Nota
Represión en la República de Cromagnon: Matanza de jóvenes a manos del Estado y el mercado
Reaparecieron cuatro palabras: Que se vayan todos. Un local llamado República de Cromangnon se convirtió el 30 de diciembre en la tumba de 182 jóvenes y niños, sin contar 800 heridos, miles de chicos psicológicamente schockeados por lo que les tocó vivir, y una sociedad herida en el alma. Los empresarios del local habían vendido el triple de entradas autorizadas para maximizar sus ganancias. Maximizaron la muerte. Además, clausuraron las puertas para evitar que alguien entrara sin pagar, convirtiendo al lugar en una trampa de fuego y gases venenosos. El gobierno de la Ciudad fue cómplice de todo esto, pero su peor cara es la de deslindar responsabilidades. Los familiares y amigos de los muertos marcharon cantando: ¿Dónde está/ Kirchner dónde está? e insultando profusamente al empresario Omar Chabán y -fundamentalmente- al jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra.
«Se va a acabar, esa costumbre de matar» cantaban saltando unos chicos con remeras de Callejeros y La Renga.
«Andate Ibarra, la puta que te parió» precisaba el resto de la movilización.
Era una marcha rara, a contramano por Rivadavia, supuestamente la avenida más larga del mundo. Adelante iba el trueno de una docena de motoqueros que agitaban sus cascos cantando: «se siente, se siente, los pibes están presentes».
Cuando la marcha comenzaba, en Once, la gente detectó la presencia de Juan Carlos Blumberg, a quien el diario Clarín califica como «referente social en materia de seguridad» (no consta si el autor de tal hallazgo es el rosarino Roberto Fontanarrosa). Blumberg fue insultado y algunos jóvenes se trenzaron a golpes con sus guardaespaldas. Todos se escondieron en el hotel Star, que tuvo que a su vez ser custodiado por la policía. Blumberg adujo que lo habían invitado padres de las víctimas, cosa que no pudo confirmarse.
Los motoqueros llevaban en una de las motos a Aurora Cividino, sobreviviente de la cacería en Puente Pueyrredón que el 26 de junio de 2002 terminó con las vidas de otros jóvenes: Maximiliano Kostecki y Darío Santillán. Al acercarse a Congreso los motoqueros, Aurora y el resto entonaron, como en 2001:
– «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo».
Todos somos callejeros
Mirando al Congreso los manifestantes (eran unas seis cuadras colmadas) gritaron además: «Asesinos» e «Hijos de puta», lo que demostraría que en este grupo, al menos, la opinión sobre la clase política es idéntica a la de siempre. Una letra del conjunto Callejeros, justamente, hubiera venido al caso:
Y siempre las mismas caras
y siempre el mismo dolor.
El hombre llora con ganas
y solo, le grita a Dios:
«Ojalá se los lleve el viento
y no vuelvan más»
En las cebras de cruce peatonal, en las paredes, sobre las publicidades, chicas y chicos pintaban: «Justicia para nuestros callejeros».
La marcha tuvo como distintivo las remeras rockeras, algunos peinados raros, muchísimos adolescentes, chicas y chicos de no más de 14 ó 15 años, metiéndose con mirada clara y desconfiada en el extraño universo que los mayores les estamos dejando. Calzado ganador: zapatillas de lona blanca marca Topper, que muchos padres y madres de adolescentes habrán sabido oler, y que los chicos saben cuidar como símbolo de identidad.
Marcha rara. Mucha gente, mucha, iba llorando. Algunos con sus cartelitos escritos a mano, con una foto, un nombre:
«Lucas Pérez, 12 años, tu familia te ama».
«Jacquie Santillán».
«Guido Musante».
«Pablo y Carol, víctimas de la masacre».
Las pancartas eran llevadas por las lágrimas. La marcha tuvo momentos de silencio.
Esos momentos eran los más insoportables.
Argentina, Cromagnon
«Ibarra, Chabán, la tienen que pagar» fue otro de los cantos. La gente se movilizaba con desconfianza hacia los supuestos periodistas, luego se entendería con cuánto acierto.
Otro letrero sencillo, escrito bajo quién sabe qué niveles de dolor: «Nuestros hijos pasaron por el infierno. Ahora están con Dios en el cielo».
Nuevamente el silencio insoportable. Una chica de unos 15 años iba con sus bellísimos ojos verdes derrotados por el llanto. El alivio de unas consignas: «Atención, atención, no los mató el incendio los mató la corrupción».
En la misma línea, uno de los más entonados:
– «Escuchenló, escuchenló, ni la bengala, ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción».
Un chico iba con una bandera de Callejeros: «Ese miedo a estar mejor». Le pregunto de qué canción es. El nombre del tema parece un editorial sobre ciertas apariencias políticas: «Tan perfecto que asusta».
La Argentina política, en muchos sentidos, es la República de Cromagnon.
– Sus autoridades tienen discurso pomposamente «moderno» y hasta progresista, que choca con sus actos e intereses concretos.
– No logran ocultar cierta inutilidad, o negligencia casi criminal.
– Si es necesario, se fugan, o se mantienen alejados de los conflictos dándose por desentendidos.
– Hay una asombrosa tendencia a cometer las mismas torpezas, brutalidades y crímenes las veces que sea necesario.
– La vida vale poco y nada. La de los jóvenes, cotiza un poco menos todavía.
– A los chicos se los considera básicamente como un ejército de consumo. Se los acorrala en un puro presente, sin futuro.
– La mezcla de negocio opaco, corrupción y mafia es la que suele orientar las principales decisiones.
Tan perfecto que asusta.
Kirchner, Ibarra y la culpa
Frente a la jefatura de gobierno, custodiada por una veintena de policías, la gente cantó: «Yo sabía que a los asesinos los cuida la policía». Además se gritó «Asesinos» mirando a los uniformados. Mucha gente golpeaba cacerolas o tachos.
En Plaza de Mayo hubo un primer encontronazo con los medios. Había un móvil de Crónica TV que impedía el paso del público hacia la plaza. Recién cuando la gente empezó a empujar el vehículo, el conductor aceptó moverlo. «Manga de hijos de puta, se creen que la gente tiene que ir por donde ellos quieren» dijo un joven de remera roja, en lo que resultó otro inesperado acierto sobre la actitud de muchos de los llamados medios de comunicación.
Allí, con la Casa Rosada al frente, custodiada por vallas azules desde mitad de la Plaza de Mayo, volvió a surgir: «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo». Y además: «¿Dónde está, Kirchner dónde está?» gritaba una señora.
«En El Calafate está», le dijo otra. «Es increíble. Los chicos que se salvaron sienten culpa por estar vivos. Kirchner e Ibarra, en cambio, no sienten culpa».
«Olé olá, si no hay justicia qué quilombo se va a armar» pasó a ser el nuevo canto. Un cartel: «Nos mataron a Pato, hoy venimos del cementerio. Justicia para nuestros chicos». Otro: «Justicia para nuestras almas perdidas».
Sobre el vallado azul se instalaron chicos con velas y carteles. Uno tenía la remera de Los Ratones Paranoicos, y una bandera: «Jóvenes de La Matanza x Justicia». La gente cantó: «Kirchner-Ibarra, el pueblo da la espalda», y todo el mundo, en efecto, dio la espalda a la Casa Rosada.
«Salta salta, pequeña langosta, Chabán, Ibarra y Kirchner son la misma bosta», cantaron
Un joven, pero no tanto, se trepó parcialmente a la Pirámide de Mayo con un megáfono, y comenzó a arengar al público con un discurso claramente de partido de izquierda. El chico de Los Ratones empezó a gritar: «Sos un político hijo de puta, bajate de ahí que nadie te llamó, mandate mudar». Los abucheos e insultos convencieron al señor del megáfono a dejar en paz a la Pirámide y a sus congéneres.
Se reunieron los familiares junto a una camioneta con parlantes. Habló primero la tía de Sergio Escobar: «No fue un accidente. Fue una masacre. Que renuncien todos los culpables. Los chicos iban a divertirse. Tienen derecho a divertirse. Ni si quiera están los políticos para decirnos ‘la acompaño en el sentimiento’. Que se vayan todos».
Otra mujer tomó el micrófono llorando: «Soy la mamá de Sebastián Fernández. Justicia, justicia, justicia. Nada más. La Tierra es el Infierno».
Los fotógrafos y periodistas arrinconaban a los familiares que empezaron a pedir que se alejaran. «No busquen acá una primicia» les informaron.
La hermana de Mariano Benítez fue más profética aún: «Que todo esto sea sin violencia, para que no nos agarren. Acá no solo los dejaron morir -dijo, y se le partió la voz- dejaron que se pudran los cuerpos. Yo no quiero que se vayan. Quiero que los metan presos».
«Mi hermanito es André Funes. Dijo ‘es’ porque no murió. Es nuestro solcito. Justicia, más que nunca, justicia».
Es un dato de la realidad, a esta altura, que para buena parte de la sociedad Argentina, la justicia es una especie de utopía extravagante.
«Yo no tengo fe en este gobierno hijo de puta» dijo la hermana de Rubén Belzunce. «Vamos a enterrarlos junto a los nuestros para que les den explicaciones».
Apareció ante el micrófono un hombre que dijo llamarse José Soto, quien dio comienzo a una proclama -mezcla de delirio y psicopatía- contra los padres de las víctimas «que dejan a los chicos sin ayuda», y contra el rock en general. Los silbidos cortaron lo que no pareció ser otra cosa que una provocación.
Hubo otro incidente con un fotógrafo que seguía empujando y molestando a los familiares. En ese horno que era la Plaza de Mayo, en ese ambiente caldeado, la discusión con el reportero subió de tono y los familiares decidieron retirarse. Otro triunfo de los medios.
Los que estaban sobre las vallas azules cantaron: «Eo, Eo, esto es para los chicos que nos miran desde el cielo», encendiendo velas y mirando, efectivamente, hacia la noche azul y estrellada. Uno de los chicos, ¿15 años? tiraba besos al cielo con la vela en alto, tocándose con la otra mano el corazón, y llorando.
Adriana, mamá de Fernando (15 años) contaba que su hijo se salvó de milagro pero que ella estará junto a sus compañeras: «En las dos horas que estuve buscando a mi hijo, sin saber qué le había pasado, vos podés creerme o no, pero te juro que en lo único que pensaba era de qué manera iba a matarme si él no aparecía vivo. Lo único».
Siguió diciendo: «Ibarra se preocupa mucho por el cinturón de seguridad para salvar vidas, pero aquí no hace lo más sencillo. Decir: señores, les pido perdón a todos, y renuncio. Acá no hubo negligencia, hubo criminalidad».
Un diagnóstico: «La gente les tiene miedo, porque son chicos. Yo te reconozco que a veces son contestadores, se enojan con una. Pero son puro corazón. Mirá la cantidad de chicos que lo único que hicieron fue ayudar a salir a los otros. Mi hijo se quedó esperando a un amigo que no salía, y mientras tanto no paraba de sacar gente. Cuando salió el amigo, sangraba de la nariz y mi hijo lo acompañó al hospital. Son re rockeros y no nos quieren ver ni cerca, pero el chico iba llorando porque no encontraba a su mamá».
Adriana cuenta una hipótesis: «A los que van a los recitales los revisan para que no lleven bengalas, para que después la compren adentro». Uno de los chicos que la está escuchando, aclara que el 26 de diciembre había habido un incendio en el lugar, fueron los bomberos, lo apagaron, y todo siguió igual. «La culpa no es de la bengala».
En diálogo con lavaca Adriana cuenta que alguien del Partido Obrero les dijo a las madres: Si ustedes no se organizan con nosotros, se van a quedar solas. «Y le contestamos: entonces, nos vamos a quedar solas, no te hagás ningún problema. Yo los conozco de lejos, porque de chica milité. Cuando un tipo en vez de caminar en la marcha va caminando hacia atrás, mirando a la gente y haciendo gestos para que cante, ya lo tenés calado. Mirá, el que nos hizo la advertencia es ese de remera azul» dice señalando hacia un joven pero no tanto, que movía los brazos como un director frente a su coro.
«Le pregunté para qué vinieron, si nadie los llamó. Y me dijo: para organizar. Así, con esa idea, rompieron todas las asambleas en las que entraron».
La represión
La desconcentración volvió a reunir a mucha gente frente a la jefatura de Gobierno porteña, pero los padres y madres ya se habían retirado. Allí estaban los policías. Un grupo muy pequeño de manifestantes les tiraba botellas de plástico. De pronto se armó un remolino y alguien gritó: «¡Está armado!» Se trataba de un policía, en la entrada al edificio sobre Bolívar y Diagonal Norte. Allí se dirigieron varios de estos manifestantes, y comenzaron a arrojar piedras contra la puerta, con estuidado oficio. Detalle técnico: no usaban las zapatillas de lona sucia, u ojotas como muchas de las chicas y chicos rockeros (para hablar de los manifestantes más espontáneos, no tan expertos ni tan organizados) sino marcas más poderosas de zapatillas de cuero.
La mayoría de rockeros empezó a alejarse, los chicos les avisaban a las chicas, y la cosa quedó en una típica agresión de un grupo contra la policía. Por la vereda de Rivadavia de la Plaza, se asomaron carros de asalto e hidrantes que marcharon velozmente hacia la manifestación.
Todo el mundo corrió, y frente a la jefatura de Gobierno la gente empezó a arrojar objetos a las denominadas fuerzas del orden, que hicieron funcionar el camión hidrante con un líquido azul que manchó los trajes de más de un movilero.
Los manifestantes encendieron basura más adelante, los camiones siguieron avanzando. Todos iban rumbo a la 9 de Julio pero los rockeros ya se habían ido tras el grupo de padres, veloces en sus zapatillas de lona. En la Embajada del Café, sobre Avenida de Mayo, los parroquianos salieron a insultar a los policías, que los observaban sonriendo sobradoramente.
En ese momento un grupo de jóvenes de remera y jeans que podían haber pasado por manifestantes, surgido quién sabe de dónde, se abalanzó sobre alguien en la vereda de enfrente. Lo llevaron una cuadra agarrado de las piernas y el cabello. Así lo depositaron en un vehículo policial, y salieron corriendo hacia delante.
Esos policías de civil habían estado infiltrados en la marcha todo el tiempo. Al verlos juntos, con esas caras, esos tamaños y esas zapatillas, resultaban evidentes, pero en medio de la marcha eran invisibles. Al 800, en una panchería, se abalanzaron sobre un chico de rulos que empezó a gritar: «¡Díganles que yo estaba comiendo!». El dueño del local se puso como loco: «Es un cliente mío, estaba cenando desde hace una hora, no hizo nada, y lo llevaron. Se llama Gustavo. ¿Cómo pueden ser tan mal paridos?»
Una chica morocha que le gritó «boludos» a los policías corrió igual suerte.
Los carros de asalto seguían a los manifestantes. Otros vehículos aparecieron desde el otro lado de Avenida de Mayo, a contramano, y otros desde el Obelisco. Habían preparado una trampa perfecta con epicentro en la Avenida Nueve de Julio, donde la tenaza se cerraría sobre la movilización. Pero los manifestantes habían sido demasiado rápidos. Ya no estaban. De todos modos la información sobre la medianoche consignaba quince detenciones, que tal vez hayan sido igual de arbitrarias.
Quince. Como en la Legislatura, en julio pasado.
Los camiones policiales, incluso el que seguía lanzando espásticamente un chorrito de pis azul, y los policías, se quedaron mirándose los unos a los otros. Los periodistas también.
Todos, un poco desconcertados.
La gente, como suele ocurrir, estaba en otra parte.
El jueves el grupo Callejeros convoca a otra marcha, a las 18 desde el Congreso. «Ünicas consignas: llevar una vela, marchar en paz y no llevar banderas de ningún partido político».
Habrá que ver, hasta entonces, cómo sobrelleva cada uno la compañía a veces insoportable del silencio.
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

Nota
Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
Nota
Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Todo lo que se narra a continuación sucedió mientras, en el Congreso, la policía reprimía a mansalva a jubilados, periodistas –incluido Lucas Pedulla, integrante de lavaca– y personas que se acercan a movilizarse cada miércoles. Fin.
Crónica de Franco Ciancaglini. Fotos de Sebastian Smok.


La historia comienza así: el partido del gobierno La Libertad Avanza organizó un acto de cierre de la campaña del vocero presidencial y candidato a legislador porteño Manuel Adorni, en Plaza Mitre, Recoleta.
El montaje del escenario afirma: “Adorni es Milei”.
Se espera que ambas personalidades estén y hablen hoy.
Pero falta para eso.
Media hora antes de la convocatoria, en distintas esquinas de la avenida Libertador, hay grupos de personas que, muy organizadas, esperan.
En las esquinas la mayoría va vestida de negro pero, en un acto de magia política, luego se las verá llegar a la plaza con la misma remera violeta, puesta arriba de sus verdaderas remeras o incluso de buzos y camperas.
Un notero de TN primero y luego de C5N hablaron con estas personas, que confesaron haber sido convocadas para trabajar en “prevención” bajo la promesa de una paga de 25 mil pesos.
El Whatsapp de la convocatoria, revelado a cámara por uno de ellos, decía: “Ahy (sic) un acto político de 17 a 21. 25 mil pesos. El que quiere se anota”.
Finalmente no era para prevención, sino para “presencia”.
Pero lo peor no es nada de esto, sino que finalmente no les pagaron los 25 mil, sino que quisieron darles 10 mil; ante la presión, algunos recibieron 20 y otros, nada: “Porque no me quiero poner la remera esa sucia no me quieren pagar”, denunció el más sincero ante las cámaras.
Fin.


Lo cierto es que estas columnas de unas 50 personas cada una fueron las que lograron ocupar una plaza Mitre que estaba semivacía.
Temprano, los remera violeta se negaban a hablar con la prensa, aún disciplinados por la promesa de la paga. Luego, ante la deflación de lo prometido descargaron su bronca ante las cámaras dejando en evidencia cómo trabaja el puntero Sebastián Pareja en la provincia de Buenos Aires, de donde provenían estas personas, para el cierre de una campaña porteña.
Alicia es jubilada pero no está marchando alrededor del Congreso, sino que está acá, colándose entre los violetas para saltear unas vallas y pasar más rápido hacia el sector del escenario. Hace un año y medio que se afilió al partido en la Comuna 13 Belgrano, Núñez. Habla de Milei como obnubilada, apurando su paso como ansiosa por la posibilidad de verlo en vivo. Faltan, al menos, dos horas.
Describe a Milei como un “bocho en economía” y se ríe al recordar que en la última elección, hace dos años, votó al actual jefe de gobierno, Jorge Macri. Está claro que no repetirá voto: “Está la ciudad muy abandonada. Mucho linyera, ratas por todos lados. En mis 82 años nunca había visto ratas en la ciudad”. Voto cantado: Adorni, a quien define como “alguien muy correcto”.
Sobre el otro Macri, el Mauricio, dice que “en su momento gobernó bien” pero ahora lo ve fuera de escena. No está al tanto de sus últimas apariciones contra Caputo, Karina y al propio Presidente, o no le interesan.
Alicia prefiere no hablar más y busca un lugar cerca del escenario para ver a su Presidente.


Lucía y Paula, también jubiladas, vinieron de Vicente López y prefieren mirar la escena desde atrás de todo. Es que llevan dos perritos de raza, o de diseño: Coca y Cola. ¿Qué les gusta de Milei? “Te puede gustar o no pero él habla desde el sentimiento. De lo que sentimos muchos”, dice Paula. Lucía suma: “Me gusta porque va a fondo”.
Sobre Mauricio Macri: “Yo lo voté. Ahora, de política no entiendo mucho, pero me da un poco de tristeza porque creo que tienen (con Milei) más coincidencias. Pero tiene que haber una oposición con responsabilidad. Tal vez Macri sea la oposición”.
Marta también es jubilada de 87 años bien llevados. Por qué vino acá (y no al Congreso): “Porque quiero escuchar quiero informarme quiero saber. Son tantos años de lo otro, que esto merece una oportunidad”.
Sigue sola: “El tono no me gusta. Cuando dice malas palabras es un mal ejemplo para la juventud”.
Qué le pedirías al gobierno a nivel Ciudad: “Por favor que saque las villas. La 31 es infernal”. Se pregunta y se responde: “¿Porque avanzaron tanto? Porque les han dado plata”.

¿Marra? “Sí, me gusta. Qué paso ahí, no sé. Me gusta, te soy sincera, pero ahora hay que unir fuerzas”.
¿Está de acuerdo con la medida anti-inmigratoria? “¿Vos te podés hacer ciudadano dinamarqués, o paraguayo? Acá entran todos. Los chorros, los burros. Y si no les gusta que se vuelvan a sus países”.
¿Y la pobreza? Marta cambie el eje: “Basta de decir ‘hagan lío’. Francisco se terminó. Basta de decir la iglesia de los pobres. Pepe Mujica era comunista. Se han hecho ricos con los pobres”.
Precisamente Mujica pareciera que no. Ella: “No sé. Déjame dudar. Pero basta”.
¿Qué representa para vos Mujica y qué Milei? “Apoyo a Milei y lo nuevo. Y que dios nos ayude”.
¿Y si sale mal? “Creo que ya no voy a estar con vida. Que se arreglen los que quedan”.
Fin.

A su lado hay un joven con una pala gigante. Posa sonriente para decenas de cámaras. Parece haber logrado su objetivo: llamar la atención.
Se llama Santiago y se tomó dos colectivos desde “la zona más fea de la provincia”, Florencio Varela, donde vive. Tiene 21 años, camisa manga larga a cuadros y una enorme mochila roja sobre la que ató un pañuelo celeste.
Cuenta sobre el sentido de la pala: “Hay que trabajar en este país. Nada se puede conseguir gratis. Todo es trabajo en la vida”.
De qué trabaja: “Soy Rappi y Pedidos YA”. ¿Cuánto gana? “Un poco, mi mamá me decía: muy bien Santiago, ese dinero lo sacaste de tus esfuerzos”. No dice números. Y finalmente revela que ahora ya no trabaja.
Al joven de la pala lo interrumpe Franco, otro joven, vestido de traje, que quiere sacarse una foto con el instrumento. Me da la cámara y posa de mil maneras para fotos que luego subirá a su Instagram. Franco Vera, sabré después, es un joven militante que ha irrumpido hace pocos meses en el colegio Nicolás Avellaneda de Palermo –estando él domiciliado en el conurbano- para postularse como Presidente del centro de estudiantes de la institución.
Franco Vera es de estatura pequeña pero en el debate del centro de estudiantes miró a sus contendientes de la lista oficialista, asociada al peronismo, y al ver que eran 8 personas dijo: “Yo estoy solo pero me la aguanto”. Primera gran ovación del público que recién lo conocía en un debate que ganó con comodidad con palabras clave como fútbol, Messi, Dios, diversidad.
Su lista, hasta antes del debate compuesta por él solo, se llama Ruge el cambio.

Ahora tiene una decena de seguidores, más después de su segunda jugada: hacerle una cámara oculta a la directora. En la cámara, subida a las redes, se ve cómo la mujer lo apercibe por una serie de hechos difíciles de entender desde afuera, supuestas actitudes de Franco desde que llegó al colegio. Es cierto, se lo nota sobre excitado y concentrado en su carrera estudiantil. Y si bien el video no lo muestra, él asegura que el objetivo de la directora es censurar a Ruge el Cambio para que no se presente –y gane- las elecciones del centro.
Así utilizó la cámara oculta para denunciar la censura institucional.
Su historia merece un documental aparte, que no entra en esta nota. Sobre la elección porteña, él no puede votar. Y pese a las preguntas sobre la actualidad él hablará como representante de los jóvenes de LLA en tono candidato y pedirá que sea a través de videos: “Menos Estado es menos peso al sector público. O sea… Si una persona no capacitada no nos sirve, ¿para qué lo vamos a tener como empleado? Necesitamos tener personas capacitadas. Hay que aprender en esta batalla cultural que los que nos gobiernan son personas normales, no son entes superiores, no tienen título de nobleza”.
¿Los Menem no serán parte? A Franco no le entra una bala: “Los jóvenes somos el cambio” responde en casete y mostrando su sonrisa de dientes con aparatos. Corta la charla para seguir sacándose fotos que subirá tanto a su Instagram como al de la agrupación Ruge el cambio, actividad que le sale muy bien: durante la tarde noche logrará cosechar selfies con personajes como el Gordo Dan o el diputado Martín… Menem.
Fin.




Otras celebridades que se llevan las miradas:
El Zorro con la bandera de Argentina.
Mickey Mouse con un cartel que dice “Aguante Adorni”.
Lila Lemoine vestida como playera de YPF.
Una mujer que tiene tatuada en la cara, justo arriba de su ceja, la palabra “Castrate”. Hay que acercarse bien para entender bien de qué va… o no tanto. En su cachete izquierdo amplía las siguientes consignas:
- Castrá
- Adoptá callejeritos
- Educá
- No compres
- No + piroctenia
Son tatuajes.
En la cara.
Fin.

Franco Carcedo es autor de un libro recién salido del horno que se llama Milei: Conexiones filosóficas. Lo escribió junto a su esposa en La Pampa, donde vive, de donde llegó hoy 7AM y a donde vuelve hoy mismo a las 22. Vino, además de para ver a Adorni y Milei con el objetivo concreto de vender su libro. Lleva 5 ejemplares en la mano, y cuenta que ya vendió otros 5. “Es un camión”, anuncia. Y cuenta sobre su contenido: “El libro relaciona distintos acontecimientos que sucedieron durante la vida de Javier Milei, lo que hizo y muchas veces lo que dijo y dice”. ¿Un ejemplo?
Lo que sigue es literal y no está trucado ni escrito maliciosamente: es parte del libro editado por la editorial Dunken, que cualquiera puede comprar. Dice Franco: “Cuando habla de la felicidad él sin saberlo está hablando de algo que dijo Oscar Wilde en 1888”. ¿Cómo? “Cuando Milei dice que la felicidad es no tenerle miedo a la muerte. Oscar Wilde dice algo parecido”.
La pido mejor hojear el contenido; al inicio hay dos citas. Una de Napoleón que dice: “Los hombres excepcionales son parte de un momento excepcional”. Y otra de Javier Milei: “No seré reconocido como economista sino como rockstar”. Ahí nos vamos entendiendo.

En el libro, profundiza Franco, “hay referencias a Nietzche, Maquiavelo, hay cosas de Spinoza… y la frutilla del postre”. Atención: “La cita de Wilde de la felicidad es de 1888. Milei en 1998 funda una banda que se llama Everest. ¿Sabés cuantos metros tiene el Everest? 8848.88”. Ante mi mirada atónita, Franco Carceda prosigue: “Pero hay más. El día que nació Milei se jugó un partido amistoso para homenajear a Arsenio Erico (futbolista paraguayo muy querido en Independiente). En ese partido debutan Bianchi, Carrascosa y César Laraignée. Ese día nació Milei”.
¿Y entonces? Franco Carceda repite: “El día que nació Milei ellos debutan con la casaca argentina”.
¿Pero cuál sería la conexión filosófica: “Es algo piola porque Milei es fanático de Boca y Bianchi es casi el máximo ídolo de Boca, con Riquelme y Palermo, ponele”.
Vuelvo a pedirle el libro. Sobre el nacimiento de Milei, se informa también que nació el mismo día que el guardameta ruso «Araña» Yasín (¡dos arqueros!) y que se editó un álbum del conjunto Jackson 5 de donde saltaría a la fama Michael Jackson.
Fin.


Equivalencias y bebidas.
Una señora envía videos a un grupo y le responden “como quisiera estar ahí”, “cuidate” y le ponen emojis de un león.
Una nena con la careta de Milei y una motosierra posa para las fotos mientras la mamá, al lado, tiene una careta de Adorni, un caniche y muchos pañuelos celestes atados a la mochila, como si los hubiera llevado para hacerse unos pesos.
Un remera violeta grita “viva la libertad” y otros remera violeta, alrededor, lo miran y estallan en carcajadas. Él también.
Franco Vera me contará luego, orgulloso y dolorido, que le tocó la mano a Milei pero que eso le costó que, literalmente, que los seguridad lo tiraran al piso y le pisaran la cabeza: “Estoy bendecido”.
Suena en el escenario un tema con acordes punk cuya letra asegura que Milei es “el último punk” y “el último superhéroe de la libertad”; eso significa que están al caer el Presidente y también Adorni, a quien nadie parece esperar demasiado. Menos que nadie, los remera violeta.
Aparece más allá otro contingente de remeras violetas que ahora llevan bengalas violetas y tocan bombos violetas, siguiendo a una bandera sostenida por jóvenes prolijos y sonrientes sin remera violeta.
La inscripción de la bandera en la cabecera dice «Jóvenes LLA» y otra atrás “Lugano”. La entrada es de cancha: se canta “el domingo cueste lo que cueste” y “un minuto de silencio para Macri que está muerto”.
Otro de los hits son “El que no salta es radical” y uno que cambia la palabra “Perón” por “León”.

Un hombre de 40 y pico, vestido de traje, es el que saca las canciones y agita.
Lidera a la barra hasta meterla en el centro mismo del escenario.
Mientras este cronista anota otras cosas, como la presencia de francotiradores en las terrazas de Recoleta y al lado del escenario, se ve que el hombre sale del tumulto, ofuscado.
Le han robado el celular.
Habla con una persona de seguridad, que abre las manos en señal de “no puedo hacer nada”.
El hombre está visiblemente afectado, dice “no lo puedo creer” y pide un celular para “dar de baja las tarjetas”.
Consigue una cómplice, a quien le confesará lo que él cree es la razón del robo:
-Es que está lleno de negros.
Fin.
