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La multitud y la Selección hicieron historia: el desconcierto mediático y político ante la marea de autogestión en la calle

¿Por qué la Selección no fue a la Casa Rosada? ¿La multitud quería ver a la Selección o hacer una fiesta, mientras la Selección quería ver a la multitud? ¿En qué consistió esta especie de rebelión de la alegría? ¿Cuáles son las gambetas de la Scaloneta? ¿Qué nos dicen las movilizaciones más grandes de la historia (el domingo y hoy) sobre la capacidad de convivencia, de alegría, de organización, y sobre nuevos modos de expresar ideas, acciones y emociones en el presente?
Por Sergio Ciancaglini
Cinco millones de personas y una Selección de fútbol riéndose arriba de un bus descapotable mientras recorría parte del conurbano y los jugadores acunaban la Copa del Mundo, brindaron este 20 de diciembre una inesperada exhibición al sol, sobre muchas cosas que parecen estar cambiando.
Las cinco millones de personas en realidad deben haber sido muchas más, sobre todo teniendo en cuenta que existe un país fuera de la autopercibida Ciudad Autónoma de Buenos Aires…
Pero si se toma como referencia lo ocurrido entre la Capital Federal y el predio de Ezeiza al que anoche había llegado la Selección desde Qatar, surgen algunas sorpresas:
- Esa muchedumbre quedará clasificada desde hoy como la mayor movilización de la historia argentina. Lo popular, tantas veces dicho y tan poco ejercido como en este caso. Lo más justo sería considerar también la movilización del domingo de la final. Difícil saber cuál es la mayor y cuál la segunda, pero en cualquier caso nunca se vio algo así en el país.
- Millones de personas en la calle desamparadas (o liberadas) de toda supuesta conducción, liderazgo, partidos, policía, información, Estado, etc., armaron una fiesta en la que casi no hubo incidentes mientras las empresas ex periodísticas y los panelistas de televisión preveían posibles apocalipsis, acto reflejo de un sector que nunca soporta ni admite ver gente movilizándose en la calle. Algo parecido pudo observarse en las denominadas redes, en las que pululaban mensajes racistas sintetizados en el nombre de un pobre animal que nada tiene que ver con estas cosas: el gorila.
- El tono de la fiesta tuvo condimentos a veces escasos: la emoción y la capacidad de convivencia, por ejemplo, indiferente a los reclamos de disciplinamiento.
- Hubo muchísima organización, sin necesidad de depender de expertos, pseudolíderes, funcionarios ni otros oficios que se adjudican el rol de “dirigentes”, o “concientizadores” o incluso “autoridades” que “organizan” a las personas y comunidades (con perdón por la pesadez de todas estas palabras).
- Además la fiesta exhibió otro bien común muchas veces chamuscado: la alegría.
Nadie sabía qué iba a pasar con el itinerario de los jugadores (que estaba siendo sometido a tironeos que cualquier VAR hubiera captado como penales más grandes que un estadio). La gente de todos modos salió a la calle a celebrar. Algunos iban para la Richieri, otros coparon “el rulo” del final de la 9 de Julio, millones bailoteaban alrededor del Obelisco, algunos cientos de miles iban para el Paseo del Bajo cuando se suponía que la Selección podría terminar ese periplo a paso humano en la Plaza de Mayo. Los movileros hablaban de confusión, pero tal vez era la suya solamente. La gente andaba divertida caminando, cantando, bailando, tirándose agua y espuma, saltando, riendo. Ahora nos volvimos a ilusionar, cantaban.
Una especie de rebelión de la alegría.
En el Obelisco se intuyó rápidamente que el micro de la Scaloneta jamás llegaría hasta allí, porque era imposible atravesar la muchedumbre que desbordaba todo el centro de la ciudad. De hecho, ni si quiera llegó a la ciudad.
Lo que en realidad estaba pasando, las horas lo demostraron, fue al revés de lo previsto:
- Más que la multitud queriendo ver a la Selección, pareció que eran los jugadores quienes querían ver a la asombrosa multitud que se adueñó de las calles y de todo el espacio público.
El hecho se confirmó al descubrir que el bus descapotable jamás llegaría, y se decidió llevar a los jugadores a varios helicópteros para agrandarles la inconmensurable panorámica de lo que ocurría, y trasladarlos luego nuevamente a Ezeiza.
Hace exactamente 21 años un helicóptero tenía un significado muy distinto, y la multitud que en la calle clamaba por vida, por justicia, por trabajo, era reprimida y en muchos casos masacrada por “autoridades”, “funcionarios”, “dirigentes” & afines, dedicados a controlar lo social y a establecer la ley de la violencia y la muerte.
Las gambetas de la Scaloneta
¿Qué pasó con la posible ida a la Casa Rosada, ese siempre enigmático edificio del que en 2001 partió aquel helicóptero con su impresentable pasajero?
Los jugadores de la Scaloneta ya habían hecho una gambeta como la de Messi a Gvardiol, cuando evitaron tener que verse fotografiados en Qatar junto a otro ex presidente argentino devenido “autoridad” de la FIFA. Lo lograron, parece, a costa de plantear la negativa a participar en la premiación si tal personaje se colaba en ese acontecimiento.
Ya en Buenos Aires, las invitaciones insistentes a ir a la Casa Rosada chocaron cual franceses contra Cuti Romero y Otamendi. El equipo entendía que la fiesta era con la gente, y que algo tan inédito no merecía quedar enjaulado en un toma y daca partidista, como suele ocurrir demasiadas veces. El gobierno dejó de ser insistente, no hubo que hacer ninguna definición por penales, y la fiesta siguió en paz. En medio de esto hubo internas entre oficialistas y opositores, tal vez más suaves que las que hubo entre los propios oficialistas y los propios opositores.
Podrían aplicarse a todo esto (a la multitud y al equipo y a lo que han hecho) palabras como autonomía de criterio y de sentimientos, reflexión, convivencia, autogestión, inteligencia colectiva, creatividad, capacidad para mezclar pensamiento, sentimiento y acción a través de un proyecto que esta vez fue el futbolero allá, y el de la fiesta acá. Todo podrá quedar sometido a futuros debates, mientras los ex medios de comunicación juegan sus propias operaciones. En medio de la sequía de lo institucional ya ni siquiera se sabe si queda agua para llevar a algún molino.
Un artista español, Paul Preciado, escribió hace poco el libro Dysphoria mundi en el que describe, entre muchas otras cosas, la disociación entre política (política partidista, estatal, cultural, económica, falsamente “representativa”) y la sociedad.
Habrá que imaginar si hay o no nuevos caminos abriéndose, iluminados esta vez por una estrella muy deseada, la tercera. Tal vez la jornada de celebración por haberla alcanzado no nos esté hablando solo sobre fútbol.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar: