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Seré millones: Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita

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“El cadáver de Evita es el primer desaparecido de la historia argentina. Durante 15 años nadie supo en dónde estaba. El drama fue tan grande que su madre (Juana Ibarguren) clamaba de despacho en despacho pidiendo que se lo devolvieran. Y murió en 1970 sin poder averiguar nada. A diferencia de los cadáveres desaparecidos durante la dictadura, que ruegan por ser enterrados, el cadáver de Evita clamó por ser ofrecido a la veneración. De algún modo, Santa Evita es el relato de esa conversión de un cuerpo muerto en un cuerpo político”.

Tomas Eloy Martínez (fallecido en 2010) fue el autor de la obra que, a 70 años de la muerte de Evita, se transformó en serie, protagonizada por Natalia Oreiro. Compartimos esta entrevista publicada en MU de diciembre de 2008 en la que Tomás habla de su vida: censuras, dictaduras, aventuras, la pasión, el periodismo y el valor de las utopías. Dos frases de un creador que nunca dejó de sentirse periodista.

«Si hay algo que me inquieta del periodismo actual es esa falta de pasión, esa comodidad con que se expresan las cosas. Para nosotros cada palabra siempre fue un juego de todo o nada, de vida o muerte. Y no quiero hablar como los viejos de un pasado ideal, sino que digo esto en honor a un futuro deseable».

“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta. Afirmemos, entonces, nuestro derecho a reclamar un mundo que no se parezca a ningún otro, y pongamos nuestra palabra de pie para ayudar a crearlo”.

Por Claudia Acuña

La foto está en la pared del estudio tapizado de libros y ni siquiera ocupa un lugar central. Es apenas un pequeño cuadrado enmarcado por el que asoman tres jóvenes cancheros. No miran a cámara, sino al futuro, que está al costado, desafiándolos. De izquierda a derecha: Tomás Eloy Martínez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. El cuarto integrante de la banda está a cargo de la toma y se llama Guillermo Cabrera Infante. “El día que fuimos al cine con Los Beatles”, me dirá Tomás.

Ajá.

¿Y qué fueron a ver?

“El estreno de 2001, Odisea del Espacio”.

Ajá.

Significa, entonces, que la toma es de 1968, cuando los Beatles acababan de parir su Álbum Blanco y Tomás tecleaba sus notas en la revista Primera Plana. Significa, también, que este hombre de jean y remera que tengo enfrente tiene ahora 74 años y el paladar negro de los periodistas de raza.

Tomás es, ante todo, un caballero y con esa hidalguía cabalga su condición de sobreviviente –hincó el diente al pastel de la Historia, conoce su sinsabor y no se queja– que lo enfrenta ahora a una nueva batalla. Su salud no es buena, pero su actitud se parece a la de aquel muchacho de la foto, que mira hacia el costado dispuesto a lo que venga.
 
Tomás acaba de publicar su última novela, Purgatorio, que comienza con un párrafo perfecto:
“Hacía treinta años que Simón Cardoso había muerto cuando Emilia Dupuy, su esposa, lo encontró a la hora del almuerzo en el salón reservado de Trudy Tuesday”.

A partir de este desaparecido que aparece en la fantástica locura de su esposa, la historia corre hacia atrás, hacia la genealogía de ese delirio que comenzó cuando la dictadura rompió todas las barreras de la razón y de la vida. Dos cosas se imponen en este Purgatorio: cómo está escrito y desde dónde. La escritura tiene un perfume a clásico, entendiendo por esta palabra ese estilo que nunca envejece porque no responde a las modas, sino a los modos más nobles del lenguaje. Dónde se coloca el narrador es ya una marca de este autor que en todas sus obras elige estar al lado del lector, susurrándole la historia. En este caso, esa historia está en función de demostrar la omnipresencia del desaparecido, esa ausencia tan presente, tan palpable, tan vívida, ante la cual se desvanecen las artimañas más crueles de construcción del olvido.

La novela permite, sin duda, muchas lecturas, pero la mía se detiene en los detalles que Tomás zurció con el material que encontró en las revistas de la época y que dan cuenta de hasta dónde se hundió en la cloaca la profesión periodística. Se lo pregunto a él, que es casi un príncipe del oficio:

-Me niego a generalizar, porque generalizar es siempre una actitud fascista y cada tema tiene sus grises, sus contradicciones. Pero muchos, muchos textos de los que leí me produjeron un profundo asco. Me hicieron preguntar cómo es posible que la conciencia de un ser humano pueda caer tan bajo, pueda negar cualquier tipo de compasión, de comprensión por el otro, por lo otro, por aquello que es y piensa diferente. Creo que el peor de los daños, el más permanente de la dictadura fue la intención violenta de convertir a este país a una ideología de cuartel.

-¿Creés que por eso la literatura y el periodismo perdieron su capacidad de creación, que es finalmente hija de la desobediencia?
-Es que la literatura si no es desobediencia, no es. La literatura, como el periodismo, son centralmente actos de transgresión, maneras de mirar un poco más allá de tus límites, de tus narices. Todo lo que he escrito en la vida han sido actos de búsqueda de libertad. Nada me daba más placer –cuando publicaba mis primeros artículos en La Gaceta de Tucumán– que mi madre les dijera a mis hermanas: “Tenemos que ir a misa a rezar por el alma de Tomás que está totalmente perdida”.

Seré millones: Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita
Tomás Eloy Martínez en la nota de MU. Foto: Nicolás Pousthomis/Subcoop para lavaca.

En nombre propio

La primera vez que Tomás perdió el alma fue a los 9 años, cuando decidió ir detrás de un circo. La aventura le valió un mes de encierro, sin lecturas ni juegos. Dedicó el tiempo libre a escribir un cuento: la historia de un chico que burla el castigo de sus padres metiéndose dentro de una estampilla para así viajar por el mundo.

A los 16 ganó un premio provincial de poesía y al año siguiente, uno de narrativa que le otorgó el dinero necesario para perderse por segunda vez: viajó a Buenos Aires con la intención de conocer escritores. Cuando regresó a Tucumán, comenzó a estudiar Derecho, tal cual deseaba su familia, pero al poco tiempo se perdió por tercera y definitiva vez: cambió su carrera universitaria por Letras y empezó a trabajar en el diario La Gaceta. No hubo rezo que pudiera torcer ese destino.

Comenzó como corrector, y al poco tiempo pasó a la redacción como crítico de cine. Así llamó la atención del porteño diario La Nación, en el que trabajó desde 1957 hasta 1961. Su salida forma parte de la mitología periodística, pero la versión remixada que cuenta hoy, con pasión y sin rencor, le otorga un nuevo significado. Dirá Tomás, antes de que lleguemos al episodio de La Nación:

-De chico era un católico cerrado, creyente de todo lo que se tiene que creer para ser miembro de la Acción Católica.
-¿Y cuál es tu fe ahora?
-Me da una gran paz y una enorme felicidad saber que del otro lado no hay nada. Todo lo que queda de vos es lo que dejaste.
-“Tu identidad son tus recuerdos”. Es una frase que escribiste en Purgatorio y en La Novela de Perón. ¿Cuál es la identidad que forman tus recuerdos, si pudieses elegir entre dos o tres?
-La primera vez que escribí, que fue esa primera señal de rebelión, en ese caso contra mis padres. El segundo, quizá, sea esa sensación de extrañeza a la que me enfrentó el exilio. Es algo que intenté reflejar en esta novela, en la escena de la visita al Jardín del Exilio del Museo del Holocausto.
-¿Tus libros también forman parte de esos recuerdos que te definen?
-Reflejan momentos distintos y distintas actitudes mías para enfrentarlos.
-Tomemos el caso de La novela de Perón: apareció por entregas en la revista El Periodista, año 1985: fin de la dictadura.
-Fue una sublevación contra el cartón pintado con el que quería construirse esa historia. Lo que pretendía, al publicarla por entregas, era una mímesis con el Facundo de Sarmiento. Transmitir lo que yo creía que era el verdadero Perón: un Perón intervenido por López Rega.
-Que es el Perón que vos, generacionalmente, viviste…
-Que fue el que viví y padecí. A mí siempre me sorprendió cómo gente como Enrique Raab pudo notar inmediatamente y desde la plaza cosas sobre eso en lo que se había convertido el peronismo, que en esa época nadie veía. Enrique era militante del PRT y desapareció en el 77. Poco antes me escribió una carta –yo ya me había exiliado en Venezuela– para contarme que querían editar una revista crítica al gobierno y para pedirme que colaborara. Le contesté que era un honor inmenso, pero que me parecía muy peligroso para él, no sólo que yo escribiera sino que editara ese tipo de publicación. Me di cuenta, entonces, hasta qué punto no se veía en este país que el gobierno de Videla era represor, opresor y asesino. No se veía.
-Muchas cosas no se veían. ¿A qué atribuís esa ceguera?
-A todo ese aparataje de publicidad puesto al servicio de la propaganda.
-¿Tanto poder tiene para vos la palabra escrita?
-La palabra escrita siempre crea opinión y es poderosa. Pero ese poder no depende sólo de la dimensión de un medio. Ese poder también está presente en la fuerza y en la pasión con que se escribe. Si hay algo que me inquieta del periodismo actual es esa falta de pasión, esa comodidad con que se expresan las cosas. Para nosotros cada palabra siempre fue un juego de todo o nada, de vida o muerte. Y no quiero hablar como los viejos de un pasado ideal, sino que digo esto en honor a un futuro deseable. El otro día hablaba con unos chicos sobre la crítica literaria, que es un género prácticamente extinguido. ¿Por qué? Porque si hoy critican un libro de Piglia o de Aira tienen miedo de sufrir represalias…
-Y se sufren… Vos las sufriste: del diario La Nación te fuiste cuando censuraron tus críticas cinematográficas…
-El otro día Luis Saguier (actual director periodístico de La Nación) reunió a toda la redacción y me pidió que les narrara el episodio, casi como una ceremonia pública vindicatoria. Comencé por recordar que Ernesto (Schoó, el otro protagonista de esta historia) y yo éramos muy irreverentes. Ernesto con un estilo más educado, podría decirse, y yo con uno más irónico, pero los dos escribíamos realmente lo que se nos cantaba. Ernesto se burlaba de Mujica Láinez, por ejemplo o yo de Mallea, que eran intocables. Eran los Piglia o Aira de hoy. Por esa época, además, La Prensa comenzó a firmar las críticas que publicaba y La Nación no tardó en imitarla. Se firmaba con iniciales, pero todos los lectores nos identificaban. Un día publiqué una crítica sobre Los diez mandamientos que decía, burlonamente, “al fin puede escuchar a Dios hablar en letra gótica”. Y las grandes distribuidoras cinematográficas –United Artist, Paramount, entre otras– se enojaron y retiraron la publicidad. Representaba algo así como un millón de pesos por mes, mucho dinero. Lo que pedían, en concreto, era que nos despidieran a Ernesto y a mí. O que nos domesticaran. En honor a la verdad, debo decir que La Nación aguantó una semana, luego otra, hasta que finalmente me llamó el administrador, Enrique Drago Mitre, y me dijo: “¿Usted tiene conciencia de cuál es su trabajo en este diario?” Le contesté: “Por supuesto”. “¿Usted sabe que tiene que escribir lo que se le pide?” Le contesté: “Por supuesto, si me pagan mi salario”. El hombre consideró que estaba todo claro y pasó a darme las instrucciones: a partir de ese día debía remitirme a las órdenes que me daría un secretario de redacción, que me diría lo que tenía que escribir y cómo. “Perfecto –le contesté–. Entiendo lo que me dice: ustedes me dan las órdenes y publican lo que yo escribo, pero sin mi firma. Porque mi trabajo está en venta, mi firma, no”. A partir de ahí me mandaron a la sección Movimiento Marítimo. Aguanté tres días y renuncié.
-¿Cuál era tu situación personal?
-Tenía dos hijos, así que tuve que salir a buscar trabajo inmediatamente. Y no conseguía porque estaba en la lista negra. En esa época pelearse con una empresa periodística era pelearse con todas.
-Ahora también. Pero, a pesar de todo, ¿no fue esa renuncia la que te convirtió en Tomás Eloy Martínez?
-Sin duda. Tuve la enorme alegría de que gente como Godard, Truffaut y todos los grandes directores y críticos cinematográficos del momento firmaran un manifiesto en defensa de Ernesto y mía, contra la censura que el diario y las distribuidoras ejercían. Quizás ahora esto no sea tan extraño, pero por esa época era completamente novedoso. Y se publicó en todos los diarios europeos. Sin embargo, en mi vida concreta, tuve que trabajar un año llevando bandejas con sándwiches para alimentar a las modelos en una agencia de publicidad, ganando mendrugos. Recién después de ese largo año me llamó Jacobo Timerman para trabajar en Primera Plana.
-¿Y qué pasó cuando contaste todo esto en La Nación?
-Los chicos me aplaudieron. ¿Qué otra cosa iban a hacer si estaba el dueño adelante?

Cómo viajar a Japón

Tomás fue jefe de redacción de Primera Plana desde 1962 hasta abril de 1969, cuando la dictadura de Onganía la cerró. Fueron épocas tan épicas como aquella foto que lo muestra como un Beatle, aunque el beat criollo tenía sus límites que aprendió a sortear con imaginación.

-Una vez fui a platearle al administrador que quería ir tres meses a Japón para hacer una nota sobre los sobrevivientes de Hiroshima. La respuesta fue la de siempre: hizo cuentas. Luego de sumar prolijamente los costos de pasajes, estadía y comida, me dijo que esa nota representaba unos 5.000 dólares. No le importó el argumento que le di sobre cuánto ganaría una publicación capaz de hacer una nota como esa, así que le ofrecí un trato: “Mándeme a Japón y le traigo la nota y su dinero”. Y así fue. Estuve en Japón tres meses, hice la nota y como el vuelo de regreso hacía escala en París, aproveché para ir a L´Express y ofrecerle la nota a Françoise Giroud, la directora periodística de esa revista. Cuando se mostró interesada, le planteé los inconvenientes: primero tenía que publicarla Primera Plana y además, costaba 5.000 dólares. Aceptó y fue tapa de L´Express. Cuando volví a Buenos Aires le entregué al administrador de Primera Plana los 5.000 dólares.
-¿Y te los aceptó?
-¡Por supuesto!

Best seller

Cerrado el capítulo Primera Plana, Tomás se convirtió en corresponsal de Editorial Abril en París. Desde allí regresó para hacerse cargo de la dirección de la revista Panorama. Fue Massera, por entonces capitán de navío, quien pidió su cabeza por la nota que publicó sobre la masacre de Trelew. La tuvo: renunció. Luego, la Triple A lo persiguió con amenazas que lo llevaron al exilio en Venezuela, donde vivió desde 1975 hasta 1982. De allí partió a Washington, como becario, a terminar La novela de Perón. Nacía el escritor.

Ya en 1995, Santa Evita lo convirtió en el autor nacional contemporáneo más traducido a otras lenguas. Dirá Tomás sobre esa novela: “El cadáver de Evita es el primer desaparecido de la historia argentina. Durante 15 años nadie supo en dónde estaba. El drama fue tan grande que su madre (Juana Ibarguren) clamaba de despacho en despacho pidiendo que se lo devolvieran. Y murió en 1970 sin poder averiguar nada. A diferencia de los cadáveres desaparecidos durante la dictadura, que ruegan por ser enterrados, el cadáver de Evita clamó por ser ofrecido a la veneración. De algún modo, Santa Evita es el relato de esa conversión de un cuerpo muerto en un cuerpo político”.

Elogio de la utopía

Apenas un año después y cuando saboreaba ser best-seller, Tomás escribió un artículo con un título provocador: “Defensa de la utopía”. Regresaba en ese texto el periodista, legitimado por el éxito del escritor, para decirnos:
 
“Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el gacetillero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz. El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que un periodista convencional no lo piense así. Pero un periodista de veras no tiene otra salida que pensar así. El periodismo no es algo que uno se pone encima a la hora de ir al trabajo. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con nosotros”.

“El periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector sino, ante todo, una voz a través de la cual se puede pensar la realidad, reconocer las emociones y las tensiones secretas de la realidad, entender el porqué y el para qué”.

“Es verdad que, en algunos casos, la brutalidad del Poder impone la retórica excluyente del silencio. Para poder hablar después hay que sobrevivir ahora. Ésa fue la desgarradora alternativa que afrontaron los internados de los campos de concentración, donde quiera existieron esos campos: en Auschwitz, en la isla Dawson, en las “peceras” de Buenos Aires. ¿Enfrentarse al Poder con la certeza de la derrota o fingir resignación ante el Poder para dar luego testimonio de la ignominia? Pero cuando el silencio dura demasiado tiempo, la palabra corre el riesgo de contaminarse, de volverse cómplice. Para hablar hace falta valor, y para tener valor hace falta tener valores. Sin valores, más vale callar”.

“Hay que cuidar las formas, me repetía un jefe de redacción en el diario donde me inicié cuando era adolescente. Hay que conciliar, me decía, hay que entender el juego del Poder. Ésa fue la primera enseñanza contra la cual me sublevé. Siempre he pensado (y éste es un tema para discutir largamente) que el periodismo no tiene sino dos formas que cuidar: la de su herramienta –el lenguaje–; y la de su ética, que no responde a otro interés que el de la verdad. No tiene por qué conciliar, con nada ni con nadie. Su misión es en eso idéntica a la del artista: revelar los abismos y las luces más secretos del hombre, agitar las aguas, estimular la imaginación, provocar el cambio, luchar sin sosiego para que las perezas y los conformismos que adormecen la inteligencia sean derribados con el mismo estrépito liberador que hace tres milenios hizo caer las murallas de Jericó.”

“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta. Afirmemos, entonces, nuestro derecho a reclamar un mundo que no se parezca a ningún otro, y pongamos nuestra palabra de pie para ayudar a crearlo”.
 
Tomás me dirá ahora una sola cosa al respecto: “Las utopías son lo único que nos permite desafiar a la muerte”.

Y así y de pie, me despide con un abrazo intenso que me regala como recuerdo.

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

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Todo lo que se narra a continuación sucedió mientras, en el Congreso, la policía reprimía a mansalva a jubilados, periodistas –incluido Lucas Pedulla, integrante de lavaca– y personas que se acercan a movilizarse cada miércoles. Fin.

Crónica de Franco Ciancaglini. Fotos de Sebastian Smok.

La historia comienza así: el partido del gobierno La Libertad Avanza organizó un acto de cierre de la campaña del vocero presidencial y candidato a legislador porteño Manuel Adorni, en Plaza Mitre, Recoleta.

El montaje del escenario afirma: “Adorni es Milei”.

Se espera que ambas personalidades estén y hablen hoy.

Pero falta para eso.

Media hora antes de la convocatoria, en distintas esquinas de la avenida Libertador, hay grupos de personas que, muy organizadas, esperan.

En las esquinas la mayoría va vestida de negro pero, en un acto de magia política, luego se las verá llegar a la plaza con la misma remera violeta, puesta arriba de sus verdaderas remeras o incluso de buzos y camperas.

Un notero de TN primero y luego de C5N hablaron con estas personas, que confesaron haber sido convocadas para trabajar en “prevención” bajo la promesa de una paga de 25 mil pesos.
El Whatsapp de la convocatoria, revelado a cámara por uno de ellos, decía: “Ahy (sic) un acto político de 17 a 21. 25 mil pesos. El que quiere se anota”.

Finalmente no era para prevención, sino para “presencia”.

Pero lo peor no es nada de esto, sino que finalmente no les pagaron los 25 mil, sino que quisieron darles 10 mil; ante la presión, algunos recibieron 20 y otros, nada: “Porque no me quiero poner la remera esa sucia no me quieren pagar”, denunció el más sincero ante las cámaras.

Fin.

Lo cierto es que estas columnas de unas 50 personas cada una fueron las que lograron ocupar una plaza Mitre que estaba semivacía.

Temprano, los remera violeta se negaban a hablar con la prensa, aún disciplinados por la promesa de la paga. Luego, ante la deflación de lo prometido descargaron su bronca ante las cámaras dejando en evidencia cómo trabaja el puntero Sebastián Pareja en la provincia de Buenos Aires, de donde provenían estas personas, para el cierre de una campaña porteña.

Alicia es jubilada pero no está marchando alrededor del Congreso, sino que está acá, colándose entre los violetas para saltear unas vallas y pasar más rápido hacia el sector del escenario. Hace un año y medio que se afilió al partido en la Comuna 13 Belgrano, Núñez. Habla de Milei como obnubilada, apurando su paso como ansiosa por la posibilidad de verlo en vivo. Faltan, al menos, dos horas.

Describe a Milei como un “bocho en economía” y se ríe al recordar que en la última elección, hace dos años, votó al actual jefe de gobierno, Jorge Macri. Está claro que no repetirá voto: “Está la ciudad muy abandonada. Mucho linyera, ratas por todos lados. En mis 82 años nunca había visto ratas en la ciudad”. Voto cantado: Adorni, a quien define como “alguien muy correcto”.

Sobre el otro Macri, el Mauricio, dice que “en su momento gobernó bien” pero ahora lo ve fuera de escena. No está al tanto de sus últimas apariciones contra Caputo, Karina y al propio Presidente, o no le interesan.

Alicia prefiere no hablar más y busca un lugar cerca del escenario para ver a su Presidente.

Lucía y Paula, también jubiladas, vinieron de Vicente López y prefieren mirar la escena desde atrás de todo. Es que llevan dos perritos de raza, o de diseño: Coca y Cola. ¿Qué les gusta de Milei? “Te puede gustar o no pero él habla desde el sentimiento. De lo que sentimos muchos”, dice Paula. Lucía suma: “Me gusta porque va a fondo”.

Sobre Mauricio Macri: “Yo lo voté. Ahora, de política no entiendo mucho, pero me da un poco de tristeza porque creo que tienen (con Milei) más coincidencias. Pero tiene que haber una oposición con responsabilidad. Tal vez Macri sea la oposición”.

Marta también es jubilada de 87 años bien llevados. Por qué vino acá (y no al Congreso): “Porque quiero escuchar quiero informarme quiero saber. Son tantos años de lo otro, que esto merece una oportunidad”.

Sigue sola: “El tono no me gusta. Cuando dice malas palabras es un mal ejemplo para la juventud”.

Qué le pedirías al gobierno a nivel Ciudad: “Por favor que saque las villas. La 31 es infernal”. Se pregunta y se responde: “¿Porque avanzaron tanto? Porque les han dado plata”.

¿Marra? “Sí, me gusta. Qué paso ahí, no sé. Me gusta, te soy sincera, pero ahora hay que unir fuerzas”.

¿Está de acuerdo con la medida anti-inmigratoria? “¿Vos te podés hacer ciudadano dinamarqués, o paraguayo? Acá entran todos. Los chorros, los burros. Y si no les gusta que se vuelvan a sus países”.

¿Y la pobreza? Marta cambie el eje: “Basta de decir ‘hagan lío’. Francisco se terminó. Basta de decir la iglesia de los pobres. Pepe Mujica era comunista. Se han hecho ricos con los pobres”.  

Precisamente Mujica pareciera que no. Ella: “No sé. Déjame dudar. Pero basta”.

¿Qué representa para vos Mujica y qué Milei? “Apoyo a Milei y lo nuevo. Y que dios nos ayude”.

¿Y si sale mal? “Creo que ya no voy a estar con vida. Que se arreglen los que quedan”.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Fotos: Sebastian Smok

A su lado hay un joven con una pala gigante. Posa sonriente para decenas de cámaras. Parece haber logrado su objetivo: llamar la atención.

Se llama Santiago y se tomó dos colectivos desde “la zona más fea de la provincia”, Florencio Varela, donde vive. Tiene 21 años, camisa manga larga a cuadros y una enorme mochila roja sobre la que ató un pañuelo celeste.

Cuenta sobre el sentido de la pala: “Hay que trabajar en este país. Nada se puede conseguir gratis. Todo es trabajo en la vida”.

De qué trabaja: “Soy Rappi y Pedidos YA”. ¿Cuánto gana? “Un poco, mi mamá me decía: muy bien Santiago, ese dinero lo sacaste de tus esfuerzos”. No dice números. Y finalmente revela que ahora ya no trabaja.

Al joven de la pala lo interrumpe Franco, otro joven, vestido de traje, que quiere sacarse una foto con el instrumento. Me da la cámara y posa de mil maneras para fotos que luego subirá a su Instagram. Franco Vera, sabré después, es un joven militante que ha irrumpido hace pocos meses en el colegio Nicolás Avellaneda de Palermo –estando él domiciliado en el conurbano- para postularse como Presidente del centro de estudiantes de la institución.

Franco Vera es de estatura pequeña pero en el debate del centro de estudiantes miró a sus contendientes de la lista oficialista, asociada al peronismo, y al ver que eran 8 personas dijo: “Yo estoy solo pero me la aguanto”. Primera gran ovación del público que recién lo conocía en un debate que ganó con comodidad con palabras clave como fútbol, Messi, Dios, diversidad.

Su lista, hasta antes del debate compuesta por él solo, se llama Ruge el cambio.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Franco Vera, candidato a presidente por la lista Ruge el cambio del centro de estudiantes del colegio Nicolás Avellaneda.

Ahora tiene una decena de seguidores, más después de su segunda jugada: hacerle una cámara oculta a la directora. En la cámara, subida a las redes, se ve cómo la mujer lo apercibe por una serie de hechos difíciles de entender desde afuera, supuestas actitudes de Franco desde que llegó al colegio. Es cierto, se lo nota sobre excitado y concentrado en su carrera estudiantil. Y si bien el video no lo muestra, él asegura que el objetivo de la directora es censurar a Ruge el Cambio para que no se presente –y gane- las elecciones del centro.
Así utilizó la cámara oculta para denunciar la censura institucional.

Su historia merece un documental aparte, que no entra en esta nota. Sobre la elección porteña, él no puede votar. Y pese a las preguntas sobre la actualidad él hablará como representante de los jóvenes de LLA en tono candidato y pedirá que sea a través de videos: “Menos Estado es menos peso al sector público. O sea… Si una persona no capacitada no nos sirve, ¿para qué lo vamos a tener como empleado? Necesitamos tener personas capacitadas. Hay que aprender en esta batalla cultural que los que nos gobiernan son personas normales, no son entes superiores, no tienen título de nobleza”.

¿Los Menem no serán parte? A Franco no le entra una bala: “Los jóvenes somos el cambio” responde en casete y mostrando su sonrisa de dientes con aparatos. Corta la charla para seguir sacándose fotos que subirá tanto a su Instagram como al de la agrupación Ruge el cambio, actividad que le sale muy bien: durante la tarde noche logrará cosechar selfies con personajes como el Gordo Dan o el diputado Martín… Menem.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Lila Lemoine apareció vestida de playera de YPF.

Otras celebridades que se llevan las miradas:

El Zorro con la bandera de Argentina.

Mickey Mouse con un cartel que dice “Aguante Adorni”.

Lila Lemoine vestida como playera de YPF.

Una mujer que tiene tatuada en la cara, justo arriba de su ceja, la palabra “Castrate”. Hay que acercarse bien para entender bien de qué va… o no tanto. En su cachete izquierdo amplía las siguientes consignas:

  • Castrá
  • Adoptá callejeritos
  • Educá
  • No compres
  • No + piroctenia

Son tatuajes.

En la cara.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

Franco Carcedo es autor de un libro recién salido del horno que se llama Milei: Conexiones filosóficas. Lo escribió junto a su esposa en La Pampa, donde vive, de donde llegó hoy 7AM y a donde vuelve hoy mismo a las 22. Vino, además de para ver a Adorni y Milei con el objetivo concreto de vender su libro. Lleva 5 ejemplares en la mano, y cuenta que ya vendió otros 5. “Es un camión”, anuncia. Y cuenta sobre su contenido: “El libro relaciona distintos acontecimientos que sucedieron durante la vida de Javier Milei, lo que hizo y muchas veces lo que dijo y dice”. ¿Un ejemplo?

Lo que sigue es literal y no está trucado ni escrito maliciosamente: es parte del libro editado por la editorial Dunken, que cualquiera puede comprar. Dice Franco: “Cuando habla de la felicidad él sin saberlo está hablando de algo que dijo Oscar Wilde en 1888”. ¿Cómo? “Cuando Milei dice que la felicidad es no tenerle miedo a la muerte. Oscar Wilde dice algo parecido”.

La pido mejor hojear el contenido; al inicio hay dos citas. Una de Napoleón que dice: “Los hombres excepcionales son parte de un momento excepcional”. Y otra de Javier Milei: “No seré reconocido como economista sino como rockstar”. Ahí nos vamos entendiendo.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Franco Carcedo y su libro.

En el libro, profundiza Franco, “hay referencias a Nietzche, Maquiavelo, hay cosas de Spinoza… y la frutilla del postre”. Atención: “La cita de Wilde de la felicidad es de 1888. Milei en 1998 funda una banda que se llama Everest. ¿Sabés cuantos metros tiene el Everest? 8848.88”. Ante mi mirada atónita, Franco Carceda prosigue: “Pero hay más. El día que nació Milei se jugó un partido amistoso para homenajear a Arsenio Erico (futbolista paraguayo muy querido en Independiente). En ese partido debutan Bianchi, Carrascosa y César Laraignée. Ese día nació Milei”.

¿Y entonces? Franco Carceda repite: “El día que nació Milei ellos debutan con la casaca argentina”.

¿Pero cuál sería la conexión filosófica: “Es algo piola porque Milei es fanático de Boca y Bianchi es casi el máximo ídolo de Boca, con Riquelme y Palermo, ponele”.

Vuelvo a pedirle el libro. Sobre el nacimiento de Milei, se informa también que nació el mismo día que el guardameta ruso «Araña» Yasín (¡dos arqueros!) y que se editó un álbum del conjunto Jackson 5 de donde saltaría a la fama Michael Jackson.

Fin.

Equivalencias y bebidas.

Una señora envía videos a un grupo y le responden “como quisiera estar ahí”, “cuidate” y le ponen emojis de un león.

Una nena con la careta de Milei y una motosierra posa para las fotos mientras la mamá, al lado, tiene una careta de Adorni, un caniche y muchos pañuelos celestes atados a la mochila, como si los hubiera llevado para hacerse unos pesos.

Un remera violeta grita “viva la libertad” y otros remera violeta, alrededor, lo miran y estallan en carcajadas. Él también.

Franco Vera me contará luego, orgulloso y dolorido, que le tocó la mano a Milei pero que eso le costó que, literalmente, que los seguridad lo tiraran al piso y le pisaran la cabeza: “Estoy bendecido”.

Suena en el escenario un tema con acordes punk cuya letra asegura que Milei es “el último punk” y “el último superhéroe de la libertad”; eso significa que están al caer el Presidente y también Adorni, a quien nadie parece esperar demasiado. Menos que nadie, los remera violeta.

Aparece más allá otro contingente de remeras violetas que ahora llevan bengalas violetas y tocan bombos violetas, siguiendo a una bandera sostenida por jóvenes prolijos y sonrientes sin remera violeta.

La inscripción de la bandera en la cabecera dice «Jóvenes LLA» y otra atrás “Lugano”. La entrada es de cancha: se canta “el domingo cueste lo que cueste” y “un minuto de silencio para Macri que está muerto”.

Otro de los hits son “El que no salta es radical” y uno que cambia la palabra “Perón” por “León”.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

Un hombre de 40 y pico, vestido de traje, es el que saca las canciones y agita.

Lidera a la barra hasta meterla en el centro mismo del escenario.

Mientras este cronista anota otras cosas, como la presencia de francotiradores en las terrazas de Recoleta y al lado del escenario, se ve que el hombre sale del tumulto, ofuscado.

Le han robado el celular.

Habla con una persona de seguridad, que abre las manos en señal de “no puedo hacer nada”.

El hombre está visiblemente afectado, dice “no lo puedo creer” y pide un celular para “dar de baja las tarjetas”.

Consigue una cómplice, a quien le confesará lo que él cree es la razón del robo:

-Es que está lleno de negros.

Fin.

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Nota

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

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Mario Mainardi (en la foto tomada hoy), uno de los principales sospechosos por el femicidio de Cecilia Basaldúa cometido en Capilla del Monte, Córdoba, hace poco más de 5 años, finalmente fue citado por la fiscalía de Cruz del Eje para realizarle este martes una extracción de sangre. La abogada de la familia Basaldúa, Daniela Pavón, se enteró apenas un día antes de esta citación a Mainardi. El sospechoso (actualmente vive en Santa Fe) había sido encargado de alojar a Cecilia en Capilla, y fue la última persona que la vio con vida, el 5 de abril de 2020. Sobre su presencia hoy en Cruz del Eje, contó la abogada: “Sacó fotos a todo el edificio, selfis con tribunales de fondo y salió custodiado con personal de la policía de Córdoba. Se subió a un móvil y se fue”.

Las irregularidades y desinformación o manipulación en la causa han sido frecuentes en perjuicio de la familia y sus defensores (además de Pavón, el abogado Gerardo Batistón es querellante en nombre de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación). También ha significado un ocultamiento a la prensa. Audiencias para las que los testigos no eran notificados, falsos argumentos policiales para explicar su propia inoperancia, demoras incomprensibles en la causa, todos temas por los que hay iniciada una denuncia de la Dirección Nacional de Protección de Grupos en Situación de Vulnerabilidad de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, en la Dirección de Investigaciones de las Fuerzas de Seguridad. Además se solicitó a la Fiscalía de Cruz del Eje que la policía de Capilla del Monte, ya no sea la que realiza las notificaciones.

Queda pendiente ahora la información que se brinde a la sociedad sobre este trámite, que permitió ver a un sospechoso clave que nunca dio la cara. La causa ha sido siempre un laberinto sacudido en todo caso por numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad. Aquí publicamos la crónica de lo ocurrido hace menos de un mes, al cumplirse 5 años del hallazgo del cuerpo de Cecilia Basaldúa.

Fotos y crónica de María Eugenia Marengo para cdmnoticias.com.ar

25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..

Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.

      – Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.

Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.

–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.

Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.

La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:

Adrián Lúquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género.  Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.

El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.

Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.

Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como  granaderos.

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado  notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón  se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso
Susana, Daniel y Daniela Pavón

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar  que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.

 El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.

La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?

Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.

La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el  centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:

 “Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación  y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.

Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.


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