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Reabrió La Robla: la utopía es posible

Sufrieron administración fraudulenta, maltrato, cesación de pago, desalojo. Pero toda esa angustia queda atrás con la reinauguración formal del clásico bodegón porteño de Chacabuco 82.

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Sufrieron administración fraudulenta, maltrato, cesación de pago, desalojo. Pero toda esa angustia queda atrás con la reinauguración formal del clásico bodegón porteño de Chacabuco 82.

Reabrió La Robla: la utopía es posible

La Robla, hoy. Foto: Néstor Saracho


Carlos Delucca -49 años, casado, sin hijos- dice que las sillas donde estamos sentados y la mesa cubierta con fino mantel rojo donde tenemos los brazos apoyados, estuvieron hace tres meses en la calle. “Fue de las cosas que pudimos rescatar después del desalojo del 10 de junio”, cuenta Deluca, que después de 22 años de trabajo en el mítico bodegón porteño La Robla, que después de una administración fraudulenta que los quiso dejar sin sus puestos de trabajo, que después de recuperar la empresa y autogestionarla, que después de un desalojo que los privó de su sueño cooperativo, que después de recuperar fuerzas que parecían perdidas, volvió a abrir sus puertas a comienzos de septiembre en Chacabuco 82, e inauguraron este viernes con una cena solidaria.
“Fue terrible”, dice Delucca. “Estuvimos desde junio en parate, bollando en la calle, sin trabajar. Esta mesa, esta silla, las pudimos recuperar, pero el tema es que no teníamos local. El día del desalojo nos dieron la posibilidad de llevarnos cosas, pero otras quedaron: aires acondicionados, freidoras. Nos dieron algunos vinos, algunas copas, pero otras cosas nos robaron: veíamos como los policías se encanutaban los vinos. Tuvimos que salir a comprar platos, cubiertos, para poner esto en funcionamiento”.
Delucca subraya al pasar otro detalle: hace meses que los 20 trabajadores no cobran.
Eso, dice este obrero gastronómico, también fue poner La Robla en funcionamiento.

La utopía

La Robla funcionaba y funcionaba muy bien en pleno centro porteño, en Viamonte al 1600. Vinos, tiras de ajo, marisquería, rabas, cornalitos, langostinos y un etcétera riquísimo poblaban las mesas de un bodegón que, entre 100 y 180 cubiertos por día, se convirtió en uno de los íconos de la escena gastronómica porteña. Pero la administración del dueño Alex Gordon –el mismo que vació la cadena de comida rápida Nac&Pop– repitió el modus operandi (a los trabajadores se les descontaba mes a mes las cargas sociales, los sueldos se atrasaban), y en octubre de 2014 el restorán se transformó en una cooperativa de 21 asociados
-Vos de acá no te llevás más nada -le paró en seco uno de los mozos a un socio de Gordon, que llegaba todos los días a retirar plata, como si se tratara de esas películas mafiosas por TV-. Esto es nuestro. Vos nos estás cagando, así que, para evitarte un problema, andate.
Se fue, ellos se quedaron. Hasta la madrugada del 10 junio, cuando la inminente amenaza de desalojo se cristalizó. Los trabajadores quedaron literalmente en la calle, con las sillas y mesas que pudieron rescatar, las mismas donde ahora estamos sentados y con los brazos apoyados, sobre el fino mantel rojo.
“Fue todo un proceso”, dice Delucca. “Pero siempre apostamos todo a esta utopía”.
¿Cuál es la utopía? Delucca: “Poder volver a abrir”.
Y abrieron.
Reabrió La Robla: la utopía es posible

La elección es personal

Los trabajadores no descansaron un día. Vieron locales por Palermo, San Telmo, Tribunales, Recoleta. Nada. Hasta que encontraron uno que podía funcionar. “Tratamos de ponerle toda la energía desde el comienzo. El dueño desconfiaba. Nos empezó a poner peros por ser una cooperativa. Nos vio poco confiables, como que no era viable. Le parecía rato. Lo tuvimos que llamar varias veces y ablandarlo, contarle nuestra situación, que evaluara. Nos pidió dos garantías, se las pagamos, accedió. Y acá estamos. A principios de agosto nos dieron la llave”.
Y acá están: Chacabuco 82, a metros de la estación Perú de la línea A del subte. La apertura formal fue el 31 de agosto. En el medio, tareas de refacción, barrido, limpieza, pintura. No tenían cocina: compraron. En un mes montaron un local hermoso, que este viernes tuvo su cena inaugural.
¿Cómo se sobrellevó todo el tiempo de estar en la calle, buscar un local, no cobrar un peso? “A la fuerza”, dice Delucca. “La otra opción elegante era irse y buscar otra cosa. La elección es de uno. Algunos agarraron alguna changa, se rebuscaron. Pero muchos optamos por venir acá, ponernos a barrer, a píntar, a hacer lo que se pudiera dentro de lo que se pudiera. ¿Por qué apostar? Porque es la fuente de trabajo. Yo hace 22 años que trabajo acá: es mi segunda casa. Y cuando uno aspira a un proyecto, le ponés mucha energía. Ahora hay que seguir luchándola para que se mejore, para que llegue a ser lo que esto era en Viamonte, que funcionaba muy bien. El problema es que todavía hay mucha gente que piensa que no existimos. Tenemos que darle difusión”.
Pero La Robla existe. Y, por suerte, es bien real.
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Los fieles y Dios

Walter García -44 años, en pareja- se estaba yendo: está desde temprano y debe volver en un rato para adentrarse en la cocina y preparar la cena inaugural. “Estuvimos un mes dando vuelta. Fue difícil. Me podría haber buscado otro lugar, pero aposté al proyecto: lo decidimos de movida. Me gustó el hecho de formar la cooperativa, me entusiasmó no tener un patrón y que las decisiones las tomemos entre todos, que las ganancias se repartan”.
García dice que una de las claves de este nuevo comienzo es la clientela. “Muchos son los que venían al anterior local. Por suerte tenemos nuestros fieles”.
Delucca recuerda el momento donde la cocina y las máquinas volvieron a funcionar. Se ríe. “Es importantísimo”, dice. “Porque no es sólo la maquinaria: también es volver a poner en funcionamiento la cabeza de uno. Gracias a Dios, hoy esto ya es una realidad”.
Detalle: esto es una realidad gracias a estos 20 trabajadores que, este viernes, y con una cena inaugural, volvieron a poner en funcionamiento un sueño: trabajar sin patrón.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Todos los jueves de agosto, presencial o virtual. Más info e inscripción en [email protected]

Taller: ¡Autogestioná tu Podcast!

De la idea al audio: taller de creación de podcast 

Aprendé a crear y producir tu podcast desde cero, con herramientas concretas para llevar adelante tu proyecto de manera independiente.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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