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Las madres de Miguel Bru, Segundo Cazenave y Julián Rozengardt: cuando el Estado es el asesino

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Tres mujeres se reunieron para conversar, para darse la mano, y para radiografiar con una crudeza asombrosa todo lo que aprendieron a entender del país y de sí mismas tras los crímenes cometidos contra sus hijos. La indiferencia, la política, los medios de comunicación, los apoyos, y las cosas que permiten, en medio del dolor absoluto, intentar una especie de utopía argentina: construir justicia.
-Yo era de las que miraba para otro lado. Yo era de las que decía «algo habrán hecho» cuando los militares se llevaban gente. Qué lástima que en la vida tenga que haber un click que te lleve a la realidad. Que te lleve a ser más humano. A ser mejor persona. Qué lástima que te tenga que tocar para que empieces a sentir. Si fuéramos todos de otro modo, el país sería distinto, y el mundo también.
Graciela Pereira lo dijo con una mirada transparente, y tomándole la mano a Silvia Bignami, que lloraba.
El hijo de Graciela es Segundo Cazenave. Lo mataron a golpes y torturas en la Escuela General Lemos en el 2001. Tenía 20 años.
El hijo de Silvia es Julián Rozengardt. Lo mataron el 30 de diciembre de 2004 junto a casi 200 chicos más. Recién había cumplido 18 años. Le envenenaron los pulmones con cianuro en la versión más actualizada del infierno: Cromañón. Aunque los medios se esmeran en hablar de «accidente», «tragedia» o «desgracia» los familiares siguen utilizando otra palabra: masacre. Consideran que sus hijos fueron asesinados.
Rosa Bru miraba a Silvia y a Graciela, y dijo:
-Yo pensaba que solidaridad era darle pan si le faltaba a mi vecina, ayudarla en la casa si estaba enferma, darle una tacita de azúcar. Ahora siento que la solidaridad es otra cosa.
Rosa es la madre de Miguel Bru, desaparecido hace once años y medio, en agosto de 2003. Miguel tenía 23 años, estudiaba periodismo. Pese a que nunca se encontró su cuerpo, la justicia dio por probado que Miguel fue asesinado por policías de la comisaría 9º de La Plata. Hicieron desaparecer el cadáver, según los miserables códigos de la dictadura, para evitar la existencia del «cuerpo del delito». (¿Miserables? ¿Cobardes? ¿Abyectos? ¿Perversos?: los diccionarios, en la Argentina, se nos están quedando sin palabras que describan estas ciénagas).
-Yo me acuerdo -dice Rosa- que Miguel iba a las marchas de la resistencia, y a las marchas por Maxi Albanese, un chico de 17 años también asesinado por la policía. Yo nunca dije: voy a acompañar a esos padres. Una vez le dije a Miguel: ¿para qué vas a esas marchas? Ya está. Lo que pasó, pasó. No van a volver.
Rosa empieza a llorar:
-Y él no me contestó. Se quedó mirándome, como diciendo ‘pobre, qué ignorante’. Siempre me acuerdo de esa mirada. Yo empecé a luchar por lo de Miguel. Hoy me nace espontáneo acompañar, pelear, pero ese tipo de solidaridad no lo tenía.
-Pero Rosa, ojo que hay una cosa entre lo cotidiano y lo general -dijo Silvia, más repuesta-. Si una persona no puede prestar pan o una taza de azúcar, no sé si puede ser solidaria de otro modo. Nosotros tenemos experiencia en este país de bla-bla-bla. Pero es difícil ir a una marcha si no sabés compartir el azúcar o la yerba. Puedo hacer declaraciones maravillosas sobre algo, pero si en los gestos chiquitos no lo acompaño…
Graciela volvió a tomarle la mano. Rosa dijo que sí con la cabeza.
El encuentro nació por iniciativa del sacerdote salesiano Miguel Haag, amigo y asesor espiritual de Graciela y Rosa. Es de esos curas que logran que los herejes sintamos todavía respeto por algunos sectores de la Iglesia. Debe decirse que la porción conservadora del clero pampeano -Miguel reside en Victorica- lo tiene en la mira. Haag se comunicó con Silvia para manifestarle su solidaridad. Rosa y Graciela sentían que habían pasado por una situación similar y simplemente se ofrecían para reunirse, estar juntas, conversar, escuchar, tomarse la mano. El encuentro quedó confirmado, con la generosa invitación realizada por las madres a lavaca para coordinarlo, y la presencia de compañeras de Silvia, del Equipo de Educación Popular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
La Bruja, la Thatcher y la Loca
Los jóvenes Miguel, Segundo y Julián, debe decirse, no eran excesivamente piadosos con sus señoras madres.
Miguel había apodado «Bruja» a Rosa, que lo cuenta con una sonrisa resignada. Segundo le decía «Thatcher» a Graciela, referencia a la ex premier británica a la que ella ahora le encontró un sentido de resistencia: «Sí, soy de hierro, nunca voy a bajar los brazos». Julián le decía a Silvia «Loca», a veces en el sentido cariñoso, pero también en el otro. «Cuando yo me ponía autoritaria me decía: claro, vas a Madres y sos fenómena pero después acá…».
Todas sufren contradicciones que les muerden el alma. Rosa siente que entendió demasiado tarde las cosas por las que su hijo se sensibilizaba. Graciela era una mujer que creía en los militares de un modo levemente irracional, y de algún modo contagió esa creencia a Segundo. Silvia le regaló a Julián la entrada para Cromañón y discutió con él porque ella también quería ir a escuchar a Callejeros. Reprodujeron un debate clásico entre ciertas madres y ciertos hijos.
-¿Por qué no voy a ir, si a mi también me gusta Callejeros. Hemos ido a ver a los Redondos- postuló Silvia.
-Mamá, los chicos no van con las madres. Hacé lo que quieras pero lejos. Si te acercás, no te conozco.
Julián ganó ese debate. Silvia muestra una foto de Julián. Graciela saca de su cartera una de Segundo. Rosa no trajo fotos de Miguel: lo lleva impreso en el alma.
La primera propuesta de la charla fue que cada una de estas mujeres se presentase. Que cuenten sus historias, reflejo de una tradición local: un país matando a sus jóvenes.
Que cuenten para comprender, de paso, cómo puede seguir la vida, sin ahogarse en un océano de lágrimas.
Duhalde, y la mejor policía
Rosa, mientras comienza una ronda de mate, relata que Miguel vivía con un grupo de amigos, también estudiantes, en una casa de la Calle 69 de La Plata, donde crearon una banda de rock llamada Chempes 69. Parece que hubo quejas por ruidos molestos. La policía empezó a merodear la casa hasta que la allanó sin orden, un día en que nadie estaba ensayando. Miguel no estaba, sí sus amigos. Uno pidió que mostraran la orden de allanamiento, frente a lo cual le colocaron una pistola en la cabeza: «La orden que traemos es esta». Se llevaron a los muchachos y a dos chicas, una de las cuales era la novia de Miguel. Los llevaron a la comisaría 9º pero los soltaron al rato. Miguel y sus amigos decidieron hacer la denuncia. Miguel fue a la Fiscalía de Cámara para explicar allí de qué modo estaban siendo molestados por la policía.
Miguel le dijo a su madre: «Lo que pasa Bruja es que te allanan ilegalmente, te ponen la bolsita y después andá a cantarle a Gardel».
Rosa: «Después de la denuncia todo se puso peor. Empezó a sentirse perseguido, hostigado, vigilaban la casa». Los chicos decidieron abandonar el lugar y alquilar otra casa. Miguel no hizo a tiempo. Su novia fue a buscarlo el 17 de agosto de 1993, encontró la puerta entreabierta pero Miguel no estaba. Empezó la búsqueda. Rosa creía que Miguel estaba con su otro hijo, hasta que descubrieron que no. En la casa habían quedado la ropa, la bicicleta y el misterio.
«Lo primero que pensé fue: la policía. Me fui a recorrer, hice la denuncia en la comisaría donde trabaja mi marido, que también es policía. Me hicieron tomar la denuncia con un juez. Yo creía que ese juez iba a cumplir con sus funciones. Para eso está. Pero resulta que era el mismo juez que encubrió el caso de Andrés Núñez, que había sido secuestrado y torturado hasta la muerte en 1990. Después lo quemaron. Ese juez, Amílcar Vara, tenía la causa cajoneada y nadie decía nada».
Los amigos de Miguel, sus compañeros de la entonces Escuela Superior de Periodismo de La Plata, reodearon a Rosa, comenzaron a denunciar, acompañaron los casi 30 rastrillajes que se hicieron buscando el cuerpo. «Fue el apoyo más importante. Empezaron a organizar marchas, a contar lo que había pasado. En ese momento uno pensaba que las desapariciones y las torturas habían terminado. Pero no».
Denunciaron al juez. «Por un anónimo supimos que una chica
prostituta había sido la entregadora de Miguel. La encontramos un año y medio después. Yo la encontré. Fui con un grabador y es la primera persona que me dice que a Miguel se lo llevaron a la 9º de La Plata, y se les fue de palo». Le pegaron demasiado, hasta matarlo. «Lo sacaron por atrás. Pero nunca más pudimos encontrarlo».
La presión de las marchas y las denuncias impulsaron la causa judicial. «El juez llamó a declarar a los policías, pero todos cuidaban sus lugarcitos».
Para Rosa lo crucial fue el testimonio de los que aquel día estaban detenidos: «Sabían a qué estaban expuestos. A un muchacho, Giménez, que era el mejor testigo, lo matan en un supuesto enfrentamiento. A su hermana le tiraron un auto encima. No la mataron porque no era su destino, lo mismo que al Chavo Ruarte, otro testigo: lo atropellaron con autos, con patrulleros, lo balearon. Hasta que llegó al juicio y declaró».
En el juicio, pese a que no se encontró el cadáver de Miguel, se dio por probado el homicidio: «Yo recuerdo que uno de los asesinos de Miguel, Justo López, decía que si no hay cuerpo no hay delito. Lo mismo que decía el juez Vara sobre el caso de Andrés Núñez». Lo mismo que los desaparecidos. «Eso sí lo habían aprendido, pero en la Cámara dijeron que el cuerpo del delito no era Miguel, sino demostrar que el delito existió. Quedó demostrado que Miguel estuvo allí. En el Instituto Balseiro de Bariloche hicieron una pericia que encontró el nombre de Miguel escrito en el Libro de Guardia, pese a que lo habían borrado, escribiendo arriba otro nombre. Pero los análisis permitieron ver, clarito clarito, que allí decía ‘Miguel Bru’. Eso, más la declaración de los detenidos, fue todo muy duro. Fue luchar contra todo un sistema porque teníamos un gobernador, Eduardo Duhalde, que decía que tenía a la mejor policía del mundo, con Pedro Klodczyk a la cabeza».
Rosa conoció a Klodczyk: «Me dijo que tenía que cuidar a sus muchachos que se jugaban la vida en la calle».
Silvia y Graciela la escuchan tomadas de la mano.
El honor militar
Graciela Pereyra, viuda de Cazenave, pasa el mate y recuerda que su hijo Segundo ingresó en la Escuela de Suboficiales General Lemos, de Campo de Mayo, en febrero del 2002. «La verdad es que Segundo era un joven con ganas de divertirse, con ganas de joder, muchísimas novias, alto, buen mozo. Hasta que un día me dice: ‘Mami, yo voy a cambiar. Voy a ser alguien en la vida y creo que el mejor lugar para cambiar es ahí, en el ejército».
A Graciela le pareció razonable: «En el campo creemos mucho en los miltares, en la patria. Claro, uno piensa en militares como San Martín. Es como que uno vive en otro mundo. Fijate que en Victorica había sido el famoso asado de Galtieri». Leopoldo Galtieri, dictador que en 1982 intentó construir una base de apoyo a partir, justamente, de ese asado, previo a la guerra de Malvinas. Graciela: «Teníamos un orgullo bárbaro de que llegara a Victorica. Mi hijo era chiquito, y yo quería a toda costa que se sacara una foto con Galtieri. Mi esposo tenía tropilla de caballos, y ofreció el espectáculo de doma. Compartíamos la carpa. Qué orgullo… qué ironía. Pero bueno, todos nosotros éramos de los que decíamos: por algo será.
Segundo ingresó en la Lemos, que quedó a cargo de la patria potestad, con el agregado de un tutor retirado de la Marina, llamado Guillermo Pérsico. «Volvió a Victorica para Semana Santa. Lo noté muy delgado. ‘Me están haciendo un poco la contra’. Contó que como él sabía mucho de mecánica, a los de 3º año no les gustaba que hubiera uno que supiera más que ellos».
En mayo Graciela fue a la fiesta de bendición de los trajes. Segundo le pidió que se vistiese con la mayor sencillez posible. Comentó también que estaba un poco sordo y que había estado internado por una gastroenteritis. «Después supe que en realidad lo habían golpeado, se había desmayado, y por eso lo tuvieron que internar. Lo de la gastroenteritis me lo decía por lo delgado que yo lo veía».
Después de la ceremonia volvieron al departamento del barrio de Colegiales que el tutor de Segundo le prestaba para usar los fines de semana.
«Allí le ví los pies en carne viva. Me dijo que habían tenido la semana verde, donde les exigen al límite. También me dijo: ‘está bien, mami, hay que hacerse hombre, hay que aprender a aguantar. Lo que no entiendo es por qué no tomé medidas en ese mismo momento».
Graciela se queda pensando. Silvia le toma la mano. Graciela dice: «Yo creía en los militares. Pensé que después de lo de Carrasco todo sería distinto». El conscripto Omar Carrasco fue muerto a golpes en Neuquén, en 1994, caso que derivó en la derogación del servicio militar obligatorio.
«Nos acompañó al departamento un compañero de Segundo, Joaquín Cortés de Jujuy, que me contó que a Segundo no lo trataban bien. Me mostró cómo lo ahorcaban, también a él. Segundo dijo: ya estoy acostumbrado, pero no contó mucho más. Yo le dije que si no estaba bien, lo mejor era dejar todo eso. Me dijo que no, que después de esa ceremonia todo empezaba a mejorar. Como llevamos la filmadora lo filmé saludándonos en la estación». Graciela empieza a llorar: «Fue la última vez que lo vi».
Once días después, el 28 de mayo, ya en La Pampa, Graciela recibió el llamado del tutor que empezó diciendo ‘perdóneme Graciela’. A lo que ella le contestó: «A Segundo lo mataron los militares».
«Hacía cinco días estaba muerto en el departamento de Colegiales. Quién lo puso ahí, no sé. La verdad es que no sabemos nada de cómo ocurrió».
En ese momento apareció el sacerdote Miguel Haag, que se ofreció para acompañar a los familiares en su viaje a Buenos Aires, donde le presentó además a Rosa Bru. Pidieron una reunión en la Lemos con el director, el coronel Ricardo Sarobe.
El militar y sus subordinados dijeron que sólo recibirían a Graciela. Cuenta el padre Haag: «En el estado en el que estaba, ellos iban a dominar la escena». Pidieron que Haag estuviese presente como asesor espiritual, y lo aceptaron de mala gana. Paula, 18 años, la hija menor de Graciela, logró meterse en la reunión: «Medio que se coló, pero es tan chiquitita que el que estaba en la puerta no la pudo parar. Le deben haber metido un buen castigo porque a los militares no les gustó que fueran tres personas» cuenta Haag. (Resulta notable que estos artistas de la fortaleza y la guerra estuviesen tan a la defensiva ante una madre destrozada, su hija, y un sacerdote sin voz ni voto en el encuentro).
Paula tuvo la precaución de llevar escondido un grabador, que sostenía en su bolsillo derecho. Por eso, cuando uno de los militares le quiso dar la mano, ella estiró automáticamente la mano izquierda explicándole: «Soy zurda».
Graciela no actuó como madre destrozada sino que empezó a adueñarse de la situación y pidió que llamasen al cadete Joaquín Cortés, el amigo de su hijo. Graciela: «Cuando vino empezó a contar todo, mucho más de lo que yo sabía. Y el coronel le decía: ‘Cállese la boca, porque usted es cómplice’. Y yo le decía: ‘No se calla nada, este es el momento de hablar’. Porque ¿cuál era nuestro miedo? Que si ahí no decía todo, a la salida lo matan, lo hacen callar para siempre, o lo compran. Pero el chico decía: ‘yo no soy cómplice. Si yo hablaba y contaba lo que nos hacían, me dijeron que yo seguía en la lista y me iban a matar a mí».
¿Quiénes eran los responsables de los tormentos? «Los de los años superiores, segundo y tercero. Cortés contó cómo los torturaban en los baños, los dejaban sin dormir. Se les paraban arriba y los obligaban a hacer flexiones. Cuando estuve en la Lemos, Segundo me había mostrado a algunos diciéndome ‘son la peor basura humana que te puedas imaginar’. Nunca me voy a olvidar».
El sacerdote Haag recuerda que aquella reunión terminó con el coronel Sarobe pronunciando una frase emblemática de la historia argentina: «Quédense tranquilos, que vamos a investigar hasta las últimas consecuencias»
Luego, los militares argumentaron que hubo maltrato, pero que nada de lo ocurrido en la escuela tiene que ver con el homicidio. Pretenden que la causa judicial quede reducida a eso. Como si la muerte fuese un accidente inexplicable. La abogada Mirta Mántaras les había anunciado que Cortés posiblemente iba a terminar cambiando su testimonio, cosa que efectivamente ocurrió tras una persuasiva temporada de conversaciones del joven y su padre con los jefes militares.
«Pensar que yo creía que había dejado a mi hijo en las mejores manos del mundo» dice Graciela.
Haag: «El chico había dicho: yo quiero ser alguien, acá voy a cobrar un sueldito, a tener una obra social». Graciela: «Acá voy a ser un hombre. Eso decía».
(Merece ser meditada la noción inscripta en las creencias de un joven de 20 años, según la cual un salario militar y una obra social se equiparan al proyecto de ‘ser un hombre’).
Graciela: «Mi hijo me había puesto un nombre de hierro, Thatcher, porque yo no me voy a doblar. Conocer a otras personas como Miguel o como Rosa me enseñó a nacer de nuevo. Uno se cae mucho. Mis hijos. Paula ha tenido intentos de suicidio. Es muy difícil vivir y volver a creer. ¿Cómo puede existir gente tan mala, que mate de a poco a un chico, haciéndole sufrir un calvario? Pero aprendí a no tener odio hacia nadie, ni siquiera hacia los asesinos de mi hijo. Si tuviese odio no podría luchar, porque uno con odio se enferma».
Rosa no está de acuerdo. Es imposible describir el grado de tensión y emoción con el que pronuncia esta frase: «A mí me pasa distinto. Me agarra una cosa acá (se toma la garganta). Doli Demonty (la madre de Ezequiel Demonty, el chico asesinado al ser arrojado al Riachuelo por integrantes de la Policía Federal) también es muy creyente, y me dice que tengo que aprender a perdonar. No a los asesinos, sino perdonar para mí, para sentirme mejor. Pero yo no puedo. Digo: ya se me va a pasar. Pero no, no perdono, me pone violenta sólo acordarme de esos asesinos. Me da una envidia sana que alguien pueda perdonar, porque capaz que tienen una paz que yo no tengo».
Los fantasmas de Cromañón
Es el turno de Silvia, que dice que le cuesta focalizar la cuestión en su hijo Julián: «Es un crimen muy masivo. Pero hay tanta intoxicación de información yo encaro el tema desde él. Es el que está ahí en la foto, con la novia».
Silvia explica una diferencia previa con Graciela y Rosa: «Al revés de ustedes, yo soy una descreída previa en el sistema. Yo tenía muy presentes los casos de ustedes, o el de Sebastián Bordón, las presas y presos de la Legislatura, General Mosconi, toda una cadena de hacerle difícil la vida al pueblo. Julián venía de una cadena de injusticias. Él quería acompañar a Florencia, la novia, a ese recital de Callejeros, porque ella tenía una hermanita que murió en un parto por mala praxis. Ya ven: una cadena de cosas espantosas. Ya les conté que no quiso que yo fuera al recital, y lo que quería era darle una alegría a Florencia. Yo me quedé sola en casa, preparando las cosas para el 31 de diciembre y viendo Emergencias, esa serie norteamericana de médicos y hospitales».
Silvia cuenta que no se quedó preocupada. No más que con cualquiera de las veces que su hijo salía.
A medianoche sonó el teléfono. Era la voz de la tía de Florencia llorando, y se escuchaba detrás el llanto de la propia chica: «Poné Crónica» le dijo la voz.
«Puse Crónica, hablaban de once muertos en Cromañón. Yo pensé que Julián no podía ser, es deportista, fuerte, con muy buen físico. En el medio de la noche, recorriendo no sé cuántos hospitales con un amigo, no me di cuenta de que eran ciento y pico las víctimas».
La recorrida por las calles y hospitales fue en sí misma un infierno. «Había que tener cuidado porque los chicos iban caminando sin mirar, deambulando, como fantasmas. Habían desparramado a las víctimas por todos los hospitales. Yo creo que eso lo hicieron de entrada ya con la idea de diluir. Nadie te informaba nada, no había un puto megáfono. Pero lo peor era eso: ver a los chicos deambulando sin saber a dónde ir».
En el Ramos Mejía encontró a Florencia, que estaba muy mal, diciendo sobre Julián: «Lo perdí, se me cayeron los anteojos. Él me dijo no me sueltes la mano. Pero lo perdí».
Silvia se dirigió al lugar donde se suponía que darían información, un CGP (Centros de Gestión y Participación): «Un maltrato… nadie sabía nada, pero te decían que iban a centralizar la información al lado de la morgue. Los padres empezaron a enojarse con la policía».
Silvia sospecha que hubo manipulación oficial de las cifras de víctimas, ya que en un momento se pasó de los 11 muertos, a más de 170. «Este amigo tenía auto y celular, por eso pude buscar, porque hasta para encontrar a tu hijo en ese infierno tenés que tener plata: al otro día todavía estaban llegando papás de Laferrere que habían tenido que salir a pedir plata para viajar en micro».
Sonó el celular. Le avisaban a Silvia que en el Clínicas había un Julián. Llegó y encontró una hoja de carpeta pegada que decía «fallecidos». Nadie recibía a los familiares, nadie los contenía. Silvia leyó la lista, su hijo no estaba, siguió recorriendo hasta que encontró a la madre de una chica que había acompañado a Julián en la ambulancia. La mujer rezaba con un rosario en la mano. «Está en terapia intensiva» le dijo.
La primera sorpresa para Silvia fue que todos hablaban de un incendio, pero no había olor a quemado.
«Yo había escuchado espantosidades» dice, usando un neologismo aplicable a varios rubros de la vida criolla. Tuvo que subir diez pisos por escalera porque -obvio- los ascensores no andaban. Se topó con una médica. Le describió a Julián: la estrella roja tatuada en la pierna.
Finalmente lo encontró: «Estaba enterito, con un color muy raro. Sin ropa. Nunca la fui a buscar. Por eso cuando voy a las marchas y veo las zapatillas…»
Silvia llora. Graciela la abraza. «Le habían hecho una traqueotomía. La médica me dijo: es muy fuerte, hizo un paro cardíaco pero salió. La gente del Clínicas estaba muy afectada y desbordada. El lugar es de alta complejidad, pero tuvimos que salir a comprar hielo, rolitos, para ayudar a que el cuerpo eliminase el veneno».
Silvia está separada de Rodolfo, el padre de Julián que vive en La Pampa. «Lo primero que le dije fue ‘perdoname’, no sé por qué me salió». Silvia aprendió que el veneno era la combinación del tolueno y el cianuro. No había existido un incendio, sino una nube asesina que tomó los pulmones de los chicos.
«El 1º murió Julián. Nunca se despertó».
Silvia dice que no puede dejar de pensar en los demás chicos, los que sobrevivieron. «Me agarra como una cosa. No pueden ser sometidos a semejante maltrato. Todos pibes chiquitos. Y venían y me pedían perdón. No sé qué creen que tenían que hacer».
No eran culpables, pero Silvia pedía perdón, los chicos también. «El gobierno no pide perdón. El presidente de los argentinos siguió de vacaciones. Tiene asesores de imagen que lo mandaron a la fiesta de la Pachamama cuando asumió, pero aquí le dijeron ‘quedate al costado’. Y lo de Ibarra… es patético, lastimoso, lamentable».
Silvia y Rodolfo tuvieron que ir a una seccional policial a pedir un papel que permite que los familiares, y no la morgue se hagan cargo del cuerpo. «La morgue estaba saturada, y las ambulancias no llevan cadáveres. El tipo de la seccional tenía el problema de cómo llenar el papelito. ¿Religión? Ninguna, le dije. Pero no le iba en el formulario. ¿Qué pongo en los puntos suspensivos? No ponga nada, o ponga ninguna. Y entonces aparece algo de ‘darle cristiana sepultura’. Le digo que si puso que no tiene religión, qué le va a meter lo de cristiana. Pero lo tengo que borrar, dice, y no hay liquid paper. Entonces me acordé que en la mochila tenía liquid paper y de golpe me dí cuenta y le digo: mirá, cambiemos de lugar. Yo lleno el papelito y vos tenés un hijo muerto, ¿querés?. Ahí reaccionó».
A Silvia le asombró también el vocabulario. Hablaban de los heridos e internados como NN. «Eso es lenguaje de la dictadura».
¿Y después? «Después empezó la movilización. Yo siempre he salido a la calle. Es algo terapéutico, juntarse con otros».
Diálogo de tres mujeres
-En una reunión de familiares de Cromañón, vi a un chico que estaba desesperado. Contaba que había estado allí, caminando sobre los cuerpos, entre los gritos. Y dijo que no entendía cómo los padres podían estar de pie, haciendo cosas y reclamando. Lo dijo mientras lloraba. Les pregunto lo mismo: ¿Cómo hicieron para seguir adelante?
Rosa: Yo sentí siempre una fuerza interior. Había veces que estaba destruida y decía «hoy no voy al juzgado». Y de repente algo me levantaba, saltaba de la cama y salía. Una vez no encontraba las medibachas y me puse otras. Voy al juzgado y andaba de un ascensor a otro. Un señor me mira los pies, y siento que algo arrastro. Eran las medibachas que no encontraba, que habían quedado adentro del pantalón. Sacudí un poco el pie y me hice la desentendida.
Pero además me ayudaron los chicos, los amigos de Miguel. Tenía que aprender a soportar. En el mismo juicio escuché todo, no me perdí una sola audiencia. La mamá de Maxi Albanese dice que los chicos, allá arriba, formaron un gran ejército que es el que nos empuja, nos lleva, nos guía. Me gusta tanto lo que dice, que a veces hasta me convenzo de que es cierto.
Silvia: Yo no soy muy creyente, pero hay cosas que te dan fuerza. Los amigos de mi hijo van mucho más que yo al cementerio. El otro día fui y me encuentro con los amigos alrededor de la tumba, sentados en unos tronquitos. Estaban con un discman al que le pusieron parlantes chiquitos mirando hacia la tumba. Escuchaban La Vela Puerca, un grupo que a Julián le gustaba mucho y a mí también.
Pero cómo se sigue, para mí tiene mucho que ver con lo grupal, con estar sostenido. En mi caso también con tener otros hijos. Y te lleva la ola. Pero a mi me preocupan más los pibes como el que vos contabas, el que estaba llorando en la reunión de Cromañón. Que se te muera un par a esa edad. O a Florencia, que se le murió el que ella considera el amor de su vida. Todo eso te cristaliza en un lugar de mierda. Temo por los pibes. Ya hubo un suicidio. Creo que el chico al decir «no sé cómo ustedes están de pie» tiene la culpa del sobreviviente. Porque a un chico de esa edad, ¿qué le tendría que estar pasando? Tener un esguince.
-Dicen que los chicos subliman el miedo con las películas de terror. Aquí, en todo lo que ustedes contaron, Miguel, Segundo, Julián, son víctimas del terror en estado puro, real.
Silvia: Con las películas los chicos desacralizan la muerte. Pero acá la ironía te la metés en el culo.
Graciela: Yo creo en la fuerza de las personas que no están. Hay algo que no te deja quedarte. No querés que sufran otros, ni que haya tanta injusticia. Si no, estaríamos en una cama esperando la muerte. Yo lo veo a Segundo en todos lados. En los chicos chiquitos, cuando veo a un joven de espaldas. Me pone muy mal ver a alguien vestido de militar. Es como que yo lo espero.
Silvia: Es que estas muertes… Vos contabas, Graciela, que lo saludaste. Y después, se murió. Te queda esa sensación de levantarte a la mañana y pensar: «le voy a preparar la leche». No. La verdad es que no la tengo que preparar. «Voy a hacer las milanesas». No. Siempre es terrible perder a alguien. Pero esto…
-Rosa, tu caso es diferente en una cuestión: ¿Cuándo pensaste «Miguel murió»?
Rosa: Cuando habla esa chica y me dice que lo mataron a golpes. Cuando vienen los testigos. Uno dijo que hacía mucho frío en la cárcel y le preguntó a Miguel qué le había pasado. Y él contestó: «No sé qué quieren estos boludos, estoy esperando que me larguen. Y eso que mi viejo es cana». El otro le dijo: si es cana, decilo. Y Miguel le contestó: «No, no, ya soy grande». Ahí supe que era Miguel. Eran sus palabras. En las marchas una cantaba «a Miguel lo mató la policía». Pero no sé cuándo empecé a aceptarlo. Nunca quise ponerle una flor, ni una vela, ni una foto. La hermana hizo un portarretrato en la escuela, y puso la foto de Miguel. Le dije: «Sacala, porque si él viene… ¿qué va a pensar?»
-Otra cosa llamativa es el castigo a la diversión. Miguel tenía su banda de rock y empezó a perseguirlo la policía. Julián también era muy roquero. Segundo…
Graciela: Era un chico que se divertía, todos lo querían. Tenía sus cosas, era vago, le gustaba la mecánica y hacía picadas, gastaba la plata, le gustaba divertirse. Y bueno, estaba en su derecho. Mis otros hijos me decían «le perdonás todo». Pero Segu era el bebé. Me podía en todo.
-Pero apareció diciendo: voy a cambiar. Y decidió ir al ejército.
Graciela: Tenía una novia, estaba enamorado, y me decía que quería casarse y tener cinco o seis hijos. La primera hija se iba a llamar Camila. «Me voy a ir al sur, vieja, y te llevo conmigo. Te voy a poner a mi cargo. Vas a ver. Yo voy a ser otra persona.
-Se nota en la Argentina mucho castigo generacional. Se puede pensar a partir de los desaparecidos, Malvinas…
Silvia: Gatillo fácil…
Rosa: Y lo que no nos enteramos. Salen a la luz los casos privilegiados, entre comillas. Porque si uno tomara conciencia de la verdadera dimensión de los casos de gatillo fácil, le cambiaría la mente a más de uno.
Graciela: Es cierto que no se sale sola de esto. Tiene que haber gente al lado. Si no es muy difícil estar de pie.
Silvia: Pero no es solo que te acompañen haciendo una proclama, que tiene su mérito. También es el que te sostiene. Yo casi no estoy viviendo en mi casa (ubicada en Caseros) y hay amigas van todos los días. Una se llevó a mi gata y le hace reiki porque la gata está deprimida. Y están los compañeros de Educación Popular. No necesito que me lo digan: siempre hay uno al lado mío (en la propia entrevista estaban Claudia, como anfitriona, y Roxana). Porque a mi me ha dado por desmayarme. Entonces encontrás una solidaridad no solo de palabras, sino en cosas bien concretas.
-Hablabas de los chicos que deambulaban como fantasmas. Los que tenían amigos. En esos casos no hay tanta sensación sobre la necesidad de acompañar como en el caso del familiar directo.
Silvia: Esta es una sociedad que se instala mal con la memoria. Yo tengo amigos a los que les parece que si me hablan de Julián, me voy a poner peor. El día de mi cumpleaños, 7 de febrero, todo el mundo quería que yo festejara. Tuve un ataque de nervios: me llamaban para decirme «feliz cumpleaños». Esa cosa defensiva le hace el juego al gobierno, que quiere que Cromañón se diluya. Hay pibes en el colegio Otto Krause que dicen «queremos hablar de Cromañón», y no se los permiten. Les da miedo a las autoridades. Realmente es terrible no instalar la palabra. Después vamos a estar diciendo que hay suicidas, o que hay violentos.
-Así como hay mucha gente al lado de ustedes, ¿cómo viven lo que ocurre con la parte de la sociedad que no quiere oír, o no lo soporta, o se mantiene indiferente?
Rosa: Mucha gente te escucha. Pero si sos muy reiterativa se cansa, como que ya pasó, te tenés que resignar. Esa persona no es la más solidaria. Otros te escuchan mil veces. Por eso contaba que yo no iba a las marchas, ni entendía por qué iba Miguel. Yo misma no tenía ese tipo de solidaridad.
Graciela: En Victorica hay mucha gente de campo y la gente de campo cree en el militar. Era lo que contaba antes. Nosotros decíamos: «ah, por algo será» cuando se llevaban a alguien. La prensa tapaba todo, de paso. Pero creíamos que los militares eran personas buenas. Y Segundo por eso decía: «ahí voy a ser una persona de bien».
-¿Y cómo tomó Victorica lo que le ocurrió a Segundo?
Graciela: Se dividió el pueblo. El intendente es de la Alianza, pero estuvo también con la dictadura. Viene del grupo militar. Es más: la familia de mi marido, los Cazenave, no nos apoyaron en nada. apoyan a los militares. Mi cuñado es íntimo amigo de Brinzoni.
Silvia: ¿Pero qué explicación le dan a lo de Segundo?
Graciela: Ninguna. Miguelito, ¿usted qué dice?
Miguel Haag: Hasta el hijo mayor de Graciela se peleó con nosotros, decía que éramos zurdos y le queríamos buscar la quinta pata al gato. Después entendió. Pero en el pueblo muchos decían: por algo habrá sido. Y lo más importante: no te metás. Está intacto lo de la dictadura, hasta el tuétano. El miedo, ensuciar a la víctima.
Silvia: Es cierto, se culpabiliza a las víctimas. Y se ataca también a los padres, que si se les permitió, que si no, es un horror. Me parece que lo que no funciona entonces es la cosa individual para poder seguir. Porque lo que yo siento es que individualmente uno no puede hacer más que llorar.
-Pero entonces, ¿qué les parece que habría que hacer ante los indiferentes, que piensan «a mi no me tocó, entonces no es mi tema»?
Miguel: Yo creo que es tremendo el miedo. Y Rosa dice siempre que el miedo paraliza. En muchos casos en Victorica veo que es cerrazón, y en otros mala leche. No sé qué se hace con eso.
Graciela: Ojalá que a ellos no les toque. Lo que una tiene que hacer es meterse. Yo era de no preocuparme por los demás. Me culpo por eso. Repito: qué lástima que en tu vida tenga que haber un click que te haga mejor persona, más humano, saber estar donde te necesitan. Si hubiera otra actitud, el país sería distinto, y también el mundo.
-Pero si a vos no te hubiera pasado lo de Segundo…
Graciela: Estaría pensando en tener plata, en divertirme. Pero a partir de lo de Segundo no me gusta nada: un auto, una casa, nada me satisface. Solamente ver feliz a alguien. La vez pasada vino León Gieco a Victorica, para ayudar a los salesianos y que puedan tener una sala de computación los chicos. Eso para mi es alegría. Poder dar y ver a alguien feliz. Aparte de eso, a mi nada me va a hacer feliz nunca más.
Rosa: Yo creo que a la gente no la vas a cambiar. Con los años y años empiezan a valorar. Pero otra cosa que no puedo decir es que no voy a ser feliz. Lo de Miguel está siempre ahí, como el primer día. Pero vinieron los nietos, eso me enseñó que la vida continuaba. Nadie va a ocupar el lugar suyo, pero los nietos te traen momentos de felicidad, me hacen reir. Tenemos un nietito de dos años y agarró la pancarta con la foto, pero como era pesada empezó a decir «se me cae Miguel, se me cae Miguel». Y con esas cositas también te acordás de Miguel riéndote. Me pasó hace bastante. Un día estaba mirando el programa de Tinelli con la cámara oculta. Mi hijo salió de la pieza y me dijo: ¿vos te estabas riendo? Hacía años que no me oía reirme.
Así que no sé si vamos a cambiar a la gente, pero creo que está más sensibilizada. La gente sabe más cosas. No es como en la dictadura que ponían «abatieron a un subversivo» pero no decían que a los que desaparecían los tiraban al medio del mar. El que no estaba militando no sabía lo que pasaba. Eso yo lo discuto mucho. Me dicen: «todos sabían». Yo digo que no. Te deformaban la información. Lelia, una amiga del padre Miguel, dice «yo no quiero que me pase por encima el gatillo fácil, como me pasó la dictadura. Hay un caso palpable como el de Mariano Wittis. Lo toma como rehén un delincuente con un arma que no podía matar a nadie porque no funcionaba. Lo lleva a Mariano. Aparece la policía y mata a los dos. ¡Y después le pusieron un arma a Mariano! La madre tuvo que salir a demostrar que su hijo era inocente.
Acusar a la víctima.
Rosa: En Cromañón no dicen que la barbaridad es la falta de controles, o el techo inflamable, sino que los chicos tomaban cerveza o se drogaban. Yo creo que eso es de la época de la dictadura. Cuando matan a alguien por la espalda siempre es porque el milico tropezó y se le disparó el arma. Nunca se dispara en contra de ellos.
Silvia: No, los muertos los ponemos nosotros. Están siempre del mismo lado. No sé cómo se hace para cambiar la indiferencia. Habría que estudiarlo incluso psicológicamente. No creo que todo el mundo sea hijo de puta ni mucho menos. Creo que está el individualismo. Sos individualista hasta en tener tu luto por tu hijo en su tumba. A mí me hubiera gustado que Julián esté en una tumba colectiva. Porque para mí eso instala la memoria. Pero bueno, supongo que no se cambia las cosas solo con palabras, sino haciendo. Hay que buscar formas creativas de hacer. Además, no sé si quiero cambiar a la gente. ¿Quién soy para cambiar a nadie?
Rosa: Igual me parece que es más solidaria la juventud de ahora. Yo veo con lo de La noche de los lápices, cada vez va más gente.
Silvia: A la vez, hay una contradicción entre el decir y el hacer. Porque los gobiernos hacen discursos cada vez más interesantes, hablan de los desaparecidos… no está mal, pero ¿del gatillo fácil van a hablar dentro de 10 años? ¿Y de los chicos de Cromañón dentro de 20? Decir que la única lucha que se pierde es la que se abandona, está muy bien de parte de Madres. Pero si lo dice Tinelli, se me apropia de las palabras. Me parece que hay que ir a las acciones, y de manera no evasiva. Porque los jodemos a los pibes con la droga, con el acohol, pero convengamos que son salidas que encuentran en una sociedad de mierda. Hay que estar alertas para que no nos roben las palabras. Hoy los gobernantes hablan de los desaparecidos, pero podrían estar hablando de Cromañón. Siempre atrasan 20 años.
Graciela: Por eso para mí hay que empezar desde la escuela con el tema de los derechos humanos. Yo me acuerdo que una de las veces que vinimos a Buenos Aires estábamos mirando televisión con mi hija. Aparecieron las Madres de Plaza de Mayo y el tutor de Segundo, Pérsico, dijo: «Mirá las locas. Yo viví en la ESMA y nunca vi nada parecido a lo que dicen esas locas». Cuando volvimos a Victorica, Paula me dijo: «A ese tipo no lo quiero ver más en mi vida». Y yo ni le había prestado atención al viejo.
-Lo de «loca» te lo habrán dicho también a vos en Victorica, después de lo de Segundo.
Graciela: Estaba dicho para mí también. Hoy yo estoy del lado de las locas.
-Se habla del escenario político, de la clase política, los gobiernos… ¿qué sensación les produce ese escenario tan magnético para los medios?
(Risas generalizadas) Graciela: Para mí política es mi hijo. Desde que pasó lo de Segundo voto con la foto de mi hijo. Mis hijos también. Yo a los políticos los necesito para que me ayuden a ayudar a los demás. Pido para que a los chicos de las escuelas no les falte nada.
Silvia: Pero eso lo tendrían que hacer sin esperar a que uno les pida. ¿Qué hacen? Acá está todo muy corrido.
Rosa: Ellos es como que te hacen un favor dándote la computadora para el colegio. Pero les tendría que nacer.
Silvia: Para los medios política es lo que hacen los gobernantes. Se vota a gente que no se sabe quién es. Por eso muchos dicen «no me meto en política» pero van a las marchas. Porque es el poder por arriba, un poder super vertical el que tenemos. Lo que pasa con el resto de la sociedad no te lo cuentan. Me da miedo que la política parezca que es solo el voto. Estábamos en una radio y llamó un oyente diciendo que no había que criticar a Ibarra porque Macri es peor. Y yo decía: me están colocando en un lugar perverso. Ibarra es menos peor. Faltaba que nos dijeran golpistas. Es terrible elegir entre lo malo y lo peor. Creo que habría que cambiar esa concepción. Yo quiero lo mejor. Y lo mejor es que no mueran más pibes, y que tengamos futuro. No soy golpista, ni anti esto ni anti lo otro. Hay que actuar sin miedo a esas dicotomías. Ya usaba Alfonsín esta idea del blanco o negro.
-Yo, o el caos. Lo han dicho todos los gobernantes argentinos.
Silvia: Si es así, vamos por el caos. Porque me parece que lo muy ordenado no está funcionando. Pero el caos como algo creativo.
Graciela: Por eso digo que hoy es mejor: los chicos dicen lo que sienten y actúan como sienten. Cuando yo era joven, realmente era una época de hipócritas.
Silvia: Para mí está todo más mezclado. En la dictadura yo era adolescente, algo hacía, pero tenía conciencia de que éramos una minoría. Ahora no termino de ver. En los lugares por donde yo circula la gente es cuestionadora. Julián era así. Y en la batidora me cuestionaba también a mí. Me criticaba la incoherencia. Me ponía autoritaria con él. Qué sé yo, estuve en un encuentro de mujeres en Mendoza y había mujeres jóvenes que eran peor que mi bisabuela, decían que nosotras éramos asesinas de nuestros hijos. Terrible.
-¿Y qué es lo que está haciendo la Asociación Miguel Bru?
Rosa: La asociación se dedica a seguir casos de gatillo fácil y apremios ilegales, colabora gratuitamente con las víctimas. Y también estamos haciendo un trabajo muy fuerte en la Isla Maciel, donde ya formamos una Comisión de Derechos Humanos de la isla.
Graciela: Y en Victorica yo estoy con los salesianos. El padre está con 120 chicos en riesgo social, así que qué mejor que ayudar con eso.
Silvia: En el caso de Cromañón hay un montón de iniciativas. Lo que pasa es que todo hay que ir haciéndolo con mucha paciencia.
Rosa: No todos pueden superarlo tan rápido. No es fácil.
Graciela: Porque ¿sabés qué pasa? Después de perder un hijo nada te asusta. Le perdés el miedo a todo. Yo ya duermo con las ventanas abiertas y la puerta sin llave.
Silvia: Ni es lineal. Un día uno se quiere morir, al otro día estás trabajando como una loca.
Rosa: Cuántas veces, Silvia, uno se quiere morir. Pero no se muere. Y después te das cuenta: simplemente tenés que seguir.

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Más allá de tu vereda: un documental sobre personas en situación de calle en CABA

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Más allá de tu vereda.

Así, a secas, es el nombre del documental que acaba de estrenarse. 

No es un documental más. Así se llama el programa de radio de y para personas que viven o vivieron en la calle, que se realiza semanalmente en la organización Sopa de Letras. Esta cobija y aborda la problemática así como la salud mental, desde hace más de 10 años en el barrio porteño de Parque Patricios.

El documental explicita la importancia de la radio, el valor de la comunicación, la potencia de lo colectivo, la necesidad de comunicarse, y que alguien escuche del otro lado, o mejor aún: al lado. Y también refleja la historia de Víctor Rodríguez Lizama, su director, que tiene 64 años y vivió varios en situación de calle.

El Cuervo, como le dicen a Víctor por su fanatismo por San Lorenzo, visibiliza en primera persona junto a otrxs protagonistas lo que se ve a diario, pero no tanto. Lo que se sabe, pero no tanto. 

En Más allá de tu vereda, Víctor entrevista a muchos de los integrantes del programa que se emite en Radio Parque Vida (105.9) desde hace más de tres años.

Marcela dice que antes sólo escuchaba. Y que ahora se animó a decir.

Luciana dice que perdió un poco la timidez. Y que, quizá, eso la ayudó a crear la sección “la música que nos hizo”. 

Cata dice que encontró un espacio para hacer arte. Para animarse a leer sus poesías.

Alicia dice que antes hablaba “poquito”. Y que ahora “habla un poquito más”. 

Lautaro habla cuando llora, emocionado. Dice que no tenía experiencia. Y que ahora se sorprende de sí mismo.

Juan Bautista dice que es el encargado de informar las noticias. Y que ahora sí, alguien escucha su punto de vista.

Cristian dice que está más atento a su alrededor. Tanto, que ahora se anima a opinar.

Víctor dice que hasta no hace mucho, había personas que no agarraban el micrófono. Y que ahora no lo quieren soltar.

Termina el documental, con una última imagen; pantalla en blanco y una sola línea en letras negras.

«A todos los que estuvieron en situación de calle y ya no están».

Hay aplausos, hay felicidad, hay valoración. 

Hay orgullo.

Luego, se abre el micrófono para que quien quiera diga lo que quiera. 

Jorgelina: “Hagamos más radios”.

Adrián: “Podría estar en cualquier otro lado, haciendo cualquier otra cosa en este momento y gracias a ustedes estoy acá, me ayudaron un montón desde lo emocional”.

Cierra Víctor Rodríguez Lizama, con la remera puesta de su San Lorenzo querido y su pelo repleto de canas:

“La finalidad de este documental es mostrar cómo a través de la salud mental podemos llegar a la gente invisibilizada, que está ignorada. Ojalá que se reproduzca en otros lugares, que sirva de herramienta para salir adelante. Hoy hay mucha más gente viviendo en situación de calle. Además de haber vivido mucho tiempo, participé de los censos populares. Recientemente censamos en la comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Monserrat y Constitución) y sólo acá contamos 1480 personas, por donde vos camines están. En la olla popular que hacemos en el Parque Lezama se ve algo similar al 2001. Más personas en calle y más hambre”.

Detrás del Cuervo hay un pizarrón donde se completa al nombre de su documental: 

“Más allá de tu vereda,

hay otra realidad,

atrás de tu puerta”.

Al costado, un mural con un puñado de palabras escritas en letra cursiva: 

“Hasta que no quede ni una sola persona en situación de calle, 

allí seguiremos estando”.

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La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos

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Este domingo a la madrugada murió María Teresa López, asambleísta contra la contaminación en su ciudad natal, Caleta Olivia, luego mudada a Capital Federal y parte del grupo Jubilados Insurgentes. Mary se enfermó de cáncer producto de la contaminación que ella misma denunciaba, y luego fue abandonada por el Estado en modo motosierra: el PAMI se negaba a entregarle medicamentos, pese a amparos judiciales a su favor. Una historia que genera bronca e impotencia, pero que a través del recuerdo de sus compañeras de lucha se revela como una lección de vida, en el más profundo sentido de la palabra: lo colectivo frente a lo personal, la idea de no perder el tiempo, la movilización permanente, la generosidad, la sabiduría, y qué es la muerte.

Por Franco Ciancaglini

Algunos dirán que Mary era bajita y otros que tenía el porte enorme de Nora Cortiñas.
Desde la pandemia solía esconder su sonrisa detrás de un barbijo, aunque sus motivos de alegría eran cada vez menos:

  • su salud era cada vez más delicada;
  • los medicamentos oncológicos no llegaban;
  • y la lucha que encaró desde siempre —primero en su Caleta Olivia natal contra la contaminación, luego contra el sistema de salud público y, al final, como parte del grupo Jubilados Insurgentes— cada vez implicaba poner más el cuerpo.

Fue su cuerpo lo que, este domingo 21 de julio, dijo basta.

Mary se convierte así en algo odioso: un símbolo. Un símbolo de la muerte sistemática que genera un sistema que enferma y abandona. Pero también en un símbolo de lucha por la vida, en el sentido más profundo de la palabra.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Mary junto a Nora Cortiñas.

Contaminada

María Teresa López nació en 1959 en Caleta Olivia, Santa Cruz. Falleció el domingo pasado a sus jóvenes 67 años, en un hotel de la calle La Rioja, en Once, ciudad de Buenos Aires. Sí: vivía en un hotel. Sola, producto del desarraigo que le produjo tener que trasladarse para atenderse de un cáncer de hígado.

Ese fue el diagnóstico médico: una metástasis que avanzó en el último tiempo al ritmo frenético de una motosierra.

La causa que no figura en su partida de defunción es aquella que ella misma denunció hasta el final: a Mary le negaban medicamentos oncológicos indispensables para su tratamiento.

Lo que tampoco figura en su partida es que Mary fue arrancada de su Caleta Olivia natal porque se enfermó, al igual que decenas de personas de esa localidad, producto de la contaminación del agua por actividades extractivas en la zona.

Contaminada

La vida de Mary fue la de una militante social de una estirpe rara: austera, firme, silenciosa, estudiosa, imparable.

Sus compañeros reconstruyen sus historias: que de chica le hicieron un test de inteligencia y un profesional le dijo a su madre que ella era más o menos superdotada; que seguramente podría hacer dos carreras universitarias a la vez; que terminó la secundaria antes de tiempo y luego cursó dos carreras; que se enganchó con el ambientalismo muy joven y empezó a investigar cuando las empresas petroleras negaban la contaminación de las napas de agua.

Formó parte de la Asamblea Ambiental de Caleta Olivia, desde donde luchó sin descanso contra la contaminación provocada por el fracking. Mucho antes de enfermarse, denunciaba que el agua que llegaba a las casas estaba contaminada con petróleo. Lo sabía por la evidencia científica más contundente que tiene una comunidad contaminada: que sus vecinos, familiares y amigos enfermen y mueran.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
En Plaza de Mayo, con una bandera contra la megaminería contaminente en Chubut.

Ante los medios Mary describía lo que vivía y veía alrededor: “La gente se muere o queda discapacitada”. En una entrevista para el programa Conciencia Solidaria, precisaba sobre su territorio:

  • “Caleta Olivia… tiene un problema grave: falta de agua potable, y encima está contaminada por la industria petrolera. Los muestreos de agua que hemos sacado y analizado han dado positivo: está contaminada el agua que estamos tomando.”
  • “La situación es muy grave, se está muriendo muchísima gente de esas 11 localidades, 9 están en terrible condición… además tuvimos un caso muy grande de gastroenteritis que afectó a 340 personas”.
    También contextualizó el vínculo entre agua contaminada y salud pública: “Los metales pesados son cancerígenos, mutagénicos, van mutando de una generación en otra… nacen chiquitos con problemas… o fallecen de cáncer».

Denunciaba en Caleta Olivia la presencia de hidrocarburos, arsénico y metales pesados en el agua, además de enfermedades poco frecuentes que, como decía ella, “no tienen cura” y crecen en esa región patagónica. Alertaba con claridad: “No es solamente cáncer, sino Enfermedades Raras o Poco Frecuentes. Muchos pacientes no están bien atendidos… La situación se agrava cuando se trata de estas patologías: solo se ofrecen tratamientos paliativos.”

Un mal día le tocó a ella, ya con la certeza profunda de que la contaminación ambiental fue parte del combustible de su cáncer de hígado.

En agosto de 2015, en un foro en defensa del agua organizado en Comodoro Rivadavia, otras asambleístas como Lidia Campos, de la asamblea contra el fracking de Allen (Río Negro), la conocieron personalmente luego de años de tramar resistencia contra el extractivismo: “En el Foro en Comodoro había gente de todos lados… Y estaba Mary, que ya tenía problemas, como un problema en la boca del estómago… No se sabía bien… Uno tapa esas cosas y habla de la lucha, la salud quedaba en segundo plano. Mary no era de hablar de lo personal; siempre se preocupaba más por lo colectivo».

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Lidia y Mary, durante el acampe del Malón de la Paz en Buenos Aires, hace dos años.

La describe así: “Era menuda, callada. Pasaba desapercibida. Pero cuando abría la boca, te dejaba con la boca abierta. Sabía muchísimo. Y tenía una convicción inquebrantable.”

Recuerda Lidia que, en 2019, Mary pasó de la denuncia mediática a la judicial: presentó un amparo colectivo ante la Corte Suprema contra la contaminación del agua con hidrocarburos, arsénico y metales pesados. Denunciaba así, ante el máximo tribunal argentino, el abandono del sistema cloacal, basurales a cielo abierto, y exigía la puesta en marcha de una planta de ósmosis inversa paralizada (actualidadjuridicaambiental.com). En ese expediente Mary detallaba:

  • “Frecuentes interrupciones en el suministro… agua contaminada con hidrocarburos totales y arsénico… napas freáticas contaminadas por fracking…”.
  • Solicitaba medidas cautelares urgentes: provisión gratuita de agua apta, saneamiento cloacal, cierre de basurales y puesta en funcionamiento de la planta de ósmosis inversa.

Esa presentación inédita, que firmó ella misma, reflejaba años de trabajo comunitario, denuncias y… enfermedades. Pero su denuncia fue ignorada, archivada y judicialmente ninguneada: tras seis años, la Corte se declaró “incompetente” y desestimó el recurso, sin resolver la situación de fondo.

Mary no se rindió: en 2020 fue caminando hasta Balcarce 50 para presentar a través de Mesa de Entradas de la Casa Rosada una carta firmada por una red de organizaciones en defensa del agua dirigida a Alberto Fernández, denunciando la contaminación del agua y relacionándola lúcidamente con argumentos que el ex Presidente daba como recomendaciones durante la pandemia.

Lidia Campos es la que recupera y comparte a lavaca este documento, y la que como asambleísta define su legado: “Lo que ella hizo fue histórico. Vale la pena hablarlo para las próximas generaciones… En esta época hemos perdido tanta humanidad que a nadie le importa. Pero acá hay alguien que dio su vida. Dio, literalmente, su vida.”

El último recuerdo que Lidia conserva data del 14 de julio de 2023, durante una jornada de lucha contra Mekorot, la empresa nacional de agua israelí que intentaba desembarcar en Argentina con intenciones sospechosas. Relata Lidia: “Ella estaba afuera del Anexo del Congreso con los Jubilados Insurgentes para protestar… Después fuimos a una confitería. Le pregunté si había comido al mediodía… no había comido nada. Le sugerí unos tostados o medialunas con queso. Pidió un té. Cuando llegó lo que pedimos, no lo pudo comer”. Igual, se sacaron esta hermosa foto compartiendo. Y ese mismo día, antes de despedirse, Mary le regaló una pashmina rosa a Lidia para protegerla del frío.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Carlos Ponce, Mary y Lidia Campos: una amistad atravesada por la lucha ambiental del sur del país.

Abandonada

Cuando se enfermó y vio que su asamblea se desarmaba –entre otras cosas precisamente porque muchos enfermaban- Mary se trasladó a Buenos Aires. Pretendía resistir y atenderse bien, cosa que logró durante muchos años: su lucha logró que PAMI le asignara el Hospital Italiano para su tratamiento.

Tuvo un cáncer controlado que se descontroló al ritmo del deterioro del sistema de salud: primero Macri, luego Fernández, la pandemia y finalmente Milei como garrotazo final.

Desde 2023 su situación empeoró drásticamente. Su compañera Zulema, de Jubilados Insurgentes, relata: “El PAMI decía que tenían medicamentos para esa patología, pero no eran los que había indicado su médica… entonces no los aprobaban. A veces los recursos judiciales salían favorables, pero el PAMI tampoco los entregaba. La impotencia era terrible».

Sino miren este video.

María Teresa López dice claramente: “El mecanismo es simple: es eliminarnos, gastando menos… llegar al déficit cero… matándonos.”

El video la muestra junto a sus compañeros de Jubilados Insurgentes en un reclamo frente al PAMI por sus medicamentos.

Sigue: “Es más fácil eliminarnos de manera nefasta e inhumana… Para mí ustedes son asesinos, y les importa un bledo”.

Hoy, un año y mes después, Mary tenía razón.

Zulema continúa: “Ella no podía hacer la quimio porque la droga fundamental no estaba… íbamos al PAMI con compañeros, hacíamos reclamos, pero no facilitaban nada. Cuando le autorizaban un tratamiento de ocho sesiones, solo le entregaban dos dosis. Nos confesaron que no se molestaban en dar el tratamiento completo porque muchos morían antes… Pero Mary resistía, resistía… llegó un momento en que el cuerpo no resistió más».”

Una de las últimas veces de manifestación ante el PAMI, sin Mary, el personal de seguridad preguntó por ella en la puerta: “¿Cómo está Mary?”

La respuesta era obvia: mal.

Insurgente

Pese al deterioro físico, Mary se unió a los Jubilados Insurgentes. Entendió que el sistema no solo descarta a quienes enferma, sino también a los que ya no pueden “producir”.
Zulema recuerda: “¡Tenía un carácter! Ese carácter es el que la hizo resistir cuando muchos se daban por vencidos”.

Llegó a ese espacio dos años atrás, íntimamente vinculada con su enfermedad. “Se metió en todo lo legal… recursos, fiscalías, Comodoro Py… sabía de litigio ambiental”, dice Zulema.

El 12 de junio de 2024, durante la lucha contra la Ley de Bases, estuvo firme en Plaza los Dos Congresos. “Nosotros la cuidábamos porque estaba débil, pero se escapaba, quería seguir.” Conocía a todos. “Era muy luchadora. Y hablaba con energía. Siempre nos pedía que unamos las luchas».

Lo que posiblemente sea su último legado lúcido: unir las luchas del ambientalismo con las banderas de los jubilados.

Sobre su convicción, Zulema dice: “Cualquier cosita que ella hacía la asumía con total responsabilidad… vino con cartulina, se traía el cartel… Cuando asumió Milei hizo un cartel que decía ‘Toda la clase política es responsable de la debacle del país’, lo diseñó ella misma”.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Un cartelito que le hicieron tras su muerte, Clarisa y Agus, que lo dice todo: «Se lo hicimos porque ella era doña cartelitos, y lo dejamos con ella».

Otra anécdota: “Una vez vino a una reunión, con anotador en mano, ya predispuesta. Algunos comenzaron a hablar de su vida personal, y se enojó. Se levantó, juntó sus notas y se fue. Dijo: ‘acá se pierde tiempo, no van a llegar a nada’. Pero volvió. Con dramas y todo, no quería perder el tiempo: estaba alerta. Era consciente de que la tarea era enorme, y le ponía ímpetu”.

Mary sabía que no le quedaba mucho tiempo y por eso nunca bajó la guardia.

Siguió yendo cada miércoles a las rondas frente al Congreso, siempre con barbijo, para cuidarse y cuidar. Participó del Malón de la Paz, llevó agua, militó con grupos ambientalistas, jubilados y religiosos. Organizó actos, escribió cartas, e insistía en que el 22 de marzo, Día Mundial del Agua, había que salir a las calles. Siempre. Aunque lloviera, aunque doliera.

Porque Mary enseló que la muerte no es algo que ocurre al final: es eso que va sucediendo en vida ante la indiferencia, el silencio de los tribunales, el apagón de las protestas, la descomposición del cuidado, la impunidad de los contaminadores y la complicidad del silencio.

La muerte es el abandono.

La muerte es el olvido.

Y en ese sentido, Mary sigue más viva que nunca.

odas las agrupaciones de jubilados que se juntan los miércoles a protestar en Congreso, preparan un homenaje a Mary y, a través de ella, “a todas las víctimas del sistema y de este plan siniestro de exterminio de los más vulnerables”.

Será mañana, después de la marcha, en un acto en Plaza de Mayo.

Mary: gracias.

Hasta mañana.

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Pablo Grillo: llaman a indagatoria al gendarme Guerrero a seis meses de un disparo criminal

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El 2 de septiembre el gendarme que disparó una granada de gas lacrimógeno por fuera de todos los protocolos de la fuerza deberá comparecer ante la justicia. La decisión la tomó la jueza María Servini de Cubría más de cuatro meses después del hecho. Pablo Grillo luchó por su vida, perdió masa encefálica y hoy se encuentra en plena rehabilitación. Todo lo que deberá explicar Héctor Guerrero y que implica a su principal defensora y la responsable de la violencia estatal: Patricia Bullrich.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Cuatro meses y una semana pasaron desde el miércoles 12 de marzo. Ese día, durante otra violenta represión a la marcha de jubilados y jubiladas, el Gendarme Héctor Guerrero le disparó fuera de toda legalidad una granada de gas lacrimógeno al reportero gráfico Pablo Grillo, cuyo impacto casi lo mata, y por el que perdió parte de la masa encefálica, estuvo casi tres meses internado en terapia intensiva en el Hospital Ramos Mejía y por el que hoy continúa en proceso de rehabilitación. Cuatro meses y una semana pasaron hasta hoy, lunes 21 de julio, en el que la jueza María Servini citó a indagatoria al gendarme, autor material de lanzamiento, para el próximo 2 de septiembre.

Es decir: entre la ejecución y la audiencia habrán pasado 131 días, casi seis meses, casi medio año. 

El camino de la in-justicia

En un primer momento, la jueza había rechazado el expediente y el caso había pasado al Juzgado Federal N° 12, donde tramitaba otra denuncia por los mismos hechos. Como ese juzgado estaba vacante y subrogado por Ariel Lijo, quien también se declaró incompetente y declinó la competencia, el expediente regresó al Juzgado N° 1 el 28 de marzo y la jueza Servini lo tiene en sus manos desde el 10 de abril, a la vuelta de una licencia. 

La cronología detalla el tiempo que una familia debe atravesar para exigir justicia por un hecho de violencia estatal: desde el 21 de marzo en que el papá, la mamá y el hermano de Pablo se presentaron en la causa como querellantes, solicitaron se llame a Guerrero a declarar “en calidad de imputado, por tentativa de homicidio agravado por abuso funcional, abuso de autoridad e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Pero no hubo respuesta. Por eso, el 6 de junio, reiteraron el pedido con estos argumentos: “Desde el inicio de la investigación, todas y cada una de las pruebas recabadas por el Juzgado corroboran lo que planteamos en nuestra querella del 21 de marzo: el cabo primero Héctor Jesús Guerrero de la Gendarmería Nacional Argentina fue el autor del disparo de la pistola lanzagases que hirió de gravedad a Pablo Grillo el 12 de marzo a las 17.18hs”. Y agregaron: “En el pedido que presentamos ante la jueza Servini ofrecemos una descripción de los hechos y un análisis pormenorizado de los elementos de prueba existentes hasta el momento”.

Y no hubo dos sin tres: el 15 de julio se le volvió a exigir al Juzgado que lo cite a Guerrero. 

Y la tercera fue la vencida: este lunes, Servini citó a prestar declaración indagatoria al cabo Guerrero como autor del disparo con cartucho de gas lacrimógeno calibre 38mm que impactó en la cabeza de Pablo Grillo. La audiencia será el 2 de septiembre a las 10. 

Guerrero es el primer efectivo formalmente imputado en la causa por el operativo policial del 12 de marzo. 

Desde la querella informaron: “El juzgado ordenó la realización de una pericia balística a cargo de la División Balística de la Policía de la Ciudad para reconstruir con el mayor nivel de precisión técnica posible el disparo que hirió de gravedad a Pablo. Si bien la jueza consideró que ya existen elementos de prueba contundentes respecto de la responsabilidad de Guerrero para esta instancia, sostuvo que la pericia es necesaria para afianzar la reconstrucción de la dinámica del hecho”.

 La pericia tendrá como objetivos precisar:

-La trayectoria y velocidad del proyectil que impactó en la cabeza de Pablo Grillo;

-La posición del arma al momento de efectuarse el disparo y el ángulo de salida del proyectil; 

-Analizar si el proyectil impactó previamente contra otra superficie, y si eso alteró su dirección o energía.

-Las ubicaciones de Grillo y de Guerrero al momento del disparo.

El juzgado también ordenó, previo a la pericia, una inspección en el lugar del hecho (la esquina de Hipólito Yrigoyen y Solís) que incluirá un relevamiento fotográfico terrestre y aéreo y la elaboración de un croquis detallado de la escena. 

Además, le prohibió a Guerrero la salida del país.

Compartimos el perfil de Pablo que realizamos en la edición 203 de MU.

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