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La banda que vuela: Susy Shock y la bandada de colibríes

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Acaban de editar su primer disco, Traviarca, pero vienen tocando, bailando y haciendo cantar desde hace tiempo. Mezclan ritmos saberes que viajan por el país llevando canciones sobre diversidad e identidad. El resultado es una sutileza que convierte a esta banda en el sonido de la época que viene. Por Claudia Acuña.
Su poesía es tan potente y su trans-identidad tan Grito Político Urgente, que este disco que acaba de ponernos Susy Shock en la mesa de la actualidad corre el riesgo de quedar en un plano que no merece. Hay que celebrar, entonces, que Traviarca esté ante todo y sobre todo. Y también analizar por qué al colocarlo en primerísimo lugar podemos apreciar todo lo que eso representa: si Traviarca significa, nada menos, que la banda sonora del desafío por venir, analizar ese sonido, entonces, puede darnos una pista sobre qué nos espera, pero también de lo inesperado.
Ha nacido una nueva etapa.
Celebremos.
Y también maduremos, porque al mismo tiempo nacieron nuevas batallas.

Sentidos de lo nuevo

Susy Shock concibió los sonidos de Traviarca junto a una bandada. Es decir, junto a un grupo que actúa de forma homogénea, pero no son necesariamente parte de la misma especie. Las une el trayecto, la búsqueda de horizontes, el proceso, el guiso cocinado en ese proceso y cada uno de sus ingredientes: primer sentido.
Eso significa, además, que Susy Shock se transformó en un nombre de fantasía en varios sentidos: identifica a una artista y, a la vez, a una forma de concebir el arte. Y esa forma es colectiva y autogestiva: segundo sentido.
Pero esta autogestión, a su vez, encarnada en una bandada significa, al mismo tiempo, una voz propia: tercer sentido, que tal vez sea el más complicado de explicar, porque implica esa delicada trama de producir algo entre muchas personas sin que ninguna de ellas pierda su propia identidad, sino, por el contrario, la potencie.
Y así como Traviarca confirma que Susy Shock cada día canta mejor, así también nos advierte que es cada vez más rica, si entendemos por riqueza la sabiduría. Ese saber que expresa Susy en Traviarca es puntada y es hilo. Borda así una delicada trama que dirige Caro Bonillo desde el piano, la guitarra y la voz, sin batuta y con mano amorosamente firme; y entrelaza los saberes de Sole Penelas (voz), Solana Biderman (contrabajo y voz) Horacio Vázquez (percusión) y Carla Morales Ríos (baile): La Bandada de Colibríes. Así logran lo que llega a tus oídos: los acordes del nuevo pop argentino, aquello que tradicionalmente llamamos folklore: cuarto sentido.
Desde esa trinchera nos advierten que estos son tiempos tormentosos y confusos, complejos, complicados. Y que en tiempos así el arte necesita raíces para poder volar: quinto sentido.
Así, también, nos anuncian el nacimiento de una nueva era de la música criolla y así también nos invitan a comprender que aunque esa era no nació ni hoy, ni con Susy Shock ni con Traviarca, encuentra en esta época, en esta artista y en este disco un punto de inflexión, algo así como una marca en el calendario de la Historia que conviene entonces registrar hoy, para disfrutar plenamente ser sus contemporáneos beneficiados. Nosotros somos el sexto sentido. Estamos ahí, formamos parte, creamos lo que hacía falta para que lo nuevo suceda: la oreja, invirtiendo el aporte del billete y la fortuna del aplauso, y todo lo que necesario y suficiente para que aquello que queremos, suceda.
Y ahí está.
Vivito y chayeando.
Con este shock, Susy nos invita a descifrar, además, qué representa la calidad que recorre toda la factura de Traviarca -desde la ejecución de cada instrumento hasta el arte del packaging- y también por qué ese perfecto Saber Hacer implica una posición ética y por eso mismo política, que potencia y completa ese ser trava-libre-autogestiva, porque finalmente se trata de ser mejor, y sostenerlo del dicho al hecho: séptimo sentido.

Los sonidos de Lohana

Zambas, condombe, milongas, coplas, huellas, chayas, chamamés, vidalas; cada una con sus condimentos y elementos que le dan sabor y textura -murgas, badoneones, cellos-; cada una con sus poéticas y con sus espadas apuntándonos:
“Me pegaste una etiqueta
Antes de saber quién soy
Cuando me pusiste nombre
Me condenaste a ser vos”.
Cada una con sus intenciones, homenajes y sensibilidad y todas juntas elevándonos la mirada hacia el cielo hasta abrazar a Lohana Berkins, nuestra Traviarca.
Ese es, entonces, el sentido final: recordarnos que todo límite es principio.
Y que donde hay Bolsonaro, hay Susy Shock.
De nosotres depende, como siempre, lo importante: qué escuchamos.

Manifiesto

Escucho ahora a Susy, en un alto del ensayo, advertirnos que estamos en una etapa clave. Nos recuerda entonces aquello que ya aprendimos y hoy tenemos la obligación de recordar. Y valorar: “La experiencia que nos dejó el 2001 y todo lo que vino después, desde entonces hasta hoy, nos tiene que servir para reconocer a la autogestión como forma de hacer y de crecer”.
Ese es nuestro piso y nuestro cielo.
Escucho, además, que define que este disco “ha sido gestado desde la belleza y la furia”, pero también desde el cuerpo, que literalmente colapsó en un estudio de grabación, con dos consecuencias que valora como lecciones: cuidar la energía y no apurarse. “Tengo tiempo”, sintetiza. Y en esa frase encierra la victoria que representa haber esquivado el destino que condena a toda trans. “Pienso en ese promedio de vida de mis compañeras y hermanas…¡y me siento en venganza! Entonces, en represalia de amor, seré viejita y les cantaré con mi voz envejecidita, pero con mi sueño joven”. Dirá también que lo que viene ahora, después de las convulsiones y el coma diabético, es “otro recomenzar, con cuidados nuevos y nuevos hábitos a sostener. Sanar y aceptar que para dar luz a veces hay que prenderse fuego”.
Escucho luego cómo ha tejido el recorrido del próximo desafío, que la llevará con toda la bandada a Europa y a escenarios que incluyen, por ejemplo, al Museo Reina Sofía, de España, donde el sábado 31 de octubre hará bramar su Traviarca, que la web del museo presenta así: “Quizá el concepto más apropiado para situar a este grupo musical sea el de canción de protesta en clave neo-tropical”.
Escucho, finalmente, cómo ese tiempo nuevo de esta renacida Susy Shock, en el cual se planta más profunda y menos apurada, la coloca en el escenario del teatro Margarita Xirgú –donde presentó formalmente Traviarca- ante una sala desbordada de afectos, alegría y ovaciones, para la cual recita el mismo manifiesto que leyó por primera vez ante unos pocos aunque entusiastas seguidores, allá por 2014 y en la ya mítica sala Giribone, desde donde se propuso y nos propuso -estrenando en nuestros oídos eso que ahora llamamos “lenguaje inclusivo”-, construir aquello que ahora sí vemos.
Escuchamos entonces a Susy Shock decirnos:
“Otro será el cantar…
Porque no pensamos sólo en la canción de hoy, sino que nos vamos proyectando en las que vienen, las que vamos construyendo entre todxs, mientras vamos deconstruyendo lo viejo que impone el mercado cada vez más supermercado.
Porque esa canción no desconoce lo infinito que nos ha traído hasta aquí, ningunx de esxs enormes faros desde donde nos reconocemos, pero esta canción es la canción de su propio tiempo y ese tiempo nos habla y nos exige nuevos diálogos con todos los temas y sus formas.
Hoy cantar contra la megaminería y contra toda forma de opresión del capitalismo es el compromiso al pensar en una posible canción desde la tierra desde este lado del mundo, pero no será suficiente si no le oponemos canto al mismo tiempo al patriarcado y a todas sus prácticas poderosamente arraigadas.
Es necesaria una canción inclusiva, entonces. Eso piden estos tiempos. Así como nos exigen también nuevas prácticas creativas y autogestivas desde donde hacer y ser cultura.
No olvidemos que el folklore, con sus artistas, también fue un recurso del Estado para fomentar los símbolos de una patria que necesitaba tener su propia identidad en medio del aluvión inmigratorio y sus nuevas informaciones culturales, para construir un imaginario de patria que todavía hoy tiene su relato, por ejemplo, en un ‘nacionalismo militarista y clerical’, en el campo como ‘proveedor natural’ de las riquezas del país y también en el machismo. Bailes y canciones le dan a lo femenino el lugar de la sumisa bonita que es ‘celebrada’ y, a la vez, algo tan caro como la misma Pachamama queda relegada al rol de madre, santa y proveedora, abonando el lugar que ocupa lo colectivo en el inconsciente colectivo.
Ponemos en práctica entonces este espacio amoroso de alegría y de diálogo.
Necesitamos una canción nueva.
Y necesitamos escenarios nuevos.
Y necesitamos festivales nuevos, con lógicas solidarias y profundas que abonen la posibilidad del encuentro con la poesía y con un nuevo público que tiene que ir naciendo junto con nosotres.
Por eso tenemos que encontrarnos, mezclarnos, informarnos de las novedades de un tiempo que en sí es diverso y plural.
Tenemos un compromiso que es letra y es pentagrama y es danza y es canto y es encuentro.
A eso les invitamos”.

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