CABA
Abuelas de Plaza de Mayo: La historia no oficial, la ruda y el gingko
Cumplieron 25 años buscando a sus nietos y el día en que estaban celebrándolo con un encuentro ecuménico, uno de esos nietos mostró al público un papel enrollado: la confirmación judicial de la restitución de su identidad. Se trata de Gabriel Matías Cevasco, que participó del encuentro en la Parroquia de Santa Cruz, de Buenos Aires, como nieto, y como pastor adventista. Estela Carloto, presidenta de Abuelas, aplaudió emocionada. Nadie percibió dónde estaba la sutil guardia de civil que la custodia desde que el 20 de septiembre atentaron contra su casa de La Plata, a las tres de la madrugada, hecho que ella definió con pragmatismo: «quisieron matarme». Sobre sus custodios policiales, Estela ha decidido tomarse las cosas con humor, y reconoce que le han caído bien: «Si me dan tiempo, los voy a sacar buenos». Esta es la historia de cómo comenzó otra Historia.
Por Sergio Ciancaglini
Hubo muchos actos, exposiciones, lecturas y encuentros durante varios días, para un aniversario que siempre se celebra el 22 de octubre, aunque todos coinciden en que la fecha es simbólica y quedó instalada tras un desbarajuste de la memoria sobre cuál fue el momento exacto en el que esta entidad, candidata al Nobel de la Paz, comenzó a existir: en 1977 estas mujeres no pensaban en efemérides, sino en llorar a sus hijos, encontrar a sus nietos y eludir a la dictadura.
Es difícil saber si esta historia de 25 años pertenece al pasado.
En aquellos tiempos estas mujeres eran amas de casa, docentes, empleadas, en la mayoría de los casos muy poco interesadas en la política. Frente al televisor, preferían ser víctimas de una telenovela, antes que de un programa político.
Sus hijos e hijas, en cambio, miraban otro canal. Pertenecían a esa generación de fines de los 60 y comienzos de los 70, que en muchos países se apasionaba por la política y por la posibilidad de transformar el mundo.
Esos jóvenes se hicieron militantes políticos. Tras el golpe del 24 de marzo de 1976 a todos les cambió la programación de sus vidas. Las actuales abuelas le vieron la cara al terrorismo de Estado, al enterarse de que sus hijos o hijas a veces embarazadas, y hasta sus nietos, habían sido secuestrados por el régimen militar.
Desaparecidos.
Hay que pensar que en aquel momento la idea de la desaparición no existía, ni siquiera figuraba como delito. Estas mujeres, de a una, salieron de sus casas y se pusieron a buscar en comisarías, en hospitales, en cuarteles, en juzgados. Siempre recibieron respuestas negativas.
Pero la propia búsqueda hizo que empezaran a reconocerse entre ellas: el código de la angustia.
Mujeres en resistencia
Al principio no había diferencias entre «madres» y «abuelas». La mayoría eran mujeres, porque podían dedicar a la búsqueda un tiempo que sus maridos no tenían y suponían, de paso, que los militares encontrarían engorroso enfrentar a unas señoras mayores, modales que fueron rápidamente desmentidos por la realidad.
Se formaron dos grupos, el de Madres y el de Abuelas, por un una diferencia práctica: el de Abuelas se organizó a partir de la información concreta de que sus hijos habían sido asesinados. Los que faltaban eran sus nietos. En cambio las Madres seguían sin noticia alguna sobre sus hijos.
El grupo original de Abuelas fue de doce mujeres. Y la fecha que toman como nacimiento ocurrió al llevarle una carta de reclamo al secretario de Estado norteamericano Cyrus Vance, de visita en Buenos Aires. Firmaban así: «Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos».
La carta no la entregaron en Plaza de Mayo, sino en Plaza San Martín, donde Vance fue a poner flores al monumento del prócer. No fue María Isabel «Chicha» de Mariani la que le dio la carta al norteamericano, de confundida que estaba en ese bosque de militares, funcionarios y mujeres gritando, sino Azucena Villaflor, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Y la fecha no fue el 22 de octubre. Siempre pensaron que había sido aproximadamente en esos días, y así comenzaron a celebrar sus aniversarios muchos años después, aunque luego descubrieron que la visita de Vance había sido el 21 de noviembre de 1977.
Como dicen hoy las abuelas, la fecha es lo de menos. ¿Pero qué hay detrás de esa historia?
Aquellas mujeres empezaron su lenta búsqueda comprendiendo que, para espantar el miedo, les hacía bien estar juntas. Varias llegaban a Buenos Aires desde La Plata. Descubrieron que hasta el hecho de almorzar se transformaba en un gasto denso, y llevaban manzanas en sus carteras, para comer sentadas en alguna plaza. Iban anotando a mano cada gestión, cada respuesta, en unos cuadernos escolares que llevaban en la cartera, con las manzanas. Ahí estaba el disco duro de Abuelas.
Allí anotaron, por ejemplo, esta respuesta de la doctor Delia Pons, del Tribunal de menores de Lomas de Zamora:»Estoy convencida de que sus hijos eran terroristas, y terrorista es sinónimo de asesino. A los asesinos yo no pienso devolverles los hijos porque no sería justo hacerlo. Sólo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños».
La dictadura equiparaba la palabra «terrorista» o «subversivo» a cualquier opositor al régimen. Los cálculos más serios (por ejemplo los del fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, Emilio Mignone) indican que el diez por ciento de los desaparecidos participaron en las organizaciones armadas. El noventa por ciento no.
Más allá de los cálculos, como ni a unos ni a otros se los juzgó, tampoco puede saberse en qué medida cualquiera de ellos fue efectivamente autor de algún delito.
En caso de serlo, el castigo no puede ser la tortura y la muerte clandestina (comerse al caníbal) actitud que constituye en sí misma un comprobado terrorismo, y de la peor especie: el terrorismo de Estado, que además secuestró, torturó y asesinó a monjas, empresarios, docentes, sindicalistas, políticos, familiares que buscaban (como Azucena Villaflor), y mató incluso a diplomáticos del propio régimen que planteaban sus disidencias.
Aún siguiendo la lógica de la doctora Pons, quedaría una pregunta en danza: ¿los bebés eran terroristas?
Violetas y Oscar
Las Abuelas seguían su búsqueda, chocando contra la perversión y la persecución. El denso silencio de los medios (más que silencio, apoyo específico y acrítico a los militares) sólo se quebró en abril de 1978, dos años después del golpe. El diario The Buenos Herald, de lengua inglesa, se atrevió a publicar una carta de lectores en la que se hacía referencia a la desaparición de bebés. Fue la primera vez que en un medio se mencionó el asunto. El 5 de agosto de ese año, el diario La Prensa aceptó publicar una solicitada de Madres y Abuelas. Era domingo. Día del niño.
Para reunirse sin llamar la atención, las abuelas simulaban cumpleaños en bares y confiterías, como Las Violetas (en Rivadavia y Medrano, de Buenos Aires). Aprendieron a simular sonrisas y cantaban el «feliz cumpleaños» mientras intercambiaban regalos (e información) mirando hacia los costados para ver si no las seguían.
Cuando hablaban por teléfono usaban claves. Con las palabras «flores» o «cacharritos» se referían a sus nietos. O decían: «El señor Blanco todavía no contestó la carta que le mandamos». El señor Blanco era el Papa.
Empezaban a aparecer pistas. Los bebés secuestrados habían sido dados en adopción a militares, policías o gente allegada a la dictadura. Rumores barriales, pequeños comentarios, historias de matrimonios estériles que de pronto aparecían con un bebé. El cine reflejó esto en la única película argentina que ganó un Oscar, La Historia Oficial.
Los cuadernos de las Abuelas iban llenándose de datos. Había que comprar nuevos. El desgarro por la muerte de sus hijos se convertía en un proyecto desmesurado en plena dictadura: recuperar flores y cacharritos.
También comenzó a crecer el anecdotario de estas mujeres que hacían lo suyo con una mezcla de obstinación e inocencia asombrosas.
En 1979 dos de las Abuelas (Chicha Mariani y Alicia «Licha» De la Cuadra) viajaron a San Pablo, Brasil, para reunirse con la organización Clamor (Comité de Defensa de los Derechos Humanos en el Cono Sur), liderado por el cardenal paulista, Don Pâulo Evaristo Arns.
Llegaron al aeropuerto, tomaron un taxi. La genética de los choferes paulistas tal vez merezca un estudio aparte: lo cierto es que ellas le pedían que las llevara a un hotel. No se hicieron entender lo suficiente, este señor tampoco hizo el esfuerzo. Atravesó autopistas a 100 kilómetros por hora (iba tranquilo) hasta que las dejó ante un edificio. Bajaron con sus bolsos. Era un hotel levemente oscuro. El conserje las miró extrañado, les cobró por anticipado, y aceptó guiarlas a la habitación.
Las paredes lucían falso terciopelo, las luces eran rojas, el espejo estaba en el techo, y la cama era redonda: «¿Dónde vinimos Licha?» preguntó la señora de Mariani, que jamás había visto un hotel tan extraño. Licha no sabía qué contestar, pero ya era de noche y decidieron dormir allí, tras desconectar la música funcional con baladas románticas.
Al día siguiente se reunieron con los miembros de Clamor, que al ver la tarjeta del hotel se pusieron tan rojos como las luces de la habitación, y corrieron a trasladarlas.
Los primeros nietos recuperados
Seguían sumando datos, informes. Lograron conectarse con sobrevivientes de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) que confirmaban los casos de bebés paridos en ese centro de torturas, desde el que salían los «vuelos de la muerte» con secuestrados (a veces eran las propias madres que habían parido) que eran dopados y arrojados mar adentro para hacer desaparecer definitivamente sus cuerpos. Los bebés eran entregados, se les falsificaba la identidad, se les borraba la historia.
Las abuelas seguían buscando.
En 1980 los primeros niños localizados por Abuelas, Tatiana Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, se reencontraron con su abuela María Laura, en el juzgado de menores de San Martín. El segundo fue Juan Pablo Moyano, en 1983, a quien terminaron de ubicar gracias a una nota publicada por la periodista Claudia Acuña, fundadora de lavaca.org. Por su aporte fue condecorada por Abuelas con un prendedor que reproduce una hoja de arce roja.
Aparecer
Desde entonces la historia se siguió escribiendo sin pausa. Ya hay 73 restituídos. Primero eran bebés. Luego fueron niños. Luego adolescentes. Hoy ya son adultos que siguen apareciendo.
Gabriel, el pastor que acaba de recuperar su identidad jurídica en un papel enrollado, hace apenas dos años pudo saber quién era en realidad. Casos como el suyo continúan en trámite. Y las Abuelas ya tienen «biznietos», los hijos de sus nietos reencontrados.
Y han fabricado más futuro: la sangre de todas ellas, incluso muchas de las que han fallecido, está en el banco de datos genéticos. Muchas biografías, muchas vidas, todavía están por recuperarse.
Las Abuelas iban a la Plaza de Mayo, a España, a Francia o a los Estados Unidos, con los mismos tapados que usan hoy, que son candidatas al Nobel de la Paz. Con esos tapados se abrigaron el lunes 21 de octubre, noche fría en la Plaza de Mayo. Allí se hizo un show de espaldas a la Casa de Gobierno, vallada desde hace mucho para evitar la cercanía con los ciudadanos.
Hubo un conjunto de percusión, Rataplán, formado por chicos que tienen la edad de los nietos. Apareció Piero, con sus canciones de protesta de los años 70, que los imperceptibles custodios de Estela soportaron con estoicismo. Hubo varios cantantes más.
No fue un espectáculo inolvidable. Pero al día siguiente, el martes, las abuelas se engalanaron para ir al Teatro Colón.
Maximiliano Guerra les hizo un homenaje tan talentoso, divertido y conmovedor, que resulta inexplicable que no se haya transmitido por televisión. O al revés: la no televisación explica el grado de mediocridad de la televisión.
Guerra se presentó con el Ballet del Mercosur. En la platea se veían los pañuelos blancos de la Madres de Plaza de Mayo. El jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, del cual depende el teatro, tuvo la inteligencia de permanecer en un segundo plano.
Se percibía mucho silencio en el teatro, hecho de emoción genuina. Sobre el escenario se desplegaban coreografías y ritos: chicos con ropas de colores bailando unos malambos lentos, o unos tangos lejanos, hubo una canción de cuna para despertar, un baile alegre.
La segunda parte tuvo un cuadro muy divertido, una especie de parodia donde el bailarín y la bailarina se burlan uno del otro, y tratan de ganarse el aplauso del público. Les Luthiers en versión ballet.
El cierre fue la versión de Charly García del himno argentino, bailado con coreografía de Oscar Araiz. Guerra corrió el escenario con una bandera argentina, que había empezado siendo un pañuelo sobre la cabeza de una mujer. La ovación fue infinita.
Entonces, lenta y tímidamente, las abuelas comenzaron a ingresar al escenario. Con pasitos cortos, algunas con sus bastones. Coquetas y sonriendo como si estuvieran haciendo una travesura. Es inalcanzable explicar la emoción que había en ese teatro.
Faltaba más: detrás de ellas, aparecieron los nietos restituídos.
Serían unos 30 de los 73 que han encontrado hasta ahora.
Le dieron un micrófono a Estela, que debía ser una de las pocas personas en ese lugar capaz de pronunciar dos palabras seguidas.
Dijo: «¿Cuál es nuestro premio? Ellos, nuestros nietos, que están aquí». Y dijo: «Ahora pueden dedicarse a lo bueno, lo sano, lo positivo».
También señaló la bandera argentina con la que había bailado Maximiliano Guerra y dijo muy suavemente: «A la patria hay que honrarla». Por una vez, esas palabras no sonaron huecas. El teatro estaba de pie, casi desmintiendo la versión según la cual en la Argentina no pasa nada, no hay valores, o no hay esperanza.
Lo único innecesario del espectáculo fue el título: «Con gloria morir». Es posible que la Argentina ya esté saturada de ese tipo de propuestas, y escasa de proyectos para la vida, como el de las Abuelas.
O acaso no haya que tomarse muy en serio a un Himno Nacional más pomposo que poético, que propone esa solución tres veces cada vez que hay que cantarlo.
Ya se sabe que las Abuelas simbolizan la dignidad, los derechos humanos, la identidad, la memoria. Conviene imaginar por un momento cómo sería una persona sin dignidad, sin derechos, sin identidad, sin memoria: un zombi, un fantasma, un loco.
A una sociedad le puede pasar lo mismo. La Argentina sabe ser muy zombi, fantasmal y loca. Desde ese punto de vista, estas señoras que dicen que no son viejas, sino que tienen mucha juventud acumulada, son un modelo de salud mental.
Además, ellas buscan a los únicos desaparecidos que están vivos. Y al revés, saben que esos chicos, ya adultos, pueden buscarlas a ellas.
Pero representan también actitudes y formas de ser de las que casi no se habla y de las que tal vez haya mucho que aprender en términos políticos, sociales y personales.
Por ejemplo: no son quejosas. Les sobran motivos, y sin embargo nunca se las escucha protestar.
Seguramente lloran, pero no lloriquean. No andan con aires de víctimas. Simplemente, ante un problema, actúan. Hacen cosas. Toman decisiones.
Hablan poco y hacen mucho. O sea, al revés que lo habitual en ese conjunto que se ha dado en llamar «dirigencia argentina».
No tienen miedo, en un país donde a veces da miedo hasta salir a la calle. No es que sean temerarias. Descubrieron que el miedo paraliza, y que para vencerlo hay que moverse.
Las lecciones del ginko
Hace 25 años que no dejan de moverse.
Le pregunté a Estela si tiene miedo luego del atentado a su casa. Arqueó las cejas: todo dicho. Y siguió organizando reuniones, actividades, proyectos.
Las abuelas tienen un genio fuerte. Han sabido plantársele a represores, a líderes mundiales, a obispos y embajadores demasiado silenciosos, a jueces siniestros.
Eso no se hace sin carácter. Pero ese carácter, al mismo tiempo, es alegre. La casa de las Abuelas suele ser un hervidero de movimiento, voces, risas.
Políticamente, son como las bailarinas del Mercosur: ágiles, delicadas y precisas, pero a la vez contundentes y sustentadas en un gigantesco esfuerzo.
Transmiten serenidad, pero son de una eficiencia tremenda. Gracias a su búsqueda Videla, Massera y muchos otros no han podido gozar de una ancianidad impune, ni siquiera con los indultos menemistas.
Las Abuelas están llenas de ideas, pero no dan sermones.
Miran a los ojos cuando hablan.
Nunca quisieron hacer justicia por mano propia, cosa que no sé quién les hubiera podido reprochar.
Jamás insinuaron una palabra de violencia.
Mientas los partidos políticos y los gobernantes no hacen otra cosa que el ridículo, estas señoras resuelven problemas mucho más complejos y hacen verdadera política.
Con esto no debe pensarse, ni por asomo, que ellas tengan que hacer política partidista. Los partidos en su forma actual son el cementerio de cualquier organización civil que valga la pena.
Al revés: los partidos -y yo diría que incluso muchas empresas- tendrían que ir a tomar clases de cómo se conducen estas mujeres, y cómo se las ingenian, como diría Estela, para hacer cosas que sean buenas, útiles, sanas y positivas.
El ataque a la casa de Estela ocurrió durante la madrugada del 20 de septiembre. Cuenta: «Yo me había despertado y estaba en la cama, a oscuras. Pensé en ir a mirar televisión. Hace mucho que tengo el sueño interrumpido. De golpe escuché una explosión. Me levanté, me puse un deshabillé y salí, pensando que a algún vecino le había explotado una garrafa. Al abrir la puerta, ví que los vecinos venían hacia mi casa. La garrafa era mía».
La «garrafa» fueron los balazos con los que perforaron el ventanal de su casa. Estela declaró que eran balas como la que mataron a su hija. Le pregunto cómo sabe tanto de balística: «No sé nada. Pero eran cartuchos como los que encontramos en el cuerpo de Laura cuando pudimos exhumarla».
Aquellas balas, y estas balas. Estela es una de las tantas que sigue buscando, en un país donde la edad de las balas puede prestarse a confusión.
El jueves 24 de octubre hubo un acto ecuménico en la Parroquia de Santa Cruz. El rabino Daniel Goldman leyó unos salmos. El pastor Aldo Echegoyen cantó junto al otro pastor, el nieto restituído. Varios sacerdotes, sin sotana, hicieron su homenaje. A las que están vivas, y a las que fallecieron.
El fraile Antonio Puijgané, quien fuera miembro del Movimiento Todos por la Patria, intentó explicar muy celestialmente que las abuelas verdaderamente vivas son las que están muertas. Y que los vivos se van a morir. «Estela se va a morir» aclaró señalando a la presidente de Abuelas, que no cometió gesto alguno. Al margen de otras de sus facetas, la frase del señor Puijgané confirma que jamás hay que subestimar a la estupidez humana.
Hubo un regalo para las Abuelas, de parte de los integrantes de la parroquia. Unas hojas enmarcadas del árbol Ginkgo Biloba. Es un árbol japonés, que tiene millones de años sobre la tierra. Se cuenta que tras la bomba de Hiroshima, pese a la destrucción pudo encontrarse un brote de este árbol, que desde siempre parece ser un símbolo de vida. En Santa Cruz hay un retoño, que parece saludable.
A Estela Carloto también le habían regalado una plantita de ruda, según la creencia de que tal especie espanta la envidia y la maldad. Ella la hizo plantar en el jardín de su casa atacada a balazos. Tal vez las Abuelas, con el Ginkgo Biloba y un poco de ruda, sean las que logren explicarle a la Argentina una jardinería que funcione para la vida, y no para los zombis y los fantasmas.
Portada
Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso
La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.
Fotos: Juan Valeiro.
Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos.
“Pan y circo”, dice.
Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro.
Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.



Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.
Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.
Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El poco pan
La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:
“Si no hay aumento,
consiganló,
del 3%
que Karina se robó”.
Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”.
Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”.

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El mucho circo
Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes.
Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena.
“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial.
Silencio.
“¿Me pueden decir sí o no?”.
Silencio.
Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.
Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”
“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.
La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival.
Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:
- “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
- “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
- El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.
El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.
Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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