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Rompiendo moldes

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Un movimiento de trabajadores desocupados se convirtió en un espacio repleto de adolescentes que comparten otras formas de construir proyectos y alegrías. Cambiaron los piquetes por las performances artísticas y los reclamos de planes por festivales de rock y rebeldía. Y crearon su propia escuela, a la que bautizaron Diversalidad.

Rompiendo moldes

Mauro parece tímido, pero de pronto mira de frente y dice: “¿Por qué vengo a un movimiento? Porque se aprende albañilería. Y también se aprende a hacer amistades”. Mauro, 18, en la escuela era “inadaptado”.
Paula agrega: “Afuera te controlan todos: los profesores, los padres, la policía. Acá uno toma decisiones para hacer cosas todos juntos. Eso es libertad”. Paula, 19 años, era “violenta”.
Patricia informa: “La experiencia con los chicos es una de las cosas que nos confirman en la decisión de romper nuestro propio molde”. Patricia era “piquetera”.
Una de las amenazas más densas y soterradas que se ciernen sobre la humanidad, según es público y notorio, es la de las etiquetas.
Se etiqueta a alguien como “bueno”, “portero”, “santo”, “vendedor de seguros”, “malo”, “pobre”, “gordo”, “africano”, “intelectual”, “extranjero”, “proctólogo”, “trabajador”, “desocupado”, “chef”, o cualquier otra cosa en femenino o masculino (más etiquetas), y eso implica un sello. Una astucia moderna para eludir tales condenas consiste en usar varias etiquetas, pero el efecto es el mismo: algo vital queda sellado, encerrado en esa o esas palabras que conforman una identidad, individual o colectiva. Queda definido: es tal cosa. El rótulo delimita, determina, fija, modela y moldea. Usted es esto. Ustedes son aquello. Las etiquetas son un modo de momificar la vida, un aperitivo para abreviar el tour hacia el cementerio.
Uno de los dilemas de la batalla contra el sistema etiquetador es que no se libra sólo hacia afuera, hacia el conjunto de culturas, ideologías, poderes, personas e instituciones que intentan sellarnos. También es un asunto interno. Somos operadores del etiquetamiento de los demás y –lo que es aun más sorprendente– de nosotros mismos.
En Río Negro hay un grupo de gente porfiada, que ha decidido comenzar su propia batalla contra las definiciones que les y se habían impuesto –paradójicamente– como un modo de liberarse. Primero, salieron a romper su destino de desocupados, en la etapa más eficiente de exclusión social, vivida alrededor de 2001. Se hicieron piqueteros, salieron a las calles y las rutas a plantarse frente a esa predestinación de parálisis y empobrecimiento. Se organizaron como Movimiento de Trabajadores Desocupados (mtd) y libraron batallas inscriptas en la antología de la revuelta argentina. Ahora, están dedicándose a romper los moldes. La energía que supieron transmitirle a aquellas confrontaciones, hoy la ponen en el trabajo de recrear vínculos sociales en los barrios más pobres de Cipolletti, en inventar espacios culturales, de capacitación, y también de fiesta. De reflexión y de hip hop. De intervenciones callejeras, de pelea contra la degradación social y el paco, y de aprender a hacer amistades. Me dicen, para sintetizarlo: “Había que romper la cáscara”.

Burocracia del piquete
“¿Estamos haciendo lo que queremos, o estamos haciendo lo que quieren que hagamos?” Ese tipo de temibles preguntas disparó hace ya tres años una serie de debates en los Movimientos de Trabajadores de Desocupados de Cipolletti y Allen, en Río Negro, y comenzaron a producir múltiples hallazgos. Patricia, Erwin, Erardo, Vasco, Julieta, Olga y Andrés van narrando ese trayecto, y piden aparecer así, como una voz colectiva. “Se nos planteaba esta cuestión: ¿por qué llamarnos desocupados, si es lo que menos somos? Estamos muy ocupados tratando de mejorar la situación en la que estamos viviendo, la calidad de nuestras vidas. Queremos construir un proyecto de vida distinto. Y no queremos ser sólo trabajadores, sino estar abiertos a los estudiantes, profesionales, docentes, todos los que puedan hacer un aporte al cambio social”.
Pero hasta ese concepto que formaba parte de la genética de los mtd (“trabajo, dignidad y cambio social”) entró en crisis. “De golpe nos sentimos repitiendo el modelo de asistencialismo estatal. O sea, el centro de la lucha era por los planes sociales y la comida. Y la consigna ‘cambio social’ quedó vaciada. Un eslogan bonito”. Ronda el mate en el galpón que construyeron con el aporte crucial de chicas y chicos de lo que podría denominarse el “sub 20” de uno de los barrios más pobres de Cipolletti: Las 1.200 (lo llaman así porque se hizo a partir de 1.200 viviendas). “Éramos un movimiento defensivo, reivindicativo, que luchaba por los planes, por una forma de salir de la postración. Era la reivindicación de las tripas, pero eso mismo nos limitaba, achataba nuestra creatividad y no nos permitía tener un desenvolvimiento propio. Yo diría inclusive que hubo un modelo de mtd para el país, que fuimos gestando entre todos, pero se autorreproducía y se copiaba”.
¿Cómo era ese modelo?
Quedamos dentro de una lógica totalmente capturada por la política. Copiamos un modelo de organización atado al Estado, al asistencialismo y al piquete.
¿Al piquete?
Claro, porque había sido una herramienta válida en los 90 y poco más, pero para nosotros hubo una redefinición de los ámbitos y el carácter de las luchas, porque el piquete como forma se había malversado, desgastado y burocratizado. Ni qué decir ahora con los piquetes agrarios, que confirman lo que veníamos diciendo. Había que buscar otras formas de expresión, otras lógicas.
¿Por ejemplo?
Un producto concreto de todo este cambio fue cambiarnos el nombre: ahora nos llamamos Movimiento Social Dignidad. Lo más fuerte fue romper cierta añoranza por el piquete, la goma y la capucha, para abrirnos a lo que empezábamos a construir nosotros mismos.

¿De qué está hecho el poder?
Dignidad comenzó a entrelazarse cada vez más con movimientos feministas denunciando los asesinatos de mujeres en el sur, con organizaciones mapuches y sus reivindicaciones, con temas de medio ambiente, con los gremios docentes, los organismos de derechos humanos, y mantuvo la ya casi eterna reivindicación por mantener la fábrica de cerámicos Zanon sin patrón, so lo por nombrar algunas cosas por las que este movimiento se ha estado, justamente, moviendo. Inauguraron formas nuevas de participar en las marchas, creando representaciones y obras de teatro con muñecos de hasta cuatro metros de altura para señalar por ejemplo “el último día de libertad de los pueblos originarios”, que se instauró cada 11 de octubre. Le pusieron un parche al monumento a Colón, armaron carabelas y así recorrieron Cipolletti, actividad que luego fue convocada por diversas escuelas para entender el lado oculto de la historia. Otros enormes muñecos se han sumado a las marchas del 24 de marzo o recordando La Noche de los Lápices (la desaparición de estudiantes platenses que reclamaban por el boleto estudiantil durante la dictadura). Allí puede verse al Militar como una simple marioneta del Poder, encarnado por un muñeco gordo hecho con una estructura de hierro cubierta de gomaespuma, con el signo $ en la galera. La Justicia tiene la balanza inclinada siempre para el mismo lado y la venda no le tapa los ojos. Un muñecote con cabeza de televisor –los Medios– también es títere del gordo. El Político va de traje, con una urna en la mano y una nariz muy, muy larga. Y el Obispo absuelve a todos, que se persignan. La perfomance se completa con un cortejo fúnebre: la sociedad, el pueblo, las personas, que primero desfilan como muertas, pero luego empiezan a gritar, a cantar, a agruparse, hasta arrinconar al Poder. “A la gente le gustó mucho. También nos invitaron de los colegios para mostrar eso. Se enojaron algunos padres que eran jueces, pero la representación se hizo de todos modos” cuentan. “Salimos así de los clásicos actos de derechos humanos, con 20 grupos peleándose para decir cada uno su discurso. Salimos también de esas marchas a las que siempre van los mismos. Nos abrimos a algo nuevo”. Habían hecho una secuencia que denunciaba la historia de crímenes contra indígenas, la conquista del desierto, los anarquistas, la Patagonia rebelde, los negros y mulatos, los bombardeados del 55, los desaparecidos, los chicos de Malvinas, Darío y Maxi. Cuando ya casi estaba terminada, tuvieron que agregar a Carlos Fuentealba.
Andrés, un estudiante chileno de 20 años ya instalado en la zona del Comahue, describe: “Para mí es una forma de participación re linda, donde se deja un mensaje sin caer en lo retórico y lo panfletario. Esto es un modo totalmente diferente de acción y, a la vez, de relación entre nosotros. De romper esa violencia y maltrato que hay en la sociedad”.

Donde los arqueros no llegan
La búsqueda generó otros hallazgos. El más notorio es el recambio de generaciones que le dio al movimiento nuevos horizontes. El cambio puede resumirse en la creación del Festival de las Rebeldías: “La idea surgió un poco por eso de que en todas partes, después de Cromañón, las bandas no tenían donde tocar, pero también porque todos los espacios de diversión son disciplinarios, con policías y patovicas, o carísimos para los chicos. El festival fue totalmente autogestionado por los chicos y se convirtió así en otra apertura”. Entre otros, tocaron La Orquesta Roja, La Puta Madre, y Donde los arqueros no llegan.
El movimiento generó además talleres de murales, de hip hop y de música. Mantuvo proyectos productivos como el lavadero de autos o la panadería, y lanzó un ambicioso proyecto: la Diversalidad, un espacio de formación dentro del cual durante el ciclo 2008 se está realizando el Diplomado en Gestión de Medios de la Cátedra Autónoma de Comunicación Social de lavaca.
¿Cómo definir esta especie de celebración de lo diverso? “La Diversalidad es esa posibilidad de encuentro, de reflexión, de capacitación y también de fiestas, bailes y trabajo”.
Lógicamente, tanto movimiento produjo un desfasaje entre viejos integrantes del mtd, y las novedosas turbulencias que generaba semejante apertura. Hoy el Dignidad está formado por unas 80 familias, a las que se les ha sumado la sísmica incorporación de más de 60 chicos de los barrios Mapu y Las 1.200, que se reunen en el galpón donde funciona la Diversalidad.

La trituradora de vidas
Los chicos –esos flamantes integrantes del Dignidad– tienen entre 12 y 20 años. El movimiento ha establecido algunos acuerdos de comportamiento. “No violencia, no droga, no alcohol. Si vamos a celebrar se toma algo, pero sin pasarse” cuenta Erwin. Ahora, para la charla, se animan unos 20, que se sientan en ronda, como en la asamblea que hacen cada lunes. Algunas frases: “En el barrio hay mucha violencia”; “Los pibes se ponen locos con el paco”; “Les dijimos: acá podés cambiar la forma de ser”; “La gente es muy nerviosa. Acá no, acá hablamos”. Paula explica la diferencia entre las normas de convivencia que exigen en la escuela y las del Dignidad: “Acá es no insultarte, ayudar al otro, que los varones también cocinen y las mujeres también levanten paredes. Que no te mames. En la escuela ‘comportamiento’ es solamente que no les faltes el respeto a los profesores”.

Espacio abierto
El grupo de viejos integrantes del Dignidad está con todas las antenas paradas frente a este nuevo aspecto de su militancia. “Se ve clarito la trituradora de carne que es el capitalismo. Los chicos se van contagiando de toda esa porquería: violencia, machismo, desvalorización. La manifestación de lo destructivo, el reviente, quemarse la vida en una dinámica social de mierda, que empieza por ser lo que se ve en los medios. Aquí empiezan a ver que hay otra posibilidad”. ¿Cuál es? “Construir actitudes, y para eso, uno mismo tiene que poder dar el ejemplo. ¿Cómo? Por ejemplo evitando que la asamblea sea un espacio de hipocresía y mensajes tramposos. Dijimos: más allá de los discursos vamos a leer los cuerpos. Ver qué nos están diciendo con lo que hacen más que con lo que dicen”.
En este lugar, al sur del sur, los más chiquilines no hablan de política. Quizá haya que leerles los cuerpos, y entender la gramática de las risas cuando van a preparar juntos la próxima comida, la sintaxis del entusiasmo cuando ajustan un equipito de música para un futuro festival, y la conjugación de un futuro que no está etiquetado: mañana hay un encuentro de la Diversalidad.

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La peor de todas

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El paco y el debate sobre la despenalización del uso de drogas. Esta nota es nuestra modesta respuesta a un pedido concreto: mujeres que luchan por salvar a sus hijos del paco nos solicitaron información. Querían saber a dónde recurrir, pero también tener material para pensar sobre el tema. Recogimos, entonces, algunas experiencias y miradas, con la esperanza de que sean útiles para la reflexión. Quién consume, quién vende y qué actores influyen en el territorio desde el cual se soporta cotidianamente esta batalla. Cómo se escucha el debate sobre la despenalización de drogas en ese contexto. ¿Sirve o no obligar a alguien a hacer un tratamiento?
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La ley de la trata

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La flamante Ley de Trata se estrenó en un prostíbulo de la cordobesa localidad de Morteros. Esta nota cuenta ese procedimiento desde varios puntos de vista. El de la fiscal, que se quedó con las manos vacías. El de la funcionaria del Inadi, que supuestamente tenía que proteger y obtener la colaboración de las víctimas. Y el de dos mujeres dominicanas, allí explotadas. El resultado quizá sirva para reflexionar sobre la brutal distancia que sigue existiendo entre la letra de la ley y lo que dicta la calle. Qué consecuencias tiene accionar el sistema judicial y no el social. Cuál es el abismo entre los discursos de las instituciones y sus prácticas. La escribimos, también, con voluntad de debatir las campañas que dictan las y los burócratas de género.
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Nos, los prostituyentes

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Ellos no son mis hijos, ni mis hermanos.
Ninguno es ni mi actor ni mi músico favorito,
ni mi abogado ni mi cura confesor.
Ellos son, simplemente, mis “clientes”.
Padres, hermanos, maridos, vecinos o jefes son de ustedes.
Lo que ellos hacen conmigo yo lo sé: cada prostituyente es un verdugo que compra el gusto de humillarme. Compra mi falta de padre, de madre, de educación, de trabajo.
Lo que tienen ellos con vos, yo también lo sé: tienen tu hipocresía, tu mirar para otro lado, tu complicidad.
Así se arma esta cadena que llega hasta tan, tan arriba, que nadie sabe dónde termina, pero todos y todas sabemos dónde comienza.
La red de explotación sexual de mujeres y
niñas la construyen la policía corrupta, los jueces injustos y los políticos necios. La financian los prostituyentes.
Y la sostiene tu silencio.
Vos podés comenzar a ponerle fin.
 
 
 

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