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Las madres de Miguel Bru, Segundo Cazenave y Julián Rozengardt: cuando el Estado es el asesino

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Tres mujeres se reunieron para conversar, para darse la mano, y para radiografiar con una crudeza asombrosa todo lo que aprendieron a entender del país y de sí mismas tras los crímenes cometidos contra sus hijos. La indiferencia, la política, los medios de comunicación, los apoyos, y las cosas que permiten, en medio del dolor absoluto, intentar una especie de utopía argentina: construir justicia.
-Yo era de las que miraba para otro lado. Yo era de las que decía “algo habrán hecho” cuando los militares se llevaban gente. Qué lástima que en la vida tenga que haber un click que te lleve a la realidad. Que te lleve a ser más humano. A ser mejor persona. Qué lástima que te tenga que tocar para que empieces a sentir. Si fuéramos todos de otro modo, el país sería distinto, y el mundo también.
Graciela Pereira lo dijo con una mirada transparente, y tomándole la mano a Silvia Bignami, que lloraba.
El hijo de Graciela es Segundo Cazenave. Lo mataron a golpes y torturas en la Escuela General Lemos en el 2001. Tenía 20 años.
El hijo de Silvia es Julián Rozengardt. Lo mataron el 30 de diciembre de 2004 junto a casi 200 chicos más. Recién había cumplido 18 años. Le envenenaron los pulmones con cianuro en la versión más actualizada del infierno: Cromañón. Aunque los medios se esmeran en hablar de “accidente”, “tragedia” o “desgracia” los familiares siguen utilizando otra palabra: masacre. Consideran que sus hijos fueron asesinados.
Rosa Bru miraba a Silvia y a Graciela, y dijo:
-Yo pensaba que solidaridad era darle pan si le faltaba a mi vecina, ayudarla en la casa si estaba enferma, darle una tacita de azúcar. Ahora siento que la solidaridad es otra cosa.
Rosa es la madre de Miguel Bru, desaparecido hace once años y medio, en agosto de 2003. Miguel tenía 23 años, estudiaba periodismo. Pese a que nunca se encontró su cuerpo, la justicia dio por probado que Miguel fue asesinado por policías de la comisaría 9º de La Plata. Hicieron desaparecer el cadáver, según los miserables códigos de la dictadura, para evitar la existencia del “cuerpo del delito”. (¿Miserables? ¿Cobardes? ¿Abyectos? ¿Perversos?: los diccionarios, en la Argentina, se nos están quedando sin palabras que describan estas ciénagas).
-Yo me acuerdo -dice Rosa- que Miguel iba a las marchas de la resistencia, y a las marchas por Maxi Albanese, un chico de 17 años también asesinado por la policía. Yo nunca dije: voy a acompañar a esos padres. Una vez le dije a Miguel: ¿para qué vas a esas marchas? Ya está. Lo que pasó, pasó. No van a volver.
Rosa empieza a llorar:
-Y él no me contestó. Se quedó mirándome, como diciendo ‘pobre, qué ignorante’. Siempre me acuerdo de esa mirada. Yo empecé a luchar por lo de Miguel. Hoy me nace espontáneo acompañar, pelear, pero ese tipo de solidaridad no lo tenía.
-Pero Rosa, ojo que hay una cosa entre lo cotidiano y lo general -dijo Silvia, más repuesta-. Si una persona no puede prestar pan o una taza de azúcar, no sé si puede ser solidaria de otro modo. Nosotros tenemos experiencia en este país de bla-bla-bla. Pero es difícil ir a una marcha si no sabés compartir el azúcar o la yerba. Puedo hacer declaraciones maravillosas sobre algo, pero si en los gestos chiquitos no lo acompaño…
Graciela volvió a tomarle la mano. Rosa dijo que sí con la cabeza.
El encuentro nació por iniciativa del sacerdote salesiano Miguel Haag, amigo y asesor espiritual de Graciela y Rosa. Es de esos curas que logran que los herejes sintamos todavía respeto por algunos sectores de la Iglesia. Debe decirse que la porción conservadora del clero pampeano -Miguel reside en Victorica- lo tiene en la mira. Haag se comunicó con Silvia para manifestarle su solidaridad. Rosa y Graciela sentían que habían pasado por una situación similar y simplemente se ofrecían para reunirse, estar juntas, conversar, escuchar, tomarse la mano. El encuentro quedó confirmado, con la generosa invitación realizada por las madres a lavaca para coordinarlo, y la presencia de compañeras de Silvia, del Equipo de Educación Popular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
La Bruja, la Thatcher y la Loca
Los jóvenes Miguel, Segundo y Julián, debe decirse, no eran excesivamente piadosos con sus señoras madres.
Miguel había apodado “Bruja” a Rosa, que lo cuenta con una sonrisa resignada. Segundo le decía “Thatcher” a Graciela, referencia a la ex premier británica a la que ella ahora le encontró un sentido de resistencia: “Sí, soy de hierro, nunca voy a bajar los brazos”. Julián le decía a Silvia “Loca”, a veces en el sentido cariñoso, pero también en el otro. “Cuando yo me ponía autoritaria me decía: claro, vas a Madres y sos fenómena pero después acá…”.
Todas sufren contradicciones que les muerden el alma. Rosa siente que entendió demasiado tarde las cosas por las que su hijo se sensibilizaba. Graciela era una mujer que creía en los militares de un modo levemente irracional, y de algún modo contagió esa creencia a Segundo. Silvia le regaló a Julián la entrada para Cromañón y discutió con él porque ella también quería ir a escuchar a Callejeros. Reprodujeron un debate clásico entre ciertas madres y ciertos hijos.
-¿Por qué no voy a ir, si a mi también me gusta Callejeros. Hemos ido a ver a los Redondos- postuló Silvia.
-Mamá, los chicos no van con las madres. Hacé lo que quieras pero lejos. Si te acercás, no te conozco.
Julián ganó ese debate. Silvia muestra una foto de Julián. Graciela saca de su cartera una de Segundo. Rosa no trajo fotos de Miguel: lo lleva impreso en el alma.
La primera propuesta de la charla fue que cada una de estas mujeres se presentase. Que cuenten sus historias, reflejo de una tradición local: un país matando a sus jóvenes.
Que cuenten para comprender, de paso, cómo puede seguir la vida, sin ahogarse en un océano de lágrimas.
Duhalde, y la mejor policía
Rosa, mientras comienza una ronda de mate, relata que Miguel vivía con un grupo de amigos, también estudiantes, en una casa de la Calle 69 de La Plata, donde crearon una banda de rock llamada Chempes 69. Parece que hubo quejas por ruidos molestos. La policía empezó a merodear la casa hasta que la allanó sin orden, un día en que nadie estaba ensayando. Miguel no estaba, sí sus amigos. Uno pidió que mostraran la orden de allanamiento, frente a lo cual le colocaron una pistola en la cabeza: “La orden que traemos es esta”. Se llevaron a los muchachos y a dos chicas, una de las cuales era la novia de Miguel. Los llevaron a la comisaría 9º pero los soltaron al rato. Miguel y sus amigos decidieron hacer la denuncia. Miguel fue a la Fiscalía de Cámara para explicar allí de qué modo estaban siendo molestados por la policía.
Miguel le dijo a su madre: “Lo que pasa Bruja es que te allanan ilegalmente, te ponen la bolsita y después andá a cantarle a Gardel”.
Rosa: “Después de la denuncia todo se puso peor. Empezó a sentirse perseguido, hostigado, vigilaban la casa”. Los chicos decidieron abandonar el lugar y alquilar otra casa. Miguel no hizo a tiempo. Su novia fue a buscarlo el 17 de agosto de 1993, encontró la puerta entreabierta pero Miguel no estaba. Empezó la búsqueda. Rosa creía que Miguel estaba con su otro hijo, hasta que descubrieron que no. En la casa habían quedado la ropa, la bicicleta y el misterio.
“Lo primero que pensé fue: la policía. Me fui a recorrer, hice la denuncia en la comisaría donde trabaja mi marido, que también es policía. Me hicieron tomar la denuncia con un juez. Yo creía que ese juez iba a cumplir con sus funciones. Para eso está. Pero resulta que era el mismo juez que encubrió el caso de Andrés Núñez, que había sido secuestrado y torturado hasta la muerte en 1990. Después lo quemaron. Ese juez, Amílcar Vara, tenía la causa cajoneada y nadie decía nada”.
Los amigos de Miguel, sus compañeros de la entonces Escuela Superior de Periodismo de La Plata, reodearon a Rosa, comenzaron a denunciar, acompañaron los casi 30 rastrillajes que se hicieron buscando el cuerpo. “Fue el apoyo más importante. Empezaron a organizar marchas, a contar lo que había pasado. En ese momento uno pensaba que las desapariciones y las torturas habían terminado. Pero no”.
Denunciaron al juez. “Por un anónimo supimos que una chica
prostituta había sido la entregadora de Miguel. La encontramos un año y medio después. Yo la encontré. Fui con un grabador y es la primera persona que me dice que a Miguel se lo llevaron a la 9º de La Plata, y se les fue de palo”. Le pegaron demasiado, hasta matarlo. “Lo sacaron por atrás. Pero nunca más pudimos encontrarlo”.
La presión de las marchas y las denuncias impulsaron la causa judicial. “El juez llamó a declarar a los policías, pero todos cuidaban sus lugarcitos”.
Para Rosa lo crucial fue el testimonio de los que aquel día estaban detenidos: “Sabían a qué estaban expuestos. A un muchacho, Giménez, que era el mejor testigo, lo matan en un supuesto enfrentamiento. A su hermana le tiraron un auto encima. No la mataron porque no era su destino, lo mismo que al Chavo Ruarte, otro testigo: lo atropellaron con autos, con patrulleros, lo balearon. Hasta que llegó al juicio y declaró”.
En el juicio, pese a que no se encontró el cadáver de Miguel, se dio por probado el homicidio: “Yo recuerdo que uno de los asesinos de Miguel, Justo López, decía que si no hay cuerpo no hay delito. Lo mismo que decía el juez Vara sobre el caso de Andrés Núñez”. Lo mismo que los desaparecidos. “Eso sí lo habían aprendido, pero en la Cámara dijeron que el cuerpo del delito no era Miguel, sino demostrar que el delito existió. Quedó demostrado que Miguel estuvo allí. En el Instituto Balseiro de Bariloche hicieron una pericia que encontró el nombre de Miguel escrito en el Libro de Guardia, pese a que lo habían borrado, escribiendo arriba otro nombre. Pero los análisis permitieron ver, clarito clarito, que allí decía ‘Miguel Bru’. Eso, más la declaración de los detenidos, fue todo muy duro. Fue luchar contra todo un sistema porque teníamos un gobernador, Eduardo Duhalde, que decía que tenía a la mejor policía del mundo, con Pedro Klodczyk a la cabeza”.
Rosa conoció a Klodczyk: “Me dijo que tenía que cuidar a sus muchachos que se jugaban la vida en la calle”.
Silvia y Graciela la escuchan tomadas de la mano.
El honor militar
Graciela Pereyra, viuda de Cazenave, pasa el mate y recuerda que su hijo Segundo ingresó en la Escuela de Suboficiales General Lemos, de Campo de Mayo, en febrero del 2002. “La verdad es que Segundo era un joven con ganas de divertirse, con ganas de joder, muchísimas novias, alto, buen mozo. Hasta que un día me dice: ‘Mami, yo voy a cambiar. Voy a ser alguien en la vida y creo que el mejor lugar para cambiar es ahí, en el ejército”.
A Graciela le pareció razonable: “En el campo creemos mucho en los miltares, en la patria. Claro, uno piensa en militares como San Martín. Es como que uno vive en otro mundo. Fijate que en Victorica había sido el famoso asado de Galtieri”. Leopoldo Galtieri, dictador que en 1982 intentó construir una base de apoyo a partir, justamente, de ese asado, previo a la guerra de Malvinas. Graciela: “Teníamos un orgullo bárbaro de que llegara a Victorica. Mi hijo era chiquito, y yo quería a toda costa que se sacara una foto con Galtieri. Mi esposo tenía tropilla de caballos, y ofreció el espectáculo de doma. Compartíamos la carpa. Qué orgullo… qué ironía. Pero bueno, todos nosotros éramos de los que decíamos: por algo será.
Segundo ingresó en la Lemos, que quedó a cargo de la patria potestad, con el agregado de un tutor retirado de la Marina, llamado Guillermo Pérsico. “Volvió a Victorica para Semana Santa. Lo noté muy delgado. ‘Me están haciendo un poco la contra’. Contó que como él sabía mucho de mecánica, a los de 3º año no les gustaba que hubiera uno que supiera más que ellos”.
En mayo Graciela fue a la fiesta de bendición de los trajes. Segundo le pidió que se vistiese con la mayor sencillez posible. Comentó también que estaba un poco sordo y que había estado internado por una gastroenteritis. “Después supe que en realidad lo habían golpeado, se había desmayado, y por eso lo tuvieron que internar. Lo de la gastroenteritis me lo decía por lo delgado que yo lo veía”.
Después de la ceremonia volvieron al departamento del barrio de Colegiales que el tutor de Segundo le prestaba para usar los fines de semana.
“Allí le ví los pies en carne viva. Me dijo que habían tenido la semana verde, donde les exigen al límite. También me dijo: ‘está bien, mami, hay que hacerse hombre, hay que aprender a aguantar. Lo que no entiendo es por qué no tomé medidas en ese mismo momento”.
Graciela se queda pensando. Silvia le toma la mano. Graciela dice: “Yo creía en los militares. Pensé que después de lo de Carrasco todo sería distinto”. El conscripto Omar Carrasco fue muerto a golpes en Neuquén, en 1994, caso que derivó en la derogación del servicio militar obligatorio.
“Nos acompañó al departamento un compañero de Segundo, Joaquín Cortés de Jujuy, que me contó que a Segundo no lo trataban bien. Me mostró cómo lo ahorcaban, también a él. Segundo dijo: ya estoy acostumbrado, pero no contó mucho más. Yo le dije que si no estaba bien, lo mejor era dejar todo eso. Me dijo que no, que después de esa ceremonia todo empezaba a mejorar. Como llevamos la filmadora lo filmé saludándonos en la estación”. Graciela empieza a llorar: “Fue la última vez que lo vi”.
Once días después, el 28 de mayo, ya en La Pampa, Graciela recibió el llamado del tutor que empezó diciendo ‘perdóneme Graciela’. A lo que ella le contestó: “A Segundo lo mataron los militares”.
“Hacía cinco días estaba muerto en el departamento de Colegiales. Quién lo puso ahí, no sé. La verdad es que no sabemos nada de cómo ocurrió”.
En ese momento apareció el sacerdote Miguel Haag, que se ofreció para acompañar a los familiares en su viaje a Buenos Aires, donde le presentó además a Rosa Bru. Pidieron una reunión en la Lemos con el director, el coronel Ricardo Sarobe.
El militar y sus subordinados dijeron que sólo recibirían a Graciela. Cuenta el padre Haag: “En el estado en el que estaba, ellos iban a dominar la escena”. Pidieron que Haag estuviese presente como asesor espiritual, y lo aceptaron de mala gana. Paula, 18 años, la hija menor de Graciela, logró meterse en la reunión: “Medio que se coló, pero es tan chiquitita que el que estaba en la puerta no la pudo parar. Le deben haber metido un buen castigo porque a los militares no les gustó que fueran tres personas” cuenta Haag. (Resulta notable que estos artistas de la fortaleza y la guerra estuviesen tan a la defensiva ante una madre destrozada, su hija, y un sacerdote sin voz ni voto en el encuentro).
Paula tuvo la precaución de llevar escondido un grabador, que sostenía en su bolsillo derecho. Por eso, cuando uno de los militares le quiso dar la mano, ella estiró automáticamente la mano izquierda explicándole: “Soy zurda”.
Graciela no actuó como madre destrozada sino que empezó a adueñarse de la situación y pidió que llamasen al cadete Joaquín Cortés, el amigo de su hijo. Graciela: “Cuando vino empezó a contar todo, mucho más de lo que yo sabía. Y el coronel le decía: ‘Cállese la boca, porque usted es cómplice’. Y yo le decía: ‘No se calla nada, este es el momento de hablar’. Porque ¿cuál era nuestro miedo? Que si ahí no decía todo, a la salida lo matan, lo hacen callar para siempre, o lo compran. Pero el chico decía: ‘yo no soy cómplice. Si yo hablaba y contaba lo que nos hacían, me dijeron que yo seguía en la lista y me iban a matar a mí”.
¿Quiénes eran los responsables de los tormentos? “Los de los años superiores, segundo y tercero. Cortés contó cómo los torturaban en los baños, los dejaban sin dormir. Se les paraban arriba y los obligaban a hacer flexiones. Cuando estuve en la Lemos, Segundo me había mostrado a algunos diciéndome ‘son la peor basura humana que te puedas imaginar’. Nunca me voy a olvidar”.
El sacerdote Haag recuerda que aquella reunión terminó con el coronel Sarobe pronunciando una frase emblemática de la historia argentina: “Quédense tranquilos, que vamos a investigar hasta las últimas consecuencias”
Luego, los militares argumentaron que hubo maltrato, pero que nada de lo ocurrido en la escuela tiene que ver con el homicidio. Pretenden que la causa judicial quede reducida a eso. Como si la muerte fuese un accidente inexplicable. La abogada Mirta Mántaras les había anunciado que Cortés posiblemente iba a terminar cambiando su testimonio, cosa que efectivamente ocurrió tras una persuasiva temporada de conversaciones del joven y su padre con los jefes militares.
“Pensar que yo creía que había dejado a mi hijo en las mejores manos del mundo” dice Graciela.
Haag: “El chico había dicho: yo quiero ser alguien, acá voy a cobrar un sueldito, a tener una obra social”. Graciela: “Acá voy a ser un hombre. Eso decía”.
(Merece ser meditada la noción inscripta en las creencias de un joven de 20 años, según la cual un salario militar y una obra social se equiparan al proyecto de ‘ser un hombre’).
Graciela: “Mi hijo me había puesto un nombre de hierro, Thatcher, porque yo no me voy a doblar. Conocer a otras personas como Miguel o como Rosa me enseñó a nacer de nuevo. Uno se cae mucho. Mis hijos. Paula ha tenido intentos de suicidio. Es muy difícil vivir y volver a creer. ¿Cómo puede existir gente tan mala, que mate de a poco a un chico, haciéndole sufrir un calvario? Pero aprendí a no tener odio hacia nadie, ni siquiera hacia los asesinos de mi hijo. Si tuviese odio no podría luchar, porque uno con odio se enferma”.
Rosa no está de acuerdo. Es imposible describir el grado de tensión y emoción con el que pronuncia esta frase: “A mí me pasa distinto. Me agarra una cosa acá (se toma la garganta). Doli Demonty (la madre de Ezequiel Demonty, el chico asesinado al ser arrojado al Riachuelo por integrantes de la Policía Federal) también es muy creyente, y me dice que tengo que aprender a perdonar. No a los asesinos, sino perdonar para mí, para sentirme mejor. Pero yo no puedo. Digo: ya se me va a pasar. Pero no, no perdono, me pone violenta sólo acordarme de esos asesinos. Me da una envidia sana que alguien pueda perdonar, porque capaz que tienen una paz que yo no tengo”.
Los fantasmas de Cromañón
Es el turno de Silvia, que dice que le cuesta focalizar la cuestión en su hijo Julián: “Es un crimen muy masivo. Pero hay tanta intoxicación de información yo encaro el tema desde él. Es el que está ahí en la foto, con la novia”.
Silvia explica una diferencia previa con Graciela y Rosa: “Al revés de ustedes, yo soy una descreída previa en el sistema. Yo tenía muy presentes los casos de ustedes, o el de Sebastián Bordón, las presas y presos de la Legislatura, General Mosconi, toda una cadena de hacerle difícil la vida al pueblo. Julián venía de una cadena de injusticias. Él quería acompañar a Florencia, la novia, a ese recital de Callejeros, porque ella tenía una hermanita que murió en un parto por mala praxis. Ya ven: una cadena de cosas espantosas. Ya les conté que no quiso que yo fuera al recital, y lo que quería era darle una alegría a Florencia. Yo me quedé sola en casa, preparando las cosas para el 31 de diciembre y viendo Emergencias, esa serie norteamericana de médicos y hospitales”.
Silvia cuenta que no se quedó preocupada. No más que con cualquiera de las veces que su hijo salía.
A medianoche sonó el teléfono. Era la voz de la tía de Florencia llorando, y se escuchaba detrás el llanto de la propia chica: “Poné Crónica” le dijo la voz.
“Puse Crónica, hablaban de once muertos en Cromañón. Yo pensé que Julián no podía ser, es deportista, fuerte, con muy buen físico. En el medio de la noche, recorriendo no sé cuántos hospitales con un amigo, no me di cuenta de que eran ciento y pico las víctimas”.
La recorrida por las calles y hospitales fue en sí misma un infierno. “Había que tener cuidado porque los chicos iban caminando sin mirar, deambulando, como fantasmas. Habían desparramado a las víctimas por todos los hospitales. Yo creo que eso lo hicieron de entrada ya con la idea de diluir. Nadie te informaba nada, no había un puto megáfono. Pero lo peor era eso: ver a los chicos deambulando sin saber a dónde ir”.
En el Ramos Mejía encontró a Florencia, que estaba muy mal, diciendo sobre Julián: “Lo perdí, se me cayeron los anteojos. Él me dijo no me sueltes la mano. Pero lo perdí”.
Silvia se dirigió al lugar donde se suponía que darían información, un CGP (Centros de Gestión y Participación): “Un maltrato… nadie sabía nada, pero te decían que iban a centralizar la información al lado de la morgue. Los padres empezaron a enojarse con la policía”.
Silvia sospecha que hubo manipulación oficial de las cifras de víctimas, ya que en un momento se pasó de los 11 muertos, a más de 170. “Este amigo tenía auto y celular, por eso pude buscar, porque hasta para encontrar a tu hijo en ese infierno tenés que tener plata: al otro día todavía estaban llegando papás de Laferrere que habían tenido que salir a pedir plata para viajar en micro”.
Sonó el celular. Le avisaban a Silvia que en el Clínicas había un Julián. Llegó y encontró una hoja de carpeta pegada que decía “fallecidos”. Nadie recibía a los familiares, nadie los contenía. Silvia leyó la lista, su hijo no estaba, siguió recorriendo hasta que encontró a la madre de una chica que había acompañado a Julián en la ambulancia. La mujer rezaba con un rosario en la mano. “Está en terapia intensiva” le dijo.
La primera sorpresa para Silvia fue que todos hablaban de un incendio, pero no había olor a quemado.
“Yo había escuchado espantosidades” dice, usando un neologismo aplicable a varios rubros de la vida criolla. Tuvo que subir diez pisos por escalera porque -obvio- los ascensores no andaban. Se topó con una médica. Le describió a Julián: la estrella roja tatuada en la pierna.
Finalmente lo encontró: “Estaba enterito, con un color muy raro. Sin ropa. Nunca la fui a buscar. Por eso cuando voy a las marchas y veo las zapatillas…”
Silvia llora. Graciela la abraza. “Le habían hecho una traqueotomía. La médica me dijo: es muy fuerte, hizo un paro cardíaco pero salió. La gente del Clínicas estaba muy afectada y desbordada. El lugar es de alta complejidad, pero tuvimos que salir a comprar hielo, rolitos, para ayudar a que el cuerpo eliminase el veneno”.
Silvia está separada de Rodolfo, el padre de Julián que vive en La Pampa. “Lo primero que le dije fue ‘perdoname’, no sé por qué me salió”. Silvia aprendió que el veneno era la combinación del tolueno y el cianuro. No había existido un incendio, sino una nube asesina que tomó los pulmones de los chicos.
“El 1º murió Julián. Nunca se despertó”.
Silvia dice que no puede dejar de pensar en los demás chicos, los que sobrevivieron. “Me agarra como una cosa. No pueden ser sometidos a semejante maltrato. Todos pibes chiquitos. Y venían y me pedían perdón. No sé qué creen que tenían que hacer”.
No eran culpables, pero Silvia pedía perdón, los chicos también. “El gobierno no pide perdón. El presidente de los argentinos siguió de vacaciones. Tiene asesores de imagen que lo mandaron a la fiesta de la Pachamama cuando asumió, pero aquí le dijeron ‘quedate al costado’. Y lo de Ibarra… es patético, lastimoso, lamentable”.
Silvia y Rodolfo tuvieron que ir a una seccional policial a pedir un papel que permite que los familiares, y no la morgue se hagan cargo del cuerpo. “La morgue estaba saturada, y las ambulancias no llevan cadáveres. El tipo de la seccional tenía el problema de cómo llenar el papelito. ¿Religión? Ninguna, le dije. Pero no le iba en el formulario. ¿Qué pongo en los puntos suspensivos? No ponga nada, o ponga ninguna. Y entonces aparece algo de ‘darle cristiana sepultura’. Le digo que si puso que no tiene religión, qué le va a meter lo de cristiana. Pero lo tengo que borrar, dice, y no hay liquid paper. Entonces me acordé que en la mochila tenía liquid paper y de golpe me dí cuenta y le digo: mirá, cambiemos de lugar. Yo lleno el papelito y vos tenés un hijo muerto, ¿querés?. Ahí reaccionó”.
A Silvia le asombró también el vocabulario. Hablaban de los heridos e internados como NN. “Eso es lenguaje de la dictadura”.
¿Y después? “Después empezó la movilización. Yo siempre he salido a la calle. Es algo terapéutico, juntarse con otros”.
Diálogo de tres mujeres
-En una reunión de familiares de Cromañón, vi a un chico que estaba desesperado. Contaba que había estado allí, caminando sobre los cuerpos, entre los gritos. Y dijo que no entendía cómo los padres podían estar de pie, haciendo cosas y reclamando. Lo dijo mientras lloraba. Les pregunto lo mismo: ¿Cómo hicieron para seguir adelante?
Rosa: Yo sentí siempre una fuerza interior. Había veces que estaba destruida y decía “hoy no voy al juzgado”. Y de repente algo me levantaba, saltaba de la cama y salía. Una vez no encontraba las medibachas y me puse otras. Voy al juzgado y andaba de un ascensor a otro. Un señor me mira los pies, y siento que algo arrastro. Eran las medibachas que no encontraba, que habían quedado adentro del pantalón. Sacudí un poco el pie y me hice la desentendida.
Pero además me ayudaron los chicos, los amigos de Miguel. Tenía que aprender a soportar. En el mismo juicio escuché todo, no me perdí una sola audiencia. La mamá de Maxi Albanese dice que los chicos, allá arriba, formaron un gran ejército que es el que nos empuja, nos lleva, nos guía. Me gusta tanto lo que dice, que a veces hasta me convenzo de que es cierto.
Silvia: Yo no soy muy creyente, pero hay cosas que te dan fuerza. Los amigos de mi hijo van mucho más que yo al cementerio. El otro día fui y me encuentro con los amigos alrededor de la tumba, sentados en unos tronquitos. Estaban con un discman al que le pusieron parlantes chiquitos mirando hacia la tumba. Escuchaban La Vela Puerca, un grupo que a Julián le gustaba mucho y a mí también.
Pero cómo se sigue, para mí tiene mucho que ver con lo grupal, con estar sostenido. En mi caso también con tener otros hijos. Y te lleva la ola. Pero a mi me preocupan más los pibes como el que vos contabas, el que estaba llorando en la reunión de Cromañón. Que se te muera un par a esa edad. O a Florencia, que se le murió el que ella considera el amor de su vida. Todo eso te cristaliza en un lugar de mierda. Temo por los pibes. Ya hubo un suicidio. Creo que el chico al decir “no sé cómo ustedes están de pie” tiene la culpa del sobreviviente. Porque a un chico de esa edad, ¿qué le tendría que estar pasando? Tener un esguince.
-Dicen que los chicos subliman el miedo con las películas de terror. Aquí, en todo lo que ustedes contaron, Miguel, Segundo, Julián, son víctimas del terror en estado puro, real.
Silvia: Con las películas los chicos desacralizan la muerte. Pero acá la ironía te la metés en el culo.
Graciela: Yo creo en la fuerza de las personas que no están. Hay algo que no te deja quedarte. No querés que sufran otros, ni que haya tanta injusticia. Si no, estaríamos en una cama esperando la muerte. Yo lo veo a Segundo en todos lados. En los chicos chiquitos, cuando veo a un joven de espaldas. Me pone muy mal ver a alguien vestido de militar. Es como que yo lo espero.
Silvia: Es que estas muertes… Vos contabas, Graciela, que lo saludaste. Y después, se murió. Te queda esa sensación de levantarte a la mañana y pensar: “le voy a preparar la leche”. No. La verdad es que no la tengo que preparar. “Voy a hacer las milanesas”. No. Siempre es terrible perder a alguien. Pero esto…
-Rosa, tu caso es diferente en una cuestión: ¿Cuándo pensaste “Miguel murió”?
Rosa: Cuando habla esa chica y me dice que lo mataron a golpes. Cuando vienen los testigos. Uno dijo que hacía mucho frío en la cárcel y le preguntó a Miguel qué le había pasado. Y él contestó: “No sé qué quieren estos boludos, estoy esperando que me larguen. Y eso que mi viejo es cana”. El otro le dijo: si es cana, decilo. Y Miguel le contestó: “No, no, ya soy grande”. Ahí supe que era Miguel. Eran sus palabras. En las marchas una cantaba “a Miguel lo mató la policía”. Pero no sé cuándo empecé a aceptarlo. Nunca quise ponerle una flor, ni una vela, ni una foto. La hermana hizo un portarretrato en la escuela, y puso la foto de Miguel. Le dije: “Sacala, porque si él viene… ¿qué va a pensar?”
-Otra cosa llamativa es el castigo a la diversión. Miguel tenía su banda de rock y empezó a perseguirlo la policía. Julián también era muy roquero. Segundo…
Graciela: Era un chico que se divertía, todos lo querían. Tenía sus cosas, era vago, le gustaba la mecánica y hacía picadas, gastaba la plata, le gustaba divertirse. Y bueno, estaba en su derecho. Mis otros hijos me decían “le perdonás todo”. Pero Segu era el bebé. Me podía en todo.
-Pero apareció diciendo: voy a cambiar. Y decidió ir al ejército.
Graciela: Tenía una novia, estaba enamorado, y me decía que quería casarse y tener cinco o seis hijos. La primera hija se iba a llamar Camila. “Me voy a ir al sur, vieja, y te llevo conmigo. Te voy a poner a mi cargo. Vas a ver. Yo voy a ser otra persona.
-Se nota en la Argentina mucho castigo generacional. Se puede pensar a partir de los desaparecidos, Malvinas…
Silvia: Gatillo fácil…
Rosa: Y lo que no nos enteramos. Salen a la luz los casos privilegiados, entre comillas. Porque si uno tomara conciencia de la verdadera dimensión de los casos de gatillo fácil, le cambiaría la mente a más de uno.
Graciela: Es cierto que no se sale sola de esto. Tiene que haber gente al lado. Si no es muy difícil estar de pie.
Silvia: Pero no es solo que te acompañen haciendo una proclama, que tiene su mérito. También es el que te sostiene. Yo casi no estoy viviendo en mi casa (ubicada en Caseros) y hay amigas van todos los días. Una se llevó a mi gata y le hace reiki porque la gata está deprimida. Y están los compañeros de Educación Popular. No necesito que me lo digan: siempre hay uno al lado mío (en la propia entrevista estaban Claudia, como anfitriona, y Roxana). Porque a mi me ha dado por desmayarme. Entonces encontrás una solidaridad no solo de palabras, sino en cosas bien concretas.
-Hablabas de los chicos que deambulaban como fantasmas. Los que tenían amigos. En esos casos no hay tanta sensación sobre la necesidad de acompañar como en el caso del familiar directo.
Silvia: Esta es una sociedad que se instala mal con la memoria. Yo tengo amigos a los que les parece que si me hablan de Julián, me voy a poner peor. El día de mi cumpleaños, 7 de febrero, todo el mundo quería que yo festejara. Tuve un ataque de nervios: me llamaban para decirme “feliz cumpleaños”. Esa cosa defensiva le hace el juego al gobierno, que quiere que Cromañón se diluya. Hay pibes en el colegio Otto Krause que dicen “queremos hablar de Cromañón”, y no se los permiten. Les da miedo a las autoridades. Realmente es terrible no instalar la palabra. Después vamos a estar diciendo que hay suicidas, o que hay violentos.
-Así como hay mucha gente al lado de ustedes, ¿cómo viven lo que ocurre con la parte de la sociedad que no quiere oír, o no lo soporta, o se mantiene indiferente?
Rosa: Mucha gente te escucha. Pero si sos muy reiterativa se cansa, como que ya pasó, te tenés que resignar. Esa persona no es la más solidaria. Otros te escuchan mil veces. Por eso contaba que yo no iba a las marchas, ni entendía por qué iba Miguel. Yo misma no tenía ese tipo de solidaridad.
Graciela: En Victorica hay mucha gente de campo y la gente de campo cree en el militar. Era lo que contaba antes. Nosotros decíamos: “ah, por algo será” cuando se llevaban a alguien. La prensa tapaba todo, de paso. Pero creíamos que los militares eran personas buenas. Y Segundo por eso decía: “ahí voy a ser una persona de bien”.
-¿Y cómo tomó Victorica lo que le ocurrió a Segundo?
Graciela: Se dividió el pueblo. El intendente es de la Alianza, pero estuvo también con la dictadura. Viene del grupo militar. Es más: la familia de mi marido, los Cazenave, no nos apoyaron en nada. apoyan a los militares. Mi cuñado es íntimo amigo de Brinzoni.
Silvia: ¿Pero qué explicación le dan a lo de Segundo?
Graciela: Ninguna. Miguelito, ¿usted qué dice?
Miguel Haag: Hasta el hijo mayor de Graciela se peleó con nosotros, decía que éramos zurdos y le queríamos buscar la quinta pata al gato. Después entendió. Pero en el pueblo muchos decían: por algo habrá sido. Y lo más importante: no te metás. Está intacto lo de la dictadura, hasta el tuétano. El miedo, ensuciar a la víctima.
Silvia: Es cierto, se culpabiliza a las víctimas. Y se ataca también a los padres, que si se les permitió, que si no, es un horror. Me parece que lo que no funciona entonces es la cosa individual para poder seguir. Porque lo que yo siento es que individualmente uno no puede hacer más que llorar.
-Pero entonces, ¿qué les parece que habría que hacer ante los indiferentes, que piensan “a mi no me tocó, entonces no es mi tema”?
Miguel: Yo creo que es tremendo el miedo. Y Rosa dice siempre que el miedo paraliza. En muchos casos en Victorica veo que es cerrazón, y en otros mala leche. No sé qué se hace con eso.
Graciela: Ojalá que a ellos no les toque. Lo que una tiene que hacer es meterse. Yo era de no preocuparme por los demás. Me culpo por eso. Repito: qué lástima que en tu vida tenga que haber un click que te haga mejor persona, más humano, saber estar donde te necesitan. Si hubiera otra actitud, el país sería distinto, y también el mundo.
-Pero si a vos no te hubiera pasado lo de Segundo…
Graciela: Estaría pensando en tener plata, en divertirme. Pero a partir de lo de Segundo no me gusta nada: un auto, una casa, nada me satisface. Solamente ver feliz a alguien. La vez pasada vino León Gieco a Victorica, para ayudar a los salesianos y que puedan tener una sala de computación los chicos. Eso para mi es alegría. Poder dar y ver a alguien feliz. Aparte de eso, a mi nada me va a hacer feliz nunca más.
Rosa: Yo creo que a la gente no la vas a cambiar. Con los años y años empiezan a valorar. Pero otra cosa que no puedo decir es que no voy a ser feliz. Lo de Miguel está siempre ahí, como el primer día. Pero vinieron los nietos, eso me enseñó que la vida continuaba. Nadie va a ocupar el lugar suyo, pero los nietos te traen momentos de felicidad, me hacen reir. Tenemos un nietito de dos años y agarró la pancarta con la foto, pero como era pesada empezó a decir “se me cae Miguel, se me cae Miguel”. Y con esas cositas también te acordás de Miguel riéndote. Me pasó hace bastante. Un día estaba mirando el programa de Tinelli con la cámara oculta. Mi hijo salió de la pieza y me dijo: ¿vos te estabas riendo? Hacía años que no me oía reirme.
Así que no sé si vamos a cambiar a la gente, pero creo que está más sensibilizada. La gente sabe más cosas. No es como en la dictadura que ponían “abatieron a un subversivo” pero no decían que a los que desaparecían los tiraban al medio del mar. El que no estaba militando no sabía lo que pasaba. Eso yo lo discuto mucho. Me dicen: “todos sabían”. Yo digo que no. Te deformaban la información. Lelia, una amiga del padre Miguel, dice “yo no quiero que me pase por encima el gatillo fácil, como me pasó la dictadura. Hay un caso palpable como el de Mariano Wittis. Lo toma como rehén un delincuente con un arma que no podía matar a nadie porque no funcionaba. Lo lleva a Mariano. Aparece la policía y mata a los dos. ¡Y después le pusieron un arma a Mariano! La madre tuvo que salir a demostrar que su hijo era inocente.
Acusar a la víctima.
Rosa: En Cromañón no dicen que la barbaridad es la falta de controles, o el techo inflamable, sino que los chicos tomaban cerveza o se drogaban. Yo creo que eso es de la época de la dictadura. Cuando matan a alguien por la espalda siempre es porque el milico tropezó y se le disparó el arma. Nunca se dispara en contra de ellos.
Silvia: No, los muertos los ponemos nosotros. Están siempre del mismo lado. No sé cómo se hace para cambiar la indiferencia. Habría que estudiarlo incluso psicológicamente. No creo que todo el mundo sea hijo de puta ni mucho menos. Creo que está el individualismo. Sos individualista hasta en tener tu luto por tu hijo en su tumba. A mí me hubiera gustado que Julián esté en una tumba colectiva. Porque para mí eso instala la memoria. Pero bueno, supongo que no se cambia las cosas solo con palabras, sino haciendo. Hay que buscar formas creativas de hacer. Además, no sé si quiero cambiar a la gente. ¿Quién soy para cambiar a nadie?
Rosa: Igual me parece que es más solidaria la juventud de ahora. Yo veo con lo de La noche de los lápices, cada vez va más gente.
Silvia: A la vez, hay una contradicción entre el decir y el hacer. Porque los gobiernos hacen discursos cada vez más interesantes, hablan de los desaparecidos… no está mal, pero ¿del gatillo fácil van a hablar dentro de 10 años? ¿Y de los chicos de Cromañón dentro de 20? Decir que la única lucha que se pierde es la que se abandona, está muy bien de parte de Madres. Pero si lo dice Tinelli, se me apropia de las palabras. Me parece que hay que ir a las acciones, y de manera no evasiva. Porque los jodemos a los pibes con la droga, con el acohol, pero convengamos que son salidas que encuentran en una sociedad de mierda. Hay que estar alertas para que no nos roben las palabras. Hoy los gobernantes hablan de los desaparecidos, pero podrían estar hablando de Cromañón. Siempre atrasan 20 años.
Graciela: Por eso para mí hay que empezar desde la escuela con el tema de los derechos humanos. Yo me acuerdo que una de las veces que vinimos a Buenos Aires estábamos mirando televisión con mi hija. Aparecieron las Madres de Plaza de Mayo y el tutor de Segundo, Pérsico, dijo: “Mirá las locas. Yo viví en la ESMA y nunca vi nada parecido a lo que dicen esas locas”. Cuando volvimos a Victorica, Paula me dijo: “A ese tipo no lo quiero ver más en mi vida”. Y yo ni le había prestado atención al viejo.
-Lo de “loca” te lo habrán dicho también a vos en Victorica, después de lo de Segundo.
Graciela: Estaba dicho para mí también. Hoy yo estoy del lado de las locas.
-Se habla del escenario político, de la clase política, los gobiernos… ¿qué sensación les produce ese escenario tan magnético para los medios?
(Risas generalizadas) Graciela: Para mí política es mi hijo. Desde que pasó lo de Segundo voto con la foto de mi hijo. Mis hijos también. Yo a los políticos los necesito para que me ayuden a ayudar a los demás. Pido para que a los chicos de las escuelas no les falte nada.
Silvia: Pero eso lo tendrían que hacer sin esperar a que uno les pida. ¿Qué hacen? Acá está todo muy corrido.
Rosa: Ellos es como que te hacen un favor dándote la computadora para el colegio. Pero les tendría que nacer.
Silvia: Para los medios política es lo que hacen los gobernantes. Se vota a gente que no se sabe quién es. Por eso muchos dicen “no me meto en política” pero van a las marchas. Porque es el poder por arriba, un poder super vertical el que tenemos. Lo que pasa con el resto de la sociedad no te lo cuentan. Me da miedo que la política parezca que es solo el voto. Estábamos en una radio y llamó un oyente diciendo que no había que criticar a Ibarra porque Macri es peor. Y yo decía: me están colocando en un lugar perverso. Ibarra es menos peor. Faltaba que nos dijeran golpistas. Es terrible elegir entre lo malo y lo peor. Creo que habría que cambiar esa concepción. Yo quiero lo mejor. Y lo mejor es que no mueran más pibes, y que tengamos futuro. No soy golpista, ni anti esto ni anti lo otro. Hay que actuar sin miedo a esas dicotomías. Ya usaba Alfonsín esta idea del blanco o negro.
-Yo, o el caos. Lo han dicho todos los gobernantes argentinos.
Silvia: Si es así, vamos por el caos. Porque me parece que lo muy ordenado no está funcionando. Pero el caos como algo creativo.
Graciela: Por eso digo que hoy es mejor: los chicos dicen lo que sienten y actúan como sienten. Cuando yo era joven, realmente era una época de hipócritas.
Silvia: Para mí está todo más mezclado. En la dictadura yo era adolescente, algo hacía, pero tenía conciencia de que éramos una minoría. Ahora no termino de ver. En los lugares por donde yo circula la gente es cuestionadora. Julián era así. Y en la batidora me cuestionaba también a mí. Me criticaba la incoherencia. Me ponía autoritaria con él. Qué sé yo, estuve en un encuentro de mujeres en Mendoza y había mujeres jóvenes que eran peor que mi bisabuela, decían que nosotras éramos asesinas de nuestros hijos. Terrible.
-¿Y qué es lo que está haciendo la Asociación Miguel Bru?
Rosa: La asociación se dedica a seguir casos de gatillo fácil y apremios ilegales, colabora gratuitamente con las víctimas. Y también estamos haciendo un trabajo muy fuerte en la Isla Maciel, donde ya formamos una Comisión de Derechos Humanos de la isla.
Graciela: Y en Victorica yo estoy con los salesianos. El padre está con 120 chicos en riesgo social, así que qué mejor que ayudar con eso.
Silvia: En el caso de Cromañón hay un montón de iniciativas. Lo que pasa es que todo hay que ir haciéndolo con mucha paciencia.
Rosa: No todos pueden superarlo tan rápido. No es fácil.
Graciela: Porque ¿sabés qué pasa? Después de perder un hijo nada te asusta. Le perdés el miedo a todo. Yo ya duermo con las ventanas abiertas y la puerta sin llave.
Silvia: Ni es lineal. Un día uno se quiere morir, al otro día estás trabajando como una loca.
Rosa: Cuántas veces, Silvia, uno se quiere morir. Pero no se muere. Y después te das cuenta: simplemente tenés que seguir.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

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Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

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Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

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La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

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Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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Nota

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo: -No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

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Una muela, zapatos blancos y un charco. Un edificio llamado Máquina de escribir. Flores amarillas frente al mar, un dibujo de puño y letra. Lo narco las drogas. Su paso por Buenos Aires y la señora que venía de la verdulería. La memoria, lo real, las mujeres, el ambiente, el fin de la humanidad. El Nobel, los diluvios, las pestes, las guerras eternas. Las respuestas de la vida frente a los sordos poderes de la muerte. La cordialidad, la generosidad, el humor. Hace diez años murió Gabriel García Márquez, dicen. Lavaca publicó esta nota -estos recuerdos- aquel día, cuando se conoció la última noticia sobre ese escritor que nunca dejó de sentirse cronista, y decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Texto: Sergio Ciancaglini, lavaca.org
El señor Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo:
-No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

Yo sabía que García Márquez había rechazado contactos con un enviado de Times, con periodistas de la televisión japonesa, y con suecos indescifrables. Un humilde cronista argentino quedaba naturalmente fuera de juego. Le respondí que lo compadecía, y que frente a un dolor de muelas no había argumento, clemencia, ni ruego que esgrimir de mi parte. Cuando me estaba despidiendo desolado, me detuvo:
-Pero a las 3 de la tarde puede ser. Voy antes al dentista, a ver si lo soluciona.
Esa historia revolotea en mi cabeza desde hoy, cuando estaba con Osvaldo Bayer grabando el programa de radio Decí Mu, y nos interrumpió el teléfono. Osvaldo atendió, dio media vuelta, anunció: “Murió García Márquez”, y me dejó alborotados los ojos, las neuronas y el corazón.
Revolotea la historia porque aquella tarde me encontré con un escritor que cambió la historia de la literatura, que había ganado el Nobel, pero que fue capaz de decirme: “Todo eso está muy bien, pero yo me siento periodista”. Quisiera contar lo que aún no he olvidado de aquel encuentro para mí inolvidable.
García Márquez volvió efectivamente a las 3 de la tarde, bajó de su Mercedes, y miró preocupado el charco oceánico que un aguacero de Cartagena de Indias, Colombia, le había instalado en la playa de estacionamiento. Llevaba zapatos blancos, pantalones blancos y guayabera blanca, como cantante de sábado televisivo. Cruzó el charco apoyándose en los tacos. Al llegar a la otra orilla nos dijo “pasen por favor” a mí y al fotógrafo, enviados por una de las autodenominadas “revistas de actualidad” a cubrir las noticias sobre un asunto entonces llamativo, letal para los colombianos e incomprensible para nosotros: el narcotráfico.
No existían los celulares ni Internet, o sea que todo esto se ubica en la prehistoria de 1984, con la carambola de estar en el charco correcto, y de que un dentista providencial había rescatado del dolor a su paciente. García Márquez nos hizo subir. El edificio tenía balcones escalonados hacia la playa: lo llamaban Máquina de escribir. El departamento tenía dos ambientes, con vista al mar, una verdadera máquina de escribir (¿Olivetti, Remington, dónde estará la revista donde publiqué la nota?). El escritorio miraba al mar. Y había flores amarillas que siempre conviene tener a mano, explicó, para ahuyentar a la mala suerte.
Me planteó que no aceptaba hablar si lo grababa o si tomaba notas. Me dijo algo más o menos así: “No me gustan los grabadores, prefiero que conversemos con libertad, y que todo dependa de tu atención. Luego tú escribirás lo que te parezca, y eso es un beneficio para mí: los periodistas me mejoran. La memoria mejora a la realidad”.

Gabo en Argentina
La publicación original de Cien años de soledad ocurrió en Argentina gracias a una editorial llamada Sudamericana, que ya no existe. Fue en mayo de 1967, plena dictadura de Juan Carlos Onganía, y el lanzamiento fue acompañado por una entrevista realizada por Ernesto Schóo, editada por Tomás Eloy Martínez y publicada en tapa por la revista Primera Plana que dirigía Jacobo Timerman.
García Márquez me contó que el éxito del libro fue inmediato. “Ahí, en Buenos Aires, empezó todo”, me dijo. Sudamericana había dispuesto editar 5.000 ejemplares, lo que para Gabo era un despropósito y el augurio de un fracaso para el libro de un desconocido escritor colombiano. Pero esa primera edición se vendió en 15 días, y la segunda fue de 10.000 ejemplares. En junio Gabo llegó a Buenos Aires. Me contó que viajó con Mercedes Barcha, su esposa: “Estábamos en un café y vimos pasar a una mujer que llevaba la bolsa de sus compras, con lechugas y tomates y Cien años de soledad”. La pareja fue al Instituto Di Tella a ver una obra de Griselda Gambaro, y el público los ovacionó de pie. Mientras él me lo contaba, todavía asombrado, yo recordaba que eran tiempos de The Beatles, revolución cubana, hippies, peronismo clandestino, rebeliones nacientes y todos los embriones de cambio, desventuras y utopías que se desplegarían en los años siguientes.
Cien años de soledad fue el libro de la época, y de varias generaciones. Tengo las dos ediciones que mis padres compraron para poder leerlo en simultáneo. Macondo era una patria. Entre la feria y la intelectualidad, miles de libros seguían vendiéndose y además se exportaban. El éxito se contagió en Europa, esto avivó el interés por otros autores (Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa) y estalló el llamado boom de la literatura latinoamericana. “Buenos Aires fue generosa conmigo. Nunca volví. No sé por qué. Tal vez por una superstición: a un lugar donde todo fue tan perfecto, quizás convenga no volver” me dijo, o creo que me dijo, mirando el Caribe.

Periodismo, droga y entusiasmo
Aquel día de 1984 García Márquez me contó una novela que estaba intentando escribir. No tenía título. Al año siguiente la reconocí ya publicada: me había anticipado El amor en los tiempos del cólera. Pero me dijo que pese a todo se seguía sintiendo fundamentalmente un periodista. “Escribo literatura como periodismo, con método. Todos los días intento tener dos páginas listas” me dijo sobre algo que hoy habría que traducir a unos 5.000 caracteres. “Tienen que estar impecables, sin tachaduras. Y tengo un truco: siempre dejo escrito el comienzo de lo que pienso escribir al día siguiente, para que me resulte más fácil comenzar”. Pero varias veces explicó esa idea de no diferenciar ambos oficios. “La crónica es como un cuento o una novela sobre algo real”. Algo más: “Tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”.
Planteó una teoría sobre las redacciones de periódicos y revistas: para él están puestas de cabeza, invertidas. El staff de las publicaciones ubica en el rol principal a directores y jefes que engordan junto a un escritorio y editorialistas que monologan desde su propia jaula.
“Pero ese esquema debería ser exactamente a la inversa. Los cronistas son quienes cumplen la labor principal porque son los que están afuera, donde las cosas ocurren”. En vista del contexto colombiano le pregunté si alguna vez se había drogado para escribir y me contestó: “No me hace falta. Yo nací drogado”.
Un detalle: fue la única vez en mi vida que pedí un autógrafo. En Cartagena sólo conseguí un ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba. Le expliqué que no era para mí sino para mi novia. “¿Se llama la señorita?” Se lo dije. Dibujó un tallo, cinco pétalos, y escribió: “Para Claudia, con una flor. Gabo 84”.

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Aquel día, además, me regaló los seis tomos de su obra periodística, publicados por la editorial Oveja Negra. Y organizó todo para que, una vez en Bogotá, un auto con su chofer fuera a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. “Así van más tranquilos” dijo, y nunca supe si se le había cruzado alguna sombra para disponer ese viaje. Nunca pude evitar recordarlo como una persona amable, entusiasta, alegre, generosa.
Con el tiempo entendí que esa cordialidad, ese entusiasmo, ese interés por el otro, era un modo ético y hasta político de pararse frente a la vida.

Ideas
En sus obras periodísticas pude leer las primeras crónicas que publicó en El Universal, de mayo de 1948, cuando era un chiquilín de 21 años. La primera celebra que se suspendió el toque de queda militar, al que define como símbolo de una decadencia. “Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?” y plantea que quizás ahora la gente pueda ir a dormir mansamente “antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”. Luego escribe sobre indios, negras, retratos de la ciudad y de la época. Escribió sobre cine, sobre deportes, sobre todo. La pasión por conocer y por contar lo que el mundo estaba desplegando ante sus ojos.
A fines de los 50 García Márquez participó en Cuba con los argentinos Jorge Massetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo en los primeros pasos de Prensa Latina, idea que puso en marcha Ernesto Guevara, hasta que el lado soviético de la vida isleña desplazó a este elenco por otro más dócil.
García Márquez nunca perdió la afinidad con el propio Fidel Castro. El director argentino Eduardo Mignogna contaba que cierta vez, invitado a La Habana, estaba comiendo con García Márquez cuando el propio Fidel cayó de improviso y comenzó a hablar con sabiduría de crítico sobre la historia del cine argentino, mientras Gabo se quedaba irremediablemente dormido en un rincón. Pero más allá del sueño o de los discursos de Fidel, García Márquez se plantó en defensa de Cuba como una cuestión cultural y estratégica frente a los Estados Unidos y la densa idea de controlar vida y obra del resto del continente.

Las ventajas de la vida
Cuando me contó la noticia, le pregunté al propio Osvaldo Bayer sobre Gabo: “Tenía mi edad, pero yo aprendí de él. Es el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica. Aprendí con él a amar la literatura, ver las cosas que se pueden hacer y crear. Para mí fue un hombre que luchó por la libertad, o sea un libertario, y cumplió la misión que tiene un intelectual: escribir para todos, para mejorar la sociedad, y para seguir soñando”.
De todas las ideas y escritos de Gabo, frecuentemente abominados por las academias, no resulta demasiado conocida su exposición al recibir el Nobel de Literatura en 1982, llamado La soledad de América Latina, que resulta un manifiesto por la descolonialidad, para usar términos actuales. “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia” dijo ante la academia sueca. Repasa los golpes de Estado, crímenes y matanzas ocurridos en el continente. “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
Al recibir el Nobel de Literatura, García Márquez hacía periodismo sobre la realidad del continente, incluyendo la situación argentina: “Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años”.
Otro concepto: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Y otro: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Se preguntó por qué le habrían dado a él semejante distinción, y postuló que se trató de un homenaje a la poesía: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Mujeres, aborto y ambiente
Cuando le preguntaron sobre las prioridades de la humanidad para las próximas décadas, propuso que las mujeres asuman el manejo del mundo. “Alguien dijo: ‘si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería casi un sacramento’. Ese aforismo genial revela toda una moral, y es esa moral lo que tenemos que invertir. Sería, por primera vez en la historia, una mutación esencial del género humano, que haga prevalecer el sentido común –que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina- sobre la razón –que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas o abominables”.
Y luego plantea: “La humanidad está condenada a desaparecer en el siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo por su incapacidad de sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso la inversión de poderes es de vida o muerte”.
Son solo ideas sueltas para pensar, discutir, y leer, ahora que el reloj dobló no sé qué esquina, tras la malparida noticia sobre la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hace unas cuantas horas de soledad.  

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