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Mar del Plata se movilizó contra los femicidios

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La ciudad en la que esta semana fueron masacradas una joven de 16 y una abuela de 86 años, reaccionó con una movilización histórica. Las críticas a los programas con anuncios mediáticos y sin presupuestos. La convocatoria al Paro Nacional de Mujeres del miércoles 19. “Que sea una bisagra”, propone la madre de Lucía.
“A Lucía la deberíamos recordar como una joven excelente, como una chica que estudiaba, que iba a 5° año, con los revires de cualquier adolescente, como una excelente hija, pero sobre todo como una excelente persona”, dice a lavaca su mamá, Marta Romero, con la voz firme, pero agotada de contestar las mismas preguntas desde hace días, cuando en el mismo fin de semana en el que más de 80 mil mujeres colmaron Rosario en el XXXI Encuentro Nacional de Mujeres se enteró que a Lucía Pérez, su hija, de 16 años, la habían masacrado.

Mar del Plata se movilizó contra los femicidios

Foto: Télam


La noticia, los hechos, los nombres y los detalles circularon por todos los medios, redes sociales y de boca en boca: a Lucía Pérez la drogaron, la violaron, la empalaron y le provocaron un shock cardíaco. Los dos hombres detenidos son Matías Farías (23 años) y Juan Pablo Offidani (41, hijo de un conocido escribano marplatense). La fiscal María Isabel Sánchez describió que Lucía “fue sometida a una agresión sexual inhumana” y afirmó no tener dudas de “las responsabilidades penales de los dos”, ahora busca a una tercera persona, hoy con orden de captura. El horror sin dimensión  empujó a una respuesta concreta: el primer Paro Nacional de Mujeres de la historia argentina y una movilización a Plaza de Mayo para este miércoles 19, a las 17.
“Lo que se dijo, se dice y se dirá es problema del otro, no mío”, dice Marta sobre las noticias que intentan criminalizar a la víctima. “Yo sé que mi hija es Lucía. Sé que la parí y la tuve hasta los 16 años. Ella pintaba muy bien, dibujaba muy bien, le encantaba el arte, la biología, los animales, la veterinaria. Lo único que no le gustaban mucho eran las operaciones: yo soy enfermera. Era una estudiante capaz, estaba haciendo un curso en Telefónica, había sido elegida entre 60 chicos, que los capacitaban para trabajar. Ella era una de las niñas elegidas. Eso era Lucía. Una chica que le iba bien en la escuela, y que iba todos los días al colegio, bien, contenta, feliz, y tenía una perra policía que hoy la extraña horrores. También un gato. Era una niña feliz, con su vida, sus cosas. Siempre me esperaba en la escalera y me preguntaba cómo me había ido en el trabajo, me hacía unos mates. Después, se acostaba un ratito conmigo”.
Este sábado hubo dos movilizaciones en Mar del Plata a una semana del femicidio: un corte en la ruta 11 a la altura de Playa Serena con movilización al barrio Alfar, donde ocurrió la masacre, y luego una concentración frente a la Municipalidad.  Dice Marta: “Lo único que queremos es paz por Lucía y por todas las chicas que han pasado lo mismo. Queremos justicia”.
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Foto: Télam

“Nunca nada igual”

Farías y Offidani están detenidos en la Alcaidía Penitenciaria de Batán, imputados por violación seguida de muerte y homicidio criminis causae (tipificación que describe el delito cometido para ocultar otro o asegurar su concreción). La carátula podría cambiar a “femicidio” de acuerdo al reclamo del Observatorio de Violencia de Género (OVG) de la Defensoría del Pueblo bonaerense. La fiscal Sánchez dijo que tuvo “una entrevista mínima e indispensable” con los detenidos. Ambos se negaron a declarar. “Farías aparentaba estar asustado. A mi modo de ver, como ocultando algo, como con ganas de hablar y no animarse. Siguiendo el consejo de su defensora, se negó a declarar. Con Offidani la impresión fue otra. Una persona desafiante, altanera, soberbia. Nunca me quitó los ojos de encima, siempre como desafiando”.
La fiscal contó que los hechos comenzaron el viernes 7 cuando Farías y Offidani se presentaron en las cercanías de la escuela que iba Lucía. Lucía habló con Farías y al día siguiente fue a su casa. Sánchez aclaró que Lucía fue obligada a consumir “mucha cantidad de cocaína” y luego “fue sometida a una agresión sexual inhumana”. Cuando la joven estaba agonizante, los dos detenidos la trasladaron hasta el centro de salud de Playa Serena en una camioneta Fiat Strada Adventure color azul. La fiscal Sánchez informó que Lucía ingresó muerta. Antes habían lavado el cuerpo y la habían vuelto a vestir. En la sala de salud, Farías permaneció un rato en el lugar. Offidani se fue. La policía los detuvo “cuando vendían estupefacientes en la vía pública” a bordo de la misma camioneta. Tenían medio kilo de marihuana, cocaína y billetes “que confirmaron su condición de dealers”. En la vivienda de Farías hallaron “preservativos, drogas y municiones, pero no armas”.
Durante la semana había trascendido que Offidani designó como defensor a Cristian Prada, titular del área de Control y Supervisión de los Servicios de Seguridad Privada de la Secretaría de Seguridad y Justicia del municipio, que luego se la traspasó al abogado Eduardo Toscano. Sin embargo, luego de la reunión que los padres de Lucía mantuvieron con el intendente Carlos Arroyo, diversos medios confirmaron que el jefe comunal echó a Prada.
Sobre el tercer hombre, hoy prófugo, Sánchez aseguró que “no habría participado del acto de sometimiento y la muerte”, aunque, según su presunción, habría participado del “encubrimiento posterior al hecho”, ya que “ayudó a borrar los rastros del delito”, apuntó.

Mar del Plata se movilizó contra los femicidios

Foto: Télam

“¿Qué nos pasó?”

Según el padrón  confeccionado por la organización MuMaLá, hubo 225 femicidios en Argentina desde que se puso en marcha el grito #NiUnaMenos. Los datos corresponden a los femicidios cometidos entre el 3 de junio de 2015 y el 30 de mayo de 2016.  El 20 por ciento de las mujeres asesinadas había hecho denuncias previas y el 86 por ciento de los femicidios fueron cometidos por hombres pertenecientes al círculo íntimo de la víctima.
En la provincia de Buenos Aires, un informe de la Procuración General de la Suprema Corte de Justicia registró en el territorio bonaerense 98 femicidios en 2015. En Mar del Plata hubo 9, es decir, una mujer cada 11 murió en ese municipio producto de la violencia machista.
Con el horror de la masacre de Lucía presente y mientras se discutían las condiciones del Paro Nacional de Mujeres, otro femicidio, también en Mar del Plata, llegó con brutalidad: una mujer de 86 años fue encontrada ahorcada con un cinturón en su casa. La policía busca al marido de la mujer, un hombre de 66 años, que ya había sido denunciado por violencia machista.
Un mismo lugar, dos mujeres, dos edades, dos vidas.
Dice Marta:
“Dos mujeres muertas: es terrible. Tenemos que reflexionar sobre esto. Basta de violencia. Hemos retrocedido como sociedad. Esto es un problema sociológico. Hemos involucionado. Es un horror. Es una sociedad que tenemos que cambiar, y nos va a costar mucho. No lo podemos permitir. ¿Qué nos pasó como sociedad? ¿Qué nos pasó?”.

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Foto: Télam

700 denuncias por mes

La pregunta la toman Noelia Barbas, coordinadora de MuMaLá en Mar del Plata, y Julia Rigueiro, referente del colectivo Mala Junta e integrante de la Comisión Organizadora del Encuentro Nacional de 2015,  precisamente en esa ciudad, que dialogan con lavaca.
“Con el femicidio de Lucía y de esta señora queda demostrada una situación que atraviesa a todas las edades”, piensa Barbas. “En las jóvenes impacta mucha más, pero no tenemos que olvidarnos de las adultas mayores, que no son muy visibilizadas. Lo que pasó fue espantoso, y se suma a cómo venimos conmovidas con casos de femicidios en el resto del país”.
¿Qué ocurre en Mar del Plata? “Desde el primer #NiUnaMenos hemos presentado al municipio una innumerable cantidad de críticas y propuestas -dice Rigueiro-. Este año, después de la marcha, se aprobó la emergencia por violencia de género y ahora estamos peleando para que se aplique. Hay una respuesta del municipio de General Pueyrredón similar a otras áreas de este Gobierno: aceptar la problemática, escucharla, pero luego un constante desfinanciamiento. En la Dirección de la Mujer, que ni siquiera es Secretaría, no hay cabeza que esté al mando de esa área y el teléfono no pueden atenderlo por la cantidad de denuncias”.
Barbas resume el cuadro de situación: “No hay cifras oficiales, pero los únicos datos que tenemos hablan de 700 denuncias por mes. Hay un sólo refugio con solo 18 camas, que no da abasto”. Barbas subraya que luego de la aprobación de la emergencia, la Municipalidad creó un Observatorio para monitorear, investigar y establecer una estadística sobre las consecuencias de la violencia machista en el distrito, que servirá para diseñar políticas públicas, pero no avanzó en ninguno de los puntos que implicaba otorgarle a ese programa un presupuesto. “Fue sólo para la foto: la emergencia se aprobó sin tener en cuenta el presupuesto municipal”.
Mar del Plata se movilizó contra los femicidios

Ganar la calle

Rigueiro: “Después de los femicidios de Lucía y de la señora de 86 años, hay algo que sentía cuando trataba de poner unos minutos la cabeza fría luego de algo tan terrible: sentimos el corazón triste, pero las ideas más claras que nunca. Sentimos que al haber compartido los pasos con otras 80 mil mujeres en Rosario, volver a la ciudad donde organizamos el masivo Encuentro del año pasado, que nos bastardearan por pintadas, volvimos con la confianza que por lo que estamos peleando vale, sigue valiendo y va a valer más que nunca, a pesar de que la vida de Lucía y de la señora no vuelven más”.
Barbas: “Cuando las mujeres salimos del lugar de sumisión, pareciera que hay un incremento de la violencia. Por eso también el paro del miércoles: es una medida histórica. Pedimos a toda la sociedad que se pueda movilizar, que podamos salir a las calles y transformar esta realidad tan dura que vivimos las mujeres. Tenemos que movilizarnos”.
Rigueiro: “Sin temor a equivocarme, pienso que cuando un sistema de ver el mundo como es el patriarcado se siente muy atacado, no tiene otra reacción que la violencia. Por eso la represión en el cierre del Encuentro en Rosario; por eso esta situación en Mar del Plata con Lucía y la señora, y por eso esta respuesta popular, muy amplia, masiva y aceitada en términos de unidad y de ganas de ganar la calle contra el machismo”.
Marta Romero, con el grito de “justicia” tras las multitudianarias movilizaciones por Lucía en las calles marplatenses, sintetiza qué representa este Paro de Mujeres: “Que sirva para hacer una bisagra”.

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Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

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La marcha en La Matanza, a dos semanas del triple narcofemicidio.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro/lavaca.org

En silencio.

La marcha empieza 21:29, horario en el que las chicas se subieron, hace dos semanas, a la camioneta Chevrolet Tracker blanca. Para quienes no conocen este lugar –rotonda de La Tablada, cruce de Camino de Cintura y avenida Crovara, La Matanza–, el silencio que acompaña la movilización de las familias de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez no se termina de dimensionar.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El perímetro está cortado desde muy temprano por la policía bonaerense y apenas algunas motos del barrio o ambulancias urgentes pasan por una intersección que, en un día común, es puro bocinazo, ruido y tránsito sin parar. 

Así, en silencio, esta marcha grita que hace dos semanas ya no hay ningún día común. 

“El barrio está de luto”, dice Brian, un joven muy dulce que acompaña a la familia de Morena. “Antes se escuchaba música, había fiesta, baile. Ahora, nada”.

Eric, de 28 años, al lado de la familia de Brenda: “El barrio está triste”. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Las chicas que acompañan a Estela, mamá de Lara Gutiérrez, mueven la cabeza de un lado a otro: “Queremos justicia”, dicen. No quieren decir más. ¿Hay algo más?

De a poco, desde los monoblocks que custodian esta rotonda bajo la mirada de murales del Papa Francisco y Diego Maradona, los vecinos fueron llegando. Algunos volvían de trabajar, otros se sumaban después de cenar. Hay jubiladas, adolescentes y muchos niños y niñas que sostienen velas en cuellos de botellas de plástico. Sabrina, la mamá de Morena, marcha mirando el frente. Paula, mamá de Brenda, lleva en brazos a su nieto de un año. Hay mucho dolor, y son los niños los que marcan con una mirada de fuego una fotografía fuera de lugar, una cámara que parece no respetar este duelo.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En silencio, nadie habla. 

Solo los pasos en una ronda a la rotonda en sentido inverso a las agujas del reloj, como las Madres en Plaza de Mayo, o los jubilados en el Congreso.

Quizá de manera inconsciente, sin saberlo, en este gesto las familias respondan una pregunta innecesaria que circula en algunos colectivos que se desvían de recorrido por el corte: “¿Por qué marchan si hay detenidos?”. Precisamente, porque el nunca más se sostiene en movimiento, como una forma de gritarle a la agenda política y social que este horror no tiene justicia. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En silencio, la ronda termina. 

Las familias se reúnen y sacan bengalas y globos blancos que todo este barrio que marcha estuvo inflando durante la tarde. “Ahora”, ordena Sabrina, y los globos se sueltan.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Las bengalas se encienden.

Las familias se abrazan, se descargan. 

Y un nene, que no llega a los diez años, dice lo único que hay que decir: “Justicia”. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

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La sociedad contra el narco: cómo se organizan los barrios

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Cómo enfrentan el avance narco dos centros barriales de la Villa 21/24 (CABA) y Puerta de Hierro (La Matanza) que reciben a jóvenes adictos. Lo que cuentan esos jóvenes: la realidad del barrio, los transas, los efectos de la crisis, las cosas que logran transformar vidas. Lo que se puede cambiar y lo que no en esta investigación que compartimos: La vida como viene, publicada en la revista MU.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro

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Femicidios territoriales: las tramas de la violencia

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Lo narco, la violencia, los femicidios. Un tema que acaba de provocar el horror a partir tres crímenes: Lara Gutiérrez, 15 años, Brenda del Castillo, 20 años y Morena Verdi, 20 años. El Observatorio Lucía Pérez y la Cooperativa lavaca vienen siguiendo e investigando desde hace años esta realidad. Ese trabajo se plasma en un libro que ya está en imprenta: Femicidios, narcotráfico y Estado, del cual adelantamos aquí el prólogo. El concepto femicidios territoriales abarca a aquellos que no se ajustan a los modelos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. La definición de lo «narco», el sentido y el contenido del territorio y sus tramas de relaciones, el poder. Y los cuerpos que narran una historia personal y colectiva, que debemos comprender para trazar una radiografía de época.

por Claudia Acuña, Florencia Paz Landeira y Anabella Arrascaeta

Desde el Observatorio Lucía Pérez registramos e interrogamos todos los días las cifras de la violencia patriarcal. Desde ese ejercicio cotidiano sostenido durante ya doce años proponemos la categoría de “femicidios territoriales” para intentar comprender la singularidad de crímenes como los de Lucía Pérez, Melina Romero, Iara Rueda, Luna Ortiz o Araceli Fulles, por citar solo algunos casos paradigmáticos. Se trata de femicidios que no se ajustan a los modelos epistémicos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. Participación activa, en tanto que genera condiciones de posibilidad para estas muertes en esos territorios; y también participación concreta, al garantizar y perpetuar la impunidad de esos femicidios, falseando pruebas y entorpeciendo procesos judiciales. Marta Montero, madre de Lucía Pérez, prefiere llamarlos “narcofemicidios”. Sumamos a este concepto la referencia al territorio porque quizá nos permita enfocar los factores que los producen: los narco-femicidios se originan en narco-territorios concretos en los cuales la actividad delictiva ya cuenta con impunidad estatal.

En primer lugar es necesario definir a qué denominamos “narco”:

  • Narco es un término que hace referencia a una actividad criminal que se lleva a cabo “con la participación ilícita de actores del Estado2. “
  • Lo narco opera a través de una necromáquina cuya tarea es acallar, atemorizar y doblegar resistencias hasta esclavizar las fuerzas de producción necesarias para extraer capital de todo lo vivo: cuerpos, territorios, medio ambiente, datos.3
  • Lo narco produce una forma característica de femicidio porque le otorga a ese crimen un significado político y cultural. En palabras de Reguillo, “mata dos veces: la del asesinato y la de tu muerte convertida en dato”. Tal como define la filósofa italiana Adriana Cavarero cuando traza una relación entre el genocidio del Holocausto y estos crímenes, en ambos casos se trata de “una violencia que no se contenta con matar porque sería demasiado poco: al destruir el cuerpo singular constituye el acto del fin no de la vida, sino de la condición humana”.

Lo narco gobierna territorios azotados por las políticas neoliberales que durante décadas destruyeron tanto puestos de trabajo como instituciones estatales que debían contener y reparar las consecuencias.

Estas características unen la postal de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, con la de Palpalá, en Jujuy, escenas del crimen de los femicidios de Araceli Fulles y Iara Rueda. Dominan también puertos como los de Mar del Plata y Rosario, ciudades hermanadas por los nombres de Lucía Pérez y cada una de las mujeres masacradas en balaceras. Pero son solo aquellos femicidios que con gran esfuerzo de sus familias y su comunidad han logrado trascender con nombre y rostro la opacidad que caracteriza toda narco- actividad – desde la venta de sustancias hasta sus crímenes y fundamentalmente, sus activos financieros y redes políticas- lo que nos ha obligado a fijar la mirada en esos territorios.

¿Qué vimos?

En San Martín vimos que Araceli Fulles, de 22 años, estuvo venticinco días desparecida sin que ninguno de los rastrillajes organizados por la policía la encontraran. Su cuerpo fue hallado finalmente por su hermano el 27 de abril de 2017, enterrado debajo de la cama del sospechoso, Darío Badaracco, quien justo en ese momento estaba declarando ante la fiscal, que lo dejó ir. El hombre fue detenido en otro barrio de la periferia dos días después y gracias a que una mujer paraguaya, embarazada y en ojotas, lo corrió y entregó a los gendarmes que militarizaban el barrio. Tiempo después ese único detenido fue asesinado: le hicieron tragar agua hirviendo en la prisión de Sierra Chica, en la que el Servicio Penitenciario tenía a cargo su custodia hasta el juicio. Finalmente, en un tribunal rodeado por miles de personas que clamaban “Justicia por Araceli”, los autores materiales del femicidio fueron condenados a prisión perpetua, pero en enero de 2024 la Sala I del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires absolvió a Marcelo Ezequiel Escobedo, Hugo Martín Cabañas y Carlos Damián Cassalz, quienes habían sido condenados el 4 de noviembre de 2021 por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 3 de San Martín. Los jueces Daniel Carral, Victor Violini y Ricardo Maidana ordenaron su inmediata liberación, cuestionando el accionar del perito Marcos Herrera, quien había ofrecido gratuitamente sus servicios a la familia de Araceli en aquellos desesperados días de búsqueda. Los magistrados en su fallo ordenaron que la Fiscalía General de San Martín investigue su actuación en esta causa, ante la posible comisión de un delito de acción pública, y solicitaron al presidente de la Suprema Corte de Justicia bonaerense y a la Procuración General que “se evalúe la posibilidad de establecer protocolos de actuación en materia de rastros odoríficos, así como en la acreditación de las certificaciones y habilitaciones”. La posible actuación dolosa de este perito dejaba, así, inválida la sentencia. La familia apeló el fallo y hasta hoy la Corte Suprema de Justicia de la Nación adeuda una respuesta. En tanto, los imputados están en libertad.

Por el crimen de Araceli no fueron sometidos a ningún proceso judicial ni el comisario ni los agentes que encubrieron a la banda de narcomenudeo que operaba en el barrio y mató a Araceli. Hubo, sí, varias condenas a autoridades policiales en otros procesos judiciales contemporáneos al que investigó el femicidio de Araceli y que probaron las vinculaciones en ese territorio entre bandas narcos y fuerzas de seguridad. Una de ellas fue en septiembre de 2023, cuando la jueza federal Alicia Vence procesó con prisión preventiva al comisario Osvaldo Javier Calderón y dos oficiales de la Comisaría Primera de San Martín que fueron filmados mientras recibían coimas para liberar a dos integrantes de una banda narco.

Territorios, cuerpos y violencias

Al hablar de territorio nos referimos no solo a la base material y orgánica de los ecosistemas, sino también a la historia y las relaciones que se han entretejido de modo constitutivo. El territorio aparece entonces como una trama de redes de relaciones que, en su dimensión conflictiva y contradictoria, configura experiencias y sujetos singulares marcados por variables procesos de jerarquización y de desigualdad.

Hay en la palabra “territorio” una serie de sentidos contradictorios anudados. Por un lado, en su propio origen etimológico aparece asociada a una voluntad de control y de dominio, en un lenguaje bélico y de conquista. Pero el territorio, en sus usos sociales y locales, también alude al saber de la experiencia, a una relación de alteridad respecto de espacios institucionales y burocratizados. El territorio, en este sentido, puede ser una analogía de la calle o, para decirlo en términos más amplios, del espacio de la vida cotidiana. El territorio también es, en un sentido más literal, la tierra. El cuerpo –nuestro cuerpo– puede ser también vivido e interpelado como territorio, pero no todos los cuerpos se constituyen en territorios en disputa, sino especialmente aquellos cuerpos feminizados, racializados, empobrecidos y marginados. Se va armando así un mapa imaginario de cuerpos y territorios simultánea e inextricablemente sometidos a procesos de desvalorización, violencia y explotación; de despojos múltiples de la vida en todas sus formas.

Pensados los territorios como configurados por relaciones de poder, las desigualdades de género se despliegan y concretan en ellos de un modo fundamental. Desde esta perspectiva, entonces, el territorio aparece como espacio tallado en donde se producen y reproducen desigualdades étnico-raciales, de género, de clase, de edad y deviene, así, un espacio de disputa. Los territorios son campos de fuerza, producto y objeto de disputas, resistencias y dominios. Por lo tanto, están siempre en devenir, nunca acabados, nunca cerrados; contingentes.

¿Es posible trazar una frontera clara y objetiva entre el cuerpo y el territorio? ¿Qué paisaje habita nuestros cuerpos? Al respecto, la filósofa feminista Donna Haraway pregunta provocadoramente por qué nuestros cuerpos deberían terminar en la piel. Los cuerpos están situados e interconectados de forma profunda con la trama de la vida. Pensar en lo viviente desde la interconexión, la interdependencia y la existencia de flujos continuos nos abre la mirada a reconocer patrones comunes que, en nuestro espacio y tiempo, hablan de formas sistemáticas de extracción de valor, despojo y violencia extractivista. Se trata de advertir la concurrencia entre procesos de pobreza y desigualdad, de violencias de género y ambientales, que expresan una lógica depredadora común que exponen cotidiana y persistentemente a las personas, a los territorios y, en última instancia, a la vida.

Hace ya décadas que, desde los feminismos, se han señalado analogías entre la explotación de los territorios desde la lógica de la ganancia capitalista y la explotación de los cuerpos feminizados desde la lógica patriarcal. En este sentido, Vandana Shiva afirma que la apropiación de recursos crea una cultura de la violación: violación de la Tierra, de las economías locales y también de las mujeres. El modelo extractivista concibe a los territorios y los cuerpos feminizados como recursos a explotar y como zonas a sacrificar en función de consolidar una forma de dominación. De hecho, en la base del ordenamiento moderno-colonial, no solo se saquearon territorios, sino también cuerpos racializados y esclavizados. En la actualidad, esta cualidad extractiva, apropiadora y cosificadora de los cuerpos aparece como nodal a la violencia femicida.

Desde esta lente, el extractivismo no es solo un modo de saqueo y explotación de la naturaleza, sino que también implica una racionalidad y una relacionalidad particulares. Es un modo de concebir las relaciones con otros humanos y no humanos y el espacio que co-habitamos. Las prácticas extractivistas se asientan en jerarquías raciales, de género y clase, multiplican las formas de violencia y exacerban las injusticias.

El extractivismo configura no solo territorios sino también relaciones sociales y las subjetividades de quienes los habitan. Se trata de prácticas sistemáticas de extracción de la vida en todas sus formas y dimensiones. Las violencias de todo tipo son consustanciales al extractivismo y se refuerzan como forma de producción de lo social.

Esta relación inherente entre extractivismo y violencia se expresa en la desestructuración de las tramas sociales y comunitarias, en el despojo de los medios de subsistencia y de sostenimiento de la vida, en la polarización y estratificación social, en el agravamiento de la criminalización y la represión estatal y, también, en la violencia contra las mujeres y el recrudecimiento de formas patriarcales de dominación y opresión. Para nombrar este entrelazamiento entre las formas neocoloniales del despojo de los espacios de vida y la profundización de las jerarquías de género, se ha propuesto el concepto de “repatriarcalización de los territorios”. Sobre todo, han sido los estudios sobre proyectos extractivistas vinculados a la minería y los combustibles fósiles los que alertaron cómo estos conducen a la masculinización de los territorios, con un aumento significativo de la violencia de género y la explotación sexual.

En el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries de 2023, en un taller sobre Pueblos fumigados, una mujer decía que nuestros territorios nos exponen y nos entrampan entre el femicidio y el cáncer. En este y otros espacios de activismo, queda claro que las mujeres no son las únicas afectadas por este entrecruzamiento de violencia ambiental y de género, sino que también son las primeras en advertir las consecuencias del modelo extractivista en sus cuerpos, los de sus hijos y los de sus comunidades. Se constituyen, así, en la primera línea de la defensa de los territorios y rápidamente se vuelven blanco de persecución y amenazas cuya expresión más extrema son los femicidios extractivistas.

En este contexto, lo narco resulta un eslabón clave de la cadena de extracción de ganancias en cuerpos y territorios que han sido oscurecidos por la desigualdad social producida por las políticas económicas neoliberales. Lo narco convierte en consumidores y productores a aquellas poblaciones que el sistema formal descarta. La antropóloga Rita Segato lo describe como un segundo Estado. Sin embargo, consideramos que en países no europeos esa dualidad es, en realidad, una unidad y que ese desdoblamiento es la clave constitutiva en la que se establecieron los Estados coloniales para garantizar la gobernabilidad. Recordamos también que en Argentina se utiliza el término “en blanco” y “en negro” para distinguir la economía “formal” de la “informal”, entendiendo por “formal” la del mercado y por “informal” la ancestral. Aquello, entonces, que habita el “Estado en Negro” es la resistencia y lo narco es la respuesta para neutralizarla, ante la impotencia del “Estado en Blanco”.

Desde la perspectiva que venimos sosteniendo, todavía parece necesario remarcar el carácter sistémico y civilizatorio de esta crisis y continuar desanudando las lógicas androcéntricas y patriarcales de las formas de producción basadas en el despojo, la extracción y el aniquilamiento de cuerpos y territorios.

Las víctimas de femicidio y sus familias organizadas en busca de justicia nos enseñaron que para deconstruir las violencias que culminaron en estas muertes no basta con problematizar el amor romántico y los ideales de pareja. Ni tampoco alcanza con desafiar las fronteras de lo doméstico, ni las estrategias de empoderamiento. Se volvió necesario indagar en las fuerzas estructurales y cotidianas que están minando las tramas comunitarias de sostenimiento y reproducción de la vida. Y situar a los femicidios en un aumento generalizado de la violencia, la narcocriminalidad con alto involucramiento policial y penitenciario y de la crueldad y, en términos más amplios, en procesos extractivos y de despojo y precarización de las condiciones de existencia donde todos los bienes aumentan su valor a ritmo constante hasta volverse inaccesibles, excepto la vida, que cada vez vale menos. Mejor dicho, algunas vidas: el componente de clase y raza marca a fuego la categoría de femicidios territoriales.

Desde esta óptica pusimos la lupa en Rosario, ciudad que nos señala cómo el cuerpo de las mujeres emerge como un renovado territorio de disputa en el contexto del entramado narco-policial-penitenciario de la ciudad. Coincidimos con Rossana Reguillo cuando caracteriza a estas violencias como “pasillos”: “vestíbulos entre un orden colapsado y otro que todavía no es, pero está siendo. De ahí su enorme poder fundante y su simultánea ligereza”. La tensión actual es producto de la crisis del Estado en Blanco que deja expuesto al Estado en Negro y provoca la disputa por el control de todo el aparato.

Lo que la violencia hace emerger sin pudor es a aquellos territorios en disputa, sí, todavía. Pero una disputa desigual, invisibilizada por los supuestos creadores de sentido social: medios y academia.

La sociedad mexicana y en especial las mujeres de Ciudad Juárez, batallan desde hace décadas contra la máquina femicida ante el monumental silencio académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la mayor unidad de producción de teoría social iberoamericana. Silencio que funciona como un enorme operativo de lavado epistémico de lo narco.

Los territorios argentinos que luchan hoy para que el narco-fascismo no termine de capturar el aparato del Estado y con él, la democracia, requieren toda la luz y compañía que muchos sectores políticos, culturales y sociales les siguen negando.

Los femicidios territoriales abren surcos y dejan al descubierto hilos de injusticias e impunidad que, como fibra poderosa sedimentada en el tiempo, amenazan a la vida en su totalidad y refuerzan modos estructuralmente desiguales de ser y estar en el mundo.

Acá estamos, entre ruinas, caminando con la tierra resquebrajada de muerte a nuestros pies.

Las mujeres, travestis y trans nos vemos empujadas a pensar desde el dolor para intentar regar nuestros territorios arrasados y dotarlos de horizontes de verdad y de justicia.

Nuestras muertas nos duelen, pero también nos hablan.

Sus cuerpos narran una historia personal y colectiva.

En tiempos de análisis políticos y especulaciones electorales, ¿no son las historias de estos femicidios y transfemicidios las que debemos comprender para trazar una radiografía de época?

Es urgente: enfrente está la muerte.

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