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Gestionópolis: Unión Solidaria de Trabajadores (UST)
Llevan 21 años de autogestión y hechos: centro agroecológico, polideportivo, gimnasio, biblioteca, tres ollas populares, trabajo barrial. Primero, recuperaron sus empleos en el CEAMSE y se sacaron de encima a una patronal de Techint. Después, crearon una cooperativa y convirtieron al mayor basural de Latinoamérica en un parque ecológico que multiplicó fuentes de empleo. Hoy gestionan la emergencia, siempre apartidariamente: van por un centro de jubilados, un sitio de turismo y un mercado propio. Cómo hace (“simplemente lo que tiene que hacer”) la UST. Por Francisco Pandolfi.
Cuesta creer que este universo verde lindante al Río de La Plata, repleto de árboles y plantas, de lechuzas y teros, de garzas y cisnes, desde 1978 hasta 2003 fue el mayor basural de América Latina;
que debajo de este terreno esponjoso que forma un humedal lleno de vida en el límite entre Wilde y Villa Domínico (municipio de Avellaneda, provincia de Buenos Aires), hay casi 50 millones de toneladas de basura;
que un conjunto de obreros del CEAMSE que recuperó su trabajo a fuerza de tomas, piquetes y organización, sea un artífice clave del saneamiento a punto de convertirse en un paseo ecológico abierto a la comunidad;
que este puñado de laburantes creó una cooperativa post crisis de 2001 para sostener sus trabajos, que luego multiplicó las fuentes de empleo como panes y peces, que transformó un territorio empobrecido con hechos concretos y que se convirtió en una inspiración fronteras afuera como un modelo de base, apartidario y autogestivo.
Entre residuos, desesperanza y hambre el 9 de marzo de 2003 nació la Unión Solidaria de Trabajadores; entre potencia, creatividad y compañerismo, sigue haciéndose camino al andar la UST.
Basura & pureza
Mario Barrios vive pegado al ex basural en el barrio San Lorenzo, epicentro del trabajo territorial de la cooperativa. Referente y uno de los socios fundadores está a días de cumplir 70 años. Los disimula muy bien debajo de la ropa de grafa marrón que lleva con orgullo desde hace más de medio siglo. Está parado sobre unas zapatillas gastadas dentro del CEAMSE (Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado). La compañía que se ocupa de la gestión integral de los residuos sólidos urbanos del área metropolitana de Buenos Aires, desde hace 21 años contrata a la UST para mantener las 450 hectáreas (cada hectárea es una manzana urbana) del relleno sanitario.
Lixiviar la basura y sus líquidos, forestar, parquizar, regar, podar, alisar caminos internos, son algunas actividades que reconvirtieron el hábitat donde ahora pisa Mario, con ese camperón negro que lleva el logo de la UST estampado a la altura del corazón. Al mapa de la Argentina lo acompañan dos palabras que dicen mucho más que quince letras: “Autogestión pura”.
Aclara, Mario: “En realidad, somos pura autogestión”.
Hechos vs. derrotas
“Nosotros no somos el CEAMSE, no somos una empresa. Esto es una cooperativa con un montón de laburo territorial, social, político y por eso se nos respeta más que por cortar el pasto o plantar un árbol, que no hay que ser ingeniero de la NASA para hacerlo. Es nuestro empleo y por eso cobramos, pero nuestra característica es que tenemos mucho más trabajo afuera –en el barrio–, que dentro”. Mario se toma unos segundos para cranear lo que va a decir a continuación: “Nosotros hicimos lo que había que hacer. Es bueno verlo, porque se pueden decir un montón de palabras, pero los hechos hay que mostrarlos”.
Lo esencial y visible a los ojos:
La creación de una cooperativa que parió a 35 trabajadores y hoy emplea justo el doble: 70.
La compra de tierras para la construcción de 100 viviendas en el barrio.
Un bachillerato popular.
Un polideportivo.
Un centro agroecológico.
Una biblioteca.
Una sala de computadoras.
Un gimnasio.
Una pileta enorme.
Un salón de usos múltiples.
El sostenimiento de tres ollas populares que repartieron 911 viandas diarias en la pandemia.
El saneamiento del relleno sanitario.
La siembra de 37 mil árboles.
“Nos quieren hacer creer que no se puede, que debemos conformarnos con la derrota. Para contrarrestar ese discurso debemos mostrar cada triunfo, porque si no la historia parece arrancar todos los días y no es así. Empezamos sin un mango y hoy contamos con un capital de máquinas que más de una empresa quisiera. Demostramos que los laburantes somos capaces de generarnos la educación, el trabajo y el deporte”. Recapitula Mario: “En estas dos décadas tuvimos un montón de errores y amarguras, pero si hacemos las dos columnas hay mucho más en el haber que en el debe, porque además de lo que pudimos hacer para el barrio, ayudamos a crear muchas otras cooperativas en el país”. A su lado está Martín (a Héctor Jorge Martín se lo nombra por el apellido), 73 años y otro de los socios fundadores. Habla poco con las palabras y un montón con sus ojos atentos. Afirma: “Y seguiremos peleando”.
De Techint al proyecto
La UST hoy integra la Federación de Cooperativas, la Asociación Nacional de Trabajadores Autogestionados, la Multisectorial Ambiental y la CTA Autónoma. Es la única cooperativa que funciona dentro del CEAMSE. Previo a 2003, cuando se hizo cargo del relleno del basural, hay una historia que construyó los cimientos de la organización. El CEAMSE había contratado a Syusa, compañía del grupo Techint y para 2002 el cúmulo de podredumbre y contaminación era inaguantable. Tras múltiples denuncias que incluyeron una veintena de casos de leucemia, Techint y su sucesora Estrans se evaporaron y dejaron sin trabajo a 140 personas. “Tomamos el obrador hasta que el CEAMSE nos volvió a incorporar. Al año, el mismo sindicato AGOEC (trabajadores del medio ambiente) impulsó que nos echaran porque creían que nos queríamos quedar con el gremio. Hicimos quilombo de nuevo y tuvo que mediar el Ministerio de Trabajo, que nos sugirió armar una cooperativa. Esa fue la semilla de la UST”, recuerda Mario. Martín: “Antes de proponernos la cooperativa, a los cinco que estábamos en la comisión interna nos quisieron tentar con un predio en Dock Sud, donde teníamos que ir a cortar el pasto ¡dos veces por mes! y nos pagaban un montón de plata”. Remata Mario: “Obvio que le dijimos que no; el laburo debía ser para todos”.
Los primeros pasos de la Unión Solidaria de Trabajadores, cuya sede puede visitarse a solo 15 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, conforman una clase de autogestión para principiantes (y no principiantes también). “No teníamos casi ninguna herramienta, solo un par de machetes y carretillas. Pero había una decisión colectiva: planificar y sostener un proyecto a 20 años. Con lo que nos pagaba el CEAMSE por mes, cada trabajador dejaba una partecita para un fondo común. Con lo que ahorramos, a fin de año en asamblea definimos, en vez de repartir la plata, comprar las primeras máquinas: la retroexcavadora y la topadora”. Sigue la clase: “Lo primordial fue continuar con ese espíritu: en el barrio armamos una mesa de organizaciones y en la asamblea de la cooperativa decidimos que el 10% de nuestro retiro de excedente como socios, iba a destinarse a lo que definiera la comunidad. De ahí salió la plata para la instalación del agua, la realización de las veredas, el Polideportivo y una cancha de hockey”.
No está de más recordar el contexto: “Nosotros teníamos 40, 45 años; era un país explotado aquel de 2001, 2002, ¿dónde carajo nos iban a dar laburo si no lo generábamos nosotros? El primer objetivo fue garantizar la jubilación de nuestros compañeros, pero no podía ser el único. Ahora ya estamos discutiendo el proyecto para los próximos 20 años”.
¿Qué discuten?
–Si volvemos al origen de que cada integrante ponga un poquito de plata para una caja común que ayude a sostener el resto de las actividades.
–Si hacemos diferenciación en lo que gana cada uno según la especialidad o si seguimos cobrando lo mismo como hasta ahora.
–Cómo lograr que el proyecto sea encabezado en el futuro por los más jóvenes y que los más grandes nos vayamos corriendo.
Modo centrifugado
Desde la UST hicieron talleres de desaprendimiento porque en la sociedad se enseña que “el buey solo bien se lame” o que “mejor solo que mal acompañado”. Dicen que apuestan por los pibes, pero que es “mucho más difícil que antes generar conciencia”.
¿Por qué? “Hubo un corte generacional; la tecnología modificó todo. Los pibes son más vivos y hábiles en un montón de cosas, pero hay un cambio de valores que pesa más de lo que uno puede transmitirles. Hay que tener mucho más tiempo para hablar con ellos; hoy les interesa más un video de Tik Tok”.
El enemigo, según Mario: “Somos una sociedad que necesita el enemigo, la antinomia; este es malo, ese es feo. Y el verdadero enemigo que construyó este tipo de sociedades se llama capitalismo, hoy mucho más salvaje de lo que podíamos imaginar cuando los más grandes éramos pibes. Soñábamos con cambiar Argentina y el mundo, mientras ahora los pibes no alcanzan esa dimensión. Para la mayoría es todo una mierda; la política es una mierda; no tienen perspectiva”.
“De chicos nos enseñaban a ahorrar, mientras en la actualidad los pibes la tienen que delirar porque viven a diez mil por hora; todo está trastocado, nos están llevando puestos. Nos tienen como en un centrifugado del que no alcanzamos a sacar la cabeza y a partir de eso se ha perdido el sentido de solidaridad, el que mi vida está buena si estoy bien con el otro; el que no nos dé lo mismo si vemos a alguien caído. Hoy lo pasamos por encima y eso era impensado años atrás. La velocidad informática y las corporaciones manejando los medios de comunicación generan esto”.
“Antes prevalecía el cara a cara, hoy es muy complejo llegarles a los más jóvenes para que entiendan la necesidad de participar colectivamente. Estamos en ese proceso, pero es difícil volver a ilusionar al otro, cuando hay esa fuerza centrífuga tan grande que te dice que eso es una pavada, que eso es viejo y es el pasado. Necesitamos armar puentes generacionales y eso requiere tiempo e ideas que los entusiasmen”.
Gonzalo tiene 19 años y es el nieto de Mario. Ángel tiene 18 años y es el nieto de Martín. Ambos integran la cooperativa y además entrenan a las categorías más chicas en el espacio de fútbol. Dice Gonzalo: “A la juventud la siento muy perdida, en el estudio y en lo laboral, porque hay pocas oportunidades”. Dice Ángel: “El primer recuerdo que tengo de la cooperativa fue en un aniversario; yo era muy chiquito y estaban todos los trabajadores con su familia, sentados a una mesa larga”.
Gonzalo: “Hacemos actividades para que los chicos no estén mucho en la calle, pero además de enseñar a los más nenes, también sirve como espacio de contención para chicos de mi edad que son entrenadores. El ejemplo que buscamos dar es el mismo que los más grandes nos dieron a nosotros. La UST es mucho más que una cooperativa de trabajadores; es unión y contención”.
Ángel: “Nuestra generación es distinta, usamos mucho el celular; incluso arriba de las máquinas. Ni bien subimos conectamos el parlante a Bluetooth y nos encerramos a escuchar música mientras trabajamos. Cuando paramos a descansar lo primero que agarramos es el celu”. Cumplió 18 en marzo y está terminando el último año en el bachillerato: “Quiero estudiar algo para salir adelante. El país a veces nos tira para abajo, veo las noticias y cada vez estamos peor; la gente se pone loca porque no encuentra la solución, no les alcanza ni con un trabajo”. ¿Cómo es el mecanismo para informarse? “Con Tik Tok, Facebook, You Tube y Whatsapp, todo por el celu”.
Su papá también se llama Ángel y es quien conduce en el recorrido que hace MU por el CEAMSE, donde hace dos décadas había montañas de residuos que en algunos sectores llegaban hasta los 18 metros de altura. Ahora, ombúes, fresnos, lecherones, lapachos, eucaliptus y espinillos. Ahora, caranchos, carpinchos, iguanas, gallaretas y víboras. Ahora: vida. Ángel padre tiene 41 años y es de la segunda generación (la del medio) de la cooperativa. Mientras sigue el paseo, opina sobre el trabajo con los más jóvenes: “Para mí este espacio representa la vida, el día a día, mi familia, mi barrio, mi casa. Por eso, lo que me enseñaron quienes fundaron la UST tengo que contagiarlo en los más chicos. En estos tiempos cuesta un poquito más porque en el medio están la tecnología, los celulares, pero igual hay que hablarlo; una, dos, tres veces, lo que sea necesario. Quizá lleve más tiempo, pero van a aprender”.
Un rato después, Mario estará sentado en la sala donde funciona la administración. Detrás de él hay decenas de carpetas con los rótulos “Balances”, “Monotributos”, “Estatutos”, “Polideportivo”, entre muchos otros. Hay cinco escritorios y una impresora, donde imprime unas hojas para que un joven se las lleve. “Quiero que lea sobre la doctrina filosófica del peronismo. Yo soy de ese peronismo, del de Perón cuando hablaba de la comunidad organizada. Hacia ahí tenemos que volver”.
Lo que parten los partidos
En el sendero que conforma el paseo en el centro agroecológico hay imágenes de Perón y de Evita; del Che Guevara y San Martín. Por decisión asamblearia y convicción militante, la UST siempre se mantuvo fuera de la política partidaria. “La Mesa de organizaciones que teníamos en el barrio dejó de existir y en eso incidió mucho lo partidario. Estábamos divididos por manzanas; en cada una había dos referentes elegidos en asamblea; había una comunicación permanente con cada vecino. Lo fuimos perdiendo porque si no estabas con el político de turno eras el enemigo; se desconocía ese principio que para mí es básico: la complementariedad. Cómo te ayudo para que seamos mejores y no cómo te debilito. Esa lógica partidista rompió todo tipo de organización barrial”.
Mario cree que esa es una de las puntas del ovillo para entender en qué mejorar a futuro: “La política partidaria lo estalla. Hay que ponernos de acuerdo en por lo menos diez puntos principales sin necesidad de embanderarnos. A una comisión de vecinos no nos puede coartar la política, porque si no terminás siendo el vocero del intendente y el intendente engorda a ese vocero para que le responda. Si entramos en esa, chau. No cuestiono que alguien se meta en un partido, lo que cuestiono es que esa persona haga que el barrio le sirva a la política cuando debe ser al revés: la política debe servirle al barrio”.
Mario nació en Cipolletti, Río Negro. Tras la separación de su mamá y su papá cuando tenía 8 años vivió un tiempo en la calle, hasta que su papá lo trajo a San Lorenzo cuando casi todo era baldío y sotranstlo había una canilla para abastecer de agua a la comunidad. De adolescente militó en la Juventud Peronista y su cercanía a las y los vecinos lo convirtió en un referente territorial. Se reconoce como “peronista viejo” y desde muchos años crítico de este peronismo: “Es una cagada lo que hay ahora, un desastre. ¿Quién nos representa? ¿Massa? ¿Insaurralde? ¿Cuántos millonarios tiene el peronismo? Nunca hubo una actualización doctrinaria. Perón decía, por ejemplo, que uno no está en el gobierno para el disfrute propio sino para el sacrificio. En la UST decimos lo mismo: no venimos a hacer guita sino a estar a disposición de los compañeros”, razona Mario.
En la primera entrevista que te hicimos en MU, en 2012, ya eras muy crítico. ¿Qué nos trajo hasta acá, a que gobierne Milei y todo lo que él representa?
-Cuando al bebé para que no llore le das un caramelo, lo acostumbrás al caramelo. A los políticos empezaron a darles guita y se acostumbraron a que no podían vivir sin la guita. Perón en 1972 escribió un Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del mundo, advirtiendo sobre la destrucción del medio ambiente, sin embargo los políticos peronistas entregaron todos los recursos naturales.
En 2018, en el gobierno de Macri, habías vaticinado que “no se aguantaba más, que el pueblo iba a estallar”. Finalmente no hubo estallido externo, como en 2001. ¿Creés que la detonación fue interna y decantó en elegir a Milei?
-Tal cual. Como no explotó para afuera, explotó para adentro. La estrategia de Milei fue denostar a la clase política, con la anuencia de la misma clase política. Porque se mandaron cada cagada que no hizo falta que Milei hiciera demasiado. Está todo cuestionado: el sindicalismo, la política, la justicia, la policía; han roto la credibilidad en las instituciones; o sea, en la democracia. Así lograron que quienes nos manejan desde hace muchos años sean las corporaciones. La gente votó a Milei con la expectativa de que arregle el quilombo que había con el gobierno de Alberto Fernández y este lo empeoró.
¿En qué notás el deterioro barrial?
-En la falta de trabajo. Un montón de gente viene a pedir laburo, a decirnos que saben manejar, cortar el pasto, que cualquier cosa les sirve. Nuestro barrio es de laburantes; muchos lo hacen por cuenta propia, como albañiles, pintores. Muchos vecinos también nos están pidiendo chapas, porque luego del tornado de diciembre no les dieron nada. Antes estábamos más asistidos y la verdad es que nunca había visto así a San Lorenzo, ni siquiera en las peores épocas de Alfonsín con la hiperinflación del 89. Ni en esos años los vecinos pedían de a dos papas, de a dos cebollas. El otro día fui a la carnicería a comprar una tapa de asado y un vecino delante mío pidió un churrasquito de hígado y dos huesos de caracú; no sé hace cuánto no veía esto. Estamos mal, muy mal. Parece mentira…
Índices y corazones
En el barrio San Lorenzo, de casas bajas, conformado por 64 manzanas en donde viven alrededor de 20 mil personas, las y los vecinos tienen sus propios índices para medir el desmembramiento social; o en un lenguaje más coloquial y cada vez más frecuente, cómo se está yendo todo a la mierda.
Mientras Mario lo mide en cantidad de papas, cebollas y huesos de caracú, el “Turu”, vecino que está terminando de pintar los vestuarios del polideportivo, lo mide en humo: “Está todo mal. Todo caro. La gente anda mal. Antes por lo menos se sentía olor a asado los fines de semana. Hoy ni el olor se siente, es un desastre”. Lanza una pregunta al aire. “¿Sabés hace cuánto que no comemos carne? En mi casa somos 7 y no hay guita; se priorizan otras cosas. Si comés asado, no comés por tres o cuatro días. La gente está comprando pura alita y carcaza; o sea, hueso… de carne olvidate. Todo está para atrás”.
Empatiza: “Muchísimos vecinos no tienen laburo, salen a buscar todo el tiempo y no hay nada. Nosotros tenemos un sueldo y la piloteamos; no tiramos manteca al techo pero vivimos”. Y repite como un mantra, mientras se le va apagando la voz: “Vivimos. Vivimos. Vivimos”.
Fabiana camina rápido por las calles del barrio; calles cuyos nombres fueron elegidos en asamblea. Pese a que tiene 69 años, Fabiana necesita seguir trabajando. Su índice para medir la situación actual es el desempleo propio: “Me acabo de quedar sin trabajo. 30 años trabajé limpiando la casa de una familia y se mudaron. Tengo una pensión no contributiva porque tengo una discapacidad y vivo con mis hijos que me ayudan a salir adelante. Este contexto está repercutiendo mucho en el barrio”.
Para Susana el índice de actualidad fue haber tenido que cerrar su comedor comunitario, abierto desde 2016 “cuando la situación también estaba muy mal”. Tiene 56 años y desde los 5 vive en San Lorenzo. “Hace un mes ya no pudimos cocinar más, no tenemos qué dar. Repartíamos 250 viandas lunes, miércoles y viernes y desde que cerramos no hay día que no venga gente a preguntar cuándo reabrimos y a pedir por favor que lo hagamos. El barrio está muy jodido, feo y en los últimos meses empeoró. El número de personas que venían a buscar comida creció después de las fiestas, en los primeros días de enero, y nunca bajó la demanda”. Más demanda y menos oferta: “Nadie está pudiendo dar comida. La UST además de sostener tres ollas en la pandemia, siempre me ayudó a mí en lo que necesité. O ellos o yo, alguno va a tener que volver a abrir una olla porque no sé qué va a pasar si no”.
Repasa: “Con Macri empezamos a pulmón, como estamos ahora, sin ayuda; en el gobierno de Alberto estuvimos un poquito mejor abastecidos por el municipio; nos daban carne y verdura. Ahora, nada. Llamé y no me dan respuesta, solo espero que el intendente se ponga una mano en el corazón”.
Susana se ilusiona con recibir las donaciones necesarias para abrir los sábados y domingos. ¿La realidad? “Si quisiera abrir solo hay 400 gramos de leche en polvo, chocolate, pero no tengo ni harina para hacer tortas fritas, que no es el mejor alimento. En el barrio las criaturas no comen bien, hay muchos problemas de nutrición”.
El comedor se llama Corazones de pie. “Porque debemos ponernos de pie. Aunque si le cambiara el nombre, hoy le pondría Todo por ellos, por los chicos, porque tenemos una banda de chiquitos con muchas necesidades, sin sus cuatro comidas, ni zapatillas, ni abrigo”.
¿Qué cambió con Milei? “Nos tocó a todos; a los jubilados, a quienes recibíamos planes sociales, a todas las familias. Y cada vez hay más gente en la calle. Nos duele mucho esto, nos duele mucho no poder darle la comida a la gente que está durmiendo a la intemperie”. Jorge, su marido con quien sostenía la olla, agrega: “Cada día más gente te pide. El otro día me dieron un pack de yerba y unas latas de arvejas, lo repartí en el barrio y…”. Y no puede seguir porque llora. “Sin palabras”, acota, unos segundos después. Rememora: “La pandemia fue un momento muy duro, todo fue para peor, pero en ese momento podíamos abrir el comedor, dar la comida de lunes a viernes y vivíamos mejor. Podíamos vivir, ahora no”.
Modelo económico UST
“Yo no sé qué piensan estos tipos –se enoja Mario–, si creerán que vamos a dejarnos morir de hambre. No dan trabajo, nos aíslan, nos empobrecen. Nosotros no vamos a salir a matar a nadie, no vamos a salir a robar, pero vamos a hacer lo que tengamos que hacer. Y lo que sea que hagamos, será colectivo, con el barrio, con todos; y cuando digo con todos es sin distinción de peronista, radical, socialista, liberal; el barrio entero, porque en nuestro barrio las necesidades son del peronista, del comunista, del radical, del libertario y del hijo de puta; son de todos”.
En tiempos de recesión, de hambre, de inflación, individualismo, pobreza y falta de trabajo, la UST se mantiene en estado de alerta y creación de proyectos concretos:
- Un centro de jubilados.
Para generar un espacio de encuentro y con su constitución, disponer de un médico de cabecera. - Turismo rural y social.
Romina tiene 36 años, da clases de inglés en el bachillerato y es arquitecta. Está llevando a cabo el proyecto para integrar lo que ya existe (una pileta con forma de trébol de 18 metros por 9 de cada pétalo; un quincho; parrillas) con las cabañas que se piensan construir. Explica: “Habrá lugares para sentarse y todo estará unido con un sendero de madera, hecho con materiales sustentables”. Añade Mario: “Es una iniciativa presentada para recuperar esa zona de humedales. Será un lugar de disfrute del paisaje, de tranquilidad y que generará más trabajo. Habrá días específicos para que lo use la cooperativa y otros en que podamos alquilarlo para aumentar los ingresos”. - Un centro de abaratamiento.
Contará con dos espacios: un mercado y un frigorífico popular. Además de dar trabajo, se abaratarán los costos de la mercadería. Para la apertura del mercado, ya hablaron con la Federación de Cooperativas y con mayoristas.
La idea del frigorífico es para exponerla en las carreras de economía, de trabajo social, de ciencias políticas, y de todas las otras también. Detalla Mario: “A unos vecinos que quieren poner una carnicería les propusimos un intercambio. Por un lado, les prestamos el local sin que nos paguen el alquiler, algo que a ellos les sirve un montón. ¿A cambio? Nosotros somos 70 trabajadores y a cada uno nos darán un kilo de carne por día al costo, que representa ahorrar mínimo 2 mil pesos. 30 kilos por mes a cada una de las 70 personas equivale a 2.100 kilos. Si multiplicamos 2 mil por los 2.100 kilos, nos ahorramos más de 4 millones de pesos. Y eso se suma a la comida que nos darán, también al costo, para el comedor donde todos los días almuerzan los cooperativistas. En total nos ahorramos 5 millones de pesos; cifra que de ninguna manera podríamos cobrar como alquiler”.
Mario subraya otros dos puntos clave en la idea, adelantándose a un futuro nada alentador:
“Cada laburante se ahorra 60 mil pesos en carne por mes. Esa misma lógica debe tener el mercado, así que el ahorro será el doble. No tenemos necesidad de lucrar con esto; pero sí necesitamos aumentar las fuentes de trabajo y que eso genere beneficios para los compañeros”.
“Mucha gente nos está pidiendo que abramos una olla, así que en caso de que lo hagamos, el frigorífico será fundamental”.
Recursos de amparo
Lucía y Alan son los cocineros del comedor de la UST donde almuerzan de lunes a viernes las y los trabajadores (la mayoría varones). Lucía tiene 33 años y desde hace 15 es parte de la organización. Empezó siendo alumna del último año del secundario en el bachillerato Arbolito. “La UST no para de abrir puertas. Lo veo también como mamá: el club ayudó un montón, porque en el barrio hay otros, pero te cobran y hoy es muy difícil pagar una cuota extra a todos los gastos. Cada vez hay más actividades: danza, patín, hockey, fútbol. Ahora los sábados abrimos una feria de emprendedores donde participan muchas mamás del barrio”.
Alan, 29 años, mientras limpia la parrilla cuenta que hasta hace unos meses jugó en la Primera de futsal de la UST (hay actividades también para mayores) pero que ya colgó los botines. Lleva puesta una remera de la organización, en la que se leen dos palabras: “Nuestra identidad”. Cuenta el significado de ese lema: “Trabajé de muchas cosas previo a sumarme acá, como gráfico, en metalúrgica, siempre para un jefe. Era un peón, un empleado más. Y acá no. Esto es mío. Es propio. Lo cuido distinto, como si fuera mi hermano, un hijo, mi papá. En este contexto de tanta carencia en nuestro barrio súper humilde, tener a la UST es muy importante, porque la cooperativa es el barrio”.
Mario Barrios, 69 años, esposo, papá de cinco hijos, dice que la alternativa es pensar una economía que tenga que ver con la humanidad, no con el lucro. Las ideas de la UST no son abstractas: es teoría, después de haberla llevado a la práctica.
Cita dos ejemplos:
1. “En un momento de la cooperativa entraron muchos jóvenes y se nos ocurrió una manera de que fueran tomando conciencia de adónde entraban: a fin de los primeros dos meses, cuando había que pagar, cada cooperativista ponía equis cantidad para darles a los nuevos integrantes. Les decíamos: ‘¿Se dan cuenta de que lo que ustedes van a cobrar es plata que no irá a los bolsillos del resto?’. Esa solidaridad que buscábamos transmitir iba en sintonía con un acuerdo asambleario: cada trabajador debía brindar por día lo que llamamos ‘dos horas compromiso’ para las actividades de la organización por fuera de lo laboral. Así comprendían por qué, unos días después, estaban haciendo tortas fritas o preparándoles el mate cocido a los pibes del barrio. Esa es la esencia de la UST”.
2. “Nuestros compañeros jubilados cobran el 82% móvil. O sea, a los que el Estado les da, les damos casi el mismo monto para que puedan llegar a esa suma. Lo seguimos sosteniendo porque tenemos convicción y porque hay un compromiso de honor con los compañeros jubilados que fueron quienes les dejaron el laburo a los pibes. Y son los pibes quienes deben cumplir con eso. Así, ellos cuando sean viejos deben esperar lo mismo. La cooperativa va a ser lo que seamos capaces de hacer”.
¿Cómo puede multiplicarse el modelo UST? “Habrá posibilidad siempre y cuando no nos saquen las ganas de soñar. Nosotros no fuimos ni eruditos ni más machos ni más inteligentes que nadie; sí fuimos consecuentes y unidos; no somos brillantes, somos mediocres, pero si nos van a buscar a las 3 de la mañana, a las 3 de la mañana estamos. El modelo de la UST es simple y natural: es la permanencia, no lo efímero; es el hacer lo que decimos; es el juntarnos, porque no hay salida individual”.
¿Incluso en épocas de individualismo extremo? “Yo siempre fui muy optimista y sigo teniendo esperanza, porque la gente no es tonta. Lo que pasa es que no nos dejan pensar; pasa por ahí: nos tienen que dejar pensar, pero claro, todo está hecho para ir rápido. Debemos encontrar el tiempo necesario para hacerlo, porque si pensamos dos minutos, ya nos damos cuenta de que nos necesitamos. No es fácil y no será fácil frente a tanta mecanización, pero la clave está en volver al humanismo”. Se queda pensando, y dice: “En la experiencia de lo que nos pasó está la prueba: a la UST la parimos y fue lo colectivo lo que nos amparó en la mayor época de desamparo; y lo hizo con todo un barrio en plena pandemia. Esto nos afirma cada vez más en la convicción de unirnos. Y que si pudiéramos desarrollar más la economía social, crecería a la par la solidaridad en los barrios”.
Cierra Mario, una de las voces cooperativas de la Unión Solidaria de los Trabajadores: “Si tengo que destacar dos virtudes que tenemos, son la humildad y el compromiso para no quedarnos solo en buenas intenciones, como quedan la mayoría de las buenas ideas. Siento dos cosas: que ya nos podemos morir tranquilos y que simplemente hicimos lo que teníamos que hacer”.
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