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Las presas y presos en Caleta: voces sin libertad

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Después de la feroz represión del fin de semana, lavaca viajó a Caleta como parte de una delegación de la organización de derechos humanos Alerta Argentina y entrevistó a las tres mujeres y los tres hombres que contínuan presos. Están encerrados desde hace más de un mes en los pequeños calabozos de las comisarías del pueblo. Todos tienen menos de 35 años, varios hijos y varios años de desocupados. En esta nota, cada uno narra cómo fueron a reclamar sus derechos, cómo los detuvieron y qué esperan de una justicia que los pretende encerrar durante 16 años por haber pedido trabajo. Estos son sus rostros y sus voces.

31 días, 744 horas, 44640 minutos, 2.678.400 segundos. Cuando, el lunes 4 de octubre, fueron realizadas las entrevistas con Elsa Orozco, Selva Sánchez, Marcela Constancio, Mauricio Perancho, Hugo Iglesias y Federico Mansilla los seis cumplían un mes privados de su libertad en tres de las cuatro comisarías de Caleta Olivia, una localidad que no tiene cárceles ni lugares de detención especiales para mujeres o para menores.
En voz alta, frente al grabador, cada uno trata de armar el rompecabezas de estos tiempos que se les hacen interminables: la manifestación, la detención, el encarcelamiento, la familia y los hijos…
Entre el 19 y el 26 de agosto más 200 manifestantes ocuparon la Municipalidad y la playa de tanques del consorcio petrolero Terminales Marítimas Patagónicas (TERMAP) con un único reclamo: trabajo genuino. Las dos protestas se levantaron luego de un acuerdo con las autoridades, que se comprometieron a crear 250 puestos laborales, (de 840 pesos más salarios familiares y otros derechos garantizados por ley) y a implementar un plan de obra pública que incluye la creación de mil puestos de trabajos por tres años y una inversión de la Provincia de 10 millones de pesos.
El acta, que nunca se cumplió, lleva seis firmas: las de Constancio, Perancho, Orozco y Sánchez -los cuatro ahora están presos-; otra corresponde a María Elena Osses -actualmente procesada-; la última es del intendente Fernando Cotillo, en libertad.

El juez de Caleta Olivia, Marcelo Bailaque, procesó a 44 personas luego de las ocupaciones y -una semana después de terminadas las protestas- ordenó la detención de 21, en una causa que desestimó los testimonios de los implicados -incluso de los que como Iglesias o Mansilla, que ni siquiera estuvieron en las ocupaciones- y tomó como pruebas valederas artículos de los diarios Crónica y La prensa e informes de inteligencia con fotos que no son in situ, sino escaneadas de otros lados.
Así, dictó la prisión preventiva a los tres hombres y las tres mujeres por su “rol determinante y de conducción” en los sucesos. Se los acusa, en el dictamen, de “usurpación, impedimento de funciones publicas, privación ilegítima de la libertad y entorpecimiento de actividad económica”. El 14 de octubre el juez Bailaque deberá confirmar o revocar la prisión. Si les niega la libertad y se suman todas las figuras -en lo que los especialistas y los organismos de derechos humanos consideran un forzamiento inaceptable del Código Penal- los detenidos pueden llegar a pasar 16 años en prisión.

A los 6 hombres y mujeres presos les cuesta entender esa insensatez que se empeña en enmarañarles la vida. Se les nota en la cara, en la incredulidad de ciertos gestos, en los rasgos -mínimos- con que intentan salvar la profunda ruptura de su cotidianidad. Y también en la convicción, mamada en una Argentina lejana, de que el trabajo dignifica.
Todos, en algún momento de los quince minutos que duró cada entrevista, sintieron que se les acababan las palabras. Entonces, callaron y lloraron. Mujeres y hombres que lloran, como dice Iglesias, “no por debilidad, sino por impotencia”.
Estas son sus voces y sus silencios.

Elsa

Elsa Orozco tiene 32 años, dos hijos, estudios secundarios completos y una tecnicatura en Seguridad e Higiene a medio cursar. Es el único sostén de su hogar y está desocupada desde que la despidieron de la empresa pesquera Barillari por reclamar condiciones laborales de mínima humanidad. Es la primera entrevistada de las tres presas mujeres, detenidas en la comisaría cuarta de Caleta, la misma seccional donde Gabriela Chelme -detenida el sábado 2 de octubre, luego del desalojo de una segunda toma de Termap- identificó detrás del mostrador al suboficial ayudante Pablo Méndez como quien “la encapuchó, la golpeó, la esposó y la amenazó con violarla”. Elsa tiene un cigarrillo entre los dedos, y las manos -que le tiemblan por los nervios- contrastan con su discurso claro y firme.
La manifestación. ” Yo soy una de las personas que está detenida por manifestar delante del Municipio; peticionábamos trabajo, una fuente laboral genuina. Estuvimos ocho días frente al Municipio, sin ninguna clase de respuesta ni de parte del Municipio ni de la Provincia. El mismo intendente nos dijo que la única forma de conseguir trabajo, hoy por hoy, era que lo dieran las empresas, que era a quienes nosotros teníamos que peticionar. Y fue lo que hicimos. Los 250 compañeros que éramos fuimos a Termap y nos instalamos ahí, pacíficamente, porque en ningún momento hubo ninguna clase de violencia, ninguno de nosotros rompió nada ni agredió a nadie. Nosotros no nos levantamos contra la Gendarmería: fuimos acordonados por los gendarmes que impedían pasar alimentos y abrigos. La gente de Seguridad de Termap nos mojaba con las bombas de agua, y los 250 manifestantes quedamos empapados, de los pies a la cabeza. Y estuvimos así hasta el otro día, cuando se les permitió a nuestros familiares y amigos que nos dieran alguna ropa y bolsas de alimentos. Y fueron ellos los que sufrieron la mayor represión de la Gendarmería; no fuimos los 250 manifestantes sino un grupo de personas que se acercó a solidarizarse: las golpearon, las patearon en el piso, les hicieron de todo, de todo. De ahí en más la represión fue muchísimo más dura, parecía un batalla campal”.
La detención. “A mí me detienen en la calle, el viernes a la noche. Yo andaba con mis compañeras, con Selva, que también está detenida. Después de las manifestaciones y la firma del acta de acuerdo, todas nosotras estuvimos una semana libres, lo cual también es llamativo, porque de última si uno comete un delito que es de público conocimiento la detención tendría que hacerse en el momento, en la Municipalidad o en la planta. Pero no. Yo ya había vuelto a mi casa y estaba a la espera del trabajo, porque según la palabra del intendente íbamos a empezar a cobrar desde el 1º de septiembre y se nos iba a insertar en la fuente laboral lo más rápido que se pudiera”.
La indagatoria. “El sábado me llevan a declarar y el lunes me citan de nuevo y me anuncian una nueva causa, también por el reclamo de trabajo genuino, iniciada por Pedro Ortiz, gerente de la empresa Barillari, por una protesta ocurrida un año antes. Antes de quedar desocupada yo trabajaba en esa pesquera, que hoy por hoy tiene 600 personas trabajando en negro y en condiciones infrahumanas. Me despidieron por peticionar, en esa empresa donde la mayoría éramos mujeres. Yo he visto cómo hacían trabajar a mujeres con embarazos de ocho o nueve meses, en cámaras frigoríficas, a seis grados bajo cero, sin que le dieran ni siquiera la ropa adecuada”.
La comisaría. “Es increíble como un gobierno que dice ser democrático ha llegado a tratarnos como le pasó a tanta gente en aquel tiempo de la última dictadura militar. Si ustedes hubieran escuchado los gritos que nosotras escuchamos en la madrugada del domingo cuando trajeron detenidas a nuevas mujeres, luego de la segunda toma de tanques: compañeras que son madres, que no tienen para darle un pedazo de pan a sus hijos en sus casas y que eran insultadas, agredidas, y nosotras que no podíamos hacer nada. Parecería que la sociedad no termina de darse cuenta de lo que nos está pasando. Nosotras no nos robamos este país, nosotras pedimos una fuente laboral para criar a nuestros hijos, para que nuestros hijos a los 11 años no tengan que salir del colegio porque sus padres no les pueden pagar un estudio, ni siquiera la primaria, porque no pueden costear los libros, porque no pueden comprar un guardapolvo. Por eso peleamos nosotras, ¿entienden?”
Los hijos ” Mis chicos están con una amiga mía, Laura, que los está cuidando. Tengo al más chiquito en un estado depresivo. Estaba mal cuando yo caí, vino a verme, había mejorado, pero de pronto al ver que pasan los días y que no hay respuesta tiene una actitud mucho más cerrada, llora todo el tiempo. Por suerte vi ayer a mi otro hijo, el más grande, que tiene 14, y es obvio que también está mal… Toda la vida hemos estado juntos, y esta es la primera vez que nos separamos, así que no es fácil ni para ellos, ni para mí …Pero confío en que todo se termine, pero no sólo por mí, sino por todos los obreros”.

Marcela

Marcela Sandra Constancio -32 años, 6 hijos- recibe planes sociales desde hace siete temporadas y ya no los quiere más: “yo quiero que den trabajo genuino, que no existan los planes”, dice y sabe que, de todas formas, ya no los tiene. Renunció a ellos cuando firmó el acta de acuerdo que prometía puestos laborales. Antes de la entrevista, el abogado que defiende a los seis presos, Ramón Amaya, le avisó que ya pidió que les pusieran un televisor. Ella no ve la tele desde que la encerraron, pero lleva puesta una remera de Canal 2, la emisora local que -voluntariamente- puso a disposición de las autoridades las filmaciones, en las que ahora se basa la justicia para incriminar a los presos.
La manifestación. “Yo tengo un nene que tiene 9 años, con una discapacidad motriz, y está haciendo integración en una escuela común hace cuatro años. Todo esto implica unos costos que nosotros no podemos cubrir. Las cosas están cada vez más caras y tuvimos que dejar de hacerle algunos tratamientos, porque -además- vivimos lejos del centro. Todos los tratamientos (fonoaudiología, gimnasia, terapia ocupacional) se los hacíamos en Comodoro Rivadavia porque me ayudaba mi familia, pero después mis hermanos se fueron quedando sin trabajo. Además, claro, ellos lo hacían por el sobrino y está todo bien, pero la verdad es que soy yo la que tengo que poder darle esas cosas al chico. Esto fue lo que me hizo movilizarme y el hecho de que con los planes nunca voy a poder tener una jubilación”.
La detención. “Me fueron a buscar a mi casa, donde yo estaba sola, con los chicos. Llegan, no me muestran ninguna orden de detención, quieren a toda costa que me suba al patrullero. Yo agarré el teléfono y traté de comunicarme con alguien que me dijera qué tenía que hacer. Llegó entonces mi hermano y vinieron también mis vecinos, porque la casa se había llenado de policías. Cuando yo decido venirme a la comisaría, mis vecinos dicen que me van a venir a acompañar. `Vaya con los chicos, señora, allá le dicen lo que tienen que hacer y después se vuelven todos a su casa´. Empezamos entonces a subir a una trafic y ahí se desató el caos: empezaron a pegarle a todo el mundo. Acá en la comisaría recién me notificaron que tenía que quedar detenida”.
La comisaría. “Nosotras estamos en una habitación chica, con mucha humedad, encima están las calderas, pero se ve que no andan bien, porque nosotras a veces pedimos que las prendan, y los muchachos que están al lado dicen que las apaguen, porque ellos se mueren de calor y nosotras estamos muertas de frío. Los primeros días fueron los peores porque ellos venían de muy mala manera. Pero después de una denuncia que hicimos, ya el trato cambió, vienen y, por lo menos, cierran las puertas con más suavidad. Recién hace unos días que nos dejan salir una hora al patio. Pero ayer no salimos, como había tanta gente afuera, dijeron que por una cuestión de seguridad no nos dejaban salir”.

Selva

Selva Sánchez cobra un plan Jefes de Jefas de hogar de 150 pesos y su marido tiene meses de trabajo temporario, algunos en lo que hace changas y otros en los que no consigue nada de nada. Ella habla de hambre, pero también de salud y de educación. Porque tiene 28 años, tres hijos y algo que no le quitaron ni las miserias económicas ni el encarcelamiento: la dignidad.
La manifestación. “Yo salí a protestar por no poder llegar a pagarles los estudios a mis hijos, por no poder anotarlos en club porque les faltan las zapatillas o el buzo o plata para la cuota, por no poder llegar a fin de mes con el pan en la mesa… La mayoría de las veces terminamos dándole una taza de té sin leche por comida.
Los chicos míos tienen una enfermedad de la piel y a veces tenemos que decidir si compramos los medicamentos o les damos de comer”.
La detención. “Estaba con Elsa y con otra compañera cuando nos arrestan en la calle, casi llegando a la comisaría. Nos dicen que estábamos demoradas pero no nos explican nada. Lo único que hacían era gritarnos y decirnos barbaridades. Yo les preguntaba:´¿por qué motivo me venís a decir que tengo que ir a la comisaría?, ¿a dónde decís que estoy demorada? Pero no sabían explicarme nada. Me respondieron: ‘ bueno, ahora te van a elevar un acta¨, y yo en ese momento pensé que en un rato íbamos a volver a casa. Pero cuando la sacan a Elsa dicen: “no, esta chica va a la cuarta”. Es decir, que nos trasladaban a esta comisaría. Desde el momento en que llegamos acá nos tuvieron horas sin saber por qué motivo estábamos demoradas. Después de tres horas nos dijeron que estábamos detenidas e incomunicadas. Yo exigí un abogado y un llamado telefónico, que no me permitían. Les tuve que decir: ´yo no te hago la ficha si vos no me permitís llamar a mi marido y decirle que estoy detenida, porque a mis hijos ya van ocho horas que no los veo, tengo una beba de un año, y no sé cómo están, ni con quién´. Mi marido se vino a enterar a las diez de la noche que yo estaba detenida. Vino acá con un tío, les dijeron que yo estaba detenida e incomunicada, así que lo único que pudieron hacer fue pasarme una manta para taparme. Y a partir de ahí fue una primera semana horrible, con maltratos, golpes a la puerta, insultos todo el tiempo, carcajadas… Los policías se reían y nos gritaban barbaridades, desde el pasillo”.
La comisaría. “En las visitas hacen las requisas, sin pudor, no les importa nada. Incluso a los chicos, los desnudan. Les saca la ropa gente extraña que no son ni su papá ni su mamá. Yo le dije a mi marido que si para verme le quieren quitar la ropa a los chicos, prefiero que no vengan. Durante todos estos años hemos tratado de hacer lo mejor para ellos, de cuidarlos física y psicológicamente, para que hoy por hoy nos tiren todo por la borda”.
Los hijos. “Estoy dándole el pecho a la bebé, me la traen todas las tardes… Es muy doloroso verla porque por ahí se va llorando, por ahí se va dormida. Tengo un nene de de 10 años que no quiere venir y cuando lo hace se va llorando angustiado, quiere que yo me vaya a casa con él o se quiere quedar conmigo. Y el de 11 está con tratamiento psicológico, muy mal. Dice que vio en la tele la gente arriba de los tanques y las nuevas detenciones, que él escuchó que había gente a que la habían golpeado mucho y que la policía le quitaba cosas… Están al tanto de todo”.

Hugo

Cuando Hugo Iglesias supo que se había firmado el acta de acuerdo entre los manifestantes y las autoridades, creyó que en Caleta Olivia venía un tiempo de tranquilidad. Y que, como él, otros compañeros empezarían los cursos de capacitación -pagas por las empresas petroleras -que deben hacer en la Universidad antes de ingresar a las firmas a trabajar. Con lo que le dieron por el primer mes de capacitación iba a comprar unos muebles, justo cuando lo detuvieron. El segundo pago se lo alcanzaron a la comisaría donde está detenido.
Hugo hace esfuerzos y se mentaliza para pensar que por lo menos van a estar presos un año más, porque cree que fueron tomados como un caso aleccionador. Pero sigue con ansiedad y esperanza cada movilización que se organiza por los presos de Caleta. Es que tiene que salir cuanto antes: su nueva hija nace en un mes.
La manifestación. “Yo no fui parte de los piquetes; sí estaba para apoyar, llevar cosas, hablar con amigos… Pero no fui parte de la organización. Por esos días estaba con otros amigos haciendo el curso de capacitación porque, con un piquete anterior, habíamos conseguido entrar a trabajar en una empresa petrolera. Me acusan de ser instigador al delito y, según lo que figura en la causa, me han visto reunirme con los voceros individualmente y después con los voceros en su conjunto. Dicen que durante el día estaba como un ciudadano común y a la noche me ponía una capucha y estaba siempre con ellos. En el expediente hay una foto en la que yo estoy apoyado contra el Concejo Deliberante, que ni siquiera es la Municipalidad, hablando con una vocera: esa es la prueba que me incrimina de ser uno de los ideólogos de la protesta”.
La detención. “Me agarraron en la calle, yo iba con mi hijo de dos años al hombro y mi señora embarazada. Pasó un auto, tocó bocina y yo me dí vuelta porque acá nos conocemos todos. ´Te señalaron’, me dijo mi señora. E inmediatamente me rodeó la policía. Repetían: ´¿cómo te llamás, cómo te llamás?, no sabían ni quién era. Me dijeron “sacate el pibe de encima”, yo les dije que no me lo sacaba nada y que me dijeran que querían. ‘ No sabemos, pero te tenemos que llevar´. Finalmente, vino un oficial, le dí el chico a mi señora, la plata que había cobrado, mis cosas y le dije “avisá a los compañeros que estoy preso”. Y como todos los voceros estaban reunidos, se fueron juntos hasta la comisaría y también quedaron presos. Lo mismo Mansilla, que se acercó a ver qué pasaba. Fue una cacería, y así agarraron a muchos. El que zafaba ese día, zafaba porque al otro día no hubo más detenciones. A lo mejor si ese día yo no salía a la calle no me enganchaban, ni estaba preso. Aunque mi señora dice “vos caíste ahora, pero si no hubieras caído igual”, porque sabe que de no haber estado preso yo hubiera ido a apoyar la segunda toma”.
“Nosotros siempre sospechábamos que nos seguían, pero la detención me sorprendió, bah, no sé si me sorprendió dada mi trayectoria: soy dirigente del Fos, participé en un conflicto pesquero por trabajo en blanco y en la recuperación de una fábrica de harina de pescado que después perdimos y yo era uno de los voceros de esa fábrica. Y es justamente por mis antecedentes que me llevan”.
La comisaría. “A mí me trasladaron en condiciones infrahumanas, yo estuve 12 días en la comisaría primera en un cuarto de 2 x 2, con dos compañeros más, y dos colchonetas y media. Ahí no nos dejaban salir ni a tomar aire ni a nada, y la única respiración que había era una mirilla. Al sexto día recién nos dieron un balde de agua para que nos bañarámos. Eran condiciones como para quebrar a cualquiera, y encima veíamos que a los presos comunes estaban mucho mejor que nosotros. No nos dejaban una lapicera para escribir, ni una radio para escuchar lo que pasaba”.
“El día que me trasladaron estaban liberando a otros compañeros. A Carrizo lo largaron y a mí me dijeron ´agarrá tus cosas que nos vamos’ . Pero me trajeron para acá. En esta comisaría estamos mejor, por lo menos nos dieron hora de visita, nos dejan la puerta abierta, tenemos ducha, televisión, recibimos llamadas por teléfono directas. Eso ayuda a que se te haga un poco más llevadero. Si muchos de los policías nos dijeron que estaban de acuerdo con nuestra lucha y hasta los hijos de algunos de ellos fueron detenidos luego de la última represión”.

Mauricio
Mauricio Perancho es un artesano de 32 años, que hace trabajos en madera. Tiene siete hijos, que no lo van a visitar porque creen que él ya salió y anda de viaje. Comparte la prisión con Iglesias, que trata de darle apoyo, pero a Perancho el encierro se le está haciendo muy difícil de sostener.
La manifestación. “Dijeron que iba a haber un plan de vivienda, que iban a dar una solución, por eso fui. Y me acusan de ser el vocero. Pero el vocero no es más que el que va a hablar porque no van a entrar a las oficinas las doscientas personas, no es que son los dirigentes. Cuando estamos en la plaza, se pregunta ahí ´¿quién quiere ser, quién quiere ser?´y se elige “a vos, a vos, a vos”. Lo que pasa es que acá no manda Sergio Acevedo, el gobernador, acá mandan las petroleras y las petroleras dijeron: ´bueno, basta´, y por eso nos agarraron a nosotros. Pero, además, el quilombo que se armó ahora es culpa del gobierno, porque nosotros firmamos un acta donde ellos se comprometían a dar puestos de trabajo y no cumplieron. Por eso la gente empezó a protestar. Dicen que el acta no tiene validez, entonces una chica el otro día le preguntó a un funcionario por radio. ´Ah, entonces los 400 pesos que nos adelantaron -eran para descontar en los meses siguientes- no los tenemos que devolver´. Entonces el funcionario se corrigió y dijo que sí tenía validez. Lo que pasa es que ellos creen que tenemos que agarrar lo que nos tiran, un bolsón de alimentos y listo. Creen que con un bolsón te compran el voto, y Kirchner lo sabe, porque cuando estaba perdiendo las elecciones de gobernador mandó tres camiones con heladeras, televisores y electrodomésticos y si no es así, que lo desmienta… Ellos creían que iban a parar la protesta social en Caleta con la represión, pero mientras haya hambre, no lo van a parar”.
La detención. “Yo salía de La Anónima con mi señora y llegábamos a la plaza y pasó el patrullero delante nuestro y en forma de joda, ella me dice `uy, te van a buscar´. Después me quedé en mi casa y cuando la policía fue a la casa de Marcela Constancio fui a ver qué pasaba y me metieron de prepo en la Trafic y luego me bajaron a las piedras, me empezaron a golpear en el piso”.
Los hijos. “La familia más jodida es la mía, porque mi mujer no tiene trabajo. Ella estaba también en el padrón, así que perdió el plan y se quedó sin nada. A mí me vino a ver un comisario, un subcomisario para ver si los chicos necesitaban algo. Lo único que necesitan es a su padre en libertad. Yo estuve cinco días con huelga de hambre, bajé 6 kilos, mandé un hábeas corpus para ver si me sacaban y nada. Estoy preso yo y está presa mi familia, así que si tiene que pasarnos algo a los que estamos adentro para que reaccionen, no me importa… Tengo a mi nena asmática, si le pasa algo, ¿qué hago? Voy a esperar los quince días que tiene el juez para dictar nuestra excarcelación y si no la da, ya no me importa nada”.

Federico

Cuando Hugo Iglesias fue trasladado de la comisaría primera a la tercera, Federico Mansilla se quedó -y se sintió- solo en la más estricta de las cuatro comisarías de Caleta: sin espacio, sin agua y rodeado de siete presos comunes, con los que no se habla. En una construcción sórdida, con pasillos, rejas y candados, donde hasta a las visitas las acompaña un policía si quieren ir al baño. Se supone que ya está dada la autorización para mudar a Mansilla con sus otros dos compañeros. Pero la orden aún no se ha efectivizado.
La manifestación. “Yo no participé de esta toma porque nosotros ya habíamos salido a manifestarnos una vez anterior y habíamos conseguido trabajo. De hecho estábamos en los cursos de capacitación, previos al ingreso a las petroleras -íbamos a la Universidad todos los días de 7 a 10 de la mañana- cuando nos encontramos con la sorpresa de que salieron a cazarnos. Primero lo agarraron a Hugo y después a mí. Lo que hicimos fue acercarnos a ver qué necesitaban porque nosotros sabíamos lo que es pasar días de hambres y de miseria y porque yo tenía mucha gente conocida y demasiado allegada en el grupo de los manifestantes. Una noche pasé frente a la Municipalidad y veo movimiento de policías que se acercaban a los manifestantes, pero no con intenciones de ir a dialogar. Me acerqué entonces y hablé con el subcomisario, y de manera prepotente me sacó de su lado, tuvimos un pequeño entredicho, y entonces traté de hablar con el comisario. Y, en ese momento, se llegó a parar un poco la cosa, porque iba a ser una locura: 300 personas, la mayoría mujeres, y ellos iban directamente con intención de pegar. Ese es el momento en que me sacaron una foto frente a la Municipalidad que ahora se usa como prueba en mi contra en la causa. En tanto, nosotros seguíamos en la nuestra con los cursos y pasábamos de vez en cuando para ver si necesitaban algo. Una de las veces nos acercamos a la Municipalidad y vimos que ya no había nadie: habían tomado de la planta. Al día siguiente, cuando salimos del curso, tomamos la decisión unánime de llevar alimentos y como vimos que la Policía no dejaba pasarlos, nos acercamos a hablar para que eso no se convirtiera en un enfrentamiento de pobres contra pobres. Al intentar llegar fuimos reprimidos por la Gendarmería, nos empezaron a dar palos, nos dieron mal, a mí me dieron en las costillas, a un compañero le pegaron con el garrote en la nariz, a otro compañero le pegaron en las manos, y después la Policía nos salió a dispersar con disparos, nos corrieron por los barrios, y ahí se llevaron a tres compañeros, largaron a dos y uno quedó hasta la tarde. Luego hicimos una nueva reunión y pensamos qué hubiese hecho esa gente para con nosotros: hubiera tratado de romper ese cordón policial y de Gendarmería. Entonces 300 personas decidimos por unanimidad que íbamos a volver a darles nuestra ayuda. Yo personalmente hice de intermediario entre la Policía, la Gendarmería y los que estaban adentro porque la cosa se ponía muy tensa, la gente de adentro ya no daba para más, estaba demasiado alterada y la misma Policía y la Gendarmería también estaban muy alteradas, amenazaban y querían ir al choque directamente. Así que iba de un lado al otro, diciendo lo que pedían. Eso fue lo que hice”.
La detención. “Podría decirse que lo mío fue medio gracioso. Yo estuve toda la tarde junto con Hugo. Habíamos cobrado, así que cuando salimos del curso, yo me fui a comprar una zapatillas y Hugo iba a buscar unos muebles. En un momento me llamó la señora de mi compañero y me dijo: ´mirá Negro, al Hugo lo vinieron a buscar recién, lo acaban de llevar a la cárcel´ Me fui a verlo y me metieron acá adentro, me metieron mal, no tenían mi nombre, una dirección que no me acuerdo cuál era y un documento que no era el mío, no tenían nada. A cada rato, me preguntaban el nombre otra vez, me pedían el documento, y después me metieron adentro, me tuvieron incomunicado hasta el sábado que fuimos a declarar”.
La comisaría “Después nos metieron a cuatro en un calabozo, luego a uno de los chicos le dieron la excarcelación, se fue, y quedamos tres ahí adentro, en una situación totalmente deprimente con tres colchones en el piso, sin agua. Si nos queríamos bañar teníamos que lograr conseguir un balde de agua y bañarnos con él. Una vez discutí con uno de ellos solicitándole agua y me dijo: ´no te voy a traer nada´. ´Bueno -le contesté- metete el agua en el …” y entonces se fue en busca de un oficial, que vino haciéndose el matón, volvimos a discutir y finalmente me trajeron el agua por orden del comisario. Pero después me negaron las visitas por una semana, así que no fue muy alentador tampoco”.
“Ahora estoy en un cuarto con siete personas que tienen antecedentes por robo, chicos que están en la droga y todo ese tipo de cosas, que lo único que tienen en la cabeza es salir, volverse a drogar, volver a robar. Y, la verdad, es que yo no estoy tranquilo. Ni siquiera puedo compartir una charla, porque para ellos nosotros somos locos porque salimos a buscar trabajo. A mí me gusta leer, me gusta escribir y no puedo hacer nada, sinceramente cada vez me siento con menos ánimo. No tengo ningún antecedente penal, jamás cometí ningún ilícito y si salir a pedir trabajo es ser delincuente, ese sería mi único delito”.
Los hijos. “De ven en cuando recibo visita, lo que pasa es que los horarios de trabajo de mi mujer no coinciden con los horarios de visita. Tengo una nena de 9 meses, va a cumplir 10 ahora. No quiero ni acordarme porque me pone re mal todo eso, sinceramente tengo demasiada bronca. Yo sé que quizás muchos no compartan nuestros métodos, pero nosotros hemos ocupado la planta para conseguir un trabajo, y cuando lo conseguimos, listo. No hemos matado a nadie, no le robamos nada a nadie, no hicimos volar la AMIA”.

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4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

Un abrazo contra la motosierra

Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

Un abrazo contra la motosierra

La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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