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Cada avión que llega a Rusia es un Arca de Noé

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Desde la escala de un aeropuerto europeo, el periodista y escritor Ariel Scher relata cómo viven los latinoamericanos el viaje al Mundial de Rusia. Sacrificios, ilusiones, pactos y hasta una pregunta por el pañuelo verde.

Por Ariel Scher

Elda dice ahora que ésta es su primera vez en el Arca de Noé.
“Arca de Noé”, repite Elda, que sonríe abajo de su gorra de Colombia y arriba de su remera de Colombia y más arriba de sus pantalones de Colombia y convencida de que son días para pronunciar más seguido la palabra “Colombia” que la palabra “Elda. “Arca de Noé”, repite Elda porque, como nunca antes y cree que como nunca después, avanza en avión hacia suelos rusos para ser testigo de un Mundial de fútbol. “Un Mundial de fútbol -se explaya Elda- es el Arca de Noé”.
Y tiene razón: alrededor suyo está el Arca de Noé. Cuatro peruanos que jamás vieron un mundial porque “somos de la generación que jamás vio a Perú en un Mundial”, dos uruguayos que saben tanto de mundiales que bien vale arriesgar que se emocionaron en su patria en el de 1930, dos hinchas de Ferro que aseguran que desembarcarán en la Plaza Roja para gritar “viva Ferro”, un panameño que recontrapromete encontrarse con otro panameño en una estación del subte de Moscú que sólo figura en el mapa que flamea entre sus manos, un brasileño que jura que a Neymar sólo lo siguió por televisión y que jura, además, que eso como no haber vivido, tres españolas que se confiesan enamoradas de Iniesta y que hicieron un pacto para no morirse sin conocer El Cairo (y eso permanece pendiente), sin conocer a sus bisnietos (y eso permanece pendiente) y sin conocer qué se siente en un Mundial (y eso anda a horas de no permanecer pendiente), un italiano que no se ausentó a ninguno de los mundiales en los que participó Italia y que asumió que extrañará a Italia pero más extrañaría a los mundiales si pega el faltazo en este Mundial, dos rusos que residen fuera de Rusia y que proyectaron regresar a su tierra ahora, justo ahora, sin sacar la cuenta de que ahora, justo ahora, en su tierra está el Mundial.
Cada avión que llega a Rusia en un Mundial es un Arca de Noé porque un Mundial es un Arca de Noé que ni el fútbol ni la sociología ni los aviones ni el tramo de la Biblia en el que fulguran Noé y su Arca pueden explicar de manera completa. “Me gasté 5.000 dólares”, le confidencia uno de los peruanos que jamás vio a Perú en un Mundial a uno de los uruguayos que parece haber sido testigo de todos los mundiales. “Igual que yo”, le replica el uruguayo experto, que, enseguida, le sugiere al peruano inexperto que los mundiales son una buena excusa para viajar y que el fútbol es un buen pretexto para existir. Los que catalogan desde el prejuicio supondrán que ambos forman parte del microsegmento humano (incluidos los que gastan menos porque habitan una pieza entre ocho hasta los que ocupan hoteles en los centros de las ciudades) que puede darse ese gusto porque son ricos pero los que los detectan y los escuchan pueden verificar que ricos no son y pobres tampoco son y que son algo fácil de decodificar para los que se permiten ilusionarse con arrimarse algún día a un Mundial y que los que carecen de esa ilusión interpretan que esos tipos son dos tarados que tiran a la marchanta cinco lucas para cruzar el planisferio -un planisferio manejado por núcleos productores de miseria que condenan a la miseria a muchas y a muchos que quisieran sacar boleto al Mundial- detrás de unos cuantos pelotazos.
Uno de los de Ferro también detecta, escucha y aprueba al peruano inexperto y al uruguayo experto. Y no sólo eso: revela que las devaluaciones consecutivas e indetenibles de la moneda argentina ya lo obligaron a abandonar las ecuaciones sobre cuánto le saldrá alentar a Messi desde una tribuna que no se erige en Caballito. “Hay tardes en las que tengo todas las pruebas de que me mandé una pelotudez gigante y hay noches en la que se me acelera el corazón porque sé que es la mejor locura de mi historia”, resume en una contradicción que atraviesa a muchas y a muchos, que, emergidos de especies y de subespecies futboleras, nacionales y económicas diferentes, integran el Arca de Noé mundialista.
“Un Mundial de fútbol es el Arca de Noé”, define Elda, alguien que puede pronunciar la palabra “Colombia” en estas horas con más frecuencia que su nombre pero que no se engaña y concluye en que ser un Arca de Noé no es ni malo ni bueno, ni la solución a ningún desastre ni el comienzo de cada problema, ni el fin de la lucha de clases ni la negación de que el fútbol promueve fenómenos demasiado complejos como para narrarlos con dos palabras y medio razonamiento.
Porque Elda reconoce que un Mundial de fútbol es el Arca de Noé a causa de que el fútbol y los mundiales hacen navegar adentro de ese arca a los y a las que ocupan o no ocupan asientos en los aviones-Arca de Noé que aceleran rumbo a Rusia. “Un Mundial de fútbol es el Arca de Noé porque cuando hay mundiales de fútbol el mundo es un pañuelo”, añade Elda, que no por futbolera toma distancia del resto de los latidos del Arca y pregunta por muchos equipos y por muchas geografías y por muchas experiencias y al final pregunta, pregunta casi para que la oiga el resto de la población del Arca, pregunta lo que suena y seguirá sonando con o sin Mundial:
-Y hablando de pañuelos, ¿cómo va lo de los pañuelos verdes en la Argentina?
Sólo después de hacer muchas preguntas adentro de esa primera pregunta, sólo después de sumar su esperanza a muchas otras esperanzas, Elda, toda de Colombia, vuelve a decir “Colombia”, y continúa su viaje mundial en el Arca.

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