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Nos, los piqueteros. El libro sobre la Masacre de Puente Avellaneda

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Investigado, escrito y debatido por todas las organizaciones piqueteras que integran el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, autogestionado por ellos mismos, diseñado por miembros de una asamblea barrial e impreso por una cooperativa de trabajadores, el libro Darío y Maxi, dignidad piquetera representa un fenónemo de esta época. Este relato colectivo que consumió más de seis meses de investigación seguramente le permitió la Verón mirar de frente y autocríticamente su momento más doloroso: el asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Pero también identificar responsabilidades políticas. Por eso, no fue la necesidad de encontrar una explicación a los asesinatos, sino de descifrar un mensaje político escrito con balas de plomo lo que motivó este libro. Su lectura, entonces, representa una manera de conocer cómo trabajan y piensan estos movimientos. Cuáles son sus diferencias y cuáles sus métodos de lucha y construcción. Y, al mismo tiempo, recorrer con ellos y de su propia mano expedientes, relatos y realidades que desnudan la trama política de la Masacre de Puente Avellaneda.

Darío y Maxi
Dignidad piquetera
Prólogo:

1.

Empezamos este trabajo por necesidad. Nos resultaba imprescindible indagar a fondo en lo que había pasado aquel 26 de junio. Conocer en detalle los pormenores de la represión y entender la profundidad con la que se había planificado una masacre que nos tuvo como blanco. ¿Habían sido marcados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en una movilización anterior? ¿Pudo el comisario Fanchiotti haber perseguido puntualmente a Santillán en venganza por los enfrentamientos previos y por eso le dio muerte? ¿O, finalmente, todo lo que pasó había sido planificado desde el gobierno, desde el mismo gabinete presidencial? Otras tantas preguntas hicieron foco en nuestra propia actitud ¿Era previsible que nos pasara algo así? ¿No supimos o no quisimos evitarlo? ¿Acaso provocamos la represión, tal como parecían documentar algunas fotografías periodísticas?

Fuimos buscando las respuestas, reafirmando las certezas, por medio de un trabajo novedoso para nosotros: aprendimos a leer un expediente judicial, a revisar un archivo periodístico, a tomar apuntes de horas y horas de filmaciones, a consultar nuestras propias fuentes, a chequear los datos. Y cruzamos ese trabajo con lo que ya sabíamos hacer: los balances colectivos entre los compañeros, la socialización de la información y el análisis político, las charlas y debates permanentes que van construyendo nuestras definiciones y nuestro Movimiento.

Entonces nos propusimos contar esta partecita de la historia de lucha de nuestro pueblo. Contarla desde nosotros y por boca nuestra: los piqueteros. Así comenzó a tomar forma esta historia que excede el trabajo de investigación, donde se entremezclan las voces de los compañeros, desgrabaciones de asambleas y plenarios y el relato general que busca expresar con fidelidad, honestidad, orgullo y autocrítica lo que nos pasó aquel día. Y lo que somos.

En la Parte IV agregamos, además, los primeros trazos de un balance realizado en el seno de los Movimientos de Trabajadores Desocupados que integramos la Verón. Lo presentamos como un debate abierto, de la misma forma que durante largo tiempo se mantendrá abierto este trabajo. La lectura masiva en nuestros barrios; la incorporación de otras visiones que pudieron haber quedado afuera; las opiniones que surjan; la influencia a nivel judicial o político que pueda tener lo que aquí se denuncia y fundamenta; la impunidad de quienes decidieron que los policías apretaran el gatillo -que deberá coronarse en el juicio- y la reacción que eso genere: todos estos elementos aportarán a una necesaria reelaboración de lo que aquí se vuelca.

Por último, un Anexo amplía el análisis a los variados métodos de represión que se aplicaron con mayor intensidad sobre piqueteros, trabajadores, asambleístas y estudiantes desde que el presidente interino Eduardo Duhalde asumió el poder. Propone analizar las formas represivas abiertas o encubiertas y las posturas de los «duros» y los «blandos», al calor del debate sobre las doctrinas represivas de ayer y de hoy, siempre impulsadas desde las usinas ideológicas norteamericanas con fines contrainsurgentes. Los relatos y ejemplos documentados recorren las estructuras mafiosas de los municipios del Gran Buenos Aires, donde se asienta el poder del aparato político más importante del país.

Nos queda como deuda explicar y contar mejor qué somos los piqueteros más allá del piquete: los emprendimientos de trabajo productivo y comunitario, los talleres de formación, la educación popular. Si estas actividades que fortalecen nuestra construcción cotidiana de base no ocupan más espacio en estas páginas es porque buscamos fijar la atención en objetivo central del relato. Algunas fotos que incorporamos en la Parte I buscan cubrir esa falencia, mostrando nuestros barrios y nuestro trabajo. Las otras fotos e ilustraciones, en cambio, documentan y complementan la narración de los hechos.

2.

El poder económico y sus voceros en los medios de comunicación, la clase política y el Poder Judicial buscan garantizar el máximo nivel de impunidad para quienes participan directa o indirectamente en tareas sucias como la Masacre de Avellaneda. Así queda demostrado en la historia de la represión a las luchas sociales. Por desgracia, contamos con innumerables ejemplos. Basta con señalar el caso reciente de las sucesivas represiones a los trabajadores desocupados de General Mosconi, provincia de Salta, donde tras el asesinato de cinco piqueteros en los últimos seis años, los procesos judiciales no hicieron otra cosa que premiar a los verdugos y condenar a las víctimas: jueces y represores fueron ascendidos y los piqueteros, asesinados o encarcelados. En este caso, las fotografías que mostraron el momento en que Darío era fusilado por la espalda señalaron también el rostro de los policías. Entonces, la impunidad tomó forma de encubrimiento y protección a los responsables políticos. Apesar de la evidencia que aquí se vuelca -y que en muchos casos fue información pública- ningún funcionario por encima de los policías que apretaron el gatillo fue siquiera citado a declarar. Jueces y fiscales investigan los crímenes como si se tratara de un mero hecho policial y no el resultado de una decisión política. No creemos en este Poder Judicial que dicta órdenes de desalojo y represión contra los trabajadores, persigue y encarcela a luchadores sociales, todo para defender los intereses de los poderosos. De la misma forma van a defender a sus socios, los políticos, con quienes comparten la responsabilidad de sostener este sistema de injusticias, que tiembla cada vez que avanza la lucha social. Si durante estos meses la impunidad tuvo algún contrapeso, éste fue la permanente movilización popular que mantuvimos cada día 26 de cada mes. El señalamiento público de los responsables a través de la denuncia, la movilización y los escraches se convirtió en la forma en que los de abajo tenemos de exigir justicia.

Concebimos este libro, entonces, como una herramienta más de lucha. Por eso buscamos darle la mayor difusión, para que quienes vivimos los asesinatos de Darío y Maxi con bronca e indignación tengamos una forma más de aportar ese imprescindible granito de arena que es la participación de cada uno: acercando el trabajo a otros, recomendándolo, difundiéndolo por todos los medios posibles. Ayudando así a que se conozca, también, lo que hacían Darío y Maxi en nuestros Movimientos, que es el verdadero motivo por el cual fueron asesinados: porque con su dedicación y su militancia cotidiana trabajaban para cambiar la sociedad.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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