Sigamos en contacto

Nota

Quién sí y quién no: Entrevista con Claudia Piñeiro

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

WhatsApp, aborto, ateísmo, evangelistas, políticos y políticas. Impresiones de una escritora que entendió un mensaje paterno. El feminismo, el lenguaje inclusivo, su nuevo libro y otras cuestiones del presente, en clave sorora. POR EZEQUIEL SCHER
Claudia Piñeiro cuenta que de niña lloraba cuando su papá no la dejaba ir a clases de corte y confección, pero en el fondo “sabía que él tenía razón”. Él le decía que había que prepararse para competir con el mundo de los hombres. Cuando murió, el cochero acomodó el cajón, pidió que se acercaran los caballeros para agarrar las manijas, y ella se plantó: preguntó por qué la excluían y agarró el féretro. Terminó la carrera de contadora con el mejor promedio de la UBA y entró a una de las auditorías más prestigiosas del mundo, aunque no por sus boletines sino porque la empresa (norteamericana) debía cumpir una ley que obligaba a tomar a “las minorías”. Sin embargo, dice que sólo se sintió discriminada una vez que no la dejaron pasar a un boliche. “Hubo discriminación, pero yo no la sentí, porque esas situaciones eran parte de la vida y no tenía la cabeza formateada como ahora para darme cuenta”, dice, con una biblioteca a su espalda y otra en la cabeza, desde un piso doce que espía al Jardín Botánico. La última voz que dio el discurso inaugural de la Feria del Libro -una de las 4 mujeres en 44 ediciones- acaba de publicar Quién no, cuentos sobre raros, raras y rarezas, y en esta charla (des)arma un glosario: el aborto, la vida, el feminismo, la sororidad, las redes sociales, el lenguaje inclusivo y el ateísmo.
Tu libro habla sobre las rarezas de la gente. ¿Refleja una época de disidencias?
Estos cuentos están escritos desde hace quince años. Siempre existieron las disidencias. Hay momentos en que la sociedad está más plástica y otros en que está más cerrada. Cuando está cerrada, es cuando hay que marcar más. Cuesta entender al otro. Hace unos días ocurrió el caso de la nena que quedó abandonada en el auto y murió dentro. Escuché desde hablar mal del padre hasta tratar de explicar que eso pasó porque tuvo un ACV. También escuché a un neurólogo, decía que lo que le pasó a ese señor le puede pasar a cualquiera. No fue porque es un mal padre o porque tuvo un ACV. Hay momentos en que la memoria hace que te olvides de algo automático que hacés todos los días, como abrir la puerta o dejar las llaves. Entonces, quieren convencerte de que la respuesta es que para ese padre hay algo superior a la niña. Para ese hombre, no hay nada más importante que la hija. Pero la memoria falla porque estás preocupado por algo, y sí: puede pasarle a cualquiera en una situación de stress. Noto que los periodistas y la sociedad no pueden aceptar lo que pasó. Es doble discurso. Lo juzgan porque no pueden aceptar que, quizás, les pueda pasar a ellos. No podemos hacer empatía porque no lo podemos tolerar.
El libro habla bastante del doble discurso de la sociedad.
Hay un cuento que tiene que ver con las madres de colegios. Eso de que todos los chicos son perfectos salvo el tuyo: siempre estar mirando el hijo del otro y marcar que es diferente. La riqueza de las sociedades vienen de la diversidad, de la diferencia. El sistema educativo, sobre todo en las escuelas privadas, tiende a estandarizar, incluso, al que molesta porque es brillante. Hay que estar en la media y, si no, molesta. Porque hay que prestarle más atención. Y lo peor es que se puede llegar a la conclusión de que hay que medicarlo para que se estandarice.
¿Es más complejo en esta época donde, con las redes sociales, sabemos todavía más de la vida de los otros?
Sartre en La puerta cerrada dijo: “El infierno es la mirada de los otros”. Y eso pasa cada vez más, porque la mirada de los otros ahora es más activa. Antes vos estabas en tu casa y nadie te podía espiar por la ventana. Ahora hay ventanas en todos lados porque nosotros accedemos a abrir esas ventanas.
¿La literatura va a tener que incorporar a las redes sociales?
Es inevitable. Publiqué la novela Tuya en 2005. Ahí la joven adolescente habla por teléfono con la amiga. Hoy sería impensado. Serían todos mensajes de WhattsApp. Yo no corregiría ese libro porque es de esa época. Tiene que quedar así. A futuro, un personaje no va a ir a un teléfono público, va a sacar el celular y, encima, a lo mejor se lo roban. Pero en ese sentido, con la misma naturalidad que otras cosas. Hoy cambiaron otras cuestiones, y la comunicación es de lo que más nos ha cambiado. Diría que es el gran cambio de este siglo.
¿Qué te preocupa de las redes?
Del WhattsApp, las noticias falsas. Porque cuando están en Twitter o en Facebook, de una manera u otra, tenés posibilidades de desbaratarlas: alguien se entera, lo avisa, y se entera y genera algo distinto. Por WhattsApp circula lo que sea y no tenés modo de pararlo. En Brasil, en la elección de Bolsonaro, pasó eso. Le decía a Thomas Friedman, que es un periodista del The New York Times que vino hace poco, que había salido una noticia falsa mía con todos los logotipos de La Nación. Él me decía que para el año que viene la noticia falsa podrá ser conmigo en un video, con mi voz, diciendo algo que no dije. En la campaña del año que viene, veremos ese tipo de cosas.
¿Las fake news son literatura?
No es literatura porque en literatura vos entregás una novela y decís: “Esto es ficción”. Y el otro lo sabe. En la fake news, yo no te hago esa advertencia. Entonces, hay una gran diferencia entre los dos discursos.
Siempre te interesó lo político ¿Por qué ahora decidiste participar activamente en debates publicos?
Desde el 2001 en adelante hubo mucha gente que se retiró del espacio político, sobre todo el ciudadano común. Y a la vez, en los últimos años, reapareció eso del discurso político, particularmente desde la juventud. Se volvió al espacio político y cuando digo político no digo partidario. Yo no soy de ningún partido, pero me importa ampliar los derechos.
¿Y qué viste en ese campo de participación?
Siempre me importó la política, aunque no siempre encontré el espacio. Creo que ahora hay un clima de época donde se puede discutir. Ahí hay que definir: ¿asumo este lugar o no? El hecho de que aparezca la Unión de Escritoras y Escritores es algo muy auspicioso. Ahí vamos a conversar sobre nuestro lugar en este momento en el que se está debatiendo la Ley del Libro. Antes, los actores que se citaban para hablar de eso eran la industria editorial, las librerías, pero no los escritores, porque estábamos desorganizados. Daniel Filmus se empezó a acercar a nosotros, nos mandó el proyecto y pudimos dar una opinión. La verdad es que todo eso antes no ocurría. Está pasando ahora. La Ley del Aborto afecta a toda la sociedad, pero la del libro importa a nuestro sector. En estos días, va a salir una carta sobre la situación crítica de la industria editorial.
¿Por qué te metiste tan de lleno en la pelea por la legalización del aborto?
¿Cómo no hacerlo? El primer libro que publiqué, Tuya, tiene una adolescente que se hace un aborto. Mi novela Elena Sabe habla del aborto. Hay un cuento en este libro que habla de eso. Yo como escritora estoy muy preocupada por el aborto hace muchos años y es uno de los temas recurrentes en lo que escribo. Si ese tema se pone en la sociedad, cómo no voy a meterme. Era el lugar ideal para ejercer acciones y manifestaciones sobre las que yo ya venía reflexionando. Se dieron las circunstancias y actué. El hecho de ir a conversar con senadores o diputados, explicar nuestra situación, fue difícil. Porque cuando te lo proponen, decís: ¿voy o no voy? Esos espacios a veces necesitan gente conocida. Si te conocen, lamentablemente, te escuchan más. Quizás, hay otro que tiene algo mejor que vos para decir, pero no tiene el mismo conocimiento público.
¿Cómo fueron las conversaciones con diputados y senadores?
Te encontrás de todo: gente preparada y gente que no. Te encontrás con gente absolutamente no argumentativa: a los dos minutos te das cuenta que va a votar lo que le conviene por una cuestión política. Que va a votar porque se lo dijo el obispo de su provincia o porque cree que tiene un piso de votos católicos. Para no nombrar a los que no me gustaron, hablé con la senadoraLucila Crexell, que iba a votar en contra, y después se abstuvo. Tiene una postura favorable a la despenalización y en contra de la legalización. Y podés hablar, porque es una persona formada, con ideas, que estudió el tema. En cambio, había otros con los que no había conversación posible.
Después de la no sanción de la Ley, ¿en qué punto está hoy la discusión sobre qué es la vida?
Quedó muy claro que ellos al principio decían “estamos a favor de la vida” y después pasaron a decir “las dos vidas”. Ya se dieron cuenta de que la forma en que lo decían no funcionaban. Las dos vidas no existen: murió una chica en Chaco, desnutrida, porque no la dejaron hacer un aborto, cuando terapéuticamente era lo que correspondía. Primero nació el bebé, se murió, y ahora se murió la chica. Salvemos las dos vidas es una falsedad absoluta porque, en general, no salvan ninguna de las dos. Con una aguja de tejer o con un perejil, en todos esos casos, la mujer va a morir. Entonces, es una falacia. Está claro qué cosa es la vida y qué cosa es una frase de campaña. Está en nuestra responsabilidad, la de los escritores y los comunicadores, seguir diciéndolo. Esa palabra y tantas otras. No es solamente esa palabra.
¿Cuál más?
Ahora apareció la palabra ideología de género. Los que hablan de ideología de género tienen una ideología que es ser homofóbicos. Tienen miedo de que la elección sexual sea contagiosa. No hay en la ley una ideología de género. Su ideología de género es el miedo a la perspectiva de género.
¿Y la palabra aborto?
La palabra aborto antes no se decía. En el cuento Basura para las gallinas no escribí la palabra aborto. El cuento de Hemingway Colinas como elefantes blancos no la menciona. Porque la palabra aborto era prohibida. No había una ley que prohibiera decirla como pasó con la palabra “Perón”, pero pasaba lo mismo: no se podía pronunciar. En tal caso, por lo bajo, decías eufemismos de la palabra aborto: “Se lo sacó”. Ya ni siquiera decimos “interrupción voluntaria del embarazo”. Porque ya no tenemos que explicar que alguien está festejando poder hacerse un aborto. Ya no hay que explicar que el aborto es una circunstancia a la que nadie quiere llegar.
¿Feminismo?
Feminismo era mala palabra. Yo trabajé en la revista Emanuelle, que era una revista femenina, y ni siquiera ahí estaba bien visto. Relacionarte con un grupo de hombres era ya difícil y, si encima eras feminista, todavía más. Había que ocultarlo. Hoy claramente cualquier mujer que lucha por la defensa de sus derechos es feminista. Veo entrevistas donde algunas mujeres dicen “yo no soy feminista” pero vos ves lo que plantean, y son feministas. Lo que pasa es que no entendieron la palabra. Y eso es porque está la palabra machista y se piensa que feminismo y machismo son antónimos y no lo son. Feminismo es luchar por los derechos de la mujer y tener una sociedad más justa.
¿Sororidad?
La palabra sororidad me gusta mucho. Porque es distinta a fraternidad. Fraternidad viene de fratelo, en italiano, hermano. Sororidad viene de sor. En este libro, tengo un cuento que se llama Lo de papá. Hay una ayuda entre dos hombres sobre cómo manejarse con sus hijos. Si yo tuviera que definir esa ayuda, diría sororidad, porque fraternidad es como eso de golpearle el hombro a otro y decirle “qué gol que metimos”. La ayuda entre dos hombres que no saben cómo ejercer la paternidad es sororidad.
En el libro escribís bastante sobre varones separados ejerciendo la paternidad.
Este movimiento que puso a las mujeres muy por delante, que las hizo avanzar un montón de pasos, generó un cierto desconcierto en los hombres. Eso de: ¿dónde me tengo que ubicar en este pantano? Lo digo en función de los hombres que nos acompañan, no sobre los que quedaron en una visión absolutamente antigua y fuera de foco. Mis hijos llevan el pañuelo verde en la mochila, pero preguntan: “¿A esta marcha puedo ir?” O amigos escritores que quieren escribir algo y te consultan: “¿Esto se va a tomar a mal?” Hay como un desconcierto.
¿Cómo funciona la novedad del lenguaje inclusivo?
Si lo adoptamos, va a ser el lenguaje. No entiendo por qué se preocupan tanto por controlar lo que se dice cuando los usos del lenguaje los hace la gente. El lenguaje está permanentemente siendo cambiado y cuando ese cambio se estableció socialmente, viene la RAE y lo acepta. ¿Por qué no se preocuparon tanto con el obscuro y oscuro y ahora se preocupan tanto por esto? Porque esto es político. Por ahora, mientras escribo, no tengo la necesidad de usar el lenguaje inclusivo. A mí me enseñaron con el “los”. Pero yo estaba frente al cajón de mi papá y dijeron “los caballeros” y fui igual, porque no necesito que me digan los y las para sentirme habilitada. Estoy acostumbrada a habilitarme sola. Pero entiendo que mucha gente necesita la habilitación desde el lenguaje y está muy bien. A la vez, pienso, usar el lenguaje inclusivo es más fácil que no usarlo. Porque estás cenando con otras personas y es más fácil decir todes que preguntarle a cada uno cómo se autopercibe.
¿Por qué molesta tanto el lenguaje inclusivo?
Cuando era la “x”, la discusión no era tan fuerte porque no se oía. Los que se espantan por todo no tenían mucho de dónde agarrarse. Cuando la gente lo pudo empezar a decir, saltaron los conservadurismos sexuales, lingüísticos, de género. Ayer fui a la verdulería con mi hija. Y había damascos y ella me dice: ¿qué es eso?. Le digo: “Se llaman damascos”. Pero la verdulera aclara: “No, se llaman damascas. Las que son más grandes son damascas”. Jamás supe esa diferencia. Había un señor de traje en la verdulería. Y yo les digo a ellas: “Bueno, no está mal que la más grande sea damasca y el más chico damasco”. Y salta el señor y dice: “Y si mezclamos todo y le llamamos damasques”. Pongamos damasques y a otra cosa.
¿Qué estás leyendo?
El espejismo de Dios de Richard Dawkins y Apología de la blasfemia de Jean-Paul Gouteux. Estoy leyendo todo lo que pueda sobre la separación de la Iglesia del Estado.
¿Por qué?
Porque es hablar del ateísmo. El otro día leí que, así como en cierto momento había que salir del closet para decir “yo soy gay”, hoy hay que salir para decir “soy ateo”. Porque parece que todas las religiones están aceptadas salvo ser ateo. Entonces, vos me venís con un cuento, porque para mí tu fe es literatura, y la acepto. Pero vos no me aceptas que yo sea atea. Y yo no quiero que las leyes del Estado tengan religión, quiero leyes laicas. Creo que la racionalidad tiene que ver con no tener fe. Respeto que tengas fe, pero no me parece racionalidad. La racionalidad te lleva a preguntar si es cierto o no lo que nos contaron. Quiero revalorizar la posición racional. Y esto nos lleva a cuestionarnos sobre la gente que no quiere vacunarse, que no quiere que otro pueda interrumpir un embarazo, o que haya un programa educación sexual. Ya habló el ministro de Bolsonaro diciendo que quiere que en las escuelas se baje la teoría darwiniana y suba la teoría de la creación de dios. Estamos viendo en Latinoamérica cómo las religiones se van mezclando con los gobiernos. Claro que los evangelistas pueden votar a Bolsonaro, pero lo que no puede hacer Bolsonaro es decirle a todos los ciudadanos que vivan como los evangelistas. Lo peor que podríamos hacer es negarlo, porque después agarramos y decimos: ¿cómo puede ser que el 60% de la gente haya votado en Río de Janeiro a Bolsonaro? Ahí es el momento para que los ateos salgamos a decir lo que pensamos y a aclarar que no vamos a quemar a nadie en una olla. Que somos gente normal y que creemos que la religión no debe regir el Estado. Si no estamos atentos a desarmar discursos, como una resistencia, vamos derecho hacia un Estado no racional.

Nota

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.

Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.

Por Sergio Ciancaglini

A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia


La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas.

Sonrisas junto al paraíso

Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
 

Madre de la bombacha roja

Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
 
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
 
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
 
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
 

El día que se distanciaron

Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
  

La hora del secreto

Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
 
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
 
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

Seguir leyendo

Nota

Orgullo

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Seguir leyendo

Nota

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

Seguir leyendo

Lo más leido

Anticopyright lavaca. Todas nuestras notas pueden ser reproducidas libremente. Agradecemos la mención de la fuente. ©2025 Agencia lavaca.org. Riobamba 143, Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina - Editor responsable: Cooperativa de Trabajo Lavaca ltda. Número de propiedad intelectual: 50682265 - [email protected] | Tel.: +54 9 11 2632-0383

Vistas el día de hoy: 41.682