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Pensar Cromañón: trilogía en el Once

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Durante cinco encuentros mensuales, y con un promedio de 300 personas por cita, los familiares de Cromañón fueron los anfitriones de una propuesta: pensar. La invitación fue abierta y múltiple, a partir de ejes concretos, que convocaron a una multiplicidad de personalidades para ejercitar la reflexión sobre un tema que no pasó ni pasará sin dejar huella. En todos y cada uno. Este domingo el último encuentro es a las 14.30 en el Santuario de Once con una trilogía: Ycuá Bolaños, Atocha y Cromañón. Hablarán integrantes de cada una de esos movimientos que tuvieron que desafiar a la máquina de impunidad. El ciclo cierra con los pies: como cada 30, la invitación es marchar hacia Plaza de Mayo. Esta charla con Diego Rozengardt, organizador del ciclo, repasa el recorrido de lo hablado y escuchado y lo que todavía es necesario recordar: justicia, ministros y políticos que invitan a la amnesia.

-¿Qué objetivos se propuso esta invitación a Pensar Cromañón?
-Eran objetivos múltiples y los voy a enumerar en desorden. Uno tenía que ver con una suerte de desafío dirigido a ese universo de intelectuales o -no sé muy bien cómo denominarlo- personas que producen pensamiento y que, ni siquiera en el momento más álgido, tuvieron un compromiso crítico con el tema Cromañón. Se dijo mucho, es cierto, pero en general boludeces, y en los últimos tiempos ni siquiera eso. Es como si el estereotipo del “familiar violento” producido por los medios comerciales hubiese sido funcional para dar por terminado el tema y así lograr que Cromañón quedara en el olvido. En ese sentido, claramente este ciclo fue una apuesta para pensar “junto a” algo que no nos pasó solo a nosotros.
-Casi como darle otra oportunidad a quienes se llamaron a silencio…
-Exactamente. Pero el ciclo también fue un desafío dirigido a la sociedad, produciendo un espacio concreto para que se animara a venir, a escuchar, a preguntar. Y por eso las charlas se pensaron abiertas, con el micrófono disponible para que cualquiera pudiese intervenir, decir, interrogar. Por un lado, entonces, invitamos a un universo de profesionales de lo más variado –psicólogos, periodistas, sociólogos, filósofos, referentes de organizaciones de derechos humanos- pero a los que se le propuso siempre un eje concreto desde el cual abordar el tema, a partir de cual cada uno podía decir lo que quería. Pero otro de los objetivos apuntó a reconstruir nuestra tan vilipendiada imagen: la de los familiares.
-¿En qué sentido reconstruirla?
-En el sentido construido desde la prensa al asociar nuestro reclamo a una conducta violenta. O algo peor. En ese sentido, no puedo olvidar –nunca- ese artículo que publicó Página 12, titulado La sinrazón doliente, de un tal Alejandro Kauffman, donde nos describía poco menos que como un grupo de chiflados, incapaces de digerir el hecho de que Cromañón había sido un accidente, y a los que nos convenía quedarnos en casa llorando y dejar que los que sabían y no estaban atravesados por el dolor, reflexionaran sobre el tema. Fue un golpe bajo, no el único, pero sí el quizá mejor construido, que marcó el punto de distancia, el abismo, lo solos que estábamos. En este año bisagra, donde el juicio penal todavía no iba a empezar y el juicio político ya había terminado, nos pareció muy oportuno crear un espacio donde la sociedad pudiese juzgar lo que pasó.
-El regreso de Ibarra a la política también marcó este año ¿cómo impactó en el Movimiento Cromañón?
-Fue muy difícil digerirlo. Estamos muy cansados, desgastados es quizá la palabra más correcta. Y si bien es cierto que muchos nos dicen “pero ustedes destituyeron a Ibarra, tienen preso a Chabán, procesados a la mayoría de los responsables” y sabemos que eso es más que lo que se ha logrado con casos como el atentado a la Amia o la embajada de Israel, y tantísimos más que siguen exigiendo justicia, no por eso nos tenemos que conformar. La destitución de Ibarra no significó para nosotros, por ejemplo, una garantía de que se haya destituido la lógica política que permitió que Cromañón sucediera. Es algo que tenemos muy en claro los familiares, desde el primer momento. Desde esa perspectiva, también el ciclo fue un desafío dirigido a ese universo “progresista” que se acomodó a la imagen de que somos “funcionales a la derecha” para sacarse el problema de encima y dejarnos solos. En suma, creímos que más allá de que pienses que Ibarra estuvo mal o bien destituido, que Chabán debe o no estar preso o de que Callejeros tiene o no una responsabilidad, un ciclo como este era un espacio adecuado para poner en juego esas opiniones. Sin embargo, tuvimos la total indiferencia por parte de la prensa comercial, lo cual no hizo más que confirmar la posición que tuvo siempre ante Cromañón que es la de ignorar olímpicamente todas las actividades indiscutibles que hacemos los familiares, como la muestra de fotos, la murga, las marchas de cada mes.
-Es decir, cualquier cosa que no refuerce el estereotipo de violencia que es lo que aisla el reclamo.
-Exactamente. Incluso ahora, cuando esos tres padres que estaban tan, pero tan mal que decían cualquier cosa, ya no las dicen más, no hay noticias sobre los familiares. Las únicas noticias sobre Cromañón son sobre la causa penal. Mirá cómo se ha privatizado la responsabilidad de tal manera, que el caso Cromañon quedó reducido a nombres: Chabán, Ibarra, Callejeros, algún que otro funcionario procesado y punto. Y ya está. Cromañón ni siquiera es la justicia: es una causa penal. De esta manera se prepara el terreno para que el juicio –tenga el resultado que tenga- sea el punto final del tema.
-Ese ocultamiento ¿no es proporcional a la importancia que tiene pensar Cromañón en cuanto impacto social?
-Para nosotros es muy difícil pensarlo así, en términos de cuanto menos se habla, más importancia tiene. Pero es cierto, al menos en parte: ahora somos unos 500 en las marchas de cada mes y nos siguen poniendo la misma cantidad de tanques que cuando llenábamos la Plaza de Mayo. También es cierto que no nos importa puntualmente lo que diga Julio Blanck ( editor de la sección política del diario Clarín) ni Pasquini Durán ( columnista de Página 12) o Jorge Fontevecchia ( dueño del diario Perfil), pero sí cómo construyen opinión en mucha gente.
-¿Crees que pueden influir en la justicia, que es la que más sensible se muestra a la opinión que construyen los medios comerciales?
-Es posible. De todas maneras, la causa penal pasó por tantas manos que quedó evidente cuál era el juego.
-No es tan claro ¿cuál fue?
-Y… otra sería la situación si tuviese que declarar Aníbal Ibarra o Aníbal Fernández
-¿Qué tendría que explicar, por ejemplo, el ministro Fernández?
-Debería responder por la actuación de la Policía Federal. Debería responder, concretamente, porqué el comisario procesado por cohecho, por cobrar coimas, era el mismo que organizaba la “seguridad” de nuestras marchas. Y esto no es algo que nos contaron: lo vimos nosotros. Yo se lo dije personalmente la única vez que participé en una reunión de familiares con el ministro. En esa reunión, que se realizó en febrero de 2005, Aníbal Fernández se comprometió a darnos una lista oficial de víctimas. Y hasta el día de hoy no la entregó. La única lista de víctimas que tenemos es la que hicimos nosotros, investigando en las morgues, en los hospitales, con los familiares. Es decir, que hasta hoy ni siquiera contamos con la tranquilidad de que ese trabajo lo haga otro. Está claro cómo funciona el manto de impunidad. Y que la justicia no se puede meter con él. Es decir, que si Cromañón es una muestra de la vulnerabilidad de nuestras vidas en cuanto a un Estado que se desentiende de sus responsabilidades, el post Cromañón vuelve a demostrar lo mismo: la reacción trucha del Estado, la reacción trucha de los medios de comunicación.
-La importancia que le das al rol de los medios ¿tiene que ver con el reclamo de justicia o de condena social?
-Exactamente: la condena social es la construye la justicia. A mi no me importa lo que piensa el editor de un diario, pero sí que con su trabajo contribuya a la consagración de la impunidad. Cada vez que yo me encuentro con alguien que no me conoce y me escucha hablar de Cromañón pasa lo mismo: se sorprende porque soy “razonable”. O repite la historia de la guardería que funcionó en el boliche que es falsa, pero no habla del mecanismo de recaudación del dinero negro de la política, que sí es un hecho comprobado, a tal punto de que está demostrado que un policía contaba la cantidad de público que entraba porque la coima era proporcional. Se trata de un delito de cohecho que involucra a instituciones nacionales, como lo es la Policía Federal, que depende del Ministerio del Interior. Eso para mi es una comprobación de hasta dónde llega el recorte del tema Cromañón impuesto por la prensa.
-Pero convengamos algo: creerle a los medios comerciales es algo más que un acto de fe. Hay algo, por ejemplo, en el razonamiento que desplegaba el artículo que citás de Kauffman que revela otras cosas: por ejemplo, su análisis sobre el rol de la víctima. Esa víctima que debe sobrellevar el impacto de lo siniestro, la exigencia de justicia frente a la impunidad y, además, la elaboración de pensamiento sobre las consecuencias de lo que pasó. El artículo de Kauffman juega con el estereotipo de la sinrazón que puede producir el dolor como contrapartida de la razón que podrían producir solo aquellos que estuvieron “a resguardo”. Y con esa construcción ignora que en la Argentina tenemos una larga historia de víctimas que han producido pensamiento y acción como no fue capaz de producirse desde ningún otro lado.
-A lo largo del ciclo esto fue algo que fue dicho desde diferentes voces. Tomás Abraham, en particular, se refirió al tema de la política y el dolor, recordando que los últimos 30 ó 35 años toda la historia argentina está signada por el rol activo que toma la víctima. Estamos hablando de Madres, Abuelas e Hijos, pero también del asesinato de Carrasco que termina con el servicio militar obligatorio o del asesinato de María Soledad Morales que desnuda la trama de la política feudal, o del caso de Walter Bullascio que impuso en la agenda el tema del gatillo fácil y así al infinito. Está claro entonces desde dónde se construyó siempre la condena social y justamente por eso atacar a las víctimas es clave para debilitarla.
-De alguna manera Cromañón incomoda a todos aquellos que apostaron a una progresía light porque confronta esa utopía política con un resultado siniestro. En ese marco ¿cómo fue digerido por los familiares la alianza electoral de Ibarra con Carlos Heller y Miguel Bonasso?
-Es absolutamente imperdonable, porque Heller y Bonasso son la gente que posibilitó la legitimación de Ibarra. En ese sentido, no es lo mismo que vaya con Filmus y el oficialismo. Es claramente peor. Ibarra utilizó Cromañón para ser electo y reconstruir su imagen política que estaba claramente dañada, destruida, incluso antes de que saliéramos nosotros a la calle. Utilizó Cromañón y la idea del “golpismo institucional” donde nos metía en la misma bolsa a nosotros y al macrismo, para hacerse un lugar que ya no tenía en el negocio político. Y los que hicieron alianza con él utilizaron la lógica contable: cuántos votos aportaba. Es la misma lógica de la policía comiera que contaba cuántos pibes entraban al boliche para hacer su caja. No hay moral, sólo uso cínico.
-De todo lo escuchado durante le ciclo ¿hubo algo que aportó a lo ya elaborado por ustedes?
-Nosotros tenemos una experiencia muy especial. A través de muchas instancias, distintas y diversas, hemos venido debatiendo a fondo todos los temas. Pensá que tenemos una reunión semanal del grupo de articulación, tenemos foros virtuales que han sido núcleo de debates y discusiones profundas, de gran intercambio, producimos un documento por mes donde tenemos que plantear nuestra mirada. Así que el ciclo fue una manera de reafirmarnos, medirnos y elaborar Cromañón dentro de un marco más amplio. También nos sirvió para saber qué podemos esperar. Concretamente, si lo que planteamos es que Cromañón genere un antes y un después, un después positivo, con qué contamos. No en el sentido que vemos ahora, que ese después se reduce a que cierren todos los boliches y las bandas chicas tengan que emigrar al Gran Buenos Aires, sino el buen después en el que podemos pensar cuando vemos que al ciclo vinieron muchos chicos. Chicos que se acercaron en una proporción mayor a la que nos acompañan a las marchas, por ejemplo, y que pudieron compartir un momento con nosotros, a pesar de que la prensa –insisto- no dijo una palabra..
-De todas maneras ustedes previeron cómo compartir con otros lo que allí se dijo: reseñaron en la página web cada una de las charlas…
-Y vamos a editar un libro y un documental, porque todo fue grabado y filmado.
-El domingo es el cierre ¿cómo lo organizaron?
-La charla es a las 14.30 en el Santuario de Plaza Once. Y así como hasta ahora tuvieron voz los llamados “intelectuales” esta vez la voz la tenemos las víctimas. Vienen familiares de la masacre de Ycúa Bolaños, de Paraguay, y de la Red Ciudadana de España que se formó a partir del atentado de Atocha. La idea es compartir desde cada persona y cada experiencia colectiva cómo se tuvo que enfrentar una maquinaria política, de prensa y de justicia, que quiere imponer otra evaluación sobre las responsabilidades de lo que pasó, de manera de garantizar la máquina de la impunidad.
-El ciclo termina con los pies: marchando hacia Plaza de Mayo.
-La idea de terminar el 30 de setiembre estuvo desde el origen. Porque está claro que para nuestro movimiento el pensamiento es algo importante –aunque la sociedad no lo entendiera así- pero es la calle la que nos juntó. El Movimiento Cromañón se construyó en la calle. A la primera semana ya se habían hecho dos marchas. Y mientras marchábamos, nos organizábamos. Ahí empezamos a vernos los unos a los otros, a conocernos, a hacer juntos algo que, como dijo uno de los panelistas, logró que tanta diversidad no confluya en algo banal. Me gusta pensarnos así, como un colectivo de familiares, sin experiencia política previa, que a tres años de andar, todavía mantiene una marcha mensual a la que van distintos grupos articulados desde la diferencia y en el consenso.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Todos los jueves de agosto, presencial o virtual. Más info e inscripción en [email protected]

Taller: ¡Autogestioná tu Podcast!

De la idea al audio: taller de creación de podcast 

Aprendé a crear y producir tu podcast desde cero, con herramientas concretas para llevar adelante tu proyecto de manera independiente.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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