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Hasta siempre, maestra

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“Si la resistencia la pensás como oposición, es un caso. Pero si la pensás como tejido, es otro. Y se teje con lo que hay. Y hay malo y hay bueno. Y lo malo se ha incorporado a lo bueno, y viceversa. Eso es así. Pero también es así que en algún lado debe estar escondido nuestro yo comunal, aquello que nos hace sentir parte de algo inmenso. Si pudiéramos hacer florecer eso, todo sería distinto. Y eso no florece con palabras, quizá. Eso hay que hacerlo juntas. Eso hay que hacerlo juntas. Si vos me preguntás cómo se hace el chuño no puedo enserñártelo bien con palabras: lo tenemos que hacer juntas”. Hoy nos enteramos de la muerte de María Lugones, pensadora, activista y teórica feminista, autora de -entre otros ensayos- Colonialidad y género, un texto clave para pensar la historia y el presente. La despedimos con esta charla que la periodista y fundadora de lavaca, Claudia Acuña, tuvo con ella en agosto del año pasado. ¿Cómo se hilvana una teoría desde la práctica, desde una vida atravesada por el machismo, la violencia y la insurreción? El resumen de una charla de seis horas en la antigua casa de los Lugones en el conurbano profundo, donde esta académica argentina sonríe y plantea lo que nadie. De la decolonialidad al yo comunal, qué es lo que está siendo y naciendo.

Hasta siempre, maestra
Foto: Martina Perosa.

Por Claudia Acuña

La avenida Don Bosco representa la mejor manera de explicar el fundamental aporte a la teoría feminista que hilvanó la filósofa María Lugones. Desde el nombre -que evoca al legendario cura salesiano- hasta la numeración de las casas: de un lado, van por el dos mil quinientos, del otro por el trescientos. La diferencia indica que estamos en el límite entre los partidos de La Matanza y Morón, lo cual significa que para ubicar la casa de la familia Lugones, además de conocer la dirección exacta hay que tener el dato del municipio que le cobra los impuestos. Lo interesante es que no hay ninguna señal que haga visible ese dato. Nada. La avenida es idéntica en ambos lados: una postal del bombardeo neoliberal a la que fue sometida esa barriada obrera. Fábricas abandonadas, templos evangelistas, casas en permanente estado de construcción, y carteles con promesas electorales. Kilómetros y kilómetros sostenidos durante décadas y décadas así, desde Haedo a Rafael Castillo, separados por una arbitraria diferenciación, para comodidad del Estado.

Fue el peruano Aníbal Quijano el primero en describir este mecanismo de clasificación en un texto que cambió la mirada de las Ciencias Sociales sobre el actual proceso de crisis civilizatoria. En Decolonialidad y poder, publicado en el año 2000, señaló que en nuestro continente se había iniciado un proceso global que dividió a la población en razas, consagrando el eurocentrismo. Y que con ese acto depredador de la multiplicidad se había también consagrado el control de la subjetividad y del saber. Quién es qué y quién sabe. María Lugones lo conoció en la universidad Binghamton, de Nueva York, donde enseña Literatura Comparada. Fue Quijano quien se interesó en sus clases y comenzó a frecuentarlas, atraído por la diversidad de estudiantes que María cobijaba y el clima de debate permanente que ella criaba. Así conoció María su trabajo teórico (“me tocó la imaginación”, confiesa ahora) y así también se atrevió a completarlo con un texto que publicó en 2006 y que Quijano abrazó como parte fundamental de su teoría.

En Género y decolonialidad María Lugones señala que el proceso de clasificación que se inició con la brutal Conquista, además de clasificar a la población mundial por raza la dividió por sexo. Antes no existía esa diferenciación poblacional. Ni hombres, ni mujeres: el genocidio no nos dejó siquiera palabras para nombrar qué éramos.

Así Quijano y Lugones nos dieron la posibilidad de pensar que si este mundo horrible que habitamos fue clasificado de una forma, y antes hubo otras, ahora que las crisis lo destrozan, podemos imaginar variantes más humanas.

Algo así como cambiar las numeraciones de la Avenida Don Bosco, hasta que sean menos desorientadoras y arbitrarias.

Mientras tanto, hay que recurrir a la intuición y a las vecinas para ubicar dónde vamos.

Llegamos.

Hasta siempre, maestra

La escena del crimen

la casa de la familia Lugones son, en realidad, tres que están enclavadas en un enorme predio que sostiene una chacra en medio del caótico asfalto del conurbano. La principal es imponente y de adobe. Son los restos de lo que fuera una enorme estancia en los años en que esa zona era indómita y rural. Allí se instalaba la familia Lugones con sus dos hijas y sus dos hijos, para pasar el verano. Allí, también, María aprendió a treparse a los árboles, patear la pelota y jugar rudo con sus hermanos varones, hasta que un día descubrió que tenían más fuerza que ella. “Me dio bronca. Mucha”, admite ahora, sentada en el living de la segunda casa ubicada a varios metros de la principal, y a pocos de la piscina: la que correspondería a los caseros. Eso significa que estamos en la escena del crimen y por eso mismo, para comenzar a hablar de la historia que le da raíces y alas a su teoría, María levanta el dedo índice y señala la pequeña ventanita con gruesas rejas que tiene frente. “Por ahí me pasaban la comida”.

Lo que comienza a contar María, entonces, es la historia de la cual somos hijas, nietas y hermanas. Lo que hizo con ella es, entonces, nuestra herencia.

Todo empezó cuando María comenzó a ir a la facultad, que inició a los 15 años porque terminó el secundario rindiendo dos años en uno. A los 17 conoció a un muchacho que la atrajo. Le pareció prudente anunciarle a sus padres que había decidido tener relaciones sexuales con él. “Todas las muchachas que conocía tenían relaciones sexuales, pero lo escondían. Y pensé: no está bien esconder. Por muchas razones. Pero una principal es de seguridad: puede pasar cualquier cosa y no podés pedir ayuda porque estás mintiendo”.

Lo dijo durante la cena.

Y esa noche su padre la encerró en la casa de los caseros.

“Estuve un montón de tiempo viviendo acá, solita”, dice ahora mirando fijo la pequeña ventana. Durante todo ese tiempo se fabricó con lo que tenía a mano una herramienta capaz de romperla. Cuando lo logró, escapó de madrugada y a la carrera. “Corrí hasta la parada del colectivo y le pedí al señor que me dejara pasar sin boleto, porque no tenía plata. Y entonces fui al centro a ver al muchacho. Y el muchacho y su padre me entregaron a mi papá. Y mi papá me metió en el auto. Iba mi mamá, no recuerdo si alguno de mis hermanos… y me llevaron al manicomio. Y en el manicomio me hicieron el tratamiento que me hicieron… nunca me vio un médico, psiquiatra, nada. Eran shocks insulínicos, que ahora están prohibidos. Después me ponían el chaleco de fuerza y me ataban a la cama. El colchón estaba lleno de agua porque transpirás mucho… Y después caía en coma… Y cuando caía en coma me daban azúcar por las venas para despertarme. En una de esas tantas caídas en coma, estuve inconsciente diez días. Ahí decidieron parar con los shocks insulínicos. Y comenzaron los electroshocks. Después, las pastillas. No me podía mover. El cuerpo no me respondía. Todos los días me tenía que decir: por qué estoy acá. Todos los días me tenía que repetir: no me van a domar. Mi preocupación era que no me arruinen el cerebro, porque ya no podía ni sumar ni restar. Cuando me venía alguien de mi familia de visita me traía libros, pero me los sacaban. Hasta que me trajeron un diccionario de inglés y no me lo sacaron. Así que pedí de otros idiomas. Y empecé a estudiar eso: idiomas. Y me convencí que eso me podía salvar el cerebro. Y de ahí me aferré. ¿Pero sabés lo que aprendí ahí de importante? Para darte un electroshock, primero te hacían hacer pis. Entonces, de forma muy perversa, en vez de avisarte que te llevaban a hacer un electroshock, te decían: “María: andá al baño”. Y vos ibas temblando, porque sabías lo que eso significaba. Y cuando volvías del baño, le decían a otra: “Ahora andá a vos”. Y entonces ya no sabías si te tocaba a vos o a ella. Y en medio de esa desesperación, de ese terror, había una mujer que siempre les respondía lo mismo: “No puedo porque estoy ocupada”. Y entonces se ponía a mover las manos así (María comienza a girarlas como en el juego Antón Pirulero) y eso era todo… pero era demasiado para una situación y un lugar así. No estaba solamente diciendo que no, sino diciéndoselo a sí misma, en una repetición que le hacía bien, que la calmaba, que la aislaba de eso. Y que, a la vez, te transmitía que en ese cuarto había algo más que violencia. Era una forma de poner en acto un sentimiento colectivo y de activar una fuerza que nos unía”.

Eso es para María la resistencia: sentir el yo colectivo.

Ahora cuando ya las lágrimas que compartimos durante la charla son un recuerdo, busco los datos que me faltan sobre el responsable de todo ese padecimiento. Sólo tengo un dato: el padre de María fue el primer decano de la Facultad de Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires. La web los completa: Zenón Lugones fue presidente del centro estudiantil en 1932 y presidente de la Federación Universitaria dos años más tarde. Y, habiendo sido reelecto como decano en 1962, renunció en 1966 para repudiar esa irrupción del gobierno de Onganía que pasó a la Historia como La noche de los bastones largos.

Género y palabras

«En el manicomio aprendí a leer la resistencia. Creo que todo el mundo resiste. A veces así, con el movimiento de las manos. No todo es palabra y en la resistencia, menos. Por ejemplo, si a una mujer la están violando, y ella sigue los movimientos del tipo con su cuerpo, yo lo veo como una resistencia para que el tipo acabe y se vaya”.

María sabe de qué está hablando: al salir del manicomio volvió a encontrarse con aquel muchacho. Y la violó.

No pudo contarle a nadie lo que le había pasado – ni el encierro, ni la tortura, ni la violación-, pero comprendió rápidamente que tampoco su entorno familiar podía soportar el peso de aquel silencio, así que ideó su escape de forma tal de conformar a todos: ir a estudiar al extranjero. A su padre la idea lo alivió, pero sólo si iba con aquel muchacho.

Y así fue.

Y así estudió Filosofía en la Universidad de California, y luego obtuvo un doctorado en Ciencias Políticas en la de Winsconsin. Su tesis fue sobre Moralidad y Relaciones Públicas.

Durante todo ese tiempo logró eludir la violencia de aquel muchacho gracias al refugio que representó vivir en los dormitorios universitarios, separados por sexo. “Nunca más me pudo pegar, nunca más me pudo violar. Comencé a tener voz propia, porque podía expresarme bien en inglés. Y a tener una presencia personal, no dependiente del hombre que estuviera a mi cargo. Fue entonces cuando me enamoré de Claudia Carl -que murió de cáncer de pulmón hace pocos años- y descubrí que era lesbiana”.

También descubrió al feminismo, y sus variantes raciales- blanco o de color- que encendieron su imaginación, creando una serie de trabajos teóricos que jamás fueron traducidos al castellano, porque derrumban muchos de los privilegios construidos por la burocracia de género. Explica María: “Comencé a pensar la palabra ‘género’ como la palabra con la que el eurocentrismo definía ‘humano’, es decir, como forma de nombrar solamente al hombre. Porque para la eurocentralidad, la mujer buguesa también era humana, por dos razones. Una, porque se suponía que era la responsable de enseñar la moral a sus hijos, porque a pesar de que no le reconocían la capacidad de filosofar sobre la moral, aceptaban que podía imponerla. Y la otra, porque podía tener hijos que eran ‘humanos’, de una manera que las mujeres proletarias no podían hacerlo, porque estaban percibidas más como máquinas de reproducción que otra cosa. Entonces el ‘género’ me apareció como una marca de lo humano moderno, atado al Estado Nación, a la ley, y al Hombre. Eso implica, por ejemplo, entender que el llamado feminismo blanco quiera tener todo lo que tiene el hombre blanco, incluyendo la autoridad para explotar a los demás. Pero también implica comprender que esas mujeres blancas y burguesas habían sufrido una forma de opresión que reside en el aislamiento, al estar encerradas en una casa con los hijos, mientras que las mujeres de color nunca tuvieron ese ámbito de opresión: la prisión fue muy distinta. Es decir, al mismo tiempo que la mujer blanca y burguesa tenía acceso a suficiente comida, ropa, albergue, también lo que le garantizaba todo eso era una especie de cárcel y padecía condiciones que enfatizaban su infantilización. En tanto, las negras o indígenas padecieron condiciones miserables, pero en términos que nunca le hicieron perder su sentido de pertenecer a una comunidad. No podemos hablar en términos de ‘igualdad’ -porque esas culturas no funcionan lógicamente con ese sistema, sino con la lógica de la oposición-, pero sí de compartir las mismas condiciones todos los integrantes”.

Hasta siempre, maestra

¿En qué sentido funciona esa otra lógica de oposición?

Más que una lógica debería decir cosmovisión. Y funciona en el sentido de que nada es separable de nada. Los humanos somos agua, bichos, aire. Y si pensás en términos de oposición el tema hombre y mujer, la complejidad de esa cosmovisión te advierte que son intercambiables, mutables, porque son fluidos. Se trata de un balance, siempre inestable y en movimiento. Pero incorporar esas posibilidades es realmente perturbador para el pensamiento occidental que se nos inculca desde los seis años. Si pensamos que el género es una parte de la modernidad occidental, y que entonces es una manera de opresión porque tiene una comprensión extremadamente rígida, que reproduce esa dicotomía, esa dualidad que es binaria, que es dura, ¿qué nos queda a las académicas, investigadoras, intelectuales? Nos quedamos sin palabras. Y si pensamos que cuando hablamos del feminismo no podemos hablar de “la mujer” porque no hay un sola manera de serlo y que el feminismo no es una mera cuestión biologicista, ¿qué nos queda? Nos quedamos sin sujeto.

¿Entonces?

Estamos en una transición intelectual, emocional y hasta física. Y es ahí donde hay que quedarse. En esa ambigüedad.

Ser y abrir

María sonríe.

Como una niña encantada y como una maestra que acaba de conducirnos hacia donde quería pero sin forzarnos, sólo haciendo pensar a partir de otros recorridos para lograr llegar a otros lugares y encontrarnos, finalmente, en el abrazo de la palabra. De una sola: ambigüedad. Bancarnos eso, quedarnos ahí, acunarnos en el movimiento que representa el sí, pero también y, tal vez, tampoco.

¿Es eso? Responde María, manteniendo la sonrisa: “Si la resistencia la pensás como oposición, es un caso. Pero si la pensás como tejido, es otro. Y se teje con lo que hay. Y hay malo y hay bueno. Y lo malo se ha incorporado a lo bueno, y viceversa. Eso es así. Pero también es así que en algún lado debe estar escondido nuestro yo comunal, aquello que nos hace sentir parte de algo inmenso. Si pudiéramos hacer florecer eso, todo sería distinto. Y eso no florece con palabras, quizá. Eso hay que hacerlo juntas. Si vos me preguntás cómo se hace el chuño no puedo enserñártelo bien con palabras: lo tenemos que hacer juntas. Hay ciertas cosas que tenemos que vivir sin palabras. Y una de esas cosas es pensar en el cuerpo y en la sexualidad sin palabras, porque eso sería definirlo con una identidad: lesbiana, queer, mujer, trans. Nuestro rol como pensadoras es estar hoy a lado de la gente. En silencio. Tenemos que reemplazar la rigidez de la Modernidad con el cuerpo a cuerpo, el mano a mano, tejiendo juntas el yo comunal. Tenemos que aceptar que nosotras, hoy, no tenemos una lengua que nos exprese. Toleremos esta transición sin cerrar nada. Abramos.

¿Y cómo abrimos?
Estando. Este momento no se trata de “ser” sino de “estar en…”

María está, por ejemplo, tejiendo resistencia desde hace años en una comunidad indígena de Nueva México, a donde llegó de la mano de la educación popular y a donde acaban de ganar una batalla contra una urbanización que les asesinaba el bosque nativo. Vencieron con asambleas y arte, con cortes y canciones, con guisos y proclamas poéticas. “Para llamar a las asambleas los más pequeños iban recorriendo el campo en bicicleta, gritando ‘mitting, mitting’… y así nos reunían. Fuimos al basurero y recogimos de ahí maderas muy grandes que pintó toda la comunidad. Colgamos esas maderas de los árboles y todas tenían colores preciosos. Nos llevó un año ganar esa batalla, pero fue un año hermoso”.

¿Cómo llegaste a esa comunidad de Nueva México?
Fue cuando vino a la universidad Myles Hortton (N de R: gran influencer de Luther King, entre otros políticos de su época) y nos invitó a trabajar allí. Y apenas llegué, me dijeron que estaban organizando una rifa. Les dije: “denme cien números”. Me miraron extrañados. No conocía a nadie. Pero empecé a recorrer casa por casa, una muy lejos de la otra, y así, esa rifa en la mano se transformó en mi forma de entrar a cada hogar, para escucharlos, para conocerlos y para comprenderlos.

¿Las vendiste todas?
Todas.

Lo cuenta y lo festeja como una niña que sonríe por la alegría de haber encontrado, finalmente, la forma de ser más fuerte.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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