Nota
Teoría sobre el sismo: los desafíos urgentes del movimiento feminista
En nombre del feminismo se escriben y dicen muchas cosas, pero este texto de María Galindo no es uno más porque está construido desde el sudor de la batalla cotidiana contra el fascismo golpista y la carcajada irreverente que hace arder miedos y mandatos. De todos los feminismos posibles, este es el de la creación de futuros posibles, otros, diferentes, y por lo tanto, su horizonte es la utopía, lo imposible, lo que no hay: vidas sin violencias ni miserias, alegría y abrazo. De todos los feminismo posibles, este es el que propone construir ese futuro a partir de un pacto ético y no ideológico, es decir, unirse por las formas de hacer y en el hacer. Así lo explica Galindo en un momento muy oportuno y en una fecha clave para pensarnos.

Escribo desde Bolivia, un país donde la materia prima principal es la dulzura, donde el recurso renovable estructurante de la vida es la esperanza, un país que está hoy atravesando de nuevo un sendero turbio, incierto, sembrado de manipulaciones gigantescas, de miedos y de sangre. Nuestro feminismo, mi feminismo, es el pequeño banquito que me ha servido para apoyarme y descansar luego de interminables jornadas de lucha. El feminismo es el micrófono que me ha servido para gritar alto y fuerte. Son los códigos que me han servido para descrifar las trampas y no caer en ellas.
Es el feminismo que me ha permitido no ceder a una visión polarizante, binaria, simplificadora y fascistizante de la situación que vive el país.
Es por eso que ese feminismo desde el que hablo es un tesoro político, una carta de esperanza, un lugar donde seguir construyendo y habitando libertad frente a un panorama fascistizante que no halla salida social a un callejón oscuro, donde los heroísmos masculinos vuelven a hacer de la historia su escenario de exhibición.
El feminismo como alianza ética
Todos los movimientos políticos en la Historia han tenido que confrontarse con el desacuerdo, mucho más si son movimientos que se han masificado. En el caso del feminismo -y partiendo de que no hay un feminismo sino muchos feminismos con diferentes visiones, diferentes practicas políticas, diferentes composiciones sociales, con diferentes formas de concebir el propio feminismo- el desacuerdo es una constante, sino inclusive su mayor potencia política. No estamos de acuerdo, no pensamos igual y, sin embargo, confluimos en eso que se llama feminismo y cuya definición y límite no es propiedad de nadie. Esa es la potencia mayor y, al mismo tiempo, aparentemente su debilidad mayor.
Feminismo es la palabra que nos envuelve y acoge políticamente, pero cuyos límites estan diluidos y cuyas raíces son múltiples.
La idea de que hay una sola verdad y de que toda verdad se expresa en antagonismos basados en la lógica formal de que lo positivo para ser tal es contrario a lo negativo, lo negro a lo blanco, lo bueno a lo malo, nos instala en una lógica binaria donde la complejidad múltiple no es posible, es incorrecta e indeseable. Donde no es posible que convivan no solo tres sino 5 ó 55 posibilidades y combinaciones de todo.
Esa idea única, monolítica, esencialista y que es “propiedad de Dios”, es fundante del patriarcado mismo, de la forma de gobierno, de la concepción misma de la lucha social como la imposición de una única verdad posible que debe ser hegemónica.
Es urgente cuestionarnos esa visión al interior mismo de los feminismos y plasmar otras formas de discusión y de construcción política.
En ese contexto les propongo el desafío de comprender los feminismos no como una alianza ideológica donde el acuerdo sea el punto de cohesión al que necesariamente tengamos que llegar, sino como alianzas éticas donde lo que pongamos en discusión sean las bases de construcción y no las visiones ideológicas. No pongamos en discusión cómo entendemos el feminismo sino cuáles son las prácticas políticas que lo sustentan. Eso traslada la discusión exactamente a las formas como construimos feminismos.
Lo que les propongo es, ni más ni menos, cambiar de matriz de discusión del qué al cómo, no para sustituir un único contenido por un único modo, sino porque si el modo único de pensar está introyectado, el modo único de hacer es siempre inevitablemente múltiple y diverso. En el modo de hacer hay siempre muchas posibilidades, múltiples recetas, infinitas combinaciones.
Este traslado de la discusión feminista de lo ideológico a lo ético nos colocará la discusión en temas tan urgentes como la relación con el Estado, la relación con la ley, la relación con las grandes corporaciones, en lugar de buscar a la fuerza alguna esencia ideológica. No nos vamos a poner de acuerdo, no tenemos por qué hacerlo, ni mucho menos no tenemos por qué llegar a discusiones altamente destructivas que se repiten cíclicamente.
Para aterrizar voy a adentrarme en una de las cuestiones aparentemente más álgidas y dentro de la cual tengo ademas posición tomada: la cuestión abolicionismo vs. trabajo sexual o regulacionismo. Son discusiones que se reeditan en el tiempo sin lograr evolución alguna, donde las posiciones se defienden con beligerancia y sentido de verdad absoluta. Tengo posición tomada al respecto: soy co autora del libro Ninguna Mujer Nace Para Puta, conozco la historia real de Sonia Sánchez y no la que inventa para sus financiadores y la prensa sensacionalista; el libro mismo me ha sido robado porque mi co autoría ha sido borrada de la discusión porque resulto un personaje incómodo y porque no le sirvo al abolicionismo. Bien, tomando esa discusión como ejemplo: ¿qué pasa si decidimos no ponernos de acuerdo? ¿Qué pasa si decidimos que no hay dos posiciones, sino muchas posiciones distintas al interior del universo de la prostitución como situación y como trabajo? ¿Que pasa si decidimos no jugar a Dios y no definir cuál posición es correcta y cuál no? ¿Qué pasa si en lugar de que una mujer hable a nombre de todas nos preguntamos por la construcción de espacios donde muchas mujeres desde la explotación sexual hablen desde sí mismas? Lo dejo ahí como desafío.
Lo cierto es que el antagonismo ideológico no es ni más ni menos que aceptar una simplificación de la cuestión que no sirve sino para inflar el ego o la billetera de unas o de otras, pero no para transformar nada.
La confluencia feminista
¿Cómo constuir una confluencia feminista entonces? ¿Cómo construir un punto de cohesión, de contención? ¿Cómo construir eso que nos resuene a todas? Pienso en la performance de Las Tesis, que nos resonó en los corazones y sin discusión alguna nos pusimos a contemplar, ensayar, viralizar y sentir como representativo de todas.
El desacuerdo enriquece, la deformidad/no uniformidad de los feminismos enriquece,pero necesitamos un punto de confluencia, un hilo que nos conecte como movimiento planetario. Un hilo que nos permita leernos y reconocernos unas a otras y otras sin perder las diferencias, sin reducir las diferencias a una sola matriz, ni a una sola posibilidad. Necesitamos un punto de confluencia que nos sirva de espejo y que represente lo que yo llamo un sentido de época para nosotras y todas nuestras luchas. Un sentido de época utópico, largo, ancho, contenedor, revolvedor, provocativo, seductor, sedicioso, sediento.
Un sentido de época que no minimice, ni relativice lucha alguna, que no sienta hegemonía temática ninguna, que no implique señalamiento de vanguardia.
Ni la igualdad hombre-mujer, ni los denominados derechos de las mujeres funcionan como tales porque ambos han sido deglutidos por el sistema, por el capitalismo, por el neoliberalismo, por la lavadora de la Historia que los ha convertido en retórica desechable para uso conveniente del utilitario de turno.
Permítanme decirles que la DESPATRIARCALIZACIÓN es esa palabra que puede englobar, cohesionar, abrir un nuevo sentido de época, marcarse como utopía general, como utopía en la que bordar contenidos, como sentido colectivo en el que inscribir prácticas y saberes. Despatriarcar, en su forma de verbo, es lo que queremos hacer y hacemos las feministas con la familia, con la tierra, con la comida, con el trabajo, con el arte, con la vida cotidiana, con el espacio, con la salud, con el sexo. Lo nuestro no es un proyecto de derechos: es un proyecto de transformación de estructuras y la despatriarcalización como horizonte de época refleja precisamente eso. Es una gran puerta donde caben caóticamente todas nuestras luchas.
La despatriarcalización nos ubica, además como movimiento sediento insaciable que no se lo puede devorar ninguna conquista, ningún gobierno.
El feminismo intuitivo vrs. el academicismo
Esta es otra de las contradicciones presentes al interior del movimiento: un feminismo académico con teóricas salidas de las universidades y que construyen y manejan un discurso feminista académico, academicista en muchos casos, y que se presenta como el nucleo teórico del feminismo. Un feminismo que básicamente ha anclado su pensamiento en un feminismo eurocentrado, del cual este núcleo es agencia importadora de discusiones y que se alimenta de la legitimación de la academia en los centros del Norte, frente a un supuesto feminismo “sin discurso propio” que vendría a ser el feminismo de la movilización y de la calle, que parece no tener otra alternativa que consumir ese feminismo académico.
Lo que planteo es que ese feminismo de la calle tiene nombre y se llama “feminismo intuitivo”. No responde a una instrucción ideológica y no responde a una lectura académica, sino que responde a una decisión existencial y a una lectura directa y vivencial de su cuerpo, de la calle, del cuerpo de su madre, de su tierra, del barrio, de la cárcel, de los juzgados, del desempleo.
No es un feminismo carente de discurso, sino un feminismo cuyas protagonistas son voces silenciadas sin foro, ni micrófono. Es el feminismo intuitivo que está llenando las marchas, las asambleas. Es el feminismo intuitivo que está desestabilizando al patriarcado.
Ese feminismo intuitivo necesita escucharse a sí mismo. Necesita foros deliberativos para conectarse como cuerpo actuante. No necesita foros de expertas a quienes ir a escuchar, sino que necesita foros de otorgación de reconocimiento y escucha horizontal. Eso son lo que desde Bolivia hemos llamado Parlamentos de Mujeres: la capacidad de escucharnos sin representación y búsqueda de acuerdo, sino construyendo colectivamente un mosaico complejo de visiones diferentes que se integran por su complejidad. El Parlamento de las Mujeres construido desde el feminismo es hoy en Bolivia el único lugar deliberativo, el único lugar social abierto y transparente que el poder no sólo no puede controlar, sino que tampoco puede siquiera entender.
Las alianzas éticas no ideológicas nos empujan a repensar alianzas no explicitadas que son las que hoy circulan sin ser discutidas.
Estas alianzas son:
- Las alianzas identitarias cuando hablamos, por ejemplo, de un feminismo indígena cuyo sentido de confluencia es una supuesta esencia indígena anti blanca.
- Las alianzas generacionales que terminan o instalando una mirada gerontocrática sobre las jóvenes, o a la inversa un rechazo generacional por las mujeres jóvenes hacia las mayores.
- Las alianzas victimistas construidas en torno del dolor como lugar de enunciación política y que repiten una y otra y otra vez el mismo discurso, son las alianzas que funcionan por ejemplo unicamente en torno del femincidio, el acoso o la violación, pero no funcionan en torno de otros horizontes o no repiensan esos mismos lugares no desde la victimizacion sino desde la rebeldía.
- Las alianzas territoriales que no se conectan más allá de un contexto geográfico.
Todas estas alianzas pueden ser legítimas, pueden ser espontáneas, pueden ser coyunturales. La pregunta es si son subversivas, si nos permiten repensar los feminismos y construir nuevos lenguajes.
El desafío
El feminismo nunca debería convertirse en un singular, sino mantener una estructura plural que le da su marco infinito de acción.
El feminismo no debiera destruirse en discusiones ideológicas en las que participan unas pocas voceras, pero que rompen y fragmentan la posibilidad de confluir.
El feminismo no debiera ser devorado ni por un gobierno, ni por un partido, ni por una consigna, ni por la oferta de un derecho ni por una corporación y para que eso no pase debiera construir un punto de confluencia anti sistemo, utopico e insaciable.
El desafio frente al cual estamos paradas es el de la privatización de la política y la necesidad de inventar otros marcos, por tanto no deberíamos actuar como restauradoras de los viejos marcos, sino dejarlos caer.
El desafio frente al cual estamos paradas es el del fascismo que viene directamente destruir el espacio abierto por nuestras libertades, rebeldías, irreverencias. No necesitamos buscar un salvador o salvadora, héroe o caudillo que nos proteja, sino que necesitamos multiplicar a tal escala esas rebeliones para que precisamente ese fascismo fundamentalista no logre hacer nada.
El desafío frente al cual estamos paradas es el de convertirnos en una máquina de producción de justicia feminista, pasar del colapso en el que hemos dejado a los sistemas de justicia estatales a la producción de justicia feminista.
El desafío frente al cual estamos paradas es el de producir nuevos sentidos y formular infinitas utopías para colocarnos dos pasos por delante de la amargura, de la cooptación, de la repetición.
Dejar de hablar de derechos y empezar a hablar de utopías.
Dejar de hablar de inclusión y pasar a hablar de revolución.
Dejar de hablar de feminización y pasar a hablar de despatriarcalización.
Nota
De la idea al audio: taller de creación de podcast
Todos los jueves de agosto, presencial o virtual. Más info e inscripción en [email protected]
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Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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