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El croatazo
Crónica de un triunfo increíble desde Luzhniki. La lógica, el llanto, lo imprevisible, el zurdazo de Mandzukic, el fenómeno de Modric y la Francia que viene. Qué es el fútbol en la semifinal del Mundial de Rusia.
Por Ariel Scher desde Luzhniki
Eso es el fútbol: veintidós muchachos están en el piso al mismo tiempo.
Eso es el fútbol: de los veintidós, hay once que transitan la frontera de llorar porque sonreír no les alcanza para todo lo que los atraviesa; y hay otros once hundidos en el ejercicio de llorar porque la tristeza que tienen no se puede consumar sin llorar.
Eso es el fútbol: veintidós muchachos que en ese momento, al fin de cruzarse en un rectángulo verde, después de correr como gente y como cracks, como expertos y como la primera vez, como si recién salieran al césped y con el cansancio de tres partidos de ciento veinte minuto seguidos, se sienten igual que se sienten los pibes que, en una plaza cualquiera de un rincón planetario cualquiera, acaban de terminar un partido en el que unos ganaron y otros perdieron.
Eso es el fútbol: lloran con todo el mérito los croatas que tragan una saliva con gusto a gloria porque son finalistas de un Mundial de la pelota, lloran con todo el mérito los ingleses que paladean el regusto fulero de haber estado a poco de ser ellos los finalistas, pero no lo son y no lo serán.
Eso es el fútbol: lloran cerca, a unos metros, apenas diferenciados entre las más de 78.000 personas que pueblan el estadio Luzhniki, un croata acariciado por las misma felicidad que sus muchachos en el césped y un inglés recorrido por una impotencia idéntica a la de sus muchachos desparramados arriba de ese césped.
Eso es el fútbol: los libros de historia dirán que eso es el fútbol porque hay partidos y hay llantos que no necesitan ser la consumación de la gracia o de la desgracia, de la estética o de la fealdad, para golpear las puertas de esos libros y hacerse un justo lugar. Los libros de historia dirán que, en Rusia, en un Mundial que descascaró algunas lógicas y sostuvo otras, Croacia venció a Inglaterra por 2 a 1 en una semifinal que perdía a los 5 minutos y que con eso y por eso dio el más grande paso de su larga tradición futbolera.
Eso es el fútbol: los croatas que aplauden a Luka Modric, exquisito e inteligentísimo jugador, capaz de darle un sentido a cada movimiento y a cada quietud cuando su equipo estaba en desventaja y cuando la desventaja fue de los otros, y que aplauden a Mario Mandzukic, esmerado perseguidor de momento especiales, alguien tenaz para estar en el sitio justo y con la patada justa en este duelo en el que metió el gol de la victoria y en muchas otras ocasiones de andar potente por las tierras de la Tierra, y que les tiran abrazos y aplausos y llantos, claro que llantos, a todos los demás que no se rindieron, que miraron hacia toda Moscú para hallar la llave que les posibilitara revertir un desafío que se les hacía humo hasta que Ivan Perisic anticipó a su marca y empató cuando ese empate parcial no se configuraba en ningún trazo del fútbol que se estaba viendo.
Esos es el fútbol: los croatas proclamando hacia el cielo y hacia las paredes y hacia el viento que ahora aguardan a Francia (curiosamente, el otro que le ganó a Argentina en este Mundial) para poner en escena -se pellizcan cuando lo enuncian, casi que lloran de nuevo cuando lo gritan- la final del campeonato mundial.
Eso es el fútbol: una cita que amagaba con estar resuelta porque el gol de Inglaterra y el nombre de Inglaterra y cierta supremacía de Inglaterra anunciaban que la vida empujaría esta semifinal hacia un destino pleno de lógica y una cita, a la vez, en la que la tenacidad de que marchaba en la ruta de la decepción fue buscando cómo ubicar las fisuras de la otra parte -dos detalles mal resueltos en defensa, dos goles- hasta dar en el blanco.
Eso es el fútbol: los ingleses valorando a su equipo, un conjunto en modelación, joven aún, con velocidades suficientes para desacomodar a muchos, con brillos pendientes que quizás le hubieran asegurado otro destino en la semifinal, con un proceder futbolístico que por ahora no le permite capturar un golazo de tiro libre como el de Trippier al empezar y certificar esa superioridad en lo que sigue, con señales de que poseen argumentos para quedarse, después de una ausencia extensa, para dar disputa entre las cumbres de un juego del que se reivindican inventores.
Eso es el fútbol: cuando los llantos de unos y de otros ya no se esparcen por la cancha, ya no ocupan las pantallas del mundo, en el arco en el que Mandzukic acertó el zurdazo del que su país conversará mientras haya memorias y mientras exista el fútbol, en el Luzhniki lo que hay son ternuras y risas porque unos chiquitos, envueltos con las ropas croatas, corren, corren y hacen goles hasta más lindos pero menos famosos que el de Mandzukic.
Eso es el fútbol: los que lloran por alegría o por desencanto para cerrar una aventura de ciento veinte minutos de juego, los que saben que esos llantos son el fútbol y que dentro de un rato dejarán de ser llantos para que unos y otros ya no lloren y comiencen a imaginar los días del futuro en los que será tiempo de encontrar nuevas razones para llorar y para jugar.
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