Sigamos en contacto

Nota

Las madres de Miguel Bru, Segundo Cazenave y Julián Rozengardt: cuando el Estado es el asesino

Publicada

el

Tres mujeres se reunieron para conversar, para darse la mano, y para radiografiar con una crudeza asombrosa todo lo que aprendieron a entender del país y de sí mismas tras los crímenes cometidos contra sus hijos. La indiferencia, la política, los medios de comunicación, los apoyos, y las cosas que permiten, en medio del dolor absoluto, intentar una especie de utopía argentina: construir justicia.
-Yo era de las que miraba para otro lado. Yo era de las que decía «algo habrán hecho» cuando los militares se llevaban gente. Qué lástima que en la vida tenga que haber un click que te lleve a la realidad. Que te lleve a ser más humano. A ser mejor persona. Qué lástima que te tenga que tocar para que empieces a sentir. Si fuéramos todos de otro modo, el país sería distinto, y el mundo también.
Graciela Pereira lo dijo con una mirada transparente, y tomándole la mano a Silvia Bignami, que lloraba.
El hijo de Graciela es Segundo Cazenave. Lo mataron a golpes y torturas en la Escuela General Lemos en el 2001. Tenía 20 años.
El hijo de Silvia es Julián Rozengardt. Lo mataron el 30 de diciembre de 2004 junto a casi 200 chicos más. Recién había cumplido 18 años. Le envenenaron los pulmones con cianuro en la versión más actualizada del infierno: Cromañón. Aunque los medios se esmeran en hablar de «accidente», «tragedia» o «desgracia» los familiares siguen utilizando otra palabra: masacre. Consideran que sus hijos fueron asesinados.
Rosa Bru miraba a Silvia y a Graciela, y dijo:
-Yo pensaba que solidaridad era darle pan si le faltaba a mi vecina, ayudarla en la casa si estaba enferma, darle una tacita de azúcar. Ahora siento que la solidaridad es otra cosa.
Rosa es la madre de Miguel Bru, desaparecido hace once años y medio, en agosto de 2003. Miguel tenía 23 años, estudiaba periodismo. Pese a que nunca se encontró su cuerpo, la justicia dio por probado que Miguel fue asesinado por policías de la comisaría 9º de La Plata. Hicieron desaparecer el cadáver, según los miserables códigos de la dictadura, para evitar la existencia del «cuerpo del delito». (¿Miserables? ¿Cobardes? ¿Abyectos? ¿Perversos?: los diccionarios, en la Argentina, se nos están quedando sin palabras que describan estas ciénagas).
-Yo me acuerdo -dice Rosa- que Miguel iba a las marchas de la resistencia, y a las marchas por Maxi Albanese, un chico de 17 años también asesinado por la policía. Yo nunca dije: voy a acompañar a esos padres. Una vez le dije a Miguel: ¿para qué vas a esas marchas? Ya está. Lo que pasó, pasó. No van a volver.
Rosa empieza a llorar:
-Y él no me contestó. Se quedó mirándome, como diciendo ‘pobre, qué ignorante’. Siempre me acuerdo de esa mirada. Yo empecé a luchar por lo de Miguel. Hoy me nace espontáneo acompañar, pelear, pero ese tipo de solidaridad no lo tenía.
-Pero Rosa, ojo que hay una cosa entre lo cotidiano y lo general -dijo Silvia, más repuesta-. Si una persona no puede prestar pan o una taza de azúcar, no sé si puede ser solidaria de otro modo. Nosotros tenemos experiencia en este país de bla-bla-bla. Pero es difícil ir a una marcha si no sabés compartir el azúcar o la yerba. Puedo hacer declaraciones maravillosas sobre algo, pero si en los gestos chiquitos no lo acompaño…
Graciela volvió a tomarle la mano. Rosa dijo que sí con la cabeza.
El encuentro nació por iniciativa del sacerdote salesiano Miguel Haag, amigo y asesor espiritual de Graciela y Rosa. Es de esos curas que logran que los herejes sintamos todavía respeto por algunos sectores de la Iglesia. Debe decirse que la porción conservadora del clero pampeano -Miguel reside en Victorica- lo tiene en la mira. Haag se comunicó con Silvia para manifestarle su solidaridad. Rosa y Graciela sentían que habían pasado por una situación similar y simplemente se ofrecían para reunirse, estar juntas, conversar, escuchar, tomarse la mano. El encuentro quedó confirmado, con la generosa invitación realizada por las madres a lavaca para coordinarlo, y la presencia de compañeras de Silvia, del Equipo de Educación Popular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
La Bruja, la Thatcher y la Loca
Los jóvenes Miguel, Segundo y Julián, debe decirse, no eran excesivamente piadosos con sus señoras madres.
Miguel había apodado «Bruja» a Rosa, que lo cuenta con una sonrisa resignada. Segundo le decía «Thatcher» a Graciela, referencia a la ex premier británica a la que ella ahora le encontró un sentido de resistencia: «Sí, soy de hierro, nunca voy a bajar los brazos». Julián le decía a Silvia «Loca», a veces en el sentido cariñoso, pero también en el otro. «Cuando yo me ponía autoritaria me decía: claro, vas a Madres y sos fenómena pero después acá…».
Todas sufren contradicciones que les muerden el alma. Rosa siente que entendió demasiado tarde las cosas por las que su hijo se sensibilizaba. Graciela era una mujer que creía en los militares de un modo levemente irracional, y de algún modo contagió esa creencia a Segundo. Silvia le regaló a Julián la entrada para Cromañón y discutió con él porque ella también quería ir a escuchar a Callejeros. Reprodujeron un debate clásico entre ciertas madres y ciertos hijos.
-¿Por qué no voy a ir, si a mi también me gusta Callejeros. Hemos ido a ver a los Redondos- postuló Silvia.
-Mamá, los chicos no van con las madres. Hacé lo que quieras pero lejos. Si te acercás, no te conozco.
Julián ganó ese debate. Silvia muestra una foto de Julián. Graciela saca de su cartera una de Segundo. Rosa no trajo fotos de Miguel: lo lleva impreso en el alma.
La primera propuesta de la charla fue que cada una de estas mujeres se presentase. Que cuenten sus historias, reflejo de una tradición local: un país matando a sus jóvenes.
Que cuenten para comprender, de paso, cómo puede seguir la vida, sin ahogarse en un océano de lágrimas.
Duhalde, y la mejor policía
Rosa, mientras comienza una ronda de mate, relata que Miguel vivía con un grupo de amigos, también estudiantes, en una casa de la Calle 69 de La Plata, donde crearon una banda de rock llamada Chempes 69. Parece que hubo quejas por ruidos molestos. La policía empezó a merodear la casa hasta que la allanó sin orden, un día en que nadie estaba ensayando. Miguel no estaba, sí sus amigos. Uno pidió que mostraran la orden de allanamiento, frente a lo cual le colocaron una pistola en la cabeza: «La orden que traemos es esta». Se llevaron a los muchachos y a dos chicas, una de las cuales era la novia de Miguel. Los llevaron a la comisaría 9º pero los soltaron al rato. Miguel y sus amigos decidieron hacer la denuncia. Miguel fue a la Fiscalía de Cámara para explicar allí de qué modo estaban siendo molestados por la policía.
Miguel le dijo a su madre: «Lo que pasa Bruja es que te allanan ilegalmente, te ponen la bolsita y después andá a cantarle a Gardel».
Rosa: «Después de la denuncia todo se puso peor. Empezó a sentirse perseguido, hostigado, vigilaban la casa». Los chicos decidieron abandonar el lugar y alquilar otra casa. Miguel no hizo a tiempo. Su novia fue a buscarlo el 17 de agosto de 1993, encontró la puerta entreabierta pero Miguel no estaba. Empezó la búsqueda. Rosa creía que Miguel estaba con su otro hijo, hasta que descubrieron que no. En la casa habían quedado la ropa, la bicicleta y el misterio.
«Lo primero que pensé fue: la policía. Me fui a recorrer, hice la denuncia en la comisaría donde trabaja mi marido, que también es policía. Me hicieron tomar la denuncia con un juez. Yo creía que ese juez iba a cumplir con sus funciones. Para eso está. Pero resulta que era el mismo juez que encubrió el caso de Andrés Núñez, que había sido secuestrado y torturado hasta la muerte en 1990. Después lo quemaron. Ese juez, Amílcar Vara, tenía la causa cajoneada y nadie decía nada».
Los amigos de Miguel, sus compañeros de la entonces Escuela Superior de Periodismo de La Plata, reodearon a Rosa, comenzaron a denunciar, acompañaron los casi 30 rastrillajes que se hicieron buscando el cuerpo. «Fue el apoyo más importante. Empezaron a organizar marchas, a contar lo que había pasado. En ese momento uno pensaba que las desapariciones y las torturas habían terminado. Pero no».
Denunciaron al juez. «Por un anónimo supimos que una chica
prostituta había sido la entregadora de Miguel. La encontramos un año y medio después. Yo la encontré. Fui con un grabador y es la primera persona que me dice que a Miguel se lo llevaron a la 9º de La Plata, y se les fue de palo». Le pegaron demasiado, hasta matarlo. «Lo sacaron por atrás. Pero nunca más pudimos encontrarlo».
La presión de las marchas y las denuncias impulsaron la causa judicial. «El juez llamó a declarar a los policías, pero todos cuidaban sus lugarcitos».
Para Rosa lo crucial fue el testimonio de los que aquel día estaban detenidos: «Sabían a qué estaban expuestos. A un muchacho, Giménez, que era el mejor testigo, lo matan en un supuesto enfrentamiento. A su hermana le tiraron un auto encima. No la mataron porque no era su destino, lo mismo que al Chavo Ruarte, otro testigo: lo atropellaron con autos, con patrulleros, lo balearon. Hasta que llegó al juicio y declaró».
En el juicio, pese a que no se encontró el cadáver de Miguel, se dio por probado el homicidio: «Yo recuerdo que uno de los asesinos de Miguel, Justo López, decía que si no hay cuerpo no hay delito. Lo mismo que decía el juez Vara sobre el caso de Andrés Núñez». Lo mismo que los desaparecidos. «Eso sí lo habían aprendido, pero en la Cámara dijeron que el cuerpo del delito no era Miguel, sino demostrar que el delito existió. Quedó demostrado que Miguel estuvo allí. En el Instituto Balseiro de Bariloche hicieron una pericia que encontró el nombre de Miguel escrito en el Libro de Guardia, pese a que lo habían borrado, escribiendo arriba otro nombre. Pero los análisis permitieron ver, clarito clarito, que allí decía ‘Miguel Bru’. Eso, más la declaración de los detenidos, fue todo muy duro. Fue luchar contra todo un sistema porque teníamos un gobernador, Eduardo Duhalde, que decía que tenía a la mejor policía del mundo, con Pedro Klodczyk a la cabeza».
Rosa conoció a Klodczyk: «Me dijo que tenía que cuidar a sus muchachos que se jugaban la vida en la calle».
Silvia y Graciela la escuchan tomadas de la mano.
El honor militar
Graciela Pereyra, viuda de Cazenave, pasa el mate y recuerda que su hijo Segundo ingresó en la Escuela de Suboficiales General Lemos, de Campo de Mayo, en febrero del 2002. «La verdad es que Segundo era un joven con ganas de divertirse, con ganas de joder, muchísimas novias, alto, buen mozo. Hasta que un día me dice: ‘Mami, yo voy a cambiar. Voy a ser alguien en la vida y creo que el mejor lugar para cambiar es ahí, en el ejército».
A Graciela le pareció razonable: «En el campo creemos mucho en los miltares, en la patria. Claro, uno piensa en militares como San Martín. Es como que uno vive en otro mundo. Fijate que en Victorica había sido el famoso asado de Galtieri». Leopoldo Galtieri, dictador que en 1982 intentó construir una base de apoyo a partir, justamente, de ese asado, previo a la guerra de Malvinas. Graciela: «Teníamos un orgullo bárbaro de que llegara a Victorica. Mi hijo era chiquito, y yo quería a toda costa que se sacara una foto con Galtieri. Mi esposo tenía tropilla de caballos, y ofreció el espectáculo de doma. Compartíamos la carpa. Qué orgullo… qué ironía. Pero bueno, todos nosotros éramos de los que decíamos: por algo será.
Segundo ingresó en la Lemos, que quedó a cargo de la patria potestad, con el agregado de un tutor retirado de la Marina, llamado Guillermo Pérsico. «Volvió a Victorica para Semana Santa. Lo noté muy delgado. ‘Me están haciendo un poco la contra’. Contó que como él sabía mucho de mecánica, a los de 3º año no les gustaba que hubiera uno que supiera más que ellos».
En mayo Graciela fue a la fiesta de bendición de los trajes. Segundo le pidió que se vistiese con la mayor sencillez posible. Comentó también que estaba un poco sordo y que había estado internado por una gastroenteritis. «Después supe que en realidad lo habían golpeado, se había desmayado, y por eso lo tuvieron que internar. Lo de la gastroenteritis me lo decía por lo delgado que yo lo veía».
Después de la ceremonia volvieron al departamento del barrio de Colegiales que el tutor de Segundo le prestaba para usar los fines de semana.
«Allí le ví los pies en carne viva. Me dijo que habían tenido la semana verde, donde les exigen al límite. También me dijo: ‘está bien, mami, hay que hacerse hombre, hay que aprender a aguantar. Lo que no entiendo es por qué no tomé medidas en ese mismo momento».
Graciela se queda pensando. Silvia le toma la mano. Graciela dice: «Yo creía en los militares. Pensé que después de lo de Carrasco todo sería distinto». El conscripto Omar Carrasco fue muerto a golpes en Neuquén, en 1994, caso que derivó en la derogación del servicio militar obligatorio.
«Nos acompañó al departamento un compañero de Segundo, Joaquín Cortés de Jujuy, que me contó que a Segundo no lo trataban bien. Me mostró cómo lo ahorcaban, también a él. Segundo dijo: ya estoy acostumbrado, pero no contó mucho más. Yo le dije que si no estaba bien, lo mejor era dejar todo eso. Me dijo que no, que después de esa ceremonia todo empezaba a mejorar. Como llevamos la filmadora lo filmé saludándonos en la estación». Graciela empieza a llorar: «Fue la última vez que lo vi».
Once días después, el 28 de mayo, ya en La Pampa, Graciela recibió el llamado del tutor que empezó diciendo ‘perdóneme Graciela’. A lo que ella le contestó: «A Segundo lo mataron los militares».
«Hacía cinco días estaba muerto en el departamento de Colegiales. Quién lo puso ahí, no sé. La verdad es que no sabemos nada de cómo ocurrió».
En ese momento apareció el sacerdote Miguel Haag, que se ofreció para acompañar a los familiares en su viaje a Buenos Aires, donde le presentó además a Rosa Bru. Pidieron una reunión en la Lemos con el director, el coronel Ricardo Sarobe.
El militar y sus subordinados dijeron que sólo recibirían a Graciela. Cuenta el padre Haag: «En el estado en el que estaba, ellos iban a dominar la escena». Pidieron que Haag estuviese presente como asesor espiritual, y lo aceptaron de mala gana. Paula, 18 años, la hija menor de Graciela, logró meterse en la reunión: «Medio que se coló, pero es tan chiquitita que el que estaba en la puerta no la pudo parar. Le deben haber metido un buen castigo porque a los militares no les gustó que fueran tres personas» cuenta Haag. (Resulta notable que estos artistas de la fortaleza y la guerra estuviesen tan a la defensiva ante una madre destrozada, su hija, y un sacerdote sin voz ni voto en el encuentro).
Paula tuvo la precaución de llevar escondido un grabador, que sostenía en su bolsillo derecho. Por eso, cuando uno de los militares le quiso dar la mano, ella estiró automáticamente la mano izquierda explicándole: «Soy zurda».
Graciela no actuó como madre destrozada sino que empezó a adueñarse de la situación y pidió que llamasen al cadete Joaquín Cortés, el amigo de su hijo. Graciela: «Cuando vino empezó a contar todo, mucho más de lo que yo sabía. Y el coronel le decía: ‘Cállese la boca, porque usted es cómplice’. Y yo le decía: ‘No se calla nada, este es el momento de hablar’. Porque ¿cuál era nuestro miedo? Que si ahí no decía todo, a la salida lo matan, lo hacen callar para siempre, o lo compran. Pero el chico decía: ‘yo no soy cómplice. Si yo hablaba y contaba lo que nos hacían, me dijeron que yo seguía en la lista y me iban a matar a mí».
¿Quiénes eran los responsables de los tormentos? «Los de los años superiores, segundo y tercero. Cortés contó cómo los torturaban en los baños, los dejaban sin dormir. Se les paraban arriba y los obligaban a hacer flexiones. Cuando estuve en la Lemos, Segundo me había mostrado a algunos diciéndome ‘son la peor basura humana que te puedas imaginar’. Nunca me voy a olvidar».
El sacerdote Haag recuerda que aquella reunión terminó con el coronel Sarobe pronunciando una frase emblemática de la historia argentina: «Quédense tranquilos, que vamos a investigar hasta las últimas consecuencias»
Luego, los militares argumentaron que hubo maltrato, pero que nada de lo ocurrido en la escuela tiene que ver con el homicidio. Pretenden que la causa judicial quede reducida a eso. Como si la muerte fuese un accidente inexplicable. La abogada Mirta Mántaras les había anunciado que Cortés posiblemente iba a terminar cambiando su testimonio, cosa que efectivamente ocurrió tras una persuasiva temporada de conversaciones del joven y su padre con los jefes militares.
«Pensar que yo creía que había dejado a mi hijo en las mejores manos del mundo» dice Graciela.
Haag: «El chico había dicho: yo quiero ser alguien, acá voy a cobrar un sueldito, a tener una obra social». Graciela: «Acá voy a ser un hombre. Eso decía».
(Merece ser meditada la noción inscripta en las creencias de un joven de 20 años, según la cual un salario militar y una obra social se equiparan al proyecto de ‘ser un hombre’).
Graciela: «Mi hijo me había puesto un nombre de hierro, Thatcher, porque yo no me voy a doblar. Conocer a otras personas como Miguel o como Rosa me enseñó a nacer de nuevo. Uno se cae mucho. Mis hijos. Paula ha tenido intentos de suicidio. Es muy difícil vivir y volver a creer. ¿Cómo puede existir gente tan mala, que mate de a poco a un chico, haciéndole sufrir un calvario? Pero aprendí a no tener odio hacia nadie, ni siquiera hacia los asesinos de mi hijo. Si tuviese odio no podría luchar, porque uno con odio se enferma».
Rosa no está de acuerdo. Es imposible describir el grado de tensión y emoción con el que pronuncia esta frase: «A mí me pasa distinto. Me agarra una cosa acá (se toma la garganta). Doli Demonty (la madre de Ezequiel Demonty, el chico asesinado al ser arrojado al Riachuelo por integrantes de la Policía Federal) también es muy creyente, y me dice que tengo que aprender a perdonar. No a los asesinos, sino perdonar para mí, para sentirme mejor. Pero yo no puedo. Digo: ya se me va a pasar. Pero no, no perdono, me pone violenta sólo acordarme de esos asesinos. Me da una envidia sana que alguien pueda perdonar, porque capaz que tienen una paz que yo no tengo».
Los fantasmas de Cromañón
Es el turno de Silvia, que dice que le cuesta focalizar la cuestión en su hijo Julián: «Es un crimen muy masivo. Pero hay tanta intoxicación de información yo encaro el tema desde él. Es el que está ahí en la foto, con la novia».
Silvia explica una diferencia previa con Graciela y Rosa: «Al revés de ustedes, yo soy una descreída previa en el sistema. Yo tenía muy presentes los casos de ustedes, o el de Sebastián Bordón, las presas y presos de la Legislatura, General Mosconi, toda una cadena de hacerle difícil la vida al pueblo. Julián venía de una cadena de injusticias. Él quería acompañar a Florencia, la novia, a ese recital de Callejeros, porque ella tenía una hermanita que murió en un parto por mala praxis. Ya ven: una cadena de cosas espantosas. Ya les conté que no quiso que yo fuera al recital, y lo que quería era darle una alegría a Florencia. Yo me quedé sola en casa, preparando las cosas para el 31 de diciembre y viendo Emergencias, esa serie norteamericana de médicos y hospitales».
Silvia cuenta que no se quedó preocupada. No más que con cualquiera de las veces que su hijo salía.
A medianoche sonó el teléfono. Era la voz de la tía de Florencia llorando, y se escuchaba detrás el llanto de la propia chica: «Poné Crónica» le dijo la voz.
«Puse Crónica, hablaban de once muertos en Cromañón. Yo pensé que Julián no podía ser, es deportista, fuerte, con muy buen físico. En el medio de la noche, recorriendo no sé cuántos hospitales con un amigo, no me di cuenta de que eran ciento y pico las víctimas».
La recorrida por las calles y hospitales fue en sí misma un infierno. «Había que tener cuidado porque los chicos iban caminando sin mirar, deambulando, como fantasmas. Habían desparramado a las víctimas por todos los hospitales. Yo creo que eso lo hicieron de entrada ya con la idea de diluir. Nadie te informaba nada, no había un puto megáfono. Pero lo peor era eso: ver a los chicos deambulando sin saber a dónde ir».
En el Ramos Mejía encontró a Florencia, que estaba muy mal, diciendo sobre Julián: «Lo perdí, se me cayeron los anteojos. Él me dijo no me sueltes la mano. Pero lo perdí».
Silvia se dirigió al lugar donde se suponía que darían información, un CGP (Centros de Gestión y Participación): «Un maltrato… nadie sabía nada, pero te decían que iban a centralizar la información al lado de la morgue. Los padres empezaron a enojarse con la policía».
Silvia sospecha que hubo manipulación oficial de las cifras de víctimas, ya que en un momento se pasó de los 11 muertos, a más de 170. «Este amigo tenía auto y celular, por eso pude buscar, porque hasta para encontrar a tu hijo en ese infierno tenés que tener plata: al otro día todavía estaban llegando papás de Laferrere que habían tenido que salir a pedir plata para viajar en micro».
Sonó el celular. Le avisaban a Silvia que en el Clínicas había un Julián. Llegó y encontró una hoja de carpeta pegada que decía «fallecidos». Nadie recibía a los familiares, nadie los contenía. Silvia leyó la lista, su hijo no estaba, siguió recorriendo hasta que encontró a la madre de una chica que había acompañado a Julián en la ambulancia. La mujer rezaba con un rosario en la mano. «Está en terapia intensiva» le dijo.
La primera sorpresa para Silvia fue que todos hablaban de un incendio, pero no había olor a quemado.
«Yo había escuchado espantosidades» dice, usando un neologismo aplicable a varios rubros de la vida criolla. Tuvo que subir diez pisos por escalera porque -obvio- los ascensores no andaban. Se topó con una médica. Le describió a Julián: la estrella roja tatuada en la pierna.
Finalmente lo encontró: «Estaba enterito, con un color muy raro. Sin ropa. Nunca la fui a buscar. Por eso cuando voy a las marchas y veo las zapatillas…»
Silvia llora. Graciela la abraza. «Le habían hecho una traqueotomía. La médica me dijo: es muy fuerte, hizo un paro cardíaco pero salió. La gente del Clínicas estaba muy afectada y desbordada. El lugar es de alta complejidad, pero tuvimos que salir a comprar hielo, rolitos, para ayudar a que el cuerpo eliminase el veneno».
Silvia está separada de Rodolfo, el padre de Julián que vive en La Pampa. «Lo primero que le dije fue ‘perdoname’, no sé por qué me salió». Silvia aprendió que el veneno era la combinación del tolueno y el cianuro. No había existido un incendio, sino una nube asesina que tomó los pulmones de los chicos.
«El 1º murió Julián. Nunca se despertó».
Silvia dice que no puede dejar de pensar en los demás chicos, los que sobrevivieron. «Me agarra como una cosa. No pueden ser sometidos a semejante maltrato. Todos pibes chiquitos. Y venían y me pedían perdón. No sé qué creen que tenían que hacer».
No eran culpables, pero Silvia pedía perdón, los chicos también. «El gobierno no pide perdón. El presidente de los argentinos siguió de vacaciones. Tiene asesores de imagen que lo mandaron a la fiesta de la Pachamama cuando asumió, pero aquí le dijeron ‘quedate al costado’. Y lo de Ibarra… es patético, lastimoso, lamentable».
Silvia y Rodolfo tuvieron que ir a una seccional policial a pedir un papel que permite que los familiares, y no la morgue se hagan cargo del cuerpo. «La morgue estaba saturada, y las ambulancias no llevan cadáveres. El tipo de la seccional tenía el problema de cómo llenar el papelito. ¿Religión? Ninguna, le dije. Pero no le iba en el formulario. ¿Qué pongo en los puntos suspensivos? No ponga nada, o ponga ninguna. Y entonces aparece algo de ‘darle cristiana sepultura’. Le digo que si puso que no tiene religión, qué le va a meter lo de cristiana. Pero lo tengo que borrar, dice, y no hay liquid paper. Entonces me acordé que en la mochila tenía liquid paper y de golpe me dí cuenta y le digo: mirá, cambiemos de lugar. Yo lleno el papelito y vos tenés un hijo muerto, ¿querés?. Ahí reaccionó».
A Silvia le asombró también el vocabulario. Hablaban de los heridos e internados como NN. «Eso es lenguaje de la dictadura».
¿Y después? «Después empezó la movilización. Yo siempre he salido a la calle. Es algo terapéutico, juntarse con otros».
Diálogo de tres mujeres
-En una reunión de familiares de Cromañón, vi a un chico que estaba desesperado. Contaba que había estado allí, caminando sobre los cuerpos, entre los gritos. Y dijo que no entendía cómo los padres podían estar de pie, haciendo cosas y reclamando. Lo dijo mientras lloraba. Les pregunto lo mismo: ¿Cómo hicieron para seguir adelante?
Rosa: Yo sentí siempre una fuerza interior. Había veces que estaba destruida y decía «hoy no voy al juzgado». Y de repente algo me levantaba, saltaba de la cama y salía. Una vez no encontraba las medibachas y me puse otras. Voy al juzgado y andaba de un ascensor a otro. Un señor me mira los pies, y siento que algo arrastro. Eran las medibachas que no encontraba, que habían quedado adentro del pantalón. Sacudí un poco el pie y me hice la desentendida.
Pero además me ayudaron los chicos, los amigos de Miguel. Tenía que aprender a soportar. En el mismo juicio escuché todo, no me perdí una sola audiencia. La mamá de Maxi Albanese dice que los chicos, allá arriba, formaron un gran ejército que es el que nos empuja, nos lleva, nos guía. Me gusta tanto lo que dice, que a veces hasta me convenzo de que es cierto.
Silvia: Yo no soy muy creyente, pero hay cosas que te dan fuerza. Los amigos de mi hijo van mucho más que yo al cementerio. El otro día fui y me encuentro con los amigos alrededor de la tumba, sentados en unos tronquitos. Estaban con un discman al que le pusieron parlantes chiquitos mirando hacia la tumba. Escuchaban La Vela Puerca, un grupo que a Julián le gustaba mucho y a mí también.
Pero cómo se sigue, para mí tiene mucho que ver con lo grupal, con estar sostenido. En mi caso también con tener otros hijos. Y te lleva la ola. Pero a mi me preocupan más los pibes como el que vos contabas, el que estaba llorando en la reunión de Cromañón. Que se te muera un par a esa edad. O a Florencia, que se le murió el que ella considera el amor de su vida. Todo eso te cristaliza en un lugar de mierda. Temo por los pibes. Ya hubo un suicidio. Creo que el chico al decir «no sé cómo ustedes están de pie» tiene la culpa del sobreviviente. Porque a un chico de esa edad, ¿qué le tendría que estar pasando? Tener un esguince.
-Dicen que los chicos subliman el miedo con las películas de terror. Aquí, en todo lo que ustedes contaron, Miguel, Segundo, Julián, son víctimas del terror en estado puro, real.
Silvia: Con las películas los chicos desacralizan la muerte. Pero acá la ironía te la metés en el culo.
Graciela: Yo creo en la fuerza de las personas que no están. Hay algo que no te deja quedarte. No querés que sufran otros, ni que haya tanta injusticia. Si no, estaríamos en una cama esperando la muerte. Yo lo veo a Segundo en todos lados. En los chicos chiquitos, cuando veo a un joven de espaldas. Me pone muy mal ver a alguien vestido de militar. Es como que yo lo espero.
Silvia: Es que estas muertes… Vos contabas, Graciela, que lo saludaste. Y después, se murió. Te queda esa sensación de levantarte a la mañana y pensar: «le voy a preparar la leche». No. La verdad es que no la tengo que preparar. «Voy a hacer las milanesas». No. Siempre es terrible perder a alguien. Pero esto…
-Rosa, tu caso es diferente en una cuestión: ¿Cuándo pensaste «Miguel murió»?
Rosa: Cuando habla esa chica y me dice que lo mataron a golpes. Cuando vienen los testigos. Uno dijo que hacía mucho frío en la cárcel y le preguntó a Miguel qué le había pasado. Y él contestó: «No sé qué quieren estos boludos, estoy esperando que me larguen. Y eso que mi viejo es cana». El otro le dijo: si es cana, decilo. Y Miguel le contestó: «No, no, ya soy grande». Ahí supe que era Miguel. Eran sus palabras. En las marchas una cantaba «a Miguel lo mató la policía». Pero no sé cuándo empecé a aceptarlo. Nunca quise ponerle una flor, ni una vela, ni una foto. La hermana hizo un portarretrato en la escuela, y puso la foto de Miguel. Le dije: «Sacala, porque si él viene… ¿qué va a pensar?»
-Otra cosa llamativa es el castigo a la diversión. Miguel tenía su banda de rock y empezó a perseguirlo la policía. Julián también era muy roquero. Segundo…
Graciela: Era un chico que se divertía, todos lo querían. Tenía sus cosas, era vago, le gustaba la mecánica y hacía picadas, gastaba la plata, le gustaba divertirse. Y bueno, estaba en su derecho. Mis otros hijos me decían «le perdonás todo». Pero Segu era el bebé. Me podía en todo.
-Pero apareció diciendo: voy a cambiar. Y decidió ir al ejército.
Graciela: Tenía una novia, estaba enamorado, y me decía que quería casarse y tener cinco o seis hijos. La primera hija se iba a llamar Camila. «Me voy a ir al sur, vieja, y te llevo conmigo. Te voy a poner a mi cargo. Vas a ver. Yo voy a ser otra persona.
-Se nota en la Argentina mucho castigo generacional. Se puede pensar a partir de los desaparecidos, Malvinas…
Silvia: Gatillo fácil…
Rosa: Y lo que no nos enteramos. Salen a la luz los casos privilegiados, entre comillas. Porque si uno tomara conciencia de la verdadera dimensión de los casos de gatillo fácil, le cambiaría la mente a más de uno.
Graciela: Es cierto que no se sale sola de esto. Tiene que haber gente al lado. Si no es muy difícil estar de pie.
Silvia: Pero no es solo que te acompañen haciendo una proclama, que tiene su mérito. También es el que te sostiene. Yo casi no estoy viviendo en mi casa (ubicada en Caseros) y hay amigas van todos los días. Una se llevó a mi gata y le hace reiki porque la gata está deprimida. Y están los compañeros de Educación Popular. No necesito que me lo digan: siempre hay uno al lado mío (en la propia entrevista estaban Claudia, como anfitriona, y Roxana). Porque a mi me ha dado por desmayarme. Entonces encontrás una solidaridad no solo de palabras, sino en cosas bien concretas.
-Hablabas de los chicos que deambulaban como fantasmas. Los que tenían amigos. En esos casos no hay tanta sensación sobre la necesidad de acompañar como en el caso del familiar directo.
Silvia: Esta es una sociedad que se instala mal con la memoria. Yo tengo amigos a los que les parece que si me hablan de Julián, me voy a poner peor. El día de mi cumpleaños, 7 de febrero, todo el mundo quería que yo festejara. Tuve un ataque de nervios: me llamaban para decirme «feliz cumpleaños». Esa cosa defensiva le hace el juego al gobierno, que quiere que Cromañón se diluya. Hay pibes en el colegio Otto Krause que dicen «queremos hablar de Cromañón», y no se los permiten. Les da miedo a las autoridades. Realmente es terrible no instalar la palabra. Después vamos a estar diciendo que hay suicidas, o que hay violentos.
-Así como hay mucha gente al lado de ustedes, ¿cómo viven lo que ocurre con la parte de la sociedad que no quiere oír, o no lo soporta, o se mantiene indiferente?
Rosa: Mucha gente te escucha. Pero si sos muy reiterativa se cansa, como que ya pasó, te tenés que resignar. Esa persona no es la más solidaria. Otros te escuchan mil veces. Por eso contaba que yo no iba a las marchas, ni entendía por qué iba Miguel. Yo misma no tenía ese tipo de solidaridad.
Graciela: En Victorica hay mucha gente de campo y la gente de campo cree en el militar. Era lo que contaba antes. Nosotros decíamos: «ah, por algo será» cuando se llevaban a alguien. La prensa tapaba todo, de paso. Pero creíamos que los militares eran personas buenas. Y Segundo por eso decía: «ahí voy a ser una persona de bien».
-¿Y cómo tomó Victorica lo que le ocurrió a Segundo?
Graciela: Se dividió el pueblo. El intendente es de la Alianza, pero estuvo también con la dictadura. Viene del grupo militar. Es más: la familia de mi marido, los Cazenave, no nos apoyaron en nada. apoyan a los militares. Mi cuñado es íntimo amigo de Brinzoni.
Silvia: ¿Pero qué explicación le dan a lo de Segundo?
Graciela: Ninguna. Miguelito, ¿usted qué dice?
Miguel Haag: Hasta el hijo mayor de Graciela se peleó con nosotros, decía que éramos zurdos y le queríamos buscar la quinta pata al gato. Después entendió. Pero en el pueblo muchos decían: por algo habrá sido. Y lo más importante: no te metás. Está intacto lo de la dictadura, hasta el tuétano. El miedo, ensuciar a la víctima.
Silvia: Es cierto, se culpabiliza a las víctimas. Y se ataca también a los padres, que si se les permitió, que si no, es un horror. Me parece que lo que no funciona entonces es la cosa individual para poder seguir. Porque lo que yo siento es que individualmente uno no puede hacer más que llorar.
-Pero entonces, ¿qué les parece que habría que hacer ante los indiferentes, que piensan «a mi no me tocó, entonces no es mi tema»?
Miguel: Yo creo que es tremendo el miedo. Y Rosa dice siempre que el miedo paraliza. En muchos casos en Victorica veo que es cerrazón, y en otros mala leche. No sé qué se hace con eso.
Graciela: Ojalá que a ellos no les toque. Lo que una tiene que hacer es meterse. Yo era de no preocuparme por los demás. Me culpo por eso. Repito: qué lástima que en tu vida tenga que haber un click que te haga mejor persona, más humano, saber estar donde te necesitan. Si hubiera otra actitud, el país sería distinto, y también el mundo.
-Pero si a vos no te hubiera pasado lo de Segundo…
Graciela: Estaría pensando en tener plata, en divertirme. Pero a partir de lo de Segundo no me gusta nada: un auto, una casa, nada me satisface. Solamente ver feliz a alguien. La vez pasada vino León Gieco a Victorica, para ayudar a los salesianos y que puedan tener una sala de computación los chicos. Eso para mi es alegría. Poder dar y ver a alguien feliz. Aparte de eso, a mi nada me va a hacer feliz nunca más.
Rosa: Yo creo que a la gente no la vas a cambiar. Con los años y años empiezan a valorar. Pero otra cosa que no puedo decir es que no voy a ser feliz. Lo de Miguel está siempre ahí, como el primer día. Pero vinieron los nietos, eso me enseñó que la vida continuaba. Nadie va a ocupar el lugar suyo, pero los nietos te traen momentos de felicidad, me hacen reir. Tenemos un nietito de dos años y agarró la pancarta con la foto, pero como era pesada empezó a decir «se me cae Miguel, se me cae Miguel». Y con esas cositas también te acordás de Miguel riéndote. Me pasó hace bastante. Un día estaba mirando el programa de Tinelli con la cámara oculta. Mi hijo salió de la pieza y me dijo: ¿vos te estabas riendo? Hacía años que no me oía reirme.
Así que no sé si vamos a cambiar a la gente, pero creo que está más sensibilizada. La gente sabe más cosas. No es como en la dictadura que ponían «abatieron a un subversivo» pero no decían que a los que desaparecían los tiraban al medio del mar. El que no estaba militando no sabía lo que pasaba. Eso yo lo discuto mucho. Me dicen: «todos sabían». Yo digo que no. Te deformaban la información. Lelia, una amiga del padre Miguel, dice «yo no quiero que me pase por encima el gatillo fácil, como me pasó la dictadura. Hay un caso palpable como el de Mariano Wittis. Lo toma como rehén un delincuente con un arma que no podía matar a nadie porque no funcionaba. Lo lleva a Mariano. Aparece la policía y mata a los dos. ¡Y después le pusieron un arma a Mariano! La madre tuvo que salir a demostrar que su hijo era inocente.
Acusar a la víctima.
Rosa: En Cromañón no dicen que la barbaridad es la falta de controles, o el techo inflamable, sino que los chicos tomaban cerveza o se drogaban. Yo creo que eso es de la época de la dictadura. Cuando matan a alguien por la espalda siempre es porque el milico tropezó y se le disparó el arma. Nunca se dispara en contra de ellos.
Silvia: No, los muertos los ponemos nosotros. Están siempre del mismo lado. No sé cómo se hace para cambiar la indiferencia. Habría que estudiarlo incluso psicológicamente. No creo que todo el mundo sea hijo de puta ni mucho menos. Creo que está el individualismo. Sos individualista hasta en tener tu luto por tu hijo en su tumba. A mí me hubiera gustado que Julián esté en una tumba colectiva. Porque para mí eso instala la memoria. Pero bueno, supongo que no se cambia las cosas solo con palabras, sino haciendo. Hay que buscar formas creativas de hacer. Además, no sé si quiero cambiar a la gente. ¿Quién soy para cambiar a nadie?
Rosa: Igual me parece que es más solidaria la juventud de ahora. Yo veo con lo de La noche de los lápices, cada vez va más gente.
Silvia: A la vez, hay una contradicción entre el decir y el hacer. Porque los gobiernos hacen discursos cada vez más interesantes, hablan de los desaparecidos… no está mal, pero ¿del gatillo fácil van a hablar dentro de 10 años? ¿Y de los chicos de Cromañón dentro de 20? Decir que la única lucha que se pierde es la que se abandona, está muy bien de parte de Madres. Pero si lo dice Tinelli, se me apropia de las palabras. Me parece que hay que ir a las acciones, y de manera no evasiva. Porque los jodemos a los pibes con la droga, con el acohol, pero convengamos que son salidas que encuentran en una sociedad de mierda. Hay que estar alertas para que no nos roben las palabras. Hoy los gobernantes hablan de los desaparecidos, pero podrían estar hablando de Cromañón. Siempre atrasan 20 años.
Graciela: Por eso para mí hay que empezar desde la escuela con el tema de los derechos humanos. Yo me acuerdo que una de las veces que vinimos a Buenos Aires estábamos mirando televisión con mi hija. Aparecieron las Madres de Plaza de Mayo y el tutor de Segundo, Pérsico, dijo: «Mirá las locas. Yo viví en la ESMA y nunca vi nada parecido a lo que dicen esas locas». Cuando volvimos a Victorica, Paula me dijo: «A ese tipo no lo quiero ver más en mi vida». Y yo ni le había prestado atención al viejo.
-Lo de «loca» te lo habrán dicho también a vos en Victorica, después de lo de Segundo.
Graciela: Estaba dicho para mí también. Hoy yo estoy del lado de las locas.
-Se habla del escenario político, de la clase política, los gobiernos… ¿qué sensación les produce ese escenario tan magnético para los medios?
(Risas generalizadas) Graciela: Para mí política es mi hijo. Desde que pasó lo de Segundo voto con la foto de mi hijo. Mis hijos también. Yo a los políticos los necesito para que me ayuden a ayudar a los demás. Pido para que a los chicos de las escuelas no les falte nada.
Silvia: Pero eso lo tendrían que hacer sin esperar a que uno les pida. ¿Qué hacen? Acá está todo muy corrido.
Rosa: Ellos es como que te hacen un favor dándote la computadora para el colegio. Pero les tendría que nacer.
Silvia: Para los medios política es lo que hacen los gobernantes. Se vota a gente que no se sabe quién es. Por eso muchos dicen «no me meto en política» pero van a las marchas. Porque es el poder por arriba, un poder super vertical el que tenemos. Lo que pasa con el resto de la sociedad no te lo cuentan. Me da miedo que la política parezca que es solo el voto. Estábamos en una radio y llamó un oyente diciendo que no había que criticar a Ibarra porque Macri es peor. Y yo decía: me están colocando en un lugar perverso. Ibarra es menos peor. Faltaba que nos dijeran golpistas. Es terrible elegir entre lo malo y lo peor. Creo que habría que cambiar esa concepción. Yo quiero lo mejor. Y lo mejor es que no mueran más pibes, y que tengamos futuro. No soy golpista, ni anti esto ni anti lo otro. Hay que actuar sin miedo a esas dicotomías. Ya usaba Alfonsín esta idea del blanco o negro.
-Yo, o el caos. Lo han dicho todos los gobernantes argentinos.
Silvia: Si es así, vamos por el caos. Porque me parece que lo muy ordenado no está funcionando. Pero el caos como algo creativo.
Graciela: Por eso digo que hoy es mejor: los chicos dicen lo que sienten y actúan como sienten. Cuando yo era joven, realmente era una época de hipócritas.
Silvia: Para mí está todo más mezclado. En la dictadura yo era adolescente, algo hacía, pero tenía conciencia de que éramos una minoría. Ahora no termino de ver. En los lugares por donde yo circula la gente es cuestionadora. Julián era así. Y en la batidora me cuestionaba también a mí. Me criticaba la incoherencia. Me ponía autoritaria con él. Qué sé yo, estuve en un encuentro de mujeres en Mendoza y había mujeres jóvenes que eran peor que mi bisabuela, decían que nosotras éramos asesinas de nuestros hijos. Terrible.
-¿Y qué es lo que está haciendo la Asociación Miguel Bru?
Rosa: La asociación se dedica a seguir casos de gatillo fácil y apremios ilegales, colabora gratuitamente con las víctimas. Y también estamos haciendo un trabajo muy fuerte en la Isla Maciel, donde ya formamos una Comisión de Derechos Humanos de la isla.
Graciela: Y en Victorica yo estoy con los salesianos. El padre está con 120 chicos en riesgo social, así que qué mejor que ayudar con eso.
Silvia: En el caso de Cromañón hay un montón de iniciativas. Lo que pasa es que todo hay que ir haciéndolo con mucha paciencia.
Rosa: No todos pueden superarlo tan rápido. No es fácil.
Graciela: Porque ¿sabés qué pasa? Después de perder un hijo nada te asusta. Le perdés el miedo a todo. Yo ya duermo con las ventanas abiertas y la puerta sin llave.
Silvia: Ni es lineal. Un día uno se quiere morir, al otro día estás trabajando como una loca.
Rosa: Cuántas veces, Silvia, uno se quiere morir. Pero no se muere. Y después te das cuenta: simplemente tenés que seguir.

Nota

Madres de Plaza de Mayo: rondar el presente

Publicada

el

La Ronda de Madres de cada jueves como lugar de encuentro, denuncia y reflexión, desde los 12 hasta los 93 años. Elia Espen y lo que vienen pidiendo hace más de 40 años. Por Lucas Pedulla

Tiene 12 años, se llama Catalina y es la primera vez que viene. «Es hermoso», dice, con brillo en los ojos, después de tomarse un tren y un subte desde Lomas de Zamora, sur del conurbano, con su tía Daniela, para venir a la ronda de las Madres en Plaza de Mayo, segunda después del triunfo de Javier Milei en el balotaje presidencial.

La caminata la encabezan Nora Cortiñas y Elia Espen, Madres de Plaza de Mayo de la Línea Fundadora. Hay menos personas que la semana pasada, pero el movimiento sigue siendo vital para pensar esta época.

Catalina, por ejemplo, cuenta que en su colegio se discutió mucho durante las elecciones, y si bien fueron pocos los compañeros que apoyaban a Milei, lo hacían con argumentos que le parecían extraños: «Hablaban de la dolarización y pedían que vuelvan los militares».

Madres de Plaza de Mayo: rondar el presente

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org

Zurda vas a correr

Daniela –31 años, preceptora– abre los ojos: «¿Por qué será que siendo tan jóvenes crean eso? Soy docente y he tenido problemas por tratar de frenar esos discursos. Tenía estudiantes que me chicaneaban, y aun si lo hacían para hacerme enojar, eran chicanas violentas: ‘Se te acaba la joda’, ‘viene el Falcon verde’. Mi otro sobrino, el hermano de ella, me dijo: ‘Zurda vas a correr’. Tiene 10 años».

¿Dónde vio eso? «En Tik Tok», dice. Catalina suma su visión: “Hay mucho Tik Tok y mucha violencia. Las redes sociales no ayudan para nada”. Daniela piensa que son necesarias nuevas formas de comunicar: “Trato de dar información, hablar con mi mejor tono, y enfatizar los ejemplos: los militares secuestraban personas y las tiraban vivas de los aviones. Pero no cala. En algo estamos fallando. Ahora todo son 10 segundos efímeros”.

De fondo, mientras caminamos, una voz lee nombres:

Lopez Ceferino.

López Bravo José María.

Lópes Calvo María Eugenia.

Son personas que siguen desaparecidas.

Madres de Plaza de Mayo: rondar el presente

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org

El lugar donde se mira al mundo

Otro de los camina en ronda es Sergio Maldonado, hermano de Santiago, el joven de 28 años que desapareció el 1º de agosto de 2017 en medio de una brutal represión de Gendarmería a una comunidad mapuche en Esquel, provincia de Chubut. Su cadáver, sospechosamente aparecido meses después, fue señalado como efecto de un “accidente”. Eran tiempos de Mauricio Macri como presidente y Patricia Bullrich como ministra de Seguridad. Tiempos en que también fue asesinado por la espalda Rafael Nahuel en la Patagonia. Maldonado está en Buenos Aires porque el 11 de diciembre iba a tener la audiencia de apelación por el intento del juez Gustavo Lleral de cerrar la causa, pero se la postergaron hasta el 28 de febrero.

Percibe, en general, un sentimiento de retroceso: “Todas las instituciones se rompen, como un desmoronamiento general. Ya no es un negacionismo, sino desidia. Hubo una disconformidad que se manifestó, pero también es irresponsabilidad: es triste ver cómo la tercera fuerza se mete ahora a manejar el gobierno, con el discurso de rebeldía, pero el ministro de Economía va a ser el mismo que nos endeudó por 100 años (Nicolás Caputo). Hay un grupo de gente que no votó con el bolsillo, sino de manera irracional”.

No sintió miedo, pero sí preocupación: “Bullrich está coqueteando con el Ministerio de Seguridad, aunque hoy también sonó para Trabajo. Representa dos épocas nefastas, porque como ministra de Trabajo en 2001 ya le recortó el 13% a los jubilados. Y ni que hablar que ahora, si asume en Seguridad, tiene como vicepresidenta a alguien que reivindica el genocidio”. 

¿Por qué, entonces, venir a la Plaza? “Quedan poquitas Madres y esto tiene que seguir. Nos encontramos con seres queridos en una misma línea. Capaz no sabés la fecha de cumpleaños, pero es un lugar de reencuentro. Desde acá se mira el mundo y también se interpela a la Casa Rosada. No hay que perder el vínculo con las Madres”.

Madres de Plaza de Mayo: rondar el presente

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org

Pensar todo otra vez

Lua tiene 16 años y Paloma 17. Son estudiantes de cuarto año del colegio porteño Carlos Pellegrini. Paloma viene por primera vez: “Estamos en una situación complicada y ahora, que se está reivindicando la dictadura, es súper importante cuidar la memoria”.

Lua ya vino varias veces: “Se cuestiona algo tan básico que siempre me pareció incuestionable. Y es importante venir para que en las casas se vuelva a hablar”. Percibió que Milei entró en el Pellegrini más silenciosamente, a diferencia de otros colegios donde el apoyo fue más colectivo, precisa: “La mayoría son por las familias; o lo toman como chiste, un meme, algo nuevo; o por la desconfianza en la política. Muchos descreen de lo político, entonces tampoco hablan, por lo general, con alguien que no piensa como ellos”.

¿Qué pudieron hablar post balotaje en el Pellegrini? “Siento que es un momento donde deberíamos hablar más que nunca, pero en mi colegio la juventud no se está pudiendo organizar lo suficiente para pensar estos cuatro años. Recién pasaron dos semanas, pero tuvimos una instancia para hablar y éramos nada más que 20 personas. Siendo un colegio tan politizado, es poco, y hay que replantearnos cosas básicas y volver a esquematizar todo”.

¿A qué te referís con esquematizar?

–Pensar cómo vamos a salir, cómo van a ser nuestras marchas, cómo nos vamos a cuidar. Probablemente a mucha gente no la dejen ir a las marchas, porque somos pibes de 16, 17, 18 años, incluso menos. Tenemos que ser un gran volumen.

Madres de Plaza de Mayo: rondar el presente

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org

Me tienen podrida

Elia Espen tiene 93 años. El 18 de febrero de 1977, su hijo Hugo Orlando Miedan Espen fue secuestrado y llevado al centro clandestino de detención y tortura El Atlético. Sigue desaparecido. 

«Están diciendo pobrecitos los generales, que tienen que liberarlos, mientras nuestros hijos siguen desaparecidos, fueron tirados al mar –habla, micrófono en mano, una vez terminada la ronda–. Estamos como empezamos: me tienen podrida. ¿Qué más podemos decir? Seguimos pidiendo lo mismo que pedimos hace más de 40 años: verdad y justicia. Estoy escuchando cada cosa por la radio y televisión que me espanta. Todavía no sabemos nada de lo que pasó con nuestros familiares. Ojalá se unan, ustedes, todos. Lo único que tenemos que seguir haciendo es estar juntos».

Luego, le pasó el micrófono a Nora Cortiñas, 93 marzos. Su hijo Gustavo está desaparecido desde el 15 de abril de 1977. Nora habló y dejó frases para tomar apuntes:

  • “Todavía este pueblo no llegó a captar los horrores que vivimos durante el terrorismo de Estado porque, si no, las elecciones hubieran sido diferentes”. 
  • “Vamos a tener que seguir hablando”. 
  • “Como vienen días muy difíciles tratemos de estar juntas, juntos, y pensar que no queremos que se repita más lo que vivimos”. 
  • “Tenemos que estar en la calle todo lo que podamos”. 
  • «En vez de absorber el veneno que tienen les contestaremos con el amor que tenemos».
  • “Hay que salir y reivindicar lo que lucharon nuestros 30 mil”.
  • “Vengan acá, vengan a acompañarnos porque así vamos a demostrar que exigimos memoria y verdad hasta el final”.
  • “A seguir luchando. Vamos a vencer”.
  • “No pasarán”.

Voto cansancio

Rocío, 23 años, de Lomas de Zamora, estudiante de Periodismo en la Universidad Nacional de Avellaneda (UnDAV), militante del Movimiento Evita, la escucha con atención. También, es la primera vez que viene. “Me movilizó mucho venir ahora que Milei es gobierno, ver todo el sufrimiento de las Madres, pero que siguen acá. Vine por eso. Y seguro vuelva”.

Rocío es de las que piensa que no fue un voto negacionista sino un voto cansancio: “Venimos haciendo las cosas muy mal y hay reconocerlo: en los últimos cuatro años no hubo grandes políticas que le cambiaran la vida a la gente, que es por lo que el peronismo se identifica. Hay un cansancio: no creo que el 55% sea negacionista. Espero que no”.

Le cuento que recién, en otra entrevista, una docente hablaba de la necesidad de nuevas formas de comunicar. ¿Qué piensa una estudiante de periodismo? “Las empresas de medios siguen siendo funcionales al sistema. Yo me tiro del lado de los medios autogestivos, ahí se cuenta la realidad de los hechos. Soy mamá de una nena de cuatro años y no quiero que se malinforme por Tik Tok. Deberíamos volver a lo que hicieron las Madres y contar desde ahí. Por no querer confrontar, la juventud peronista fue tibia. Tenemos que perder el miedo y dejar de ser sumisos. El Nunca Más es Nunca Más en muchas cosas”.

-¿Qué destacás en las Madres como comunicación?

-La sensibilidad. Las Madres son un gran ejemplo de cómo enfrentaron la dictadura. Hubo estrategia ahí. Cuentan un hecho terrible que vivieron en carne propia, pero desde la sensibilidad con el otro, de entender al otro, de comunicar hacia el otro. Es por ahí y es lo que nos está faltando. 

Repite: “Es por ahí”.

El jueves que viene, a las 15:30, habrá ronda otra vez, como hace 46 años.

Madres de Plaza de Mayo: rondar el presente

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org

Seguir leyendo

Nota

Crimen de Rafael Nahuel: condenan a los prefectos a 4 y 5 años de prisión; la familia apelará

Publicada

el

La condena por el asesinato de Rafael Nahuel llegó tarde y mal: el prefecto Sergio Guillermo Cavia, responsable del delito de homicidio agravado, fue condenado a 5 años de prisión. Sus cuatro compañeros, cómplices, a 4 años y 6 meses. Y hasta tanto no quede firme la condena, seguirán libres. La familia anunció que apelará el fallo, a las puertas de una nueva presunta asunción de Patricia Bullrich, la responsable política del asesinato. Crónica de la audiencia de un veredicto anunciado, en cobertura colaborativa con Perycia.

Por Ludmila Cabana Crozza. Fotos de Jaime Carriqueo

desde fiske menuco

El fiscal llegó antes que nadie. Al habilitarse la sala de audiencias era la única persona sentada en la sala, en su lugar. Por momentos cerraba los ojos, por momentos revisaba su teléfono celular. Cuando ingresó al Juzgado saludó a una de las decenas de policías federales que custodiaban el edificio del Tribunal Federal de la ciudad de General Roca adentro y afuera. Antes de iniciar la subida por la escalera recibió un buen deseo. Va a estar todo bien, doctor, le dijo un policía.

Desde las 7:25 am hasta que se habilitó el ingreso a la prensa, el fiscal Rafael Vehils Ruiz estuvo solo en la sala. Entraron la prensa y la familia de Nahuel. Se llamó a un breve cuarto intermedio y todos regresaron, junto al Tribunal, cerca de las 11 para presenciar la lectura de la decisión final. 

Este miércoles 29 de noviembre de 2023 en la sala de audiencias Alfredo C. Nielsen se leyó el veredicto que los jueces federales Alejandro Silva, Simón Bracco y Pablo Díaz Lacava entendieron como justicia por unanimidad: condenar a Sergio Guillermo Cavia por considerarlo autor material responsable del delito de homicidio agravado por haber sido cometido mediante la utilización de arma de fuego y con exceso de legítima defensa, a 5 años de prisión e inhabilitación especial por 8 años.

Eran cinco los prefectos procesados por la muerte de Rafael Nahuel en 2017 en Bariloche. Francisco Pinto, Juan Obregón, Carlos Sosa y Sergio García fueron condenados a 4 años y 6 meses de prisión e inhabilitación especial por 7 años por el tribunal oral criminal federal de General Roca ya que los consideraron partícipes necesarios del delito de homicidio agravado cometido por Cavia. Los 5 condenados no tendrán condena preventiva: serán detenidos cuando la sentencia quede firme. Hasta tanto no podrán abandonar el país ni retirarse de su domicilio por más de 24 horas salvo que avisen con anticipación. 

Pero antes de los 6 minutos que tardó la lectura del veredicto hecha por el presidente del tribunal, Alejandro Silva, los cinco procesados tuvieron un momento para decir las palabras finales. Todos hicieron uso de ese derecho y dijeron casi lo mismo: que obraron en cumplimiento del deber, conforme a derecho, sin cometer excesos y con una orden judicial que los legitimaba.

Cavia agregó que tenía fe en que se iba a hacer justicia; Obregón dijo que respetó la vida propia y la de terceros en cuanto se pudo. García dijo que actuó en este “lamentable hecho conforme a derecho”. Todo fue escuchado y visto en una pantalla, porque ninguno de los acusados pisó el Tribunal Federal en ninguna de las audiencias: siguieron el juicio desde sus casas, conectados a internet. Recibieron el veredicto en las mismas circunstancias.

Durante el debate oral hubo dos querellas: una por parte de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación con el abogado Mariano Przybylski como representante, y otra por parte de los padres de Rafael Nahuel con los abogados Rubén Marigo y Ezequiel Palavecino. En los alegatos ambas querellas pidieron prisión perpetua para los 5 prefectos por homicidio agravado.

El pedido de pena máxima se desprende de lo que el abogado Marigo entiende es un delito político, un delito de violencia institucional pero fundamentalmente una deuda de la democracia: no haber terminado con prácticas que vienen de la dictadura militar. Se refiere a usar el aparato estatal (en este caso las fuerzas de seguridad) en contra de ciudadanos comunes. 

La defensa fue por la absolución, no reconoció ningún delito pese al resultado de una persona muerta y dos heridos de bala del mismo lado. El fiscal Vehils Ruiz, por su parte, pidió 5 años de prisión para los acusados. No consideró quitar el atenuante en la acusación original de homicidio en exceso de legítima defensa y fue por la idea de un enfrentamiento entre las partes. Esta posición, pese al pedido de las querellas, limitó la decisión del Tribunal en cuanto a la pena dictada: la más alta fue la que pidió el Ministerio Público Fiscal. 

Rafael Nahuel fue alcanzado por un disparo por la espalda y murió el 25 de noviembre de 2017, tenía 22 años. Quienes lo acompañaban también fueron heridos y oficiaron de testigos en una de las jornadas del juicio que ayer terminó, no estaban armados. 

El miércoles 29 de noviembre, día del veredicto, la mamá de Rafael Nahuel cumplió años. Se llama Graciela, es una mujer bajita, lleva zapatillas negras de caña alta, medias de color rosa, un pantalón animal print y una remera mangas largas con otra blanca encima con la cara de su hijo asesinado. La misma remera llevan Alejandro, el padre y Ezequiel, el hermano. Graciela tiene, en el día de su cumpleaños, que estar lejos de su casa en Bariloche, a 481 kilómetros, porque le falta un hijo y busca justicia.

Lleva dos hebillas con brillos en el pelo, tiene una bolsa de tela de Unelen que revisa buscando alguna cosa, hace un gesto como de revolver algo en la boca mientras escucha y mira lo que dicen los jueces sobre los acusados de la muerte de su hijo, que son culpables y están en sus casas -¿qué mastica Graciela? ¿bronca?-.

Afuera, al sol, dijo frente a un micrófono que no está conforme, que esperaba más, que está desilusionada. El abogado Marigo aseguró que apelarán, Horacio Pietragalla Corti, titular de la Secretaría de Derechos humanos de la Nación que acompañó la jornada dijo que, a pesar del cambio de gestión que se acerca, esa también es la intención de la Secretaría. 

El 29 de Diciembre de 2023 a las 11 hs. es el día fijado para dar a conocer los motivos del hecho en el que se funda el veredicto conocido hoy. «Que tengan un excelente día, cuídense», fueron las palabras del juez antes de dejar el recinto.

En 2017, el año del hecho juzgado hoy, la poeta neuquina Silvia Mellado escribió:

Rafael Nahuel

han soltado los albatros

en el medio del bosque

donde dice tierra ancestral

leen coto de caza los perdigueros que olisquean

gustosos un pedazo de tu muerte 

Seguir leyendo

Nota

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

Publicada

el

(Desde Mar del Plata/lavaca.org) Guillermo Pérez se quedó mirando absorto unos pupitres escolares que había enviado el cura Héctor Díaz, muchísimo más conocido como Chobi. Los pupitres estaban siendo acomodados por toda la gente de la Campaña Somos Lucía en el patio de una casa ubicada en la calle Alvarado al 4500.

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

Las mujeres y luchas en el acto. Fotos: Lina Etchesuri.

En medio del vértigo de la inminente inauguración Guillermo (mecánico de automóviles) le habló a su esposa, la enfermera Marta Montero:

–Acá hay un mensaje. Acá empezó todo– dijo señalando los pupitres garabateados en algunos casos, un símbolo de la escuela pública a la que iba Lucía cuando fue captada como tantas otras adolescentes por narcos que vendían lo suyo a la salida de las clases. En el caso de Lucía, el negocio terminó en el femicidio de esa chica que iba a 4º año del secundario, en octubre de 2016, caso que provocó el primer Paro Nacional de Mujeres.  

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

La ministra Mazzina, Marta, Guillermo, Raquel Vivanco, Yamila Rodríguez. Fotos: Lina Etchesuri.

Guillermo completó su idea:

–Y acá puede continuar todo ahora: a esto vamos con todo lo que estamos haciendo–  dijo señalando los pupitres, porque el proyecto de la Casa de Lucía es que sea un lugar para capacitaciones, talleres, para compartir ideas, acciones y la contención de las familias víctimas. Un punto de encuentro crucial para el trazado de estrategias de vida frente a la violencia contra las mujeres en la ciudad, y la impunidad que suele acompañarla desde siempre.  

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

La mamá de Candela, la mamá de Iaria. El sentido de tener un lugar de encuentro. Fotos: Lina Etchesuri.

Tres datos para sintetizar la historia   

  • El femicidio de Lucía provocó un cimbronazo social que derivó en aquel primer Paro Nacional de Mujeres el 19 de octubre de 2016. La familia llevó el caso a un juicio (2018) que resultó vergonzoso, con jueces dedicados a sembrar sospechas sobre la víctima menor de edad y a exculpar a los narcos acusados, Matías Gabriel Farías (29) y Juan Pablo Offidani (48). El tercero, Alejandro Maciel, había fallecido en 2020.
  • Marta y Guillermo se propusieron entonces lo que parecía impensable: la anulación de esa vergüenza, y la realización de un nuevo juicio que se realizó finalmente en febrero de este año, en el que sí se pudo lograr la condena a perpetua por femicidio de Farías, y a 15 años a Offidani como “partícipe secundario”, tema que está apelado.
  • La familia además impulsó un jury aún pendiente, que juzgue a los jueces del primero de esos juicios, Facundo Gómez Urso y Pablo Viñas (el tercer juez, Alejandro Carnevale, eludió el proceso al jubilarse antes).
  • Ahora la Campaña Somos Lucía obtuvo algo más: recibió del Estado, a través de la AABE (Agencia de Administración de Bienes del Estado) una casa abandonada y derruida que en apenas dos meses lograron acondicionar a pulmón y corazón, y que fue inaugurada este martes 28 de noviembre junto a otras familias de víctimas de femicidios que se acercaron a compartir ese momento acaso histórico.   
  • Lugar de encuentro y aprendizaje   
  • Así contado todo parece veloz, pero en la práctica significó años, meses, días y cada segundo de energía, de lágrimas, de insomnios, de amenazas, que Guillermo y Marta, y también su otro hijo Matías Pérez, lograron superar.

No lo hicieron dedicados solo al caso de Lucía sino también buscando acompañar y reunir a otras familias que pasaron por infiernos similares. Así fue que inspiraron otra organización clave: Familias Victimas de Femicidios, Transfemicidios y Desparecidas.

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

Madres que no bajan los brazos, y el sacerdote Héctor Díaz, Chobi, siempre acompañando las luchas marplatenses. Fotos: Lina Etchesuri.

Entre los familiares estuvieron Gustavo Mellman, papá de Natalia (asesinada en febrero de 2001). Los policías condenados están presionando para obtener su libertad. Estaba también Mariela Quintanilla, la mamá de Iara Nardelli (sus huesos aparecieron este año, pero el caso sigue sin investigarse como femicidio), Carola Labrador, madre de Candela Rodríguez (asesinada por una banda narcopolicial en 2011, cuando ella tenía 11 años),  Marisa, la madre de Luna Ortiz (asesinada en 2017 a los 19 años). Participaron también integrantes de la Asamblea por un mar libre de petroleras, y de la multisectorial Ni un hundimiento más, creada por familiares del barco pesquero El Repunte, hundido en 2017.  

Estuvieron además las hijas de Evangelina Sánchez, asesinada el 20 de noviembre pasado. Por el lado oficial se hizo presente la ministra nacional de Mujeres, Igualdad y Género, Ayelén Mazzina. El presidente Alberto Fernández no pudo asistir, y fue representado en el acto por una de sus asesoras, Raquel Vivanco, así como Yamila Zavala Rodríguez representó a Estela Díaz, ministra provincial de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual.  

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

Marta, Guillermo, y una idea: “No nos podemos quedar en el dolor, el sufrimiento y que todo termine así. Nuestras hijas son la semilla». Fotos: Lina Etchesuri.

“Lucía está acá” dijo Marta durante su intervención, junto a la gigantografía con los ojos de su hija. “La perversidad de la justicia fue de tal magnitud… pero no pudieron con nosotros, que somos gente de la calle, y eso muestra que nadie nunca debe bajar los brazos”. Marta nombró y presentó a quienes fueron a compartir la inauguración formal de la casa y destacó que en los casos de femicidios no alcanza con la condena: “Siguen las vidas de quienes quedan, pero el Estado tiene que estar presente como tiene que ser. Que las hijas de Evangelina, por ejemplo, puedan tener comida, educación, que puedan cubrir sus necesidades básicas porque quedaron solas, criaturas enfrenando un mundo perverso de adultos. No es una dádiva, es un derecho el que hay que darles. Y organizados vamos a hacerlo” dijo mirando a dos de las hijas de Evangelina Sánchez.

Dijo también: “Esto va a ser un lugar de encuentro, de aprendizaje. Acá no terminó nada. Acá seguimos sin bajar los brazos para que crezca una esperanza de vida, de respeto y de derechos. Esto hay que hacerlo porque en el fondo lo que se quiere es que estemos desunidos. Si estamos desunidos, ganan ellos”.

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

Familiares de un pesquero hundido, El Repunte. Fotos: Lina Etchesuri.

“No nos podemos quedar en el dolor, el sufrimiento y que todo termine así. Nuestras hijas son la semilla. Jamás nos van a convencer de que somos unos negros de mierda. Somos mujeres y hombres trabajadores, que no son egoístas, gente que piensa que no somos el ombligo del mundo, sino que necesitamos comunidad para trabajar”.   

Después fue el tiempo de las fotos, los abrazos y las lágrimas de tantos familiares, que por esta vez no fueron de tristeza sino que simbolizaron una puerta al futuro.  

La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

Fotos: Lina Etchesuri.

Seguir leyendo

LA NUEVA MU. ¿Qué perdimos?

La nueva Mu
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Lo más leido