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La mirada de René

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Una anécdota que es un homenaje sobre el homenaje que le hicieron a quienes ganaron un mundial, entre ellos René Houseman, en el Mundial de Alemania. “¿La clave del gran René habrá consistido en mirar hacia donde los otros no miraban?”, se pregunta Ariel Scher, periodista y escritor, en este texto que capta la sensibilidad de un jugador, o de un hombre, distinto.

Por Ariel Scher* para lavaca.org

Munich, 9 de junio del 2006: René

Estamos en Munich y Munich, en este instante, es el mundo. El mundo, justo el mundo, mira para un lado. René, que está en Munich, mira para el otro.
El 9 de junio del 2006 Munich es el mundo porque un puñado de personas poderosas a las que quiere muy poca gente inaugura el Mundial de Alemania, que verán millones de puñados de personas que, si lo conocen o si lo registran ahora, son capaces de querer a René.
El puñado de personas poderosas acapara discursos, cámaras, tarimas, ojos: el mundo no tiene más remedio que mirar allí. René, que sí tiene remedio, remedio para ir a contramano del mundo, enfoca al revés.
Lo advertimos ahora, ahora que, gracias a René, nosotros dejamos de formar parte del mundo que mira hacia el puñado de poderosos y miramos a René. René es uno de los jugadores que alguna vez salieron campeones en un Mundial y que, invitados, pisan el césped de Munich a manera de homenaje hacia ellos y hacia la historia del juego. René es un agasajado, un prócer entre próceres, un crack de hace mucho entremezclado con cracks de hace mucho: si le importa no se nota, lo que se nota es que le importa otra cosa. 
Sólo es idéntico a sí mismo, René: René se para de espaldas al mundo, a los dueños del mundo, a lo que indica la lógica, a lo que impone el poder. René parpadea de frente al público del estadio. Es alguien que, porque navegó sobre los olas de las canchas como si el mar y él fueran lo mismo y porque los estadios tantas veces hirvieron por una fiebre que nacía de sus pies, podría suponer que ya hizo todo, que ya vio todo, que ya no tiene más nada ni que buscar ni que encontrar en el fútbol. Y no. René mira con su cara huesuda y con su cuerpo de Houseman, con sus pupilas hondas siempre de niño, con un asombro que asombra, que asombra más que el Mundial y que el mundo aunque ni el Mundial ni el mundo reparen en ese minuto en René. René mira mientras el puñado de personas poderosas habla. René mira hacia lo más alto de las tribunas como si, a su manera, anduviera entregándole al mundo, a ese mundo que mira todo para el mismo lado y a la inversa que él, la oportunidad de recordar que el fútbol es de los que palpitan allá arriba en las tribunas, en cualquier tribuna, y no de la mayoría de los que engalanan las cuerdas vocales subidos a un púlpito. René sonríe un cachito, se pone serio un cachito, dobla el cuello un cachito para saludar hacia lo alto al sol que ilumina a Munich o para asombrarse con la luz del sol que lo asombra desde su primera infancia en La Banda y desde su infancia eterna en el Bajo porteño. Genial René, que mira acá y allá y, sobre todo, no hace nada de lo que hacen y hacemos los otros porque quizás René fue, es y será ese René porque pudo hacer lo que los otros no podemos.
¿Habrá sido por eso, al menos por algo de eso, que René jugó como jugó? ¿Habrá entrevisto René, más o menos como en este paso por Munich, lo que los demás, los aburridos, los que somos locos porque nos perdemos la oportunidad de estar locos como René, no detectamos y no detectaremos? ¿El secreto de las gambetas de René habrá residido en que se le alumbraban espacios donde el resto de la humanidad y de los futbolistas sólo percibía límites o nadas? ¿La clave del gran René habrá consistido en mirar hacia donde los otros no miraban? ¿Su misterio mayor, ese arte para destartalar a los yuyos, a los vientos y a los rivales, habrá surgido de que, también en la cancha, aceleraba contraviniendo a la lógica y a favor de los que allá arriba, en las tribunas, le aplaudían los duendes a rabiar? ¿Es posible que esa libertad con la que mira al revés del mundo sea heredera, pariente, la misma que ejerció bailando con la pelota?
No hay respuestas ahora en Munich, el 9 de junio del 2006, mientras el mundo sigue mirando para un lado y René, como si nada, o como si todo, mira al revés. No hay respuestas porque, cuando los poderosos se marchan orondos entre los poderosos y los viejos jugadores salen charlando entre los viejos jugadores, René no deja de ser René y, en consecuencia, individuo capaz de asombrarse nos asombra igual que cuando hacía del fútbol una canción.
Es que a un metro suyo avanza su compañero Leopoldo Luque y, a dos, el que rumbea es Pelé. Nosotros, que a fuerza de tanto René por fin asumimos que el mundo es el que anda errado y el acertado es René, lo seguimos en el recorrido último de ese espectáculo que no se le parece en nada.
René, distinto René, mira a lo alto en las tribunas de nuevo, mira más alto al sol de nuevo y entonces sí, entonces cuando el mundo deja de mirar lo que todo el mundo miraba, gira, gira como en los domingos en los que sentaba de culo a los marcadores de punta y a las previsiones del fútbol, y mira bien el escenario al que antes no le dio ni pelota, mira lo que el mundo ya no mira.
Mira y sonríe un cachito.
Mira, René inolvidable.
Mira y después se va.
Se va, hasta siempre, se va.
 
*Ariel Scher es periodista y escritor. Su especialidad es el cruce entre literatura y fútbol. Después de una decena de títulos, está por editar el libro de cuentos Todos mientras Diego, que ya se puede reservar con descuento si se lo compra durante marzo: ttps://goo.gl/EMbPR7

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