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Un lugar en el mundo. Alpa Corral, Córdoba, después de los incendios
En un pueblo serrano, reserva de bosque nativo, conviven las lógicas, estrategias y responsabilidades que grafican qué enciende y quién apaga los fuegos. Las particularidades y las sospechas. La organización y el rebrote. Lo que se pierde y lo que se revela cuando las llamas rodean.
Por Franco Ciancaglini
En el mapa de incendios 2020 Alpa Corral, un pueblito ubicado al sur de Córdoba, es un punto rojo. Como cada punto rojo que señala la dimensión del fuego sincronizado durante la pandemia, no es cualquier marca. Hacer foco sobre este foco ayuda a salir de las miradas satelitales y a comprender las perspectivas naturales y humanas.
Para llegar al lugar desde la sobreestimada Capital Federal hay que cruzar la Pampa Húmeda, pueblitos santafesinos y zonas rurales cordobesas por rutas pandémicas, sin tránsito. A 70 kilómetros de Río Cuarto está dibujada Alpa Corral: un paisaje de sierras, árboles nativos, pájaros y ríos de la sierra comechingona donde el hombre (el hombre) no ha logrado arruinar casi nada. Hasta ahora.
No es un lugar de elite y, aunque contiene algunos parajes de lujo que se apropian de costas de los ríos de la zona (El Talita, Las Moras, Las Barrancas), es lugar de veraneo para cordobeses y porteños que por alguna razón descubrieron este paraíso escondido, como muchos otros paraísos en esta misma cadena de sierras que sigue hacia el norte con nombres turísticos cada vez más conocidos.
En Alpa Corral viven 800 personas y, todavía más allá, en un lugar poética y literalmente llamado La Unión de los Ríos, menos de 100. Estos fueron los escenarios de algunos de los focos de incendios que asolaron a Córdoba durante meses y cuyos efectos no se alcanzan a ver en un punto rojo.
Fuego sin Ley
Después del Amazonas (MU 139: Estamos en llamas), el Delta en Rosario (MU 150: Todos los fuegos), las reservas del gran Buenos Aires (MU 152: Donde hubo fuego) y por las últimas semanas Jujuy, Córdoba se prendió al calor de las mismas llamas globales y argentinas: una mezcla de especulación, cambio climático y desidia –si no complicidad– estatal.
Todo en medio de una pandemia, mientras se pregonaba el “quedate en casa”.
Según la organización Global Forest Watch, Argentina está en el séptimo lugar entre los países que mayores alertas por el fuego emitieron este año. La quema de 2 millones de hectáreas en Estados Unidos –primero en el ranking–, las alarmas crecientes en Europa y el desastre australiano son apenas otros de los símbolos de un problema global que se explica bajo la idea del “cambio climático”. Calores extremos y sequías nunca vistas son algunos de sus materiales más combustibles.
En Córdoba este 2020 fue el período con menos lluvias desde que comenzaron los registros provinciales en 1955. Y también es un récord absoluto la cantidad de hectáreas quemadas en el año: unas 300 mil según el relevamiento realizado por el Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SMNF). Casi 15 veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires.
Además de la responsabilidad humana –apenas 13 personas fueron imputadas y ocho detenidas como responsables de los incendios en toda la provincia–, la responsabilidad política en las quemas es vox populi y quedó manifiesta ya en 2016, cuando sectores ruralistas junto al oficialismo conducido por Juan Schiaretti (actual gobernador) plantearon en 2016 una “actualización” de la ley de Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos (OTBN) para reducir la zona roja –bosque que no se puede desmontar– de casi 2 millones de hectáreas, a 600.000. Este nuevo proyecto planeaba borrar de un plumazo 254.000 hectáreas de bosque nativo, con el objetivo explícito de extender la frontera ganadera y agrícola, y el implícito del desarrollo del negocio inmobiliario.
Los legisladores parecieron haber olvidado que, para aprobar la ley, debían llamar a una audiencia pública, según lo establece la Ley de Política Ambiental que el gobierno cordobés promulgó mientras sucedía el conflicto por la contaminación con agrotóxicos y muerte de cientos de personas en Ituzaingó Anexo. El 19 de diciembre de 2016 llamaron a audiencia para dos días después: en las asambleas recuerdan una cola de 400 personas para hablar en rechazo del proyecto. Nacía la CoDeBoNa, Coordinadora en Defensa del Bosque Nativo, red que reunió a cientos de conflictos socioambientales que venían ocurriendo al mismo tiempo en toda la provincia.
Las movilizaciones masivas en Córdoba capital y otros puntos de la provincia (MU 114: El Cordobazo Verde), finalmente, lograron hacer caer el proyecto.
Lo que la CoDeBoNa defiende es un total de casi 4 millones de hectáreas de bosques en distinto estado, de las cuales 1.986.158 son zona roja. Es el territorio en el que, si el bosque fue eliminado, puede regenerarse.
Alpa Corral es parte de lo que queda y que, año a año, corre el riesgo de incendiarse.
Natalia De Luca, ingeniera forestal que trabaja en el vivero de Alpa Corral y sigue de cerca las acciones de la CoDeBoNa lo describe así: “Lo que no pudieron hacer por la ley, lo hicieron ahora por el fuego”.
La casa en llamas
La cadena serrana de la que forma parte Alpa Corral cuenta con más de 300 tipos de plantas, la mayoría de ellas nativas, con especies forestales célebres para la zona como el Molle, el Chañar o el Espinillo. También es cuna de aves felices (más de 120 especies) y ríos con aguas que permiten ver la punta de los pies, aunque por estos días el agua viene teñida de gris ceniza.
Junto a uno de esos montes serranos, en La Unión de los Ríos, vive Martín Rodríguez. O vivía. Todos los números, estadísticas y contextos globales se le hicieron cenizas: su casa se quemó.
Es la única vivienda de la zona de Alpa Corral que sufrió destrucción total, ya que si bien muchas se vieron afectadas, ninguna tuvo que empezar de cero.
Martín llegó a Alpa Corral hace 13 años y, si bien es uno de los pobladores considerados “nuevos”, ya es uno de los referentes que promueven activamente la protección del ambiente. Que su casa se haya quemado es quizás otra de las paradojas de esta historia. “Elegimos La Unión de los Ríos porque era lo más natural que vimos durante el viaje que hicimos por las sierras buscando un lugar donde vivir”, explica sobre su llegada junto a un grupo de familias viajeras. “Acá había muy poca gente, y había mucho por hacerse”.
Estas familias llegaron con la idea de vivir en la naturaleza y con tranquilidad, sabiendo también que el lugar se iba a desarrollar a fuerza de venta de lotes privados. “La idea es promover que se haga de manera ordenada y respetuosa: no es mucho más revolucionario que eso”, define Martín la idea colectiva.
Relata: “Costó mucho que se nos tenga en cuenta, que no se nos caguen de risa y se entienda que no era solo idealismo: podés salvar un montón de árboles, que no se contamine el río, reducir la basura, cuidar el aire”. Los fuegos, ahora, parecen haberle dado la razón. “Cada vez son menos las personas a las que no les importa”. Se refiere a la conciencia generalizada de una comunidad que, de repente, se encontró peleando codo a codo contra las llamas.
Según Martín, que ya ha vivido otros fuegos en este mismo lugar, la diferencia de este año fue la fuerte sequía, que dejó “un combustible tremendo que hizo al fuego imparable”. Sobre las motivaciones productivas, cuenta: “Prenden fuego todos los años: son intencionales, está más que claro. El tema es que esta vez no se podía apagar, era imposible; no daban abasto ni los bomberos, ni los aviones, ni nosotros, que apagábamos lo que podíamos en lugares clave para que no se quemen viviendas”. En Córdoba es amplio el cuestionamiento al gobierno provincial por no haber solicitado ayuda frente los incendios, y dejó a los pobladores convertidos en bomberos involuntarios.
¿Qué significa la quema del propio hogar? “Era consciente de que esa casa se podía quemar, al tener un techo de paja y vivir debajo de un monte. Lo tomo como una experiencia más en la vida: hay que hacerla de vuelta”.
El Ministerio de Desarrollo Social de la provincia le dio un subsidio para la compra de materiales, con los cuales planea iniciar la construcción este mismo verano.
Su hijo Rama, dos años, corretea por el jardín de la casa que les han prestado mientras organizan el regreso. Sus risas parecen un augurio de que todo irá mejor.
Todo al diablo
Martín fue parte de un grupo activo que se abocó a combatir las llamas. Así le dicen: combatir. No lograron salvar su casa, aunque para él la lección de esta historia no es individual: “Lo único que pensaba era que no hubiera accidentados, ningún quemado. Se logró, y estoy muy agradecido por eso”.
Sin equipamientos ni conocimiento, con sentido común y voluntad, la gente de Alpa Corral se organizó para aliviar la situación. En principio, defendieron las casas más acechadas por los fuegos. Luego se pusieron a disposición de los bomberos voluntarios para coordinar acciones para paliar las quemas que avanzaban por todos los puntos de la sierra. Y finalmente la organización llegó puertas adentro, en las casas donde se cocinaba para todos, se cuidaba a lxs chicxs o se recibían donaciones que ayudaron a superar los meses más complicados.
Había dos grupos. Por un lado, las familias que llegaron hace una década al lugar venían organizadas previamente, con compras comunitarias y “mingas”, jornadas colectivas de trabajo dedicadas, cada vez, a una de esas familias. Y por otro, los pobladores antiguos de la zona conforman un grupo llamado La Unión Vecinal, en la que también coordinan cuestiones relativas al lugar y a la vida de la comunidad.
En estos tiempos modernos, y aún en las sierras, esta organización tomó la forma de grupo de whatsapp. Y –según dicen “por primera vez”– ambos grupos se juntaron para avisar dónde se prendían focos, dónde se necesitaba gente, comida o una palabra de aliento.
Según relata Martín, venían preparados. “Empezamos a organizarnos formalmente en marzo, cuando arrancó la pandemia. Vimos que la cosa iba a venir complicada en varios aspectos: lo que podíamos hacer era estar bien organizados. Queremos potenciar lo que ya estaba, darle un marco, y empezar a trabajar en conjunto”. Martín se refiere, por ejemplo, al tramiterío que les permitió obtener recientemente la personería jurídica de una asociación civil que bautizaron ACTÚA, plataforma desde donde pretenden conjugar lo que ya vienen haciendo desordenadamente (feria de artesanías, eventos artísticos, proyectos ambientales), y avanzar en consensos con la Municipalidad, hoy comandada por Nélida Ortíz –UCR– con un desempeño o falta de desempeño que provocó generalizados cuestionamientos durante esta crisis.
Julio Sosa, más de 70 años, es parte del grupo de La Unión Vecinal, dueño de la única despensa de La Unión de los Ríos, y productor ganadero del lugar, entre muchos otros roles que lo erigen como un personaje ineludible de la zona de Alpa Corral. A pesar de las diferencias, coincide con Martín en lo básico: “No puede volver a pasar lo que pasó”. Sosa, nació en Corral de Mulas, llegó a los 13 años al lugar y fue otro protagonista de la gesta contra los fuegos que salvó casas y vidas.
Después de ese trajín compartido, Sosa le empezó a decir “Martín” a Martín, y no ya “Rodríguez”. En esos detalles parece verse el germen de una historia comunitaria que va cambiando.
Martín lo confirma: “La gente vio lo que veníamos diciendo desde hace muchos años: hay que cuidar lo que tenemos. Estamos muy cerca de perder algunos eslabones de vida y eso puede hacer que se vaya todo al diablo. A muchos les parece que la ecología es una moda o una cuestión de minorías, que no influye, que es de otros. Pero acá hubo una toma de conciencia, también porque nos vieron en acción, no solamente pidiendo que no corten árboles, sino defendiéndolos junto a las casas”.
Desde adentro
Julio Sosa no es el único que describe al fuego como “un monstruo”, o con otro tipo de figuras poéticas propias de una sabiduría serrana: “El fuego, cuando viene fuerte y escupiendo, es tan peligroso como las crecientes del río: llega y arrasa con todo”.
Sabe de lo que habla, quizá como pocos en la zona: “Siempre hay incendios, pero hacía siete años que no se quemaba en todos los frentes. Eso no se vio nunca acá, terrible”. Su lectura coincide con la de Martín sobre el problema de la sequía, pero su punto de vista productor agrega una variable desde adentro: “El otro problema es que no se habilitan las quemas controladas”.
Sosa creció junto a 7 hermanos “como se vivía antes: con cabras, ovejas, en la hacienda”. Cursó hasta segundo grado y se puso a trabajar: “Mi padres lo necesitaban”. Con el tiempo fue comprando terrenos “de personas que emigraron, sucesiones” y aclara: “Trabajando de sol a sol”. Muchos de esos campos y otros que alquila fueron escenarios de incendios: “Se me quemaron alambrados, que cuestan mucho, y ganado, entre 18 y 20 terneros chiquitos. Al campo en esta zona no le viene mal que se queme”, asegura.
Su mirada implica abandonar las lecturas simplistas y comprender las distintas formas de vida del lugar. Incluso las más autóctonas. ¿Qué pasó este año? “No llovió desde abril. Viento, poco frío: ocho meses sin llover es mucho. Eso fue. Los campos estaban muy sucios porque no autorizan las quemas controladas y con los años se va acumulando. Me acuerdo 30, 35 años atrás se podía quemar: yo hacía quemas controladas y jamás se me pasó el fuego para un vecino. Jamás, nunca”.
¿Cómo se quema de manera controlada? “Vos decís: voy a quemar 20 hectáreas que hay acá, espero el fuego allá. El que conoce el campo ya sabe cómo controlar el fuego. Son llamitas chicas, las esperás y apagás”.
¿Para qué se quema? “Porque cuando están los pajonales altos ya no los come el ganado. Cuando quemás, eso se seca y vuelve a brotar; tiene una buena raíz esa paja, y sale un brote verde, hermoso. Pero como no nos dejan quemar… Ahora vieron que es contraproducente: se ha quemado en todo el país, ha habido incendios por todos lados, y en Córdoba más. Acá se quemaron 350 mil hectáreas en la zona, desde Achiras hasta toda la cumbre”.
¿Pero cómo se garantiza que la quema no se descontrole? “No se quema en época de secas. Se quemaba cuando estaba verdecito. No prendés en pleno invierno, cuando está todo seco, que hizo frío, sol. Prendés antes de que llueva. Si vos tenés un campo limpio, lo vas regulando, no se te acumula. Lo prendés y lo controlás, cualquier cosa avisás a los bomberos: voy a prender este pedazo, si querés darme una mano. Si no llamás a cuatro o cinco personas para que te ayuden”.
En otros casos y lugares el origen de las llamas puede estar en los loteos o desarrollos inmobiliarios que buscan eliminar el bosque para que no existan zonas rojas y liberar su uso; en Alpa Corral nadie se anima a confirmar esta posibilidad, que esperan develar con el tiempo. Mientras tanto, al cierre de esta edición tenía media sanción la ley que impide realizar una actividad distinta al uso y destino que tenía la superficie al momento del fuego, por 30 años para las zonas productivas y 60 para los bosques nativos.
La perspectiva de Sosa da cuenta de la escala que toma en estos lugares la lógica productiva. Ahora tiene 20 vacas, alimentadas a rollo (100 rollos, a 7 mil pesos cada uno) y maíz (20 a 30 mil kilos al año), ya que tras el fuego “no hay pasto; es mucha plata que se gasta en alimentos”. Sosa es de los que dice saber cuándo conviene y cuándo no hacerlo, pero ese saber no parece muy extendido entre otros productores, ni estar controlado por el gobierno.
¿Piensa seguir con el ganado? “Sí, no hay otra cosa para hacer”.
Tiene cinco nietos, tres que viven en el lugar y otros dos en Chile, donde migró su hija médica.
Tiene la esperanza de que vuelva, más ahora que falleció Pepa, su mujer: “Este 2020 es un año para no recordar”.
Al nombrarla, le brotan unas lágrimas que no se secará en toda la charla, solo para la foto.
El rebrote
En una esquina del pueblo de Alpa Corral, las plantas nativas se encuentran en macetines y son cuidadas atentamente por un grupo de personas. Es el vivero municipal, creado en 2003 para poner en valor el cultivo de las especies nativas, justamente tras otra serie de incendios graves.
Desde entonces, un equipo que tiene como protagonistas a Natalia, Sebastián, Sara, Gonzalo, Carla y otres, siembran y cosechan, pero también imparten talleres sobre la importancia del bosque nativo: “Desde lo cultural, lo urbanístico, lo paisajístico-ornamental, y desde el ordenamiento territorial”, explica Natalia.
Parte de estas teorías se llevaron a la práctica en 2014 bajo la forma de una ordenanza municipal que regula la forma de determinar los lotes respetando las especies nativas (no se puede talar ninguna) para preservar la naturaleza frente al desarrollo inmobiliario. La otra parte de la teoría emergió ahora. “El 60% de nuestra cuenca se quemó”, asegura Gonzalo, joven biólogo. “Los bosques nativos funcionan como esponjas naturales para mantener las cuencas con agua; hacen que las napas recarguen vertientes porque si no hay vegetación, el agua escurre y no infiltra en el río. Ahora vemos los efectos en el agua que tomamos: no es la misma. Hay que comprar agua embotellada, en un lugar donde hasta hace muy poco se podía tomar del río”.
Natalia De Luca tiene una larga trayectoria en defensa de bosque nativo provincial y trabajó en la Universidad de Río Cuarto. Su mirada larga: “En todo el Valle de Punilla los ríos se degradaron. En algún momento fue hasta eslogan de campaña que Alpa Corral sea la Carlos Paz del sur. Pero cuando ves Carlos Paz y el lago podrido que tiene, no sé si es un destino deseable. Este río es uno de los mejores de la provincia”.
¿Cómo impacta la quema del bosque?
De Luca: Lo primero que ocurre es que no evoluciona al ecosistema; los árboles y los estratos del bosque empiezan a desaparecer. Entonces se va transformando hacia una fisonomía de pastizal. Como no pudieron a través de la ley transformar el bosque a pasturas para alimentar cabezas de ganado, lo están haciendo con el fuego: es el mismo origen, acá y en el Amazonas.
¿Qué representan Alpa Corral y Córdoba en esa escala global?
De Luca: La agricultura desplazó a la gente, aumenta el interés de la tierra para negocio inmobiliario, y desplaza el ganado. ¿A dónde? A las “áreas marginales”, como se les dice en agronomía. Por ejemplo estas tierras serranas. Entonces se va pampeanizando el paisaje.
¿El bosque no entra en la ecuación productiva?
Sara: El bosque puede entrar en la producción ganadera, pero a nivel del pequeño productor, con otro paradigma de trabajo.
¿Cómo se consensúan los distintos intereses?
De Luca: hay distintas escalas de interés. El del productor es genuino: las vacas son el ahorro de todo un año, viven de eso. Y se entiende que está jodido y que tenga que recurrir a esa práctica. Pero cada vez hay menos productores pequeños, y la tierra se va concentrando.
¿Se puede recuperar lo que se perdió?
Sara: Hay que darle tiempo al monte para que empiece a resurgir. Sería ideal sacar el ganado un tiempo. Generalmente la espera es de un año, y ahí evaluar si hay necesidad de reforestar.
Gonzalo: El rebrote natural de las raíces es más veloz que cuando plantamos los humanos. Y otras grandes sembradoras son las aves, que comen, cagan y tiran las semillas.
Sara: La mejor intervención humana que podemos hacer ahora es tener paciencia.
Así, bajo estas distintas miradas que coinciden en el amor al lugar, en Alpa Corral y La Unión de los Ríos el pasto quiere empezar a crecer, vuelven los pájaros y el río, ennegrecido de cenizas, se va limpiando poco a poco.
Sosa planea abrir la carnicería para las fiestas y augura una temporada de turismo “muy buena”, nutrida por las restricciones de viajes al exterior.
Martín construirá sobre los cimientos de la casa quemada un hogar más grande, con una habitación más para su hijo Rama.
“¿Cuánto tiempo tardará en verse el río limpio?”, es quizá la más repetida de las tantas preguntas que hoy flotan en las sierras.
Quizá haya que esperar que la naturaleza haga lo suyo, y que se siembren otras ideas, otras políticas y otras formas de producir que no sean solo pasto para las llamas, para que la vida rebrote.
Mientras tanto, cuando recorremos uno de los bosques quemados, la mejor noticia la trae la naturaleza: llueve.
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Chubut contra la megaminería: la rebelión del NO
La situación de Chubut empeora minuto a minuto con la decisión del gobierno provincial y la presión nacional por aprobar la minería a cielo abierto pese al rechaza y la falta de licencia social. Es uno de los conflictos sociales más impactantes de la época. Ante una nueva avanzada de la minería en una provincia rica pero fundida por la clase política, las comunidades se movilizan planteando que no hay licencia social para las falsas soluciones que promueven las corporaciones, el gobierno provincial y el nacional. Todos los ”Sí” de Chubut: democracia genuina, agua, trabajo digno, naturaleza, bienes comunes, salud, defensa de la vida y de otros modos de producción.
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Tulliworld: abusos y percepciones
Por Nancy Aruzza
“El discapacitado se abusa” es una afirmación que suelo hacer. A partir del momento en que empecé a formar parte ostensiblemente de la legión tullida, empecé a observar con detenimiento el comportamiento de otres tullides. Antes, sospecho que les ignoraba como buena bípeda normal que era.
La persona tullida suele estar convencida de que nadie ha sufrido tanto como ella; entonces, con esa convicción, se maneja con cierta impunidad en algunas situaciones. Claramente, el entorno familiar, primero, y el social después aceptan con indulgencia el abuso pensando, en muchas ocasiones, “qué le voy a decir si mirá cómo está…”
Ejemplo clásico: si estoy en una fila aguardando a ser atendida habrá siempre alguien que intentará obligarme a pasar primero. Ante mi negativa, generalmente se dirá con vehemencia: “¡Pero es tu derecho!”. Y yo responderé: “Es mi derecho pero no es mi obligación”, con una sonrisa forzada.
Por supuesto ha habido quienes me han querido ceder el lugar con sincera amabilidad y han aceptado tranquilamente mi agradecimiento y mi negativa.
Pero siempre está el representante del ejército de la buena conciencia (en mi experiencia, siempre varones cis de más de 40 años) que no conciben la posibilidad de que me rehúse.
El factor sorpresa también actúa, claro. Quizá la mayor parte de les tullides aceptan con gusto suprimir la espera aunque tengan la misma posibilidad que el resto de aguardar pacientemente. Y ahí es cuando se activa eso de “estoy tullide y sólo por eso merezco pleistesía” por un lado y el ya mentado “qué le voy a decir si mirá cómo está…”, por el otro.
Ambas actitudes me colman de hartazgo. Ciertas estrategias de manipulación no son sólo propias de les tullides, claro, pero cada quien haga su lista como tarea.
Atravesar situaciones complejas, incluso dolorosas y traumáticas, no necesariamente nos convierten en humanes maravilloses, mejores que aquelles que no han atravesado lo mismo.
Intentar sacar ventaja jugando con la lastimosa percepción que puede existir sobre nosotres sólo logrará que esa percepción se perpetúe.
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El Cuerpo político: Símbolos vacíos
Por La Pichi
La primera vez que escuché hablar de “tokernismo” entendí de qué se hablaba, aunque nunca había oído ese término; es de esas cosas que uno las oye y dice “claaaaaro”, que siempre las supo aunque no las haya verbalizado.
¿Y qué es entonces el Tokenismo? El termino deriva de la palabra “Token” y su traducción al habla hispana es “símbolo”.
Basicamente es la inclusión simbólica, esa inclusión que se genera a partir de la idea de se está incluyendo pero que es solo una pantalla, es una pequeña concesión a grupos minoritarios que evita que las marcas y empresas sean acusadas de prejuicios y discriminación. Es vivir adentro de una campaña de United Colors of Benetton, poner un grupo de personas diversas pero con una escases de talles y críticas tales como usurpación a tierras Mapuches en la Patagonia Argentina o el uso en sus prenda de lana australiana, la lana que agota los recursos naturales del suelo del país.
¿Y de qué modo el tokenismo me compete a mi como mujer gorda y marrón? Creo que con esa descripción de quien se cae ya de madura la respuesta, pero para que no que de ni una duda, aclaro: ¡EN TODO!
Es muy irritante ver cómo en fechas específicas las empresas se encargan de publicitar sus productos con gordes para hacerse los diversos, mientras sus tablas de talles no se expanden si no que amatambran gente con sus pocas prendas elastizadas; ver cómo se suman mujeres trans y afro a campañas gráficas o publicidades mientras en sus oficinas las mujeres no ocupan puestos laborales de poder y menos aún hay entre el personal contratado mujeres trans o afro.
Se tiñen de multicolor las publicidades el mes de noviembre y hablan de orgullo, pero los publicistas que llevan a cabo su contenido son “chabones” que ponen en duda el lenguaje inclusivo.
¿Qué quiero decir con esto?
Que la inclusión es de adentro para afuera.
Que que afinar el ojo de lo que consumimos y ver de qué modo esas marcas elijen comunicar a diario, por fuera de las fechas “especiales”.
Ahí donde se ve la inclusión; el resto, es gilada.
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