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El huertazo urbano. Rosario: agroecología en la ciudad

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Desde hace 30 años funciona un proyecto de huertas agroecológicas en barrios populares y céntricos de Rosario, como forma de sostener el alimento, el empleo y una vida digna. Cómo se gestó, creció y qué cosecha esta práctica impulsada por un ingeniero que en su juventud se propuso transformar la realidad. El valor y lo que le falta a una política pública que logró sostenerse en el tiempo. Lo que revelan las personas que reencontraron la vida en las huertas. Cómo es posible producir alimentos en las ciudades, y un decálogo de propuestas para repensar la vida y la producción, con los pies en la tierra. Por Francisco Pandolfi.

El huertazo urbano. Rosario: agroecología en la ciudad
Foto: Eduardo Bodiño

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Si bien el micro ingresa a la tercera ciudad más poblada del país —948.312 habitantes— el corazón se estruja. El sur otorga la tajante bienvenida, con uno dos tres cinco diez de los 112 asentamientos (según el último censo de 2019), y así prosigue la suma que resta: una villa al lado de la otra; casas bajas, casas precarias, casas de madera, casas de cartón. Lo mismo ocurre en el Norte. Y sobre todo en el Oeste, la zona más pobre. El Este, donde se emplazan menos barrios populares, está atravesado por el Río Paraná, hoy menguado debido a la peor bajante de sus aguas desde 1944.

En Rosario, más de cien mil personas viven en asentamientos, donde más del 90% de las viviendas no cuentan con acceso al agua corriente, gas natural ni a la red cloacal. En Rosario, también, sucede algo atípico a nivel nacional: se sostiene en el tiempo una política pública. En este caso, el programa de Agricultura Urbana, que demuestra cómo la agroecología puede llevarse a cabo dentro o lindante a los barrios más vulnerados de los grandes conglomerados. Por esta labor, la ciudad fue recientemente premiada internacionalmente entre 262 propuestas de 54 países y recibirá 250 mil dólares de parte del Instituto de Recursos Mundiales.

CAMBIAR LA HISTORIA 

Donde nacieron la Bandera, el Che, Olmedo, Messi y Fontanarrosa, entre tantas y tantos, también nació hace 70 años Antonio Lattuca, ingeniero agrónomo que desde adolescente decidió que buscaría transformar la realidad. Así, se convirtió en uno de los pioneros de la agroecología en el país, que presenta con varias facetas: 

La productiva-tecnológica, “con base en la agricultura ecológica que cualquier agricultor puede hacer sin depender de insumos externos, desde la semilla hasta los abonos y compost”. 

La social, “donde la agroecología plantea los mercados de cercanía”. 

La construcción conjunta de conocimiento, entre la ciencia y lo que pasa en los territorios. “No negamos a la ciencia, la necesitamos al servicio de las mayorías”. 

Los bienes. “Nuestros pueblos originarios tienen la idea de nuestros bienes comunes: el agua, la tierra, el aire no son recursos. El ser humano tampoco es un recurso”.

Esconde sus siete décadas detrás de la vitalidad de un pibe de veinte y una sonrisa que sólo se borra cuando la memoria lo envuelve. Su primera militancia fue en el peronismo de izquierda, en la Unión de Estudiantes del Litoral, disuelta tras la irrupción de la última dictadura. Se le ponen los ojos cristalinos al recordar a muchos “amigos desaparecidos”. El sueño de la reforma agraria, no con poco dolor, debió resignificarse en los 80, cuando sembró la primera semilla. “Junto con algunos compañeros creamos el Centro de Estudios de Producciones Agroecológicas de Rosario (CEPAR), desde el cual en 1987 construimos la primera huerta grupal urbana en la villa El Mangrullo”. 

El segundo embrión: “Sin políticas públicas es muy difícil que puedan crecer los pequeños productores”. Esa lectura los instó a acercarse al Estado con una propuesta para realizar huertas agroecológicas: “En 1990 estábamos en la Municipalidad por tener una reunión y justo llegó el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) con el programa ProHuerta, que había arrancado a hacer lo mismo. Ahí nació todo”.

Hace 31 años el sueño se transformó en política estatal al crearse el Departamento de Huertas Comunitarias. Desde  2002, con el nombre vigente hoy de Agricultura Urbana, que coordinó Lattuca hasta 2019 cuando se jubiló. El programa tiene 40 hectáreas de producción agroecológica, distribuidas en 7 parques huertas, 3 corredores verdes, 6 huertas municipales y 6 huertas comunitarias dentro o en los alrededores de los asentamientos. Tabajan alrededor de 450 familias. Para acceder a la tierra no se paga ningún canon y sólo se necesita fomentar la agroecología.

AGROECOLOGÍA POPULAR

Al ver a su abuelo quintero, Antonio comprendió desde niño el poder del campo y que sus conocimientos estarían a disposición de las clases postergadas. “Toda la agroecología debería ser popular, pero en pocos lugares es asumida por la gente más pobre. Es una agricultura construida por los propios actores, campesinos migrantes, muchos que vinieron desde Goya, Corrientes, en los años 70. La mayoría ya tenía una relación con la tierra y con plantas medicinales. O sea, una agroecología viva, encarnada por la gente, no solo un discurso”.

¿Cómo empezaron? “Pateábamos la villa; golpeábamos casa por casa, a preguntar las necesidades. En los 90 la ciudad era totalmente distinta, no había tantas viviendas y en general se tenía un pedazo de tierra donde empezábamos a trabajar. Así empezamos con huertas familiares y grupales”.

¿Cómo siguieron? “Tras un año de buen funcionamiento en la primera huerta grupal, hicimos una reunión y los huerteros nos pidieron dividirla en parcelas. Eso iba contra lo que habíamos planteado. Pero como era lo que querían, lo hicimos. Nos dimos cuenta de que era una forma más práctica de trabajar todos en la misma parcela, porque cada uno podía sembrar lo que quería en el horario que podía, pero siempre con la premisa de trabajar juntos, intercambiando plantines, conocimientos y ayudándose”.

¿Cómo perduran? “Hoy se continúa trabajando así: cada parque huerta –huertas grandes– o corredor verde –terrenos largos y angostos– se divide en parcelas individuales, a excepción de las que son trabajadas por organizaciones sociales colectivamente. Logramos que los técnicos de base, que empezaron como huerteros, fueran contratados por el municipio como promotores de la agroecología y coordinen los parques huertas ayudando al resto”.

¿Cuál es la receta? “Las ideas importantes nacieron en el territorio, no de la teoría. Las mejoras de los suelos surgieron de la necesidad, igual que la división en parcelas. Esa practicidad ayudó a sostener la iniciativa. Y siempre quisimos que se valore lo público, sin embanderarnos en un partido”.

¿Qué falta? “Muchísimo. Cuando yo trabajaba con los pibes que estaban en programas de jóvenes, no teníamos ni tierras ni herramientas. La persona vulnerada necesita ver que puede. Si no, la estás vulnerando otra vez, porque no le estás dando una solución. Necesitamos más tecnología, maquinaria para mejorar la alimentación. La gente pobre tiene mucha potencia, pero faltan políticas públicas para quienes menos tienen y viven hacinados. No estamos en Japón; el Estado tiene un montón de tierras al pedo que deben estar al servicio de las necesidades”.

VOCES HUERTERAS

«Te pido que en la nota pongas que quiero rendir homenaje y un fuerte reconocimiento a todas y todos los huerteros y a las y los migrantes campesinos de nuestro país, de países hermanos y de nuestros abuelos de Europa”. Antonio no lo dice en ninguno de los cuatro encuentros con MU. sino días después, en un mensaje telefónico, para reforzar quiénes cree que son los protagonistas de esta historia.

Ejemplo: el Parque Huerta El Bosque, al norte de Rosario, fue inaugurado en junio de 2010. En 3 hectáreas trabajan más de 40 familias, junto a la villa Puente Negro y frente al asentamiento Empalme Granero, integrado por varios barrios populares. Donde antes había un basural, hoy está lleno de cultivos, aunque luce descuidado. 

Georgina tiene 29 años y está sentada sobre su parcela, donde trabaja desde hace tres agostos. Lo que cosecha lo vende casa por casa a sus vecinos de Empalme Granero o por Internet. Transmite mucha paz al hablar. “Ni bien me enteré de que existía este espacio me anoté. Es un mundo aparte, me da tranquilidad. La huerta es un proceso que necesita dedicación, paciencia, a veces me quejaba, pero ya no”, ríe, dulce y tímidamente. Habla suave y profundo: “Lleva tiempo sostenerla y más cuando faltan herramientas. La multicultivadora, que sirve para remover la tierra, está rota”. Abre paso a los gustos y los aromas: “Ojalá el mundo pueda cambiar y no importe tanto la plata. Esta verdura es natural; hacemos remedios caseros para no tirar químicos. Acá el olor a planta es tremendo, algo único; en la verdulería hay olor a nada”.

Rosa mueve un tenedor lentamente, emprolija la tierra que cobija las cebollas de verdeo recién sembradas. Paraguaya, 45 años, llegó a Rosario en 2014. “Acá estaba mí tía, yo me quedé sin trabajo y me dieron una parcela”, explica, contenta. “Es una terapia estar acá”. Calza unas chatitas embarradas. La tierra se le sube al empeine. De pronto, la alegría desaparece: “No hay máquinas ni herramientas, todo es a pulmón. En verano no sale agua y no podemos usar la del pozo porque es salada. Lastimosamente nos dicen que la municipalidad no tiene plata”. ¿La venta al público? “300 pesos por día de promedio”.

Mary (45) y Pelusa (53) son pareja. Ella tiene un vivero; él, una parcela. La plata que ganan “varía demasiado”, pero no supera los $1.500 diarios. Le suman otras changas. “Se vende poco”, dice Mary. “No sacás un sueldo”, completa Pelusa.

Lucía tiene 64 y vino “a conocer e intentar conseguir semillas para plantar en casa”. Se acerca a comprar la verdura recién salida de la tierra: “Mi mamá trabajó muchos años en quintas, el sabor de las plantas es diferente, es más rico; las otras están congeladas. Al tacto también es más linda. Escuchá…”, dice al partir la remolacha. “Estás crujen, las otras son como elásticas”, agrega, con una sonrisa cual luna menguante. Gabriel (62) es un comprador frecuente: “Es verdura más chica, pero mejor y más fresca”. Una crítica constructiva: “No está visibilizado el lugar”.

El Parque Huerta Oeste fue el último inaugurado, en diciembre 2020. La empresa Fexa cedió en comodato por diez años el terreno al municipio. Cerca hay un centro de detención de menores; enfrente, barrios populares, como Los Humitos, Cabin 9 y Godoy. Tiene 4 hectáreas y 22 parcelas repartidas entre familias huerteras y organizaciones sociales, que convirtieron un sitio lleno de yuyos en otro donde florece la vida.

Ariel, 54 años, lleva puesto un barbijo negro con el escudo de Newell’s. “Trabajo en la tierra desde los 8 años. Primero acompañé a mi papá quintero. Luego, me largué solo a fumigar. Aspiraba el veneno que respiraba, cada dos por tres tenía dolor de cabeza. Preparaba en tanques de 200 litros y tiraba insecticidas, herbicidas”. Contrapone con su presente: “Acá todo es natural. Hacemos abonos pero sin tóxicos. Y le damos descanso a los suelos, por lo menos una semana para volver a sembrar. Con agroquímicos le daba sólo dos días”. Ariel también hace albañilería y herrería, que le ayudan a complementar lo que gana de la huerta: “Es inestable, no llego a los $10.000 por mes”.

Rosa (62) es la ex pareja de Ariel. Muestra con entusiasmo las verduras que produce. “Buenísimas y baratas: paquete de acelga, 70 pesos; perejil, 50; lechuga, 50”. En esa parcela ayuda a su hijo, quien integra la organización CAUSA, se forma en la agricultura urbana y recibe una beca de $12.000.

El huertazo urbano. Rosario: agroecología en la ciudad

Nélida Cantero (55) cultiva verduras, plantas aromáticas y medicinales. Se siente intensamente el olor del romero, del curry, de la lavanda. Tiene 14 hijos, es de Goya y hace casi un cuarto de siglo se instaló en Rosario. Lo positivo: “Desde la agroecología transmitimos vida. Además, con el resto de los huerteros hacemos un proceso colectivo de venta, donde nos vamos turnando para ir a las ferias”. Lo negativo: “La falta de herramientas y que no se termina de hacer las instalación del agua. Tampoco tenemos un buen baño ni un lugar para reunirnos cuando hace frío. Falta atención desde el municipio. No queremos rogarles que nos traigan las cosas, necesitamos que nos vean”. 

¿Ganancia semanal? “Vendo 24 paquetes de acelga, zanahoria, rúcula, rabanito, nabos, perejil, radicheta, coliflor, puerro y calabacitas: $ 6.000 promedio”.

El Parque Huerta Hogar Español también se sitúa en el Oeste, pero más al sur. Ocupa 2 hectáreas y media, y está rodeado por las villas La Cariñosa, Barrio Plata, Cindar, Santa Teresita e Itatí, donde vive Liliana Sosa (43)una de las huerteras históricas. Tiene dos parcelas junto a su marido. “Él trabajaba en quintas, con químicos, no sabía el riesgo que corría; me contaba cómo fumigaba y le caía veneno en la espalda, en las manos. Aquí nos va bien, aunque con altibajos. Hay temporadas que se reduce un montón la cosecha por el clima o la falta de maquinaria. Ganamos unos $50.000s mensuales”. ¿Lo más importante? “Trabajar con tranquilidad, ser nuestros propios patrones y sentir que la gente confía en lo que vendemos”.

Casi en línea recta, pero en el sudeste, se sitúa el Parque Huerta La Tablada, inaugurado en 2008. Está muy cuidado; no se percibe ni el paso del tiempo ni que antes era un basural, ahora convertido en tierra productiva. Mide 2 hectáreas y contiene 16 parcelas. Es como una cava, debajo del asentamiento La Tablada y lindante a Villa Manuelita, Mangrullo, Saladillo. El contorno habla: ladrillos huecos, casas sin terminar, cercos de madera, viviendas de chapas, cables colgando. Hay un colibrí que con el pico huele una lavanda. Más allá, una pareja atiende su terreno de 20 x 30 con una dedicación que conmueve. Elena (61) y Rafael (64), están casados hace 40 años. Son de Rufino, Santa Fe, ambos jubilados. Venían como consumidores “para comer sin pesticidas”, hasta que se les abrió un lugar. “Mirá esa acelga colorada”, se emociona ella. “Mirá esa lechuga milanesa”. Cada hoja parece, realmente, una milanesa XL. “Si pudiera, viviría acá, con este aire puro. Hay gente que piensa que nuestra verdura es cara y no es así. Lo que se vende en la verdulería lleva la mitad de tiempo de lo que cosechamos y la calidad no se compara”, plantea él, entre alcauciles, suculentas, duraznos, pelones. ¿Qué mejorar? “Le falta difusión a lo que hacemos”. 

Rubén Fariña (60) nació en Castelli, Chaco. Es huertero desde 2002 y hace unos años fue contratado por el municipio como promotor. Está a cargo de una parcela demostrativa, donde capacita al resto de quienes producen. Todas las parcelas están ocupadas y en cada una de ellas puede haber hasta tres personas, según la capacidad productiva. Rubén vive en el barrio popular La Lagunita, toca la guitarra en un grupo de chamamé y viene de la agricultura algodonera, donde “se usaban venenos para curar la oruga”. La conciencia cambió: “Cultivamos sano, lo que nos lleva a otra manera de ser y pensar. Esto le hace bien a la salud de la sociedad”. ¿Qué mejora la agroecología? “Es una forma de vivir más digna, una convivencia del ser humano con el resto del ambiente. Cuando llegamos acá, no había árboles ni pajaritos. Mirá ahora”, señala entre palomas, jilgueros, gorriones, cardenales y una dupla de zorzales que cantan como si supieran que hablamos de ellos. 

¿Cuán significativo es que las huertas estén en las orillas? “Se integran y recuperan muchas personas excluidas del sistema laboral, cultivando verduras con sus propias manos y cuerpos”.

EL ORÉGANO 

En el noroeste rosarino se halla el barrio qom Los Pumitas. Allí, hay una isla verde. Un oasis natural entre kilómetros cuadrados de cemento, entre cumbia, cuarteto y reguetón, servicios básicos inexistentes, carteles proselitistas que anuncian una nueva votación, entre una ausencia evidente del Estado durante décadas. Allí, como un pulmón que va lanzando aire puro, alrededor de casillas de chapa y madera, de calles anegadas, de ropa tendida, aparece la huerta grupal autogestionada El Orégano. Se creó en 1994, con el empuje de Lattuca: “El barrio está mejorado: te imaginás lo que era”. 

La referenta se llama Susana Samardich. “Antonio es el motor de las huertas. Nos decía, ‘aprovechen el espacio, hagan su huerta’. Cuánta razón tenía”. ¿Por qué? “La huerta da vida y alimento para la olla diaria. Se vende y se comparte. Si alguien dice que necesita una lechuga, jamás decimos que no. Es una oportunidad que nos hace más humanos”, comparte. Es chaqueña y reconoce un lazo con la tierra “desde antes de nacer, que nace del corazón”. Tiene el pelo largo, 8 hijos y 28 años en Rosario. “No había casas, todo era zona inundable”. La esencia no cambió: “En Google está todo el barrio, pero en el mapa municipal no figuramos”. ¿Cómo se autogestionan? “Somos 13 familias. Para hacer la perforación y traer el agua hicimos rifas, juntamos los $2.200 que necesitábamos”. ¿Por qué El Orégano? “Porque va con cualquier comida”. La huerta mide 90 x 70 y queda en medio de un barrio donde faltan el agua potable, la luz, el gas y no hay cloacas.

A Franco no le alcanzan las palabras para contar lo que planta en su huerta junto a su pareja, tres varones y una nena. Nació hace 36 años en la Villa Ocampo santafesina y adora la tierra por herencia. Al lado de su terrenito, tiene su almacén. Y ahí sucede algo mágico: “La gente viene a comprar verdura y ve el momento cuando la saco de la tierra”, cuenta entre almácigos de perejil, ajo puerro, nísperos, mandarinos, guayabas y moras. 

Antonia (43) llegó hace 14 años desde su Encarnación natal. La huerta le permitió subsistir en la pandemia. “Crío sola a mis seis hijos y limpio en casas de familias por hora, en negro. En cuarentena eso se cortó, así que me dediqué a la tierra, que me salvó: vendí 100 calabazas, además de bolsones variados. Así sobrevivimos”.

FLOR DE HUERTA

Hace 7 años nacía en Rosario el colectivo Huertarteando, para mostrar cómo el alimento crecía en cualquier lado. Hacían bancales y canteros en espacios públicos, hasta que a través de Antonio Lattuca consiguieron un lugar en el parque del hospital Carrasco, centro de la ciudad, donde la tierra se trabaja con principios agroecológicos desde 2016. Cambiaron el nombre a Flor de Huerta. En medio de paredes amplias, altas, blancas y grises, descascaradas, hay un paréntesis lleno de frutas, verduras y árboles nativos sobre una superficie de 1.440 metros cuadrados de tierra cultivable, dividida en 80 bancales de 4 metros x 1,5.

Un invernadero, una compostera comunitaria donde la gente trae desechos, un secador solar sobre uno de los bordes, potencian a un sitio que pareciera estar fuera de lugar, salido de otro mundo, repleto de colores. Maxi y Julián integran hace tres años la organización que sostiene autogestivamente la huerta. “Los miércoles hacemos una minka, que en quechua significa ‘encuentro’, donde la gente se suma a jornadas de trabajo voluntario y producción comunitaria: sembrar, regar, podar. Quien viene se lleva lo que hizo o precisa. Se va feliz, con algo fresco y libre de agrotóxicos”, comenta Julián. “La comida sale por todos lados, hay semillas que brotan permanentemente”, describe Maxi. “Estamos en plenos cultivos”, advierte Julián. Y tienen razón: los brócolis parecen un scrum de rugby, unidos, saliendo a la vida con fuerza. El níspero no se queda atrás, igual que la rúcula, la albahaca italiana, la borraja, la acelga. Hay plantas medicinales, como el cedrón, la buscapina y la moringa; aromáticas, como el burrito y la menta; frutales como las higueras, las guayabas, los naranjos, los limoneros.

“La relación con el hospital fue fluctuando con los años, hoy es casi nula. Antonio gestionó con el director disponer de este lugar, luego se jubiló, las autoridades provinciales cambiaron y las nuevas nunca se acercaron a ver qué necesitamos”, argumenta Julián. Con el municipio ocurre algo similar: “No tenemos relación; no contamos ni con un baño”. Maxi profundiza: “Podríamos generar toneladas de alimentos y trabajo constante si se aceitara el funcionamiento”.

¿QUÉ DICE EL MUNICIPIO?

Agricultura Urbana se enmarca en Rosario Emprende, programa que incluye distintos proyectos productivos bajo la órbita de la Secretaría de Desarrollo Humano y Hábitat. Allí trabajan Pablo Nasi Murúa, subsecretario de Economía Social y Patricio Flinta, coordinador de espacios productivos. En una sede de la municipalidad reciben a MU. Nasi Murúa: “Lo más importante del programa es que todas las capas sociales pueden acceder a la formación, producción, comercialización y compra, sin intermediarios en el marco de una política pública que se sostuvo. Es verdad que el Frente Progresista siempre gobernó la ciudad, pero todos los intendentes la mantuvieron como una política específica en cuanto a la inclusión socio productiva, cuidado del medioambiente y la producción de alimentos libres de agrotóxicos”. Flinta: “Es de las pocas políticas, en todo el país diría, que se mantuvo durante más de veinte años. Nuestro objetivo es lograr que las capas bajas y medias puedan primero conocer y luego acceder a estos alimentos”.

¿Los talones de Aquiles? Nasi Murúa: “Tener mayor presupuesto para dotar de tecnología a la Economía Social y con esto no me refiero al uso de agrotóxicos. Por ejemplo, necesitamos más multicultivadoras, pero no hay producción nacional. Otra deficiencia es que la gente únicamente accede a estos alimentos a través de las ferias. No a través de la verdulería o un mercado y esto tiene que ver con el volumen de producción. El problema del Estado nacional es que no sostiene una política pública y se piensa la alimentación en lo inmediato, no planificando el futuro de lo alimentario. Discutir el medioambiente es discutir la producción alimentaria y acá es central pensar cómo incluimos a la gente en el autoempleo que cuide el medioambiente”. 

¿Cómo continúa el programa? Nasi Murúa: “En pandemia tuvimos pedidos de gente para incorporarse a parques huerta y hoy están todos llenos. Esto nos obligó a pensar el esquema de la autoproducción para el autoconsumo. Estamos lanzando el programa Chacra Familiar Urbana donde en los parques huertas habrá un 20% destinado a la producción para el alimento propio. Además, buscaremos que se pueda producir en la propia casa. La idea es pensarlo junto a los comedores populares, porque hoy trabajan sólo con productos secos; hay que vincularlos con lo agroecológico”. Flinta: “La primera meta es llegar a diez Parques Huerta”. 

¿Cómo? Nasi Murúa pronostica: “De 40 hectáreas ampliaremos a 10 más. Además, reservamos 70 hectáreas del sudeste, tierras ganadas al desarrollo inmobiliario, que serán destinadas a la producción agroecológica. Además, con el premio que ganó la ciudad la idea es crear un espacio grande en el que garanticemos muchos kilos de alimentos sanos, pero que además haya lugares de práctica. Debemos demostrarle a quien está en transición a la agroecología que se puede hacer. Y que las capas populares puedan consumir esos productos. Todo el sistema alimentario está armado para que consuman harinas, fideos, arroz. No, cambiemos el chip. Hay que ir hacia una combinación, y para eso tiene que haber una matriz de acceso a esos alimentos: es responsabilidad del Estado hacerse cargo”.

FERIANTES

La única feria donde se venden verduras agroecológicas y no tradicionales funciona los domingos desde las 8 de la mañana, en la avenida Oroño y el río, en un punto neurálgico de Rosario. Forma parte de una feria más grande, donde se vende de todo. Para los cultivos agroecológicos hay destinados ocho puestos. Junto a las costas de un Paraná con orillas raquíticas, descubiertas por la bajante, antes del mediodía ya se vendió casi todo. Vuela toda la mercadería pese a la insignificante difusión. No hay ningún cartel ni marquesina que dé a conocer la labor y la calidad de estos productos. Quien pasa por ahí, no se entera sobre el origen ni el futuro de esas cosechas. 

Lázaro es de la comunidad qom, tiene 57 años y trabaja en El Parque Huerta El Bosque hace más de 6 años. De familia agricultora, es chaqueño y llegó a la ciudad en 1993. “Nuestros ancestros sembraban y comían verdura sana y algunos vivían hasta los 120 años”, pondera quien trabaja de lunes a lunes y gana cerca de 12.000 pesos por semana. ¿En la feria dominical? “Alrededor de 7 mil pesos. La gente se lleva todo: nos vamos sin nada”.

Elizabeth Martínez (51) nació en Tupiza, Bolivia y conforma la huerta Ruta 34, como la llama la comunidad, ubicada al costado de las vías del tren al noroeste rosarino, lindante a los barrios populares Nuevo Alberdi y Cristalería. “Por mes saco entre 20 y 25.000 en otoño-invierno; y 40-45.000 en primavera-verano, cuando crece la variedad de tomates y zapallitos”. 

De repente, Elizabeth le reclama a una persona que pasa raudamente por el puesto: 

– Nunca nos trajeron las semillas que prometieron.

– ¿Cómo que no? Mirá todo lo que tenés para vender.

–Estas semillas las compré yo, ustedes no cumplieron nada. 

La persona que pasa sin detenerse es Nicolás Gianelloni, Secretario de Desarrollo Humano y Hábitat. Elizabeth se queda con bronca: “Hace mucho nos prometieron cosas, no sólo las semillas. En campaña, antes de asumir en 2019, el intendente (Pablo Javkin) estuvo en la huerta, pero nada de lo que dijo se cumplió”.

MIRANDO AL FUTURO

Antonio Lattuca, 3 hijos, 6 nietos, mantiene la esperanza que en la juventud lo motivó a soñar con la revolución: “La agricultura nos da comida; plantas medicinales; fibra para la ropa; madera para el hábitat. Sin embargo, el oficio está considerado en todo el mundo el más bajo en la escala social. El primer paso es valorizarla, no solo desde el dinero, sino visibilizando los servicios que ofrece: sociales, ambientales, de salud física y mental. La agricultura puede transformar formas de consumir, de relacionarnos con los otros, y de vivir”. 

Pese a todo lo que falta y a que Rosario sea una excepción en agricultura urbana, se ilusiona: “Hay condiciones para lograr lo que soñábamos en los 80: la vuelta al campo. Ya no somos cuatro locos los que hablamos de agroecología”. 

Con la idea de profundizar la política pública, plantea propuestas concretas:

Ocupar toda la tierra que hay del Estado. 

Potenciar la compra de producción agroecológica. 

Transformar la mirada de la ciencia y de la universidad en relación a la agroecología. “En el mundo se destinan 70 mil millones de dólares para la investigación en agricultura industrial, de los cuales sólo 5 se destinan a la agricultura ecológica. Acá ocurre lo mismo, la ecología es marginal, cuando tendría que ser una carrera de grado”. 

Crear un sistema de crédito rotatorio para financiar el paso a la agroecología de agricultores tradicionales. 

Lograr que la agricultura ecológica se pueda exportar. 

Estimular a los jóvenes en la agroecología: “Uno de mis sueños es hacer una escuela para ellos, donde hagan práctica y se capaciten durante dos años”. 

Las ferias de la agricultura familiar deben ser exclusivamente de cultivos agroecológicos, sin producciones con tóxicos. 

Descentralizar asentamientos. “Con una fuerte inversión, para que la gente se vaya a lugares cercanos, con colonias socio productivas, escuelas, centros de salud”. 

Hacer autocrítica. “No podemos tomar la agroecología como una religión donde todo es puro. Así somos muy pocos, aunque nos sentimos cómodos. Las preguntas son cómo cambiás la realidad y, sobre todo, cómo laburás con los más pobres”.

“En definitiva, lo que hay que hacer es estar al lado del agricultor y saber qué está necesitando: desde atrás de un escritorio no sirve”.

Cuando le pregunto a Antonio por qué sigue creyendo, se empañan sus ojos color miel por segunda vez en las largas horas de charla: “El ser humano lleva dentro un montón de cosas que no tiene oportunidad de desarrollar, como pasa en las villas. Sigo creyendo en la potencialidad de las  personas. Hay cosas que siento que no las voy a ver yo, pero que van a florecer”.

El huertazo urbano. Rosario: agroecología en la ciudad

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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CABA

La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Actualidad

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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