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Editor de la obra de Walsh, profesor y escritor, Link ha dedicado mucho tiempo y varios ensayos a analizar textos clave. Aquí, un resumen de su mirada sobre la “Carta de un escritor a la Junta Militar” y Operación Masacre. Ideas sobre el cielo y la revolución.

Ese hombre
Mucho tiempo he estado leyendo la obra de Rodolfo Walsh y un día (¿una mañana, una noche?) me prometí no volver a hacerlo. Pero afortunadamente ese tipo de promesas se han hecho para no ser cumplidas (o para ser cumplidas parcialmente) y hoy, con el tiempo, me redescubro meditando sobre viejas figuras insepultas. ¿Qué quiere decir “Rodolfo Walsh”? ¿Con qué descripción definida haremos coincidir ese nombre propio? ¿Es el autor de Operación Masacre, es el jefe de inteligencia de Montoneros, es el autor de Variaciones en rojo o es el escritor de su propio diario íntimo? Para mí, ahora, Walsh será el autor de la “Carta de un escritor a la Junta Militar”, entendida como un espacio de ascesis, es decir: de transformación de sí.
 
Intelectuales
He postulado que las “cartas abiertas” de la modernidad, desde el Yo acuso (1898) de Zola hasta la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” (1977) de Rodolfo Walsh, definen el arco histórico de aparición, consolidación y desaparición del campo intelectual como estructura relativamente autónoma y de los intelectuales como agentes (autónomos) de intervención en las cosas de este mundo. (…) De ahí la importancia monumental de la “Carta” de Walsh, que sella el destino de los intelectuales. Así como se habla de la muerte de dios, de la muerte del hombre, de la muerte del sujeto y de la muerte del autor, también nos corresponde hablar de la muerte del intelectual y datar esa muerte de manera más o menos emblemática en 1977.
 
Puño y letra
Lo primero que hay que decir, pues, es que la firma, en este caso, es de una importancia decisiva. Rodolfo Walsh era un militante, pero no es en carácter de tal que firma la “Carta”. Habiendo negado durante los últimos años de su vida la autonomía de la literatura y habiendo practicado el “anti-intelectualismo” típico de los intelectuales de la época, Walsh se reconoce a sí mismo por su relación con la escritura. ¿Qué clase de conversión habrá realizado en los últimos meses de su vida para llegar a aceptar que la carta llevara en su título la denominación de “escritor”? (…)
Uno podría pensar la carta como una tecnología del yo destinada a una conversión de sí: la “Carta” pone a Walsh (el sujeto que reconocemos como Walsh a partir de la carta) en otro lugar. Es decir que éste que está escribiendo en un momento de profunda derrota moral, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, fiel al compromiso de dar testimonio, se obliga, por la dimensión de esa derrota, a escribir cartas, se obliga a una conversión ética de sí mismo y como consecuencia de esto cambia su lugar de enunciación marcando su lugar como el del escritor; utiliza el modelo del intelectual que dice la verdad (Zola): esa verdad le viene dada por su propio convencimiento y por su sola práctica y esa verdad lo pone en riesgo.
 
Punto de vista
Lo glorioso de la carta es que en el 77 define todo aquello que será toda la discusión a lo largo de la dictadura. Sabemos que no hubo errores sino crímenes, que efectivamente la dictadura intentó imponer parte de su acción represiva como error y como exceso, por lo que era importante ya en el 77 marcar ese punto de vista del enemigo –la Junta Militar– y, sobre todo, colocar la posición del escritor respecto a ese punto de vista.
 
Petitorio
¿Qué más leemos en la “Carta”? La carta, nos dicen los retóricos, se organiza en Salutio, Exordium, Narratio y, finalmente, la Petitio. (…) Sobre lo que dice la Narratio es casi imposible decir algo ya que eso se ha convertido en verdad histórica, en la historia oficial. Eso es muy impresionante: en un texto de tres páginas Walsh define en 1977 lo que será para siempre la historia de la dictadura. En este punto Walsh es un instaurador de discursividad. Pero hay zonas de la carta que todavía no han llegado a destino. Lo que uno bien puede leer como la Petitio básicamente supone dos pedidos, porque el destinatario es doble. Por un lado se le pide a la Junta que medite sobre el abismo al que conduce al país; por el otro, se le pide al otro destinatario que continúe la misma lucha pero con otras formas. En relación con esto hay que recordar una nota planeada por Walsh en 1957 alrededor de la pregunta “Si le quedaran 5 minutos de vida, ¿qué haría usted?. Walsh contestaba: “Testamento”. Esto nos permite leer la Petitio de la “Carta” como un legado testamentario. Lo que deja son dos consejos. El consejo a la Junta lo dejo de lado, lo que es importante es el pedido a esos otros para que continúen una lucha pero bajo nuevas formas.
 
Judas y Pedro
¿Cuáles serían esas nuevas formas que organizarían una guerra y cuáles serían las antiguas? Tres formas de modernidad: la modernidad dialéctica que se plantea en el contexto de la economía de la necesidad. En ese contexto lo que se plantea es una política heroica de la confrontación, patética, una política de la negatividad dialéctica. El héroe literario de la negativadad dialéctica es Hamlet, ser o no ser. Una política heroica de la ruptura, podríamos decir. Frente a esto existiría otra forma de pensar la modernidad, la modernidad acefálica, que se inscribe en el contexto de una economía del deseo y plantea, por lo tanto, una política de la transgresión: que se sostiene en el límite y en relación con él organiza su juego. Y finalmente, la modernidad apática: una política del cansancio donde el enfrentamiento no se suspende, meramente, como en el caso anterior, sino que directamente se lo ignora. La negatividad no es dialéctica ni transgresora: es una negatividad sin ley y sin resto. No hay posibilidad de conversión de ese enfrentamiento en un resto estatalizable. El héroe de la modernidad apática es Bartleby, aquel que “preferiría no hacerlo”. Bartleby suspende la dialéctica y la transgresión: la posibilidad de no ser, es más, el poder de no ser.
 
Derecho a la fatiga
En el curso de 1977/1978 que dicta Roland Barthes en el Collège de France, Lo neutro, leemos una reivindicación de ese tercer término, en particular alrededor de las identidades sexuales (la androginia), pero que en todo caso va mucho más allá de eso y a Roland Barthes le permite argumentar en términos de salir de la confrontación. Desde su punto de vista, lo que se impone es “la suspensión de los órdenes, las leyes, los mandatos, las arrogancias y los terrorismos”. Siguiendo la posición de Blanchot, se trata de la reivindicación del derecho a la fatiga, del derecho a no responder, del derecho al silencio. No tomar el cielo, sino hacer el cielo.
 
Vicki
En la “Carta a Vicki”, de octubre de 1976, Walsh escribe:
“No podré despedirme. Vos sabés bien por qué. Nosotros morimos perseguidos en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria; ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía”.
En la “Carta a mis amigos” leemos que la muerte de Vicki “fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella”. Todas esas frases son impresionantes independientemente consideradas, pero mucho más si las consideramos en conjunto. Podría interpretarse la carta como un testamento, un legado a quienes van a sobrevivirlo; es decir: Walsh ha hecho el ejercicio (típicamente estoico) de ponerse en el lugar del que va a morir.
 
Pasaje
Walsh, que se identifica con la hija que ha muerto y considera haber renacido de la muerte de la hija y que envidia esa muerte, lo que está diciendo es estar entregándose a un proceso de autoaniquilación del yo (no de la persona, sino de la subjetividad). La vieja forma sería el horror de una política del heroísmo, y la “Carta”, la marca del pasaje a esta nueva forma, una forma ascética.
 
Revolución
Por supuesto, la idea estaba también en la obra de John Cage (a quien por muchas razones, Walsh no podía estar citando), que escribió en 1974:
“La revolución sigue siendo lo que nos preocupa. Pero en lugar de planearla, o de dejar de hacer lo que estamos haciendo para llevarla a cabo, podría ser que estuviéramos en ella todo el tiempo”.
 
Acuse recibo
En contra del sentido común (de izquierda o de derecha), lo más importante de la carta es esa Petitio: un pedido, o un mandato, o un legado. El mandato es: continúen la lucha bajo nuevas formas. O bien: abandonen la dialéctica, abandonen el pathos, recuperen otra línea de modernidad y negatividad. ¿Cómo sería una revolución no dialéctica, sino ascética? El día que podamos contestar esa pregunta, ese día, sí, podremos decir que toda la “Carta de un escritor a la Junta Miliar” firmada por Rodolfo Walsh ha llegado a su destino.
 
Sobre Operación Masacre
“Es que vos” me dijeron una vez los chicos del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, “hacés una lectura posmoderna de Rodolfo Walsh.” Que me dijeran eso a mí, que he escrito menos páginas sobre Borges que sobre Rodolfo Walsh (lo que significa que mi cabeza ha estado, durante más tiempo, ocupada por éste y no por aquél) me resultó injusto. Como se trataba de una discusión de pasillo, nada serio, contesté la chicana con otra: “Uno hace lo que puede. Yo, por lo menos, hago una lectura”. Si me detengo en este pormenor autobiográfico no es por vanidad, sino porque me parece necesario aclarar el esfuerzo que significa para nosotros leer a Rodolfo Walsh (de este o aquel modo, eso no importa tanto) como un “autor canónico” de nuestras letras. Parece mentira, pero todavía seguimos preguntándonos, por ejemplo, en qué sentido Operación Masacre es singular en el contexto de la literatura argentina, como si no nos bastara constatar que es precisamente el eterno retorno de esa pregunta lo que constituye la razón de existencia de un texto que se resiste a darnos una versión tranquilizadora sobre sí, sobre la literatura, sobre nosotros mismos. El modo en que se resiste a toda clasificación (es decir, a toda normalización) es lo más característico de Operación Masacre y de quienes insistimos en su participación respecto de las grandes líneas de debate que atraviesan la literatura contemporánea. Leer Operación Masacre como literatura es violentar las ideas que hemos heredado de la antigua cultura burguesa (y que la prensa cotidiana reproduce todavía hoy con un cinismo apabullante) sobre el ejercicio con pretensiones artísticas de la escritura.
En nuestra perspectiva, Operación Masacre representa ese momento en que lo literario se vuelve en su contra, incluyendo lo que al mismo tiempo excluye. Dicho de otro modo: demuestra, como pocos otros textos, que la literatura sobrevive solamente en un instante de peligro, es ese instante de peligro en el que todas las certezas se deshacen.
Walsh pone en el centro de su obra la imposibilidad (histórica, pero también lógica) de la novela. No hay novela. Y porque no hay novela es que esta obra existe y permanece como una piedra difícil de tallar. (…)
Walsh escribe Operación Masacre como un texto monumental. Ese texto es monumental por varias razones: por ejemplo, porque se anticipa en seis, ocho, diez años al non-fiction que tantos réditos daría a Truman Capote y a Norman Mailer. Es un monumento, también, porque habla de ese no lugar de la literatura, de la escritura como escándalo de la razón y de la ley.

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