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Nietes organizades: derechos humanos 3.0
Se organizaron hace un año y pese a la cuarentena activaron la tecnología para consolidarse como grupo con nombre propio: Nietes. Las consignas de sus abueles y las actuales. La reivindicación de más de 400 personas desaparecidas por su orientación sexual o identidad de género. De los pañuelos blancos a los de colores. La diversidad y una propuesta que a la consigna Memoria, Verdad y Justicia le agrega una palabra: alegría. Por María del Carmen Varela.
Indiana Golçalves Boscarol, Emilia Pasternak, Joaquín Medina y Malena Moreno tienen mucho en común. Son jóvenes con historias marcadas por los estragos de una dictadura atroz que hace más de cuatro décadas les arrancó la vida a otres jóvenes: sus abuelas y abuelos desaparecidos en los años 70. Algunes de estes nietas y nietos ya se conocían por la militancia de sus madres y padres en H.I.J.O.S., donde compartieron viajes, asados y marchas, a veces sin saberlo. Ahora, Joaquín tiene 16 años e Indiana, 30; entre esas edades oscilan las de sus compañeres de Nietes, la agrupación que se fue gestando a partir de 2013 cuando formaron un grupo de Facebook y luego concretaron una reunión presencial.
La mayoría eran adolescentes y, cuentan, costó sostener el espacio del encuentro. Los años posteriores, de acercamiento a la militancia en distintas agrupaciones sociales y políticas, hicieron finalmente que pudieran darle nombre y consistencia a un movimiento que reúne la sincronía generacional, la memoria familiar que late y respira, y las ganas de poner cuerpo y esencia a una época.
El nombre propio
La primera reunión formal de Nietes fue en agosto del año pasado en un centro cultural de La Plata gestionado por artistas, en el que trabaja la mamá de Emilia. Eran veinte, en su mayoría de La Plata y alrededores. La primera actividad de la que participaron fue la marcha del 16 de septiembre. Frente al Ministerio de Educación platense colgaron pañuelos en los que escribieron consignas que pensaron en grupo y los nombres de sus abuelas y abuelos desaparecides. En marzo de este año comenzaron a organizar un festival como evento fundacional, con el objetivo de que más nietes pudieran acercarse y sumarse a la agrupación. Pero el aislamiento preventivo les obligó a suspenderlo. Tampoco pudieron concretar el deseo de participar –con la bandera y remeras que ya tenían listas– de su primera marcha como Nietes el 24 de marzo. De todos modos, apelaron a las redes para darse a conocer y ya son casi 70 las nietas y nietos que están en contacto de manera virtual. Realizaron dos asambleas por la plataforma Zoom, mantienen el trato cotidiano a través de un grupo de Whatsapp y armaron comisiones de trabajo por áreas. También hubo una propuesta de conectar colectivamente a través del arte: recurrieron a Los Detectives Salvajes, una colección de poesías recopilada por Julián Axat y Juan Aiub (padrastro de Emilia). Ambos son hijos de desaparecidos y la iniciativa surgió a partir de que Juan encontró en 2007 un cuaderno Éxito con poesías de su padre y decidió publicarlas. Luego les llegaron más poesías y textos pertenecientes a otres desaparecides, y así armaron la colección. En Nietes tomaron algunos fragmentos y junto a otros dos libros de escritores desaparecides platenses desaparecidos los enviaron al grupo. Realizaron un video con la propuesta y en base al material cada une eligió un poema o un texto para armar una nueva obra con una impronta personal desde las propias habilidades o gustos. Apuntan a conocerse más y poder interactuar de este modo en el contexto de encierro.
¿Hubo que ponerse de acuerdo en el nombre Nietes, con e, o surgió naturalmente? Cuenta Malena, de 22 años: “Hubo que charlarlo pero surgió en la primera reunión, una de las cosas que acordamos fue esto de que somos nietes tercera generación, nietes de los 70 e hijes de los 90, una tercera generación de lucha que contempla los derechos humanos con una mirada más amplia. Levantamos las luchas por los derechos de las mujeres y las identidades, acompañamos la lucha feminista, retomamos el verde del aborto. Son nuestras propias luchas. Sabemos que ni nuestros padres y abueles lucharon por eso, porque en ese momento no aparecían esos temas. Son discusiones que seguimos dando, como reivindicar a las disidencias que fueron desaparecidas. No todes quienes forman parte de la organización las tienen ya dadas, no son discusiones cerradas, se van construyendo; pero sí hubo ahí un ponernos de acuerdo en que esas luchas se levanten, y también es necesario que haya una inclusión en el nombre. Por eso la e”.
Durante el verano les Nietes se pusieron en contacto con Madres y Abuelas, luego llegó la pandemia. “Todavía no tuvimos un encuentro más formal con el resto de los organismos de derechos humanos”, dice Malena. “Quizás el organismo con el que más nos relacionamos es H.I.J.O.S. La mayoría son nuestros padres. Recibimos apoyo, estamos todavía formándonos, queremos aprovechar a las Abuelas todo lo que podamos porque están grandes”, suma Emilia. Explica Indiana: “Hubo un boom, con la cuarentena, de gente que se acercó y cada semana se van sumando dos o tres personas nuevas. La idea es, una vez conformados ciertos consensos, acercarnos a los organismos, presentarnos y poder trabajar levantando las banderas de Memoria, Verdad y Justicia, llevando como norte a las Madres, a las Abuelas, a H.I.J.O.S. y a Familiares, que nos facilita mucho porque ya tienen muchas discusiones saldadas. Nosotres podemos construir con más diversidad desde esos espacios. Nos une que somos todes nietes de una misma historia, esa pertenencia ya es una base que está buenísima para empezar a trabajar”.
Historias extraordinarias
La historia familiar de cada une revela la raíz de este joven entramado.
Cecilia Eguía y Santiago Sánchez Viamonte, abueles maternes de Emilia Pasternak, militaban en el Partido Comunista Marxista Leninista. A mediados de los 70 se fueron a Mar del Plata junto a otros dos militantes, Pablo Balut y Otilio Pascua. Cecilia se contactó con Erenia Martínez Cámara, su suegra, para pedirle que fuera a buscar a sus dos hijas porque ella estaba enferma. Se encontraron en la terminal de micros. Erenia sabía que su nuera no estaba enferma y que probablemente ese fuera el último café que tomaban juntas. Se despidieron y partió con sus nietas. Quince días más tarde el portero del edificio marplatense donde vivían Cecilia y Santiago los delató. Era octubre del 77, y tenían 23 y 25 años.
Verónica –madre de Emilia– y su hermana se criaron con sus abueles maternos y paternos. De chica, Verónica formó un “club de investigación” con su amiga Lucía –también hija de desaparecides– para averiguar dónde estaban sus padres. Verónica no sabía, sus abueles no le hablaban del tema y la familia de Lucía le había dicho que sus padres estaban de viaje en África. “La historia la descubren solas –cuenta Emilia–, mi vieja siempre me lo contó a modo de cuento. Se hablaba mucho en mi casa, justamente porque mi mamá con sus abuelas no hablaba y eso es algo que se muestra generacionalmente en Nietes. Se empieza a dar más importancia a la palabra, a decir lo que pasó y no darlo por obvio”. La bisabuela paterna de Emilia, Erenia, es parte de Madres de Plaza de Mayo y su madre, Verónica, es arquitecta, docente y militó en HIJOS. Escribió un libro, Magdalufi, desde la perspectiva de esa niña que intentaba reconstruir la historia de sus padres con fotos y relatos y combatir con retazos vitales la desolación de la ausencia. Santiago, el abuelo de Emilia, jugaba al rugby y ella tiene una conexión especial con el deporte. Forma parte del proyecto Brujas en las canchas, en el campo de deportes de la Universidad Nacional de La Plata, que organiza talleres con perspectiva feminista. Tiene 21 años, dos hermanes por parte de su madre, hijes de Juan Aiub, estudia Diseño y Comunicación Visual, juega al vóley y le gusta pintar.
Les abueles paternes de Joaquín Medina se conocieron en La Plata. Elizabeth Kennel era oriunda de Ensenada, militaba en la JTP (Juventud Trabajadora Peronista). Daniel Medina había nacido en Orense, un pueblo cercano a Tres Arroyos, y militaba en Montoneros. Se recibió de abogado y trabajó en el Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires. Se fueron a vivir a Tandil a mediados de los 70 y allí nació el papá de Joaquín. Daniel trabajaba como abogado laboralista y estaba defendiendo en un juicio a obreros de una metalúrgica tandilense cuando se produjo el golpe de Estado del 76. En octubre de ese mismo año fue desaparecido; aún no se sabe nada de él. Tenía 30 años. En la vereda de la casa donde fue secuestrado hay una baldosa con su nombre y en Orense, su ciudad natal, una calle también lo recuerda.
Elizabeth y su hijo vivieron escondides hasta que en el 78 se fueron a vivir a Mar del Plata. Allí una compañera delata a Elizabeth. Al enterarse, lleva a su hijo a casa de familiares, intenta ir a Tandil y es secuestrada durante el viaje. Fue encerrada y atada con varies compañeres más en una casilla en un balneario de Mar del Plata, donde sucedió lo que se conoce como la Masacre de Luna Roja. Pusieron una bomba con elles adentro e hicieron circular la versión de que estaban intentando fabricar un explosivo casero para usar en un atentado que estalló accidentalmente. Elizabeth tenía 28 años. En 2013 se hizo en ese lugar un monumento luego de que en 2011 el Equipo de Antropología Forense identificara los restos de cuatro de las cinco víctimas. Ese monumento fue destruido el año pasado: lo arrasó una topadora autorizada por el responsable de la concesión del balneario.
“Soy Indiana Golçalves Boscarol y puedo decirlo porque sé quién soy. Me presento así hace muchos años” dice Indiana, de 30 años. Su abuelo, Gastón Golçalves, desapareció el 24 de marzo de 1976. Tenía 26 años. El día del golpe estaba en Capital. Militaba en la JP (Juventud Peronista) y en la columna norte de Montoneros, con base en Garín. Su impulso fue ir hacia Garín. A mitad de camino el colectivo en el que viajaba fue interceptado. Anotó el teléfono de su casa en un papelito, se lo dio a la persona que tenía sentada al lado y le pidió que si se lo llevaban, avisara a su familia. Estuvo detenido en la comisaría de Escobar. Ya había tenido varios encontronazos con el entonces policía Luis Abelardo Patti, quien en 2011 fue condenado como su asesino en el juicio que arrancó un año antes. Los restos fueron encontrados por el Equipo Argentino de Antropología Forense, gracias al testimonio de trabajadores del cementerio de Garín, donde había sido enterrado como NN. “Mi abuelo paterno estaba separado de mi abuela. Mi papá tenía 6 años cuando secuestraron a Gastón, su padre. Con su mamá –mi abuela- vivieron en la clandestinidad, se fueron a Villa Gesell, después a Brasil. Mi papá hizo la primaria en once escuelas distintas”.
El papá de Indiana es Gastón Golçalves, bajista de la banda Los Pericos, quien en 1995 conoció a Manuel -su hermano- hijo de su padre Gastón y de Ana, su compañera. Manuel nació tres meses después de que secuestraran a su padre. En noviembre del 76, era un bebé de cinco meses y estaba en una casa con su madre, Ana, otro matrimonio de apellido Amestoy y sus dos hijos. Acribillaron el frente de la casa y tiraron gases lacrimógenos por el techo. Los Amestoy escondieron a sus hijos en el baño y ambos murieron asfixiados por los gases. El matrimonio y Ana murieron acribillados.
El único sobreviviente de lo que se conoce como la masacre de San Nicolás, es Manuel, a quien Ana había envuelto en frazadas y escondido en el ropero. Fue trasladado con graves problemas respiratorios al hospital de San Nicolás y durante esos tres meses de internación estuvo con custodia policial. El Juzgado de menores lo puso en el circuito de adopción y Manuel fue adoptado por una familia de Guernica que le puso el nombre Claudio. Siempre supo que lo habían adoptado. “Mi tío era fanático de Los Pericos. Cuando le contaron, él tenía un póster, lo señaló a mi papá y preguntó si era él y si era de Boca, que para los dos eso era re importante. Cuando eso sucede mi papá estaba en una gira en Estados Unidos, mi mamá lo llama y le dice che, lo encontraron y es de Boca, ese era el dato vital que los unía”. Indiana es productora de eventos y trabaja hace siete años en el Programa Jóvenes y Memoria Regional CABA, en el Espacio Memoria ex ESMA.
Simón –hijo de Elizabeth y Daniel– fue trasladado con sus abueles a Ensenada. Elles mueren siendo Simón muy joven. Cuenta Joaquín: “Se las rebuscó como pudo, conoció a mi vieja que también fue militante en su momento. Mis abuelos por parte de ella también militaban, mi abuelo fue concejal en Ensenada. Mi viejo no quería militar. Yo cada tanto preguntaba. A mis 10 años me contaron todo y quise arrancar a militar, lo empujé a mi viejo para que empiece, que le meta ganas, que luche, porque es su historia. Él ahora milita conmigo, fue uno de los que formaron H.I.J.O.S. en Ensenada y al día de hoy seguimos militando por la Memoria, la Verdad y la Justicia”. ¿Qué es la política y qué es la militancia? “Política hacemos todes, desde nuestro lugar y construyendo como cada une piense que es mejor. Todes somos seres políticos. La política tiene que ser la herramienta para la transformación. La militancia es ponerle el cuerpo a las ideas, llevarlas a cabo de manera organizada”.
El abuelo paterno de Malena, Carlos Alberto Moreno, estudiaba Derecho en La Plata y en esa ciudad conoció a su compañera, Susana Lofeudo. Una vez que se recibió se fueron a vivir a Olavarría, ciudad natal de Carlos. Allí ejerció como abogado laboralista y defendió a los obreros de la empresa cementera Loma Negra. Luego de haber ganado los juicios iniciados por el sindicato, desapareció. Tenía 29 años, un hijo de un año y Susana estaba embarazada del papá de Malena. Como Carlos tardaba mucho en regresar de hacer un mandado, Susana salió a dar una vuelta a la manzana, preguntó y le dijeron que lo habían visto pasar por el kiosco. Llovía; en esa caminata desesperada, Susana encontró tirados en el piso un paquete de cigarrillos de la marca que fumaba Carlos y un chocolate que era el que a ella le gustaba. No le quedaron dudas de que lo habían secuestrado. Fue trasladado a un centro clandestino de detención en Tandil, la quinta de los hermanos Emilio y Julio Méndez, donde fue torturado y logró escapar. Fue recapturado y fusilado.
Malena: “Todo esto lo sabemos porque mi abuela insistió un montón en visibilizarlo, recurrió a casas de militares a golpearles la puerta y a decirles que se lo habían llevado. Presentían que esto podía llegar a suceder, habían barajado la posibilidad de exiliarse y mi abuelo no quería. Al tiempo le dan el cuerpo, eso hizo que se pudiera hacer el juicio, tanto los genocidas como los cómplices civiles fueron condenados. Es el primer juicio donde hay cómplices civiles presos fue el juicio que permitió demostrar con pruebas que la dictadura sin la complicidad civil no hubiera sido posible. Fueron presos tres militares y los hermanos Méndez, dueños del centro clandestino. La idea era hacerle un juicio a Loma Negra. Ahora se frenaron las causas pero imagino que se van a retomar en algún momento”.
La abuela de Malena volvió a vivir a La Plata, donde estaba su familia. Su papá y su tío militan en H.I.J.O.S. desde sus inicios. “Yo me entero de esta historia como un cuento, como dice Emilia. La que me lo cuenta es mi abuela y es una historia romántica y trágica en la que siempre se termina llorando. Con las familias intentamos levantar esto con la alegría de que se hizo justicia. En el momento en que se realizó el juicio en Tandil hicimos un festival y medio que tomamos la ciudad para visibilizar el suceso. Fue en febrero de 2012, en carnaval, se hizo un evento cultural muy lindo y a la consigna que llevamos –que era Memoria, Verdad y Justicia– agregamos la palabra Alegría”.
Banderas y pañuelos
¿Cómo se sigue construyendo política en esta época?
Indiana: “Con las banderas que seguimos levantando. Nietes es un espacio de construcción política; la militancia tiene que ver con un compromiso y con poder hacerlo de forma colectiva y activa. Yo soy de les nietes más grandes porque tuve un abuelo muy joven y un padre también muy joven, entonces me encuentro con estas juventudes que no son tan lejanas a mí pero ya hay un salto etario. Es hermoso que tres pilares como la Verdad, la Memoria y la Justicia puedan seguir atravesando y uniendo una generación para que nunca se caigan y sigamos diciendo Nunca Más. 30.000 es un número que nos suena natural a nosotres pero costó mucho que el Estado lo reconozca”. Agrega Malena: “Todes somos sujetes polítiques, que hacemos política en nuestro andar, hasta cuando compramos determinado paquete de galletitas. La militancia está en esa conciencia y en ese compromiso con la modificación de la realidad, con un pensar que las cosas podrían ser mejores y hacerlo colectivo”.
¿Cuáles son los desafíos que plantea este momento?
¿Cuáles son las discusiones que hay que dar en este contexto?
Indiana: “Estamos muy centrades en poder trabajar con cosas que fueron invisibilizadas porque eran luchas no conquistadas hasta el momento. Estamos teniendo mucho acercamiento a las militancias y los activismos de la diversidad, trabajando sobre las 400 personas desaparecidas que fueron perseguidas por su orientación sexual o su identidad de género y es algo que hoy está muy presente. Son discusiones que por ahí no se dieron porque no estaban conquistados todos esos espacios. El pañuelo como bandera, tres generaciones después: ayer era un pañuelo blanco y hoy es el pañuelo verde, el violeta, el naranja, el pañuelo como símbolo que atraviesa tres generaciones y creo que va a seguir atravesando a más generaciones con los colores que vaya conquistando cada lucha. También nos sumamos a abrazar a Cristina Castro, la mamá de Facundo Astudillo Castro”.
Un movimiento político.
Un cuerpo que camina y sueña.
Un anhelo de muches.
Y la imagen del abrazo que fusiona a tres generaciones: atado al tronco de un árbol –el 16 de septiembre del año pasado en La Plata– un pañuelo blanco que dice Nietes en letras negras de imprenta mayúscula y debajo, en cursiva “tenían nuestra edad”.
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