Nota
La moda que incomoda: el Gac después de Venecia
«Fue al pedo». Así resume Carolina Golger, una de las integrantes del Grupo de Arte Callejero la participación de ese grupo en la Bienal de Venecia. También expresa el momento que está atravesando ese colectivo artístico: la necesidad de definir rumbos, pensar antes de hacer y romperse la cabeza para encontrar una fórmula que afloje la soga cotidiana de sobrevivir sin recursos. «Todo arte es político e hijo de su época»- reflexiona Carolina – «Pero lo que ocurre ahora es que hay gente que viene de otros ámbitos y produce arte de temática política que, en realidad, no es político. Es oportunismo.»
Carolina Golder llega agitada. Viene de Villa Fiorito -el terruño que vio nacer a Maradona- donde da clases de plástica a chicos de séptimo, octavo y noveno año. Como evidencias trae sus botas manchadas de amarillo y su campera naranja veteada con pincelazos blancos. La artista, de 28 años, es uno de los diez integrantes del Grupo de Arte Callejero (GAC), una organización que interviene en los espacios públicos para denunciar las miserias políticas y sociales a través de la creación. El GAC nació para protestar contra la Ley Federal de Educación, pero poco después se asoció a HIJOS para imponer el escrache como forma condena social a los genocidas de la dictadura. Más tarde, ganó el concurso estatal para diseñar el Parque de la Memoria y todos los días 20 organiza una procesión artística que denuncia la impunidad de los asesinatos ocurridos el 20 de diciembre de 2001 en las cercanías de la Casa Rosada. A sus miembros se los puede ver realizando acciones en marchas por la paz, contra los desalojos o en los piquetes. La semana pasada regresaron de un lugar extraño para ellos, la Bienal de Venecia. Allí exhibieron Cartografía de Control, una proyección de video y collage. Por supuesto, está basada en un ícono de este grupo: el fragmento del mapa de la ciudad de Buenos Aires debidamente señalizado, con marcas que identifican centros del poder económico, acciones de la represión militar, lugares de conflictos bélicos y zonas militarizadas. Aquí, Carolina analiza la experiencia.
-¿Qué balance hacen de la participación en la Bienal de Venecia?
– Llegó la invitación a Venecia y dijimos que sí, sin reflexionar demasiado. Cuando terminamos de montar la obra dijimos: «¿Qué hacemos acá?. Antes de ir se dio la discusión si era una fagocitación del sistema, pero a mí no me generaba conflictos. Me sentí como en un congreso de ginecología, una cosa totalmente distinta, ajena. Fue al pedo. En un lugar así se pierde todo tu mensaje.. Nunca más aceptaríamos esa invitación, no es nuestro lugar. Una obra como la que llevamos se descontextualiza, pierde toda la fuerza. Es lo mismo que esté o que no esté.
– ¿Cómo repercutió esa frustración al interior del grupo?
-Venecia nos generó muchos conflictos. El grupo no se dividió, pero se instaló una discusión muy fuerte hacia adentro. Nos dimos cuenta que empezamos a hacer, hacer y hacer, y reflexionamos poco. Nosotros contestamos un montón de demandas de distintos grupos sociales que se nos acercan y eso nos dificulta dedicarle tiempo a pensar quiénes somos, qué tenemos ganas de hacer… Con Venecia nos dimos cuenta que empezamos plantando una cosa y esa cosa nos llevó a otra y esa a una tercera. Entonces empezás a replantearte todo, hasta los conceptos básicos, que tenemos internalizados desde hace seis años, como el trabajo en la calle, el arte público, el espectador casual planteándose una cosa y esa cosa te lleva a otra y esta a otra. Las cosas cambian y uno tiene que reflexionar sobre eso. Yo venía con un casete puesto, pero pasaron muchas cosas desde que empezamos, incluyendo el 19 y 20. En este último tiempo se puso de moda el arte y la política, surgieron un montón de curadores que vienen de otro lado y hablan de eso, y entre nosotros apareció el debate si teníamos que hacerle el juego a la moda.
– ¿Es una moda que vuelve inocuo el discurso comprometido o se logró imponer un discurso en la agenda social?
– Creo mucho en la gente que hace cosas en la calle y que hace cosas políticas. Lo que no creo es que porque alguien tome un tema social sea revolucionario. Si vos sacás un cuadro a la calle no quiere decir que seas revolucionario, quiere decir que sacaste un cuadro a la calle. Arte político no es sólo tratar la temática social.
– ¿Cuál es la diferencia entre arte político y arte de temática política?
– Lo político lo da la construcción, la discusión, la conexión con otra gente. No se trata simplemente de una temática. La diferencia está en el trabajo, no tanto en lo que queda, en la obra en sí. La diferencia esta en cómo te comunicás, cuánto te importa el protagonismo y la individualidad del artista. Nosotros, por ejemplo, no firmamos. Ahora surgieron grupos nuevos con la necesidad de decir:»Yo hice esto». Me parece que eso no va de la mano a una construcción desde abajo. Lo veo como repetir el sistema: surgió esto, bueno tengo que ver de qué forma con la temática política yo hago algo. Pero no comparto esas relaciones.
– ¿Se puede concebir el arte sin la política?
– Son otras palabras para redefinir. Todo arte es político. En los 60 y 70 se hablaba de arte político y en los 80 y 90 de arte ligth. Pero el arte ligth también es una decisión política, detrás de él hay una ideología. La decisión de salir a hacer arte a la calle y pintar una manzana es política. Y, ojo, me parece bárbaro que alguien pinte una manzana, pero depende de la decisión vital de cada uno. Y también el arte es hijo de su época. Pero lo que ocurre ahora, como dije, es que hay gente que viene de otros ámbitos y ahora produce arte de temática política que, en realidad, no es político. Es oportunismo, repite la misma mecánica del sistema, el circuito de las becas, lo hacen porque está de moda.
– ¿Cuándo el GAC se piensa a sí mismo se reconoce en algún colectivo de artistas políticos de los 60 o 70?
– No. Pero la verdad es que no es porque no nos reconozcamos, sino porque nunca hablamos o reflexionamos de dónde venimos. Creo que porque no hay tiempo para pensar y discutir.
– Si la política es construcción, ¿se puede construir sin pensar?
– No, para mi no. Me estás poniendo en jaque. Por eso digo que este es un momento de replanteos, de sentarse a reflexionar.
– ¿Qué cambió en el GAC desde creación?
– Lo que mas cambió es la demanda. Éramos un grupo que trabajábamos muchísimo, pero con el único grupo que interactuábamos era HIJOS y la Mesa de Escrache Popular. Nosotros veníamos haciendo miles de trabajos en la calle, pero anónimos. Desde 19 y 20 de diciembre apareció un montón de grupos para conectarnos y trabajar juntos. ¿Qué hacemos con esta gente que nos pide que trabajemos juntos? Sobre todo se dio en el 2002, con los MTD y con las agrupaciones independientes de la FUBA .Pero no fueron los únicos: también la Correpi, la liga de derechos humanos. No es que antes no estaban, pero de golpe aparecieron. Eso cambió la manera de trabajo, mucho más acelerada para responder a esa demanda.
– ¿El GAC había nacido para eso?
– El GAC surge en 1997, cuando se discute la Ley Federal de Educación y aparece la Carpa Blanca. Nace como necesidad del Centro de Estudiantes de la Prilidiano Pueyrredón. Viéndonos como futuros profesores, buscando de qué forma nos juntábamos para decir las cosas que pasaban y no nos gustaban. Y también surge por la falta de espacios que nos representaran a nivel artístico. Son cosas que no tiene nada que ver con los que nos pasa ahora. En ese momento el concepto era ese. Éramos un grupo súper abierto, hacíamos murales, intervenciones en afiches. Era un espacio de reunión de gente que tenía ganas de salir a la calle y hacer cosas. Recién en el 98, cuando empezamos a trabajar con HIJOS, se produjo el primer quiebre del grupo. Muchos se fueron y quedamos los que estamos ahora.
– ¿Cómo se produjo el acercamiento a HIJOS?
– Era el verano del 98, cuando empezaba el juicio a Alfredo Astiz. A partir de ahí, a un compañero se le ocurrió señalizar todos los centros clandestinos de detención de la ciudad utilizando el código vial, que es un código institucional. En ese momento se conocían los primeros escraches. Entonces salió la idea de conectarnos con HIJOS, que es una agrupación de nuestra edad con la que compartimos un montón de cosas. A ellos les gustó mucho nuestra idea y empezamos a participar. Al principio fue muy de afuera, en la elaboración de los carteles, pero después comenzamos a participar en la Mesa de Escrache Popular.
– ¿La autodefinición como «callejeros» nace como una necesidad o como princicipio?
– Nuestra identidad en la calle surge porque no nos identificaba ningún lugar privado o institucional. Entonces, ¿qué espacio es nuestro? La calle. Surgió como necesidad vital. Pero el nombre del grupo surgió recién en el 99, cuando nos presentamos en un concurso y había que proponerse un nombre y surgio GAC. Pero la verdad, no fue producto de ninguna discusión identidaria. Ahora es distinto, la calle es claramente lo que nos identifica porque no nos importa lo que pasa dentro de una galería o dentro de un museo, lo que tenemos para decir es para todo el mundo. Todo va cambiando y quizá nos convirtamos en otra cosa. A muchos grupos le está pasando. Es un momento de muchos cambios, sobretodo si lo que vos hacés se pone de moda y pasas a estar en la boca de todos. Tiene que ver con lo que estamos viviendo. Paso una euforia muy grande y ahora es época de redefiniciones: hacia donde vamos. Por ejemplo, nosotros estamos muy acostumbrados a trabajar con la tergiversación de las imágenes y ahora estamos buscando nuevos lenguajes. Sin abandonar lo que hacemos, buscamos nuevos lenguajes. Queremos ver otras formas, todavía no sabemos muy bien cuáles. La tergiversación para nosotros es cómoda, porque la manejamos tan bien, que lo hacemos muy rápido. Ahora estamos discutiendo de que otra forma se puede decir algo.
– ¿La decisión de que la producción sea anónima siempre fue una cuestión política?
– Si vos ponés un afiche callejero que dice que acá vive un genocida, ¿la vas a firmar? Si es un elemento que ocupa el espacio público. Firmarlo sería contradictorio hasta con los elementos que hacemos. Ese cartel está en la calle y tiene que confundirse en el espacio público para quien lo vea. Vale más el mensaje que quien lo emite. Así como el mensaje está por sobre la forma. Incluso, antes teníamos más tiempo para pensar las formas, ahora no. Y la plata también es una limitación, se nos ocurren cosas muy lindas, pero sin recursos no las podemos implementar. Contamos con un presupuesto de 400 pesos mensuales que nos da el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
– ¿Además de la producción colectiva, ustedes tienen obra individual?
– En este momento no.
– ¿Y cuál es la vida más allá del GAC?
– Todas las chicas, menos una, somos docentes. También hay dos diseñadores y un desocupado. Yo soy docente en Fiorito, Budge y Villa Albertina. Me muero de hambre, no aguanto más. Antes trabajaba en escenografía, pero cuando se vino la debacle me quedó sólo la docencia.
-¿Nunca se plantearon vivir del arte?
-Sí , porque tengo mi hermana que vive del arte. Pero es como si fuera otra profesión. Mi hermana es artista de video y desde los 18 se la pasa de beca en beca, viajando por todos lados y ganando buena plata. No me parece que esté mal. Pero no me parece ganar plata colgando carteles. Fijate que ninguno de nosotros producimos individualmente. Pasamos a otra esfera de lo artístico, es como otra cosa que no sé como llamarla que está en el límite del arte y lo político.. Tenés un saber y ganas y los empleas en una construcción social, política.
– ¿Cuál será la próxima acción del GAC?
-Las chicas nos vamos a Ledesma, Jujuy. Vamos a hacer carteles en la Noche del Apagón. El 27 de julio del 76 allá hubo un apagón donde desaparecieron 600 personas. Todos los años desde la vuelta de la democracia, va mucha gente a acompañar a la única madre de Plaza de Mayo y se hace una marcha muy larga por el ingenio de los Blaquier. Y también seguiremos trabajando con la geografía de control. No sabemos qué vamos a hacer, pero queremos trabajar con las zonas militarizadas, con la frontera entre Capital y provincia.
Nota
5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.
Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
Nota
Imágenes de la marcha a Plaza de Mayo: los jubilados siguen haciendo lío

Jubilados y jubiladas se movilizaron desde el Congreso de la Nación hasta Plaza de Mayo en una nueva jornada de reclamos y denuncia por los ingresos de pobreza que perciben y el fin de la moratoria previsional, cuya prórroga sigue durmiendo en Diputados. Como siempre, los carteles manuscritos fueron una forma de expresión y creatividad. En uno se leía: «Francisco está feliz. Jubilados haciendo lío!!!»
La marcha comenzó nuevamente con un operativo desproporcionado con las cuatro fuerzas federales -PFA, Gendarmería, Prefectura y PSA- que reprimió la protesta pacífica: la Comisión Provincial por la Memoria contabilizó una persona detenida y 13 heridos por efectos de los gases lacrimógenos, entre ellos jubilados y trabajadores de prensa.
Frente a la Rosada, realizaron un acto donde distintas agrupaciones de jubilados se manifestaron contra el acuerdo con el FMI y cantaron por la salud de Pablo Grillo.
«Hasta el próximo miércoles», saludaron los jubilados y jubiladas.
La próxima semana, la marcha contará con la participación de los gremios de la CGT como previa al Día del Trabajador y la Trabajadora del 1 de mayo.

Foto: Juan Valeiro para lavaca

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.
Nota
Escritos sobrevivientes: Un nuevo libro escrito por ex detenidos desaparecidos
Este 24 de marzo, a 49 años del golpe, la editorial lavaca publica Escritos sobrevivientes, un libro creado junto a un grupo de personas que estuvieron secuestradas y desaparecidas en distintos centros clandestinos de represión durante la última dictadura militar. Se presenta el próximo viernes 28, pero ya podés pasar a buscarlo por MU (Riobamba 143) desde hoy. En este texto, Claudia Acuña cuenta qué representa esta obra parida en colectivo y en medio de aires negacionistas.
Por Claudia Acuña
Este libro representa muchas cosas y todas y cada una nos parecen decisivas para estos tiempos desesperados.
Ni sé por dónde comenzar a enumerarlas, así que sin orden de importancia ni cronológico enumero algunas, aunque sin duda me faltarán otras que invito a que completen quienes lo lean.
Lo primero, para mí, es reconocer el valor social, político, histórico y ético que merecen las personas detenidas-desaparecidas por la dictadura cívico militar que azotó este país desde el 24 de marzo de 1976. No olvidamos esa fecha gracias a ellas, pero no siempre se las nombra con la relevancia que han tenido para construir verdad, justicia y memoria.
A algunas de ellas he tenido el honor de escucharlas y verlas testimoniar en los juicios de lesa humanidad, pero también en los diferentes procedimientos contra la impunidad que crearon y sostuvieron para que esos juicios sucedan.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Hasta lograrlo.
Solo a una pude agradecerle con palabras y lágrimas el esfuerzo, el coraje y el legado que recibíamos por su esfuerzo, pero fundamentalmente por sus vidas consagradas a hacer posible lo imposible. Fue en la puerta de los tribunales de Comodoro Py, mientras los altoparlantes transmitían la primera condena a los genocidas responsables del centro de detención clandestino y de tortura que funcionaba en la Esma. Ahora, con este libro queremos extender esas gracias a cada una, a cada uno.
Sé, porque comprendí la lección que nos daban, que no puedo afirmar que lo hicieron solo ellas, ellos. Esa es otra de las cosas que representa este libro: el saberse parte – y reconocerlo siempre- de algo más grande, más importante y más trascendente no solo del yo, sino incluso del núcleo colectivo en el que nos organizamos, reflexionamos y tomamos fuerza para resistir. Nuestras fuerzas individuales y nuestras construcciones políticas suman, activan, empujan, pero alcanzan sus objetivos cuando sincronizan con la necesidad social, con la época y con la Historia. Tienen alas porque tienen raíces y mueven al mundo hacia lugares mejores porque se sabe más grande y más poderosa que lo que nos rodea.
Eso que aquí las y los autores definen como “subjetividad sobreviviente” nos advierte eso: somos nuestros cuerpos y la sombra que proyectan, lo que hacemos y lo que soñamos, nuestras obras y nuestra imaginación, nuestros saberes y nuestra intuición, pero también y además aquellos cuerpos, proyecciones, hechos, batallas ganadas y perdidas, que nos anteceden y desbordan para fortalecernos y sostenernos de pie. Aquello que ilumina la oscuridad es la memoria sensible: de eso se trata este libro, además.
Otra: el valor de las utopías. En los momentos más aterradores hemos gritado “Aparición con vida y castigo a los culpables”. Bueno: la noticia es que hemos tenido éxito y aquí están las personas que cuando pronunciábamos esas palabras mágicas no podíamos abrazar. Algunas de ellas son las que el tercer sábado de cada mes vimos ingresar a nuestra trinchera durante el largo y desalentador año 2024. Para nosotros ese taller de escritura significó una cita con la esperanza, cada vez. Y una comprobación: el futuro se construye con el hacer colectivo, cada vez.
Por último: este no es un libro de testimonios sobre el horror de la dictadura, sino su contracara o quizá, lo que se puede pensar después de cruzar el abismo de la impunidad.
Quizá.
Me falta todavía superar la alegría de haberlo logrado, de sostener con las manos esta pequeña utopía realizada en tiempos de saqueo de recursos simbólicos y materiales, en las cuales sólo proponerlo sonaba casi irresponsable, para poder encontrar las palabras certeras, que expresen lo que representa que personas empobrecidas y violentadas podamos hacer lo que querramos financiadas sólo por el deseo y la convicción, que siempre es política.
Quizá la palabra exacta sea una sola: Argentina.
La presentación
Escritos sobrevivientes y compila una serie de textos producidos en un taller de escritura que tuvo lugar en MU durante 2024. Estos relatos abordan historias marcadas por lo que el grupo denomina «subjetividad sobreviviente». El resultado es un conjunto de textos poéticos, políticos y filosóficos, de una potencia y belleza conmovedoras.
Participan: Rufino Almeida, Margarita Fátima Cruz, Graciela Daleo, Lucía Fariña, Mercedes Joloidovsky, Eduardo Lardies, Susana Leiracha, María Alicia Milia, Claudio Niro, Silvia Irene Saladino, Stella Maris Vallejos e Inés Vázquez.
Así lo resumen sus autoras y autores: «Un grupo de compañeras y compañeros, ex detenidos desaparecidos por el terrorismo de Estado, nos reunimos en un taller de escritura para crear textos enfocados en la subjetividad sobreviviente, mientras la voz del poder alimenta el negacionismo y la reiteración del sufrimiento popular por variados medios».
El libro se presentará el próximo viernes 28 de marzo a las 20 horas en Mu Trinchera Boutique, Riobamba 143.
Podés conseguirlo desde hoy, 24 de marzo, también en MU.

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