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La paz armada: MU en Bolivia
Causas y consecuencias del golpe de Estado en Bolivia. Lo que dicen funcionarios, dirigentes y militantes. El relato de familiares de las víctimas de la masacre de Senkata. El rol militar y el fundador de una organización parapolicial. Las miradas y propuestas de una inédita experiencia de encuentro y organización: el Parlamento de las Mujeres. FRANCO CIANCAGLINI
Don Luciano es bajito y apenas alcanza a leer el cartel pegado arriba de la puerta de la parroquia 26 de julio. Lapicera en mano, achina los ojos y anota el número de la Defensoría del Pueblo de La Paz. “Es que no tengo abogado”, confiesa tímido, mientras cuenta el por qué: su hijo Edgar, 29 años, está detenido en la cárcel de San Pedro, junto a cientos de personas acusadas de querer entrar a la planta de YPFB en Senkata. Es un barrio de El Alto, esa periferia gigantesca que no está junto a La Paz sino arriba, a 4.000 metros de altura.
Semanas después de la represión, aún están los agujeros de bala estampados sobre las paredes de cemento; son anchos y profundos, lo cual lleva a descartar que se trate de calibres comunes. Los comerciantes los muestran con desesperación y relatan las horas de terror de aquel 18 de noviembre cuando el Ejército boliviano mató a 10 personas, hirió al menos a 42 y detuvo a cientos, como a Edgar.
Don Luciano cuenta: “Hay una señora que tiene a sus tres hijos detenidos. Los han torturado, a mi hijo no tanto”. Informa que la mayoría de los detenidos están acusados de al menos 5 delitos, entre ellos el de terrorismo. Y sentencia: “No hay justicia. La gente se ha olvidado de nosotros: lo único que podemos hacer es llorar”.
Es cierto: un domingo a las 9 de la mañana en la parroquia de Senkata todos lloran. Son familiares de detenidos o de asesinados durante la represión; también están presentes heridos como el joven Emanuel, con una bala incrustada en el abdomen: “Estaba pasando y empezaron a disparar como locos; a nadie en particular. Empecé a correr y me llegó la bala. Pensé que era una piedra”. Emanuel cayó al piso y lo llevaron hasta el hospital. “No me sacaron la bala porque no había equipos para hacerlo”. El doctor le dijo que podría vivir con la el proyectil en su cuerpo, pero su mamá sospecha. Ninguna causa investiga de dónde vino ese disparo.
Emanuel, Don Luciano y decenas de familias están aquí reunidas para buscar justicia. Y tal vez buscan también estar juntas.
Ninguna de estas personas tiene abogado, y se respaldan en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de El Alto para intentar entablar diálogo con las autoridades. Todos son pobres. Y todas sus historias son parecidas, acaso las más tremendas de una Bolivia que llora y resiste.
Senkata es el símbolo de un terremoto boliviano: el golpe de Estado. La historia breve: Evo Morales se consagró ganador en las elecciones del 20 de octubre, con un escrutinio poco claro, en el mejor de los casos. Encontró rechazo interno y externo, y fisuras o decepciones que venían germinando en su propio espacio político después de 13 años en el poder. Comenzó un tembladeral político, y recibió presiones (o “sugerencias”) militares de salir de escena para evitar violencias, cosa que hizo con prontitud rumbo a México. La derecha más irrepresentativa capturó entonces el gobierno a través de Jeanine Áñez. Pero hubo diferentes signos vitales en la sociedad boliviana que impidieron cristalizar ese gobierno ilegítimo, que se terminó viendo obligado a convocar a elecciones previstas para marzo de 2020.
Esta es una recorrida por algunos de los pedazos de ese rompecabezas boliviano.
La masacre de Senkata
Senkata es el mayor símbolo del protagonismo militar en el actual gobierno; del uso sangriento de la fuerza estatal; y del silencio mediático nacional e internacional para ignorar lo que los alteños no dudan en calificar como una masacre.
El martes 18 de noviembre miles de personas bloquearon el puente de Senkata. Es un punto clave para la circulación y para la distribución de gas de la YPFB hacia La Paz. Hay distintas hipótesis sobre el sentido del bloqueo (desabastecer a la capital, tomar la planta de YPFB) pero la que reúne a todas es la bronca y la desesperación: hacía semanas estaban escaseando el gas en el sur, y la carne en varios barrios aledaños; el comercio, principal recurso de la zona, estaba paralizado y no había respuesta del gobierno de facto. Senkata es una de las zonas más pobres de El Alto.
La mecha estaba encendida, y se habla de sectores que organizaron sospechosamente el derribo de un muro de entrada al yacimiento estatal, principal excusa para la represión militar pasado el mediodía. Los detenidos fueron procesados bajo la figura de terrorismo.
La otra hipótesis deslizada por el gobierno y los medios es que los muertos fueron producto de un enfrentamiento civil. Falso: las denuncias de las familias fueron respaldadas por el experto en armamento y seguridad Samuel Montaño, quien analizó las fotos de aquel día y aseguró que el Ejército atacó con municiones de guerra: AK 47, FAL, subfusiles 9mm, M-16 y fusiles Galil.
En la parroquia, los familiares tienen fotos de los caídos, autopsias, y sus historias. “Ese día almorzamos juntos, con mi familia, y él salió a la una de la tarde”, cuenta Gloria sobre su hermano Antonio Roland Quispe, 24 años. “No sabíamos que había manifestaciones: las noticias no contaban nada”. Primer punto en común: muchos de los fallecidos y heridos no formaban parte del bloqueo. Y ni la tevé ni la radio informaban lo que sucedía. “Lo que nos cuentan quienes lo vieron es que él se puso ayudar a los heridos al pasar por allí. Y entonces le llegó la bala a la cabeza: ha muerto inmediatamente”.
Alison Abigail cuenta la historia similar de su esposo Calixto Huanaco, 32 años: “Ha ido a comprar para darnos de comer a mí y a mis hijos porque ya no teníamos dinero. Nosotros pagamos alquiler: 500 bolivianos, más luz agua, 800 al mes” (unos 8 mil argentinos). Calixto salió a las 12 del mediodía. Pasaban las horas y no volvía; Abigail comenzó a llamarlo al celular: “No me contestaba. Recién a las 6 me contestó un paramédico que me dijo que estaba herido en la cabeza en el Hospital Villa Dolores”. Abigail no entendía qué había pasado: “Cuando salgo a la calle veo a la gente alborotada, gritando, quemando. Ni luz había. Agarré a las guaguas (hijas), las cargué y quise llegar hasta el hospital, pero no pude”. Calixto era padre de esas dos criaturas.
Nancy Jamachi Mamani, 38 años: “Ese día mi primo Edwin estaba yendo a su trabajo de albañil. Justo estaban pasando los militares. Él no era partícipe de eso pero ahí es donde disparan y yo creo que él empieza a correr. En la espalda le han dado. Directo al pulmón. Ahí se ha caído mi primo”.
Casi todos los muertos tienen heridas en la espalda y muchos de ellos, en la nuca. Testigos de ese día aseguraron que muchos disparos provenían desde los helicópteros militares. Gloria muestra la autopsia que dice “muerte por impacto de bala”. Precisa: “La cabeza está florecida, está abierta en grande. En la autopsia estaba mi tío. Nota que los forenses ven que ahí está la bala, pero no le dejan mirar qué hacían e inmediatamente la esconden”. La sospecha: “Yo creo que los médicos están pagados, para poder así ocultar todas las pruebas. La autopsia se hizo en esta misma parroquia”.
Abigail describe: “Mi familia no entró a la autopsia. Solo me dijeron que la bala seguía ahí en su cabeza, no había salido como habían dicho los médicos. Me explicaron también que le había destrozado totalmente el cráneo. Una vez dentro, la bala había girado y lo había molido”.
Gloria: “Quiero justicia por mi hermano. Vivo en la ciudad (por La Paz), y allí dicen que no pasa nada en El Alto, que está tranquilo. Pero al venir he visto la justa realidad. ¿Quién va a decir que en El Alto nos están matando?”
Abigail: “Quiero justicia porque mi esposo no ha hecho nada; no ha ido a bloquear, nosotros no somos de ningún partido. Han matado a un inocente, han dejado a mis hijitos desamparados porque él traía la comida”.
Los 10 muertos son hombres jóvenes: todos tienen entre 22 y 38 años. Gloria propone una teoría: “Yo me he puesto a pensar que es porque los jóvenes tienen una vida por delante y siempre van a colaborar con el pueblo. Porque tienen más fuerza”. Otra hipótesis: la matanza en El Alto fue un gesto militar de advertencia al resto de la población.
La masacre de Senkata generó una gran movilización: los familiares bajaron desde El Alto a La Paz cargando sobre sus hombros los féretros de sus muertos, acompañados por una multitud. La carvana fue reprimida sin respetar ni los ataúdes. En 16 rutas del país hubo más de 90 bloqueos repudiando la represión y al gobierno de Jeanine Áñez que se quedó como le ocurre a algunos visitantes de La Paz: sin oxígeno.
Escuderos del odio
Daniel Lee sonríe, posa para las fotos, saluda y, antes de comenzar la entrevista, revela lo que no dirá una vez prendido el grabador: “Nosotros ayudamos en el motín policial. Y ayudamos a los militares a que les llegue comida. El día que tumbaron el muro de Senkata yo estaba en contacto con la policía. Sentía odio. Mucho. Nos llamaban los policías diciendo: ‘Daniel, nos van a matar’. Gente que había conocido hace dos tres días pero, viejo, a la que llegas a tenerle un aprecio porque te ayudó o porque todo esto salió gracias a la policía”.
Daniel Lee hace fitness: difunde por Facebook sus éxitos musculares. Cuando le pregunto si su grupo es paramilitar responde: “Bueno, es un halago”. Es redundante hablar de “derecha” en su caso.
Se tatuó en el antebrazo la palabra “insane” (así, en inglés), es creador de la Unión Juvenil Chukuta y antes de Resistencia La Paz. Objetivo: reclutar jóvenes de entre 20 y 35 años que estén contra el MAS. “Lo que hacemos es luchar por la patria”, asegura. La búsqueda: “Los jóvenes se ven con muchos tipos de carencias, no encuentran trabajo”. Como en todo el mundo, el combustible es el resentimiento. Daniel es la mecha. La misión es reclutar a 35.000 personas en La Paz. Va por 2.000. “Estamos buscando crecer y tener un peso a nivel gubernamental”.
Lee estudió Economía y Comercio Internacional En China y volvió hace 4 años a La Paz. “Somos apartidarios. Nos ofrecieron estar en muchos partidos pero estamos chocando con todos”.
La Unión Juvenil organizó barricadas pidiendo la renuncia de Evo Morales, acampó en Plaza Murillo para garantizar la asunción de Añez, atacó a militantes del MAS, argumentando siempre que se estaba defendiendo. “Y ahora estamos defendiendo a este gobierno, porque aquí hubo un ex dictador con malas relaciones con la policía y el Ejército que por eso quiso recurrir al MAS. La gente debe saber que Evo Morales no es un dios: también sangra”.
¿Son violentos? “Prepararse no es ser violento. Integrantes de la Unión capturaron a 70 masistas y no les hicieron nada. Bueno: una o dos caricias, y los mandamos desnudos de vuelta. Eso no es violencia”. ¿Qué sería violencia?: “Matarlos, masacrarlos”.
Llegan otros dos jóvenes para acompañarlo a una reunión pactada, según dice, en la Cancillería. Pero cuando lo escuchan hablar, los jóvenes se ceban y siguen revelando detalles, cual niños que de repente se sienten parte de algo grande. Uno de ellos cuenta entusiasmado: “Ese día un comisario nos llamó y nos dijo: bajen a los puntos, los quiero ahora. Ustedes son mis escuderos”.
Ecocidios
o primero que se ve al bajar del aeropuerto en Santa Cruz, al hacer escala, es una gigantografía de Corteva Agroscience (fusión de las corporaciones del agronegocio Dow, DuPont y Pioneer) que dice: “Sigamos creciendo”. En La Paz el cartel es el de la empresa de hidrocarburos estatal: YPFB.
Los carteles son importantes en Bolivia. Junto a uno gigante de El Alto, otro mensaje asegura: “Siempre de pie, nunca de rodillas”. En las calles conviven pintadas de “Evo 2020” con “Chau Evo” y “Evo ecocida”. Como demuestra el odio de Lee, su nombre parece ser el epicentro de un país sacudido, con una derecha fragmentada, un MAS también revuelto que quiere volver con Evo dirigiendo la campaña desde Argentina (él no puede presentarse y aún no hay candidaturas definidas) y los cuestionamientos en los movimientos sociales.
En agosto de este año el incendio de la Chiquitanía –la zona boliviana del Amazonas- se instaló como eje de campaña. La reacción tardía del gobierno fue criticada por los medios nacionales y amplificada por las redes: millones de hectáreas quemadas, animales muertos, biodiversidad perdida. Y si bien puede decirse que la derecha aprovechó la situación, fueron sobre todo los sectores estudiantiles los que encabezaron movilizaciones acusando a Evo de la misma complacencia ante los incendios (para abrir la selva a los negocios agropecuarios) que la que el mundo adjudicó al brasileño Jair Bolsonaro.
Además de la Chiquitanía y la polémica por cómo profundizar la extracción de litio, otro caso pareció apuntalar la idea de que el gobierno que le dio derechos a la Naturaleza, no la estaba cuidando a fondo. Se trata del proyecto de la represa hidroeléctrica Rositas, en Santa Cruz, en tierras de comunidades guaraníes en el territorio indígena Kaagusu.
La Mburuvichá (líder) guaraní Lourdes Miranda relata que desde la firma del convenio entre Bolivia y China por la represa, 14 comunidades guaraníes se organizaron para no dejar llegar a los funcionarios chinos ni a los enviados del gobierno. “Luego, como la comunidad estaba firme, cooptaron a algunos de nuestros líderes. Hemos desconocido a esas autoridades y ahorita estamos por iniciar una demanda contra el Estado en la Corte Internacional de La Haya”. Sería la primera comunidad indígena boliviana que denuncia al Estdo por un proyecto inconsulto.
El caso se suma al conflicto por la construcción de una carretera por el corazón del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), violando su intangibilidad. Las comunidades del lugar rechazaron la obra, denunciaron que no fueron consultadas tal como manda la Constitución y en 2011 marcharon hacia La Paz. Fueron reprimidas en Chaparina por la policía, que no logró frenar la movilización que dejaba a Evo mal parado con respecto al discurso ecologista e indigenista. En mayo de este año Evo fue sancionado por el Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza que él mismo fundó en la primera parte de su gobierno. El Tribunal no emite sentencias vinculantes, pero se le reconoce un profundo valor ético. Sus 26 integrantes son intelectuales académicos y activistas afines al gobierno masista, pero ante la fuerza de los hechos dieron la razón al reclamo de las comunidades.
Lourdes retoma su relato y cuenta que las comunidades guaraníes dieron su apoyo ciego a Evo los primeros años de gobierno. “Pero nos sentimos engañados por él. Pensábamos que él siendo un indígena, o un cara de indígena, iba a hacer diferente las cosas que un blanco. Pero ha hecho peor: ha logrado lo que ninguna derecha logró, que es destrozarte desde adentro, deshacer las organizaciones que antes teníamos fuerza para luchar”.
Este tipo de cuestionamiento es producto de un mal humor social y de la expansión de una mirada crítica hacia el gobierno, más allá de los logros económicos e institucionales que exhibió Bolivia en los últimos 13 años.
Críticas y autocríticas
Existe una nueva casa de gobierno, la Casa Grande del Pueblo, justo detrás del famoso Palacio Quemado: edificio vidrioso de más de 20 pisos al que la gente compara con un shopping. Dicen que Evo, quien lo mandó a construir, no se sentía cómodo en la moderna construcción y el último tiempo había vuelvo al Palacio. En la Asamblea Legislativa sucede lo mismo: detrás del actual edificio colonial se empieza a alzar otro monstruo que será la nueva sede de diputados y senadores. Desde Plaza Murillo se oye clarito el golpeteo de la construcción. Entre edificios nuevos y viejos, Eva Copa Murga está trabajando en la Vicepresidencia. Es la presidenta del Senado tras la renuncia de su compañera del MAS Adriana Salvatierra y la escalada de Áñez a la presidencia. Eva recibe a MU en el Salón de los Movimientos Sociales, donde Álvaro García Linera solía tener su oficina, porque dice que es el único lugar de Bolivia donde puede trabajar “tranquila y segura”.
Al momento de la entrevista Eva no había visto a sus hijos durante 15 días: uno tiene 4 años y, el otro, 4 meses. Ella, 32 años, explica que la ausencia es para proteger a su familia, ya que le han llovido amenazas: “Muchos dirigentes del MAS recién ahora están empezando a salir de la clandestinidad, con todo lo que pasó, para podernos reorganizar”.
Para Eva, esta persecución ideológica tiene un objetivo: “Cada organización social en Bolivia pasa por una estructura sindical que debe ser convocada por los altos dirigentes que eligieron. Si persigues al dirigente que convoca, logras que no haya organizaciones firmes” dice en referencia a los efectos del verticalismo.
El rol de Eva fue crucial para lograr el acuerdo a través del cual se llamó a elecciones. Muchos dirigentes del MAS habían renunciado o se estaban ocultando. Eva, una silenciosa senadora por El Alto, dio la cara, puso el cuerpo y su sola presencia forzó el funcionamiento de la Asamblea Legislativa. Logrado eso, firmó el acuerdo con la presidenta transitoria. “Puede ser que me haya costado políticamente dentro de mi propio partido, pero creo que prima nuestro país”. Eva no aparece en la nómina de candidateables para las próximas elecciones.
Parte de estos cortocircuitos intrapartidarios son permiten entender la complejidad del asunto: el verticalismo, la arbitrariedad en las decisiones, la centralidad de Evo, el paulatino desplazamiento de las organizaciones en general y de las mujeres en particular. Eva dice que hay que hacer una autocrítica: “Las mejores para poder hacer esas críticas son las organizaciones sociales que han visto desde afuera en qué hemos fallado en el interior del Estado. Nosotros vamos a acatar las decisiones que ellas tomen”.
Sobre las mujeres sí toma la palabra: “Muchos pensaron que íbamos a fracasar y hemos demostrado que estábamos a la altura. Posiblemente hemos tenido errores, muchos o pocos, pero lo importante es que hemos mantenido la estabilidad en las dos Cámaras y nos hemos mantenido firmes en la Asamblea Legislativa. Hemos cumplido con lo que hemos prometido al pueblo boliviano: canalizar la ley para las siguientes elecciones. Y lo hemos hecho las mujeres”.
Mujeres insurrectas
¿A dónde va Bolivia? ¿Las elecciones solucionan la profunda crisis política?
En La Paz, Cochabamba, Sucre, Oruro y Santa Cruz también se están soñando otras salidas, por abajo, y movidas por la insurrección y el deseo. Bolivia tiene una enorme tradición de poder que fermenta desde abajo, capilarmente, barrialmente, sindicalmente, desde las comunidades. Allí estarán algunas de las claves que tal ez defininan las próximas elecciones.
Pero a esa tradición, se agregan experiencias novedosas como la que el colectivo Mujeres Creando tomó prestada del mundo del arte contemporáneo, bautizó Parlamento de las Mujeres y replicó en todas esas ciudades.
Los Parlamentos son convocatorias a mujeres de todos los ámbitos sociales y políticos. Funcionan como verdaderos noticieros de luchas, y también como lugar para tomar la palabra sin ser representadas, escuchar sin estar de acuerdo, encontrar puntos comunes, y plantear salidas políticas no partidarias. MU asistió al Parlamento en la ciudad cumbre del golpe en Bolivia: Santa Cruz. Allí se reunieron mujeres del ámbito sindical, ex funcionarias, militantes universitarias, vendedoras ambulantes, indígenas, afrodescendientes, prostitutas, lesbianas, generando un espacio inédito de intercambio.
Ellas simbolizan parte de la variedad y complejidad de ideas y posiciones en Bolivia. Mujeres valientes que se atrevieron a sesionar mientras la Asamblea se encontraba paralizada en los primeros momentos del golpe, y hoy siguen haciéndolo mientras el poder político negocia candidaturas. Las del Parlamento de las Mujeres son voces fuertes, emocionadas y emocionantes, políticas, que se quieren hacer escuchar. Tal vez para entender las encrucijadas que reflejan hoy a Bolivia haya que hacer eso: escucharlas.
Alejandra Crespo, economista: “Estamos en un escenario que nos permite sacudirnos sin caer en posiciones conservadoras que pensé habíamos superado. La transformación no va a ser a través de ningún caudillo: va a venir de la mano del fortalecimiento de las organizaciones sociales, esa es la ilusión. No tenemos que esperar que nadie solucione nuestros problemas: tenemos que hacerlo nosotras, desde las bases. Si tengo que pensar que es posible otro sistema, pienso en que acá estamos realmente representados distintos sectores en asamblea, donde prima el Vivir Bien, la defensa de los derechos humanos y la Naturaleza”.
Antonella, mujer trans: “Cuando nos enteramos de que Evo estaba renunciando, lloré un mar de lágrimas. Y muchas chicas me llamaron igual: llorando. Porque sentíamos que se había ido nuestro protector, el que nos había dado el derecho a ser consideradas seres humanos, mujeres. Eso ha sido muy fuerte para nosotras, mientras otros festejaron que se iba. Nosotras somos agradecidas. Yo agradezco al señor Evo Morales, por darme una vida nueva para poder ser feliz. Las miradas, entonces, son diferentes. Respetemos eso”.
Yolanda Mamani, chola y periodista: “La lucha de los pueblos indígenas no ha empezado con el presidente Evo, así como su renuncia no es el fin de nuestra acción. Somos mujeres de lucha, así que continuamos, sea con quien sea. Es real en estos días que me he sentido mal. En ese movimiento surgido en la ciudad todas las consignas eran racistas, clasistas, misóginas, machistas. El facho (Luis) Camacho (un agitador de la oposición al MAS) decía ‘chola’ como una manera de humillación. Ser chola para mí es una forma de vida, es mucha rebeldía. Ser chola es pensamiento, no es un adorno ni el paisaje de fondo, como lo ha usado el gobierno de Evo Morales. Ser chola es pensamiento, rebeldía y purita dignidad”.
Cielito Saravia, Integrante de Hackeando al machismo: “Tenemos que estar preparadas contra esta nueva guerra que se viene. Una guerra paranoica de noticias falsas, de alarmas encendidas por el conservadurismo, con la excusa de la religión. Eso es lo que nos espera, sea cual sea la decisión que tome el Estado: una cacería de brujas en la vida real y en la digital. Tenemos que ir entendiendo quiénes son las personas que identificamos como enemigos: los antiderechos. Para enfrentarlos, este tipo de espacios son los que hacen falta. Espacios para debatir, para crear estrategias de autodefensa, de resistencia integral y no solo física”.
Claudia, vendedora ambulante: “Como a mí me quieren sacar de la calle, a cada una de ustedes le van a dar igual la libertad de no salir. Un patrón nos está mandando a los gendarmes a golpearnos mientras ustedes ven con indiferencia lo que nosotras pasamos. Así nos sentimos. Así como me ven vestida soy: esta es mi ropa, con esto me visto, con esta cartera gano. Fui discriminada, humillada, pateada. Esa soy yo. Pero no solo hablo de mí, sino de cada una de las que tienen las manos sucias pero honradas vendiendo en la calle. Estas somos y con estas manos sucias, honradas, vendo y sigo. Porque la calle es mi libertad”.
María Galindo, fundadora de Mujeres Creando: “Las elecciones no van a solucionar nada, porque lo que estamos enfrentando es una crisis mucho más profunda que cambiar a un patrón por otro patrón, un caudillo por el siguiente caudillo. Muchas ya han dicho que tenemos un montón de mujeres en las instituciones, hoy Bolivia tiene una Jeanine Áñez en la presidencia, después de 40 años. Una mujer funcional, una mujer hipócrita: no se trata de tener o no tener mujeres en un lugar institucional. Se trata de tener el coraje de inventar otra cosa. Con otro nombre. Con otras metodologías. Que sea capaz de juntar estos sueños. ¿Cómo lo hacemos? Sentándonos a deliberar, a escucharnos; tomando nota entre nosotras. Tomándonos en serio. Y que salgan las propuestas. Este es el primer Parlamento de Mujeres en Santa Cruz pero sin duda no tiene que ser el último: tenemos que discutir un montón de cosas”.
Es un momento de crisis donde podemos ponernos a inventar lo nuevo. Dependerá de la fuerza, la radicalidad, la capacidad, la lucidez que hay aquí circulando. Pero también es un momento que yo he llamado de fascistización. ¿Qué es, qué tenemos que enfrentar? ¿Qué es lo que está cocinándose especialmente en Santa Cruz para irradiar al país? La fascistización es el control violento y patriarcal de una supremacía empresarial, blanca, terrateniente, que usa el discurso de la Biblia para su beneficio. Y que usa el discurso de la patria para su beneficio. Pero ese grupo empresarial, terrateniente, oligárquico, que ya controla el Estado boliviano, quiere pasar de controlar el Estado a controlar tus afectos. Y a controlar tu forma de vestir. Y a controlar no solo tu territorio, sino tu libertad de pensar, y de sentir. A controlar tu sexualidad y la mía. Y a decirnos lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo que es incorrecto y a dividirnos en bandos de buenos contra malos, para legitimar al hombre violento”.
Tenemos una fuerza para frenar esa fascistización. Se llama libertad, se llama desobediencia, se llama humor, se llama alegría, se llama placer”.
Así hablan hoy en Bolivia en medio de las incertidumbres y los rompecabezas de la política y de las comunidades: todo lo contado hasta aquí es apenas el pantallazo de una historia que recién empieza.
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