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Qué hace la gente con el arte: La profe que ama al teatro
Esta es la historia de una profesora de secundario que todos hubiéramos querido tener: Graciela Dos Santos convirtió su pasión personal por el teatro – o por algunas obras en particular- en una actividad extracurricular y en una extensión cultural que le cambió los paradigmas e intereses a muchos de sus alumnos y completó en ella sus aspiraciones de enseñar aprendiendo. Por Carlos Ulanovsky para lavaca.org
Docente desde hace más de veinte años, Graciela de los Santos dicta la materia literatura en dos colegios de nivel medio de la zona sur: el Instituto Sáenz, de Lomas de Zamora, y el San Juan de la Cruz, de Banfield. La mayor parte de sus alumnos tiene entre 15 y 17 años y proviene de familias de clase media heterogéneas: padres unidos, separados, jóvenes a veces contenidos, a veces solos. Desde hace doce años, y como si fuera una aventura que no se encuentra en las aulas, decidió compartir sus hallazgos teatrales con los alumnos. A veces de un modo formal, como parte de la actividad escolar, con frecuencia por iniciativa propia, en algunos casos por invitaciones y en muchos otros poniendo dinero de su bolsillo, la excursión de Graciela y sus muchachos se inicia en la estación de tren de Banfield y culmina en distintas salas de Buenos Aires. No solo se acercaron de su mano a ver teatro por primera vez, sino que estos “hijos del auto de sus padres o de los colectivos” tampoco habían salido de sus barrios.
Rompe cabezas
Con ella completaron otras travesías iniciáticas: viajaron en subte, conocieron librerías y se admiraron con el Obelisco. A partir de esas útiles experiencias de despegue muchos de los discípulos dejaron de ser cachorros de esquina de conurbano, crecieron, superaron cuestiones personales complejas y hasta eligieron rumbos vocacionales inesperados. Como estudiar teatro.
Ahora mismo, cuenta, varios de los que ya vieron Mi hijo solo camina un poco más lento fueron a ver Parias, otra obra del mismo autor y director. ”Es una obra larga, difícil, pero te aseguro que es emocionante escucharlos hacer sus apreciaciones con una pureza increíble. No son críticos (tampoco yo lo soy) pero tienen el discernimiento suficiente como para decir ‘me gusta, no me gusta, me emocionó o no me pasó nada’. La frase más común que dicen cuando salen es: ‘Esta obra me rompió la cabeza’ “.
Lo primero que la profe Dos Santos les dice es que “ir a ver teatro es como leer, pero mejor. Porque es ver y escuchar las palabras pero con movimiento, color y sonido”. Gestora de gratificaciones juveniles inolvidables, Graciela le cuenta a lavaca que para ella “no hay alegría más grande que ver a un pibe agradecido y emocionado por lo que vio”. Y de esas experiencias, una de las devoluciones que hace de inmediato es contarle las sensaciones y modificaciones de sus alumnos a actores y directores «para que a ellos les quede claro todo el bien que provocan con sus trabajos”.
Nada de esto podría suceder de no haber sido por la temprana atracción que Graciela tuvo por la representación: ”Actuaba en el colegio, me fascinaba leer en voz alta, conducía algunos actos escolares”, cuenta.Sin embargo, asegura que por timidez nunca estuvo en sus planes ser actriz. Cuenta que en su casa no había fondos para consumos culturales extras, de modo que, con sus padres, nunca fue al teatro. Pero en el suplemento de espectáculos del diario del domingo se fijaba en la cartelera registrando títulos y direcciones de las salas. «Sin tener idea de argumentos o protagonistas jugaba a que veía tal o cuál obra”, relata, y añade que ya en la universidad (la Nacional de Lomas de Zamora), en donde estudió Letras, fue con unos compañeros a ver la obra -ópera Los miserables. La visión de ese clásico musical se constituyó para ella en una experiencia profunda y reveladora. «Vi las últimas cinco funciones y eso me generó un acto de comunión enorme entre lo que veía y lo que sentía”, afirma. En esos primeros tiempos otra obra que le resultó “catártica” fue Super Crisol, interpretada por Los Macocos. «Salía de dar clases, de allí el viaje, largo, en tren, en subte, caminata hasta el teatro Presidente Alvear y entraba a verla todos los días, de miércoles a domingo. Necesitaba, una y otra vez, escuchar dos frases que me representaban: ’Bienvenidos a este rincón del paraíso’ y ‘Usted me ha desilusionado, padre’».
A paso lento
Después vinieron otras obras. Musicales como Sweeney Todd, Forever Young, El cabaret de los hombres perdidos y especialmente El fantasma de la ópera o piezas de texto como La muerte de un viajante, El loco de la camisa, Rey Lear y fundamentalmente dos de las que fue espectadora cantidad de veces sin cansarse: Terrenal, de Mauricio Kartun, y Mi hijo solo camina un poco más lento, dirigida por Guillermo Cacace.
Con esta última le pasó algo especial:la vio dos veces el mismo día (se exhibe en horarios no tradicionales: sábados y domingos a la mañana y a primera hora de la tarde) y en una tercera ocasión al poco tiempo. Desde entonces,calcula, habrá estado en más de cuarenta funciones, con resultados distintos y sorprendentes porque, afirma, “me ayudó a sanar algo pendiente con mi padre”. Desde aquella primera vez sigue yendo cada semana, en general a la segunda función del domingo. ”Es como si la viera por primera vez. En cada función descubro una frase que me resuena nueva, particular. Sigo celebrando ese momento de comunión intensa. Lo que más me impresionó de la obra es cómo está contada, la estética, lo auténtico del elenco”, reseña Graciela que no se permite llegar a una función con las manos vacías. Siempre lleva una rosca de almendras, manjar al que alude un momento de la trama: ”Es una humilde devolución.El teatro acercó personas hermosas a mi vida”.
Amiga de los intérpretes que hacen la obra en la Sala Apacheta, en el barrio de Balvanera, también cercana del director Gullemo Cacace y a través de las redes sociales del autor, Ivo Martinic, esos vínculos indujeron a Graciela a poder cumplir con otro proyecto soñado: una versión de Mi hijo solo camina un poco más lento interpretada por sus alumnos. Y aunque siga sosteniendo que jamás quiso ser actriz, es sincera cuando asegura que con ensayos suficientes podría hacer cualquiera de los papeles femeninos porque los sabe de memoria. “Creo que sería una digna Mía; el de Sara es otro papel hermoso, aunque estoy grande para hacerlo».
Luego de la entrevista, Graciela envió un texto con pedido de publicación.Es éste: «Cuando era chica, soñaba con que mi realidad fuera muy diferente de la que tengo hoy. Pensaba estar casada, con hijos, vivir en una casita con jardín, pasar vacaciones en el mar de vez en cuando. No tengo nada de lo que soñaba: ni el marido, ni los hijos, ni la casa con jardín. A cambio siento que el amor por el teatro y todo lo que este amor trajo aparejado hizo que la vida me sorprendiera infinitamente porque puedo comunicar a mis alumnos una vida que va más allá y que, incluso, me supera. Cuando ellos terminan el secundario, o la universidad, o empiezan a trabajar las posibilidades se reducen, pero así y todo, muchos siguen viniendo.Y me hacen saber lo importante que resultó para ellos convertirse en espectadores, desde chicos. Me enamora esa idea: la de pensar que la rueda seguirá girando y que la vida frente a algún escenario seguirá creciendo. Hay algo más grande y profundo que no vemos pero sentimos fuerte: el amor.Tan simple y verdadero como eso.Y los vínculos humanos que nacen, se sostienen y crecen gracias al amor”.
A vuelta de mail, este cronista se permitió la siguiente afirmación: ‘Tenés, y de sobra, lo que muchas otras mujeres no tienen. Tal vez les sobren maridos de los que están aburridas; hijos que preguntan mamá cuando llegamos; casas con jardín que terminan ignorando. A cambio, tenés unos sentimientos extraordinarios y fraternos; le abriste la cabeza a más de cuatro chiquilines y lo seguirás haciendo. Sos solidaria, creés en cosas como en la función sanadora del teatro y bajás esto a la realidad para que otros aprendan y se beneficien. Ese es tu mundo de amor, el que elegiste para vos y para compartir’.
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De la idea al audio: taller de creación de podcast
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Vas a poder evaluar el potencial de tu proyecto, desarrollar tu historia o propuesta, pensar el orden narrativo, trabajar la realización sonora y la gestión de contenidos en plataformas. Te compartiremos recursos y claves para que puedas diseñar tu propio podcast.
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Contenidos:
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Modalidad: presencial y online por Zoom
Duración: 4 encuentros de 3 horas cada uno
No se requiere experiencia previa.
Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar: