Mu39
Paredes que gritan
El destino del Padelai en San Telmo. La administración macrista cedió el edificio por 30 años a España, previo pago de 12 millones a una cooperativa fantasma. Escenario de un brutal desalojo que representa para el barrio una herida social, ahora lo decoran carteles que obligan a pensar.
El guardia de seguridad lleva uniforme e insignia de la empresa Prosegur, pero se muestra entrenado para otras artes. Responde el timbre con amabilidad y explica pacientemente que las obras que se promocionan son las que decoran las paredes exteriores del viejo edificio, que adentro está vacío. Como para compensar el malentendido, entrega el folleto desplegable con la programación del Centro Cultural de España en Buenos Aires y la revista que edita esa entidad. Tres ejemplares, uno para cada una las personas confundidas. Minutos después, deberá repetir la ceremonia con otras dos mujeres que llegaron ese sábado de sol hasta el Padelai para encontrarse con una sorprendente propuesta: las paredes del edificio son, por ahora, las únicas que hablan. Lo que dicen representa quizás uno de los debates pendientes de la cultura actual. Un mensaje difícil de descifrar a simple vista, excepto para los que fueron expulsados de allí en febrero de 2003, con gases lacrimógenos y a los palos.
El vacimiento
El desalojo de las 24 familias que quedaron como residuo de una ocupación que se inició en 1984 y que alcanzó a albergar a 759 personas, representó también la primera gran derrota en territorio porteño de ese movimiento que unió en las calles aquello que el mercado había separado. Fue también el bautismo de fuego de los jóvenes que integraban, por ejemplo, el colectivo Indymedia, ese laboratorio de información que surgió al calor de las protestas de Seattle y que aquí encontró en 2001 la agitación necesaria para darles aire a esas propuestas que se bautizaron a sí mismas contrahegemónicas. Recuerdo especialmente la larga y flaca figura de Blicero, un joven anarco italiano que había llegado a Buenos Aires para trabajar en el fortalecimiento técnico de ese colectivo, zamarreado por la policía que aquel día del desalojo cosechó 52 detenidos y 16 heridos, entre ellos dos camarógrafos, uno de El ojo obrero y otro de Punto.doc. Hasta la crónica publicada por el diario La Nación rememora así el episodio:
“El primer mazazo se escuchó a las 17 y sacudió el edificio. Cerca del efectivo de la guardia de auxilio de la comuna que golpeaba con decisión, dos nenas miraban cómo caían los ladrillos de lo que había sido su ruinoso baño. Ellas estaban allí esperando que sus madres terminaran de sacar las pertenencias del cuarto que hasta ayer ocuparon en el Padelai, que fue desalojado. Todavía olía a gases lacrimógenos cuando las nenas veían caer los escombros. Sus vecinas decían que habían sido golpeadas”.
El entonces jefe del gobierno porteño, Aníbal Ibarra, había intentado desocupar el edificio entregando un subsidio que rondaba los 30 mil pesos a cada familia. Los que habían quedado resistiendo pertenecían al grupo que no había sido incluido en este beneficio. Fueron expulsados por la fuerza con la excusa de un posible derrumbe para dejar así el Padelai vacío, a la espera de un destino que prometía aquello que otros vecinos de San Telmo querían escuchar: un proyecto cultural que regara valor inmobiliario.
Me pregunto qué será de Blicero y le escribo a su viejo mail, que por suerte sigue activo. Me responde que recuerda aquel día “como un momento muy intenso y de verdadera solidaridad entre las personas”. Cuenta que ahora es profesor de matemáticas de niños de 12 y 13 años y de informática para personas que tuvieron problemas mentales. “Además sigo siendo un activista en el campo de los derechos de los trabajadores… precarios (: y persona digna: por lo menos eso intento”.
El regalo
La propuesta que selló el destino del Padelai floreció recién en junio de 2008, cuando Mauricio Macri firmó un acuerdo para ceder el edificio al gobierno español. Para concretarlo fue necesario que la Legislatura porteña aprobara dos polémicas leyes:
La expropiación: Se concretó el 19 de marzo de 2009. Luego de conocerse el convenio con España, el estudio del abogado César Arias –hijo del ex ministro de Justicia de Carlos Menem– presentó una demanda en nombre de la cooperativa San Telmo Ltda. que poseía la propiedad del 70% del edificio, según un acuerdo suscripto con el ex intendente Carlos Grosso. El argumento: la Ciudad había pagado a las personas físicas, pero no a la persona jurídica y hasta no hacerlo no podía disponer libremente del lugar. Macri envió entonces un proyecto de ley a la Legislatura para declarar de interés histórico el Padelai y destinar 12 millones de pesos al pago de su expropiación, que depositó en una cuenta del Banco Ciudad a nombre de la cooperativa. La gerencia de Inspección del Inaes informó al gobierno de la Ciudad en agosto de 2009 “el estado de incertidumbre planteado en torno a la situación institucional de la cooperativa, la existencia actual de asociados, como así también que puedan acreditar tal calidad y ser debidamente individualizados”. El último domicilio legal declarado por la cooperativa es el estudio de abogados Mariño, Coconi y González.
En síntesis: a la fecha no está claro el destino de los 12 millones que depositó la ciudad para entregar los 5.970 metros cuadrados del Padelai. Y mucho menos si correspondía ese pago.
La expropiación se convirtió en ley en aquella sesión en la que la entonces diputada Patricia Walsh cubrió su banca con una bandera española para expresar lo que calificó como un “acto de entrega y colonialismo”.
La cesión: Se aprobó en agosto de 2009, cuando la Legislatura despachó en tiempo récord la ley que cedió a España el uso del Padelai por 30 años: el tratamiento en las respectivas comisiones y su aprobación en el recinto consumió solo seis días. Las objeciones más importantes tuvieron que ver con los grandes enigmas que sigue teniendo hoy este proyecto: no fija un cronograma de obras ni define el monto de la inversión. Para enmendar este vacío, los legisladores acordaron agregar un artículo que condiciona la cesión a la presentación de los plazos para realizar las obras, el proyecto arquitectónico y la línea de la programación cultural, entre otras cuestiones básicas. Sin embargo, ninguno de estos datos son públicos y los legisladores consultados por mu, y que en su momento objetaron estos puntos, no supieron informar si se cumplieron tales exigencias.
El proyecto
El Centro Cultural de España en Buenos Aires tiene una larga historia de intervención en la cultura porteña. Desde sus inicios, a fines de la década del 80, apostó a resaltar la producción cultural de vanguardia, en el sentido más heterógeneo de la palabra, tal como lo sintetiza en su libro La venganza del gallego el primer director de ese centro, José Tono Martínez, en el que resume la experiencia de los cuatro años en los que condujo esa institución. Su sucesora fue Lidia Blanco, quien eligió acompañar los caminos de la cultura social, manteniendo un perfil mucho menos mediático que su antecesor. Durante su gestión sumó a la vieja sede de Florida una sucursal emplazada en Suipacha, a metros de la avenida Santa Fe. Las dos sedes se mantienen activas y su actual director, Ricardo Ramón, sumó este año varias actividades organizadas en el Centro Cultural Borges. También planificó las intervenciones en las fachadas del Padelai como forma “de anticipar la propuesta cultural” que esa sede brindará a San Telmo.
En su charla con mu, Ramón descartó que la crisis económica española haya impactado en los planes del Centro Cultural. “La inversión está aprobada y rondará los 9 ó 10 millones de dólares, pero la cifra definitiva dependerá del proyecto”. Explicó que las demoras están relacionadas con el proceso que requiere una reconstrucción como la que implica ese edificio. “Se trata de una licitación internacional y las pautas las estamos fijando junto con el Colegio de Arquitectos”. Asegura que los pliegos y condiciones estarán listos “antes de navidades, seguro” y que la fecha de inauguración dependerá –reitera– del tipo de proyecto que gane el concurso.
¿Presentaron un plan de obra?
Claro.
¿Y qué fechas se fijaron allí para cada etapa?
Es que el plan de obra depende de qué obra hagamos, porque primero hay que ver qué proyecto gana el concurso. ¿Cuál es el compromiso con el ayuntamiento? Que la obra se haga lo mejor posible. Los concursos tienen sus tiempos. Un edificio así necesita un pliego de descripciones técnicas que requiere hacer primero desde un estudio estructural hasta uno histórico. Eso es lo que hemos estado haciendo todo este tiempo. Luego, hay que elaborar un programa de necesidades que está siendo pactado con todas las asociaciones del barrio. Porque si un centro cultural no es del barrio, no es nada. Tiene que nacer del consenso y en eso estamos trabajando.
¿Ustedes ya invirtieron en el edificio?
Pues claro. ¿Tú sabes las toneladas de basura que sacamos? Hemos fumigado, talado árboles que estaban a punto de caerse, ratas, todo…
¿Y a cuánto asciende hasta ahora la inversión?
No tengo a mano la cifra exacta, pero ronda los 200 mil dólares. Lo que quiero dejar claro es que esto de la cesión es una fórmula que se usa habitualmente en todo el mundo. Las ciudades no pueden proteger todo su patrimonio porque es algo que cuesta muy caro…
También puede pensarse que habiendo destinado 12 millones a la expropiación, la ciudad tenía recursos para destinar a ese edificio.
Eso a mí no me afecta.
Pero a la ciudad sí.
Es el tema: la política pone el dinero donde le da la gana, pero sobre eso no me corresponde opinar a mí. Sí puedo decirte que ésta es una práctica normal en el mundo. España misma ha cedido varios de sus palacios, por ejemplo, en Italia, para poder mantenerlos y conservar su valor. Pero, ¿cuál es tu opinión? ¿Verías más lógico que el ayuntamiento nos alquilara el Padelai?
Creo que el Padelai tiene una deuda social con el barrio y que se deben controlar los destinos de los dineros públicos, Las dos cosas, sumadas, hacen necesario que la información sobre el destino del edificio tenga que ser pública y clara.
Y es mi obligación darla. Lo que me pone contento es que los vecinos están apoyando el proyecto. Y se trata de un proyecto que tiene nuestra línea. Es decir, una línea que fomenta el diálogo interamericano. Nuestra historia deja en claro que no venimos aquí a vender cultura española, sino a darle espacio a lo mejor de la cultura argentina, lo más vanguardista de lo local, que muchas veces no encuentra espacio en otro lado. Nuestro compromiso es que todas nuestras actividades van a ser gratuitas y que, además, le vamos a dar al barrio una infraestructura que hoy no tiene. Por ejemplo, para los niños que no encuentran en San Telmo un espacio adecuado para desarrollar su creatividad. Mi deseo es que ese jardín sea la plaza del pueblo. ¿Sabés qué pasa? Aquí nos estamos jugando muchas cosas y yo prefiero entonces que el proceso sea lento a que luego digan: España ha hecho aquí una auténtica cagada. Yo soy un técnico, no un político. Y como técnico mi tarea es que todo salga lo mejor posible. Nosotros somos conscientes de que vamos a hacer un centro cultural en un lugar que tiene una historia, que incluye violencia, y ésa es una herencia dolorosa que tenemos que tener en cuenta. Me he encontrado allí con gente que me ha dicho: “ésta ha sido mi casa”. Y yo le he respondido: “pues sigue siéndolo”.
El mensaje a descifrar
Las heridas sociales están presentes en el edificio del Padelai. No son fantasmas, sino vecinos que siguen resistiendo el brutal ritmo de un barrio agitado por una especulación inmobiliaria que los expulsa. Esa melodía de los nuevos tiempos es la que para ellos convierte a ese edificio en otra cosa: el lugar de los otros. Esa paradoja –por llamarla de alguna manera– sutil, compleja, difícil de descifrar, es la que le otorga otra lectura al mensaje que ahora se lee en la fachada del Padelai. El Centro Cultural de España lo anuncia en su programa como una muestra compuesta de “12 backlights con temáticas que giran alrededor de la soberanía alimentaria, la defensa de la autonomía de los cuerpos y los territorios y la reparación de una memoria histórica que incluya las voces acalladas” entre otros derechos. Uno en particular me llama la atención. Merece quizás una lectura más profunda, menos solitaria y sin duda más rumiada que la que puede insinuarse en esta nota, que no pretende ser un juicio, sino una señal.
El cartel dice:
“Libertad para decir, autonomía para hacer. Tenemos derecho a ser libres”.
Lo suscribe el grupo “Iconoclasistas, laboratorio de comunicación y recursos contrahegémonicos de libre circulación”. Y lo custodia una cámara de seguridad.
Edificio, cartel, texto y cámara adquieren entonces la categoría de una verdadera instalación que dispara preguntas inquietantes sobre las nuevas fronteras que se esbozan entre la memoria y el arte, entre los textos y los contextos, entre el adentro y el afuera, entre el eje y su anti, entre la ciudad y su progreso.
Ése es el debate pendiente que las paredes del Padelai reclaman a los gritos y no es fácil responder a sus demandas. Intento, por ejemplo, conversar con los Iconoclasistas, pero están de viaje. Les envío entonces el siguiente mensaje:
“Qué pena que no podamos hablar personalmente porque temo que por mail la consulta adquiera un tono que no pretendo. Es sobre la muestra en el Padelai. La pregunta es: ¿Cómo creen que son leídos esos mensajes en un lugar sobre el que pesa la memoria de un desalojo tan violento? Quisiera que lean la pregunta sin mala leche y pensando en que se lo preguntan algunos de los expulsados de allí que aún son vecinos del barrio. Un abrazo”.
Los Iconoclasistas responden:
“Nosotros no trabajamos con la memoria del barrio, ni lo trabajamos con ellos. Estos carteles fueron sólo un primer arranque de una intervención llamada ¡Menos derecha, más derechos! que está girando con mucha fuerza y reapropiación por diferentes espacios y como recurso de libre circulación. De hecho están subidos en la página web en buena calidad, como todos nuestros trabajos. En otras palabras: pensamos que la política es ocupar espacios y así lo aprovechamos, pero esta campaña no nace y muere allí, es sólo una parada. De todas maneras no pensamos que tu pregunta haya sido de buena leche… hace cuatro años que desarrollamos un intenso trabajo por todo el país, con apoyo y articulación con movimientos sociales, pero llamativamente recién ahora te llama la atención… eso nos genera, por lo menos, una suspicacia”.
El Padelai representa, entonces y también, esa conversación imposible, esa escena de lo común que va vaciando la lógica facciosa, ese momento en que la voz social la emiten las paredes porque en las personas la palabra se ha infectado de… llamémoslo, por lo menos, suspicacia.
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