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A moverlo: bailar Twerking
Es un baile y un estilo de vida. Propone sacudir la cola y la cadera. Rompe prejuicios sobre los cuerpos, y los empodera. Cómo es la movida. FLORENCIA PAZ LANDEIRA
Sacudirlo, menearlo, revolearlo. Abrir las gambas, flexionar las rodillas y mover el culo al ritmo de la música. Expandir las caderas y hacer vibrar todo el cuerpo desde la pelvis. De a una, de a varias o en manada. Culos fibrosos, carnosos, con o sin pelos, poceados, chivados, pálidos o morenos, pero todos los culos al aire, orgullosos y a puro ritmo. “Bancate la bombacheada”, dicen las F.L.O.W Altas Wachas, pioneras del género twerking en Argentina. Y eso significa despojarse de las calzas apretadas que tapan, de los estereotipos sobre la belleza, de los juicios sobre tu propio cuerpo y de los mandatos de femeneidad. Es liberarse para bailar con garra.
“Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”. Esta frase transformada en consigna y que resuena tan contemporánea tiene su origen en los escritos de Emma Goldman, una pensadora y activista clave del feminismo y el anarquismo de principios de siglo XX, nacida en la actual Lituania. Cien años después y de este lado del Atlántico, su propuesta es un nodo central de la llamada “cuarta ola”: el placer y el deseo son categorías políticas claves del feminismo de las pibas. Tienen claro que, como dijera Goldman, la liberación y la emancipación no demandan la negación de la vida y del goce. Algo de eso se trama en el twerking, un estilo de danza y musical que tiene como protagonistas a los movimientos de cadera y de pelvis.
Mailén Cisneros es bailarina, profesora y performer, integrante de F.L.O.W. Altas Wachas Crew y directora de FAW Escuela, de las primeras escuelas de twerking en Argentina. Para ella, el twerking es un baile social: “Este estilo se centra en los movimientos de la cola y la cadera, sobre todo la parte muscular. Las carnes de la zona baja del cuerpo. Desde los muslos, piernas, hasta lo glúteos. Si bien el proceso es muy personal, el resultado mejor logrado es cuando una puede compartirlo con otres. Se comparte la liberación, del cuerpo, de los parámetros impuestos desde la moda y estereotipos muy viejos”. Lucía Apogliessi es bailarina de twerk y una de las alumnas en la FAW. Para ella este estilo es liberador porque rompe tabúes y prejuicios: “El culo siempre fue un tabú, como en general el cuerpo de la mujer cuando decide mostrarlo por su cuenta. Es indebido, se la tilda de trola. Sin embargo, el cuerpo de las mujeres todo el tiempo es utilizado para el mercado. Acá somos nosotras diciendo con mi cuerpo hago lo que quiero, no soy un negocio y lo muestro y lo muevo como quiero”.
Queda claro: el culo es político. “Se acuerdan de Elvis cuando movió la pelvis…”, cantaba Serú Girán en referencia al parteaguas del rock y a sus movimientos icónicos. Tal escándalo causó que hasta el FBI se involucró en el asunto. Afirmaron que su baile era como “un striptease con ropa” y una “auto-gratificación sexual en el escenario”. Poco tiempo se necesitó para que fuera incorporado a la industria musical y lo elevaran al estatus de “Rey del Rock”. Pero claro, el rey masculino y blanco. Sin embargo, tanto los pasos de Elvis como el twerking del siglo XXI tienen su origen en estilos de baile urbanos surgidos entre los grupos afroamericanos de barrios marginados estadounidenses. Y en el caso del twerking, bastante lejos del estereotipo masculino que encarnó Presley. Su origen se inscribe en la cultura bounce de Nueva Orleans en la década del ’90. Y sus protagonistas fueron y continúan siendo mujeres y personas lgtb.
Desde la antropología y la historia, investigadoras como Karina Felitti y Silvia Citro afirman que fenómenos como el twerking no pueden ser asociados de forma simplista con formas de emancipación o sujeción. En todo caso, es más complejo. Porque se sitúa en un espacio simbólico de frontera que si bien puede parecer ligado a una cultura de consumo de cuerpos femeninos hipersexualizados, se posiciona desde la defensa de la autonomía, el autoplacer y la valoración de la diversidad corporal.
Es así que muchas bailarinas de twerk hablan desde la experiencia de “amigarse” con el propio cuerpo y la sexualidad, de sentirse más fuertes y de deconstruir mandatos morales que culpabilizan a las mujeres por las formas de violencia y acoso que las tienen como blanco. “A mí me modificó la concepción de mi propio cuerpo y la manera de desenvolverme tanto en mi intimidad como en lo público y en comunidad. Viví un proceso de aceptación y transformación. Fui generando un vínculo personal realmente propio, íntimo, con todo mi cuerpo. Y, por otro lado, esa necesidad de querer mostrarlo. Fue un proceso me llevó y todavía me lleva a cuestionarme qué es la expresión y la comunicación del género femenino dentro de una sociedad tan patriarcal”, reflexiona Mailén.
Lucía lo define así: “Es la felicidad de querer tu cuerpo. Siempre hice danza: clásico, tango, jazz. Pero son estilos que de alguna forma castigan y le exigen a tu cuerpo, sin aceptarlo tal como es. En cambio, en el caso del twerk la consigna es que cualquiera puede bailar, es una cuestión de actitud, más que una pauta física. En esta escuela siempre se fomenta querer a tu cuerpo como es, apropiarte de él, cuidarlo. Ahí salen cosas asombrosas. Hay pibas que nunca bailaron y trabajaron más desde el amor propio y la aceptación que desde el tecnicismo de la danza, y que bailan de una forma increíble. Sale directamente del espíritu”.
En las clases, en los escenarios o en los rings de competencia lo que aparece en el centro de la escena son mujeres expresándose como seres deseantes. Para colmo, como aclaran, no se trata de una invitación o una seducción dirigida a una audiencia masculina. Bailan para ellas mismas y para sus compañeras. Algo que escandaliza mucho más que la pelvis de Elvis. Para la bailarina de FAW, “lleva al empoderamiento directo de las mujeres, afianza la confianza de una misma, nos posiciona en un nuevo lugar con más poder, más confianza en las ideas, en las elecciones y en la expresión. Y el twerking no cosifica porque no está relacionado con una obligación de responder a los deseos del otro, sino que antes que nada responde a los deseos y necesidades de una misma. Pero no se queda entre cuatro paredes, sino que lo importante es transmitirlo”. Para ella, allí radica la principal diferencia con otros estilos, como las danzas árabes, en las que tradicionalmente las mujeres fueron vistas como generadoras de animación para los varones. De hecho, agrega Mailén, el twerking incluye a los varones, con los mismos movimientos y la misma necesidad de expresar esa aceptación corporal de cada quien en la sociedad.
Pero, ¿todo es sexo? Para Mailén, esto se trata de una mirada muy corta sobre lo corporal y lo sexual. “Al twerking se lo relaciona con el sexo, porque el movimiento principal pasa por la cola y la zona más asociada a lo sexual. Pero no es la única que tenemos. Es antiguo y conservador creer que porque estamos moviendo la parte baja del cuerpo estamos insinuando ganas de tener sexo o una idea relacionada a eso. Tampoco vamos a ser ingenuas de decir ‘no lo pienses’. El twerking nos enseña que no está mal el deseo sexual o la fantasía de otro por estar haciendo esos movimientos. Pero la propuesta es que aunque a vos te inspire para ese lado, no quiere decir que te estoy invitando a eso. Puede ser una fuente de inspiración, como también lo puede ser el arte, una película, una prenda de vestir, o una manera de caminar”.
Lucía coincide en que la carga sexual que socialmente se pone en el twerking tiene que ver con los tabúes. Ella cuando lo baila no lo percibe de ese modo: se siente sexy, dice, pero desde otro lugar. “Tiene que ver con la sensación de poder hacer cualquier cosa. Para bailar twerk tenés que creértela, tenés que entrar en un personaje que no es sumiso, aunque al principio sea jugando, y hace que después en la vida real te lo creas. A mí me cambió muchísimo mi expresión corporal, cómo me planto: te da mucha autoestima”.
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