Nota
Buen provecho: Sabrina Critzmann y su libro «Criar y comer»
La crianza como un hecho social. El respeto como un derecho. La comida, como una herramienta de salud, y la cocina como un hecho revolucionario. En la Argentina del hambre, la malnutrición, los ultraprocesados y las fumigaciones, una pediatra profundiza sobre recetas para intentar salirse de los moldes publicitarios y pensar en lo que necesitan comer les niñes para que, como suele decirse más que hacerse, el futuro sea mejor. Por Anabella Arrascaeta.

Sabrina Critzmann (34 años) es médica pediatra, puericultora, consultora de porteo, escritora y madre, entre muchas otras cosas. Su primer libro Hoy no es siempre: una guía para la crianza respetuosa, lleva siete ediciones agotadas. Y ahora presenta el segundo, Comer y Criar –Guía pediátrica de alimentación saludable para toda la familia–, en el que profundiza una idea: comer y criar es mucho más que alimentar a quienes transitan la infancia.
Las más de 500 páginas que escribió llegan luego de los talleres que Sabrina hacía con la licenciada en Letras y cocinera Natalia Kiako, y la periodista y escritora Soledad Barruti sobre deconstrucción alimentaria: donde proponen pensar la comida y conectar con aquello que nos alimenta de verdad.
Este libro es parte de la propia deconstrucción de Sabrina como profesional, y también sobre lo que construyó en el camino. Es un alerta, gigante, y a la vez un hilo de pistas que en forma de recetas nos invitan a caminar hacia adelante, para saber qué hay si nos entregamos a degustar.
Criar y cuidar
Si hay algo que reciben las madres, desde todos lados y todo el tiempo, son órdenes.
Sabrina lo sabe porque hasta ella llega también la catarata de comentarios que nadie pidió. Por eso, para cortar con esa cadena, decidió que sus libros no estén dirigidos solamente a madres. En su primer trabajo usa el concepto de “mapadres” para referirse a sus interlocutores; en el segundo avanza: “Hoy hablo de cuidadores, personas que cuidan las infancias”, dice sin perder de vista que todavía quienes mayor tiempo, cuerpo y cabeza dedican a cuidar siguen siendo mujeres. Sabrina propone: “La misma información es para todas las personas, porque hay que comprender que la crianza es un hecho social. En cierto punto, aunque no tengamos hijas, hijos, hijes, estamos participando de la crianza de otras personas. Somos parte de una sociedad que cría y las infancias merecen ese espacio en la sociedad”.
Entonces, poniendo a la niñez en el centro dice fuerte y claro que “el respeto no es una opción”, para no alimentar confusiones. “A veces se cree que la crianza respetuosa parte de ejecutar un método específico, hacer ciertas cosas, pero no es opcional respetar a otra persona”.
Opcionales son otras cosas, que muchas veces se convierten en nuevos dogmas, y pasan por decisiones que toma una familia: “No hay cosas buena o malas en ese contexto”, dice y reitera: “El respeto es un derecho, no es una opción”.
Por eso aclara que una crianza respetuosa no significa una crianza sin límites. La razón: “Tiene en cuenta las necesidades y deseos de los adultos cuidadores, siempre comprendiendo que la relación es asimétrica”, escribe en su libro.
En ese contexto Sabrina sostiene que “pensar una alimentación saludable tiene que ver con el respeto de la salud de las infancias” y ahí se detiene a pensar el rol fundamental del Estado para garantizar el acceso y para desarmar lo que ella ve como problema: el marketing, la publicidad, los profesionales que no se actualizan, lo que creemos que es saludable, y la cultura de la dieta que nos pone a contar calorías.
El hambre ultraprocesado
En Argentina hay lugares donde inexcusablemente hay infancias desnutridas. Y también lugares donde hay infancias malnutridas. “La malnutrición muestra un panorama de niñas y niños que consumen suficientes y excesivas calorías diarias, de mala calidad, con escasos nutrientes, de la mano de más de un 50% de menores de edad en situación de pobreza”, describe Sabrina.
La situación es más alarmante si a esto sumamos un aumento exponencial de enfermedades crónicas no transmitibles que restan años y calidad de vida. “Cada vez hay más chicos con diabetes, con caries, con asma, y todo eso va a repercutir en su crecimiento y su desarrollo”, escribe.
¿Entonces? “Hay que empezar por lo básico: sacar los ultraprocesados”, comparte un primer paso, describiendo a estos productos con la siguiente definición: “Formulaciones industriales elaboradas a partir de sustancias derivadas de los alimentos a las que se les agregan aditivos como saborizantes, perfumes y colorantes para que sean más deseables, y otros aditivos que hacen que duren mucho tiempo en la góndola”.
O sea: algo que dice ser comida, pero no lo es.
Un dato: “Hay una comparación interesante: en Argentina consumimos por persona, por año, alrededor de 800 gramos de legumbres, que es un alimento económico y muy rendidor, que requiere una cocción que permite que te dure unos cuantos días. Y consumimos 143 litros de gaseosa, por año, por persona”.
Otro dato: “Todos los niños de Argentina toman dos bebidas azucaradas por día. Hacer un cambio requiere de información, y también de un poco de tiempo”, dice sobre lo que se suele poner en la balanza: comer más saludable lleva más tiempo y es más caro. “Es una cuestión que es de proyección: cuánto nos va a salir comer no saludable para nuestra vida y nuestra salud. Casi todas las personas de más de 50 años están poli medicadas. Un parche que tapa a otro”.
Comida fumigada
La situación se complejiza, aún más, si pensamos en una Argentina extractiva, fumigada y contaminada. “Tenemos agrotóxicos y un montón de efectos del sistema productivo, y tenemos también la necesidad de virar hacia la agroecología y a sistemas más amables para las personas que trabajan en esos ámbitos. Pero las propias guías alimentarias dicen que comamos más vegetales. Y hay una idea de que es mejor comer una galletita ultraprocesada que una manzana que no es orgánica, y no es así: ya está probado el beneficio de la alimentación basada en plantas”.
¿Qué es la alimentación basada en plantas? Sabrina lo explica así en el onceavo capítulo: “Es aquella donde la mayoría de los alimentos provienen de fuentes vegetales: frutas, verduras, legumbres, cereales, semillas, frutos secos. No quiere decir necesariamente que no se consuman carnes u otros derivados animales. Simplemente, que la base alimentaria, el grueso de lo que se consume, está basado en plantas”.
El alerta: “El mercado está plagado de ultraprocesados de mala calidad y dañinos para la salud bajo el rótulo de ‘naturales’ o ‘veggies’”. La Ley de Etiquetado Frontal recientemente sancionada se vuelve una herramienta clave para desarmar ciertas fachadas mentirosas.
Regular el kiosko
«No elegimos la comida por su calidad alimentaria, la elegimos por su publicidad”, dice Sabrina en el décimo capítulo de su libro, dedicado a la alimentación escolar, ese momento de la vida donde la industria alimentaria encuentra un target ideal para vender y alimentar sus arcas.
“La escuela es un lugar, también, de crianza. La pandemia lo dejó más claro que nunca. Y en ese lugar hay un problema sobre qué es lo saludable”, reflexiona Sabrina. “Todavía creemos que lo saludable es lo light, lo verde, lo que tiene el sello de un famoso médico nutricionista. La educación alimentaria que tiene que ser más global y abordar las áreas docentes”. Ese engaño tras colores verdes es peligroso si se tiene en cuenta que un análisis que se hizo en 2017 acerca de la publicidad y las infancias arrojó que el 40% de los avisos apela a mensajes de salud y nutrición como “huesos fuertes” o “fuente de vitaminas y minerales”.
La Ley de Etiquetado Frontal también plantea que los entornos escolares estén regulados. “Para mí era una de las cosas más importantes de esa norma”, dice Sabrina. “La oferta de los kioskos en relación a los alimentos no saludables tiene que ser regulada. Y el etiquetado frontal justamente regula los entornos educativos, no permitiendo que productos que tengan sellos negros sean vendidos a las niñas y los niños en la escuela.
La regulación viene a dar batalla a la publicidad anti salud. Se estima que niñas y niños en Argentina están expuestos a más de sesenta publicidades televisivas de comida chatarra por semana, según un análisis de 2017 de la Fundación InterAmericana del Corazón.
Lo micro
Sabrina Critzmann dedica un largo capítulo de su libro a hablar de algo que a priori parece extraño, pero es fundamental: la microbiota: “Todos los microrganismos que forman parte de nuestro cuerpo”, define.
“Nosotros no somos un ente aislado. Nuestros cuerpos son un ecosistema. Entonces hay que pensar la microbiota como un órgano difuso que tiene funciones inmunológicas, tiene funciones de nutrición, tiene funciones de neuro desarrollo. Las bacterias y otros organismos que se encuentran en nuestro cuerpo -en nuestros intestinos, en nuestra boca, en nuestra piel, en nuestra vagina: en todos lados- van a generar neurotransmisores que impactan en cómo nos sentimos, cómo percibimos el entorno, e incluso en cómo percibimos a las otras personas”.
Cuenta que antes se hablaba de “flora intestinal”, pero con las nuevas técnicas de investigación apareció el concepto de microbiota. “Tenemos una microbiota que empieza, creemos, en la vida intrauterina, que tiene un impacto muy grande en el momento del nacimiento, y después su funcionamiento tiene que ver directamente con la forma de alimentación”.
¿Por qué? Explica en su libro que, al comer, ingerimos sustancias que serán metabolizadas por nuestro cuerpo y otras que serán metabolizadas por la microbiota. “La microbiota ‘come’ fibra y de esa digestión genera productos que entre otras cosas contribuyen a la barrera intestinal. Cuando no consume fibras (legumbres, cereales integrales, frutas, verduras) y se consumen ultraprocesados, la microbiota saludable disminuye y predominan bacterias que producen inflamación”, explica sobre los efectos de los productos de las empresas alimentarias en el cuerpo de las personas.
El alimento puede ser entonces salud o enfermedad: “Hay muchos factores que pueden afectar la microbiota, y cuand eso ocurre pueden originarse o empeorarse muchas en enfermedades. Cualquier cambio positivo de alimentación va a mejorar la salud de las personas”.
Huerta ATR
Sabrina dedica dos capítulos de su libro a brindar herramientas. Uno es “Huerteando a todo ritmo”, con tips para quienes tienen poco tiempo o para quienes viven en la ciudad e incluye listados de plantas por estación. Otro es un gran apartado con recetas y secretos para comer saludable, y muy rico, en casa. “Yo no soy una cocinera: soy una persona que cocina. El libro es para contar estrategias que a mí me fueron acompañando y que voy aprendiendo, como una niña”, aclara sobre el porqué de compartir recetas de panes, galletitas, cremas untables, budines, tortas, panqueques, muffins, helados y preparaciones saladas que van desde hamburguesas hasta locro.
El libro termina, entonces, con una invitación: “Las y los invito a cocinar: es un acto revolucionario que nos hace libres, porque siempre sabremos qué le estamos dando a nuestro cuerpo y a nuestra salud”.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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