Nota
Petinari: acoplados en cooperativa
Les deben sueldos, aguinaldos, vacaciones y sufrieron despidos masivos: unos 60 trabajadores de la empresa Petinari, en Merlo, ocupan la planta que fue vaciada por sus dueños.
Les deben sueldos, aguinaldos, vacaciones y sufrieron despidos masivos: unos 60 trabajadores de la empresa Petinari, en Merlo, ocupan la planta que fue vaciada por sus dueños.

Foto: Néstor Saracho
Raúl Richieri no dudó un instante.
Pensó en sus 59 años.
Pensó en los 9 que lleva en la metalúrgica Pedro Petinari e Hijos.
Pensó en la bronca de los 6 que le quedaban por jubilarse.
Pensó en las máquinas detenidas desde febrero.
Pensó en el sueldo impago.
Pensó en el aguinaldo impago.
Pensó en las vacaciones impagas.
Pensó en su cintura.
Pensó en sus várices.
Pensó en sus hernias.
Pensó en quién mierda lo iba a contratar.
Pensó en la plata que le costaba mantener el auto.
Pensó en el auto.
Pensó en sus hijas.
Pensó en sus compañeros.
Por eso, cuando a Raúl Richieri lo llamaron de la remisería para preguntarle si iba a seguir, no dudó un instante: la sucesión de imágenes operó en menos de un segundo en su cabeza.
-No -dijo, y colgó.
Raúl Richieri lo cuenta dentro de una carpa que soporta impasible la furiosa lluvia que cae sobre la mañana del jueves en vastos sectores del Gran Buenos Aires, pero que en Merlo, municipio al oeste del conurbano bonaerense, a 10 minutos de la estación del ferrocarril Sarmiento, y dentro de una fábrica tomada por 60 trabajadores, cobra una sensación particular.
“¿Sabés qué pasa?”, dice Richieri, que es entrerriano, trabajó en el campo, trabajó en la ciudad, trabajó toda su vida, se hizo la casa en Moreno, tiene tres hijas. “Pasa que para estas empresas somos un número nada más. No somos gente. A esta edad hay cosas que no puedo hacer más. Cuando me quedé sin trabajo acá, conseguí también entrar tierra en una casilla en carretilla. Una changa. Llegué un punto en que no di más. La cintura. No podía agacharme. Me tiré al pasto. Después de los 30 años uno es viejo para el sistema laboral. No consigo más nada. No te toman”.
Raúl Richieri cuenta que un dicho provincial es que los entrerrianos tienen 1000 oficios y 999 necesidades porque se meten en todo.
Raúl Richieri se metió en una toma.
El alzamiento
Desde el colectivo que parte de la estación de ferrocarril de Merlo y se interna en la ruta 200 hasta Marcos Paz, se divisa un tanque de agua altísimo con una bandera con el dibujo de un camión con semirremolque que está descargando. “Trabajadores en cooperativa”, dice y recibe. Debajo, un portón semiabierto con inscripciones en rojo contra los exgerentes y patrones de Pedro Petinari e Hijos -la metalúrgica que hace más de 50 años diseña, produce y comercializa acoplados y semirremolques para transportes de cargas- es lo que separa la ruta infinita de una fábrica infinita.
Petinari es gigante. Una visión apresurada arroja un cálculo erróneo: casi dos cuadras desde el portón hasta el último galpón que se divisa. Los trabajadores dicen que es más: 400 metros. En la página web, donde la gerencia hizo su descargo contra “un grupo de ex operarios” que obtuvieron “oscuros respaldos políticos y turbios patrocinios legales” para “alzarse” con una cooperativa, especifica que el predio es de 15 hectáreas y cubre 33 mil metros cuadrados.
Las persianas semibajas o cerradas, las máquinas paradas, los vehículos sin batería. El silencio más ensordecedor para un trabajador es cortado por el choque de las escobas contra el suelo. Los trabajadores se turnan para limpiar y dejar todo en perfecto estado para cuando sea la hora de reactivar la maquinaria silenciada desde febrero, cuando comenzó el paro, cuando comenzó todo.
Cuando comenzó un sueño.
Un fiscal, un comisario, una disculpa
Metros antes de la entrada al primer galpón (que es enorme, como todo en esta fábrica) está la carpa, el punto de encuentro de la toma. Hay bidones de agua, pan, yerba, bolsas de papas, una TV pequeña, aceite, una pava eléctrica que sostienen con una maderita porque -si no- no prende, termos, detergentes, mazos de cartas. Camperas, mochilas y cascos de moto cuelgan de los ganchos del toldo. Los rostros son de cansancio, de alerta, de dudas, de decisión. Sobre la mesa circulan actas, firmas, documentos, carpetas, preguntas, cigarrillos, nervios.
De fondo, la tele encendida muestra los spots de los candidatos para las PASO.
Una pregunta en el cuaderno congela esa foto: “¿Cuál es la verdadera política?”.
En medio de todo el tramiterío que los más de 60 trabajadores de Petinari están iniciando para constituirse legalmente como una cooperativa de trabajo, el obrero Luis Becerra (32 años, 9 en la fábrica, dos hijos, tatuaje en el brazo derecho) tiene la delicadeza de pedir perdón por retrasar la entrevista. Horas antes cayó el comisario Obregón, de la Comisaría 1° de Merlo, y el fiscal que instruye la causa por usurpación que los patrones iniciaron contra los trabajadores. Se mostraron receptivos, amables, hicieron chistes, y explicaron que debían constatar por protocolo que los que estuvieran en la fábrica fueran efectivamente trabajadores. Sacaron fotos, y dijeron que tenían que hacerlo para comprobar que las máquinas estuvieran en buen estado.
En medio de todo este nuevo universo, Luis Becerra se disculpa por retrasar la entrevista. Con vergüenza, le decimos que por favor.
El teatro de SMATA
Cuando se pregunta hasta dónde se remontarían para explicar el presente de la futura cooperativa, el primero que responde es Hernán Noir, 31 años, con 10 en la empresa: “La lucha fue desde el primer día que entramos acá. Porque lo cotidiano de la empresa era un maltrato hacia el trabajador. El cuento arrancó en 2012 con un paro arreglado entre la empresa y el sindicato (SMATA) para que pudieran cobrar unos bonos del gobierno. Se nos pagó los 47 días del paro, del primero hasta el último. Se nos puso a Giorgi (Débora, ministra de Industrias), a Tomada (Carlos, ministro de Trabajo), a todo el mundo, y después el SMATA presentó gente para gerenciar la empresa. De a poquito la fueron tirando abajo. La idea era hacer un cierre fraudulento”.
Eran aproximadamente 330 trabajadores. Hoy son 60, y se extiende a 100 los que podrían formar parte de la cooperativa (advierten que, incluso, el número puede seguir aumentando). Los reclamos eran parecidos a los de este año: falta de pago de quincenas y vacaciones. Noir: “En diciembre de 2012 hubo retiros voluntarios. Muchos no querían arreglar porque no eran al cien por ciento y, después, despidieron a 24 personas. A partir de ahí, hubo retiros voluntarios o despidos semanales o quincenales. Capaz llegabas un lunes y a cinco personas le decían que estaban despedidas, arreglaban y se iban con la indemnización”.
Luis Becerra: “La empresa arreglaba con el sindicato. Los hacían elegir a quién despedir. Nos empezó a llamar la atención: el sindicato siempre nos apoyaba, pero de un día para el otro se cortó”.
Noir: “A mediados de junio del año pasado vino Gustavo Morán, secretario gremial de SMATA. Armó literalmente un teatro: puso 200 sillas en el sector de tornería, se sentó el gerente de la empresa, Ricardo Grégori, y dijeron que pensemos en la posibilidad de estar suspendidos dos días por semana sin goce de sueldo. Nosotros elegíamos qué días”.
Alberto Daniel Gimenez, 58 años, 19 en Petinari, armado de piso, ironiza: “Ese es el que nos defiende a nosotros”.
Noir: “Días después se nos comunicó qué días no teníamos que ir a trabajar. ¿No era que teníamos que elegir nosotros? Hubo problemas con el aguinaldo, que las cuotas, que sí, que no, que nos suspendían 30 días hábiles sin goce de sueldo, que cada uno a su casa, y terminó saliendo un acuerdo de estar suspendido una vez a la semana durante 5 meses. De julio a diciembre. El aguinaldo nunca lo cobramos. El cuento del sindicato era que la empresa no se iba a aguantar otra vez dos meses de paro. ¿Hasta cuándo vamos a estar así?, nos preguntamos. La empresa seguía laburando. Pasó que en la segunda quincena de enero cobramos por la mitad. Y ahí se decidió el paro. Ya no había plata para vacaciones ni nada. Desde el 5 de febrero acá estamos. Estuvimos 20 días adentro y el 25 de febrero se salió a la calle. Y desde ahí, estuvimos literalmente en la calle. Hasta el lunes. Nos desalojaron en marzo. Nos cortaron la obra social. Muchos compañeros quedaron sin cobertura. Nos sacudieron por donde quisieron. Y acá estamos. Firmes”.
El cambio
¿Cómo se sostiene estar tantos meses en la ruta? ¿Cómo se soporta esa violencia? Walter Romero, 48 años, 12 en la empresa, hincha de River (exhibe orgulloso su camiseta frente a la flamante Libertadores): “Gracias a la solidaridad de la gente. Pusimos la olla en la ruta y la gente colaboraba de un peso, de a dos, de a cien. Algunos dejaban, sí. Y al fin del día se junta y los compañeros que están se llevan para la comida a la casa. Es la única forma en la que estamos subsistiendo. Muchos están haciendo changas. Pero los que no estamos trabajando, nos arreglamos con eso. Camioneros, colectivos. Los de Ecotrans nos nos cobran boletos: nos hacen viajar gratis”.
Miguel Ángel Colazo, 48 años, 6 en la empresa, reparaciones: “Mi señora trabaja. La estamos peleando. Sale una changa y la hago”.
¿Y el sostén personal, interno, por dónde pasa?
Gimenez: “Si bajás los brazos acá, fuiste”.
Romero: “A mí mi señora me manda a buscar trabajo todos los días. Soy sincero y lo digo. Pero mi meta está acá, porque no quiero abandonar el barco. Hace 12 años que estoy y no se los quiero regalar. Entonces le doy para adelante y me peleo con mi señora. Mis hijos me bancan porque trabajan. Tengo 8 hijos. Una hija con diabetes. Y estábamos con este tema de la obra social que nos dejó de lado. Muchos están con esos problemas, porque tienen hijos, nietos. Son cosas que uno está viviendo hoy y nunca vivió. Yo me voy de casa, pelea; llego, pelea. La voy llevando así. Nunca te pasó por la cabeza vivir esto. A mis compañeros no los voy a abandonar”.
Jorge Gutiérrez, futuro presidente de la cooperativa: “La lucha es por los compañeros. Hay mucha gente grande. ¿Dónde consigue hoy? La idea es mantener la fuente de trabajo. Cada paso es un logro y ojalá siga así. Sin darnos cuenta tomamos la cooperativa solos. Sin darnos cuenta, estamos donde llegamos, con 60 tipos que dijeron ‘vamos a entrar’, y entramos”.
Luis Becerra: “Nos cayó la ficha. Nosotros estábamos esperando que caiga un papel o que llegaran 300 tipos, y cuando entramos, caímos. Fue un paso enorme. Porque acá adentro, sinceramente, nunca hubo organización. No hay militancia, con el sindicato nos arreglábamos a las patadas, la sobrellevábamos. Fijate: te proponían suspender dos días, pero estábamos todos juntos y seguíamos laburando. Hasta se aceptó la propuesta de pago de cuotas de los aguinaldos. Pero antes de que empezaran las clases, los compañeros no tenían con qué mandar a sus hijos a la escuela. Es muy doloroso, pero nos tuvo que pasar esto para empezar a organizarnos de otra manera. Y encima lo estamos haciendo solos. A las patadas, pero nos están saliendo bien”.
Becerra reflexiona: “Cada día, además, se va notando un cambio entre nosotros. Nos cuidamos. Éramos todos compañeros, sí, pero ahora la palabra compañero va tomando de a poco otro valor. Te das cuenta que si tiramos todos para el mismo lado, vamos bien. Se van a conseguir resultados. Antes pensábamos: cobro la plata y chau. Hoy empezamos a pensar en los compañeros. Mi señora es docente. Tiene la madre enferma: cáncer. Es complicado todo. Y nos tenemos que poner fuertes, porque si nos ponemos débiles, algunos se bajan. Tenemos montones de presiones, y capaz uno se encierra en su casa para descargar. ¿Nos está costando un montón? Sí, olvidate. Pero es lo que día a día nos mantiene más unidos: saber que estamos tratando de organizarnos y hacer las cosas bien. Escucho a los compañeros: hoy tienen otra actitud, y son los primeros que se ofrecen para darte una mano. Todos cometimos errores, pero día a día nos vamos convirtiendo en mejores personas”.
Una experiencia hermosa
Jorge Gutiérrez explica que la maquinaria legal está en marcha. Los trabajadores de Textiles Pigüé -ex Gatic, empresa recuperada transformada en cooperativa que obtuvo la expropiación- estuvieron en la toma y los asesoraron. El proyecto de expropiación ya fue presentado por el diputado Miguel Funes (FpV) en la legislatura bonaerense. De todas maneras, desde el lunes hay una guardia permanente mañana, tarde y noche por parte de los trabajadores para estar alertas ante cualquier amague de desalojo.
Becerra no habla de colores ni banderas políticas: “Cuando esto triunfe, pintamos la fábrica de todos los colores. Primero, que ayuden. No nos ofrezcan abogados si mis compañeros están pidiendo monedas. La prioridad es que tengan para comer y no se caguen de frío acá adentro”.
Daniel Alberto Castagna, 51 años, 5 en la empresa, sector hidráulica, profetiza: “Todos vamos a ser cooperativa a la larga, vas a ver. Al gobierno le conviene: quita de en medio al sindicato y a los empresarios”.
Carlos, un vecino de la zona, hombre grande, es introducido a la charla por los trabajadores. Cuentan que los ayudó mucho. Trajo impresos 2 mil volantes sobre la peregrinación encabezada por el obispo de Merlo que saldrá el viernes a las 9 desde la fábrica hasta una iglesia cercana en apoyo a la toma. “Para mi es un hecho importantísimo para la zona”, dice Carlos, que no pierde de vista el significado geográfico de la movida: los trabajadores están a punto de conformar una cooperativa en el municipio que desde 1991 gobierna Raúl Othacehé. “Yo vengo de otras experiencias. Una de las cosas que facilita el proceso, además de lo que cuentan los compañeros, es el apoyo del barrio. Estuve en Zanón, y ese apoyo fue parte del triunfo. La gente felicita a los obreros de Petinari. Es una experiencia hermosa”.
Afuera, los obreros distribuyen los volantes con la misma metodología que utilizaron todos estos meses de protesta y movilización: cortando un solo carril de una ruta transitada.
Superman y el aviso
Algunos de los trabajadores agarran la olla grande y la depositan encima del fuego que encendieron con papeles de diarios, volantes y maderas. Es la hora del almuerzo. Al lado del fuego, buscando caricia y atraído por el aroma a guiso, se acerca Negro. “En cada toma siempre hay un perro”, suelta como una máxima Francisco Manteca Martínez, obrero de Textiles Pigüé, que se acercó a la carpa. El cocinero toma un pedazo de madera grande: es la cuchara para la olla. Dentro: carne, papa, arroz blanco, arvejas y salsa de tomate.
-¡Manos arriba! -le bromea uno de los obreros al cocinero, como el jurado del programa MasterChef les dice a sus participantes cuando se les termina el tiempo para cocinar.
-Sí, chef. Sí, chef -le responde, entre risas, respetando el código.
Previo a comer, en una recorrida por la fábrica, un cartel premonitorio llama la atención. Dice: “AVISO: La seguridad depende de usted”.
Nunca mejor dicho.
Nunca mejor aplicado el concepto de “seguridad”.
Nunca mejor entendido que por estos trabajadores.
Seguridad es igual a mantener las fuentes de trabajo.
Mantener las fuentes de trabajo implicó la toma.
La toma implica una cooperativa.
La cooperativa depende de todos.
Alberto Gimenez también lo entiende perfectamente: “Yo tengo 19 años acá. La voy a seguir hasta que pueda. No somos Superman, pero la vamos a seguir peleando más que nunca”.
Pregunta: ¿seguro que no son Superman?
Hernán Noir: “Superman tiene poderes. Nosotros no, pero tenemos fuerza: estamos todos juntos”.
Imágenes registradas por Néstor Saracho para su película «Las manos recuperadas».
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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