Mu69
La maldición inca
Cuando las palabras son inútiles hay que buscar territorios que acerquen ese imposible que llaman comunicación. Porque vengo sospechando que la comunicación es una metáfora acerca de lo imposible.
Convengamos en que tengo tendencia a sospechar boludeces.
Cuando me fui de Bolivia, tibia, ingenua y orgullosa, y entré en Perú, el Altiplano permaneció impertérrito a la divisoria de fronteras, pero algo cambió.
Siempre algo cambia.
Puno es una ciudad inclemente, a la orilla del Titicaca, que mira una bahía contaminada y de belleza tenaz. En sus calles ruidosas hay cartelitos que indican que está prohibido orinar y defecar en la vía pública, con los correspondientes muñequitos en la posición que corresponde y el círculo rojo cruzado.
¿Entendiste?
La ciudad (como tantas otras) es recorrida por unas alucinadas y pintorescas motos-taxi cerradas con una cabina frágil y colorida. Te trasladan por muy poco dinero y la audacia inverosímil de sus conductores, que van a las chapas y al centímetro, lo cual permite meditar acerca de la futilidad de la existencia.
Los Uros son un pueblo que vive en islas flotantes del Titicaca desde hace siglos y ahora (flotan) cerca de la ciudad. Funcionan como atracción turística y allá fuimos, en una lancha cargada de turistas, de años y de dudas acerca de hundirse o no. En una de esas islas escuché respetuosamente (admito que interesado al principio) cómo era la vida tan particular de ese pueblo. Historia llena de matices que se fue almibarando de una manera sospechosa.
Admito mi condición de turista, pero aún me resisto a ser tratado como un pelotudo.
Hablaré con mi analista.
Luego empezó un lánguido (y repetido) discurso acerca del respeto a la Pachamama, mientras unas changuitas del lugar tiraban distraídamente el papel metálico de sus chicles a las oscuras aguas del Lago Sagrado, empecinado en mostrar irreverentes botellas de plástico, submarinos inocentes y tenaces.
Después del discurso tan aleccionador como ineficaz sobre la Madre Tierra, nos invitaron a subir a una embarcación de totora donde seríamos trasladados con una manada de gringos a otra isla. Un comité de nativas se paró a la orilla como coro de despedida, comenzaron a usar sus palmas con dudoso sentido del ritmo y arremetieron con una canción: “Vamos a la playa, oh, oh, oh, vamos a la playa oh, oh, oh”, mientras el barquichuelo se alejaba.
Natalia me miraba como si Yo tuviese la culpa.
Imaginé una Alianza entre Manco Capac y Pizarro para prender fuego a las islas…
Los dioses tienen que largar la bebida.
El Cuzco y su casco histórico tienen un atractivo inexplicable como un amor que fulmina.
Cada Iglesia del Cuzco está edificada sobre cimientos de un antiguo templo sagrado Inca. Una operación política brillante de los gallegos mal llevados, analfabetos, pero de estúpidos ni un pelo.
Cuando uno recorre las calles del centro del Cuzco, con el asombro de lo innombrable ante su belleza, la imperfección del mundo se evidencia en una multitud de vendedores, amables, educados e insistentes como una endemia. Venden cualquier cosa (viajes, cambio, artesanías, agua, dibujos, lustrada de zapatos, llaveros) y, literalmente, te persiguen. Uno pasa de la simpatía condescendiente, al rechazo cortés entre dientes tensionados, para derivar en intentos de homicidio y furia demente.
Tomaba una cerveza en un bar sobre la calle, reparado del sol asesino del mediodía, mientras me preguntaba por qué mierda había tantos franceses dando vueltas, cuando una chola se acercó a venderme unas muñecas. No eran algo que Uno dijera “qué los parió”, pero eran un bonito regalo para Natalia. Mientras elegía se acercó otra chola, muy jovencita, no más de 15 años, trenzas largas, ojos color petróleo, a venderme lo mismo. Le compré a la chola N° 1. La chola N° 2 (o cholita) se me plantó en la mesa y me empezó a reprochar por qué no le compraba a ella, mientras me ofrecía desde lapiceras hasta títeres de dedo.
Por un extraño hartazgo, decidí hacerme el héroe con un “Hoy es hasta acá”, cuando lo podría haber solucionado comprando una birome por una moneda.
Mis determinaciones en torno a la firmeza no sólo son sinuosas e idiotas, sino además inoportunas. Y mi error fue de dimensiones bíblicas.
Recrudeció su terquedad y aumentó la mía por lo que terminamos discutiendo como si fuéramos un matrimonio. No le compré y se fue furiosa. Y Yo me quedé con ganas de estrangularla, abandonada ya toda sensibilidad social.
Al atardecer estoy cenando con Natalia en la vereda de otra plaza y aparece la cholita otra vez.
Me conoce.
Y me empieza a cagar a pedos porque no le había comprado al mediodía. No eran insultos procaces ni quejas lastimeras: estaba indignada. Yo la miraba con el azoramiento del idiota sin remedio.
Los dioses deberían moderar su inclinación por el absurdo.
La entrada al Complejo Machu Picchu está controlada y explotada por un consorcio chileno, según me dijeron varios peruanos re-calientes (con los chilenos).
Concesión de la era Fujimori que nadie tocó. Para entrar se debe tener en mano un boleto (carísimo) que tiene tu nombre y apellido, DNI y un código de barras. Antes de entrar leen el código de barras, te piden el documento, te miran la cara, marcan no sé qué cosa y entrás.
Yo no sé si temen el retorno de Atahualpa o de Diego de Almagro.
La cuestión es que dentro del complejo no hay baños por lo que los sanitarios se encuentran, obviamente, fuera. Y están administrados por el delicioso Capitalismo Salvaje del Pacífico. Entrada de baño femenino a la izquierda y el masculino a la derecha a fin de preservar tradiciones. En el medio un empleado con una caja registradora para cobrarte la entrada y darte el ticket correspondiente. A la derecha y a la izquierda del empleado, pegaditos a la caja registradora, dos enormes rollos de papel higiénico para retirar, antes de entrar, el largo que consideres necesario, según tus proyectos y objetivos en el baño. Todo bajo la mirada del susodicho empleado y los que te preceden en la cola. Incluso, bajo la mirada de los miles de transeúntes ocasionales.
Ya sé que a nadie (o casi) le importa lo que voy a hacer al baño. Pero recordé a mi vieja cuando me había mandado –de pibe– algún moco y me decía: “¿Hacía falta?”.
Imaginé que cuando entrara al baño me iban a pedir una declaración jurada de Bienes de Uso, pero no ocurrió.
Los dioses me tienen podrido.
Antes y después, un escenario imponente, una tensión enorme entre un pasado de orgullo Inca (de algunos), la sorprendente facilidad con que los castellanos se llevaron puesto semejante coloso, y las injusticias y desigualdades del hoy.
Cholitas enfurecidas después de no sé cuántas horas laburando en la calle, Uros que me cantan canciones de Donald, Lagos Sagrados maltratados y Pachamamas y Dioses indiferentes a las delicias del Capitalismo Salvaje, atento a mis excrecencias para cobrármelas.
Agnosticismo, rabia y silencio porque no tengo palabras.
Mu69
Homo sapiens 2.0
Argentino exiliado en Francia, tiene media docena de títulos y otros tantos doctorados, pero su mayor experiencia la adquirió como integrante del ERP. Esa mezcla le permite una mirada única sobre temas inquietantes: cómo se modificó el cerebro de la especie humana y qué tipo de ser originó el sistema de poder actual, dominado por la macroeconomía y la técnica. Temas difíciles que explica con humor y ejemplos criollos. De los genes a Macri. (más…)
Mu69
La batalla de ser guaraní
Comenzaron alambrando para recortarles hectáreas. Luego, construyeron un terraplén que produjo la peor inundación desde 1998: casas destruidas, huertas arruinadas, 150 vacas muertas. Pese a los fallos de la justicia, el CEO de la corporación Roemmers avanza sobre la comunidad guaraní del paraje Yahaveré, la primera en ser reconocida como pueblo originario en la provincia de Corrientes y que solo reclama una cosa: “Que nos dejen en paz”.
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