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Que la inocencia te valga

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Debutó en televisión de chico, haciendo de grande. A los 13, formó la cooperativa de teatro con la que sigue creando. Y le llegó el turno del cine, donde demostró que no sólo sabe hacer reír. Así cuenta su historia un chico que creció actuando.

L lega apurado, casi corriendo. Pelo y barba alborotados y un físico al que parece faltarle un estirón. Tranquilamente podría ser uno de los clientes habituales del restaurante vegetariano donde hacemos la entrevista, pero es su primera vez. Lo deja en claro por cómo se sienta y mira todo con expresión de sorpresa, como un nene con chiche nuevo; por cómo juega con su estatuto de niño, igual que cuando hacia de teleniño en PNP o de adulto impostado en esa revolución televisiva que fue Magazine For Fai. Sin duda hay un tema con la edad de este muchacho que ya alcanzó los 21 años y que ha crecido actuando. “La diferencia de edades fue y es una constante”, comienza. Es el menor de tres hermanos que le llevan cerca de una década y también el más chico dentro de su grupo de teatro, en el que comenzó a los 13, con compañeros que lo duplicaban en años. “Ellos me explicaron cómo era la vida, contradiciendo a mis viejos. Y fue una de las mejores cosas que me pasaron.” Fue precoz para iniciarse en la actuación y también para patear el tablero.
El Grupo Sanguíneo –ese es su temperamental nombre– lo formaron a fines de los 90 cuatro alumnos de teatro de Nora Moseinco. Su debut fue con Capítulo xv, donde Martín encarnaba a un nene… haciendo de adulto. Fue el principio de una relación idílica con el escenario. “Le tengo mucho respeto al teatro, lo considero algo inalcanzable de entender. Además tiene la plenitud del momento, vivís ese instante donde funciona lo que hacés. En cambio el cine y la televisión son como un plazo fijo a futuro”, analiza en clave de metáfora bancaria. Siguiendo con los números, Martín explica que el grupo funciona como una cooperativa. Los actores y los asistentes tienen un puntaje que determina lo que cobra cada uno: al comienzo, el de los actores era más alto que el de los técnicos (“sin actores no hay obra, en cambio sin un técnico la hacés igual”), aunque ahora todos tienen el mismo puntaje y la plata se reparte en igual proporción. De todas formas a Martín no le importa cobrar en dinero cuando se trata de las tablas. “Nunca hice teatro para ganar plata. Lo poco que nos queda después de hacer una obra lo reinvertimos en otro proyecto.” Y va más allá todavía. “Cuando la gente se ríe con algo que yo hago, siento que me están dando de comer. Ésa es mi paga.”
 
Familia rodante
La familia y sus circunstancias son un tema recurrente en las obras del Grupo Sanguíneo. En Afuera, la puesta que siguió a Capítulo xv, se plantearon interpretar los conflictos familiares de cada uno de los integrantes del grupo. Su personaje se llamaba Adrián, como su padre. “No le tengo miedo a la exposición de mi historia si está transformada en arte”, reconoce. Y otra vez pisa el acelerador. “Es más, me cuesta interpretar personajes que no tengan que ver conmigo.”
Después llegó Kuala Lumpur, donde el grupo de teatro se empezó a ver a sí mismo como una familia. La pieza, narrada en clave E! True Hollywood Story, marca el inicio, apogeo y ocaso de un grupo under teatral con sofisticados contactos en la capital de Malasia. Por aquel entonces Martín se puso de novio, y recuerda con extrañeza el momento de la presentación formal a sus compañeros de teatro. “Mi familia ya la había conocido y faltaban ellos. Fue rarísimo: mi novia tenía que pasar esa prueba.”
 
Efectos colaterales
El under no fue inmune a los efectos colaterales de Cromañón. Salas cerradas, extensas listas de requisitos de seguridad, e inspecciones a diario que, con el correr de los meses, se fueron haciendo más esporádicas. “En ese momento no lo sentí como algo cercano, pero después caí en lo que fue la masacre”, admite Martín. “En los teatros, al principio hubo muchos problemas, pero después todo se normalizó. No porque hubiera mejorado la situación de las salas o se hubiese creado cierta conciencia, sino porque se dejaron de respetar las exigencias de nuevo. Hay salas para 40 personas en las que ni en pedo hay 40, pero tampoco hay 200 como pasaba antes, porque ningún dueño de ningún lugar quiere pagar las consecuencias de otro Cromañón.”
Quizás otro efecto colateral que produjo esa falta de espacios teatrales fue su trabajo en la tira Campeones y en la versión local de Amas de casa desesperadas. ¿Cómo ven esos ojos inocentes, siempre sorprendidos, ese tipo de producciones? “Me da mucha lástima la televisión, ver que hay una cantidad de plata impresionante y cómo se desaprovechan los recursos. También me da mucha pena lo de Ciudad Abierta, saber que hay gente que está haciendo cosas buenísimas para evitar que el canal cierre y otra gente que ya labura sin ganas porque sabe que se le termina el contrato a fin de año.” Sin embargo, algo rescata de su experiencia en la tele: pudo irse a vivir solo después de años de intentos.
La novedad para Martín es el cine. En los últimos dos años actuó en ¡cuatro! películas desde su debut en Sofá cama, donde interpreta a un adolescente que ataja mal en los picados y lo único que quiere es encamarse con la Callejón. El cine le permitió sacarse el lastre de actor-que-interpreta-freaks. “Siempre había hecho esos papeles, por eso me sorprendió cuando me llamaron para hacer otras cosas. Ulises (Rosell) me vio en Afuera, mi papel más ‘Tenembaum’, y me convocó para Sofá cama. Él tiene mucho que ver con el cambio”, recuerda agradecido. A ese film le siguió Cara de queso, de Ariel Winograd, en donde cuatro chicos judíos pasan unos días de vacaciones en un country de la colectividad (infancia común entre el director y el actor), y xxy, su primera –y memorable- incursión en el drama. Ahí interpreta a Álvaro, un adolescente que se enamora de Alex, el personaje intersexual que compone Inés Efrón. El film y su sorpresivo éxito, le dieron la oportunidad de mostrar otros matices a un público que sólo lo conocía en su rol más histriónico.
El humor es para Martín su carta de presentación, su arma predilecta de seducción y su mejor recurso para lograr brillo. “A veces me tengo que frenar para no hacer chistes”. Pero como todo Casanova, su imposible es complacerse a sí mismo. Cuenta que se pone muy nervioso antes de las funciones. “Cuando estoy por estrenar una obra me siento como el tipo que está por robar un banco y se pregunta ‘¿qué hago acá…?’ Es el momento en que pienso: ‘dedicate a otra cosa.’”
Sobre el final de la charla habla de sus referentes: Salinger, Carver y Copi (“lo veo y digo ‘¡eso es lo que quiero!’”). Me dice que se reconoce como parte de una nueva generación de actores, pero que no se hace cargo de las expectativas que el recambio genera. “Simplemente hacemos aquello en lo que creemos”. Y me revela algunas claves de esa fe: experimentar y conectarse con esa sensibilidad que aún le mantiene intacta la inocencia.

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