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¿Por qué perdió Argentina? ¿Por qué ganó España? ¿Por qué los medios hablan sólo de ganar y de perder? Ariel Scher propone en este texto una mirada sobre el juego de España. De campeones del mundo en 2010 a perder en primera ronda cuatro años después, y ahora a golear en un amistoso, cuál es el secreto que perdura más allá de los resultados.
Por Ariel Scher* para lavaca.org
Un amigo español que mira y piensa los partidos de fútbol que se juegan en el centro y en los costados de la Tierra avisa que, luego de mirar y de pensar el triunfo de la selección de su país sobre Argentina, tiene una duda sola: no está seguro de si el mediocampista Koke, uno de los constructores de esa victoria, juega como el mediocampista que maneja los hilos del equipo de su hijo menor o si es el mediocampista que maneja los hilos del equipo de su hijo menor quien juega como el mediocampista Koke. No le asoma ni una duda de otra cosa: los dos juegan como juegan porque son futbolistas españoles y porque el fútbol de España, en las buenas y en las malas, hace rato que es dueño de un estilo.

El mediocampista que maneja los hilos del equipo del hijo menor de este amigo es más joven, más alto, más menudo y, seguro, mucho menos talentoso que Koke, algo que quizás explica por qué uno vuela alto en una liga barrial y el otro se entremezcla en las cumbres del mundo de la pelota a partir de sus actuaciones en el Atlético de Madrid. Sin embargo, con sus singularidades legítimas y con sus diferencias evidentes, ambos conciben al fútbol de manera parecida porque su educación futbolística y su mundo de referencias sobre lo que es el juego son semejantes. En la España que se floreó frente a Argentina hay espacio para uno y no para otro porque el fútbol es, en su dimensión esencial, lo que los jugadores hacen de él, pero España hubiera sido un equipo reconocible, un equipo igual a la España de muchos años a esta parte, con cualquiera de los dos,
“El estilo es todo”, suele enfatizar Jorge Valdano, alguien que creció en un país, la Argentina, en el que el fútbol, a pesar de que abultaba problemas estructurales diversos, guardaba la memoria y verificaba en más de un presente la existencia de un estilo. Y es alguien, además, que migró a otro país, a España, donde fue testigo, como jugador, como entrenador y como dirigente, de la modelación de un estilo. “La forma de ganar de España es un duro golpe a la vanidad argentina”, evaluó César Luis Menotti, justo uno de los mentores de Valdano, pero no en la instancia de un trompazo deportivo de marzo del 2018 sino ya en el 2011, en horas en las que la Argentina procuraba resurgir de otro trompazo mundialista, cuando lamentaba una ecuación invertida: consideró que la España que obtuvo el título mundial en Sudáfrica 2010 jugaba como lo hacía Argentina muchos años antes y que, por el contrario, Argentina había embrutecido su juego hasta volverlo parecido al de la España de tiempos viejos.
Mientras mira y piensa todos los partidos que puede, el amigo español desmenuza su mirada y su pensamiento sobre la España de los seis goles y asegura que lo reconocible no radica en los seis goles ni tampoco residiría en la eventualidad de no haber metido ninguno. Miles y miles de seguidores de fútbol en el planeta que vibraron por televisión y, por supuesto, los jugadores argentinos que enfrentaron a España el martes en el estadio Wanda de Madrid reconocieron lo mismo: un abordaje del juego, una posición en la cancha, una relación con la pelota, una paciencia distintiva, una convicción con los ojos en el otro arco, un modo de ser sobre el césped. En la gloria del 2010 o en el desencanto de migrar del Mundial de Brasil en la primera rueda cuatro años después, España perduró en eso: un estilo. No el único estilo posible. Sí un estilo.
Es que un estilo no es sinónimo de un esquema o de un sistema. Un estilo es un sello, una suma de marcas, una continuidad de huellas que dibujan tan nítidamente a algo o a alguien que hasta tornan factible que esquemas y sistemas en mutación quepan dentro de él. Algunos de los goles que España consiguió frente a la Argentina -los últimos, en especial- no representan emblemas del juego de España pero se dieron, más allá de la contribución de los errores adversarios, dentro de un desempeño en el que el estilo nunca se esfumó. La historia de la forja del estilo futbolístico de España (una idea a la que, por supuesto, no le ponen la firma ni todos los equipos ni todos los mediocampistan que habitan en España) que reconocen miles de televidentes, jugadores que se paran del otro lado y, ni hablar, el amigo que mira y piensa partidos en España fue narrada muchas veces: el antecedente largo de un fútbol furioso, sin pausa y sin reivindicación del arte, la gravitación del gran Johan Cruyff y la escuela holandesa en el Barcelona que rompe con ese antecedente, la consolidación de esa escuela en divisiones mayores y menores, la interpretación magistral de esa escuela a través de cracks como Xavi, Iniesta, Busquets o Piqué, la profundización de esa herencia en los años del Barcelona esculpido por Pep Guardiola, el traslado de esa matriz a otros clubes y a la selección nacional bajo la mano de los entrenadores Luis Aragonés y Vicente Del Bosque, la persistencia en todo eso cuando el estilo no fue suficiente para vencer y, a tono con la vulgaridad mediática de tantas geografías (una vulgaridad que llueve e inunda en la Argentina), hubo embates (los seguirá habiendo) contra esa larga, dinámica y bella construcción. 
Hace poco, después de una tarde sonriente del Manchester City, su espacio de estos días, Guardiola sostuvo: “Estoy contento por cómo hemos jugado. Podemos ganar, empatar o perder, pero el estilo siempre es importante”. Más de una vez lo proclamó con la misma desenvoltura: “El estilo es más importante que los éxitos”. Primera lectura: sabe Guardiola como sabe tanta gente que el éxito, ganar partidos, disfrutar de campeonatos, es una perspectiva no descartable con esquemas sólidos, sistemas que rueden y, más que nada, con conjunción de buenos jugadores y que no por eso hay estilo. Segunda lectura: asume Guardiola lo que, por encima de su deseo gigante de victoria y de su condición de competidor voraz, proponía Cruyff, su maestro, un convencido de que se puede ser campeón sin enarbolar un estilo, pero, inclusive así, no hay nada como tener estilo: “Hay muchos buenos entrenadores pero pocos buenos maestros. Hay entrenadores que consiguen resultados, pero es lo único que consiguen, no dejan nada en el alma de nadie. Enseñanzas, legado, estilo”.
Una de esas declaraciones de Guardiola germinó en los minutos que continuaron a un partido feliz del City contra el Manchester United, su antagonista más clásico. Precisamente, en los vestuarios del Manchester United alguien  estampó esta frase: “No hay mejor medalla que ser aclamado por tu estilo”. A Marcelo Bielsa, otro reivindicador del estilo, nada de lo que vivió en ese vestuario, cuando dirigió a su Athletic Club triunfal, lo impresionó tanto como esa frase. El estilo ni asegura vueltas olímpicas ni caídas estrepitosas porque su sentido es otro: una definición, una cédula de identidad, algo vecino a una declaración de principios.
Bielsa aportó cal y cemento para que Chile comenzara con los cimientos de un estilo de juego que sostuvo durante unas cuantas temporadas. Pero allí hay una de las exigencias del estilo: la edificación requiere tiempo, un ciclo educativo, decir y ejercer en mil sitios y con unos cuantos maestros “el fútbol es ésto” o, aunque sea, “queremos que el fútbol sea ésto”, una apuesta ideológica que no se siembra en un soplido ni en dos ni en tres. Jorge Sampaoli, el actual director técnico argentino, le añadió ladrillos a esa obra, fue clave en la solidificación del estilo y se dio el gusto de, estilo contra estilo, conducir a Chile en el 2-0 con el que dejó a España afuera del Mundial brasileño. Parece complejo que Sampaoli, quien sufrió una manifestación del esplendor del estilo de España en el tránsito hacia el Mundial de Rusia, pueda, en lo inmediato, fundar o retomar un estilo para la Argentina en tanto le toque actuar en un escenario institucional, futbolístico y comunicacional en el que, con aspiraciones y con cachetazos, todo es urgente. A Vittorio Pozzo, entrenador y fundador de un estilo del fútbol en Italia, le tocó perder por 5 a 1 contra Austria en uno de sus primeras presentaciones al frente de la selección de su país. Unos cuantos años después -en el contexto del fascismo, pero esa es otra historia- lideró la aventura en la que, con un estilo propio, Italia se convirtió en bicampeón mundial. Dinámica es la existencia: Austria, contraparte en este caso, se distanció de los perfiles que le cincelaba Hugo Meisl, su orientador, el técnico de aquel 5-1 y un empecinado arquitecto del estilo, y diluyó su peso en el escenario del fútbol internacional.
Leer a las apuradas y sólo con criterio coyuntural a un resultado 1-6 suele ser un pasaporte al error según comprueban los archivos del fútbol. Ausente en los mundiales entre 1934 y 1958, Argentina jugaba al fútbol con un estilo. El 1-6 ante Checoslovaquia en el tercer y doloroso partido del Mundial de Suecia rompió el estilo. Eso quedó plasmado en la Memoria de la Asociación del Fútbol Argentino de ese año: “El Consejo Directivo que finaliza su mandato y que tuvo la responsabilidad de la conducción en este amargo trance, ni la rehuye ni la distribuye. Señala, solamente, que una superioridad no demostrada alentaba a todos. Los hechos evidenciaron la necesidad de rectificar conceptos, modificar sistemas y adecuar la marcha al ritmo que fijan nuevas concepciones sobre el fútbol. Quienes sucedan en la acción tendrán que llevar a cabo la tarea”. El intento de “adecuar la marcha al ritmo que fijan nuevas concepciones sobre el fútbol” no significó agregar elementos sino distanciarse del estilo e ingresar en una etapa de desconcierto que, como otras etapas desconcertantes del deporte y de la vida, tampoco sería eterna.
Paradojas del fútbol o de lo que sea, a la Argentina, que encadena el mérito de tres subcampeonatos en competiciones internacionales, que ilumina con Lionel Messi cada porvenir haya o no haya estilo y que conserva el derecho a ir por otro sueño en el Mundial que espera, se le extravió el estilo hace rato. El amigo español que mira y piensa fútbol también mira y piensa esa realidad sin comprender por completo. Al cabo, recuerda que cuando algunos argentinos le consultaron a Guardiola cómo jugaba su Barcelona, no necesitó contestar con un teorema y sólo empleó tres palabras: “Como jugaban ustedes”. 
Por eso el amigo español que mira y piensa partidos puede dudar entre el mediocampista Koke y el mediocampista que maneja los hilos del equipo de su hijo menor. Por eso sabe de lo que habla. Ya lo sintetizó Andrés Iniesta, artista español del concepto y de la pelota, cuando le preguntaron qué es el estilo: “El estilo es algo que no se cambia”.

A mi hijo no le gusta el fútbol


*Ariel Scher es periodista y escritor. Su especialidad es el cruce entre literatura y fútbol. Después de una decena de títulos, está por editar el libro de cuentos Todos mientras Diego, que ya se puede reservar con descuento si se lo compra durante marzo: ttps://goo.gl/EMbPR7

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