Nota
París fue una fiesta
En otro intercambio de cartas de Francia a Buenos Aires, las periodistas Analía Fuks y Delfina Corti reflexionan sobre lo que dejó el paso de Argentina por el Mundial Femenino de Fútbol, el caluroso recibimiento a las jugadores en Ezeiza y sobre qué es y qué queremos que sea el fútbol. Una de ellas propone: «Quiero que el fútbol sea esa fiesta a la que estamos todxs invitadxs».
Buenos Aires, 22 de junio de 2019
Anuka:
Después del partido entre Argentina-Escocia, me acordé de uno de mis primeros goles. Tenía seis años y jugaba en el garage de un amigo. El arco era el portón de su casa. Gambeteé a dos amigos suyos y cuando lo tuve frente a frente le pegué con toda mi fuerza -la dirección no me interesaba- y el metal del portón sonó. Me acordé de ese gol no por una jugada del partido, si no porque un alumno me lo hizo recordar. Así como leés, Anuka. El partido no solo me dejó tres goles -uno más lindo que el otro y uno más gritado que el otro-, sino también una escena hermosa con mis alumnos de once años.
Resulta que los primeros ochenta minutos los vi rodeada de compañeros del trabajo a través de mi celular. Y cuando se puso 2-3, tuve que entrar al aula para dar clase de lengua. Mi celular seguía pasando el partido en directo y algunos de mis alumnos, incluso antes de yo saludarlos, ya me estaban preguntando qué clase de palabra era “del”.
– Es una contracción, pero ¿vieron que hoy está jugando Argentina?
– Sí – me contestó una de mis alumnas quien le informó al resto que si ganábamos pasábamos de ronda.
– ¿Alguna otra duda? – les pregunté mientras Aldi Cometti entraba al área.
– Sí. ¿”Ambas” qué es? ¿Adjetivo?
– Penal – grité yo.
Después, mis alumnos. Así que los invité a juntarse para ver todos juntos el partido desde mi celular. Estábamos tan apretados como en una popular en un clásico
Y cuando Bonsegundo estaba a punto de patear, se cortó la transmisión. Los pibes no lo podían creer y yo, menos. Argentina tenía la posibilidad de empatar un 0-3 a falta de un minuto para que terminara el partido y yo no lo iba a poder ver.
Empecé a moverme por el aula para ver dónde podía enganchar wifi. Y cuando creí que tenía la señal suficiente para poner de nuevo el partido, me llegó un mensaje que decía “¡Qué mal pateó!”
Miré a mis alumnos y les dije que lo habíamos errado. No dijeron nada. Volvieron a sus asientos y me miraron decepcionados como diciendo “¿Para qué carajo nos ilusionás con un penal que, finalmente, no pudimos ver ni gritar?”. Y en ese momento donde sentí que había fallado en algo, me llegó otro mensaje.
– ¡Se patea de nuevo! – grité. Y ahora sí, todos nos juntamos abrazados alrededor de mi celular y gritamos el 3-3 definitivo.
Gritamos y nos cagamos de risa de la felicidad.
Y mientras los veía sonreír por el gol de Bonsegundo, mientras los veía gritar por un gol de la Selección femenina, mientras pensaba que mis alumnos iban a recordar el Mundial Femenino 2019 porque habíamos festejado todos juntos un empate en el último minuto, un alumno me miró y me preguntó:
– Delfi, ¿cuál fue el primer gol hecho por una mujer que gritaste? Porque el mío acaba de pasar.
Delfi.
París, 22 de junio de 2019
Delfi:
Qué ciudad difícil de habitar me parece París. Lejos de hacerme sentir en casa, su elegancia arquitectónica, su estar vestida siempre de tacos y perfume, su fonética que enreda la lengua y hace gggggrrrrr en la garganta, sus cinco mil euros por mes (más de 250 mil pesos argentinos) que se necesitan para vivir acá – lejos del sueldo mínimo de mil trescientos euros- me recuerdan que soy extranjera a cada paso. Y ahora más aún me parece difícil transitar las calles de esta ciudad donde la selección y la hinchada se volvían refugio. Donde los días tenían una estructura atravesada por el fútbol.
Las jugadoras volvieron al país. Las vi en el hotel antes de subirse al micro rumbo al aeropuerto, en la mañana del viernes. Un rato antes de que sus habitaciones fueran ocupadas por el equipo de Canadá. Las vi a algunas con la sonrisa a media asta, las vi a otras con los ojos rojos, hinchados, las vi abrazar a sus familias, las escuché agradecer a lxs periodistas por haberlas apoyado y cantar “no, nos vamos nada, que nos rajen a patadas”. Nos miré aplaudirlas. Vi a colegas llorar cuando el micro se perdió por el boulevard.
Acá garabateo algunas escenas y reflexiones que todavía alojo como ecos del Mundial.
- Puntos entretejidos. Antes del partido con Inglaterra, mi amiga Maia me manda por whatsapp un dibujo, una foto y una carta que escribió Julieta, una alumna suya. La ilustración y la destinataria es Lorena Benítez. “Ayer te vi jugar y supe que eras mi jugadora favorita”, le dice en un momento. Se la hago llegar a la jugadora de Boca que distribuye el juego en el mediocampo argentino con la misma velocidad y precisión con la que lo hace en futsal. “No puedo creer esto que estamos viviendo. Me emociona mucho”, me contesta. Y le responde a Julieta con un video, que le hago llegar. Ese día recuerdo el pedido de Mónica Santino: que Soledad Jaimes le firme un autógrafo a Perla, una de las pioneras del fútbol femenino en el país porque la admira mucho a la delantera del Olympique de Lyon. En ese entrecruce se teje la historia, de las que desalambraron potreros, de las que sembraron el pasto, de las que pusieron el cuerpo descalzas, de las pibas que van a ir a la escuela con la pelota en los pies, soñando ya no ser como Messi y Tévez sino como Bonsegundo o Correa.
- Una nueva cancha. “Qué fácil para ustedes la relación con las jugadoras”, nos dice uno de los hombres FIFA de seguridad del estadio de Le Havre cuando nos ve charlar con ellas en la zona mixta. Y pienso que sí. Que cuando hablamos de inventar un nuevo fútbol, uno que no reproduzca las lógicas del de varones tiene que ver con esto también. Con romper las barreras, con hacer fisuras en las vallas que nos intentan separar, con borrar las líneas de cal del campo de juego, con desarmar los bordes de afuera-adentro. Después de la remontada contra Escocia, éramos más de cincuenta personas esperando a las jugadoras en los alrededores del Parc des Princes. Ellas saludaron y se subieron al micro que las llevaría al hotel. No dejamos de cantar. Bajo la luna y la llovizna parisina, las jugadoras dejaron sus asientos y volvieron a la calle. Abrazadas, tomaron ellas la batuta de la arenga. Fueron Estefanía Banini y Dalila Ippólito las que en mitad de la escena, alzaban sus manos para que los cantos no se terminaran. Un rato antes, ese mismo gesto había hecho Agustina Barroso en mitad del campo de juego mirando a la tribuna argentina cuando Florencia Bonsegundo agarró por segunda vez la pelota para repetir el penal frente a Alexander. ¿Quién arenga a quién? ¿Cuál es el límite de la cancha?
- Una fiesta Yo quiero que el fútbol sea eso. Quiero que el fútbol sea ese recibimiento a las jugadoras en Ezeiza, esa combinación de banderas, bombo y papel picado. Quiero que los espacios silenciosos sean tomados por asalto repetinamente. Quiero esa autogestión de mensajes por la noche que organizan una bienvenida en todos los rincones del país. Quiero que en el fútbol se festeje un empate contra Japón, una derrota ajustada contra Inglaterra, una remontada contra Escocia. Quiero que el fútbol sea el final del exitismo. Quiero que el fútbol sea la corrida maratónica de Bonsegundo en cada partido para acortar distancias con las potencias, quiero que el fútbol sea la irreverencia de Ippólito que gambeteó rivales como en el potrero, quiero que el fútbol sea la prepotencia de Cometti para despejar centros aéreos e ir a buscar una pelota en el área escocesa en el último minuto. Quiero que el fútbol sea ese bloque impasable que arman las jugadoras para que no las lastimen en el juego vertical y para que no atropellen sus derechos. Quiero que el fútbol sea esa flecha que contraataca cuando salen a dar vuelta un partido en los últimos veinte minutos y cuando arremeten pidiendo divisiones inferiores, federalización del torneo y ser reconocidas como trabajadoras. Quiero que el fútbol sea esa fiesta a la que estamos todxs invitadxs.
Anuka
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De la idea al audio: taller de creación de podcast
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Modalidad: presencial y online por Zoom
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No se requiere experiencia previa.
Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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