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La mejor de las malas: Camila Sosa Villada
Ecritora y actriz de cine, teatro y tevé, se consagró con Las malas, una novela sobre una comunidad trava. Su historia y mirada sobre el feminismo, la intuición, los cuerpos y los deseos. ANABELLA ARRASCAETA
Tac. Trrac. Tac. Trrac. Camila Sosa Villada llega taconeando con la rodilla derecha que le duele después de haber salido a correr como parte de su “conducta saludable”. Hace cinco horas aterrizó en un hotel en la zona Congreso proveniente de Córdoba, donde se fue a vivir cuando cumplió los 18 años. Nació en 1982 en La Falda y vivió su adolescencia en Mina Clavero, un pueblo de cinco mil habitantes en un valle rodeado de montañas: “Te levantabas todos los días y veías una muralla de piedra gigante que separaba ese valle del mundo entero, de las ciudades, de Córdoba, de la universidad, de las cosas que una sabía que sucedían fuera”, recuerda.
Allí su papá le enseñó a leer y su mamá, a escribir. El primer libro que leyó, a los seis años, fue la biblia para niños; a los once años recuerda leer La casa de los espíritus, de la escritora chilena Isabel Allende. Después, empezó a escribir ella. “Mi primer acto oficial de travestismo fue escribir”, cuenta Juan Forn en el prólogo del último libro de Camila, que ella misma se lo dijo alguna vez. El segundo acto: salir a la calle vestida de mujer.
No hubo closet del que salir: “Era muy chica y me sentía así”. Camino al colegio se ponía rímel en las pestañas. A los quince años ya empezó a travestirse. “Un día van a venir a golpear esa puerta para avisarme que te encontraron muerta, tirada en una zanja”, cuenta en una charla TEDx que le dijo por entonces su papá. Con la mayoría de edad se fue del pueblo a estudiar Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba, y de ahí saltó a estudiar la licenciatura en teatro. Intentó buscar trabajo en call centers o bares como moza, pero el nombre de varón en su documento hacía que sus empleadores no la tomaran. Fue prostituta, vendedora ambulante y mucama por horas.
Hace diez años su mamá y papá le hicieron una promesa a la Difunta Correa para que Camila dejara de prostituirse, y tres meses después estrenó su primer espectáculo unipersonal Carnes tolendas. En ese momento, cuenta, dejó también de consumir cocaína.
Un año después protagonizó la película Mía por la que recibió el premio Premio Maguey, y en 2012 protagonizó la serie televisiva La viuda de Rafael. Más tarde haría teatro con El bello indiferente (2014), Despierta, corazón dormido/Frida (2015), Putx madre (2016) y El cabaret de la Difunta Correa (2017). Hace dos años sumó a su carrera otra serie: La chica que limpia.
En la época en que pasaba las noches en la zona roja del Parque Sarmiento escribía un blog llamado La novia de Sandro; así se llama su usuario de twitter al día de hoy y así se llamó también su primer libro de poemas editado en 2015. Tres años después publicó el ensayo autobiográfico El viaje inútil. Cuando empezó a ser reconocida como actriz Camila borró su blog, pero un fan lo había copiado y tiempo después se lo mandó por mail. De esos relatos salió este año su último libro, Las Malas (editorial Tusquets), donde relata esas noches en Parque Sarmiento a donde llegó para espiar a las travestis y terminó encontrando un lugar de pertenencia. “La complicidad de huérfanas”, define Camila con la alquimia personal que mezcla ficción, magia y biografía.
Las Malas la consagró como escritora y la fila que espera para escucharla en el ciclo Cotorras en MU Trinchera Boutique va de punta a punta de la calle Riobamba entre Perón y Mitre. Camila llegó para la última fecha del ciclo y de la producción la fueron a esperar al aeropuerto “dos maricas que se tomaron el colectivo”. Lo cuenta encantada en contraposición a eventos masivos donde, a pesar del presupuesto destinado a logística, se siente sola. “A mí me quedó un miedo, un residuo en realidad, de que andar sola era peligroso”.
¿Cómo te llevas con la soledad hoy?
Debo admitir que soy muy solitaria. Voy a decir todo lo que no está bien decir: me da la sensación de que no tengo ese espíritu de colectividad que pueden a llegar a tener otras compañeras. Siempre he hecho las cosas sola y, además, en Córdoba es muy diferente. Ahora estoy haciendo una obra en la que estoy dirigiendo a siete personas y es un bardo. Un poco osca, un poco ermitaña, a mí me gusta estar sola y creo que estoy en mejores condiciones que antes. Está un poco sobrevalorada la cosa masiva: yo prefiero un tipo de soledad ética. Recién a los 37 años me compré un lavarropas: no soy una mina que consuma, no tiro basura a la calle, soy consciente de lo que como, de cuánta agua gasto, y prefiero una soledad así que una gran colectiva, que sigue siendo igual que el mundo entero.
En el escribir hay también algo de soledad, ¿o se puede pensar la escritura de otra forma?
Es algo práctico: tenés que estar sola porque si no te distraés. Es necesaria la soledad para escribir, más allá de que después los libros sean grandes compañías. A Las Malas la parí atravesando una separación muy triste, sorpresiva, y el libro estuvo todo el año conmigo: esos personajes, esa historia. Fue una especie de compañía que me hice a mí misma.
Las Malas sin embargo cuenta la historia de una comunidad, de una trama colectiva.
Así como te hablo de la soledad, también te digo que he podido muchísimas cosas porque he tenido buenas amigas, he sabido juntarme con gente que me ha cuidado, que me ha dado de comer; cuando me hicieron daño han estado conmigo en el hospital, en mi casa, donde sea. Incluso mi familia, estando muy lejos, y con todas las diferencias que podíamos llegar a tener, supo acompañarme mucho. Es el amor, estamos solos en el amor. Por más que sea con gente, siempre estamos solos.
El cuerpo es algo que también está muy presente en el libro, ¿tu vínculo con la soledad te permitió otra relación con tu propio cuerpo?
Comenzar a ganar dinero me permitió desenvolverme de una manera distinta a que si yo tuviera todo el tiempo que estar interactuando con personas para sobrevivir, para hacer dinero, para trabajar. No es que gane fortuna: me alcanza para pagarme una entrada al cine, para vivir bien, sin lujos, sin excesos, pero bien.
¿Qué significa hoy vivir bien?
Creo que es no quedarse con el pan de nadie, no quedarse con un alimento que le corresponde a otra persona, ser generosa. Vivir bien es estar tranquila en mi casa. Como lo que me gusta, me levanto, escribo, escucho radio, salgo a trotar, salgo a andar en bicicleta: hago cosas que me dan muchísimo placer y son de bienestar. Yo entiendo que hacer deporte es vital y eso me estructura el día de una manera que a mí me hace muy bien. Respiro, me hidrato, esas cosas que a las travas todavía no se les permite del todo: pensar en el dinero y pensar en la salud, en tener una conducta saludable. Cuando hice Carnes tolendas en 2009 dejé de drogarme y fue una especie de señuelo, de saber que por ahí había algo, de que tenía que ir por ese lado. Y un montón de cosas se me organizaron sobre ese pensamiento sobre mi salud.
¿Sos metódica?
Mucho. Muy disciplinada.
¿Y para escribir?
No sé si exista la disciplina en ese sentido. Yo escribo todos los días, inmediatamente cuando tengo el deseo lo hago, sobre todo cuando me enamoro de lo que estoy escribiendo, como los amantes: tú tienes ganas de estar con ellos cuando te gustan.
Lo físico también está muy presente en tu libro
Cuando yo era pendeja tenían mil maneras de vivir un amor: se podía ir al cine, ir de fin de semana a las sierras, juntarse a comer al mediodía, salir al mundo. Con las travas los tipos tenían todos esos pruritos de que no nos podían ver, de que no podían admitir que le gustábamos, entonces todo se dilucidaba en un campo que era puramente sexual. Mis viejos hicieron una promesa para que yo dejara de prostituirme y a los tres meses estrené Carnes tolendas, y cuando fui a la Difunta Correa vi a toda esa gente que iba a pagar la promesa que habían hecho con su cuerpo: llegaban de rodillas, arrastrándose, arrastrándose de espaldas. Yo decía: ellos están pagando con lo único que tienen. Y es con lo único que nosotras podíamos pagar absolutamente todo hace diez, cinco años. No contábamos con otra manera de poder pagar el precio de vivir en una cultura como ésta. La única manera era con el cuerpo. Creo que me ha pasado todo por ahí.
¿Qué significa poner el cuerpo?
Me acuerdo como nos vestíamos nosotras en los ‘90, a principio de los 2000, y yo decía: esto es poner el cuerpo realmente. Ser travesti y salir así desnuda a la calle, tomarte un colectivo para irte a la zona roja, tomarte otro colectivo para volver luego de toda la noche: eso es poner el cuerpo. Lo que sucede es que también hay mucha pacatería desde el progresismo y desde el fascismo alrededor del cuerpo.
¿Y cómo salimos de esa pacatería?
Creo que haciendo lo que estamos haciendo: viviendo nuestros cuerpos como más nos gustan, la discreción para vestirnos, para nuestro peso, para nuestro color de pelo, para nuestro maquillaje. La única manera es es pensarse constantemente. Las personas que estamos interesadas en otra forma de amar, en otra forma de vivir, estamos pensándonos constantemente en forma relacional.
Sostenés que el movimiento trans – travesti le da hondura al feminismo, ¿por qué?
Primero porque pone en jaque lo que es ser mujer, pone una cuña que no permite cerrar una puerta como antes, entonces las personas tienen que empezar a preguntarse: qué es mujer, qué es varón, qué es heterosexual, qué es sexualidad, qué es identidad, incluso. Son cosas que no puede dejar de preguntarse el feminismo. Luego porque traemos una perspectiva que es la perspectiva del margen, la perspectiva de estar del otro lado de la vidriera mirando hacia adentro de un lugar en el que hay un cristal. Somos grandes observadoras: eso transforma al feminismo por el solo hecho de que es una mirada que viene a contaminar.
¿Qué preguntas creés que se está haciendo esta época?
La igualdad es una de las cosas que nos estamos preguntando desde diferentes lugares. Lo que pasa en Chile, en Barcelona, en Ecuador, lo que pasa en Argentina también tiene que ver con una especie de descontento, de decir: estas cosas no están bien. Esa me parece una de las cosas que nos preguntamos. Luego, el deseo. Estamos constantemente preguntando qué estamos deseando y qué no por más de que los deseos están conducidos, inventados; nos estamos preguntando contantemente sobre ellos. Nos estamos preguntando por la belleza. Estamos haciendo bien las cosas. Nos preguntamos sobre las infancias, sobre les niñes. Me parece que la pregunta más grande que tiene la humanidad ahora es sobre el medioambiente, sobre las maneras que se extrae la vida de la tierra para hacer dinero.
El extractivismo de la tierra y de los cuerpos.
Y de las personas. El neoliberalismo está haciendo que vos no te puedas encontrar con tus amigas porque estás agotada. El hecho de que vos no puedas irte un martes a la noche con tus amigas a tomar una cerveza porque estás agotadísima de trabajar quiere decir que hay algo que está sucediendo sobre los cuerpos. Porque además ellos saben que podemos mucho más, que podemos resistir y hacer y dar mucho más de lo que estamos dando. Está bueno que nos preguntemos nosotras porque ellos ya se han preguntado, y se han respondido. Nosotras estamos en el momento de la pregunta, que es el más lindo.
¿Cómo pensamos otro horizonte para niñes, para el futuro?
Los niños siempre se han preguntado lo mismo. Yo me recuerdo de niña en una familia muy violenta, mi padre era un tipo con problemas con el alcohol, con la violencia. Recuerdo la sabiduría de tener 10 años y decirle a mi madre: “vete, vámonos a vivir a Mendoza”. Nadie le podía decir eso a mí mama: se lo decía yo. Creo que los niños se hacen esas preguntas y están atentos al mundo, se vinculan a través del cuerpo con las cosas. El tema somos siempre nosotros, los grandes, los adultos. De todas maneras, me parece que ahora hay gente dispuesta a escucharlos.
Vos reivindicás mucho la intuición travesti.
La intuición travesti está ejercitada como un músculo. La intuición y el miedo, que son dos cosas que van de la mano. Cualquier persona cis heterosexual entiende que sentir miedo es algo que está mal. Yo creo que gracias a haber sentido miedo he zafado siempre de cosas muy horribles, de cosas que me podrían haber hecho mucho daño. Había juntado $400 para ponerme silicona, estaba esperando con una amiga, las dos sentadas en el departamento de la traba que era la que hacia las inyecciones, y vi salir a una chica muy adolorida del cuarto. Sentí terror. Dije: “yo de acá me voy” y me fui prácticamente corriendo con mis $400 enrolladitos en el corpiño, porque sentí miedo y porque le di bola a eso. Me ha pasado muchas veces, con muchas cosas. En mi caso creo que el miedo y la intuición están entrenados, que de ninguna manera me paralizan. He sentido miedo y he atacado. En ese sentido reivindico hacerse caso a una misma.
El otro método que describís es que cuando todos dicen algo, vos hacés lo contrario.
Yo hago la contra siempre. Es hasta ontológico. Siempre ha sido así. Mi mamá y mi papá decían que no hacía caso en nada: a San Martín lo pintaba de amarillo, a los árboles y a las frutas de cualquier color… y los castigos físicos nunca me hicieron nada. Nunca obedecí a nada de lo que me dijeron.
¿La desobediencia también se entrena?
Totalmente. Entonces, debemos entrenar la desobediencia, entrenar nuestra relación con el miedo y entrenar nuestra intuición. No alcanza lo colectivo. Me da la sensación de que el trabajo que tenemos que hacer sigue siendo para nosotras. Hay que hacer un trabajo sobre nuestra intuición, sobre nuestra incomodidad, decir: “si esto me está molestando entonces no me tengo que quedar acá”. ¿Pero cómo haces para decirles a las personas? ¿Vas una por una diciéndoselo? Una por una. Es así, esa es la forma. Las consecuencias de esos encuentros no son cosas que se vean inmediatamente. Tenemos que crear otras formas de organizarnos, de encontrarnos, de organizar cultura.
En este camino de construirte, ¿qué tuviste que destruir de vos misma?
Soy hija de una generación que no tenía posibilidad de reflexionar sobre el cuerpo: las travas teníamos que ser unas bombas. Era la única manera que podías llegar a sobrevivir: suscitar deseo en el otro te mantenía a salvo. Y el mismo que te deseaba era el que te robaba el dinero que te había pagado o el dinero que te habían pagado el resto, o el que te golpeaba, o el mismo que te desconocía en la calle. Entonces yo durante muchos años me perseguí a mí misma con ojos de macho: así soy gustable, así me desean, así no me desean. Eso fue una construcción, y después de eso me tuve que olvidar. Luego las cosas que tuve que dejar en el camino: todos los rastros de masculinidad, de virilidad, los pelos, la barba, a los rasgos que yo consideraba que no debían ser visibles les volví a prestar atención. Destruí y volví a construir. O construí y luego destruí. Voy y vengo. Ahorita estoy disfrutando, esta es la verdad, de poder cagarme en todo. El año pasado cuando estaba escribiendo Las Malas me di cuenta que no tenían nada para darme, no necesito nada de ellos. Eso que estoy destruyendo ahorita lo vivo con mucho gusto, con mucha alegría. No me interesa nada, no me interesan sus miradas, he llegado a un punto que estoy bien conmigo misma. Y creo que la construcción más interesante ha sido la de la lectura: me cuesta mucho leer cosas que no sean de ficción. Entonces me empecé a construir a través de la lectura. Recuerdo ser muy pequeña tener once años y leer La casa de los espíritus de Isabel Allende y había un personaje que era una prostituta que le decía al patrón: ‘présteme $50’. Él preguntaba: ‘¿para qué los quieres?’. Y ella decía: ‘para hacerme la permanente, para comprarme una cartera e irme a la Capital que quiero ser rica y famosa’. A los diez años se la encuentra y ella ya tiene su local Y es la prostituta más importante del cabaret, se lo encuentra a los otros 10 años, y ya ha hecho otra cosa. Si yo pienso en lo que he hecho también ha sido más o menos lo mismo: dejar un pueblo, irme a la Capital, hacerme la permanente, embellecer de alguna manera una imagen que una tiene de una misma.
¿Cómo es la relación con tu familia hoy?
Nos llevamos muy bien. Yo creo que he hecho un buen trabajo pariéndolos, un buen trabajo educándolos, y ahora solo me dedico a quererlos. Hace poco mi padre y mi madre estaban en una reunión familiar comiendo un asado y un primo de mi mamá empezó a hacer chistes transfóbicos. Y mi mamá le dijo: ‘yo con vos no me siento más en una mesa nunca más en mi vida’. Y vio que a mi papá, que tuvo un infarto hace unos años, le temblaban las manos, entonces le dice ‘vamos’. Se levantan, salen, y mi viejo no se aguanta, vuelve y le dice: ‘donde te cruce, te voy a cagar a trompadas’. Mirá que fuerte. Ellos se empiezan a preguntar cosas, y eso es porque tienen una hija trava. Yo tengo otra teoría: que las travestis nacemos donde nos llaman. Que somos el resultado de un plan familiar. De un plan de las mujeres de las familias. Nos hacen. Ellas nos hacen por algo. Lo que sucede es que luego no se bancan vernos, tenernos cerca, pero creo que venimos porque nos pide una familia.
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