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Pobreza y hambre: crisis, datos y contexto
Uno de cada tres argentinos es pobre, y casi la mitad si se toma en cuenta la franja de 0 a 14 años, los más chicos. Más de 14.3 millones de personas. Y los indigentes son más de un millón. El Conurbano es el distrito más golpeado. La actividad industrial cayó más del 5,6% interanual. Los datos que brindó hoy el INDEC arrastran a Argentina a un problema estructural que se completa con otros informes (UCA, UNICEF y ONU) que alertan sobre la emergencia alimentaria. Otra vez, el hambre: menos cantidad y calidad de alimentos, más consumo de ultraprocesados, hectáreas plantadas con commodities y el Estado argentino utilizando los recursos públicos para otros objetivos, como la deuda.
Una de cada tres personas en Argentina es pobre. El 32% de la población. Así lo indica el informe publicado hoy por INDEC, del cual también se deriva que en un año la cantidad de pobres creció un 6,3%.
Son 14.300.000 (catorce millones trescientas mil) personas. Un océano humano. Cuesta entender la magnitud.
- Como si la Ciudad de Buenos Aires y todo el Conurbano estuvieran exclusivamente habitados por pobres.
- O como si 200 estadios de River se llenaran solo de pobres.
- O como si sumáramos a todos los habitantes de Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Tucumán, Salta, Corrientes, Jujuy, Neuquén, Chubut y Rio Negro.
Para los niños y las niñas, la realidad es más cruda. Si nos centramos en la franja de 0 a 14 años, son pobres el 46,8% y uno de cada diez son indigentes. Los datos corresponden al segundo semestre de 2018 y se basan en la Encuesta Permanente de Hogares. Para la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanely, “hoy es un día triste”. Pobre. En realidad no es un día triste sino el día en el que se confirma lo que gran parte de la sociedad sabe desde hace mucho, por experiencia cotidiana.

La pobreza alcanzó al 23,4% de los hogares y al 32% de las personas en el segundo semestre de 2018: https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/eph_pobreza_02_18.pdf …
Al inicio de un año de creciente conflictividad social y política, al término “crisis” se puede graficar de distintas maneras, pero el más urgente quizá sea uno: la llamada «crisis alimentaria». El hambre. El aumento constante de precios, los márgenes excesivos de la cadena de supermercados, el modelo for export del agronegocio y la industria de los ultraprocesados son algunos de los factores que explican que cada vez comamos menos y peor.
En marzo de este año, la Universidad Católica Argentina (UCA) –que ya se ha transformado casi en una fuente oficial de datos– publicó el Documento de Trabajo Pobreza Multidimensional Fundada en Derechos Económicos Y Sociales Argentina Urbana: 2010-2018. Allí afirman que 6 de cada 100 hogares urbanos experimentan inseguridad alimentaria severa, una categoría que indica que tienen hambre con frecuencia. Se trata del 7,9% de la población. El director del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, Agustín Salvia explicó: “En 2018 tuvo lugar un incremento significativo de la inseguridad alimentaria severa y se explicaría principalmente a partir del deterioro de la situación de los hogares de estratos bajos en el conurbano bonaerense y en otras áreas metropolitanas”.

La actividad económica creció 0,6% en enero de 2019 respecto del mes previo y cayó 5,7% interanual. Fuente: INDEC
En el mismo mes, el Centro de Estudios Metropolitanos publicó el 9no Monitor del Clima Social sobre Inseguridades sociales, entre cuyos resultados se afirma que el 52% de la población del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) disminuyó la porción de sus comidas porque no había suficiente dinero para comprar alimentos. El mismo índice sube por encima del 65% para el segundo cordón del conurbano. A su vez, el 32% aseguró que alguna vez en el último año tuvo hambre por el mismo motivo.
Los informes y datos no son elaborados únicamente por centros nacionales; la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) realizaron sus propias investigaciones con conclusiones similares. En septiembre de 2018, la Relatora Especial sobre el Derecho a la Alimentación, Hilal Elver, realizó una visita a la Argentina, tras la cual analizó el modo en que la crisis económica y financiera afecta el derecho a la alimentación. En una de las primeras conclusiones del informe final, expresa: “La Argentina tiene abundantes recursos naturales que permiten la autosuficiencia y brindan apoyo a un sector agrícola productivo. En tanto no debería haber problemas para garantizar la disponibilidad de alimentos para la población, el modelo actual de la agricultura industrial, que promueve la soja y otros cultivos comerciales para la exportación por sobre un sector agrícola diversificado, ha socavado la seguridad alimentaria de la población”.
Hambre, obesidad, agrotóxicos, enfermedad: lo que la ONU advierte en la Argentina
La Relatora también advirtió acerca de los efectos nocivos del modelo agrícola industrial del país, orientado especialmente hacia la exportación, lo que lleva a dedicar alrededor de un 60% de la tierra cultivada (19 millones de hectáreas) a la producción de soja, de la cual solo un 2% se consume en el país, mientras que el resto se procesa y se exporta, principalmente a China. “Las políticas existentes no apuntan a revertir esta tendencia, ya que se proyecta un crecimiento de un 18% en la producción de soja y harina proteica durante la próxima década”, afirma el informe.
Otro de los puntos destacados del informe tiene que ver con el alto consumo de productos alimenticios altamente procesados y ricos en grasa, azúcares, sal y aditivos, causa directa del incremento de la nutrición deficiente y la obesidad, especialmente en niños, niñas y adolescentes. De acuerdo al informe, tenemos el orgullo de liderar la región en el consumo de productos ultraprocesados: 194,1 kg per cápita al año. Pero claro, con algo hay que bajarla. A eso se suman 131 litros de gaseosa anuales por persona. Frente a la menor diversificación del cultivo y el incremento del uso de herbicidas, plaguicidas e insecticidas, desde la ONU apoyan a la agroecología como la alternativa privilegiada a este modelo de hambre y desnutrición. Por último, nos recuerda lo obvio: el Estado Argentino tiene la obligación de atender el derecho a la alimentación, antes de usar los recursos públicos para otros objetivos, como la deuda.
Por su parte, UNICEF publicó recientemente el documento Efectos de la situación económica en las niñas, niños y adolescentes en Argentina. De acuerdo a su investigación, un 8,6% de los niños, niñas y adolescentes vive en hogares que no alcanzan a cubrir la canasta básica de alimentos. Los resultados en materia de nutrición muestran que la alimentación y la dieta de las familias de sectores vulnerados están compuestas de forma casi exclusiva por harinas y azúcar. A su vez, a partir del trabajo de campo y los testimonios, afirman que en el último año se han incrementado las restricciones en el consumo de alimentos tanto en su cantidad como en su calidad. “Algunas familias saltean comidas, se suprimen comidas grupales de fin de semana, se cocina una única vez por día, los adultos a veces no comen por dejarle el alimento a los niños, niñas y adolescentes, y cambia la composición de la cena”, se expresa en el documento. Las mujeres madres parecen ser las principales protagonistas de estos relatos de hambre. Muchas de las entrevistadas afirman que suprimen la cena y la reemplazan con mate muy azucarado para que rinda la comida para sus hijos e hijas. Las proteínas de origen animal, sobre todo carne vacuna y lácteos, se transformaron en un lujo y hasta en algunos supermercados se venden con alarmas:
Sin embargo, la mayor inseguridad hoy en Argentina es el hambre.
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar: