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San Perón
La movilización de una multitud plebeya y espontánea hacia Plaza de Mayo marca un hito en la historia de las luchas populares. El historiador Ezequiel Adamovsky revela la trama de esos días de cambio, en los que los obreros por primera vez le hablaban de igual a igual a sus patrones en la fábrica.
El 17 de octubre de 1945, detenido en la isla Martín García, Perón estaba convencido de que su carrera política había terminado. Todo parecía indicar que muy pronto se celebrarían elecciones democráticas, que seguramente darían la victoria a la ucr o a alguna coalición de partidos que la incluyera. Sin embargo, ese día la multitud actuó por cuenta propia y cambió el curso “normal” y esperable de la historia. No convocó a ninguna de las entidades conocidas. No la movilizó ni Perón, ni el gobierno, ni la cgt, ni ninguno de los partidos existentes. Algunos activistas de base ayudaron a correr la noticia, pero básicamente se trató de hombres y mujeres que se contagiaron unos a otros de valor y entusiasmo y marcharon espontáneamente hacia la Plaza de Mayo. Era una multitud nunca antes vista en el elegante centro de la ciudad: pobres, mal vestidos, algunos en patas. Muchos de ellos eran de piel morena. Venían de las barriadas humildes de Buenos Aires y también de las afueras, donde se multiplicaban las fábricas y se apiñaba el pobrerío. Ese día marcharon sin dejar que nada los detuviera, hasta inundar la Plaza: algunos incluso cruzaron el fétido Riachuelo a nado cuando la policía quiso impedirles el acceso a la Capital. En La Plata, Tucumán, Zárate, Córdoba y Salta hubo manifestaciones similares. Así consiguieron la liberación de Perón e iniciaron un proceso político tan inesperado que el preso de Martín García pronto se vio catapultado a la presidencia de la nación.
El camino al 17 de octubre
La multitud plebeya se decidió a actuar por su cuenta ese 17 de octubre con un objetivo muy preciso: defender las conquistas obtenidas en los meses anteriores contra la reacción patronal que se veía venir. La presencia de una figura como Perón en el mundo de la alta política ofrecía una oportunidad inédita de ganarse un nuevo lugar en la vida nacional y decidieron aprovecharla.
Lo que estaba en juego no era poco. En su paso por la Secretaría de Trabajo y Previsión (stp), Perón había promovido medidas a favor de los trabajadores que superaban ampliamente todas las conquistas que habían obtenido hasta entonces. Lo que venía generando entusiasmo no eran tanto los aumentos salariales como una gama de nuevos e inéditos derechos laborales. En su breve gestión, Perón había ido asumiendo una actitud más amistosa hacia con los sindicatos. Los hostigamientos iniciales pronto terminaron (excepto para los comunistas, a quienes se siguió persiguiendo sin tregua). Se invitó a cada gremio a que enviara asesores a la stp, para que colabore en la confección de las nuevas medidas y presentara denuncias de abusos patronales. La acción decidida de Perón se tradujo asimismo en la expansión de beneficios jubilatorios, mejores indemnizaciones por accidentes de trabajo, aguinaldos, más días de vacaciones pagas y nuevas cláusulas de defensa de la estabilidad para varios gremios. Por otra parte, se dispuso la creación de un nuevo fuero judicial, con tribunales del trabajo especialmente dedicados a proteger los derechos de los trabajadores. Pero acaso la medida más importante fue el decreto que reglamentaba y extendía la negociación de convenios colectivos por rama de actividad. Este tipo de convenios había beneficiado hasta entonces a pocos gremios y tenía alcances limitados. La nueva disposición hizo obligatoria la mediación del Estado en caso de conflictos; los convenios firmados serían en adelante de cumplimiento forzoso por ambas partes y se dotó a la stp de poderes de policía para garantizarlo. Más tarde se otorgó también a los trabajadores amplios derechos de sindicalización, incluyendo la protección de los delegados y afiliados contra cualquier represalia de la patronal.
Las conquistas de estos meses irritaron profundamente a los empresarios, no tanto porque los obligaran a pagar mejores salarios, sino por los cambios que producían en el trato cotidiano con su mano de obra. Por todas partes los empleadores tuvieron que lidiar con delegados gremiales y abogados sindicales que se les plantaban de igual a igual. Los trabajadores sentían que ahora existía una voluntad superior, por encima de la de sus patrones, que velaba por sus intereses. Naturalmente, esto afectó la disciplina laboral, a medida que el temor y la sumisión fueron dando lugar a una actitud más orgullosa, incluso altanera, por parte de peones, empleados y obreros. Los empresarios y estancieros –demasiado habituados a ser ellos los altaneros– no podían soportar este desafío a las jerarquías tradicionales. No había dudas de que, si caía Perón, los intereses del capital intentarían desandar el camino de las conquistas obreras.
Lucha de clases
Para comienzos de octubre de 1945 el escenario de lucha de clases estaba planteado con total claridad. Las entidades patronales, con ayuda de la embajada norteamericana, habían conseguido poner en marcha un gigantesco movimiento de oposición en el que consiguieron aglutinar a todos los partidos políticos. Casi toda la prensa, las universidades, la mayor parte de la gente de la cultura y buena proporción de los sectores medios participaron del movimiento opositor. Jaqueado, el gobierno militar finalmente entregó la cabeza de Perón y se preparó para traspasar rápidamente el poder a los civiles. La reacción patronal estaba unificada y en marcha y ningún trabajador podía dudar que se proponía arrasar con las conquistas obtenidas y que no escatimaría represalias. ¿Qué hacer?
La respuesta a esta pregunta no era sencilla. Era indudable que sin Perón en el gobierno, los trabajadores llevaban todas las de perder. ¿Había que salir a defenderlo, entonces? Muchos dirigentes gremiales opinaban que eso era urgente. Otros, sin embargo, sostenían que el movimiento obrero siempre había mantenido su autonomía respecto del Estado y los políticos y así debía continuar. Perón no era parte del mundo trabajador y eran muchos los sindicalistas que seguían desconfiando de sus intenciones. Además, algunos consideraban que su carrera política había llegado a su fin y juzgaban inconveniente, por motivos tácticos, comprometer al movimiento obrero en su defensa. Estos dilemas se discutieron intensamente en la conducción de la cgt en los días posteriores a la caída de Perón. Desde varias regiones del país los dirigentes recibían presiones de las bases para adoptar una línea de confrontación total. Desde el 14 de octubre las reuniones en la cgt se suceden febrilmente; finalmente dos días más tarde, y tras ocho horas de debates acalorados, los líderes sindicales definen que el movimiento irá a una huelga general. La votación fue bastante ajustada, 16 a 11. Para consensuar posiciones, el texto de la convocatoria llamaba a cerrar filas para defender los derechos adquiridos, pero ni mencionaba a Perón. La huelga se realizaría el día 18 y sin movilización.
Pero la multitud trabajadora decidió no esperar y actuó por cuenta propia. Desde muy temprano, un día antes de la jornada señalada para la huelga, se lanzó a las calles a exigir la liberación de Perón. Como parecía el único capaz de tranquilizarla, no hubo más remedio que mandarlo a traer de Martín García. Luego de largas horas de dudas y de negociaciones con las autoridades militares, el coronel finalmente salió al mítico balcón de la Casa Rosada a hablarle a la multitud. Eran las 23.10 y su aparición fue festejada con una ovación que duró 15 minutos. Cumpliendo con el pedido de sus camaradas de armas, en el breve discurso que improvisó frente a los trabajadores les pidió que cantaran el Himno Nacional y que desconcentraran en calma. Sus palabras evitaron todo antagonismo. Por contraste, antes de retirarse sin apuro de la Plaza, entrada ya la una de la mañana, los trabajadores cantaron eufóricos “¡Mañana es San Perón, que trabaje el patrón!”. Y así fue: la huelga general del 18 de octubre paralizó el país entero. Nunca una medida de fuerza convocada por la cgt había logrado una adhesión tan contundente y tan extendida.
Fue en esas 48 horas que nació el movimiento que dominaría durante décadas la política nacional. Porque el movimiento peronista no puede explicarse solamente por la figura de Perón, sino por el entrelazamiento de su liderazgo con otras dos presencias políticas no menos importantes: la del movimiento obrero organizado y la de la acción plebeya y de base que con frecuencia desbordó a uno y otro. En el futuro, la presión popular seguiría desempeñando un papel propio y condicionando de mil maneras tanto las decisiones de Perón como las de los sindicalistas.
La estrategia de las clases populares
Aunque fuera espontánea, en la acción de las masas puede reconocerse una estrategia política precisa. Mirando el país como un todo, el mundo de las clases bajas estaba todavía por entonces profundamente fragmentado. En general, existía una gran distancia geográfica pero también cultural que separaba a los trabajadores de las ciudades de muchos de los que habitaban el mundo rural. Desde el punto de vista étnico, la fragmentación no era menor: los había criollos, pero también extranjeros de muchas nacionalidades distintas; y por supuesto, estaban los indígenas. El universo cultural y mental de todos estos grupos y sus condiciones de vida podían ser enormemente diferentes. El movimiento obrero había hecho importantes avances en el sentido de unificar sus luchas y reclamos, pero todavía estaba muy lejos de haberlo logrado. De una manera imprevista, la figura de Perón les permitió a las clases populares argentinas superar la fragmentación que las caracterizaba y acceder finalmente a un lugar de influencia en el nivel de la política estatal. Mediante el peronismo se convirtieron en un sujeto político unificado, algo que el movimiento obrero por sí solo no había podido lograr. El coronel les había ofrecido una oportunidad inesperada: ignorando las vacilaciones de la dirigencia sindical y la oposición de los militantes comunistas, anarquistas o socialistas, desbordando todas las entidades que hasta entonces las representaban, ellas decidieron aprovecharla. Ésa fue la “estrategia” implícita en el apoyo de las clases bajas a Perón: los oprimidos y explotados, los excluidos y humillados, se ganaban así por primera vez un lugar de importancia en la alta política. Aunque no sin riesgos, para los dirigentes gremiales la oportunidad también prometía colaborar en el fortalecimiento del movimiento sindical. Pero aunque lo incluyera en un lugar central, el movimiento peronista excedió el movimiento obrero; fue algo nuevo y distinto.
Razones para un movimiento contradictorio
El encuentro, en fin, no resultó gratis para ninguna de las partes. El sindicalismo perdió en autonomía lo que ganó en influencia, mientras que las clases bajas ataron su destino a la persona de su líder y, al hacerlo, en buena medida se dejaron moldear por sus ideas. Perón, por su parte, debió sostener una imagen pública de “tribuno de la plebe” que no pensaba inicialmente asumir y que no combinaba bien con su propia ideología, más cercana al nacionalismo corporativista que a la lucha de clases. El antagonismo de clase era para él efecto o bien de la prédica nefasta de los comunistas, o fruto de un desajuste innecesario que había que dejar atrás rápidamente. De hecho, Perón sólo fue radicalizando sus discursos contra la “oligarquía” y presentándose como representante del bajo pueblo cuando se hizo evidente que todos los demás sectores sociales se habían alistado en su contra. Hacia mediados de 1945 se había planteado un escenario de enfrentamiento de clase abierto entre quienes lo apoyaban –en general los sectores más bajos– y quienes pedían su destitución: la casi totalidad de las entidades empresariales y las asociaciones representativas de la gente “decente”. Sin haberlo buscado deliberadamente, Perón había quedado ubicado como referente del bando popular de una intensa lucha de clases. Cuando la decisiva acción de las masas del 17 de octubre lo devolvió a la vida política, el coronel se vio encabezando un movimiento mucho más plebeyo de lo que a él le hubiera gustado. En adelante su propio poder dependió de su capacidad para seguir movilizando el apoyo de los trabajadores, una dependencia que lo obligó a tolerar o incluso ser él mismo canal de un antagonismo de clase que se negaba a desaparecer y que sus convicciones íntimas no aprobaban.
Parte el proyecto político de Perón, parte hijo del interés propio de los dirigentes obreros, parte el aporte plebeyo y revulsivo de las masas: todo eso fue el peronismo. Como movimiento social y político, surgió de la conjunción impensada y no siempre cómoda entre un dirigente que no esperaba contar con esa masa plebeya como su (casi) único apoyo, y una masa trabajadora que tampoco había previsto ser liderada por alguien como Perón. Esa tensión entre la voluntad del dirigente y los deseos que sus seguidores depositaron en él es lo que hizo del peronismo un movimiento tan contradictorio. Aglutinado en una mezcla inestable, el movimiento peronista marcaría profundamente a las clases populares. Su irrupción en la política argentina redefinió tanto sus identidades políticas y sociales, como su lugar respecto de la clase dominante.
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