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Represión en la República de Cromagnon: Matanza de jóvenes a manos del Estado y el mercado

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Reaparecieron cuatro palabras: Que se vayan todos. Un local llamado República de Cromangnon se convirtió el 30 de diciembre en la tumba de 182 jóvenes y niños, sin contar 800 heridos, miles de chicos psicológicamente schockeados por lo que les tocó vivir, y una sociedad herida en el alma. Los empresarios del local habían vendido el triple de entradas autorizadas para maximizar sus ganancias. Maximizaron la muerte. Además, clausuraron las puertas para evitar que alguien entrara sin pagar, convirtiendo al lugar en una trampa de fuego y gases venenosos. El gobierno de la Ciudad fue cómplice de todo esto, pero su peor cara es la de deslindar responsabilidades. Los familiares y amigos de los muertos marcharon cantando: “¿Dónde está/ Kirchner dónde está?” e insultando profusamente al empresario Omar Chabán y -fundamentalmente- al jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra.

“Se va a acabar, esa costumbre de matar” cantaban saltando unos chicos con remeras de Callejeros y La Renga.

“Andate Ibarra, la puta que te parió” precisaba el resto de la movilización.

Era una marcha rara, a contramano por Rivadavia, supuestamente la avenida más larga del mundo. Adelante iba el trueno de una docena de motoqueros que agitaban sus cascos cantando: “se siente, se siente, los pibes están presentes”.

Cuando la marcha comenzaba, en Once, la gente detectó la presencia de Juan Carlos Blumberg, a quien el diario Clarín califica como “referente social en materia de seguridad” (no consta si el autor de tal hallazgo es el rosarino Roberto Fontanarrosa). Blumberg fue insultado y algunos jóvenes se trenzaron a golpes con sus guardaespaldas. Todos se escondieron en el hotel Star, que tuvo que a su vez ser custodiado por la policía. Blumberg adujo que lo habían invitado padres de las víctimas, cosa que no pudo confirmarse.

Los motoqueros llevaban en una de las motos a Aurora Cividino, sobreviviente de la cacería en Puente Pueyrredón que el 26 de junio de 2002 terminó con las vidas de otros jóvenes: Maximiliano Kostecki y Darío Santillán. Al acercarse a Congreso los motoqueros, Aurora y el resto entonaron, como en 2001:


– “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

Todos somos callejeros

Mirando al Congreso los manifestantes (eran unas seis cuadras colmadas) gritaron además: “Asesinos” e “Hijos de puta”, lo que demostraría que en este grupo, al menos, la opinión sobre la clase política es idéntica a la de siempre. Una letra del conjunto Callejeros, justamente, hubiera venido al caso:

Y siempre las mismas caras
y siempre el mismo dolor.
El hombre llora con ganas
y solo, le grita a Dios:
“Ojalá se los lleve el viento
y no vuelvan más”

En las cebras de cruce peatonal, en las paredes, sobre las publicidades, chicas y chicos pintaban: “Justicia para nuestros callejeros”.

La marcha tuvo como distintivo las remeras rockeras, algunos peinados raros, muchísimos adolescentes, chicas y chicos de no más de 14 ó 15 años, metiéndose con mirada clara y desconfiada en el extraño universo que los mayores les estamos dejando. Calzado ganador: zapatillas de lona blanca marca Topper, que muchos padres y madres de adolescentes habrán sabido oler, y que los chicos saben cuidar como símbolo de identidad.

Marcha rara. Mucha gente, mucha, iba llorando. Algunos con sus cartelitos escritos a mano, con una foto, un nombre:

“Lucas Pérez, 12 años, tu familia te ama”.

“Jacquie Santillán”.

“Guido Musante”.

“Pablo y Carol, víctimas de la masacre”.

Las pancartas eran llevadas por las lágrimas. La marcha tuvo momentos de silencio.

Esos momentos eran los más insoportables.

Argentina, Cromagnon

“Ibarra, Chabán, la tienen que pagar” fue otro de los cantos. La gente se movilizaba con desconfianza hacia los supuestos periodistas, luego se entendería con cuánto acierto.

Otro letrero sencillo, escrito bajo quién sabe qué niveles de dolor: “Nuestros hijos pasaron por el infierno. Ahora están con Dios en el cielo”.

Nuevamente el silencio insoportable. Una chica de unos 15 años iba con sus bellísimos ojos verdes derrotados por el llanto. El alivio de unas consignas: “Atención, atención, no los mató el incendio los mató la corrupción”.

En la misma línea, uno de los más entonados:

– “Escuchenló, escuchenló, ni la bengala, ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción”.

Un chico iba con una bandera de Callejeros: “Ese miedo a estar mejor”. Le pregunto de qué canción es. El nombre del tema parece un editorial sobre ciertas apariencias políticas: “Tan perfecto que asusta”.

La Argentina política, en muchos sentidos, es la República de Cromagnon.

– Sus autoridades tienen discurso pomposamente “moderno” y hasta progresista, que choca con sus actos e intereses concretos.

– No logran ocultar cierta inutilidad, o negligencia casi criminal.

– Si es necesario, se fugan, o se mantienen alejados de los conflictos dándose por desentendidos.

– Hay una asombrosa tendencia a cometer las mismas torpezas, brutalidades y crímenes las veces que sea necesario.

– La vida vale poco y nada. La de los jóvenes, cotiza un poco menos todavía.

– A los chicos se los considera básicamente como un ejército de consumo. Se los acorrala en un puro presente, sin futuro.

– La mezcla de negocio opaco, corrupción y mafia es la que suele orientar las principales decisiones.

Tan perfecto que asusta.

Kirchner, Ibarra y la culpa

Frente a la jefatura de gobierno, custodiada por una veintena de policías, la gente cantó: “Yo sabía que a los asesinos los cuida la policía”. Además se gritó “Asesinos” mirando a los uniformados. Mucha gente golpeaba cacerolas o tachos.

En Plaza de Mayo hubo un primer encontronazo con los medios. Había un móvil de Crónica TV que impedía el paso del público hacia la plaza. Recién cuando la gente empezó a empujar el vehículo, el conductor aceptó moverlo. “Manga de hijos de puta, se creen que la gente tiene que ir por donde ellos quieren” dijo un joven de remera roja, en lo que resultó otro inesperado acierto sobre la actitud de muchos de los llamados medios de comunicación.

Allí, con la Casa Rosada al frente, custodiada por vallas azules desde mitad de la Plaza de Mayo, volvió a surgir: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Y además: “¿Dónde está, Kirchner dónde está?” gritaba una señora.

“En El Calafate está”, le dijo otra. “Es increíble. Los chicos que se salvaron sienten culpa por estar vivos. Kirchner e Ibarra, en cambio, no sienten culpa”.

“Olé olá, si no hay justicia qué quilombo se va a armar” pasó a ser el nuevo canto. Un cartel: “Nos mataron a Pato, hoy venimos del cementerio. Justicia para nuestros chicos”. Otro: “Justicia para nuestras almas perdidas”.

Sobre el vallado azul se instalaron chicos con velas y carteles. Uno tenía la remera de Los Ratones Paranoicos, y una bandera: “Jóvenes de La Matanza x Justicia”. La gente cantó: “Kirchner-Ibarra, el pueblo da la espalda”, y todo el mundo, en efecto, dio la espalda a la Casa Rosada.

“Salta salta, pequeña langosta, Chabán, Ibarra y Kirchner son la misma bosta”, cantaron

Un joven, pero no tanto, se trepó parcialmente a la Pirámide de Mayo con un megáfono, y comenzó a arengar al público con un discurso claramente de partido de izquierda. El chico de Los Ratones empezó a gritar: “Sos un político hijo de puta, bajate de ahí que nadie te llamó, mandate mudar”. Los abucheos e insultos convencieron al señor del megáfono a dejar en paz a la Pirámide y a sus congéneres.

Se reunieron los familiares junto a una camioneta con parlantes. Habló primero la tía de Sergio Escobar: “No fue un accidente. Fue una masacre. Que renuncien todos los culpables. Los chicos iban a divertirse. Tienen derecho a divertirse. Ni si quiera están los políticos para decirnos ‘la acompaño en el sentimiento’. Que se vayan todos”.

Otra mujer tomó el micrófono llorando: “Soy la mamá de Sebastián Fernández. Justicia, justicia, justicia. Nada más. La Tierra es el Infierno”.

Los fotógrafos y periodistas arrinconaban a los familiares que empezaron a pedir que se alejaran. “No busquen acá una primicia” les informaron.

La hermana de Mariano Benítez fue más profética aún: “Que todo esto sea sin violencia, para que no nos agarren. Acá no solo los dejaron morir -dijo, y se le partió la voz- dejaron que se pudran los cuerpos. Yo no quiero que se vayan. Quiero que los metan presos”.

“Mi hermanito es André Funes. Dijo ‘es’ porque no murió. Es nuestro solcito. Justicia, más que nunca, justicia”.

Es un dato de la realidad, a esta altura, que para buena parte de la sociedad Argentina, la justicia es una especie de utopía extravagante.

“Yo no tengo fe en este gobierno hijo de puta” dijo la hermana de Rubén Belzunce. “Vamos a enterrarlos junto a los nuestros para que les den explicaciones”.

Apareció ante el micrófono un hombre que dijo llamarse José Soto, quien dio comienzo a una proclama -mezcla de delirio y psicopatía- contra los padres de las víctimas “que dejan a los chicos sin ayuda”, y contra el rock en general. Los silbidos cortaron lo que no pareció ser otra cosa que una provocación.

Hubo otro incidente con un fotógrafo que seguía empujando y molestando a los familiares. En ese horno que era la Plaza de Mayo, en ese ambiente caldeado, la discusión con el reportero subió de tono y los familiares decidieron retirarse. Otro triunfo de los medios.

Los que estaban sobre las vallas azules cantaron: “Eo, Eo, esto es para los chicos que nos miran desde el cielo”, encendiendo velas y mirando, efectivamente, hacia la noche azul y estrellada. Uno de los chicos, ¿15 años? tiraba besos al cielo con la vela en alto, tocándose con la otra mano el corazón, y llorando.

Adriana, mamá de Fernando (15 años) contaba que su hijo se salvó de milagro pero que ella estará junto a sus compañeras: “En las dos horas que estuve buscando a mi hijo, sin saber qué le había pasado, vos podés creerme o no, pero te juro que en lo único que pensaba era de qué manera iba a matarme si él no aparecía vivo. Lo único”.

Siguió diciendo: “Ibarra se preocupa mucho por el cinturón de seguridad para salvar vidas, pero aquí no hace lo más sencillo. Decir: señores, les pido perdón a todos, y renuncio. Acá no hubo negligencia, hubo criminalidad”.

Un diagnóstico: “La gente les tiene miedo, porque son chicos. Yo te reconozco que a veces son contestadores, se enojan con una. Pero son puro corazón. Mirá la cantidad de chicos que lo único que hicieron fue ayudar a salir a los otros. Mi hijo se quedó esperando a un amigo que no salía, y mientras tanto no paraba de sacar gente. Cuando salió el amigo, sangraba de la nariz y mi hijo lo acompañó al hospital. Son re rockeros y no nos quieren ver ni cerca, pero el chico iba llorando porque no encontraba a su mamá”.

Adriana cuenta una hipótesis: “A los que van a los recitales los revisan para que no lleven bengalas, para que después la compren adentro”. Uno de los chicos que la está escuchando, aclara que el 26 de diciembre había habido un incendio en el lugar, fueron los bomberos, lo apagaron, y todo siguió igual. “La culpa no es de la bengala”.

En diálogo con lavaca Adriana cuenta que alguien del Partido Obrero les dijo a las madres: Si ustedes no se organizan con nosotros, se van a quedar solas. “Y le contestamos: entonces, nos vamos a quedar solas, no te hagás ningún problema. Yo los conozco de lejos, porque de chica milité. Cuando un tipo en vez de caminar en la marcha va caminando hacia atrás, mirando a la gente y haciendo gestos para que cante, ya lo tenés calado. Mirá, el que nos hizo la advertencia es ese de remera azul” dice señalando hacia un joven pero no tanto, que movía los brazos como un director frente a su coro.

“Le pregunté para qué vinieron, si nadie los llamó. Y me dijo: para organizar. Así, con esa idea, rompieron todas las asambleas en las que entraron”.

La represión

La desconcentración volvió a reunir a mucha gente frente a la jefatura de Gobierno porteña, pero los padres y madres ya se habían retirado. Allí estaban los policías. Un grupo muy pequeño de manifestantes les tiraba botellas de plástico. De pronto se armó un remolino y alguien gritó: “¡Está armado!” Se trataba de un policía, en la entrada al edificio sobre Bolívar y Diagonal Norte. Allí se dirigieron varios de estos manifestantes, y comenzaron a arrojar piedras contra la puerta, con estuidado oficio. Detalle técnico: no usaban las zapatillas de lona sucia, u ojotas como muchas de las chicas y chicos rockeros (para hablar de los manifestantes más espontáneos, no tan expertos ni tan organizados) sino marcas más poderosas de zapatillas de cuero.

La mayoría de rockeros empezó a alejarse, los chicos les avisaban a las chicas, y la cosa quedó en una típica agresión de un grupo contra la policía. Por la vereda de Rivadavia de la Plaza, se asomaron carros de asalto e hidrantes que marcharon velozmente hacia la manifestación.

Todo el mundo corrió, y frente a la jefatura de Gobierno la gente empezó a arrojar objetos a las denominadas fuerzas del orden, que hicieron funcionar el camión hidrante con un líquido azul que manchó los trajes de más de un movilero.

Los manifestantes encendieron basura más adelante, los camiones siguieron avanzando. Todos iban rumbo a la 9 de Julio pero los rockeros ya se habían ido tras el grupo de padres, veloces en sus zapatillas de lona. En la Embajada del Café, sobre Avenida de Mayo, los parroquianos salieron a insultar a los policías, que los observaban sonriendo sobradoramente.

En ese momento un grupo de jóvenes de remera y jeans que podían haber pasado por manifestantes, surgido quién sabe de dónde, se abalanzó sobre alguien en la vereda de enfrente. Lo llevaron una cuadra agarrado de las piernas y el cabello. Así lo depositaron en un vehículo policial, y salieron corriendo hacia delante.

Esos policías de civil habían estado infiltrados en la marcha todo el tiempo. Al verlos juntos, con esas caras, esos tamaños y esas zapatillas, resultaban evidentes, pero en medio de la marcha eran invisibles. Al 800, en una panchería, se abalanzaron sobre un chico de rulos que empezó a gritar: “¡Díganles que yo estaba comiendo!”. El dueño del local se puso como loco: “Es un cliente mío, estaba cenando desde hace una hora, no hizo nada, y lo llevaron. Se llama Gustavo. ¿Cómo pueden ser tan mal paridos?”

Una chica morocha que le gritó “boludos” a los policías corrió igual suerte.

Los carros de asalto seguían a los manifestantes. Otros vehículos aparecieron desde el otro lado de Avenida de Mayo, a contramano, y otros desde el Obelisco. Habían preparado una trampa perfecta con epicentro en la Avenida Nueve de Julio, donde la tenaza se cerraría sobre la movilización. Pero los manifestantes habían sido demasiado rápidos. Ya no estaban. De todos modos la información sobre la medianoche consignaba quince detenciones, que tal vez hayan sido igual de arbitrarias.

Quince. Como en la Legislatura, en julio pasado.

Los camiones policiales, incluso el que seguía lanzando espásticamente un chorrito de pis azul, y los policías, se quedaron mirándose los unos a los otros. Los periodistas también.

Todos, un poco desconcertados.

La gente, como suele ocurrir, estaba en otra parte.

El jueves el grupo Callejeros convoca a otra marcha, a las 18 desde el Congreso. “Ünicas consignas: llevar una vela, marchar en paz y no llevar banderas de ningún partido político”.

Habrá que ver, hasta entonces, cómo sobrelleva cada uno la compañía a veces insoportable del silencio.

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4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

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Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

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La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

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Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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