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La revuelta: feminismo a la mexicana
Diez femicidios por día y tres casos de violaciones por parte de la policía desataron en Ciudad de México un repudio multitudinario. El lema: “No me cuidan, me violan”. Apuntes desde la calle para entender lo que sembraron las últimas movilizaciones. Por Eliana Gilet.
La irrupción callejera de manifestaciones protagonizadas por las generaciones más jóvenes de mujeres, exigiendo justicia para tres violaciones cometidas por policías de la ciudad de México en un plazo corto, abrió varias discusiones y dejó otras certezas: que ciertas formas del anarquismo insurreccional han sido elegidas por los sectores más radicales de este feminismo emergente capitalino, que les brindó el cobijo que necesitaban para el sentir anti-institucional que distingue al movimiento; que los medios y los reporteros tenemos un desafío particular que atender para encontrar maneras de cubrir las manifestaciones de mujeres que se convocan de manera separatista; y que la violencia contra las mujeres (aunque no solamente contra ellas) sigue batiendo récords ante la impavidez de la autoridad, que no atina a encontrar qué es lo que tiene que hacer para disminuirla. La responsabilidad de uniformados en estos crímenes agregó otra capa de complejidad al asunto.
Los tres casos
Toda la información del caso que se conoció públicamente salió de la autoridad judicial, que filtró a la prensa un fragmento del relato que la víctima de una violación tumultuaria -una adolescente de 17 años- hizo en su denuncia: aunque no se conoce la identidad de la jovencita, su familia decidió no ratificar lo declarado como consecuencia de la exposición de lo sucedido. Eso no evitó que hubiera una segunda filtración, días después, de un video registrado por cámaras de vigilancia, evidentemente editado y entregado para su difusión a las televisoras que navegan en un mar de insensibilidad y búsqueda desesperada por rating, que intentó desacreditar el relato de la víctima, ya que las imágenes editadas y el relato parcial no coinciden.
La joven iba regresando a su casa en la madrugada cuando fue interceptada por cuatro policías de la ciudad de México que la subieron a la fuerza a la patrulla y la violaron. Esto ocurrió en la madrugada del domingo 4 de agosto y la primera marcha exigiendo justicia se convocó para el lunes 12 bajo la consigna “No me cuidan, me violan”. Ese día, el Secretario de Seguridad, Jesús Orta, confirmó que ninguno de los agentes había sido vinculado a proceso judicial o siquiera separado del cargo. Seguían trabajando tranquilamente, como si nada. Luego, se conocieron otros dos casos: de otra menor de edad violada por el policía que custodiaba un museo público, y de otra chica en situación de calle que fue forzada a entrar a un hotel por dos policías para lo mismo.
Fuerzas de inseguridad
Algunas fuentes cercanas al proceso judicial explicaron a MU que las instituciones con responsabilidad para atender el caso (la Procuraduría General de Justicia y la Secretaría de Seguridad ciudadana capitalinas) se estaban pasando la pelota, evitando agarrar el fierro caliente que significó lo sucedido. Otras prefirieron invocar cómo será el respaldo que sienten estos policías, esa seguridad de impunidad absoluta, que les garantiza que pueden hacer lo que quieran sin temer consecuencias y cometer crímenes graves como estos, estando uniformados y en el vehículo oficial.
La crisis y el deterioro de los cuerpos policiales en México no son nuevos ni recientes, pero el argumento de que la corrupción que los permea es tal que no tiene remedio fue usado para alimentar la idea que solo el Ejército y la Marina Armada son capaces de hacerse cargo de la seguridad pública de buena parte de México. Este “abandono de las policías” que permeó al resto del país ha llegado para ensombrecer la megalópolis. De hecho, el despliegue militar en la capital mexicana ya sucedió, consagrando un largo anhelo de las clases castrenses que les había sido vedado hasta que Andrés Manuel López Obrador les abrió el camino a comandar ciudad de México gracias a la recientemente creada Guardia Nacional.
Taparse la cara
Como la manifestación del 12 fue claramente convocada como una marcha separatista, resolvimos con el fotógrafo con quien trabajo que él no iría y que yo cubriría ambas tareas: reportear y fotografiar el movimiento. Fue una marcha compacta, que se caracterizó por la total ausencia de policías durante su trayecto -algo llamativo en el país signado por la represión institucional- y porque las manifestantes pintaron todo lo que encontraron a su paso con spray y diamantina rosa. El momento más tenso se vivió al final, cuando se concentraron en la Procuraduría y rompieron las puertas de vidrio de la entrada. Solo una de ellas entró al hall y su imagen se volvió viral: una joven vestida con transparencias y la cara tapada, intentando romper las computadoras que registran el ingreso al sitio. Aunque el lugar estaba lleno de policías, incluso de civil, ninguno intervino.
El eje de la discusión empezó a correrse lentamente hacia los grafitis y el “vandalismo” que se achacó públicamente a las manifestantes, que dejaron estampada a la A dentro del círculo y la leyenda “policías violadores” en toda la fachada de la institución encargada de la justicia en la capital. Así, los más rígidos condenaron la “violencia” feminista, dejando de lado que la violencia sólo puede ejercerse contra la gente, no contra las cosas.
A pesar de la paranoia que circulaba entre los grupos de mujeres, alimentada por el temor a ser criminalizadas por manifestarse, se llamó a una segunda marcha para el viernes 16 que explotó en convocatoria. Casi 2.000 personas se reunieron en la Glorieta de Insurgentes, una especie de trampa de cemento frente a la Secretaría de Seguridad Pública.
Si en la primera marcha el discurso de la “violencia feminista” corrió de eje el asunto, en esta segunda, lo tomó por completo. La destrucción de una de las paradas de autobús de la Glorieta y la posterior quema de una comisaría cercana al Ángel de la Independencia por las manifestantes ocuparon el centro del asunto. Nada endulza tanto un corazón ácrata como ver una comisaría arder, pero lo raro fue que a pesar de que la zona estaba repleta de policías (una fila de 200 mujeres uniformadas esperaba sin moverse, a la vuelta de la comisaría incendiada) nunca se fueron contra las manifestantes, que para entonces eran apenas una centena y no tenían realmente mucha opción de fuga si se les iban encima. Otra constatación importante y evidente: la represión es una orden previamente dada, que no depende del comportamiento de los manifestantes.
El origen de la violencia
Tras la segunda marcha, los titulares se trasladaron definitivamente a los grafitis que cubrieron todo el Ángel de la Independencia y se desplazó a la violencia machista del centro del asunto. Fue tal la indignación pública por las pintadas que un grupo de restauradoras de arte pidió públicamente que no se borraran en tanto no se resuelvan los casos de violación.
La autoridad convocó a un diálogo cerrado con feministas destacadas de Twitter, que no representaban ni a las jóvenes manifestantes enojadas ni tampoco a las víctimas de la violencia. María Salguero supo de la convocatoria y decidió participar. Ella es la única responsable de haber hecho el mapa del feminicidio, en soledad, desde hace tres años, en los que ha registrado cada asesinato de una mujer que se publica en las noticias. Ella es también quien actualizó dos veces la cifra de mujeres asesinadas en México, que hoy está en la dolorosa cifra de diez muertas por día.
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