Nota
Las madres de Miguel Bru, Segundo Cazenave y Julián Rozengardt: cuando el Estado es el asesino
Tres mujeres se reunieron para conversar, para darse la mano, y para radiografiar con una crudeza asombrosa todo lo que aprendieron a entender del país y de sí mismas tras los crímenes cometidos contra sus hijos. La indiferencia, la política, los medios de comunicación, los apoyos, y las cosas que permiten, en medio del dolor absoluto, intentar una especie de utopía argentina: construir justicia.
-Yo era de las que miraba para otro lado. Yo era de las que decía «algo habrán hecho» cuando los militares se llevaban gente. Qué lástima que en la vida tenga que haber un click que te lleve a la realidad. Que te lleve a ser más humano. A ser mejor persona. Qué lástima que te tenga que tocar para que empieces a sentir. Si fuéramos todos de otro modo, el país sería distinto, y el mundo también.
Graciela Pereira lo dijo con una mirada transparente, y tomándole la mano a Silvia Bignami, que lloraba.
El hijo de Graciela es Segundo Cazenave. Lo mataron a golpes y torturas en la Escuela General Lemos en el 2001. Tenía 20 años.
El hijo de Silvia es Julián Rozengardt. Lo mataron el 30 de diciembre de 2004 junto a casi 200 chicos más. Recién había cumplido 18 años. Le envenenaron los pulmones con cianuro en la versión más actualizada del infierno: Cromañón. Aunque los medios se esmeran en hablar de «accidente», «tragedia» o «desgracia» los familiares siguen utilizando otra palabra: masacre. Consideran que sus hijos fueron asesinados.
Rosa Bru miraba a Silvia y a Graciela, y dijo:
-Yo pensaba que solidaridad era darle pan si le faltaba a mi vecina, ayudarla en la casa si estaba enferma, darle una tacita de azúcar. Ahora siento que la solidaridad es otra cosa.
Rosa es la madre de Miguel Bru, desaparecido hace once años y medio, en agosto de 2003. Miguel tenía 23 años, estudiaba periodismo. Pese a que nunca se encontró su cuerpo, la justicia dio por probado que Miguel fue asesinado por policías de la comisaría 9º de La Plata. Hicieron desaparecer el cadáver, según los miserables códigos de la dictadura, para evitar la existencia del «cuerpo del delito». (¿Miserables? ¿Cobardes? ¿Abyectos? ¿Perversos?: los diccionarios, en la Argentina, se nos están quedando sin palabras que describan estas ciénagas).
-Yo me acuerdo -dice Rosa- que Miguel iba a las marchas de la resistencia, y a las marchas por Maxi Albanese, un chico de 17 años también asesinado por la policía. Yo nunca dije: voy a acompañar a esos padres. Una vez le dije a Miguel: ¿para qué vas a esas marchas? Ya está. Lo que pasó, pasó. No van a volver.
Rosa empieza a llorar:
-Y él no me contestó. Se quedó mirándome, como diciendo ‘pobre, qué ignorante’. Siempre me acuerdo de esa mirada. Yo empecé a luchar por lo de Miguel. Hoy me nace espontáneo acompañar, pelear, pero ese tipo de solidaridad no lo tenía.
-Pero Rosa, ojo que hay una cosa entre lo cotidiano y lo general -dijo Silvia, más repuesta-. Si una persona no puede prestar pan o una taza de azúcar, no sé si puede ser solidaria de otro modo. Nosotros tenemos experiencia en este país de bla-bla-bla. Pero es difícil ir a una marcha si no sabés compartir el azúcar o la yerba. Puedo hacer declaraciones maravillosas sobre algo, pero si en los gestos chiquitos no lo acompaño…
Graciela volvió a tomarle la mano. Rosa dijo que sí con la cabeza.
El encuentro nació por iniciativa del sacerdote salesiano Miguel Haag, amigo y asesor espiritual de Graciela y Rosa. Es de esos curas que logran que los herejes sintamos todavía respeto por algunos sectores de la Iglesia. Debe decirse que la porción conservadora del clero pampeano -Miguel reside en Victorica- lo tiene en la mira. Haag se comunicó con Silvia para manifestarle su solidaridad. Rosa y Graciela sentían que habían pasado por una situación similar y simplemente se ofrecían para reunirse, estar juntas, conversar, escuchar, tomarse la mano. El encuentro quedó confirmado, con la generosa invitación realizada por las madres a lavaca para coordinarlo, y la presencia de compañeras de Silvia, del Equipo de Educación Popular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
La Bruja, la Thatcher y la Loca
Los jóvenes Miguel, Segundo y Julián, debe decirse, no eran excesivamente piadosos con sus señoras madres.
Miguel había apodado «Bruja» a Rosa, que lo cuenta con una sonrisa resignada. Segundo le decía «Thatcher» a Graciela, referencia a la ex premier británica a la que ella ahora le encontró un sentido de resistencia: «Sí, soy de hierro, nunca voy a bajar los brazos». Julián le decía a Silvia «Loca», a veces en el sentido cariñoso, pero también en el otro. «Cuando yo me ponía autoritaria me decía: claro, vas a Madres y sos fenómena pero después acá…».
Todas sufren contradicciones que les muerden el alma. Rosa siente que entendió demasiado tarde las cosas por las que su hijo se sensibilizaba. Graciela era una mujer que creía en los militares de un modo levemente irracional, y de algún modo contagió esa creencia a Segundo. Silvia le regaló a Julián la entrada para Cromañón y discutió con él porque ella también quería ir a escuchar a Callejeros. Reprodujeron un debate clásico entre ciertas madres y ciertos hijos.
-¿Por qué no voy a ir, si a mi también me gusta Callejeros. Hemos ido a ver a los Redondos- postuló Silvia.
-Mamá, los chicos no van con las madres. Hacé lo que quieras pero lejos. Si te acercás, no te conozco.
Julián ganó ese debate. Silvia muestra una foto de Julián. Graciela saca de su cartera una de Segundo. Rosa no trajo fotos de Miguel: lo lleva impreso en el alma.
La primera propuesta de la charla fue que cada una de estas mujeres se presentase. Que cuenten sus historias, reflejo de una tradición local: un país matando a sus jóvenes.
Que cuenten para comprender, de paso, cómo puede seguir la vida, sin ahogarse en un océano de lágrimas.
Duhalde, y la mejor policía
Rosa, mientras comienza una ronda de mate, relata que Miguel vivía con un grupo de amigos, también estudiantes, en una casa de la Calle 69 de La Plata, donde crearon una banda de rock llamada Chempes 69. Parece que hubo quejas por ruidos molestos. La policía empezó a merodear la casa hasta que la allanó sin orden, un día en que nadie estaba ensayando. Miguel no estaba, sí sus amigos. Uno pidió que mostraran la orden de allanamiento, frente a lo cual le colocaron una pistola en la cabeza: «La orden que traemos es esta». Se llevaron a los muchachos y a dos chicas, una de las cuales era la novia de Miguel. Los llevaron a la comisaría 9º pero los soltaron al rato. Miguel y sus amigos decidieron hacer la denuncia. Miguel fue a la Fiscalía de Cámara para explicar allí de qué modo estaban siendo molestados por la policía.
Miguel le dijo a su madre: «Lo que pasa Bruja es que te allanan ilegalmente, te ponen la bolsita y después andá a cantarle a Gardel».
Rosa: «Después de la denuncia todo se puso peor. Empezó a sentirse perseguido, hostigado, vigilaban la casa». Los chicos decidieron abandonar el lugar y alquilar otra casa. Miguel no hizo a tiempo. Su novia fue a buscarlo el 17 de agosto de 1993, encontró la puerta entreabierta pero Miguel no estaba. Empezó la búsqueda. Rosa creía que Miguel estaba con su otro hijo, hasta que descubrieron que no. En la casa habían quedado la ropa, la bicicleta y el misterio.
«Lo primero que pensé fue: la policía. Me fui a recorrer, hice la denuncia en la comisaría donde trabaja mi marido, que también es policía. Me hicieron tomar la denuncia con un juez. Yo creía que ese juez iba a cumplir con sus funciones. Para eso está. Pero resulta que era el mismo juez que encubrió el caso de Andrés Núñez, que había sido secuestrado y torturado hasta la muerte en 1990. Después lo quemaron. Ese juez, Amílcar Vara, tenía la causa cajoneada y nadie decía nada».
Los amigos de Miguel, sus compañeros de la entonces Escuela Superior de Periodismo de La Plata, reodearon a Rosa, comenzaron a denunciar, acompañaron los casi 30 rastrillajes que se hicieron buscando el cuerpo. «Fue el apoyo más importante. Empezaron a organizar marchas, a contar lo que había pasado. En ese momento uno pensaba que las desapariciones y las torturas habían terminado. Pero no».
Denunciaron al juez. «Por un anónimo supimos que una chica
prostituta había sido la entregadora de Miguel. La encontramos un año y medio después. Yo la encontré. Fui con un grabador y es la primera persona que me dice que a Miguel se lo llevaron a la 9º de La Plata, y se les fue de palo». Le pegaron demasiado, hasta matarlo. «Lo sacaron por atrás. Pero nunca más pudimos encontrarlo».
La presión de las marchas y las denuncias impulsaron la causa judicial. «El juez llamó a declarar a los policías, pero todos cuidaban sus lugarcitos».
Para Rosa lo crucial fue el testimonio de los que aquel día estaban detenidos: «Sabían a qué estaban expuestos. A un muchacho, Giménez, que era el mejor testigo, lo matan en un supuesto enfrentamiento. A su hermana le tiraron un auto encima. No la mataron porque no era su destino, lo mismo que al Chavo Ruarte, otro testigo: lo atropellaron con autos, con patrulleros, lo balearon. Hasta que llegó al juicio y declaró».
En el juicio, pese a que no se encontró el cadáver de Miguel, se dio por probado el homicidio: «Yo recuerdo que uno de los asesinos de Miguel, Justo López, decía que si no hay cuerpo no hay delito. Lo mismo que decía el juez Vara sobre el caso de Andrés Núñez». Lo mismo que los desaparecidos. «Eso sí lo habían aprendido, pero en la Cámara dijeron que el cuerpo del delito no era Miguel, sino demostrar que el delito existió. Quedó demostrado que Miguel estuvo allí. En el Instituto Balseiro de Bariloche hicieron una pericia que encontró el nombre de Miguel escrito en el Libro de Guardia, pese a que lo habían borrado, escribiendo arriba otro nombre. Pero los análisis permitieron ver, clarito clarito, que allí decía ‘Miguel Bru’. Eso, más la declaración de los detenidos, fue todo muy duro. Fue luchar contra todo un sistema porque teníamos un gobernador, Eduardo Duhalde, que decía que tenía a la mejor policía del mundo, con Pedro Klodczyk a la cabeza».
Rosa conoció a Klodczyk: «Me dijo que tenía que cuidar a sus muchachos que se jugaban la vida en la calle».
Silvia y Graciela la escuchan tomadas de la mano.
El honor militar
Graciela Pereyra, viuda de Cazenave, pasa el mate y recuerda que su hijo Segundo ingresó en la Escuela de Suboficiales General Lemos, de Campo de Mayo, en febrero del 2002. «La verdad es que Segundo era un joven con ganas de divertirse, con ganas de joder, muchísimas novias, alto, buen mozo. Hasta que un día me dice: ‘Mami, yo voy a cambiar. Voy a ser alguien en la vida y creo que el mejor lugar para cambiar es ahí, en el ejército».
A Graciela le pareció razonable: «En el campo creemos mucho en los miltares, en la patria. Claro, uno piensa en militares como San Martín. Es como que uno vive en otro mundo. Fijate que en Victorica había sido el famoso asado de Galtieri». Leopoldo Galtieri, dictador que en 1982 intentó construir una base de apoyo a partir, justamente, de ese asado, previo a la guerra de Malvinas. Graciela: «Teníamos un orgullo bárbaro de que llegara a Victorica. Mi hijo era chiquito, y yo quería a toda costa que se sacara una foto con Galtieri. Mi esposo tenía tropilla de caballos, y ofreció el espectáculo de doma. Compartíamos la carpa. Qué orgullo… qué ironía. Pero bueno, todos nosotros éramos de los que decíamos: por algo será.
Segundo ingresó en la Lemos, que quedó a cargo de la patria potestad, con el agregado de un tutor retirado de la Marina, llamado Guillermo Pérsico. «Volvió a Victorica para Semana Santa. Lo noté muy delgado. ‘Me están haciendo un poco la contra’. Contó que como él sabía mucho de mecánica, a los de 3º año no les gustaba que hubiera uno que supiera más que ellos».
En mayo Graciela fue a la fiesta de bendición de los trajes. Segundo le pidió que se vistiese con la mayor sencillez posible. Comentó también que estaba un poco sordo y que había estado internado por una gastroenteritis. «Después supe que en realidad lo habían golpeado, se había desmayado, y por eso lo tuvieron que internar. Lo de la gastroenteritis me lo decía por lo delgado que yo lo veía».
Después de la ceremonia volvieron al departamento del barrio de Colegiales que el tutor de Segundo le prestaba para usar los fines de semana.
«Allí le ví los pies en carne viva. Me dijo que habían tenido la semana verde, donde les exigen al límite. También me dijo: ‘está bien, mami, hay que hacerse hombre, hay que aprender a aguantar. Lo que no entiendo es por qué no tomé medidas en ese mismo momento».
Graciela se queda pensando. Silvia le toma la mano. Graciela dice: «Yo creía en los militares. Pensé que después de lo de Carrasco todo sería distinto». El conscripto Omar Carrasco fue muerto a golpes en Neuquén, en 1994, caso que derivó en la derogación del servicio militar obligatorio.
«Nos acompañó al departamento un compañero de Segundo, Joaquín Cortés de Jujuy, que me contó que a Segundo no lo trataban bien. Me mostró cómo lo ahorcaban, también a él. Segundo dijo: ya estoy acostumbrado, pero no contó mucho más. Yo le dije que si no estaba bien, lo mejor era dejar todo eso. Me dijo que no, que después de esa ceremonia todo empezaba a mejorar. Como llevamos la filmadora lo filmé saludándonos en la estación». Graciela empieza a llorar: «Fue la última vez que lo vi».
Once días después, el 28 de mayo, ya en La Pampa, Graciela recibió el llamado del tutor que empezó diciendo ‘perdóneme Graciela’. A lo que ella le contestó: «A Segundo lo mataron los militares».
«Hacía cinco días estaba muerto en el departamento de Colegiales. Quién lo puso ahí, no sé. La verdad es que no sabemos nada de cómo ocurrió».
En ese momento apareció el sacerdote Miguel Haag, que se ofreció para acompañar a los familiares en su viaje a Buenos Aires, donde le presentó además a Rosa Bru. Pidieron una reunión en la Lemos con el director, el coronel Ricardo Sarobe.
El militar y sus subordinados dijeron que sólo recibirían a Graciela. Cuenta el padre Haag: «En el estado en el que estaba, ellos iban a dominar la escena». Pidieron que Haag estuviese presente como asesor espiritual, y lo aceptaron de mala gana. Paula, 18 años, la hija menor de Graciela, logró meterse en la reunión: «Medio que se coló, pero es tan chiquitita que el que estaba en la puerta no la pudo parar. Le deben haber metido un buen castigo porque a los militares no les gustó que fueran tres personas» cuenta Haag. (Resulta notable que estos artistas de la fortaleza y la guerra estuviesen tan a la defensiva ante una madre destrozada, su hija, y un sacerdote sin voz ni voto en el encuentro).
Paula tuvo la precaución de llevar escondido un grabador, que sostenía en su bolsillo derecho. Por eso, cuando uno de los militares le quiso dar la mano, ella estiró automáticamente la mano izquierda explicándole: «Soy zurda».
Graciela no actuó como madre destrozada sino que empezó a adueñarse de la situación y pidió que llamasen al cadete Joaquín Cortés, el amigo de su hijo. Graciela: «Cuando vino empezó a contar todo, mucho más de lo que yo sabía. Y el coronel le decía: ‘Cállese la boca, porque usted es cómplice’. Y yo le decía: ‘No se calla nada, este es el momento de hablar’. Porque ¿cuál era nuestro miedo? Que si ahí no decía todo, a la salida lo matan, lo hacen callar para siempre, o lo compran. Pero el chico decía: ‘yo no soy cómplice. Si yo hablaba y contaba lo que nos hacían, me dijeron que yo seguía en la lista y me iban a matar a mí».
¿Quiénes eran los responsables de los tormentos? «Los de los años superiores, segundo y tercero. Cortés contó cómo los torturaban en los baños, los dejaban sin dormir. Se les paraban arriba y los obligaban a hacer flexiones. Cuando estuve en la Lemos, Segundo me había mostrado a algunos diciéndome ‘son la peor basura humana que te puedas imaginar’. Nunca me voy a olvidar».
El sacerdote Haag recuerda que aquella reunión terminó con el coronel Sarobe pronunciando una frase emblemática de la historia argentina: «Quédense tranquilos, que vamos a investigar hasta las últimas consecuencias»
Luego, los militares argumentaron que hubo maltrato, pero que nada de lo ocurrido en la escuela tiene que ver con el homicidio. Pretenden que la causa judicial quede reducida a eso. Como si la muerte fuese un accidente inexplicable. La abogada Mirta Mántaras les había anunciado que Cortés posiblemente iba a terminar cambiando su testimonio, cosa que efectivamente ocurrió tras una persuasiva temporada de conversaciones del joven y su padre con los jefes militares.
«Pensar que yo creía que había dejado a mi hijo en las mejores manos del mundo» dice Graciela.
Haag: «El chico había dicho: yo quiero ser alguien, acá voy a cobrar un sueldito, a tener una obra social». Graciela: «Acá voy a ser un hombre. Eso decía».
(Merece ser meditada la noción inscripta en las creencias de un joven de 20 años, según la cual un salario militar y una obra social se equiparan al proyecto de ‘ser un hombre’).
Graciela: «Mi hijo me había puesto un nombre de hierro, Thatcher, porque yo no me voy a doblar. Conocer a otras personas como Miguel o como Rosa me enseñó a nacer de nuevo. Uno se cae mucho. Mis hijos. Paula ha tenido intentos de suicidio. Es muy difícil vivir y volver a creer. ¿Cómo puede existir gente tan mala, que mate de a poco a un chico, haciéndole sufrir un calvario? Pero aprendí a no tener odio hacia nadie, ni siquiera hacia los asesinos de mi hijo. Si tuviese odio no podría luchar, porque uno con odio se enferma».
Rosa no está de acuerdo. Es imposible describir el grado de tensión y emoción con el que pronuncia esta frase: «A mí me pasa distinto. Me agarra una cosa acá (se toma la garganta). Doli Demonty (la madre de Ezequiel Demonty, el chico asesinado al ser arrojado al Riachuelo por integrantes de la Policía Federal) también es muy creyente, y me dice que tengo que aprender a perdonar. No a los asesinos, sino perdonar para mí, para sentirme mejor. Pero yo no puedo. Digo: ya se me va a pasar. Pero no, no perdono, me pone violenta sólo acordarme de esos asesinos. Me da una envidia sana que alguien pueda perdonar, porque capaz que tienen una paz que yo no tengo».
Los fantasmas de Cromañón
Es el turno de Silvia, que dice que le cuesta focalizar la cuestión en su hijo Julián: «Es un crimen muy masivo. Pero hay tanta intoxicación de información yo encaro el tema desde él. Es el que está ahí en la foto, con la novia».
Silvia explica una diferencia previa con Graciela y Rosa: «Al revés de ustedes, yo soy una descreída previa en el sistema. Yo tenía muy presentes los casos de ustedes, o el de Sebastián Bordón, las presas y presos de la Legislatura, General Mosconi, toda una cadena de hacerle difícil la vida al pueblo. Julián venía de una cadena de injusticias. Él quería acompañar a Florencia, la novia, a ese recital de Callejeros, porque ella tenía una hermanita que murió en un parto por mala praxis. Ya ven: una cadena de cosas espantosas. Ya les conté que no quiso que yo fuera al recital, y lo que quería era darle una alegría a Florencia. Yo me quedé sola en casa, preparando las cosas para el 31 de diciembre y viendo Emergencias, esa serie norteamericana de médicos y hospitales».
Silvia cuenta que no se quedó preocupada. No más que con cualquiera de las veces que su hijo salía.
A medianoche sonó el teléfono. Era la voz de la tía de Florencia llorando, y se escuchaba detrás el llanto de la propia chica: «Poné Crónica» le dijo la voz.
«Puse Crónica, hablaban de once muertos en Cromañón. Yo pensé que Julián no podía ser, es deportista, fuerte, con muy buen físico. En el medio de la noche, recorriendo no sé cuántos hospitales con un amigo, no me di cuenta de que eran ciento y pico las víctimas».
La recorrida por las calles y hospitales fue en sí misma un infierno. «Había que tener cuidado porque los chicos iban caminando sin mirar, deambulando, como fantasmas. Habían desparramado a las víctimas por todos los hospitales. Yo creo que eso lo hicieron de entrada ya con la idea de diluir. Nadie te informaba nada, no había un puto megáfono. Pero lo peor era eso: ver a los chicos deambulando sin saber a dónde ir».
En el Ramos Mejía encontró a Florencia, que estaba muy mal, diciendo sobre Julián: «Lo perdí, se me cayeron los anteojos. Él me dijo no me sueltes la mano. Pero lo perdí».
Silvia se dirigió al lugar donde se suponía que darían información, un CGP (Centros de Gestión y Participación): «Un maltrato… nadie sabía nada, pero te decían que iban a centralizar la información al lado de la morgue. Los padres empezaron a enojarse con la policía».
Silvia sospecha que hubo manipulación oficial de las cifras de víctimas, ya que en un momento se pasó de los 11 muertos, a más de 170. «Este amigo tenía auto y celular, por eso pude buscar, porque hasta para encontrar a tu hijo en ese infierno tenés que tener plata: al otro día todavía estaban llegando papás de Laferrere que habían tenido que salir a pedir plata para viajar en micro».
Sonó el celular. Le avisaban a Silvia que en el Clínicas había un Julián. Llegó y encontró una hoja de carpeta pegada que decía «fallecidos». Nadie recibía a los familiares, nadie los contenía. Silvia leyó la lista, su hijo no estaba, siguió recorriendo hasta que encontró a la madre de una chica que había acompañado a Julián en la ambulancia. La mujer rezaba con un rosario en la mano. «Está en terapia intensiva» le dijo.
La primera sorpresa para Silvia fue que todos hablaban de un incendio, pero no había olor a quemado.
«Yo había escuchado espantosidades» dice, usando un neologismo aplicable a varios rubros de la vida criolla. Tuvo que subir diez pisos por escalera porque -obvio- los ascensores no andaban. Se topó con una médica. Le describió a Julián: la estrella roja tatuada en la pierna.
Finalmente lo encontró: «Estaba enterito, con un color muy raro. Sin ropa. Nunca la fui a buscar. Por eso cuando voy a las marchas y veo las zapatillas…»
Silvia llora. Graciela la abraza. «Le habían hecho una traqueotomía. La médica me dijo: es muy fuerte, hizo un paro cardíaco pero salió. La gente del Clínicas estaba muy afectada y desbordada. El lugar es de alta complejidad, pero tuvimos que salir a comprar hielo, rolitos, para ayudar a que el cuerpo eliminase el veneno».
Silvia está separada de Rodolfo, el padre de Julián que vive en La Pampa. «Lo primero que le dije fue ‘perdoname’, no sé por qué me salió». Silvia aprendió que el veneno era la combinación del tolueno y el cianuro. No había existido un incendio, sino una nube asesina que tomó los pulmones de los chicos.
«El 1º murió Julián. Nunca se despertó».
Silvia dice que no puede dejar de pensar en los demás chicos, los que sobrevivieron. «Me agarra como una cosa. No pueden ser sometidos a semejante maltrato. Todos pibes chiquitos. Y venían y me pedían perdón. No sé qué creen que tenían que hacer».
No eran culpables, pero Silvia pedía perdón, los chicos también. «El gobierno no pide perdón. El presidente de los argentinos siguió de vacaciones. Tiene asesores de imagen que lo mandaron a la fiesta de la Pachamama cuando asumió, pero aquí le dijeron ‘quedate al costado’. Y lo de Ibarra… es patético, lastimoso, lamentable».
Silvia y Rodolfo tuvieron que ir a una seccional policial a pedir un papel que permite que los familiares, y no la morgue se hagan cargo del cuerpo. «La morgue estaba saturada, y las ambulancias no llevan cadáveres. El tipo de la seccional tenía el problema de cómo llenar el papelito. ¿Religión? Ninguna, le dije. Pero no le iba en el formulario. ¿Qué pongo en los puntos suspensivos? No ponga nada, o ponga ninguna. Y entonces aparece algo de ‘darle cristiana sepultura’. Le digo que si puso que no tiene religión, qué le va a meter lo de cristiana. Pero lo tengo que borrar, dice, y no hay liquid paper. Entonces me acordé que en la mochila tenía liquid paper y de golpe me dí cuenta y le digo: mirá, cambiemos de lugar. Yo lleno el papelito y vos tenés un hijo muerto, ¿querés?. Ahí reaccionó».
A Silvia le asombró también el vocabulario. Hablaban de los heridos e internados como NN. «Eso es lenguaje de la dictadura».
¿Y después? «Después empezó la movilización. Yo siempre he salido a la calle. Es algo terapéutico, juntarse con otros».
Diálogo de tres mujeres
-En una reunión de familiares de Cromañón, vi a un chico que estaba desesperado. Contaba que había estado allí, caminando sobre los cuerpos, entre los gritos. Y dijo que no entendía cómo los padres podían estar de pie, haciendo cosas y reclamando. Lo dijo mientras lloraba. Les pregunto lo mismo: ¿Cómo hicieron para seguir adelante?
Rosa: Yo sentí siempre una fuerza interior. Había veces que estaba destruida y decía «hoy no voy al juzgado». Y de repente algo me levantaba, saltaba de la cama y salía. Una vez no encontraba las medibachas y me puse otras. Voy al juzgado y andaba de un ascensor a otro. Un señor me mira los pies, y siento que algo arrastro. Eran las medibachas que no encontraba, que habían quedado adentro del pantalón. Sacudí un poco el pie y me hice la desentendida.
Pero además me ayudaron los chicos, los amigos de Miguel. Tenía que aprender a soportar. En el mismo juicio escuché todo, no me perdí una sola audiencia. La mamá de Maxi Albanese dice que los chicos, allá arriba, formaron un gran ejército que es el que nos empuja, nos lleva, nos guía. Me gusta tanto lo que dice, que a veces hasta me convenzo de que es cierto.
Silvia: Yo no soy muy creyente, pero hay cosas que te dan fuerza. Los amigos de mi hijo van mucho más que yo al cementerio. El otro día fui y me encuentro con los amigos alrededor de la tumba, sentados en unos tronquitos. Estaban con un discman al que le pusieron parlantes chiquitos mirando hacia la tumba. Escuchaban La Vela Puerca, un grupo que a Julián le gustaba mucho y a mí también.
Pero cómo se sigue, para mí tiene mucho que ver con lo grupal, con estar sostenido. En mi caso también con tener otros hijos. Y te lleva la ola. Pero a mi me preocupan más los pibes como el que vos contabas, el que estaba llorando en la reunión de Cromañón. Que se te muera un par a esa edad. O a Florencia, que se le murió el que ella considera el amor de su vida. Todo eso te cristaliza en un lugar de mierda. Temo por los pibes. Ya hubo un suicidio. Creo que el chico al decir «no sé cómo ustedes están de pie» tiene la culpa del sobreviviente. Porque a un chico de esa edad, ¿qué le tendría que estar pasando? Tener un esguince.
-Dicen que los chicos subliman el miedo con las películas de terror. Aquí, en todo lo que ustedes contaron, Miguel, Segundo, Julián, son víctimas del terror en estado puro, real.
Silvia: Con las películas los chicos desacralizan la muerte. Pero acá la ironía te la metés en el culo.
Graciela: Yo creo en la fuerza de las personas que no están. Hay algo que no te deja quedarte. No querés que sufran otros, ni que haya tanta injusticia. Si no, estaríamos en una cama esperando la muerte. Yo lo veo a Segundo en todos lados. En los chicos chiquitos, cuando veo a un joven de espaldas. Me pone muy mal ver a alguien vestido de militar. Es como que yo lo espero.
Silvia: Es que estas muertes… Vos contabas, Graciela, que lo saludaste. Y después, se murió. Te queda esa sensación de levantarte a la mañana y pensar: «le voy a preparar la leche». No. La verdad es que no la tengo que preparar. «Voy a hacer las milanesas». No. Siempre es terrible perder a alguien. Pero esto…
-Rosa, tu caso es diferente en una cuestión: ¿Cuándo pensaste «Miguel murió»?
Rosa: Cuando habla esa chica y me dice que lo mataron a golpes. Cuando vienen los testigos. Uno dijo que hacía mucho frío en la cárcel y le preguntó a Miguel qué le había pasado. Y él contestó: «No sé qué quieren estos boludos, estoy esperando que me larguen. Y eso que mi viejo es cana». El otro le dijo: si es cana, decilo. Y Miguel le contestó: «No, no, ya soy grande». Ahí supe que era Miguel. Eran sus palabras. En las marchas una cantaba «a Miguel lo mató la policía». Pero no sé cuándo empecé a aceptarlo. Nunca quise ponerle una flor, ni una vela, ni una foto. La hermana hizo un portarretrato en la escuela, y puso la foto de Miguel. Le dije: «Sacala, porque si él viene… ¿qué va a pensar?»
-Otra cosa llamativa es el castigo a la diversión. Miguel tenía su banda de rock y empezó a perseguirlo la policía. Julián también era muy roquero. Segundo…
Graciela: Era un chico que se divertía, todos lo querían. Tenía sus cosas, era vago, le gustaba la mecánica y hacía picadas, gastaba la plata, le gustaba divertirse. Y bueno, estaba en su derecho. Mis otros hijos me decían «le perdonás todo». Pero Segu era el bebé. Me podía en todo.
-Pero apareció diciendo: voy a cambiar. Y decidió ir al ejército.
Graciela: Tenía una novia, estaba enamorado, y me decía que quería casarse y tener cinco o seis hijos. La primera hija se iba a llamar Camila. «Me voy a ir al sur, vieja, y te llevo conmigo. Te voy a poner a mi cargo. Vas a ver. Yo voy a ser otra persona.
-Se nota en la Argentina mucho castigo generacional. Se puede pensar a partir de los desaparecidos, Malvinas…
Silvia: Gatillo fácil…
Rosa: Y lo que no nos enteramos. Salen a la luz los casos privilegiados, entre comillas. Porque si uno tomara conciencia de la verdadera dimensión de los casos de gatillo fácil, le cambiaría la mente a más de uno.
Graciela: Es cierto que no se sale sola de esto. Tiene que haber gente al lado. Si no es muy difícil estar de pie.
Silvia: Pero no es solo que te acompañen haciendo una proclama, que tiene su mérito. También es el que te sostiene. Yo casi no estoy viviendo en mi casa (ubicada en Caseros) y hay amigas van todos los días. Una se llevó a mi gata y le hace reiki porque la gata está deprimida. Y están los compañeros de Educación Popular. No necesito que me lo digan: siempre hay uno al lado mío (en la propia entrevista estaban Claudia, como anfitriona, y Roxana). Porque a mi me ha dado por desmayarme. Entonces encontrás una solidaridad no solo de palabras, sino en cosas bien concretas.
-Hablabas de los chicos que deambulaban como fantasmas. Los que tenían amigos. En esos casos no hay tanta sensación sobre la necesidad de acompañar como en el caso del familiar directo.
Silvia: Esta es una sociedad que se instala mal con la memoria. Yo tengo amigos a los que les parece que si me hablan de Julián, me voy a poner peor. El día de mi cumpleaños, 7 de febrero, todo el mundo quería que yo festejara. Tuve un ataque de nervios: me llamaban para decirme «feliz cumpleaños». Esa cosa defensiva le hace el juego al gobierno, que quiere que Cromañón se diluya. Hay pibes en el colegio Otto Krause que dicen «queremos hablar de Cromañón», y no se los permiten. Les da miedo a las autoridades. Realmente es terrible no instalar la palabra. Después vamos a estar diciendo que hay suicidas, o que hay violentos.
-Así como hay mucha gente al lado de ustedes, ¿cómo viven lo que ocurre con la parte de la sociedad que no quiere oír, o no lo soporta, o se mantiene indiferente?
Rosa: Mucha gente te escucha. Pero si sos muy reiterativa se cansa, como que ya pasó, te tenés que resignar. Esa persona no es la más solidaria. Otros te escuchan mil veces. Por eso contaba que yo no iba a las marchas, ni entendía por qué iba Miguel. Yo misma no tenía ese tipo de solidaridad.
Graciela: En Victorica hay mucha gente de campo y la gente de campo cree en el militar. Era lo que contaba antes. Nosotros decíamos: «ah, por algo será» cuando se llevaban a alguien. La prensa tapaba todo, de paso. Pero creíamos que los militares eran personas buenas. Y Segundo por eso decía: «ahí voy a ser una persona de bien».
-¿Y cómo tomó Victorica lo que le ocurrió a Segundo?
Graciela: Se dividió el pueblo. El intendente es de la Alianza, pero estuvo también con la dictadura. Viene del grupo militar. Es más: la familia de mi marido, los Cazenave, no nos apoyaron en nada. apoyan a los militares. Mi cuñado es íntimo amigo de Brinzoni.
Silvia: ¿Pero qué explicación le dan a lo de Segundo?
Graciela: Ninguna. Miguelito, ¿usted qué dice?
Miguel Haag: Hasta el hijo mayor de Graciela se peleó con nosotros, decía que éramos zurdos y le queríamos buscar la quinta pata al gato. Después entendió. Pero en el pueblo muchos decían: por algo habrá sido. Y lo más importante: no te metás. Está intacto lo de la dictadura, hasta el tuétano. El miedo, ensuciar a la víctima.
Silvia: Es cierto, se culpabiliza a las víctimas. Y se ataca también a los padres, que si se les permitió, que si no, es un horror. Me parece que lo que no funciona entonces es la cosa individual para poder seguir. Porque lo que yo siento es que individualmente uno no puede hacer más que llorar.
-Pero entonces, ¿qué les parece que habría que hacer ante los indiferentes, que piensan «a mi no me tocó, entonces no es mi tema»?
Miguel: Yo creo que es tremendo el miedo. Y Rosa dice siempre que el miedo paraliza. En muchos casos en Victorica veo que es cerrazón, y en otros mala leche. No sé qué se hace con eso.
Graciela: Ojalá que a ellos no les toque. Lo que una tiene que hacer es meterse. Yo era de no preocuparme por los demás. Me culpo por eso. Repito: qué lástima que en tu vida tenga que haber un click que te haga mejor persona, más humano, saber estar donde te necesitan. Si hubiera otra actitud, el país sería distinto, y también el mundo.
-Pero si a vos no te hubiera pasado lo de Segundo…
Graciela: Estaría pensando en tener plata, en divertirme. Pero a partir de lo de Segundo no me gusta nada: un auto, una casa, nada me satisface. Solamente ver feliz a alguien. La vez pasada vino León Gieco a Victorica, para ayudar a los salesianos y que puedan tener una sala de computación los chicos. Eso para mi es alegría. Poder dar y ver a alguien feliz. Aparte de eso, a mi nada me va a hacer feliz nunca más.
Rosa: Yo creo que a la gente no la vas a cambiar. Con los años y años empiezan a valorar. Pero otra cosa que no puedo decir es que no voy a ser feliz. Lo de Miguel está siempre ahí, como el primer día. Pero vinieron los nietos, eso me enseñó que la vida continuaba. Nadie va a ocupar el lugar suyo, pero los nietos te traen momentos de felicidad, me hacen reir. Tenemos un nietito de dos años y agarró la pancarta con la foto, pero como era pesada empezó a decir «se me cae Miguel, se me cae Miguel». Y con esas cositas también te acordás de Miguel riéndote. Me pasó hace bastante. Un día estaba mirando el programa de Tinelli con la cámara oculta. Mi hijo salió de la pieza y me dijo: ¿vos te estabas riendo? Hacía años que no me oía reirme.
Así que no sé si vamos a cambiar a la gente, pero creo que está más sensibilizada. La gente sabe más cosas. No es como en la dictadura que ponían «abatieron a un subversivo» pero no decían que a los que desaparecían los tiraban al medio del mar. El que no estaba militando no sabía lo que pasaba. Eso yo lo discuto mucho. Me dicen: «todos sabían». Yo digo que no. Te deformaban la información. Lelia, una amiga del padre Miguel, dice «yo no quiero que me pase por encima el gatillo fácil, como me pasó la dictadura. Hay un caso palpable como el de Mariano Wittis. Lo toma como rehén un delincuente con un arma que no podía matar a nadie porque no funcionaba. Lo lleva a Mariano. Aparece la policía y mata a los dos. ¡Y después le pusieron un arma a Mariano! La madre tuvo que salir a demostrar que su hijo era inocente.
Acusar a la víctima.
Rosa: En Cromañón no dicen que la barbaridad es la falta de controles, o el techo inflamable, sino que los chicos tomaban cerveza o se drogaban. Yo creo que eso es de la época de la dictadura. Cuando matan a alguien por la espalda siempre es porque el milico tropezó y se le disparó el arma. Nunca se dispara en contra de ellos.
Silvia: No, los muertos los ponemos nosotros. Están siempre del mismo lado. No sé cómo se hace para cambiar la indiferencia. Habría que estudiarlo incluso psicológicamente. No creo que todo el mundo sea hijo de puta ni mucho menos. Creo que está el individualismo. Sos individualista hasta en tener tu luto por tu hijo en su tumba. A mí me hubiera gustado que Julián esté en una tumba colectiva. Porque para mí eso instala la memoria. Pero bueno, supongo que no se cambia las cosas solo con palabras, sino haciendo. Hay que buscar formas creativas de hacer. Además, no sé si quiero cambiar a la gente. ¿Quién soy para cambiar a nadie?
Rosa: Igual me parece que es más solidaria la juventud de ahora. Yo veo con lo de La noche de los lápices, cada vez va más gente.
Silvia: A la vez, hay una contradicción entre el decir y el hacer. Porque los gobiernos hacen discursos cada vez más interesantes, hablan de los desaparecidos… no está mal, pero ¿del gatillo fácil van a hablar dentro de 10 años? ¿Y de los chicos de Cromañón dentro de 20? Decir que la única lucha que se pierde es la que se abandona, está muy bien de parte de Madres. Pero si lo dice Tinelli, se me apropia de las palabras. Me parece que hay que ir a las acciones, y de manera no evasiva. Porque los jodemos a los pibes con la droga, con el acohol, pero convengamos que son salidas que encuentran en una sociedad de mierda. Hay que estar alertas para que no nos roben las palabras. Hoy los gobernantes hablan de los desaparecidos, pero podrían estar hablando de Cromañón. Siempre atrasan 20 años.
Graciela: Por eso para mí hay que empezar desde la escuela con el tema de los derechos humanos. Yo me acuerdo que una de las veces que vinimos a Buenos Aires estábamos mirando televisión con mi hija. Aparecieron las Madres de Plaza de Mayo y el tutor de Segundo, Pérsico, dijo: «Mirá las locas. Yo viví en la ESMA y nunca vi nada parecido a lo que dicen esas locas». Cuando volvimos a Victorica, Paula me dijo: «A ese tipo no lo quiero ver más en mi vida». Y yo ni le había prestado atención al viejo.
-Lo de «loca» te lo habrán dicho también a vos en Victorica, después de lo de Segundo.
Graciela: Estaba dicho para mí también. Hoy yo estoy del lado de las locas.
-Se habla del escenario político, de la clase política, los gobiernos… ¿qué sensación les produce ese escenario tan magnético para los medios?
(Risas generalizadas) Graciela: Para mí política es mi hijo. Desde que pasó lo de Segundo voto con la foto de mi hijo. Mis hijos también. Yo a los políticos los necesito para que me ayuden a ayudar a los demás. Pido para que a los chicos de las escuelas no les falte nada.
Silvia: Pero eso lo tendrían que hacer sin esperar a que uno les pida. ¿Qué hacen? Acá está todo muy corrido.
Rosa: Ellos es como que te hacen un favor dándote la computadora para el colegio. Pero les tendría que nacer.
Silvia: Para los medios política es lo que hacen los gobernantes. Se vota a gente que no se sabe quién es. Por eso muchos dicen «no me meto en política» pero van a las marchas. Porque es el poder por arriba, un poder super vertical el que tenemos. Lo que pasa con el resto de la sociedad no te lo cuentan. Me da miedo que la política parezca que es solo el voto. Estábamos en una radio y llamó un oyente diciendo que no había que criticar a Ibarra porque Macri es peor. Y yo decía: me están colocando en un lugar perverso. Ibarra es menos peor. Faltaba que nos dijeran golpistas. Es terrible elegir entre lo malo y lo peor. Creo que habría que cambiar esa concepción. Yo quiero lo mejor. Y lo mejor es que no mueran más pibes, y que tengamos futuro. No soy golpista, ni anti esto ni anti lo otro. Hay que actuar sin miedo a esas dicotomías. Ya usaba Alfonsín esta idea del blanco o negro.
-Yo, o el caos. Lo han dicho todos los gobernantes argentinos.
Silvia: Si es así, vamos por el caos. Porque me parece que lo muy ordenado no está funcionando. Pero el caos como algo creativo.
Graciela: Por eso digo que hoy es mejor: los chicos dicen lo que sienten y actúan como sienten. Cuando yo era joven, realmente era una época de hipócritas.
Silvia: Para mí está todo más mezclado. En la dictadura yo era adolescente, algo hacía, pero tenía conciencia de que éramos una minoría. Ahora no termino de ver. En los lugares por donde yo circula la gente es cuestionadora. Julián era así. Y en la batidora me cuestionaba también a mí. Me criticaba la incoherencia. Me ponía autoritaria con él. Qué sé yo, estuve en un encuentro de mujeres en Mendoza y había mujeres jóvenes que eran peor que mi bisabuela, decían que nosotras éramos asesinas de nuestros hijos. Terrible.
-¿Y qué es lo que está haciendo la Asociación Miguel Bru?
Rosa: La asociación se dedica a seguir casos de gatillo fácil y apremios ilegales, colabora gratuitamente con las víctimas. Y también estamos haciendo un trabajo muy fuerte en la Isla Maciel, donde ya formamos una Comisión de Derechos Humanos de la isla.
Graciela: Y en Victorica yo estoy con los salesianos. El padre está con 120 chicos en riesgo social, así que qué mejor que ayudar con eso.
Silvia: En el caso de Cromañón hay un montón de iniciativas. Lo que pasa es que todo hay que ir haciéndolo con mucha paciencia.
Rosa: No todos pueden superarlo tan rápido. No es fácil.
Graciela: Porque ¿sabés qué pasa? Después de perder un hijo nada te asusta. Le perdés el miedo a todo. Yo ya duermo con las ventanas abiertas y la puerta sin llave.
Silvia: Ni es lineal. Un día uno se quiere morir, al otro día estás trabajando como una loca.
Rosa: Cuántas veces, Silvia, uno se quiere morir. Pero no se muere. Y después te das cuenta: simplemente tenés que seguir.
Nota
Jubilados e hinchas: “No queremos que vengan a defendernos de la policía, tenemos que luchar juntos por los derechos de todos”

En vísperas de la movilización del miércoles, que promete unir a jubilados con hinchas de todos los clubes, motoqueros y distintas organizaciones (hasta de kick boxing) que se siguen sumando al ritual semanal alrededor del Congreso, las y los jubilados cuentan por qué marchan: “No es solo para defendernos a nosotros, ni solamente por la situación de la jubilación. Nosotros luchamos por todo: por el trabajo en blanco registrado, por el cuidado integral del trabajador. No es solo por los medicamentos sino por el derecho a estar sano, a que no te contaminen, a que no te roben el agua, que no se pudra la comida: por todo”.
Mientras el gobierno nacional agita la idea de que las barrabravas son violentas, ellos informan: “Los barras cuidaron a Milei cuando hizo el acto en Parque Lezama. Los que vienen son hinchas. Y los hinchas son trabajadores que tienen los mismos problemas que nosotros”.
La idea, y el trabajo de hormiga, de la unidad entre sectores que hacen de alianzas inesperadas una forma de quiebre horizontal a la sociedad, que empezará a verse este miércoles a las 16 horas.
Por Franco Ciancaglini. Foto de Nacho Yuchark
Desde hace más de un año Zulema -ex trabajadora telefónica, actual jubilada y masajista-, marcha todos los miércoles alrededor del Congreso, realizando junto a sus compañeros y compañeras el ya famoso “Semaforazo”, que empezó aprovechando los cortes de tránsito para agitar consignas de reivindicación salarial y para cambiar el sistema, y se fue desbordando, mes a mes, con el deterioro social que impulsa el gobierno de Milei, hasta tejer una trama de distintos sectores que tendrá como protagonista el próximo miércoles a una alianza inesperada: jubilados e hinchadas de fútbol.
También se sumaron motoqueros autoconvocados, y al cierre de esta nota –cuenta Zulema- se conocían las adhesiones de sindicatos de actores o de la Asociación de Kick Boxing. Entre otras.
Zulema se encuentra justo en esta semana en Villa la Angostura, atendiendo problemas familiares en la zona de donde es oriunda, y desde esa distancia y con una mirada política lúcida y sin pelos titula lo que pasará en dos días como un “miércoles de solidaridad”. “Lo de las hinchadas es increíble, y lo de los motoqueros a mí me hace recordar al 2001”, comienza conectando con ciertas revueltas y climas de época. “Me suena que va a haber un cambio fundamental con la participación de ellos: los jubilados ya no vamos a estar más solos”.
La vanguardia
“¡Justo ahora que se pone lindo!” comienza lamentándose Zulema y esa ausencia – ella que es parte creadora y fundamental del grupo Jubilados Insurgentes- merece ser suplida por una breve autoreferencia: envía un video en el que, hace exactamente un año, irrumpe en una entrevista televisiva con palabras como éstas: “Necesitamos que vengan todos a Congreso a las 3 de la tarde. Necesitamos una gran unidad, porque no podemos contar con la CGT”.
El video nunca vio la luz pero el muchacho que lo tenía filmado, pre convocatoria de este miércoles, se lo envío ahora bajo el lema: “Al fin te hicieron caso”.
Ella se ríe: “No es a mí. Es un trabajo de muchos”, dice en relación a todo el resto de jubilados organizados en distintos grupos que durante muchos años se vienen movilizando, a veces –literal- en veredas opuestas.
Cabe agregar otra autoreferencia: hace un año, también, publicamos esta tapa de MU con los jubilados y jubiladas.
A nivel hinchadas, La vanguardia la llevó Chacarita, que tras difundirse un video en el que un jubilado con una camiseta de ese club lloraba en medio de una represión, fue el primer cuadro del cual sus hinchas convocaron abiertamente a movilizarse. “Nos sorprendimos gratamente porque los que vinieron eran jubilados. Y los jóvenes de Chacarita dijeron que ellos venían para que a sus abuelos no los hagan sufrir. Fue una cosa genuina y sencilla, no eran provocadores, ni venían con discursos”.
Algoritmo vs. acciones
La presencia de hinchas de Chaca que aguantaron los gases y los palos como siempre lo hacen las y los viejos funcionó en la práctica como una mojada de oreja a otros clubes que quisieron sumarse. Y no solo otros clubes: “Me llamó una vecina que yo nunca hubiera pensado, diciendo ‘me siento conmovida’”, revela Zulema sobre personas que no militan necesariamente los colores. “Es que a la gente le conmueven las buenas acciones y sienten que el apoyo de las hinchadas a los viejos es una cosa solidaria buena: nadie piensa que van a hacer lío. Fue un primer paso”.
En tiempos donde los algoritmos y el poder digitan el movimiento de odios y negatividades, el contagio de las buenas acciones del que habla Zulema tal vez sea otra de las fórmulas más políticas para cambiar el presente. Buenas acciones que no implican solo ayudar a los viejos en el sentido literal: en esta entrevista Zulema resume el contenido de la marcha de este miércoles, su relación transversal con los problemas de la sociedad toda, y deja definiciones dignas no de una pobre abuelita (ellos dicen: “no somos viejos meados”) sino de las personas que encabezan una forma de luchar y proyectar futuro. Porque como dijeron en la última nota de MU que les hicimos:
-Aunque estemos grandes, nosotras también tenemos sueños y tenemos tenemos esperanzas.
El aguante
¿Por qué marcharán este miércoles hinchadas y jubilados?
Nosotros siempre dijimos que el tema de los jubilados está íntimamente ligado al deterioro de los trabajadores activos, que están cada vez más precarizados, y no se van a poder jubilar porque está desfinanciando al sistema jubilatorio. Además de que no se van a poder jubilar, es una situación de deterioro general: el derecho al salario y al derecho a la jubilación están unidos. No hay derecho a medias, no es que vos podés tener medio derecho: revindicamos el derecho completo.
¿Cómo relacionar esos derechos de sectores distintos?
Cuando vos te jubilás por moratoria, algunos sí y a otros no, tenés que pasar un filtro: eso no es un derecho. El derecho tiene que ser una cosa completa a la cual accedés por haber trabajado toda tu vida. No sos empresario, no sos latifundista, viviste de tu trabajo: revindicamos eso. Por esa razón tenés derecho a que cuando cumplís la edad, tengas el derecho. No es un gasto para el Estado, es un pase de manos de divisas, es la clase trabajadora que se autosustenta. Nosotros luchamos por todo: por el trabajo en blanco registrado, por el cuidado integral del trabajador. No solo por los medicamentos, sino por el derecho a estar sano, a que no te contaminen, a que no te roben el agua, que no se pudra la comida: por todo. Por cosas que ni siquiera se puede resolver con dinero… Hay gente que no tiene dónde vivir, y la Canasta Básica no contempla el alquiler. Luchamos también, -como la Constitución dice- por el derecho a la vivienda. Por eso nos tenemos que ni unir para ponernos de acuerdo en qué país queremos y un plan de lucha hasta dónde queremos llegar y transformar la realidad nosotros mismos, porque somos las únicas personas que tenemos derechos.
Ustedes, militantes desde jóvenes, siempre pensaron en que se puede cambiar el mundo…
Lo seguimos pensando, incluso lo discutimos a raíz del volantito (que repartirán el miércoles) por la llegada de las hinchadas. Y algunos compañeros decían: no queremos que vengan a defendernos de la policía. Nosotros venimos resistiendo y no nos asusta, el tema es que nos apoyen en los reclamos, en un proyecto de país que sea beneficioso para todos. No queremos que vivir sea para una clase parasitaria a costa de los trabajadores.
¿Tuvieron contacto con representantes de hinchadas o de motoqueros, o es una relación por construir?
No tenemos mucha conexión. Fuimos a muchos conflictos planteando lo mismo, pero parece que el tema de la unidad para luchar juntos tiene otra maduración. Nosotros planteamos que la unidad tiene que ser una organización donde nadie quiera llevar al otro de las narices. Tiene que ser un plan que responda a las necesidades de todos los sectores. Y el plan de lucha que sea lo que estamos dispuestos a hacer todos. Que nadie se arrogue la representatividad, que no te manipulen, tiene que ser unidad en serio: si eso pasa, sería como un parlamento obrero, no necesitamos ni al Congreso. Queremos que los trabajadores decidan.
Eso pareciera que sí está un poquito más lejos…
Pero apunta para ese lado. Sabemos que vamos paso a paso. Por ejemplo, los motoqueros no tienen un lugar donde se reúnen, no sabemos cómo hacen. Porque nunca vinieron tampoco, nosotros sí hemos ido donde la gente luchaba. Ahora vamos a tener la posibilidad de quedar más relacionados.
¿Cómo se puede hacer más duradera estas alianzas, más allá del miércoles?
Del miércoles tenemos que salir sabiendo a dónde va un trabajador que tiene dificultades, que tenga a dónde ir; un lugar donde estén todas las organizaciones de trabajadores para articular un plan de lucha. No parecía que los jubilados tuviéramos esa atracción, ahora pinta distinto: no sabemos a dónde va a llegar, pero es interesante este momento. A diferencia de las hinchadas, las organizaciones a veces te vienen a conversar con un discurso que sabes de memoria, pero las hinchadas son trabajadores que tienen las mismas problemáticas. Y también el lugar que está dejando la CGT, lo están llenando. Porque después la CGT hace un paro y lo negocian ellos, y te dejan a gamba. Tener un espacio nuestro que tengamos decisión de que hacer es mucho más digno y duradero.
En este momento, Patricia Bullirch está preparando el operativo de seguridad. Hoy más temprano planteó la relación de las barrabravas como sectores violentos, para desacreditar lo que se está gestando. ¿Cómo se le contesta?
Son capaces de traerse algún tanque. Si la semana pasada éramos 500 y pusieron 1.000 policías, ahora no sé. Estaba la Prefectura, la Federal, la de la Ciudad… faltan los tanques de guerra, los soldados, la artillería. Pero nosotros sabemos que si hay mucha gente hay menos posibilidades de represión, ya lo vimos en la Marcha Universitaria… Entonces yo confío en que si somos tantos, se van a quedar en el molde. Pero vienen cebados, la semana pasada agarraron a algunos hinchas para decir que los que no son jubilados vienen a hacer lío. Pero no es así. Ellos quieren asociarnos a los barrabravas, pero nos dimos cuenta que no tienen nada que ver con los que vinieron, que son hinchas: los barras cuidaron a Milei cuando hizo el acto en Parque Lezama. Los hinchas son autoconvocados, y la verdad que estuvieron tranquilos y resistieron como resistimos nosotros. Ojalá que sea lo mismo. Y que sea un quiebre.
Nota
Continúa el destierro mapuche: Desalojan a otra comunidad para favorecer a un empresario forestal

La lof Quemquemtrew, en Cuesta del Ternero, El Bolsón, fue desalojada tras la denuncia del empresario Rocco, que ocupa esas tierras fiscales y goza de impunidad judicial, con aval político. El fallo que da la razón a la comunidad, versus las presiones que reconoció la fiscalía local a la comunidad mapuche. El testimonio de sus integrantes, y la relación con los recientes incendios. La voz de la abogada que desmiente las relaciones con la RAM y el «circo» montado para justificar el despojo con argumentos racistas. El post del gobernador Weretilneck, alineado a la bajada de Nación, y las amenazas a los pobladores locales. Una de terror que sucede en la Patagonia, donde las comunidades originarias se encuentran sin ley y sin derechos, y con cada vez menos territorios. «Vamos a presentar una medida cautelar para volver a nuestro territorio lo antes posible”.
Por Francisco Pandolfi
El 10 de diciembre pasado, Javier Milei derogó la ley de Emergencia Territorial Indígena dando así vía libre a los desalojos de las comunidades originarias y allanando el terreno para el destierro, sobre todo del pueblo mapuche y sobre todo en la Patagonia. Ayer, el Gobierno de Río Negro, mediante un despliegue de más de 150 agentes de la Policía provincial, dio un nuevo paso en ese sentido: desalojó de sus tierras a la comunidad Quemquemtrew, en el paraje Cuesta del Ternero, El Bolsón.
El operativo se realizó por orden judicial tras una denuncia del empresario forestal Rolando Rocco, que ocupa esas tierras fiscales desde hace años, gozando de beneficios tanto por parte del Ejecutivo como de la Justicia. En noviembre de 2021, dos empleados de Rocco atacaron a la comunidad y asesinaron a Elías Garay e hirieron de gravedad a Gonzalo Cabrera, dos de sus integrantes.
La voz de la comunidad
Romina Jones es integrante del lof Quemquemtrew, pero no habla con lavaca desde ahí. “Nos dejaron sin nada”, comienza.
¿Qué hay detrás de este despojo?
Los intereses de un empresario forestal, Rolando Rocco, a quien la provincia prácticamente le regaló más de 2500 hectáreas en Cuesta del Ternero, en un proceso de muchísimas irregularidades. A un fiscalero (quien ocupa tierras fiscales) se lo obliga a vivir en el lugar, pero él vive incluso en otra provincia (Chubut); a un fiscalero se le otorga un terreno único, pero a él le dieron diferentes porciones de la Cuesta, un montón de parcelas. A un fiscalero también se le exige que tenga buena relación con sus vecinos, pero él tiene denuncias de varios por amenazarlos con armas de fuego y armas blancas. Y ni hablar que él fue quien contrató a las dos personas que entraron al territorio a matar a Elías (Garay, asesinado en noviembre de 2021). La Justicia lo eximió, pero la vinculación es evidente, no sólo por sus amenazas previas de que lo iba a hacer, sino que su abogado es el mismo que defiende a uno de los asesinos de Elías. En ese crimen también estuvo involucrado el Ministerio Público Fiscal y el Ministerio de Seguridad provincial, ya que los autores materiales eludieron, portando armas de fuego, varios retenes policiales, en un momento donde nadie podía pasar. Hubo una cadena de responsabilidades que nadie las paga, como las hay ahora también con el desalojo de ayer. Hicimos varios reclamos a la Dirección de Tierra de Río Negro, pero es un organismo que ha venido regalando grandes extensiones a distintos empresarios, como es el caso de Joe lewis (el magnate británico que tiene la llave de Lago Escondido). Nosotros teníamos todas las de ganar, pero sin embargo nos desalojaron.
¿Por qué tenían todas las de ganar?
Porque estamos en territorio mapuche y eso fue reconocido por la jueza Romina Martini en la sentencia del juicio. Habló de nuestra ancestralidad, nos reconoció como comunidad mapuche, el derecho a reagruparnos, la necesidad de desarrollar la espiritualidad, pero ni eso alcanzó. El fallo que ordena el desalojo es una gran ironía, que se explica por los aprietes que hay hacia el Poder Judicial, que no es autónomo, sino que se inclina según las presiones políticas. Desde la propia fiscalía nos reconocieron las presiones del gobernador y de su partido Juntos Somos Río Negro.
Circo y mentiras
Andrea Raile integra la Liga Argentina por los Derechos Humanos y es la abogada que representa a la comunidad Quemquemtrew. Dice que le gustaría que algo quede bien claro: “Tiene que dejar de hablarse de desalojo porque aunque la sentencia de la jueza sí ordenó la desocupación del predio, lo que hizo la lof fue un cumplimiento voluntario de la sentencia”. Se pregunta y se responde: “¿Qué significa esto? Significa que tanto el operativo que hizo ayer la provincia de Río Negro llevando tantos policías, así como sus discursos que hablan de una vinculación con la RAM, es todo circo y pura mentira. No hay ninguna vinculación con la RAM y lo único que encontraron en la comunidad fueron banderas mapuche y cartelería de Eíias Garay, recordando su asesinato”.
El gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, ayer hizo una publicación en sus redes sociales en la que se jacta del magnífico operativo (cuando ya sabían que no habría nadie) y endilga a la comunidad de violenta y desobediencia judicial, así como de ser un sector radicalizado “que pretende imponer sus propios términos, desafiando al Estado y a la Justicia”.
Andrea tiene muchísima bronca. Dice que la provincia siempre se escuda en un privado, pero es la que “tiene que dar la cara, porque es la dueña de la propiedad de la tierra”. Y aclara: “Esta comunidad siempre estuvo abierta al diálogo, aún después de que entraran en la comunidad y asesinaran a uno de sus integrantes, burlando dos retenes policiales. Lof Quemquemtrew siempre estuvo a derecho y cuando quedó firme la sentencia, la comunidad la cumplió y dejó su tierra, sin violencia. El circo que hicieron ayer no sé quién lo pagará, no era necesario”.
Patagonia en venta
El desalojo de ayer se da en un contexto de persecución general al pueblo mapuche. A principios de este año el gobierno provincial desalojó a la comunidad Paillako; hace dos semanas comenzó el juicio a lof Lafken Winkul Mapu; todo en medio de monumentales incendios que desde el poder político buscaron culpabilizar al pueblo ancestral:
Romina Jones cuenta lo que percibe que sucede en la Patagonia: “Se están vendiendo todos los recursos naturales que todavía existen, a capitales extranjeros israelitas, cataríes, yanquis, a los amigos del poder. Y se va contra quienes defendemos estos bienes, sean del pueblo mapuche o no. Hace un mes, en el incendio de Mallín Ahogado, detuvieron a brigadistas a partir de mentiras, ensuciándolos, diciendo que en vez de apagar los incendios los prendían. Hoy sale a la luz, a punto de empezar las clases, que una escuela arranca con cuatro hectáreas menos en su predio, por habérselo vendido a terceros. El empresario Rocco tiene una plantación de pino, y justamente el pino es uno de los factores de incendios, porque además de secar la tierra, al prenderse el lugar se expande la pinocha, que vuela y genera distintos focos en poco tiempo. Entonces, el trasfondo de todo es la entrega de la tierra y para eso valen todos los hostigamientos, vale toda la campaña mediática que nos tilda de terroristas e incendiarios. Y esto se está extendiendo a cualquiera que nos acompañe”.
Romper el silencio
Daniela tiene 32 años y desde hace seis que se mudó de Buenos Aires a la Comarca Andina. Es productora hortícola y vive en Mallín Ahogado, paraje rural de El Bolsón. Integra la red de apoyo al lof Quemquemtrew. Daniela, anteayer, no dio más, y necesitó decir. Escribió un comunicado, en el que denunció:
“Cómo es de público conocimiento, hoy jueves 6 de marzo 2025, durante la mañana se llevó adelante el nefasto operativo de desalojo en dicha Lof. Hoy también, alrededor de las 12hs, mientras el ministro de seguridad de la provincia (Daniel Jara) y el jefe de la policía de Río Negro (Daniel Bertazzo) daban una conferencia de prensa en la Comisaría N°12, se presentaron frente a la casa donde vivo junto a una amiga, un móvil y una 4×4, ambos de la policía de Río Negro. Desde hace un mes, en distintos momentos, venimos siendo amedrentadas por la policía. Empezó el 6 de febrero, cuando agentes subidos en tres motos señalaron nuestra casa desde el camino”.
Horas después, Daniela habla con lavaca: “Desde que fue el desalojo a la comunidad Paillako, en el Parque Nacional Los Alerces, comenzó una campaña mediática acusando al pueblo mapuche de terrorista. Empezaron los incendios en Epuyén (noroeste de Chubut) e inmediatamente militarizaron la Cuesta del Ternero, donde está el territorio del Lof Quemquemtrew. Luego se prendió fuego Mallín y la solidaridad que empezó a gestarse entre la comunidad fue impresionante, para gestionar donaciones, armado de viandas. Eso molesta mucho al poder, lo pone en jaque, así que en respuesta arrancó una embestida de medios de comunicación demonizándonos, se escrachó a gente que estaba ayudando a apagar el fuego para generar pánico y divisiones, que detonó en detenciones al voleo y una patota (de Joe Lewis) golpeándonos a quienes reclamábamos por las liberaciones. Ese circo que se armaba era alrededor de un montón de vecinos de a pie que pedían el linchamiento y la muerte de todos los que estábamos ahí. Desde ese día empiezo a notar el hostigamiento policial hacia mí y a otras personas”.
¿Qué tipo de hostigamiento?
Al día siguiente, tres motos de las fuerzas especiales de la Policía rionegrina se apostaron frente a mi casa a señalarla. Yo estaba adentro. Me asusté, me paralicé; sabía que no era algo individual, sino un un mensaje para el conjunto. Para resguardarme, decidí apagar el celular, y a los diez días aproximadamente se me prendió. Estaba muy caliente y tenía la fecha cambiada: decía 24 de marzo, una fecha lo suficientemente sugerente para nuestro país. Una semana después, volviendo a mi casa una noche, me apuntaron con un láser hasta que me perdieron de vista. Y ayer fue el detonante, tras el desalojo de la comunidad, el apostarse en la puerta de mi casa. Primero le resté importancia, pero después uní todo y decidí salir a hablar, y en las próximas horas presentar un hábeas corpus para averiguar qué pasa, qué están haciendo realmente conmigo y por qué merodean mi casa”.
Cuando le pregunto a Daniela cómo está, cómo se siente, su primera respuesta es en llanto. Y después le sale la voz, un poco entrecortada pero le sale, porque decidió decir: “Tengo mucha bronca, mucha impotencia y si estoy así de mal es por mi vieja, que vive en Buenos Aires; ella fue presa en la dictadura, estuvo un año y tres meses detenida en Chaco y todavía no he podido contarle la situación para no asustarla. El llanto, en realidad, es porque no sé cómo abordar la situación con mi mamá. Pero otra enseñanza que nos dejó el periodo de la dictadura es que hay que decir, que si me llega a pasar algo, se sepa el por qué”.
Quemquemtrew, en mapudungún, significa el sonido que se produce con la corriente de un río y las piedras. Romina Jones, integrante de la comunidad, adelanta que presentarán una medida cautelar en resguardo al sitio ceremonial y al rewe (sitio sagrado) y para que la machi (guía sanadora y espiritual) pueda volver al territorio: “Como pueblo originario lo que reclamamos es recuperar nuestros sitios ceremoniales, que son de suma importancia para nuestro físico, para lo espiritual, lo emocional. Entendemos que gran parte de la sociedad no llega a comprenderlo, porque hay un trabajo muy fino del discurso oficial, con expresiones racistas de distintos gobiernos, que reforzado por los medios hegemónicos da como resultado que no haya ni un pequeño interés en nuestra cosmovisión, al punto de banalizarla. Pero quienes menos respeto nos tienen son los que toman las decisiones, y que en realidad están obligados a proteger nuestras creencias, como lo establece la Constitución Nacional. Porque si bien hay leyes que protegían nuestros derechos y que Javier Milei ha derogado, siguen vigentes la Constitución y varios convenios internacionales que nos amparan. Vamos a presionar, porque el objetivo es claro: volver a nuestro territorio lo antes posible”.
Nota
Alerta Lugano: a espaldas de la comunidad, AUSA y el GCBA avanzan con el Máster Plan

La obra que pretende modificar al barrio sin ningún beneficio vecinal, para colocar entre otras cosas un nuevo peaje, se estima que acabará con 70 mil metros cuadrados de espacio verde. Ayer la empresa concesionaria de la autopista Dellepiane comenzó con la tala, pese a que se había pactado una “mesa de trabajo” previo al inicio de las obras, que la comunidad rechaza. La voz de las y los vecinos, el silencio del gobierno porteño y la postura de AUSA: no dar entrevistas “en on”. Hoy por la tarde el barrio se autoconvoca a una ceremonia de reflexión y concientización: 18.30, en Cañada de Gómez y Riestra.
Por Francisco Pandolfi
Ni el gobierno porteño ni la empresa AUSA (Autopistas Urbanas Sociedad Anónima) cumplieron lo que habían prometido: ayer, con la luz verde del Gobierno de la Ciudad, la empresa concesionaria de la Autopista Dellepiane empezó con la tala indiscriminada de árboles, incumpliendo la promesa de no comenzar la obra del Máster Plan Autopista Dellepiane hasta iniciar una mesa de trabajo conjunta con las y los vecinos autoconvocados de Lugano, que la vienen exigiendo desde noviembre pasado.
Silencios y engaños
El pedido de diálogo primero fue en una audiencia pública. Ante el silencio como respuesta, se exigió por escrito un pedido de información pública a AUSA, a APRA (Agencia de Protección Ambiental), al Ministerio de Infraestructura y a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño. No hubo ninguna respuesta hasta el pasado jueves 20 de febrero, cuando en una reunión en la Junta Histórica de Lugano, el Gobierno de la Ciudad se comprometió a iniciar las mesas de trabajo previo al inicio de la obra. Los representantes gubernamentales en la reunión fueron Facundo Echeverría, de la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano de la Ciudad, y Jorge Fiorentino, asesor de la secretaría de Ambiente y Espacios Arbolados. “La obra empezó y de las mesas de trabajo no hubo noticias, hasta que hoy vinieron y arrasaron con los primeros siete árboles”, denuncia la comunidad.
Desde AUSA, la semana pasada habían informado que hoy harían la extracción y posterior trasplante de cuatro especies (dos ceibos y dos aguaribay) en Dellepiane Sur, pero el accionar fue otro: no hubo trasplante, sino tala directa, tanto en Dellepiane Sur como en Dellepiane Norte.
Sin beneficios
En esta nota publicada la semana pasada (https://lavaca.org/actualidad/lugano-resiste-al-master-plan-que-quiere-imponer-macri/), contamos los pormenores de una obra que modificará al barrio sin ningún beneficio vecinal, y de la que no está enterada (como figura por ley) la mayoría de los frentistas a la Dellepiane. Allí, a metros de la General Paz, el gobierno porteño pretende colocar un nuevo peaje, a sólo 4 kilómetros del ya existente en avenida Lacarra.
El “Máster Plan Autopista Parque Dellepiane” se emplazará sobre la traza de la autopista Dellepiane, desde el cruce de la avenida General Paz hasta el Peaje de Lacarra, y abarcará 4,6 km. La comunidad afirma que en ese tramo se talarán cientos de árboles, entre los cuales hay álamos, ceibos, ombúes, aguaribay, algunos de más de 100 años, que ahora están marcados con una cruz, como señal de la muerte anunciada. Dice Silvina Cammarotta, vecina: “Según un ingeniero de AUSA, 121 árboles los van a arrasar con una máquina y triturar, hasta convertirlos en aserrín”.
El rediseño de la autopista incorporará dos carrilles exclusivos para metrobús y la terminación de las colectoras, por lo que se eliminarán de cada lado diez metros de espacio verde. Dice Néstor Muñoz, vecino de Villa Lugano: “El Gobierno de la Ciudad presentó esta obra de modernización de la autopista para poder cobrar un nuevo peaje, y para hacerlo, la ley obliga que cada camino con peaje debe tener un camino alternativo. La ampliación de las colectoras significa más asfalto, y la destrucción de 70 mil metros cuadrados de espacio verde”.
Policías y más policías
A sabiendas de la extracción que devino en tala, los vecinos autoconvocados fuera de toda bandera partidaria, se convocaron este miércoles a las 6 de la mañana, de manera pacífica, para registrar los movimientos de la empresa. Presagiaban que podía pasar lo que finalmente ocurrió: el aniquilamiento de los árboles. Cuando arribaron –todavía de noche–, ya había una camioneta de la Policía de Ciudad esperándolos. Luego llegó otra. Y luego otra. Y luego una más. 12 agentes uniformados y otros de civil se apostaron frente a la autopista, para garantizar que se llevara a cabo la tala, sin inconvenientes.
Enzo es frentista de la Dellepiane. Le dicen el Tano. Mira la situación, con una docena de efectivos de un lado, con máquinas del otro. Y dice: “Es lamentable que destruyan, en vez de construir”.
Recurso de amparo
Hace dos semanas, los vecinos y vecinas de Villa Lugano presentaron un amparo solicitando que el Gobierno porteño y AUSA detuvieran la obra hasta que se iniciaran las mesas de trabajo conjuntas. El amparo cuenta con el patrocinio del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad de Buenos Aires y lo presentó la Defensora Oficial, Giselle Furlong Pader, que exigió convocar a un proceso participativo institucional y vinculante, previo al desarrollo de la primera etapa de la obra.
Eso ya no se cumplió.
La Defensoría también exhortó a que el gobierno porteño convoque a una audiencia “para facilitar el diálogo entre las distintas partes del proceso judicial”. Y solicita suspender la extracción de los árboles hasta que no se dé cumplimiento “con la obligación de brindar información pública y se otorgue la debida participación en asuntos ambientales”.
Esto tampoco se cumplió.

Qué democracia
Silvina tiene una angustia que se le nota en los ojos. Y en la voz: “Nos mintieron en todo y en la cara. No hicieron nada de lo que dijeron. Talaron en vez de trasplantar; dejaron los troncos al ras. Vamos a hacer una denuncia penal. Llamamos a Facundo Echeverría, de Vínculo Ciudadano de la Ciudad y nos re boludeó; dijo que la obra se iba a hacer igual y que nosotros éramos unos subversivos. Siento mucha impotencia, dolor, un nudo en el pecho, se manejan con muchísima impunidad. Hicimos todo lo que había que hacer, sin violencia, buscando todos los canales de diálogo y nada. No parece un gobierno democrático, sino una tiranía”.
Néstor: “Seguiremos exigiendo al gobierno un plan integral de ciudad, donde se contemplen espacios verdes necesarios de mantener. Internacionalmente se busca que las ciudades tengan un 12% por ciento de espacios verdes, y nosotros con suerte pasamos los 6. Nosotros no tomamos un camino de violencia para reclamar, pero en cambio, la violencia la está generando este gobierno, vallando los caminos, no conformando las mesas de trabajo y ahora talando los árboles. El artículo 1 de la Constitución lo dice muy claro, y parece que este gobierno no lo sabe: el sistema que desarrollemos en la Ciudad de Buenos Aires debe ser democrativo y participativo”
Cecilia, también vecina: “Esperamos que el Jefe de Gobierno, Jorge Macri, entre en razón; lo que hicieron hoy es de sinvergüenzas. Hoy se llevaron puestos siete árboles. Hoy asesinaron siete árboles”.
Que en esta nota hablen sólo vecinas y vecinos tiene un por qué. O dos, en realidad. Comunicarse a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano es una tarea titánica, que no da resultado. Nadie atiende.
Con AUSA la cosa es distinta, aunque parecida: el prensa de la empresa le dice a lavaca que la política interna es “no dar entrevistas en ON, que con los medios se manejan así”.
Los vecindad organizada sigue en pie y para mañana jueves por la tarde (18.30, en Cañada de Gómez y Riestra) convoca a una ceremonia de reflexión y concientización ante el ombú centenario de Lugano. Es una más de las decenas de movidas que la comunidad viene haciendo desde noviembre, cuando se enteró del Máster Plan. Como la convocatoria casa por casa a los frentistas desinformados; como la repartición de volantes en los corsos de carnaval; como la juntada de firmas en los centros comerciales; como las innumerables reuniones presenciales y virtuales para organizarse; y hasta la creación de dos ideas fuera de lo común, pero bien dentro de lo comunitario: una cumbia que cuenta y canta la problemática (subir video) y un concurso donde se premiará (con una semana en San Clemente del Tuyú, gracias a una vecina que prestará su casa) a la pancarta más llamativa y original. Hay una en donde vuelan dólares, con el lema “Una obra que de verde, sólo tiene los billetes”; otra que muestra una topadora llevándose puesta un árbol; y hay otra que es una cartulina celeste, con letras rojas y negras, que dice:
No hay peor
Jorge Macri
que el que
no quiere ver.

Silvina y Néstor, dos de los guardianes de los árboles. / Foto: Elena Gorocito.
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