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Norman Briski: Genética del entusiasmo
La excusa es la obra de teatro que urdió junto a los trabajadores de la recuperada Gráfica Patricios y el grupo de actores junto a quienes, durante dos años, tramó esta apuesta. Pero acercarse al universo que este artista despliega es siempre una aventura intensa. La charla, entonces, recorre las avenidas del pasado, las calles del presente y la frontera del porvenir, que siempre para él –dice– será una fiesta.
Por Sergio Ciancaglini. Hay quienes tienen la extraña idea de que Norman Briski es judío y peronista, aunque él declara haber emigrado de ambos oficios.
Otros lo encajonan solo como miembro del puñado de actores extraordinarios que existen en Argentina (pero nadie diría que es de la farándula).
O como autor de obras insólitas, en las que un destornillador mata granaderos.
O como director de escenas que escapan de los teatros.
O como uno de los primeros artistas perseguidos por la máquina de la muerte en los 70, aunque no lo alcanzaron.
O lo tildan de “izquierdista”, mientras él huye de eso que considera una tristeza.
El problema de Briski es que no cabe en los frascos, lo cual trastorna la neurona de los editorialistas de vidas ajenas.
Y dice algo tremendo, sencillo, demasiado olvidado: “Lo único que quiero es vivir intensamente”.
La tempestad
Naum Normando Briski, capricorniano de 1938, creó un teatro hace unos 18 años, Calibán, ubicado en México al 1400 de Buenos Aires. La sala nombra a quien se considera el único personaje latino en la obra adjudicada a William Shakespeare, incluido en La Tempestad. Era un colonizado, la palabra mezcla caribeño (caribean) y caníbal: el aborigen inclasificable al que los colonizadores y los progresistas intentan domesticar (perdón, educar) desde hace una eternidad. Calibán –el teatro- está vacío, a media luz. La cara de Briski, en ese ambiente, es un mapa con dos mares azules que miran fijo y van llevando por territorios inesperados. Conviene seguir el trayecto con las orejas y los poros abiertos.
La sala es un gran ambiente, con una tribuna. Hay figuras, pájaros, rostros, aparatos, puertas secretas que sólo cobran sentido cuando se presenta Maquinando, una creación colectiva que Briski dirigió a partir de un taller realizado en la imprenta sin patrón Gráfica Patricios. La obra cuenta la historia de esos obreros que, frente al vaciamiento patronal, ocuparon la imprenta, formaron una cooperativa, superaron el miedo, enfrentaron jueces, policías y otros enigmas, para poner finalmente en marcha el lugar.
Recuperar sueños
“Yo me enganché con el tema porque vi esa fábrica tomada cerca de casa. Me pareció como un territorio liberado, con todas las contradicciones que quieras, pero que podía ser una forma de sociedad de trabajo socialista. Una enorme novedad”. Briski reconoce que eso fue lo que tuvo en la cabeza siempre: “El trabajo y los trabajadores, como modo de avanzar en el campo popular. No trabajé mucho con marginaciones. El padre Carlos Mugica inició eso. Con él hicimos lo del teatro en los bordes. Lo llamábamos el lumpenaje cósmico. Mucha poesía, pero sin manera de articular nada”. Cambian las latitudes que cruzan la cara de Briski: “Pero fijate que al final vino el fenómeno piquetero, y fue el más interesante de los últimos tiempos. Claro que después fue vendido, comprado, dividido. Pero hay mucha gente que está de pie. Ojo: no Barrios de Pie, que está en el gobierno”.
Como contracara, Briski describe que en Patricios “a pesar de todas las tentaciones, hubo una solidez que no permitió que eso se enmugreciera o se vendiera”.
¿Por qué siempre aparece ese riesgo?
Hay cooperativas auspiciadas por la izquierda que se distorsionan, y otras que terminan siendo empresas de la gran siete. Por eso en la obra dicen: no vamos a ser los nuevos burgueses, patrones de nosotros mismos. Eso pasó también con los kibutzin en Israel, que terminaron todos al servicio del poder, y antipalestinos. Entre paréntesis aclaro: por esas cosas es que no soy más judío, me siento más palestino. Y volviendo a la obra, la idea es producir anticuerpos para no caer en que tengan patrón. Es como un espejo, con el reflejo y la reflexión de los propios trabajadores.
¿Y qué es lo que se refleja?
El hecho amoroso de la cooperativa, la amistad. No hicieron lo que hicieron por ideas revolucionarias: más que compromiso social, lo que ves es la fuerza de la amistad entre ellos. Ahí ves la calidad y la verdadera conciencia de lo que están haciendo. La obra capta ese tipo de contradicciones, no al estilo de teatro de denuncia, zurdo, sino como preguntas, reflexiones que plantean los mismos trabajadores. Ahora hay que ver cómo siguen, si no se hacen patronales. Los he visto hacer revistas sionistas de lo peor. Pero ni sabían. Hasta ahora, han sido inteligentes en lograr cosas sin vender el culo: “Te doy tal cosa, apoyalo a Filmus”. No, éstos son vivos.
¿Y usted qué hizo?
¿Con la obra?
Con las elecciones.
Ah no, yo impugno el voto con cosas que escribo. Pongo: “los chicos tienen hambre”, o “¿te acordás quién es este candidato?”. Me dirán que no sirve. Pero menos todavía sirve votar. Seguimos siempre en lo mismo. Como ya soy grande estoy cansado de seguir votando por el mal menor. Siempre son una trampa. Desde la caída de Perón nos tratan de hacer creer la democracia de Alfonsín, la venta del país de Menem, la idiotez de De la Rúa… y siempre se votaba. Hitler también ganó elecciones. Habría que pensar que esta democracia no es suficiente, que votar no es suficiente. Y ahora se viene Macri, que es la guerra de frente. Una forma del fascismo es la amabilidad. Acá va a haber mucha amabilidad.
¿Y el gobierno nacional?
Todo está metido en el plato del gobierno, o flato. Esos ex montoneros que están ahí… yo no creo en esas luchas en el marco de un capitalismo dependiente. Ni mucho menos. Reconozco que se pudieron conseguir algunas cosas, la Universidad de Madres, lo de la memoria, pero no se puede conseguir sacar a la gente pobre de la calle, dar trabajo, que la clase trabajadora gane lo que tiene que ganar. Hay otras formas de lucha. Acá lo que más se produce es lumpenaje. Van tres generaciones. Por eso digo que no soy más peronista, el peronismo está terminado como movimiento reformista desde hace mucho.
¿Qué es lo que produce la distancia entre su modo de pensar y el de esos ex compañeros suyos que están en el gobierno?
Se cansaron. La cultura revolucionaria no es la del que se mete en la política. La cultura de hacer un cambio en serio, profundo, necesita una paciencia histórica que esta gente no tiene. Yo soy segunda generación con estas ideas, y me resulta más fácil pensar así. Y sigo el juego hasta que se dé. A mí me quisieron tentar, comprar, captar, cuando hice un programa para Canal 7, Stanley. Querían que me hiciera kirchnerista. Pero como ya saben que soy un tipo difícil se tiraron un lancecito nomás, y listo. El programa fue buenísimo, de lo mejor que hice en televisión: hasta me pagaron.
Democracia a escena
Escrito y protagonizado por el propio Briski, el programa unitario que dirigió Gustavo Postiglione narraba la historia de Pedro, un técnico que pierde su fuente de ingresos cuando los clientes dejan de arreglar heladeras y compran nuevas. Pedro se enfurece, busca al Ministro para reclamarle, le avisan que el Ministro está en la Casa Rosada, va hasta allí, lo persiguen dos granaderos por el salón de los bustos presidenciales. Acorralado, Pedro acude a sus destornilladores Stanley y los lanza cual dagas a la cabeza de los integrantes del batallón sanmartiniano, asesinando a ambos. Se convierte en el primer condenado argentino a silla eléctrica. El resto hay que verlo.
Pero la democracia…
Es una democracia norteamericana (el mapa se despliega, como riendo ante lo obvio).
¿Será que falla el sistema representativo?
No falla, anda fenómeno para los intereses de sectores de la Iglesia, empresas, una cantidad de gente interesada en esta democracia norteamericana.
También hay democracia en las fábricas sin patrón, en las asambleas ciudadanas y de autoconvocados que hay por todo el país.
Es cierto, y hubo un momento asambleario muy lindo en Buenos Aires, pero ahí se hablaba y se hablaba. Tenemos toda esa costumbre de la izquierda de hablar y ver quién se luce más o quién le gana al otro, y todavía no sabemos… los trabajadores sí saben. En la obra se ve. Toda la especulación intelectual no sirve, porque no entiende la noción de los ritmos que se dan en una unidad productiva, después de estar un año durmiendo en la fábrica para que no les roben las máquinas. Yo estuve allí, y me resultó extraordinaria la paciencia y la calidad con la que se iban manejando en cada momento. Aparecían algunos forajidos de la izquierda (no usa la palabra forajidos con agresividad, sino más bien con desdén), pero no pasaba nada. ¿Sabés por qué?
Ni idea.
Porque no saben sostener en serio la lucha, que es preguntar: ¿en qué podemos servir? ¿qué podemos hacer? Creen que ya saben todo. Nosotros preguntamos, ¿qué podemos hacer? Y los obreros nos dijeron: teatro.
Se queda mirando hacia las sombras. Hay tantos lugares que recorrer en el mapa, que decido emprender la fuga hacia atrás.
¿Qué diferencia esta época de la que usted vivió en los 60 y los 70?
Lo principal es que había un auge revolucionario en toda Latinoamérica, estaban el guevarismo, la Revolución Cubana, la subjetividad del populismo de Perón, muchas cosas que alentaban a creer que se podía tomar el poder en término de juventudes, y hacer otro país. Hoy estamos en el flato.
¿Usted cree que todo tiempo pasado fue mejor?
Nooo. Pudo haber sido o no. Yo viví cosas que eran una fiesta, jolgorio, entusiasmo. La gente te quería, te daban polenta, empanadas. Después se pudrió todo. Hoy sigo buscando y metiéndome en las cosas que son una fiesta.
La Fiaca, la iglesia y Nueva York
Briski se hizo célebre por sus papeles en televisión y en cine, fundamentalmente a través de la película La Fiaca (1968, escrita por Ricardo Talesnik y dirigida por Fernando Ayala. Comedia inquietante: un empleado de oficina decide no ir a trabajar porque tiene fiaca. Se niega. Esa sola decisión descoloca a todo su entorno laboral, familiar, de amigos, se convierte en un revulsivo que dispara múltiples mecanismos que intentan domesticar esa rebeldía. El resto hay que verlo).
Militó en el Peronismo de Base. Su agrupación luego se disolvió dentro de Montoneros y la Juventud Peronista. Briski estuvo muy cerca del movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo. “La mitad de mi militancia dormí en las parroquias, hacíamos teatro en las villas.” Nadie intentó bautizarlo: “Al revés, agarrábamos a los curas y les decíamos: no sabés lo que te estás perdiendo. Varios se casaron”. Un terremoto de risa sacude las zonas montañosas del mapa Briski.
Llegó el exilio. Briski fue un pionero ya que antes de la dictadura -a fines de 1974- la Triple A (grupo parapolicial dedicado a asesinar militantes, disidentes y jóvenes como preámbulo de la matanza militar) lanzó sentencias de muerte que incluyeron a Briski y también a otros artistas como Nacha Guevara, Luis Brandoni, Pepe Soriano y Héctor Alterio. “Me fui a Perú, pero ahí también me corría la policía peruana, combinada con la de acá. Me escondieron en el Cuzco, en una cooperativa agraria. Vomitaba cada cosa que comía porque estaba a 4.000 metros de altura. Un día dije: ¿qué hago acá? Y me fui a la iglesia. Pero no para buscar a Dios, sino para ver gente. Estaba la gente del pueblito. Yo saludé, buenos días, soy de otro país. Al final pensé: gracias Dios por darme la posibilidad de encontrar gente. Esta especie de pequeño cuento espontáneo viene con moraleja apta para todos los tiempos: “Fui a no estar solo”.
Briski, que tiene tres hijos y altos índices de casamientos y divorcios, partió de Perú haciendo escalas de vida en Venezuela, México, España, Francia y Estados Unidos. “Siempre metido en todas las comisiones contra las violaciones a los derechos humanos, haciendo teatro y tratando que esas creaciones colectivas fueran un modo de resistencia y denuncia.”
Vivió en Nueva York, tomando un edificio con familias negras, aborígenes y de inmigrantes. Ocupa, y siempre en movimiento: “Las reuniones las hacíamos saltando, del frío que hacía”. Fueron reconstruyendo el edificio que estaba confiscado, y eso les ganó paciencia oficial para no expulsarlos. “Ahí también pude hacer teatro como creación colectiva, con norteamericanos. La mayoría de los yanquis será lo que será, pero éstos eran macanudos y solidarios. Vivíamos en la calle Amsterdam, entre 109 y 110, cerca de Harlem. Íbamos por los barrios, conseguimos alguna financiación, y conversábamos con todo el mundo. La obra colectiva se llamó Firestairs (Escaleras de incendio). Descubrimos que un muchacho se había tirado de la azotea de un edificio pobre, como los de Lugano acá. Fabricamos un muñeco de cinco metros que iba cayendo, y mientras tanto la gente que estaba en los balcones y en las escaleras de incendio hablaba sobre los problemas del barrio, las enfermedades, las intoxicaciones, la discriminación, la desocupación. Un ex soldado de Vietnam tocaba la trompeta. Después hicimos otra versión, cuando supimos que se suicidó una mujer.”
Todo fue lo suficientemente impactante como para que Briski resultara contratado por la Universidad de Tuff como profesor de Creación Colectiva. “Fue muy lindo, todavía me conecto con muchos amigos y compañeros de aquellos grupos que siguen haciendo creación colectiva.”
¿Y en la universidad argentina?
(El hemisferio sur de su cara se abre como no pudiendo creer pregunta tan absurda.) Noooo. En Estados Unidos soy un “overqualified” (sobrecalificado) pero acá no puedo dar clase porque no tengo título. La universidad es lo más retrógrado que hay.
Los petrificados
Cuando Briski dice estas cosas no hay que considerar que se está ante un mapa enojado o agresivo, sino descriptivo. Si se le pregunta por tantos artistas propensos a la docilidad creativa y política, por ejemplo, dicta un breve Seminario contra la Preocupación: “Si te preocupás por la cantidad de actores que están al servicio de la caca, sonaste. No podés estar pendiente de quién hace esto o aquello, quién te traiciona, porque al final no hacés nada. Tenés que hacer lo tuyo, lo que te gusta, con tu gente. Si algunos te acompañan, como me pasa con Tato Pavlovsky, vamos. Y si no, voy solo”.
Huir de la soledad, como en la iglesia peruana no implica, entonces, aceptar cualquier manada. Y las ideas que a Briski le hicieron superar la fiaca y zambullirse en la militancia, no le quitan pragmatismo: “Si yo pienso en los otros, compito con los otros, termino como la izquierda, que están todos divididos y son para llorar. Yo creo que no entienden que los pueblos se mueven naturalmente de una manera reformista. No revolucionariamente. Si es un movimientismo el que confronta, hagamos movimientismo, en eso soy pragmático. Sólo el pueblo salvará al pueblo, y sólo el pueblo mandará al carajo toda posibilidad de salvarse. Eso es tan interesante como la vida misma, esa discontinuidad de las conductas”.
Por eso cree que la discontinuidad debe ser pensada de la siguiente manera: “Hay que tener paciencia, y producir un nuevo contagio revolucionario en vez del contagio de la idiotez y la mediocridad”.
¿Pero usted dice eso como una cuestión ideológica, o de sensibilidad?
Puede ser genético. Qué sé yo, el entorno, la lectura, la subjetividad, una cantidad de cosa hacen que el cuerpo sienta la necesidad de una nueva sociedad. Es el cuerpo el que tiene que decidir, no la cabeza. En la Argentina estamos todos con la cabeza. Y sin ninguna sonrisa, amargos (las latitudes y accidentes geográficos de Briski simulan caer de tristeza). Esa cosa sórdida, sin gesta. No es lo que ves en la obra, la gente riéndose, o emocionándose, los chicos entusiasmados, alegres.
Habrá que releer a Spinoza (Baruch, el filósofo)
Justamente, él habla de la tristeza que es la que nos quita la potencia. Él es el que me permitió dejar de ser judío.
Hablando de genética, ¿dónde cree que está la genética de lo nuevo?
Yo voy donde hay vitalidad. Donde veo algo y digo “no me la quiero perder”. Yo creía, aunque me equivoco sistemáticamente, que iba a haber un movimiento internacionalista que empezó con Seattle, las manifestaciones, lo del tractor que metieron en un McDonald’s, Internet, la gente conectándose. Eso se pinchó. Me parece que no tenian la fuerza de la necesidad de producción. Pero los jóvenes, cuando se aviven de las herramientas de comunicación que tienen, de la posibilidad de producir, y cuando se frustren con esta sociedad… porque si hay alguien frustrado son los jóvenes. Ya ni les dicen “Pitman te asegura el futuro”.
Al final del túnel
Frente a esto Briski hace lo suyo: da clases de teatro a cinco grupos (“clases normales, pero toda es gente con tendencia al compromiso”) y fomenta creaciones colectivas como el Grupo Olifante, con el que se hizo Maquinando (el taller se hacía en la propia Gráfica Patricios y la obra va a empezar a representarse ahora en fábricas, como Cristalux, la de los platos Durax). O Brazo Largo, grupo de intervención callejera: “Lo último que hicieron fue en Constitución. Se petrificaban esperando el tren, como le pasa a la gente. Era un modo de cuestionar lo que pasa y acompañar a esa gente que no es de izquierda ni nada, pero está petrificada esperando que alguien le dé bola. Es un modo de acompañar, y de hacer reír. Si te hacen reír, te dan fuerza para resistir. Con la tristeza se va todo al carajo”.
Para romper las petrificaciones, Briski apuesta a la creación colectiva: “Yo lo puedo hacer porque no tengo ningún afán de autoridad. Hay que hablar, intercambiar, y dejar que el grupo funcione.” Suena bien, pero en esta oscuridad en la que uno busca luces al final del túnel, la pregunta es: ¿cómo se hace? La cartografía deja fluir búsquedas e ideas de toda una vida: “Uno se junta con los demás si tiene algo para jugar con el otro, y ese juego lo tiene que entusiasmar. Si el juego entusiasma al grupo, va a funcionar. Cuando uno del grupo no quiere jugar más, se tiene que ir, porque no tiene el entusiasmo. Por eso es interesante eso que moviliza, eso donde hay simpatía, fiesta. Todo el secreto está en esas ganas de jugar a algo: el teatro, la revolución, una causa, un proyecto”.
Pero después aparecen las fragmentaciones, las peleas…
Siempre hubo fragmentación y siempre hubo continuidad. Si no hay fragmentaciones, dalo por perdido. Porque el grupo dentro del grupo es el que produce la solidez del conjunto.
Le pregunto si alguna vez se sintió dogmático: “Ni dogmatizante, ni dogmado”, palabra curiosamente similar a domado. “No porque no quisiera, sino por falta de vocación”. Y revela algo inquietante: “El dogma es como buscar la luz al final del túnel. Pero no existe esa luz”.
¿Y entonces, para dónde vamos?
Ah, no sé. Lo de la luz es como mamá que te espera con comidita a la noche. Dejate de joder, ya sos grande. ¿Querés ver una luz al final del túnel? Comprate una linterna, y hacé el camino. La luz la ponés vos.
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