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Qué es lo normal

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Susy Shock, artista trans. Cantante, escritora y activista, acaba de editar su último disco-libro, Traviarca, junto a La Bandada de Colibríes. Por qué no está subido a ninguna plataforma digital, y el apoyo en la autogestión. Cómo recuperar espacios para crear tejido social. El tiempo para construir la belleza como resistencia. El gerundio como identidad. Y la política entendida como todo lo que da cuenta de nuestros actos cotidianos.

Qué es lo normal

Cuando le preguntan de qué género es, responde “Colibrí”, y deja revoloteando esa definición en el aire, para que nadie pueda meterla en una jaula. Escribió Crianzas, un libro para niños, niñas y niñes, y sintetizó sus principales datos. Apellido: Shock. Nombre: Susy. Género: Colibrí. Estudios cursados: la vida. Oficio: la creación. Actividad: la pelea por valores muchas veces olvidados, la identidad, los derechos, el talento, la libertad. Hace poco editó su disco Traviarca, junto a La Bandada de Colibríes, un disco-libro que no subió a YouTube, Spotify ni a ninguna plataforma digital.

Explica Shock: “Decidí aferrarme todavía más a la autogestión y a esta épica de que una está con el kiosquito encima. Necesitamos la retribución inmediata de quien compra el disco, porque eso va inmediatamente a nuestras propias vidas. No hay intermediario, no hay empresa, discografía, estamos pensándolo como pensamos los primeros libros. Y las plataformas sirven para Thalía, con 17 millones de visitas. Una es más humilde, anda más a trotamundos. Y cierta épica tiene: el primer disco lo vendimos así. Me preguntaban cuándo iba a Tucumán, decía espérenme, así generamos los espacios para que vayamos, que también implica traer los discos y libros encima”.

Como una juglaresca trava.

Sí, yo no tengo tiempo. Estoy recuperándome de un montón de cosas, voy a vivir hasta los 103 años, veo pasar cada vez más los cadáveres de los enemigos, y una se queda ahí, con los libritos y los discos, y con la propia agenda. Me parece que está bueno resistirnos un poquito más, en medio de la vorágine, del acceso a todo, porque aparte el libro te lo doy yo: nos reencontramos, nos reconocemos, y es ese ida y vuelta que está bueno y es el que yo conozco. No necesito otro apuro.

Hay, sin embargo, una ilusión de democratización donde podés encontrar todo en redes. ¿Es una trampa eso?

Es una enorme posibilidad en la que entramos un montón de intenciones. La intención de frivolizarlo todo, de lo inmediato, de lo mediato, la intención de profundizar y aprovechar eso para meter “lo otro”. Tantas intenciones hacen montón de uso de esas redes. Yo creo en lo más artesanal, sigo sosteniéndome desde ahí. A mí por lo menos: ya tengo 51 años, no sé si probaría otra cosa. Es lo que me funciona para vivir. No me dejo llevar mucho por la moda de lo rápido e inmediato. Hay muchas invitaciones a acortar camino, desvíos. Yo no tengo apuro. Y está bueno: es un hecho político decir “frenemos y construyamos nuestra propia agenda”. Nuestro propio ritmo. El apuro es la sobrevivencia, es la urgencia, pararnos frente a la violencia. Estos últimos años, que los venimos pagando muy fuerte en el cuerpo, nos enseñó también que es cuanto más hay que estar instalados en la propia agenda, en el propio ritmo, mientras seguimos en la calle, armando estrategias, cuidándonos, mejorando modos en el que todo esto nos acosa y protegemos.  

Bello & autogestivo

¿Cómo se imprime para vos el neoliberalismo en el cuerpo?

Veníamos hablando mucho con unas amigas de cómo se nota en una generación, inclusive las exigencias de cierta visibilidad que no da respiro, que hace que el cuerpo termine agotado diciendo basta. La vorágine de todo. Yo aprendí a los 14 años la autogestión en el mundillo que es el teatro. Yo tuve ese enorme privilegio de estar ahí, y conocer adentro un mundo y una parte específica del teatro. Ese teatro independiente que construía y ensayaba la obra por un año para sentir que después iba a cambiar el mundo al estrenar, y yo me crié adolescente en ese mundo. Y también me dio una noción en mi propio tiempo. Creo que si hay algo que le escapa a todo eso y que me salva un poquito es ser dueña de mi propio tiempo, eso que ha implicado mucho trabajo, un montón de no, un montón de pérdidas. Cuando una decide eso hay un montón de cosas que una deja de tener, pero finalmente la base de todo es el propio tiempo. El neoliberalismo ataca ahí, con que no somos dueñas de casi nada, no tenemos tiempo para los afectos, tenemos la urgencia de hacer best sellers todo el tiempo. Enseguida se sistematiza todo en función de un mercado y yo quiero huir del mercado y quiero hacer bellos productos. El disco libro implicó en este momento terrible del país encerrarnos con la banda a proponer belleza a este mundo. Y para ver dónde vamos a tensar esta época y esta porquería. Quiero ir a un mundo más bello. Y bello es que los pibes también coman. No hablo sólo de algo estético: es esa calidad de tiempo, y pensar que la autogestión puede producir belleza hasta material. Saberse flor de loto e insistirse flor de loto es el desafío. 

Hablaste de la calle como un lugar de encuentro y resistencia, pero también como el lugar donde las travas tienen que salir de momentos no bellos. ¿Qué significa la calle para vos?

La urgencia en la que nos instalan en la calle a veces nos hace olvidar la belleza de lo que es construirse y hacerse en la calle, ser de la calle en muchos sentidos, porque en la calle está el resto: lo opuesto sería que esté encerrada en casa, desde ahí las redes también nos hacen la ilusión de que estamos participando. Yo tengo por semana 20 pedidos de videos para que participe apoyando tal campaña, y una hasta cree caer en la ilusión de que estamos participando de eso, y hay algo finalmente que nos termina engañando y dejando encerraditas. Yo soy de la generación del Nunca Más, creo que no sé otra cosa que estar en la calle desde la adolescencia, porque implicó todo. Después, en mi oficio del arte, también estuve enganchada, por ejemplo, en el movimiento de lo que después fue la Ley Nacional del Teatro, que implicó muchos teatreres en la calle, no sólo haciendo teatro sino pensando política que mejore la posibilidad de hacer teatro en la Ciudad de Buenos Aires, en el país. Yo estaba en Zona Oeste, me crié en Morón, entonces en 2001 actúo en la Asociación de Teatristas del Oeste, que fue muy potente. El 2001 lo viví en el Oeste: teníamos calle, plaza, angustia en el Oeste. Muertos. Había un montón de cosas que transitar ahí en la calle, y esa urgencia hace que una a veces no tenga tiempo de entender la belleza que hay en la calle. Yo he sido teatrera callejera, y hay un hecho de decir: “Llego, armo acá una escenografía y actúo para la gente que pasa”. Me ha pasado en el subte. Y la ligazón que tengo con la gente de teatros comunitarios, esa insistencia de sacar a vecinas y vecinos a la calle, romper la idea de un teatro formal para que la calle se transforme en el vehículo de intercambio de esa belleza. Estoy en momento en el que trato de ver desde la urgencia de estar ahí en la calle y sentir que no me saquen la posibilidad de ese estar. Peleo en la calle para seguir estando en la calle de otras formas.

La tía trava

Hablabas de un camino que tiene tiempo y no son los del best seller. Pero el libro Crianzas ha sido un éxito editorial. ¿Desde qué lugar se piensa la diversidad?

El libro nace en un proyecto con la gente de MU, para micros radiales. A mí me gusta pensarme desde una época. Y, de ahí, razonar. Siento que soy de una época muy gigante, que viene del regreso de la democracia, de discusión por los derechos humanos. Las travas venimos de ahí, no estamos desligadas de las Madres, de las Abuelas, de los juicios a los milicos. Por eso, muchas de las cosas que han pasado en este país todavía no han pasado en el continente, porque hay algo que se debe a nivel de derechos humanos. Lohana Berkins decía: “No vengo a dar testimonio, vengo a hablar de política”. Y eso no está desligado con haber sido trava acá, en el medio de todo esto. La diversidad también la fuimos entendiendo en el sentido gigante de otra palabra, que es identidad, y que es gigante en este continente, que es gigante en este país, y que es gigante cuando te pensás en derechos humanos. Porque, aparte, es algo que todavía no terminó, políticamente y socialmente. Yo no soy Susy Shock: voy siéndolo. Marlene Wayar, una hermana, habla de ser un gerundio: voy siendo. Entonces mi identidad va siendo. Sé lo que no soy: no soy Pato Bullrich, no soy Bergoglio, no soy Mirtha Legrand. Pero después, ¿qué soy? Voy siendo. Y está buenísimo. Y eso también lo aprendemos de una tensión que nos da el marco en el que nos hemos formado. La diversidad la entendemos también desde un concepto que  a mí me la dio el folklore, mi familia provinciana, de mirarnos en la naturaleza diversidad, que va mutando, y que habla de algo que no está fijo: la Pachamama, como concepto, es gigante. Después está la cultura que se hace de la Pacha y que muchos folkloristas la colocan en un sistema que es como la Virgen María, impoluta, la madre de todas, cuando la Pacha implica todo. Y en eso no es que está el mundo y está la diversidad: es el cosmos de todo eso. Lo primero que hay que abrir es el esquema de que somos absoluta diversidad. No es que hay una hegemonía que implica una verdad natural, que da permiso en esta época tan abierta a eso otro que está afuera, al margen de todo. Somos.

Cuando pensaste Crianzas, ¿qué fantaseabas como aporte a las infancias nuevas que están creciendo?

Nunca pensé algo para niñes. Me ubiqué en mí, en una tía trava de un sobrino en una barriada que, en todo caso, necesitaba dar cuenta de un mundo, no tanto de una infancia. Acá el problema es el mundo, y dar cuenta de ese mundo en micros radiales que llegaban a todo el país implicó pensar en un oyente u oyenta en la que de repente aparecía la voz de una trava que le explicaba qué significa ser travesti, hasta un montón de situaciones en las que este mundo cree que no estamos de día, yendo a comprar medio kilo de pan, zapatillas para el sobrino que crece, y no en ese único imaginario que esta hegemonía nos impone que tiene que ver con la noche, la prostitución, zona roja, y con la parte policial de toda esta secuencia. Por eso también fue un lenguaje que era casi pedagógico. Y terminó muy aferrado a las infancias que lo leen y, por supuesto, a las docencias les sirven en este vacío de ESI que implica la posibilidad de una profe copada que entiende que ahí hay una herramienta para seguir haciendo preguntas. 

De monstruos y normales

Como buena poetisa, sos creadora de frases como “no queremos ser más esta humanidad”. Pero me quedo con otra, que es: “Reivindico mi derecho a ser un monstruo”. 

Esa frase no es mía, es de Marlene Wayar. Pero nace juntas. Estábamos en un evento que eran los primeros Destravarte. Estábamos en el baño, y había una presentadora amiga, que queremos, que se presenta y abre diciendo: “Yo estoy en un cuerpo equivocado”. Y la Wayar, atacada en el inodoro al lado, empieza a los gritos: “¡No! ¡Reivindico mi derecho a ser un monstruo!”. Y yo venía escribiendo y arranqué y lo terminé con esa frase pilar, que la gente se tatúa, y muchas veces nos escribe pensando cómo sirvió la reivindicación de la monstruosidad, y que no la pensemos en los grandes centros, sino pensarla en Tilcara, donde fui la otra vez y llorando la maestra me decía que hay un índice de suicidio en adolescencia increíble, donde de repente ese espejo de hacer la reivindicación de algo, donde ni siquiera es mostrable a tu familia, que es lo más cercano que tenés, te sirve. Como poner lo oculto, pero también esa frase que me encanta: “Si me querés, quereme trans”. Para dar cuenta que más allá de lo horroroso que implica este mundo que nos disciplina, que nos mata, contarle que estamos increíblemente empoderadas en ser lo que somos. Si tuviéramos esa tranquilidad de dejar de subsistir, estaríamos diciendo, como insistimos en decirle a las pibas y pibes, que es maravilloso ser distinto. Que es maravillosa transitar la monstruosidad propia, porque hay un montón de redes amorosas que surgen a partir de eso que sos, que es otra cosa. Si somos diversidad, debemos ser todo, no lo políticamente correcto, lo divino aceptado. Al contrario, eso es lo que hoy generaciones más jóvenes vienen a discutir porque es una mentira que cargan en el cuerpo, que duele, que ha disciplinado esos cuerpos. 

¿Qué es la política?

Cuando era chiquitita había escuchado una definición,que decía que es todo lo que hacemos y no se nombra. Me impactó porque fui muy corporal, empecé bailando folklore, entré al teatro y tuve una responsabilidad corporal. Pero también me di cuenta que no es solo eso: para mi que sostengo y necesito la palabra, sea escrita o cantada, lo político es va desde cómo abrazamos o desabrazamos, cómo comemos, cómo conseguimos lo que comemos. La política es lo que vamos dando cuenta con todos nuestros actos cotidianos.

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