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Sabores & Saberes: todo lo que se cocina en una olla comunitaria

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Esta producción es un homenaje y una invitación a debatir el sentido histórico, político y estructural de una receta que se cocina en los barrios latinoamericanos: las ollas comunitarias como forma de pensar el presente y hacer posible la vida, también, en plena pandemia. ¿Cómo se ve el mundo desde los ojos de las mujeres -y algunos hombres- que sustentan la alimentación cada día? La toma del poder, las risas y los “voceros” de lo social. ¿Con qué se cocinan terminologías como “empoderamiento” y “género”? La ingeniería cotidiana de las resistencias, y cómo se amasan utopías calientes y sabrosas. Por María Galindo y Claudia Acuña.

Sabores & Saberes: todo lo que se cocina en una olla comunitaria
Foto: Nacho Yuchark

Por María Galindo

Habitante perpetua de la anormalidad.
Vive en aislamiento social obligado en La Paz desde hace más de 37 años.
Integrante de Mujeres Creando.
Radialista, grafitera, agitadora callejera y cocinera
Étnicamente bastarda. Socialmente: anti señorita y abajista
Profesora interina y accidental de Filosofía en la Universidad Pública (UMSA).

Puedo decir sin miedo a equivocarme que las mujeres –y de entre todas, las mujeres más pobres– hemos servido históricamente como colchón de amortiguación de la guerra, del colonialismo y, cómo no, también del neoliberalismo.

Cuando se aplicó el ajuste estructural inaugural del neoliberalismo en el continente nos llamaron una a una para endeudarnos, para convertirnos en delantales y brazos capaces de sostener a los ejércitos de desempleados, para sostener las pérdidas de las empresas y los Estados, para que nuestras hijas abandonaran el colegio y nosotras abandonáramos nuestros sueños.

A ese proceso que no fue ni más ni menos que chuparnos la sangre para transformarla en dólares, a ese proceso de endeudamiento, le llamaron “EMPODERAMIENTO”, “EMPRENDEDURISMO”, “DESARROLLO CON PERSPECTIVA DE GÉNERO”. Claro que fue con perspectiva de género que se utilizaron las energías de las mujeres como colchón amortiguador de la crisis económica y el hambre.

Fue a partir de esas políticas que las mujeres a escala continental, en unos países mas que en otros, desplegamos un inmenso tejido social de subsistencia creativo, colorido, sorprendente y autosostenible. El empoderamiento fue endeudamiento, el emprendedurismo fue autoexplotacion, la perspectiva de género fue descargar en nuestras espaldas y nuestras vidas el costo social de todo.

Sin embargo, ese lugar de colchón amortiguador ha jugado también de forma ambivalente la función de constituirse en soporte logístico de las luchas más importantes del último tiempo. No ha habido marcha, jornada de debate, ni resistencia popular que no haya tenido en las mujeres su soporte logístico imprescindible para el cuidado de las wawas, para la alimentación y para la “con- tensión” emocional y sexual. Ese proceso también tuvo un costo muy alto para las mujeres. Una y otra vez cuando se deliberaba el ¿qué hacer?, cuando venían los medios a hablar con los portavoces de la resistencia popular, cuando el cuerpo pedía descanso, las mujeres estábamos concentradas en las ollas comunes que garantizan la resistencia real. Fue a costa nuestra; a costa de nuestra palabra y a costa de nuestra visibilidad que luchamos contra la privatización del agua, por la defensa del territorio, contra la minería a cielo abierto, contra las trasnacionales y una larga lista de las luchas esenciales de este tiempo. Así es como por ejemplo en Bolivia un cocalero protagonista de las mil marchas terminó como presidente del país sin haber jamás pelado una papa en una olla común, pero habiendo sabido acomodarse como el eterno portavoz. Fuimos, como se dice popularmente, escalera de una infinidad de dirigentes que se convirtieron en diputados y ministros o en consignatarios de los grandes acuerdos a la hora de lo que ellos mismos llamaron “triunfo”.

Aun pienso que a todos y cada uno de esos convenios, de esas conclusiones y de esas luchas, no les faltaba “la perspectiva de género”, sino el sentido mismo de las luchas que tenemos las mujeres cuando nos juntamos alrededor de una olla común y hacemos alcanzar para tod@s, con risas y alegrías, comida caliente y no fría, cocida y no cruda, sabrosa y no insípida. A las luchas sociales les faltaron en las conclusiones y las vocerías nuestros sabores y nuestros saberes. Estábamos ausentes porque nos estábamos ocupando de lo más importante: la vida, las alegrías y la cotidianeidad.

Sabores & Saberes: todo lo que se cocina en una olla comunitaria

Sentido y olla común

En 50 años de neoliberalismo no nos hemos sacado los delantales y no hemos descuidado la vida ni para tomarnos un mate. Pero hemos cambiado mucho; unas hemos desarrollado un tercer ojo que está en la nuca, otras hemos desarrollado una cola con que sujetar al bebé, los financistas envían doctorantes a escrudiñar nuestra creatividad financiera. Hemos aprendido a leer en nuestros puestos de venta no solo el alfabeto, sino a la sociedad. Somos sociólogas caseras, filósofas panaderas, costureras arquitectas, nuestros depósitos de ollas y víveres son obras de ingeniería donde el espacio está tan bien calculado como el de los puentes colgantes de Hong Kong. Nuestros cálculos poblacionales son más detallados que los cálculos estatales; porque no solo sabemos cantidades, sino que conocemos edades, enfermedades y penurias, talentos y debilidades de toda nuestra comunidad.

Manejamos las deudas mejor que el Banco Mundial y acertamos con las propuestas mejor que los tecnócratas del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). Podríamos decir que sólo nos falta tomar el poder, yo prefiero decir que sólo nos falta tomárnosla contra el poder que suena muy parecido, pero no es igual. 

Ni el COVID ni el miedo nos paralizaron.

Cuando la pandemia cayó del cielo capitalista desatando el miedo al contagio, justificando el señalamiento entre nosotr@s y la búsqueda inquisitorial del portador; cuando el Covid-19 paralizó los países y las economías, paralizó la educación y dejó sin salida a los gobiernos, nosotras teníamos claro que lo que había que hacer eran ollas comunes.

Desobedecimos los mandatos de abastecimiento individual y desde las ollas comunes reinstalamos el sentido común del abastecimiento colectivo.

Desobedecimos el mandato del individualismo y montamos las ollas colectivas para much@s. 

Tuvimos la certeza de que resistir al hambre era una cuestión colectiva, resistir al miedo era una cuestión colectiva, resistir a la inacción colectiva era solo posible desde las ollas comunes. 

Grandes, pequeñas, medianas, barriales, grupales y de todos los tipos, hirvieron y hierven  las ollas comunes como estrategia de resistencia, de desobediencia, de alegría, de acción, de lucha contra el hambre, de amor que se reparte, de generosidad en medio de la mezquindad. 

No tuvimos que pedir permiso porque ni se nos ocurrió hacerlo, en todos estos años les hemos enseñado a respetarnos. 

Las ollas comunes no son institucionales, no son estatales, no vienen de arriba sino de abajo y solo son hoy posibles como máxima expresión gracias a que las venimos practicando hace décadas. 

No hemos empezado ayer, hemos dado continuidad a nuestros saberes, hemos dado continuidad a nuestras prácticas.

Nuestra utopía es sencilla y se reactiva cada día: aquí todo el mundo come, y come caliente y come sabroso.

Somos un trajín de esperanza contagioso donde faltan manos, pero no ideas, recetas y secretos de los que nadie es exclusiva propietaria.

Somos conspirativas porque alrededor de la olla se conversa, analiza y resuelve cada día, escuchamos la radio y nos burlamos del poder. 

Pasa la mañana, pasan los días de cuarentena y, mientras, nosotras seguimos sosteniendo la olla. 

Al presidente, a sus ministros, a la izquierda, a las iglesias a Bolsonaro y a Trump se les han acabado las ideas, mientras nosotras sabemos que nuestra olla empieza haciendo hervir agua, mucha agua. 

El sabor del encuentro

Las ollas comunes en tiempos de pandemia han adquirido no sólo más valor, sino que han pasado por una mutación. Han pasado de ser la iniciativa de las mujeres contra el hambre a ser el núcleo central de las resistencias, han pasado de ser el cuarto del fondo de las luchas populares a ser el foro de los conocimientos que más nos sirven, que más nos importan, que más nos afectan, que mejor nos movilizan y más nos enseñan.

¿Se imaginan el orden del día de un debate en el congreso integrado únicamente por gestoras de ollas comunes?

¿Se imaginan las medidas agrarias si estas medidas estuvieran en manos de gestoras de ollas comunes? ¿No pensarían ellas en la calidad de las verduras y las frutas y el salario de sus cosechador@s como cosas complementarias y no opuestas?

¿Se imaginan qué medidas tomarían las gestoras de ollas comunes en relación a la educación de las wawas en tiempos de pandemia?

Las ollas comunes pueden ser hoy el centro desde donde tomárnosla contra el poder y proponer la revolución anti capitalista, despatriarcalizadora y anticolonial que necesitamos, o pueden ser nuevamente succionadas como colchón amortiguador del ajuste colonial y capitalista que nos están preparando. 

De nosotr@s depende.

Sabores & Saberes: todo lo que se cocina en una olla comunitaria
Foto: Nacho Yuchark

Emergencia: Laura y Elba, Villa 31

Por Claudia Acuña

Elba trabaja desde hace 18 años en la casa de una familia que le sigue pagando el sueldo a pesar de que la pandemia la obligó a recluirse en la suya, en la Villa 31. Consideró ese derecho un privilegio y la situación de su barrio un grito de auxilio, y decidió hacerse cargo de una olla que alimenta a 208 personas todos los fines de semana.

Laura es otra privilegiada: su compañero se infectó, pero a pesar de que compartieron mates y besos, no se contagió. En un barrio donde el hacinamiento y las malas mañas de la obra estatal de la llamada “urbanización” lo dejaron sin agua y sin asistencia adecuada en medio de la pandemia, Laura recibió la ayuda de sus vecinas mientras estuvo aislada por la sospecha de contagio, así que apenas sus resultados dieron negativo, se puso a trabajar al lado de Elba para retribuir lo que había recibido.

La villa 31 es ejemplo de cómo azota este virus a los barrios vulnerables, que representan casi el 35% del total de infectados de la Ciudad. El otro azote es el que produce la cuarentena en un territorio donde la mayor parte de la población subsiste en actividades hoy congeladas por la pandemia: limpieza, construcción, gastronomía. Nada de esto fue previsto por ningún organismo estatal, pero sí por el Comité de Crisis, que con la muerte evitable de Ramona Medina logró ser escuchado. De allí nació el plan sanitario que contuvo el desastre y también el informe de cuánta comida necesitan para darle batalla al hambre. Todavía no lograron que llegue la suficiente. Y por eso las Elbas y Lauras siguen trabajando sin parar.

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Foto: Nacho Yuchark

Memoria: Luisa, Asamblea de San Telmo

Luisa era cocinera en un sanatorio y delegada del gremio de Sanidad en los años 70. La dictadura la convirtió en desocupada, como a muchas de sus compañeras. “Era lógico que en aquel momento fuese yo la que me encargara de que todas nuestras familias comieran”. 

El 2001 la colocó otra vez al frente de una olla comunitaria y desde entonces se hizo cargo de uno de los comedores de la Asamblea de San Telmo. Hoy dejó esa trinchera porque el virus la convirtió en “persona de riesgo”. 

En ese comedor la crisis que produjo la pandemia obliga a preparar 400 raciones diarias. Su consejo para quienes tomaron la posta: “Dividir todo por tres, así se hace más manejable cocinar algo que sea rico y sano, porque esto no se trata solo de llenar la panza”. 

Para Luisa la comida es abrazo.

El último informe sobre comedores comunitarios dado a conocer por el Poder Ejecutivo fue en la Cámara de Diputados en septiembre de 2019 y en la voz del entonces Jefe de Gabinete, Marcos Peña. Las cifras: en Argentina hay 1.270 comedores comunitarios y 19.036 comedores escolares que alimentan a 3 millones de personas. Es un número que creció en más de un millón de personas entre 2016 y 2017. 

Hoy la pandemia multiplicó esa cifra. En la Ciudad de Buenos Aires “antes de la cuarentena los comedores recibían una demanda de 100 mil personas. En marzo creció a 115 mil y en abril cerraremos en unas 150 mil”, detalló a MU el Ministerio de Desarrollo Social.

Sabores & Saberes: todo lo que se cocina en una olla comunitaria
Foto: Nacho Yuchark

UST, Villa Domínico: nacidos y criados

El equipo de la Unión de Trabajadores Solidarios que atiende los merenderos y ollas que esa cooperativa sostiene en Quilmes es masculino. 

“Nosotros nacimos con esto”, dirá uno para explicar que fue su forma de alimentarse y también de aprender qué significa ese plato en un momento así. “Para nosotros la solidaridad no es solo parte de los principios de nuestra cooperativa: es lo que producimos. Entonces estar cocinando en una olla comunitaria para nosotros es estar trabajando en la cooperativa. Una tarea necesaria, un compromiso, una responsabilidad, pero también un objetivo en común. Un compañero hoy estará arreglando un camión y otro estará preparando un guiso. Todo eso es parte de la producción cooperativa de la UST”.

La mercadería la reciben de la regional CTA, a la cualpertenecen. También por la vía de donaciones y aportes que la misma cooperativa hace hasta completar lo que necesita cada boca de un barrio que en estos días está siendo el postre del virus. 

Si hacen memoria de crisis –de las que son expertos sobrevivientes-es la primera vez que notan que todas las organizaciones sociales están trabajando juntas y combinando esfuerzos. 

¿Logran así dar batalla al hambre y contener a la vez la protesta social? 

“Sin duda, pero no se pueden hacer especulaciones políticas en un marco así. Si hay hambre tiene que haber comida”, responden.

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Foto: Nacho Yuchark

Angelita, La Boca: saber

Angelita limpia casas y oficinas, pero su verdadero oficio es un arte: organizar ollas populares. En una reunión del Comité de Crisis de su barrio –La Boca- escuchó a la representante de una fundación decir que ella podía poner la cocina como trinchera, pero no tenía idea de cómo llevarla a cabo. Angelita levantó la mano. Luego habló el kiosquero de la calle Olavarría y dijo: ofrezco ese espacio. 

Y Angelita volvió a levantar la mano. Desde entonces y durante estos cuatro meses Angelita diseñó lo siguiente: en la cocina de la fundación se preparan meriendas todos los días y cenas los martes y viernes. La ayudan a prepararla tres cocineros de un restorán de San Telmo que junto a otras dos jóvenes, se sumaron a través de la red Convidarte, el milagroso esfuerzo social que parió esta crisis pandémica. El resto de los días reciben las viandas que les dona la fundación Proa. Y los fines de semana, hay olla comunitaria en el kiosco.

Angelita ni ninguno de los colaboradores cobra por su tarea. Ninguna de las dos comidas comunitarias es asistida por el Gobierno porteño. En uno de los barrios más necesitados de la ciudad, la red social que contiene el hambre es la respuesta. Dirá Angelita: “No damos de comer: compartimos el plato. Cocinamos como lo hacemos para nuestras familias. Cuidando el peso, mirando el rendimiento y poniendo el cariño en el sabor.”

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Foto: Nacho Yuchark

Susana, Wilde: respuestas

Susana muestra el cuaderno y las carpetas. En uno lleva las cuentas. En otras, guarda las fotocopias de los dni de quienes retiran la comida de la olla que montó en la casa de su abuela, ahí en Wilde. “No sé por qué nos piden esto, ni tampoco por qué tenemos que sacarle fotos a la gente cuando viene por la vianda, no nos gusta, pero nos dicen que esto es así. Y la verdad es que nosotros hacemos todo a pulmón y nos hacemos cargo hasta del costo de la garrafa. La mercadería que recibimos apenas cubre la comida de uno o dos días y acá repartimos toda la semana. Hoy tenemos 200 personas que atender. Y mire: nos mandaron 22 kilos de carne para toda la semana. Ahora estamos haciendo un censo para ver cuántos chicos tenemos que atender: hasta ahora contamos 120”.

Susana dice que como miembro de una cooperativa sigue cobrando 8.500 pesos, aunque la cuarentena detuvo su actividad. Es la única de las cinco personas que sostienen esa olla que tiene un ingreso. Su tarea arranca a las dos de la tarde para preparar la merienda que entrega a las 17. Luego, la cena, que termina de repartir después de las 21. Dos horas más de limpieza y recuento de la mercadería que quedó y la que falta para mantener la promesa de que el día siguiente habrá comida para todas las personas que la necesitan.

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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