Nota
Violencia de género con complicidad del Estado
Diana Sacayán, activista trans, estaba en bar dentro de la estación de trenes de Laferrere cuando un hombre empezó a insultarla. Diana, naturalmente, respondió, pero finalmente se levantó para retirarse del lugar. El hombre se abalanzó sobre ella, la tiró al piso y empezó a pegarle patadas en la cara hasta dejarla sangrando.
Diana logró escapar y pidió ayuda a tres gendarmes que estaban en la estación. “Llegué pidiendo auxilio y dos de los uniformados se quedaron conmigo. Otro fue a hablar con el tipo que me agredió y lo dejó ir enseguida. Le grité por qué lo soltaban y me empezaron a pegar ferozmente con bastonazos”, explica Diana, que acaba de ser intervenida quirúrgicamente en la nariz y tiene una costilla quebrada.
Los gendarmes seguían golpeándola hasta que ella, desde el piso, les avisó: “Trabajo en el Ministerio de Seguridad”. Enseguida la soltaron y uno de ellos le respondió: “Si trabajás ahí, corré”.
Diana fue a la comisaría 1 de Laferrere. A pedido de ella, la acercaron en un móvil y la dejaron en la puerta de la clínica. “En el hospital no hicieron registro de mi ingreso y cuando volví a la comisaría se negaron a tomarme la denuncia”, relata Diana.
Entonces:
- Un hombre agrede ferozmente a una activista trans por su condición de género.
- La Gendarmería suelta al agresor y golpea nuevamente a la persona agredida, que ya contaba con lesiones importantes.
- La policía se niega a tomar la denuncia y no hace el registro del ingreso de la persona herida al hospital.
“Lo más doloroso es el hecho que ocurran situaciones como estas después de tantos logros obtenidos, de tanta lucha y perseverancia, de ser una luchadora de siempre, con escasos recursos, habiendo producido cambios tan significativos en la agenda de nuestras demandas. A nivel personal, fue un gran retroceso. Yo siento que mis derechos estaban en el piso del tipo que me estaba pateando”, explica Diana.
Marlene Wayar, también activista trans, periodista y psicóloga social, agrega: “Todo esto me hace pensar en lo que genera la diferencia de clase. Diana está trabajando en el INADI, recién ahora tiene un sueldo. Pero ella sigue viviendo en Laferrere, es trava y es morocha. Eso es lo que genera que ocurran estos actos con total impunidad. Nos pasa por pobres, por portadores de un color de piel, por ser rurales y no urbanos, por tener tonada del interior. Porque andamos caminando y no andamos en auto. Estamos en la vida, interactuando, en acción permanente, y eso nos pone en riesgo. No debería ser así”.
Y continúa: “Nosotras nacimos pobres y rurales, y tomamos la acción de hacernos travas, porque eso es una acción. No nos hicimos curas o gendarmes, montamos una acción permanente sobre nuestros cuerpos.
Para seguir este caso, me parece que no tenemos que conformarnos con sacar un comunicado por la web, porque eso es como ir a la iglesia, te tranquliza. Como te dije, nosotras sabemos lo que es la acción y tenemos que realizar acciones concretas, monitorear cómo actúa la justicia, seguir la investigación. Sabemos lo difícil que es para nosotras comunicar a la mayor cantidad de gente sin estar en los grandes medios mostrando el culo o provocando un escándalo.
Este es un caso que podemos tomarlo y convertirlo en caso testigo. No se trata, como suele ocurrir, de una persona que fue violentada y a partir de ese hecho de violencia tomó una actitud militante. Sino que es una persona que ya es una militante con un discurso político articulado, que puede asegurarnos que esto siga su curso hasta llegar a un juicio a quien corresponda”.
Diana se encuentra ahora en pleno proceso post-operatorio, y deberá ser intervenida nuevamente porque respira con dificultad. Presentó la denuncia en la Secretaría de Derechos Humanos y llevó el caso al Ministerio de Justicia.
“Es una indignación muy grande la que tengo, pero la indignación hay que convertirla en acción. Prometo aquí, en este instante, buscar a aquellos que cometieron este acto de violencia institucional para que paguen por lo que hicieron. Yo no me subí a esta empresa de construir un mundo distinto para agachar la cabeza y que los violentos y corruptos sigan haciendo de las suyas. Esta es mi promesa más firme: seguirlos a donde vayan, buscarlos a donde sea para sentarlos en el banquillo de acusados. Esto no puede suceder más”.
Nota
Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.
Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo.
Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.
Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.
Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.
Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.
El video de 3,50 minutos
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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