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Vigilar y castigar: la trágica historia de Nazareno Saucedo
Con 17 años fue encontrado ahorcado en su celda del Instituto Almafuerte, en La Plata, en octubre de 2020. Había protagonizado un robo que quedó filmado y fue difundido por la tevé. Con problemas de adicción, lo encerraron sin contención y lo sometieron a constantes castigos. Su familia y un informe denuncian la cadena de violencias y responsabilidades que derivaron en su muerte, en medio de la desidia estatal aumentada por la la pandemia y un maltrato histórico sin soluciones de fondo. Por Facundo Lo Duca.
La noche en Virreyes, provincia de Buenos Aires, es fría y cerrada. Es junio del 2019 y Nazareno Saucedo -de 16 años- apura el paso por la avenida Avellaneda, mientras gira la cabeza de un lado a otro. La capucha de la campera puesta, la cara cubierta por un pañuelo negro, el revolver oculto en el pantalón. Encara para la pequeña ventana de un kiosco. Nazareno llega y asoma primero la cabeza, después el brazo derecho con el arma fría entre los dedos. Apunta al comerciante que lo atiende y le ordena que se aleje de la caja registradora. El hombre obedece. Él, en cambio, se prepara para entrar: arquea la espalda, como si se comprimiera, y mete el torso por la abertura. Su cuerpo queda tenso: mitad afuera en la vereda, con las piernas estiradas, mitad adentro. Agarra los billetes y se va.
Las imágenes del robo quedan registradas por las cámaras de seguridad del local. A los pocos días,son subidas a las redes sociales y luego transmitidas por varios noticieros. “El ladrón contorsionista” apodaron algunos conductores televisivos, mientras pasaban el video. La masividad de la noticia llevó a que la Policía provincial ordenara su captura. Sin embargo, eso no fue necesario: Nazareno, con graves problemas de adicción a las drogas, había sido convencido por su mamá de que se entregara. Fue así como el 12 de junio del 2019 empezó su recorrido por varios penales de menores. Un año después, el 25 de junio del 2020 -con 17 años- ingresó finalmente al Centro Cerrado Almafuerte de La Plata. Cuatro meses más tarde, tras padecer diferentes agresiones por parte de los empleados del lugar, se ahorcó en su celda, al igual que otros tres adolescentes que intentaron quitarse la vida.
Sobre el día anterior a su muerte -el 13 de octubre-los testigos declararon que los guardias le pegaron y lo dejaron inconsciente; que volvió “como un muerto”; que lo pusieron en su celda con una chapa para que no viera ni hablara con nadie.
Sobre sus gustos, las asistentes que lo conocieron dirán que prefería el frío al calor; los amaneceres en la plaza del barrio de Virreyes a los de la playa; conocer Italia antes que España.
De su hijo, Jhoana Saucedo, 33 años, acodada sobre una mesa redonda cubierta por retratos de Nazareno, dirá que él no se mató; que “los del Instituto lo abandonaron como un perro después de darle una paliza”, y que ella solo quiere saber quiénes le causaron tanto dolor.
-¿Sabes cómo me avisó la directora de Almafuerte que mi hijo murió? –cuenta a MU-. Me mandó un mensajito de texto al celular, como si Naza fuera un pariente lejano.
El abrazo partido
Las flores abundan en la casa de Jhoana Saucedo. En la entrada, el césped se contrasta con el rojo de un camino de rosas que sigue por encima de un cerco de ligustrina. Adentro de la casa, en la cocina, las hay de forma imperceptible: arriba de una heladera, al costado de un desayunador, en forma de adorno floral en el centro de una mesa redonda y rodeado por fotos de Nazareno.
-Mirá, esta es de hace poco con su chomba de River. Amaba al fútbol -dice Jhoana y levanta un retrato.
En la imagen, Nazareno -flaco, los ojos negros como dos pasas de uva, con la piel lampiña- se ríe. Esa risa que, sigue la madre, había perdido hacía tiempo.
Ambas reconstruyen el contexto de la trágica historia: a los 12 años su hijo había comenzado a consumir drogas luego de juntarse con pibes más grandes del barrio. A los 15 ya había entrado y salido varias veces de la comisaría de Virreyes. Jhoana, vendedora ambulante, con otros dos hijos chicos que mantener y una historia larga de violencia machista, “sentía que lo perdía”.
-Se me escapaba de noche y tenía que salir a buscarlo. A veces no me reconocía. Un día lo quise internar para rehabilitarlo, pero fue imposible. No se dejaba ayudar.
La noche en que Jhoana vio el video del robo por televisión supo de inmediato que ese era su hijo. También la policía saldría a buscarlo por todo el barrio. Por eso lo sentó un día en el comedor de su casa, lo miró fríamente a los ojos y lo convenció de entregarse.
Una tarde de junio de 2019 ambos llegaron hasta la comisaría. Los efectivos, dice la madre, reconocieron a Nazareno.
-Ya lo verdugueaban de entrada. Le decían “sos famoso. Acá te vamos a tratar bien” y él se enojaba. Le habían dado unos seis años en principio. Cuando lo dejé, le di un beso y él me prometió que iba a cambiar, que no quería estar lejos de sus hermanitos. Fue una de las últimas veces que nos abrazamos.
Crónica anunciada
El 25 de junio, luego de transitar por al menos cinco penales de menores, Nazareno llegó al Instituto Almafuerte de La Plata. El lugar, según organismos de derechos humanos, tenía varias denuncias por maltratos a menores y un régimen de confinamiento arduo que los directivos avalaban. Tal es así que el 10 de agosto se desató un motín por parte de los jóvenes en reclamo de, entre otras cosas, mayor asistencia psicológica y comunicación con sus familiares.
La protesta llevó a que un grupo tomara de rehén a un empleado del instituto hasta que se garantizaran sus pedidos. La trifulca duró un día y terminó sin heridos. Nazareno había participado y eso, para algunos guardias, fue imperdonable.
-Su suicido es la crónica de una muerte anunciada. Estaba cantado que podía pasar algo así y es tiempo de encontrar a los responsables.
Juan Casolati es abogado y representante de la familia de Nazareno en la denuncia que actualmente se tramita por su muerte. Si bien la investigación judicial para esclarecer qué ocurrió con el menor recién empieza, Casoloti asegura que hay elementos suficientes para demostrar que hubo abandono de persona, no solo por parte de los directivos de Almafuerte, sino también por jueces y funcionarios a cargo de los organismos de niñez de la provincia de Buenos Aires.
-La pandemia disminuyó la actividad de los profesionales adentro, como los psicólogos. Pero la justica había dictaminado un protocolo especial para los chicos que nunca se cumplió. Es decir, ningún juez o funcionario se acercó a ver por qué los internos no tenían ningún tipo de contención y por ley están obligados a recorrer los penales. Son los máximos responsables – asegura Casolati.
No es la primera vez que el abogado investiga al Instituto. En 2012 entró junto a un periodista y una cámara oculta para registrar lo que pasaba adentro. Lo que vio, dice, lo perturbó: pibes dopados y en completo silencio, celdas pequeñas como mazmorras y una anomia absoluta. La falta de asistencia, sigue Casoloti, “es lo que mató a Nazareno”.
-Un pibe de 17 años, con adicciones a drogas, queda encerrado por orden de un juez en ese lugar sin contención psicológica y donde sufre violencia física por parte de los que lo tienen que cuidar. ¿Cómo termina eso?
20 minutos más
El 12 de octubre por la tarde, Nazareno y otros tres internos estaban en una pequeña habitación sentados frente a la computadora. El lugar funcionaba como una sala virtual: los internos podían comunicarse con sus familiares a través de las redes sociales dado que la pandemia había suspendido las visitas. Los cuatro guardias que los supervisaban les avisaron que su tiempo había terminado.
-A sus celdas, muchachos -ordenaron.
Nazareno, sin embargo, pidió 20 minutos más. La mala conexión a Internet le había impedido hablar con su mamá. El resto de los chicos ya había salido. Los guardias se impacientaron. Necesitaban una excusa para mostrarle quién mandaba tras el motín que había tenido como rehén a uno de sus compañeros. Primero fue un empujón que lo tumbó de la silla al piso. Después los golpes. Nazareno se levantó como un resorte y se puso en guardia. Los celadores, entonces, atacaron juntos. Dos sujetaron sus brazos, otro sus piernas. El cuarto envolvió su garganta con el brazo y la apretó contra su pecho. Las últimas bocanadas de aire de Nazareno fueron ásperas, como si estuviese aprendiendo a respirar por primera vez. Luego todo se volvió oscuro.
Un grupo de referentes de derechos humanos de la Comisión por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires (CPM) -un ente público y autárquico-entró al Almafuerte después de enterarse de la muerte de Nazareno. Tras entrevistarse con jóvenes que habían presenciado la paliza que le propiciaron los guardias, elaboraron un informe que detalla las vejaciones que sufrió Nazareno antes de quitarse la vida. Luego de las agresiones en la sala virtual, precisa la CPM, el joven fue llevado inconsciente a su celda donde pasó la noche “engomado”, una práctica de tortura que consiste en poner una chapa metálica en la puerta para que no hable, ni vea a nadie.
Un día después, el martes -según los testigos- Nazareno estaba completamente callado y con la mirada perdida.
El miércoles 14 de octubre lo encontraron ahorcado con una sábana en su celda.
El informe denuncia, además, que Saucedo era hostigado constantemente por los guardias por haber formado parte del último motín en el penal. Confirma, también, que no recibía ninguna terapia especial por su adicción a las drogas. Por otro lado, los tres jóvenes que estaban con él en la sala de computación fueron reprimidos por los celadores al intentar defender a su compañero. Ese día, resume la investigación, les pegaron con palos y les retorcieron los genitales. La orden había sido dada por Juan Serrano, director por entonces del instituto y presente en la escena. Serrano, hoy alejado de su cargo, está apuntado como unos de los principales responsables de las atrocidades que ocurrían adentro. La denuncia de la CPM, sin embargo, no es la única. En las declaraciones de la causa judicial preliminar, dos empleados ahí confesaron que las prácticas violentas en Almafuerte eran comunes y que un jefe de guardia tenía especial enseñamiento con Nazareno.
Jhoana Saucedo mira las fotos de su hijo al mismo tiempo que las lágrimas humedecen sus ojos. Tiene miedo, dice, que a otro chico le pase lo mismo, a que otra madre se quede sin lo que más ama.
-Unos días antes de su muerte, hacemos una videollamada y él estaba llorando y con el ojo morado. Le dije que ya mismo me estaba yendo a hacer la denuncia, pero él no quería por miedo a que después tuviera represalias. Me decía que lo tenían marcado. Otra vuelta me llamó para contarme que se había acordado de la canción de cuna con la que lo dormía de chico. Yo le dije que cuando saliera se la iba a volver a cantar porque él todavía era eso, un chico. Un chico que quería volver a empezar.
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