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¡Abajo el periodismo machirulo!

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El fin de un periodismo (deportivo) y otras buenas noticias.

Por Pablo Marchetti
La discusión que se dio en el Congreso que terminó en la media sanción en Diputados de la legalización del aborto marcó un hito político en la historia argentina. Una nueva idea entró en escena: el feminismo. Esto parece obvio si se tiene en cuenta lo que venía sucediendo en la calle. Pero aquí lo inédito tiene que ver con lo que pasó en la dirigencia de los principales partidos políticos.
       El discurso de Silvia Lospennato fue uno de los puntos más emotivos de la noche. Sí, Lospennato, del Pro. Que en su discurso citó a Las Sororas, “un movimiento político que llegó para quedarse, más allá de nuestras diferencias”, como aseguró.
       Las Sororas es un grupo de whatsapp que se armó para articular los pasos a seguir entre 9 diputadas y un diputado (un solo hombre: Daniel Lipovetzky) que defienden el aborto legal. En realidad, Las Sororas había tenido un antecedente cuando Lospenatto articuló con Victoria Donda la aprobación sobre tablas de la ley de paridad.
       En Las Sororas participan dirigentes del PRO, de la UCR, de La Cámpora, de Libres del Sur, del Frente Renovador, de Nuevo Encuentro, del Movimiento Evita y del Partido Obrero. Imaginemos otro movimiento político donde pudieran articular de un modo similar todas esas fuerzas políticas. Imposible. Completamente imposible. Las Sororas son el emergente de un cambio de época. El feminismo lo hizo.
       El Mundial de fútbol es una explosión de fe. Si tuviera que pensar racionalmente el asunto, me daría vergüenza entregarme emocionalmente a un espectáculo dominado y protagonizado por millonarios. Un espectáculo que expresa socialmente valores conservadores y heteropatriarcales. Y que además sirve como cortina de humo perfecta para tapar problemáticas políticas y sociales de esas que modifican nuestras condiciones de vida cotidianas.
       Durante Argentina-Croacia, la vicepresidenta (y presidenta del Senado) Gabriela Michetti buscó girar a cuatro comisiones el tratamiento de la legalización del aborto en la Cámara Alta. Una maniobra para embarrar la cancha, dilatando y tratando de anular la aprobación de la ley.
       Pocas horas antes del crucial Argentina-Nigeria donde la Selección se jugaba su pase a octavos, el Gobierno anunció el despido de 354 trabajadores de la agencia estatal Télam. ¿Cómo hago entonces para mantener la fe? ¿Cómo seguir gozando de este espectáculo que me resulta fascinante, de este hecho artístico supremo?
       Obviamente, no estoy solo en esto de estar pendiente del Mundial. Más bien todo lo contrario. El fútbol es un espectáculo masivo, que convoca multitudes. Pero en esas multitudes es difícil encontrar empatía. No hay sororidad futbolera. Al contrario. El fútbol parece, más bien, dominado por una casta deleznable, miserable, de la peor calaña.
       El Mundial es algo tan convocante que la relación entre el juego y el tiempo que los medios dedican a hablar sobre ese juego es abismal. Horas y horas le dedican los medios a los comentarios, las opiniones y las conjeturas sobre un par de horas de juego de la Selección. Y después está el resto de los partidos, claro. Pero el tiempo que hay para hablar de esos partidos es tanto como el que los diarios le dedican a la información de política internacional. El Mundial es la Selección. Y la Selección es un abismo insondable.
       Entiendo que tener que ocuparse tanto tiempo sobre algo implica, necesariamente, magnificar las cosas. Por lo menos. Y de allí al invento hay sólo un paso. En el medio, como se trata de información de un mundo donde se mueve un montón de dinero, lo que reinan son las operaciones.
       Cada periodista pasa a ser, entonces, un lobista. Entiendo que eso no sorprenda a nadie. Pasa eso en cada área donde se ejerce el periodismo: política, sindicalismo, economía, espectáculo, cultura, lo que fuera. Allí donde hay información (o supuesta información) hay un negocio. Y una posibilidad de lobby.
       Tampoco es cuestión de generalizar. No todo el periodismo de fútbol es esa mierda que se nos presenta como hegemónica. En estas mismas ciberpáginas ustedes pueden seguir lo que escribe un capo como Ariel Scher. Y también les recomiendo seguir lo que hacen Ezequiel Fernández Moores, Gonzalo Bonadeo, Alejandro Wall, Andrés Burgo o Román Iutch, por nombrar sólo a algunos de los que están en Rusia.
       Iutch dijo hace un par de días, durante una de las transmisiones de la TV Pública: “Acá sólo hablamos del juego. A lo sumo, podemos hacer algún comentario de alguna cuestión psicológica del equipo, por cómo puede repercutir en el juego. Pero nada más que eso. No nos metemos en otras cuestiones. Si quieren otro tipo de información, busquen por otro lado”. Lo que parece una aclaración menor, en este contexto se vuelve un manifiesto incendiario, una declaración de principios contracultural.
       Inclusive en la misma usina del mal hay honrosas excepciones de periodistas que hacen bien lo suyo: Martín Souto o Ariel Rodríguez son de los pocos periodistas que se dedican al juego, a los datos y curiosidades que tienen que ver con el fútbol. Seguramente me olvido de alguno. Pero no son muchos más. Y el resto del canal es una gran cloaca.
       Hay hasta un cliché de imagen para el lobista del fútbol: chupines, camisa a rayas, a veces saco, siempre barba cuidada y/o pelo con gel. Así es el envase de la máquina generadora de mala leche. Y, por supuesto, el grito. No se habla: se grita. Gritos acompañados por gestos ampulosos y buscando cómo generar pelea. Con los jugadores, con el técnico y con los compañeros de panel.
       La usina principal del lobby, la cloaca madre, es TyC Sports. Por supuesto, Fox no se queda atrás y hasta la hasta hace poco más sobria ESPN se ha sumado al griterío desaforado. Probablemente el problema no sea el fútbol sino la televisión. O lo que queda de ella. Una tele que sobrevive gracias a las transmisiones en vivo. Y el fútbol es un bastión de esas transmisiones en vivo.
       Los responsables de los canales de televisión ya no buscan información ni primicia. Buscan personajes que sepan surfear en las transmisiones en vivo. Y el lobista gritón, a quien no le importa contradecirse ni decir cualquier clase de estupidez, es el epítome del personaje que se busca para mantener viva a la televisión. Una supervivencia lastimosa porque, como si de veneno y antídoto se tratara, la supervivencia resulta ser también la ruina.
       TyC Sports destaca especialmente porque es el canal que transmite los partidos, fuera de la TV Pública. Y porque, además, resulta el ultimo bastión de una masculinidad caduca. ¿Machista? Sí, claro, machista. Pero (por eso o contra eso) una masculinidad que me toca y, en cierta medida, me contiene y me constituye.
       Hablo en primera persona porque no quiero hacer a ningún chabón más parte de mi machirulismo. Pero sé que no estoy solo. Sé que somos muchos a los que nos pasa. Lo odiamos. Lo detestamos. Sabemos que está mal. Pero de allí venimos. Y no podemos resistirnos a ver fútbol, pero tampoco a hablar de fútbol, a discutir de fútbol, a apasionarnos con el fútbol.
       No puedo ignorarlo. Me duele este periodismo machirulo. Me duele como sólo puede dolerle a quien forma parte de ese mundo, Sé que es una cloaca que se puede evitar, que se puede ignorar. Pero me tengo que ocupar de ella porque hay algo de toda esa mierda que me toca y me define.
       Los odio. Odio su mala leche. Odio la violencia con la que hostigan, odio la liviandad con la que se dan vuelta, odio su caradurez para justificar cualquier cosa, odio la poca elegancia para vender humo. Odio sus gritos, sus peleas, su sobreactuación, su gel, sus chupines. Los odio.
       Los odio sobre todo porque se erigen en representantes de un espectáculo que amo, de un arte que me conmueve. Y los odio porque sé que es imposible con ellos una construcción horizontal sentimental como las que lograron las sororas en el Congreso. La gente de banderas argentinas no logra construir un universo sentimental y emocional similar al que construyen las pibas de pañuelo verde.
       Estamos en minoría. Nos gusta el fútbol, nos apasiona ver un Mundial, somos capaces de tomarnos un mes para ver todos los partidos. Pero no tenemos nada que ver con la lacra hegemónico de periodismo machirulo.
       En el primer spot que hicieron circular los militantes antiderecho que se oponen a la legalización del aborto, aparecieron 12 famosos pidiendo: “Cuidemos las 2 vidas”. De esos 12 famosos, 2 son periodistas deportivos. Y uno de ellos es uno de los periodistas insignia de TyS Sports, uno de los estandartes de la lacra lobista, panqueque y mala leche. ¿Qué tengo que ver yo con ese tipo?
       Podría decir que no tengo nada que ver con estos periodistas miserables. Pero no estaría siendo sincero con el enano machirulo que me lleva a verlo, a enojarme, a discutirle detrás de la pantalla.
       Una vez más, soy un paria. Una vez más, soy parte de una minoría. Lo asumo. Dudo que el fútbol, tal como está concebido, pueda llegar a ser otra cosa. Creer es un fútbol distinto forma parte de una utopía paradójica, similar a la del capitalismo con rostro humano.
       Necesito ver fútbol. Necesito hablar de fútbol. Necesito disfrutar y sufrir con el fútbol. Lo siento, no puedo escaparme de este karma. Por eso asumo lo que soy y dejo que el enano machirulo que llevo dentro se exprese. Y mande a la mierda a ese periodismo miserable, despreciable y machirulo que busca convencer a todo el mundo de que el fútbol es sólo eso que ellos gritan y odian.

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