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Cosido al borde
El conurbano como escenario de destinos sociales que zurcen la literatura de Ramón Tarruella.
Ramón Tarruella es escritor, periodista en período de abstinencia, casi historiador (le faltan cuatro materias para recibirse) y acaba de reeditar su primer novela, Balbuceos (en noviembre), un relato fuertemente autobiográfico que narra las andanzas de un grupo de amigos del conurbano durante los años 90, donde el protagonista, Santiago Murúa, un muchacho aficionado a la cerveza y a la literatura, decide retomar la escritura de una novela que había planeado junto a su mejor amigo, Federico, proyecto que quedó interrumpido cuando Fede se suicidó en 2004.
“Es la novela que nunca hubiera querido escribir”, confiesa Tarruella, y lo dice porque ese suicidio, que en la ficción funciona como catalizador para desatar una desventura existencial, fue un episodio que sufrió en la vida real, cuando su mejor amigo, Juan, luego de algunos intentos fallidos, finalmente se quitó la vida.
“Mi intención no es usar la literatura para hacer catarsis personal. Eso es algo que pasa mucho en estos tiempos, donde se escribe algo de índole personal y se publica inmediatamente. Yo tengo otras referencias. Gelman hizo del dolor una estética poética única. Frida Kahlo hizo lo mismo con la pintura. Esos son buenos ejemplos sobre cómo se hace arte con el dolor. Eso fue lo que intenté yo”, explica Tarruella
Lejos de ser una novela personal, Balbuceos es una novela que narra una época, centrándose en los pormenores de ese grupo de muchachos de Quilmes Oeste, mundo que Tarruella conoce porque lo vivió, donde el porro, la cocaína, la cerveza, el kiosko de la esquina, la canchita de fútbol, componen la iconografía de un universo que está tan presente en el relato como las andanzas de los protagonistas, esos pibes en plena adolescencia, esa clase media venida abajo, ese vagabundeo en busca de bares, de mujeres, de alguna que otra changa, de cervezas que ayuden a concretar proyectos inconclusos, esa generación suburbana consciente de que su futuro inmediato está más cerca del supermercado o de la oficina que del acceso a un título universitario, aunque ese no sea un objetivo sino el horizonte que impone un límite de posibilidades.
“Nosotros, los de la clase 73, o cercanos a ese año, nos hicimos adultos en los 90, nacimos en el conurbano y de inmediato nos madrugamos con la adversidad de ser empleados y así comprobar que siempre lo seremos, sumidos a empleadores, patrones, dueños o jefes, unos más justos que otros, somos de una época de un solo presidente, años en que votamos una vez y ya fuimos perdedores, de esa primera vez y para siempre…” escribe Tarruella.
Retrato de un fracaso
La estructura del relato no se compone solamente a través de esas desventuras narradas en primera persona por el protagonista, Santiago Murúa, sino que incorpora anotaciones sobre novelas, reseñas de libros, fragmentos de entrevistas a escritores, dedicatorias y poemas que Murúa utiliza como inspiración y como guía para la novela que había planeado junto a Federico y que ahora ha decidido finalmente concretar: la historia de un periodista de rock a principios de los ‘80, Manuel Farías, “Un Federico Moura sin virtudes. Un Charles Bukowski con mucha cocaína y sin editores. Un Andy Warhol sin dinero ni tan excéntrico. Un Luca Prodan con pelo, sin banda y bebedor de cerveza”.
Lo que surge allí, a través del relato dentro del relato, del juego de espejos que se miran; de un Tarruella que engendra a un Murúa en los 90, que engendra a un Farías en los 80, es la dimensión política de la novela, el diálogo que se establece entre dos generaciones, la que florece con el fin de la dictadura y la que se vacía económica, política y existencialmente con el menemismo.
Cuenta Tarruella:“Ubiqué la novela de Farías en esa época porque creo que fue el momento en el que mayor esperanza se concentró. La primavera alfonsinista fue una época muy positiva, recuerdo un clima de jolgorio. Parecía que se podía avecinar algo distinto. Y la idea de contrastar esa época con los 90 tiene que ver con cómo toda esa esperanza culminó en una masacre generacional con el menemismo. Es una forma de retratar eso que podía pasar y que no pasó, es el fracaso de todo eso”.
Tarruella actualmente vive en La Plata, donde da clases como profesor de Historia en un colegio de danzas contemporáneas. Acaba de publicar un libro sobre las repercusiones de la Primera Guerra Mundial en la Argentina, y está al frente de Mil Botellas, editorial con la cual publicó Balbuceos además de otros textos de autores contemporáneos y reediciones de escritores que desde la editorial busca reivindicar.
Con un libro de cuentos y una novela ya terminados, a la espera de ser publicados, su segunda novela ganó un concurso y fue publicada en Córdoba. Se llama Allá arriba y narra la historia de tres empleados de un teatro independiente de la ciudad de Buenos Aires que se encuentran trabajando en un subsuelo cuando ocurre el estallido social de diciembre de 2001. “Es una novela explícitamente política”, explica Tarruella, que por ahora disfruta del buen recibimiento que tuvo esa novela que nunca hubiera querido escribir, y que ahora sintetiza con una escena de la película que narra la vida del escritor norteamericano Truman Capote. Cuenta Tarruella: “Capote se compenetra mucho con Perry Smith, el asesino de A sangre fría, porque tenían muchas cosas en común: padres ausentes, una niñez dura. En un momento, Capote dice: “los dos crecimos en el mismo lugar. La única diferencia es que en un determinado momento él salió por la puerta trasera y yo por la principal. Eso es un poco la síntesis de la novela y mi historia con Juan. Fuimos por el mismo camino, pero él se hastió de la vida y a mí me salvó la literatura, me salvó el arte”.
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