y generar algo distinto en relación a su sufrimiento”, aclara Gobet.
Una persona del grupo se encarga de las relaciones con los periodistas y de generar contactos para conseguir financiación. Otras dos ofrecen apoyo a los colifatos el día de la transmisión de manera voluntaria y una estudiante de psicología se encarga de las estadísticas: recoge la información sobre quiénes participan del programa para luego establecer un seguimiento de cada participante. Por último, Olivera y Gobet coordinan varias cosas, pero sobre todo las cuestiones más terapéuticas: realizan interconsultas con los profesionales del Borda y abrieron un espacio, cada viernes, para conversar con todos los internos que lo necesiten.
Manu Chao colifato
Si bien La Colifata lleva más de 15 años de trabajo, todavía no le encontró la vuelta a su financiación. La mayoría del dinero que ingresó durante estos años vino de donaciones de oyentes, amigos, periodistas o colectivos autogestivos. Todo eso apenas sirvió para los insumos y el mantenimiento. El Estado le otorgó premios y muchas promesas. “Pero nunca un mango”, dice Gobet con resignación y describe una de las consecuencias: “El equipo de trabajo cambió mucho a lo largo de estos años. Eso a veces es un dolor y es una imposibilidad como colectivo para organizarse y armar estrategias”.
Corría 1996, cuando un documentalista llegó a La Colifata para realizar un video. Luego de un tiempo se fue a vivir, como muchos otros jóvenes en aquella época, a España. Terminó haciéndose amigo del célebre Manu Chao, con quien una tarde de aburrimiento compartió aquel documental. El músico nacido en París quedó gratamente sorprendido y decidió mezclar sus canciones con audios de los colifatos para realizar un nuevo disco, que después pusieron a la venta los músicos que vivían de manera ilegal en España. “Apenas nos enteramos, nos pusimos en contacto con Manu Chao y con FM La Tribu para editar el mismo disco acá”, cuenta Gobet. En la Argentina, los vendedores fueron los propios internos que salían del hospital. El disco se llama “Siempre fui loco”.
Además, la radio ha realizado una convocatoria a todas las bandas independientes, grupos o solistas, que quieran participar en un nuevo disco. Para hacerlo hay que enviar un demo con hasta tres canciones originales, a las que se agregarán canciones y máximas colifatas grabadas en el espacio de la radio. Hay tiempo hasta el 14 de julio y las bases están en https://lacolifata.openware.biz/index.cgi.
El Estado de la nada
En 2005, el cantante llegó a la Argentina con una nueva propuesta: realizar un recital a beneficio del proyecto. Así fue como en noviembre ese año, uno de los shows de Manu Chao contó con la participación en el escenario de algunos internos que compartieron micrófono con él.
Gracias a lo recaudado en aquella ocasión Gobet -que trabaja en el proyecto desde 1991- pudo empezar a cobrar por su trabajo.
“Basta de que nos ayude siempre la gente. El Estado tiene que hacerse cargo aunque sea una vez. Venimos con muchísimas promesas, papeles firmados, presupuestos aprobados para terminar el estudio, construirnos un lugar… Pero nada. Si hoy nos regalan 15 sillas no tenemos donde guardarlas, estamos guardando los equipos debajo de la cocina del Borda, donde hay una humedad terrible”, reclama Gobet.
La casita en donde guardaban inicialmente los equipos fue incendiada el año pasado en circunstancias más que dudosas. Hay varias versiones sobre los responsables pero de eso mucho no se habla. “Se quemó todo pero todo: parlantes, equipos, etc, etc. Ahora todo nos anda muy mal. Por eso terminamos 2005 en una situación de mucho trabajo, muchas ideas, muchas ganas de seguir adelante y a la vez desmoronados”, recuerda. Como si fuera poco, les robaron una notebook de adentro mismo del hospital. Pero como el prestigio de La Colifata es tan grande, siempre hay una ola solidaria que la reanima: “Cuando fue el robo de la computadora, estábamos muy mal. Alfredo Olivera escribió un comunicado preguntándole a la gente cómo seguíamos y empezaron a llegar una infinidad de mails de ayuda: desde alguien que donaba su compu hasta alguien que decía que tenía autos antiguos, y podía hacer una exposición a beneficio. El grupo de teatro de San Telmo ofreció la recaudación de sus funciones, Jorge Guinzburg donó una máquina como la que nos sacaron… A nosotros nos alienta muchísimo todo eso”.
El desconocido y los astros
En 2004 La Colifata aterrizó en Telefé, para concretar La Colifata TV, que consistía simplemente en seguir haciendo radio pero esta vez para salir por televisión. La propuesta se llevó adelante gracias a Pedro Saborido, que se acercó a la radio con la intención de encarar un proyecto en conjunto y guió al colectivo para concluir en ese ciclo por el cual recibieron cerca de 2.000 correos del público.
En 2006 se renovó la posibilidad de emitir por televisión. Esta vez en el canal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Ciudad Abierta, donde comenzó a transmitirse El living de Stellita. La conductora es una mujer de unos sesenta y largos, madre de un ex interno del hospital, y también conductora del programa radial Visitas en La Colifata, con un estilo rebelde y contestatario. Stellita vive hace 15 años en la calle y desde la Plaza Belgrano, donde suele dormir, realiza su emisión televisiva, rodeada de un par de sillones, algunos invitados y otros colifatos que tienen sus propias columas. Allí se hizo la presentación del programa previo al Mundial, con René Houseman (el “loco” campeón del mundo en el triste 1978) y Carlos Bilardo (técnico de Argentina campeona en México, 1986), además de Fabián Ferraro, creador del club de fútbol callejero Defensores del Chaco, con el que busca convocar a los chicos de la calle e incorporarlos en un proyecto social y comunitario. La Colifata anuncia El living de Stellita con estos agregados: “El columnista (ex Hombre Desconocido) Alejandro “De la Sagrada Elión” Strassener nos brindará una visión global de la problemática y nuestra Astróloga Juliana Zuc de Batistuta nos aclarará cómo los astros zodiacales están siempre presentes”.
Entre la tierra y los astros, Gobet, como coordinadora y psicóloga, ocupa muchas veces el lugar abandonado por los profesionales y se ocupa de realizar interconsultas. “Llevamos al espacio de tratamiento lo que los internos traen al programa de radio. A veces, no hay tratamiento psicológico, sino farmacológico y lo mejor que puede pasar es que a partir de que uno se acerca, decidan ponerle psicólogo”.
Del encierro a la expulsión
La Colifata resulta así un espacio de identidad y pertenencia para los pacientes. Tal es así que varios de los que están en situación de transferencia –aquellos que se están reinsertando en la vida social- vuelven cada sábado para participar de los programas y continúan definiéndose como colifatos.
El eslogan de La Colifata, “rompiendo muros”, ha sido superado. Antes prevalecía la política del encierro, la represión y el aislamiento. Los neuropsiquiátricos eran un depósito de personas posiblemente enfermas, o diferentes, y de pobres.
Ahora todo cambió, y no precisamente para bien, según Gobet: “Está pasando algo en estas instituciones. Antes eran muy represivas, entonces había que trabajar para tomar la palabra y recobrar la identidad de la persona internada. Por eso la idea de romper muros. Pero hoy estos lugares son expulsivos y a muchos le proponen como único destino la calle. La Colifata dentro de esa lógica funciona como un espacio de intersección, que no está adentro del hospital pero tampoco afuera. Se volvió un medio muy fuerte para los internos pero a la vez un espacio de contención y encuentro para los que viven en la calle”.
El 100.1 de La Colifata pronto será 100.3 y seguirá escuchándose en un radio de 30 cuadras, pero mejor. También próximamente La Colifata se podrá escuchar por internet.
Para romper los muros, sin por eso quedar a la intemperie.
 

publicada 21/06/2006
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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Todos los jueves de agosto, presencial o virtual. Más info e inscripción en [email protected]

Taller: ¡Autogestioná tu Podcast!

De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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