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Otra textil recuperada: a Brukman le nació una hermana

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La planta textil Ceres, del barrio de La Paternal, fue recuperada por las trabajadoras para evitar su vaciamiento y defender la fuente de trabajo. La síndico de la quiebra les otorgó la guarda de los bienes. Ya confeccionaron 60 prendas, y recuperan a los clientes. “Veíamos a las mujeres de Brukman, pero nunca nos imaginamos que nos iba a pasar lo mismo”. Detalles sobre la conjugación de los verbos ocupar, resistir y producir.

Marcela y Alba ríen nerviosas. No lo dicen en voz alta, pero tienen un poco de miedo. Por primera vez, después de 20 años de trabajo en la fábrica Ceres, se quedarán a dormir dentro de la planta textil. Son las siete de la tarde. El resto de sus compañeros se retirarán en minutos y ellas dos, solas, pasarán la noche haciendo guardia entre las máquinas de coser. Buscan evitar el vaciamiento del edificio que ocuparon el 11 de mayo para defender su fuente laboral y, como para que no queden dudas de cuál es su objetivo, ya comenzaron a producir camisas sport y de vestir. Cuando el proceso de recuperación de empresas parecía haber entrado en una meseta, una nueva firma comienza a ser gestionada por los obreros.
Para la tranquilidad de Marcela y Alba, Ceres no parece una fábrica llena de fantasmas. Todo indica que en ella hay mucha vida. Los pisos están tapizados de retazos y sobre una silla se apilan decenas de prendas recién confeccionadas que esperan ser planchadas. Las máquinas de coser tienen carretes de hilos en sus bobinas y sobre una mesa hay cientos de alfileres para sujetar las camisas a esos cartones que tanto cuesta desprender cuando uno quiere estrenarlas. En los primeros tres días de ocupación, los trabajadores consiguieron tres clientes y ya confeccionaron 60 unidades.
Situada en el corazón de la Capital Federal –Camarones al 1500, a metros de Donato Alvarez, en el barrio de Chacarita-, Ceres lleva cerca de cuatro décadas en el mercado textil. En sus épocas de gloria llegó a emplear a 200 trabajadores que atiborraban el edificio de tres plantas. “Pero en los 90 la importación lo arruinó todo”, dice Nino, uno de los únicos dos hombres que ocuparon la fábrica dominada por las mujeres. En aquella década nefasta, sin embargo, medio centenar de costureras todavía producía camisas que compraban Casaquintá y Jean Cartier, entre otras firmas. “En los últimos cinco años todo se fue deteriorando. En los últimos tiempos fueron puros despidos”, señala Nino, el cortador. A principios de este año, quedaban nada más que once empleados: ocho maquinistas, dos administrativos y un vendedor. Ninguno tenía menos de doce años de antigüedad. Son ellos quienes tomaron la planta. “Mi señora no estaba muy de acuerdo, pero entendió” comenta Nino.
Ceres entró en concurso de acreedores hace dos años. “Acá había como 200 máquinas, ahora quedan 10. Nosotros pensamos que el dueño estaba abriendo otra planta en otro lugar”, comenta Nino, a quien le deben los salarios desde noviembre. Lo mismo ocurre con sus compañeros. Pero no sólo eso: hace cuatro años que la empresa no realizaba los aportes obligatorios ante la ART, las AFJP ni la obra social. A pesar de que en los recibos de los empleados aparecían puntualmente los descuentos correspondientes. “Nos desafiaba todo el tiempo. Nos decía: ´Háganme juicio”, recuerda Marcela, administrativa y madre de una niña de tres años.
Pero Ricardo Cichowolsky, el dueño de Ceres, no les dio tiempo a iniciar el juicio. El martes 4 de mayo no abrió las puertas de la fábrica y los obreros no pudieron entrar. “Nos dijo que era porque su hijo estaba enfermo, pero había un montón de laburo por entregar. Porque acá había trabajo, el problema era que el patrón estaba inhibido judicialmente”, explica Loly, otra de las administrativas. Al día siguiente las puertas seguían cerradas y los trabajadores decidieron quedarse a “hacer el aguante” en la puerta de la planta textil. Además, se presentaron en el juzgado para exponer la situación. El juez citó al titular de la firma para una audiencia: “Mintió –asegura Loly-. Dijo que los sueldos estaban al día y que la fábrica estaba abierta”.
Un día después de esa audiencia, el martes 11, las costureras –que conformaron la Cooperativa de Trabajo Ceres- ocuparon las instalaciones. “Tenemos todos entre 40 y 62 años. Con esa edad uno es un viejo para este sistema laboral, quedás marginado de la sociedad. No teníamos muchas alternativas”, subraya Nino.
Ese día, decenas de trabajadores de otras fábricas recuperadas se reunieron batiendo bombos y cebando mates en la puerta de Ceres. “Nosotros estábamos trabajando y ellos afuera. La verdad es que la situación me tensionaba mucho. Nunca me imaginé ocupando un lugar. Ninguno de nosotros tiene ningún tipo de militancia, sólo queremos trabajar. Al principio nos asustó un poco ver a la gente de las otras fábricas, pero después nos contuvieron mucho, nos contaron sus experiencias. Porque ellos ya pasaron por esta”, comenta Marcela. Sin embargo, algunos relatos, aunque cargados de buenas intenciones, no hicieron más que aumentar el temor de las costureras. “Las chicas de la clínica IMECC –agrega Marcela- nos contaron como las sacaron de los pelos y con gases lacrimógenos. Entramos en pánico. Estela, otra compañera, me dijo que me sacara los lentes por si tiraban gases. Con el pasar de las horas vimos que no sucedía nada y nos fuimos calmando”.
El mismo día de la ocupación, el dueño presentó una demanda por usurpación y daños. El subcomisario del barrio se presentó por la tarde en Ceres para constatar la denuncia. No encontró nada roto y se retiró. La síndico de la quiebra otorgó la custodia de los bienes a los trabajadores y el Centro de Gestión y Participación (CGP) de la zona comprometió bolsones de comida para las costureras. Además, el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas ya colgó una bandera en la puerta y la Asamblea Popular de La Paternal redactó un volante para que el barrio se solidarice con los obreros.
“Por ahí uno va por la calle y lo agarra un corte de piqueteros y putea. Te tiene que tocar a vos para comprender a los demás y ser solidario. Yo veía a las mujeres de Brukman y nunca me imaginé en su lugar. Somos todos parte de los marginados que dejó la fiesta de unos pocos”, confiesa Marcela, que le pide a Víctor que le encienda la estufa para no pasar tanto frío a la noche. “Estás loca. Aumentó un 36 por ciento el gas”, contesta él. Lo dice en broma. Pero el ahorro existe en otros rubros. “Antes, si teníamos que ir al Once, nos tomábamos un remise y pagaba la empresa. Ahora vamos en colectivo”.
En los primeros tres días de gestión obrera tres clientes encargaron trabajos. “Y hubo otros que llamaron. Esto va a andar”, se entusiasma Víctor, el vendedor. “Mientras entreguemos con la misma calidad, no vamos a tener problemas con los clientes. Nosotros, encima, somos más cumplidores. Si prometemos el trabajo para un día, lo respetamos. No somos como el patrón” informa Marcela, algo que los propios clientes parecen haber valorado.

Por ahora, las costureras trabajan “a façon”: los clientes les proveen las materias prima y la cooperativa cobra por la mano de obra. Así ya hicieron sus primeras 60 prendas. “Tenemos que apurarnos a comprar nuestros primeros rollitos de tela. Se viene el día del padre y esa es una buena oportunidad”, calcula Víctor. Las máquinas de coser siguen tableteando: es la forma en que en estos lugares se confecciona una nueva idea de futuro.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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